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Reflexiones sobre una mártir nigeriana anónima
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Reflexiones sobre una mártir nigeriana anónima

En el monumento a los mártires (en la sede ministerial que la Voz de los Mártires tiene en Bartlesville, Oklahoma, EE.UU.) están los nombres de muchos mártires. Cada uno representa una persona real con una historia real. Me encanta pararme cerca de este monumento y leer lentamente los nombres y sus breves descripciones. Durante una visita reciente, me vi una vez más atraída hacia el monumento. Ese día en particular, hubo una piedra conmemorativa que llamó mi atención. Decía, simplemente: «Una mujer nigeriana». A diferencia de los otros, en el bloque de piedra no aparecía su nombre. Había sido  golpeada hasta morir por una furiosa multitud antes de que las autoridades pudieran averiguar su nombre. Me pregunto cómo era físicamente; cuántos años tenía; de quién era hija; si es que tenía hermanas o hermanos; si estaba casada; o si es que tenía hijos. Sin embargo, no sabré las respuestas a estas preguntas a este lado de la eternidad. Me imaginé cómo habrá sido el lugar donde vivió y qué podría haber pasado en su vida para que llegara a esa situación. Me pregunté cómo se había preparado para ese momento: ¿habría despertado esa fatídica mañana con una sensación de que sería un día diferente? ¿Era habitual para ella compartir su fe con otros? Seguramente ella sabía que hablar de Cristo con sus vecinos musulmanes tendría un costo. Supongo que lo había calculado y sabía muy bien el precio que podría pagar. Me imagino que su motivación era el amor y que el peso de éste superaba el del miedo. ¿Habrán las demás personas vuelto a sus casas en silencio a medida que las voces comenzaron a levantarse en las calles ese día? ¿Se les habrá dicho a los niños que se escondieran en la oscuridad y se quedaran quietos? ¿Habrán guardado silencio quienes creían lo mismo que ella a medida que el odio se inflamaba entre la turba que la rodeaba? ¿Habrán dejado varios días su cuerpo en el polvo de la calle como advertencia para otros que pudieran haberse visto tentados a creer lo mismo? Como Esteban en el libro de los Hechos, ¿miraba ella al cielo mientras la apedreaban? ¿Se detuvieron abruptamente los dolorosos puñetazos y patadas cuando, al partir su espíritu, respiró por última vez en la tierra y lo hizo por primera vez en el cielo? ¿Cómo habrá sido para ella abrir sus ojos y ver que ahora estaba en los brazos de aquel por el cual había entregado su vida? A la espera de recibir su túnica blanca, ¿reconoció algunos de sus cercanos? ¿Habrá escuchado luego la ovación de la gran nube de testigos que, anteriormente tan tenue, ahora se oiría con tan intensa claridad? ¿Se sintió abrumada de un gozo, una paz y una felicidad indescriptibles al escuchar al Rey decir: «Bien hecho, mi sierva buena y fiel, ahora toma tu lugar y espera un poco más»? ¿Se habrá entonces trasladado instintivamente al lugar reservado para ella, al lado de los otros de los cuales el mundo no es digno? (Heb 11:38) Me pregunto si alguno de quienes estaban entre la multitud airada se fue ese día siendo incapaz de olvidar lo visto en ella, que fue fiel hasta la muerte. ¿Habrá habido algunos que esa noche cerraron sus ojos sin poder escapar de las imágenes que ahora aparecían en sus mentes? ¿Se habrán repetido en sus pensamientos las palabras que ella les dijo? ¿Habrá alguno de sus asesinos recibido en sueños o en visiones la visita de aquel sobre el cual ella les habló? ¿Se arrodillaron y clamaron por perdón algunos de los que la golpearon, patearon, escupieron y maldijeron? El día en que su sangre fue derramada sobre el suelo nigeriano, ¿se habrá convertido alguien así como Saulo llegó a ser Pablo? La verdad es que, fuera de lo escrito en la piedra, no sé más sobre la historia de esta mujer nigeriana. Estoy, sin embargo, profundamente consciente de que, en muchos lugares del mundo, sufrir por causa del evangelio es el cristianismo «normal». Lo poco que sé de mi hermana nigeriana aviva en mí una pasión por darle una voz a ella y a otros en su situación. Ansío el día en que conozca a mi hermana. Entonces sabré toda su historia. «Entonces cada uno de ellos recibió ropas blancas, y se les dijo que esperaran un poco más, hasta que se completara el número de sus consiervos y hermanos que iban a sufrir el martirio como ellos» (Apocalipsis 6:11).
Este recurso fue publicado originalmente en Eternal Perspective Ministries. | Traducción: María José Ojeda