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William P. Smith es pastor, autor y conferencista de retiros. Ha servido en muchas iglesias, ha sido miembro de la facultad de la Christian Counseling & Educational Foundation y ha enseñado Teología práctica en el Seminario Teológico Westminster. Es autor de Parenting with Words of Grace: Building Relationships with Your Children One Conversation at a Time [Criando con palabras de gracia: construyendo relaciones con tus hijos una conversación a la vez] y muchos otros libros.

¿Les debo contar a mis hijos sobre mi pasado?

¿Les debo contar a mis hijos sobre mi pasado?
¿Les debemos contar a nuestros hijos sobre nuestro pasado? Creo que sí, al menos más de lo que normalmente solemos hacerlo.
Hace poco, estaba aconsejando a una mujer para que fuera más transparente con su hija sobre los errores que ella había cometido en su propia vida. No se resistió a la idea, pero estaba preocupada de que si lo hacía, podría tentar a su hija a pecar. Me dijo: «si le cuento a mi hija sobre mi pasado, temo que piense: “oh, si mi mamá hizo eso y terminó bien, entonces yo también puedo intentarlo”». Por esa razón, esta madre le ocultó a propósito parte de su historia a su hija.
Sus miedos tienen sentido en la superficie, pero van un poco más profundo y te darás cuenta de que tiene un costo. Primero, ocultarles tu vida a tus hijos puede significar que no transmitas experiencias que te han hecho ser quien eres hoy. Al mantener el pasado para ti mismo, puedes poner efectivamente barreras relacionales entre ellos y tú. Dejar que tus hijos escuchen apropiadamente sobre tu propio pecado pasado puede modelar cuán misericordioso es tu Dios al perdonarte.
Pequeño yo, gran Cristo
Nuestras historias sirven como un oscuro telón de fondo sobre el cual Jesús puede brillar. Al darle a nuestros hijos una versión limpia de nosotros mismos, podríamos darles, sin querer, una versión más pequeña de Dios; por accidente suavizamos cuán radicalmente ama y busca a su pueblo rebelde. El apóstol Pablo no comete ese error. Él les cuenta a las personas sobre su pasado para destacar la grandeza del Evangelio que puede alcanzar a alguien como él (1Co 15:9-10; 1Ti 1:15-16). Ese contraste te deja pensando: «bueno, si hay esperanza para Pablo, dado lo que él ha hecho, entonces, quizás hay esperanza para mí también». Considera ese desgarrador pasaje en un texto como Romanos 7:14-20, donde Pablo, como cristiano, devela la angustia de hacer lo que no quiere hacer, mientras aprueba el bien que anhela hacer, pero que no puede. Sería maravilloso escuchar tal confesión de cualquier creyente. Es más maravilloso escucharlo de un líder y es aún más impresionante cuando te das cuenta de que Pablo está confesando su lucha con personas que nunca ha conocido. Recuerda: esta es su carta introductoria a los romanos cristianos, una carta en la que él cree que es imperativo revelar la profundidad continua de su necesidad de Cristo.Buenas razones para compartir
¿Por qué hace eso? Porque establece un tono al comienzo de la relación de ellos con él. Él quiere que sepan por adelantado que: (1) él sabe lo que es luchar con el pecado, como ellos luchan; (2) él no puede cumplir con sus deseos de vivir lo que sabe, al igual que ellos; (3) ellos deben tener confianza de que hay esperanza para ellos porque hay esperanza para él (Ro 7:24-25). En otras palabras, Pablo no finge no pecar, tampoco piensa que sus fracasos lo descalifican para el ministerio. Al contrario, él graba sus luchas con el pecado en su tarjeta de presentación: no para excusarse o justificarse a sí mismo, sino que para fomentar la confianza en el Dios que le garantiza a su pueblo que Él superara sus fracasos a través de Jesucristo.Cómo compartir tu pasado
El ejemplo de Pablo en Romanos 7 tiene implicaciones significativas sobre cómo los pastores y los líderes de ministerios pueden atraer a sus rebaños, pero también puede informar sobre cómo los padres pueden liderar a sus hijos.1. No tengas miedo de compartir tu vida
Este es el mismo Pablo que instó: «Sean imitadores de mí, como también yo lo soy de Cristo» (1Co 1:11). Sabemos que Jesús enfrentó tentaciones reales para dejar de amar a Dios y al prójimo mientras estuvo aquí en la tierra (Mt 4:1-11; Heb 4:15). Sin embargo, solo podemos saber cuáles eran esas luchas para él si él mismo las compartía con otros en ese tiempo y más tarde con nosotros por medio de la Escritura. Nuestros hijos necesitan escuchar la misma franqueza.2. No compartas demasiado
Pablo no nos cuenta exactamente con lo que estaba luchando, pero fue lo suficientemente claro para que una cantidad innumerable del pueblo de Dios a lo largo de las eras haya sido capaz de identificarse con él y decir: «sí, él entiende. Eso es exactamente cómo me siento cuando estoy lidiando con el pecado». Cuando compartes con tus hijos, estás buscando ese punto de conexión que les permitirá a ellos decir: «sí, bastante cerca. Sabes lo que se siente ser yo ahora».3. No glorifiques el pecado
Pablo hace ver al pecado completamente miserable. No llegues a pensar: «vaya, eso suena tan bueno. Me pregunto cómo sería divertirse así con el pecado?». Al contrario, es feo. Darías cualquier cosa para estar lo más lejos posible de él. Pablo nos presenta el pecado, quitándole su disfraz. Tus hijos necesitan verlo de esa manera también. El mundo, la carne y el diablo, todos conspiran para hacer que el pecado y la tentación se vean atractivas, por lo que amar a tus hijos (liderarlos) significa revelar la verdadera naturaleza de la maldad al explicarles tus experiencias directas con él.4. No te detengas en el pecado
El objetivo de Pablo no es simplemente forjar un vínculo humano basado en nuestra depravación compartida o presentar relatos morales sobre cómo vivir una mejor vida o intentar asustar a sus oyentes directamente. Al contrario, él apunta a los cristianos más allá de sí mismo y más allá de ellos mismos al Cristo que es nuestra esperanza para lidiar con nuestros momentos que no son los mejores. Eso significa que no terminaste de compartir tu vida con tu hijo hasta que los apuntes más allá de ti mismo, a Jesús.El objetivo de la crianza
Tu objetivo en la crianza es liderar a tus hijos a reconocer que viven cada parte de sus vidas ante el rostro de Dios. Eso solo puede suceder si los guías para lidiar con las partes negativas de quienes son así como también con las partes positivas. Mientras sí necesitamos dirigirlos e instruirlos, solo podemos hacerlo con integridad si estamos frente a ellos diciendo: «oye, al igual que tú, yo no siempre viví mis mejores ideales. Sin embargo, conozco al Dios que puede encargarse de mí incluso en esos momentos. Déjame contarte sobre Él al compartirte un momento cuando pude conocer mejor esta parte de Él». No puedo recordar que mis hijos alguna vez hayan rechazado esa invitación.William P. Smith © 2019 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso. | Traducción: María José Ojeda

¡Ayuda! Mis hijos siguen contestando mal

¡Ayuda! Mis hijos siguen contestando mal
Este artículo es parte de la serie ¡Ayuda!, publicada originalmente en Crossway.
Cuando nuestros hijos contestan mal
A todos nos ha pasado. Le dices a tu hijo que haga algo o intentas ayudarle a ver algo sobre sí mismo o sobre el mundo, e inmediatamente te responde con algún tipo de protesta verbal.- A veces te refutan rápidamente: «¡eso no es lo que pasó!».
- Otras veces responden a la defensiva: «¡ya lo estoy haciendo!».
- Y a veces te atacan: «pero tú no haces eso».
En primer lugar, observa el panorama general
Tu hijo tiene un problema… pero no es tanto contigo como con quien te puso a ti en su vida. Al faltarte el respeto (suponiendo que lo que dijiste no fue pecaminoso ni fue expresado pecaminosamente), le está faltando el respeto a Dios, ya que Él es quien le dijo que te respetara (Éx 20:12). A menos que veas el problema desde esta perspectiva más amplia, no podrás ayudar a tu hijo con su verdadera necesidad. Esta no es una licencia para usar los mandamientos de Dios con el fin de obligar a tu hijo a hacer lo que tú quieres. Más bien es una súplica para que estés más preocupado por el peligro en el que se encuentra tu hijo al rechazar tu lugar en su vida que por cómo te hace sentir su rechazo. Cuando estás más preocupado por tu hijo que por su impacto en ti, entonces estás en el estado emocional adecuado para ayudarlo. ¿Cómo haces eso? No te sorprendas: nacemos rechazando a Dios y sus caminos, pensando que podemos trazar un mejor rumbo que el que Él puede trazar para nuestras vidas. Al contestarte, tu hijo simplemente está expresando de una manera más concreta lo que siempre ha sido cierto acerca de su naturaleza caída. Adopta el sabio plan de Dios: Dios sabía que tu hijo necesitaría ayuda para lidiar con su caída, y de todas las personas que podría haber elegido, pensó que tú serías la mejor. Él puso a tu hijo en tu familia para lograr sus propósitos en su vida. ¿Te cuesta creerlo? ¿Te cuesta aceptarlo y desear eso? Entonces, pídele que su gracia te cambie para que tu corazón acepte lo que Él quiere (Mr 9:24). Pídele que te ayude a creer que Él te dará lo que necesitas para obedecerle (2P 1:3-4). Estas son las mismas cosas que tu hijo también necesita, pero no puedes guiarlo hacia la ayuda que necesita sin experimentarlo tú mismo primero. Muévete con compasión: tu hijo está en peligro de rechazarte no solo a ti, sino que al Señor, quien lo creó para sí mismo. ¿Qué significa eso? Necesita ser rescatado de lo que está haciendo (Stg 5:19-20). Y Dios te ha concedido el privilegio de ser el primero en socorrerlos. Piensa en términos de estar en una misión de rescate y eso suavizará tu actitud hacia él, cambiará las palabras que usas, modificará tu tono y comunicará amor, no irritación o enojo. Comprométete a largo plazo: no esperes una conversación única con tu hijo, ni siquiera si tu hijo ha entregado su vida al Señor. La necedad no funciona así. En cambio, el pecado se erradica lentamente a lo largo de la vida. Conténtate, entonces, con hacer incursiones regulares contra esa necedad, en lugar de esperar eliminarla de una vez por todas. Identifícate con tu hijo: la parábola del siervo malvado nos recuerda que, si bien alguien puede haber pecado enormemente contra nosotros, su deuda se ve empequeñecida por lo que nosotros le hemos hecho a Dios (Mt 18:21-35). En ese sentido, es posible que no les hayas contestado mal a tus propios padres (eso es dudoso, pero posible); no obstante, ciertamente le has contestado mal a Dios.- Te has quejado y refunfuñado cuando Él no te dio lo que querías.
- Has cuestionado su bondad cuando Él dejó que te sucediera algo que no querías.
- Le has desobedecido rotundamente; le dijiste que no cuando te dijo lo que debías hacer.