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Cómo un poeta ama a su prójimo
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Cómo un poeta ama a su prójimo

«Dios creó al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó» (Gn 1:27).
Un hombre no tiene que encajar en un estereotipo cultural para ser bíblicamente masculino. Él puede ser un hombre ya sea que vea un partido de fútbol, que pinte un cuadro, que se quiebre frente a una película conmovedora o que limpie narices llenas de mocos. Macho no define la masculinidad. Al contrario, la masculinidad es modelada por Jesús mismo. En esta nueva serie, exploraremos cómo la masculinidad es un reflejo de Dios en las diversas etapas y en nuestro tiempo cultural. Analicemos lo que significa ser un hombre de verdad.
Comencé a leer y a escribir poesía a escondidas. No quería que nadie supiera que me interesaba. En parte porque me daba vergüenza mi comprensión limitada de la poesía y la calidad de mis primeros borradores, como cuando escribí sobre el potencial sin límites de la avena. La mayor razón por la que me avergonzaba era por cuán emocional la poesía me ponía. Leer y escribir poesía se sentía claramente andrógino. No habría denominado la práctica como una necesariamente femenina, considerando la superabundancia de hombres que escribe poesía, pero sin duda no se sentía «masculino». Con el pasar de los años y el mejoramiento de mis borradores, comencé a darme cuenta de que la poesía es una parte integral de cómo Dios me formó (Sal 139:13), distintivamente masculino, para reflejar su imagen en el mundo. Dios retrata directamente su inclinación poética en el libro más largo de la Biblia, los Salmos, el cual es una colección de ciento cincuenta poemas. Casi un tercio de la Escritura es poesía. Los Proverbios, Job y Cantar de los Cantares son todas obras poéticas. El primer diálogo humano registrado es un poema cuando Adán conoce a Eva por primera vez: «Esta ahora es hueso de mis huesos y carne de mi carne» (Gn 2:23). Quizás Dios escogió la poesía para comunicarse con su pueblo, porque la poesía funciona de manera diferente a las otras formas de literatura. Tal vez Dios escogió la poesía para comunicarse con su pueblo porque hace que el lector ponga atención en los detalles. La poesía toma al lector del tobillo y lo jala hacia las profundas aguas del significado y del sentimiento con su uso de la forma, del lenguaje figurativo y de la métrica. Incluso si los saltos de línea parecen absurdos y las imágenes difíciles de comprender, la poesía no ofrece lenguaje figurativo arbitrario. El lenguaje sumamente ordenado y emotivo de la poesía tiene el propósito de llevar al lector a su centro. Un poema invita al lector a leerlo, a volver a leerlo, y volver a leerlo, y volver a leerlo… hasta que el lector habite el mundo del poema. La poesía invita a la comprensión. La poesía le pide al lector que preste mucha atención. La poesía hace que el lector sienta algo. Recuerdo la primera vez que lloré debido a un poema. Una amiga había perdido recientemente un miembro de su familia y me invitó a un micrófono abierto donde leyeron el poema Rain de Tim Siebels: «Toma un vaso de agua/Derrámalo en el suelo/Después de un momento/regresará a ti»[1]. Mi amiga resistió el poema con lágrimas en sus ojos, y me encontré a mí mismo, por primera, pero no por última vez, llorando por un poema. Fui llevado al dolor de mi amiga. Puse más atención a las palabras y a los sentimientos que se comunicaron. Sentí. En ese momento, no me sentí particularmente masculino. El mundo me enseñó que los verdaderos hombres no deben entrar ni habitar el mundo de otro, que no deben poner mucha atención ni buscar comprensión. Según el mundo, los verdaderos hombres no deben sentir nada. Los hombres deben ser fríos y distantes, solucionadores de problemas; no tienen tiempo para la emoción. Sin embargo, la masculinidad bíblica no está basada en arquetipos culturales. La masculinidad bíblica se ve como Jesús. Cuando Lázaro murió, Jesús no entró con fuerza con todo el poder del cielo para arreglar el problema. Aunque pudo haber resucitado a Lázaro, y lo haría después, Jesús primero entró en el dolor de las hermanas de Lázaro.
Al llegar María adonde estaba Jesús, cuando lo vio, se arrojó a sus pies, diciendo: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto». Y cuando Jesús la vio llorando, y a los judíos que vinieron con ella llorando también, se conmovió profundamente en el espíritu, y se entristeció. «¿Dónde lo pusieron?», preguntó Jesús. «Señor, ven y ve», le dijeron. Jesús lloró (Jn 11:32-35).
Jesús entró en su mundo. Buscó entender su dolor y puso mucha atención a su sufrimiento. En uno de los momentos más evocadores de la Escritura, Juan escribe claramente: «Jesús lloró». Jesús, el verdadero modelo de masculinidad, es emocional. La disciplina de leer y escribir poesía me revela una masculinidad mayor de la que la cultura ofrece. Dios me creó como hombre para portar de manera única la imagen de su Hijo al mundo. Cuando leo versos de poesía, soy equipado para entrar en el mundo de otro, para aprender cómo entenderlos, y preocuparme de ellos como Jesús lo hace. La poesía, con su repetición y lenguaje figurativo, me instruye para poner especial atención a las palabras en la página y sentir algo. Esto me ayuda a obedecer la instrucción de Jesús a «[amar] a tu prójimo como a ti mismo» (Mr 12:30-31). Amar a mi prójimo requiere habitar su mundo, leer y volver a leer sus historias, para permitir que mi corazón sea movido a compasión como el de Jesús. El poema de Tim Seibels, Rain [Lluvia], termina con la idea de que incluso si el agua, el dolor derramado, nunca regresa, aún seguirá «brillando en cualquier/lluvia existente». Cuando mi amiga terminó de leer, mis lágrimas irradiaron la imagen del Dios que lloró con ella. Ser conmovido por la poesía es abrazar las emociones de la masculinidad bíblica y mostrarle al mundo un Dios que siente profundamente.
Este recurso fue publicado originalmente en Morning by Morning.

[1] N. del T.: Traducción propia.