Recuerdo mi primer pensamiento después de que Jesús me salvó: ¿y ahora qué?
Había sido cristiano por 30 segundos y sabía que no iba a poder ser capaz de seguir donde estaba, lo cual era algo bueno porque era un desastre total (y no solo en términos de la manera en la que había estado viviendo hasta ese punto).
Algunos asumen que la fe cristiana es una experiencia de una vez y ya: Jesús te salva, luego avanzas sin mucho esfuerzo por la vida con una tarjeta gratis que te saca del infierno, como si no importara nada de lo que haces desde ese momento en adelante. Sin embargo, la Biblia dice lo contrario: cuando miras una carta como Filipenses, ves una emocionante expectativa de que los creyentes crezcan y maduren; que lleguen a ser más de lo que son al momento de la salvación.
«Dios quiere que pasemos de ser bebés en Cristo a ser maduros en Cristo», escribe Matt Chandler, pastor de Village Church y autor (junto con Jared Wilson) de Vivir es Cristo, morir es ganancia. Basado en su serie de enseñanzas del libro de Filipenses, Chandler desafía a los lectores a ver la imagen que Pablo describe de la madurez cristiana, y que busca con vigor.
Crecer se trata de carácter
Si tuviera que resumir este libro en una palabra, sería esta: carácter. Chandler enfatiza este punto una y otra vez, explícita e implícitamente, reflexionado en sus páginas. El verdadero crecimiento solo sucede a medida que nuestro carácter es conformado al de Cristo. Es por esto que vemos que las cualidades de los líderes no están enfocadas en las capacidades, sino que en el carácter. Quién tú eres y cómo eres importa muchísimo más que lo que puedes hacer. Chandler lo resume bien: «Si el Evangelio es cierto, la vida de ellos debería parecer como si eso fuera cierto». Todo esto comienza en tu corazón.
Chandler clama junto con Pablo contra los peligros del orgullo, de pensar con más alta estima de nosotros de lo que debemos. El peligro de ser consumido por el egoísmo de obtener cosas y el tipo de descontento que no te acerca más a Cristo, sino que te lleva más profundo hacia ti mismo. Donde es más evidente, él argumenta, es en cómo vemos o tratamos a las personas:
He aquí una buena prueba de fuego. En tu mundo, ¿tienen alma las personas? Sé que parece una pregunta simple, pero permíteme ponerla en contexto. Cuando te sientas en un restaurante como creyente en Cristo, y un joven o una joven te atienden, ¿piensas que él o ella tienen alma? ¿Que son criaturas espirituales? ¿O cabilas: simplemente dame mi bebida, toma mi pedido y apúrate? ¿Reconoces la imagen de Dios en esa persona? ¿Eres capaz de animar, amar y servir a quienes te sirven incluso en una situación tan sencilla como esa?
Es crucial para nosotros entender esto, no solo mientras leemos este libro, sino que mientras buscamos madurez en Cristo. Es por eso que Jesús conecta amar a nuestros prójimos con amar al Señor, porque nuestro amor por Jesús cambiará necesariamente cómo vemos a otros. El empleado en la tienda de conveniencia del vecindario, el barista de la cafetería más cercana, el mesero de nuestros restaurantes favoritos…
Cuando no los vemos como autómatas expendedores de café, sino que como personas hechas a la imagen de Dios, va a cambiar la manera en la que interactuamos con ellos, especialmente con aquellos que vemos diariamente (si es que has hecho el hábito de frecuentar las mismas cafeterías cada día). No importa cuánto sirvas en la iglesia, qué dones tengas, cuánto dinero des; tu carácter y cómo tratas a los demás revela lo que realmente está sucediendo en tu corazón.
La disciplina que mata la ansiedad
A lo largo de estas mismas líneas se encuentra el problema de la ansiedad. Muchos de nosotros estamos ansiosos por demasiadas cosas, y sin embargo, Pablo nos dice que no nos preocupemos por nada. Recuerdo cuando éramos más jóvenes en nuestra fe, nos dijeron que hiciéramos una «caja de ansiedad», que escribiéramos lo que sea que nos estuviera preocupando, la pusiéramos en la caja y «se la confiáramos al Señor». Lo intentamos por un tiempo, pero creo que alguien botó la caja antes de que pudiéramos botar nuestras ansiedades.
Demasiado a menudo, nuestro consejo viene como algo más pequeño que dice: «¡deja de estar ansioso, tonto!». Aunque es cierto lo que Pablo dice de que no debemos preocuparnos por nada, él no dice solamente «dejen de hacerlo» y nos deja solos. Al contrario, nos ordena reemplazar la ansiedad con la disciplina del agradecimiento. «La acción de gracias y la preocupación no pueden ocupar el mismo espacio», escribe Chandler. «La acción de gracias es la kriptonita de la ansiedad. No puedes tener ansiedad si estás dando gracias».
El desafío es desarrollar el agradecimiento; sin embargo, Chandler no sugiere que sea fácil. Después de todo, no sería una disciplina si fuera simple. Requiere trabajo ser agradecido en toda circunstancia, no viene sin «el sudor de la fe». Nos esforzamos por reemplazar nuestra ansiedad con «oraciones humildes de “ayúdame” que tengan acción de gracias por la bondad de Dios, los regalos de Dios y el definitivo y buen regalo, el Evangelio».
Dirigido para nuevos creyentes, desafiante para los maduros
Vivir es Cristo, morir es ganancia es la segunda colaboración de Chandler con Wilson y los resultados son muchos más fuertes que su esfuerzo previo. La diferencia, creo, se debe a la fuente del material.
Mientras El Evangelio explícito se lee como una recopilación de mensajes de interés reformados para formar un todo coherente, Vivir es Cristo, morir es ganancia se beneficia de la estructura limpiamente ordenada y los dones de Chandler como predicador expositivo. Rara vez el libro cae en divagaciones; al contrario, está muy enfocado en su objetivo de presentar una exposición del texto legible, fiel y aplicativa.
Y eso en sí mismo podría ser la mayor fortaleza del libro. Mientras que ciertamente parece haber sido dirigido para el nuevo creyente (es el tipo de libro que deseo que alguien me hubiese regalado apenas fui salvo) tiene suficiente peso para desafiar al creyente maduro.
Vivir es Cristo, morir es ganancia: guía para una auténtica madurez cristiana. Matt Chandler, Jared C. Wilson. Editorial Portavoz, 232 páginas.
Esta reseña fue publicada originalmente en Blogging Theologically.

