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Se busca: más ancianas que discipulen a jóvenes
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Se busca: más ancianas que discipulen a jóvenes

Estaba hablando sobre la feminidad bíblica y una mujer de edad universitaria me hizo una seria pregunta: ¿cómo puedo pensar bíblicamente sobre mi feminidad cuando constantemente me dicen que la independencia es poder y que debo buscar mi propia plenitud y determinar mi propio destino? Mi respuesta: «acércate a mujeres piadosas en tu iglesia y pídeles que le hablen a tu vida la verdad sobre la feminidad bíblica. Pídele que te muestren cómo vivir para la gloria de Dios como mujer». Pero, entonces, me pregunté, «¿la iglesia de esta jovencita está preparando a sus mujeres para responder su pregunta?». Alguien les está enseñando a las mujeres y a las jóvenes lo que significa ser una mujer. ¿Lo está haciendo la iglesia o el mundo? Mujeres mayores que discipulan a más jóvenes no es solo una idea bonita que alguien inventó y no es opcional. Es un imperativo del Evangelio. El apóstol Pablo escribe:

Asimismo, las ancianas deben ser reverentes en su conducta, no calumniadoras ni esclavas de mucho vino. Que enseñen lo bueno, para que puedan instruir a las jóvenes a que amen a sus maridos, a que amen a sus hijos, a que sean prudentes, puras, hacendosas en el hogar, amables, sujetas a sus maridos, para que la palabra de Dios no sea blasfemada (Tito 2:3-5).

la luz de este pasaje, consideremos algunas preguntas que ayudarán a que la iglesia lleve a cabo el llamado de las mujeres a invertir en mujeres jóvenes. Es mi oración que este breve artículo desafíe a las mujeres a responder a este gran y santo llamado.

El mandato de Tito 2

El mandato de Tito 2:3-5 es que las ancianas deben discipular a las jóvenes, enseñándoles cómo crecer en piedad en sus distintas relaciones y llamados. Algunos de los principios de discipulado arraigados en este maravilloso capítulo nos ayudarán a entender la directriz específica de las mujeres en los versos 3 al 5.

Principio #1: la iglesia es responsable de animar y equipar a las mujeres a discipularse unas a otras

En el versículo 1, Pablo dirige sus instrucciones sobre el discipulado a Tito, el pastor,  respecto al discipulado. Dado que el entrenamiento de mujeres por medio de otras mujeres es una parte integral del ministerio en la iglesia, Tito debe equipar a las mujeres en su iglesia para que lo hagan. Por lo tanto, es responsabilidad de cada líder de la iglesia ver que las mujeres estén siendo equipadas para este llamado.

Principio #2: la iglesia debe enseñar la sana doctrina

En el versículo 1, Pablo le dice a Tito que enseñe la sana doctrina, una doctrina saludable e íntegra. Esto nos muestra que las mujeres que discipulan mujeres deben fluir y ser consistentes con el ministerio de predicación regular de la iglesia. Este discipulado debería ayudar a que las mujeres apliquen la sana doctrina en la vida diaria y en las relaciones.

Principio #3: la comunión de los santos

Sin embargo, los versículos 3 al 5 también nos dicen que el discipulado no es responsabilidad solo de los líderes de la iglesia (ver Efesios 4:11-16). Como se declara en la Confesión de fe de Westminster: «Todos los santos que están unidos a Jesucristo, su Cabeza… Y estando unidos unos con otros en amor, tienen comunión unos con otros, en los dones y gracias,  y están obligados al cumplimiento de tales deberes, públicos y privados, que conducen a su bien mutuo, tanto en el hombre interior como en el exterior». El discipulado bíblico es relacional. El contenido del Evangelio debe enseñarse en el contexto de relaciones que validan el Evangelio. Nuestra relación con Dios es personal, pero esa relación también no lleva a tener comunión con los sus otros hijos adoptados. Los ancianos y las ancianas tienen la responsabilidad generacional de compartir sus dones y gracia con los jóvenes. Deben contarles las historias de sus victorias, así como también las de sus fracasos y deben mostrarles cómo sus historias son parte de la gran historia de redención de Dios. El mandato de Tito 2 es un discipulado de vida a vida que guía y cultiva feminidad cristiana madura. Es un ministerio de maternidad. Este espíritu de maternidad es evidente en las descripciones que Pablo hace de su propio ministerio con los tesalonicenses:

Más bien demostramos ser benignos entre ustedes, como una madre que cría con ternura a sus propios hijos. Teniendo así un gran afecto por ustedes, nos hemos complacido en impartirles no solo el evangelio de Dios, sino también nuestras propias vidas, pues llegaron a ser muy amados para nosotros (1Ts 2:7-8).

Principio #4: el Evangelio es nuestra motivación

Hay desafíos costosos en este capítulo. Invertir en las vidas de otros cuesta tiempo y energía. Significa tomar riesgos relacionales. ¿Por qué debemos vivir tan sacrificialmente?

Porque la gracia de Dios se ha manifestado, trayendo salvación a todos los hombres, enseñándonos, que negando la impiedad y los deseos mundanos, vivamos en este mundo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación de la gloria de nuestro gran Dios y Salvador Cristo Jesús (vv.11-13).

Cristo vino y volverá. Llegó en gracia como un bebé y vendrá en gloria como el Rey. Mientras esperamos esa gloriosa aparición debemos hacer discípulos. A menos que estemos motivados por el Evangelio, nos sentiremos desanimados y cansados.

Principio #5: el Evangelio es poderoso

Pablo concluye con un recordatorio electrificante del poder del Evangelio: «[Jesús] se dio por nosotros, para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo para posesión suya, celoso de buenas obras» (v.14). Algunos discipulados son específicos en cuanto a edad y a género, pero todo discipulado debe estar centrado en el Evangelio. Es Jesús quien nos redime y purifica. Para que un pecador caído se entusiasme por hacer lo bueno debe haber una obra radical del Evangelio. El resultado de nuestra inversión en las vidas de otros no depende de nuestro poder y experiencia. Es solo el poder del Evangelio el que puede transformar a pecadores egocéntricos en discípulos Cristocéntricos. Y una de las maravillas del discipulado dirigido por el Evangelio es que incluso si no vemos que esta transformación se está llevando a cabo en el discípulo, sí lo hace en nosotros a medida que discipulamos a otros.

¿Quiénes son las ancianas?

Los pasajes no nos dan una edad específica para las «ancianas» que deben discipular a las jóvenes. Dado el contenido de lo que deben enseñar, sus cualidades principales parecieran centrarse en la madurez espiritual. Por supuesto, la edad cronológica entrega experiencias de vida y perspectiva que son valiosas, pero la realidad es que cada mujer y joven cristiana debe considerarse una anciana y una joven. Debemos buscar mujeres que puedan animarnos y equiparnos a vivir para la gloria de Dios mientras buscamos discipular a otras mujeres en la feminidad bíblica.

¿Cómo puede la iglesia local facilitar este ministerio?

Las relaciones de maternidad espiritual tienen todas las formas y tamaños. No existe fórmula. Una relación de Tito 2 podría ser regular o intermitente, consistir en dos personas o en un grupo, llevarse a cabo entre ancianas y jóvenes, pero cada relación de Tito 2 estará llena de propósito. Será un esfuerzo intencionado para animar y equipar a otras mujeres y chicas a vivir para la gloria de Dios al vivir bajo la autoridad de la Palabra de Dios y al ser entrenadas en los principios de la feminidad. Este ministerio no es un programa; es un estilo de vida. Sin embargo, a veces requiere más esfuerzos programáticos para hacer arrancar estas relaciones. Un ministerio de mujeres es un vehículo que una iglesia puede usar para desafiar y equipar a las mujeres para este llamado. En una iglesia que ya tiene un ministerio de mujeres, pueden comenzar a hacerse algunas preguntas estratégicas:
  • ¿Cómo el ministerio de mujeres está capacitando a nuestra iglesia para obedecer Tito 1:3-5?
  • ¿Cómo nuestro ministerio de discipulado refleja los principios de discipulado en Tito 2?
  • ¿Cómo están siendo equipadas las mujeres para entrenar a las jóvenes en los principios bíblicos de la feminidad?
  • ¿Qué oportunidades entregamos para desarrollar el cultivo de relaciones entre mujeres mayores y jóvenes?

¿Dónde están las ancianas?

¿Dónde están las ancianas? Creo que están sentadas en las bancas de nuestras iglesias esperando ser cautivadas por este llamado bíblico y equipadas para realizarlo.
Este recurso fue publicado originalmente en 9Marks. | Traducción: María José Ojeda
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Es bueno que existan los géneros
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Es bueno que existan los géneros

La sensación de disonancia en la frase «no es bueno que el hombre esté solo» (Génesis 2:18) no indica que se haya pronunciado en un momento accidentalmente crítico de la historia de la creación. La soledad de Adán quedó en evidencia mientras nombró a los animales. No había una criatura que le correspondiera, que glorificara y disfrutara de Dios con él, y que se comunicara con él. Así, Dios le dio una ayuda equivalente pero diferente, y su perfecta complementaridad reflejó la gloria de la equivalencia ontológica (perteneciente al ser o la esencia) y la diversidad funcional del Dios en el cual tres son uno. Eso fue muy bueno. Dios les dio al hombre y la mujer el mandato cultural de ser fructíferos, multiplicarse, y ejercer dominio extendiendo la belleza y la maravilla del Edén por todo el mundo. Fueron creados para algo más grande que ellos mismos, pero creyeron las mentiras de Satanás y lo perdieron todo. Luego, Dios les hizo la promesa del evangelio señalando que la descendencia de la mujer aplastaría al enemigo, y Adán respondió dándole a su mujer el nombre de Eva, que significa dadora de vida, apuntando a Aquel que daría su vida por su pueblo y a su pueblo. Él le dio un nombre a ella. Dar un nombre es un acto de liderazgo. Tras la promesa del evangelio, el liderazgo confiado a Adán en la creación permaneció. Una vez más, Adán y Eva ilustraron la naturaleza relacional de la Trinidad —autoridad y sumisión entre iguales—. Somos redimidos para algo más grande que nosotros mismos. La soledad no fue buena en el Edén, y lo mismo vale para la iglesia. Una iglesia sin géneros es tan impensable como un Edén sin géneros mientras buscamos obedecer el mandato evangélico de multiplicarnos haciendo discípulos. Tito 2 vincula este encargo con cada género en particular diciendo a las mujeres mayores que discipulen a las menores para ser dadoras de vida en cada relación y situación.  Hay una enseñanza en el hecho de que Jesús incluyera mujeres en su ministerio. A medida que Él iba por las aldeas proclamando el reino de Dios, los discípulos iban con Él «y también algunas mujeres que habían sido sanadas de espíritus malos y de enfermedades . . . y muchas otras que de sus bienes personales contribuían al sostenimiento de ellos» (Lucas 8:2). No se indica que las mujeres compitieran con los hombres o se hubiesen quejado de ellos. Cuando las mujeres son sanadas por las heridas de Él (1 Pedro 2:24) y la vida de Cristo las llena, se convierten en dadoras de vida más que sustractoras de vida en el lugar en que desarrollan su ministerio. En la cruz había «muchas mujeres que habían seguido a Jesús desde Galilea para servirle» (Mateo 27:55). Estas mujeres no se apartaron del horror cósmico que estaba ocurriendo delante de sus ojos mientras toda la fuerza de la ira del Padre caía sobre el Hijo. El Salvador que ellas seguían no permitió que una sola gota de esa ira cayera sobre ellas. La gratitud de ellas se expresó en un acto de servicio amoroso. Lo expresaron trayendo especias para ungir el cuerpo de Jesús. Mientras caminaban hacia la tumba, se preguntaban: «¿Quién nos removerá la piedra de la entrada del sepulcro?» (Marcos 16:3). Se trataba de un obstáculo demasiado grande como para que ellas lo movieran, pero aun así, fueron porque sus corazones ardían de amor por Aquel que las había amado primero. Sin ningún esfuerzo de ellas, «vieron que la piedra . . . había sido removida» (v. 4). Ellas fueron las primeras en escuchar las buenas noticias: «¡Ha resucitado!». Luego Jesús les salió al encuentro y les dijo: «¡Saludos! . . . No teman. Vayan, avisen…» (Mateo 28:9-10). Como esposa de pastor por cincuenta años, he enfrentado muchos obstáculos al amar y servir a la iglesia de Cristo; comúnmente, durezas de mi propio corazón —duda, temor, orgullo, resentimiento, ira—, y otras veces, personas difíciles o situaciones complicadas. Sin embargo, he aprendido que, cuando sigo orando y sirviendo, el Espíritu de Dios ablanda mi corazón, algunas veces quita las durezas, y veo la gloriosa gracia del Cristo resucitado en personas y lugares inesperados. El ministerio de las mujeres en la iglesia se trata de ungir el cuerpo de Cristo ya que lo amamos porque Él nos amó primero. El enemigo no ha cambiado de estrategia: «¿En verdad Dios dijo que no puedes ser ordenada para desempeñar un oficio en la iglesia?» Satanás le da una interpretación negativa a la abundante provisión de Dios manifestada en todos los árboles del jardín excepto uno. Comer lo que Él prohíbe no nos hace iguales a Dios; nos hace menos que un reflejo de su gloria. El gobierno de la iglesia debe reflejar el orden creado, que a su vez refleja al Creador. Confiar y obedecer el plan de Dios no es solamente radical; es imposible sin su gracia transformadora. Sus hijos son los únicos que pueden exhibir su excelente diseño creacional y obedecer la comisión de su evangelio multiplicando y extendiendo su reino. Cada día combatimos la hostilidad del mundo hacia las distinciones de género, pero, por el poder que actúa en nosotros, celebremos, guardemos y protejamos este tesoro para darlo a la próxima generación. Les pregunté a nuestras nietas de ocho y once años: «¿Quiénes son mejores, los chicos o las chicas?» Hubo un consenso inmediato: «¡Las chicas!» Nos sentamos a leer Tito 2. Pregúntales ahora y te dirán: «Los chicos son mejores en ser chicos, las chicas son mejores en ser chicas, somos equivalentes pero diferentes, y es muy bueno porque Dios lo dice».
Este artículo fue originalmente publicado por Ligonier Ministries en esta dirección. 
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Dios, su pacto y la misión de la mujer
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Dios, su pacto y la misión de la mujer

«Y aun en la vejez y las canas, no me desampares, oh Dios, hasta que anuncie tu poder a esta generación, tu poderío a todos los que han de venir» (Salmo 71:18).

Una de las cosas que siento la urgencia de proclamar a nuestros hijos e hijas del pacto es que «Dios creó al hombre a imagen suya . . . varón y hembra los creó . . . y les dijo: 'Sean fecundos y multiplíquense. Llenen la tierra y sométanla. Ejerzan dominio…'» (Génesis 1:27-28). Varón y hembra. Igualmente creados a la imagen de Dios pero con funciones diferentes e igualmente valiosas en su reino. Esta diferencia gloriosa apunta a nuestro glorioso Dios trino. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son iguales en sustancia y poder, pero cada uno asume una función diferente en la realización de nuestra redención. El Padre nos escogió en Cristo antes de la fundación del mundo, el Hijo nos redimió por medio de su sangre, y el Espíritu Santo aplica esta redención a nuestros corazones (Efesios 1:3-14). Estas funciones no son nebulosas sino que se complementan tan perfectamente que armonizan para llevar a cabo la gran obra de redención que alaba su gloriosa gracia (vv. 6, 12, 14). Es ridículo siquiera pensar en cuál persona de la Trinidad o cuál función trinitaria es la más importante. Sin embargo, esta exquisita igualdad no niega la autoridad funcional que hay al interior de la divinidad. «La cabeza de todo hombre es Cristo, y la cabeza de la mujer es el hombre, y la cabeza de Cristo es Dios» (1 Corintios 11:3). El Creador estampó la profunda unidad y diversidad de su naturaleza sobre los portadores de su imagen. El mundo ha secuestrado la distinción entre los géneros proclamando que la igualdad significa ser lo mismo y que la sumisión degrada a las mujeres. Esta absurda idea hace algo peor que disminuir el valor de nuestro diseño y nuestra función masculina y femenina: oscurece nuestro reflejo de la gloria de Dios. «Entonces el Señor Dios dijo: 'No es bueno que el hombre esté solo; le haré una ayuda adecuada'» (Génesis 2:18). Dios creó al hombre primero, indicando su condición de cabeza. La soledad del hombre no era buena, así que Dios creó una ayuda. Esta rica palabra (en hebreo, ezer) se usa a menudo para referirse a Dios como el que nos ayuda. Podemos apreciar la belleza de nuestra vocación femenina al reflexionar sobre la forma en que Dios actúa. Dios ayuda viendo y cuidando al que sufre (Salmo 10:14), sosteniendo (20:2), protegiendo (33:20), librando de la aflicción (70:5), rescatando al necesitado y al afligido (72:12-14), y consolando (86:17). Estas son palabras fuertes, relacionales, nutrientes y compasivas. Son palabras propias de un pacto. Caracterizan nuestra relación con Dios y con las demás personas. El hombre y la mujer deben ser fecundos y ejercer dominio cumpliendo sus vocaciones distintivas. Satanás entró en acción para torpedear la estructura del reino de Dios invirtiendo el orden de la creación y acudiendo a la mujer. Cuando el hombre y la mujer pecaron, perdieron su capacidad de ser y hacer aquello para lo cual Dios les había creado y comisionado. Pero Dios, en su misericordia abundante, prometió el Redentor que restauraría la relación que habían perdido. El hombre y la mujer oyeron la primera proclamación del evangelio (Génesis 3:15). La promesa se conservaría por medio de la descendencia de la mujer. La respuesta de Adán a esta buena noticia fue darle un nombre a su mujer; un indicador de que él había sido restaurado al liderazgo. Adán llamó a su mujer Eva «porque ella era la madre de todos los vivientes» (v. 20). Esto me deja sin aliento. Eva significa «dadora de vida». Gracias al evangelio, la que arrebató vida fue restaurada para ser una ayuda dadora de vida tal como antes de la Caída. Esta vocación redentiva de ser una dadora de vida no es simplemente biológica. La mujer redimida es llamada a ser una dadora de vida en cada momento, relación y situación. Debes entender esto: sólo las mujeres redimidas tienen la capacidad de hacer visible el diseño creacional y el llamamiento redentivo de Dios. Esto también me deja sin aliento. Multiplicarse y ejercer dominio siguen siendo el encargo obligado de la iglesia. El liderazgo y la sumisión aún son el marco relacional impuesto a la iglesia para que los hombres y las mujeres vivamos nuestros privilegios y responsabilidades asociadas al pacto. Cuando Pablo le dijo a Timoteo: «Yo no permito que la mujer enseñe ni que ejerza autoridad sobre el hombre» (1 Timoteo 2:12), se refería a una autoridad judicial o gobernante. Y señaló rápidamente la razón: «Porque Adán fue creado primero, después Eva» (v. 13). El gobierno de la iglesia debe reflejar el orden creado, reflejando así el carácter de Dios y, en consecuencia, reflejando el evangelio. El liderazgo y la sumisión son el orden que Dios estableció para ser uno en el matrimonio y alcanzar la unidad en la iglesia. Cada vez que una mujer invierte este orden, se convierte en alguien que arrebata vida. En lugar de alimentar una sensación de hogar y familia en su hogar y en su iglesia, ella absorbe y seca la vida de esa relación/situación. La sumisión bíblica nos libera para hacer que la realidad del diseño y la vocación femenina establecidos por Dios sea visible a nuestras familias, amigos, vecinos, y a la próxima generación. ¿Por qué nos habríamos de rebelar contra una vocación tan alta y santa? Por la misma razón que nuestra Madre Eva —orgullo—. Somos mujeres vanas y vivimos en la «Feria de la Vanidad». Necesitamos el evangelio, y necesitamos que la iglesia y otras mujeres nos ayuden a saber cómo orientar nuestras vidas hacia él —así es como funciona el pacto—.
Este artículo fue originalmente publicado por Ligonier Ministries en esta dirección. | Traducción: Cristian Morán
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El amor de Dios y las heridas del alma
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El amor de Dios y las heridas del alma

Una amiga me regaló una placa que dice: «las abuelas son niñitas de edad avanzada». No sé qué tenía en mente quien lo inventó, pero mi interpretación es que, mientras más vivimos, más volvemos a la simplicidad de la niñez. Estoy convencida de que las cosas no son tan complicadas como las veía cuando era joven. Como ahora tengo más de sesenta años, probé mi teoría (de que la vida se vuelve más simple) encuestando a una de mis madres espirituales que ya pasó los noventa. Su respuesta fue: «cuando era muy niña, aprendí que Dios es amor». Yo me quedé esperando más, pero ella solo sonrió. Había terminado; lo había dicho todo. La bondad y la belleza de su sencilla afirmación contrastó agudamente con lo que yo estaba viviendo en ese momento. Y sus palabras contrastaron, también, con su propio mundo. Estaba preparándose para dejar la casa en que había vivido cincuenta y siete años —toda una vida de recuerdos— y trasladarse a una residencia de vida asistida. Yo sabía que ella tenía un dolor en el alma. ¿Cómo podemos conciliar nuestras creencias con nuestras experiencias? Esto tampoco es demasiado complicado. Aun siendo pequeñita sabía, muy en lo profundo, que yo no estaba bien y que las cosas tampoco lo estaban. Ahora tengo palabras para expresar esta realidad: somos personas caídas, vivimos en un mundo caído y así estaremos hasta que Jesús nos lleve o hasta que regrese y restaure todas las cosas. Esperamos con el corazón herido pero confiado porque Dios es amor. Él nos ha llevado desde el reino de la oscuridad al Reino de la luz para que podamos vivir en la luz incluso cuando está oscuro. Esta es una de las cosas que me siento obligada a decirle a la próxima generación, y con razón —no porque yo sea sabia, sino porque Dios nos encarga «conta[r] a la generación venidera las alabanzas del Señor, su poder y las maravillas que hizo» (Sal 78:4)—. Este encargo incluso es adaptado específicamente a nuestro género cuando Pablo le dice al joven predicador que equipe a las mujeres mayores con sana doctrina para que puedan «enseñar lo bueno», y así «instruir a las jóvenes» (Tit 2:3-5). Me encanta la historia de la mujer mayor que le habló a la joven María sobre las maravillosas obras del Señor. Cuando María y José llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarlo ante el Señor, Simeón tomó al niño en sus brazos y alabó a Dios: «[...] mis ojos han visto tu salvación, la cual has preparado en presencia de todos los pueblos; luz de revelación a los gentiles, y gloria de tu pueblo Israel». Luego, confrontó a María con una sobrecogedora realidad: «[...] y una espada traspasará aun tu propia alma [...]» (Lc 2:30–35). Qué estimulantes y aterradoras palabras. Imagina las emociones que se desencadenaron en María cuando sus pensamientos se dispararon de la luz a la gloria y a una espada en su alma. En ese momento Dios envió a Ana, una viuda de ochenta y cuatro años que «dio gracias a Dios, y habló de Él a todos los que esperaban la redención de Jerusalén» (v. 38). Simplemente habló de Él y dio gracias a Dios por Él. Ana no trivializó la espada, sino que tomó en cuenta toda la situación. Vio la espada a la luz del Evangelio, así que le habló a María del Redentor y la redención que Él había venido a cumplir. La mujer mayor habló palabras de vida que dirigieron a la más joven a las gloriosas obras de Dios —su poder y maravillas—, todo envuelto en el bebé que María cargaba en sus brazos. La redención implica perdón. Cuando Adán y Eva pecaron, su relación con Dios se rompió, pero Dios prometió pagar el precio de la redención para que la relación pudiese restaurarse. Perdonar nuestra deuda le costó lo que más amaba, pero Él es amor y eso es lo que el amor hace.  Quien ha experimentado este perdón es liberado y siente la obligación de perdonar a otros; aun a aquel que introduce una espada en nuestra alma. A veces, la persona más difícil de perdonar es uno mismo. Cuando nuestro propio pecado hunde una espada en nuestra alma, pensamos que somos indignos de perdón —y lo somos; de ahí la maravilla—. La redención es la gran historia de la Escritura. Todo apunta al Redentor. La historia de María, la mía y la tuya son hilos de la historia de amor de la redención. Dios nos amó tanto que planificó y llevó a cabo nuestra redención en Cristo. La redención no se limita al momento de la justificación. Dios está redimiendo todo; aun las espadas que atraviesan nuestras almas. Él está transformándonos a la semejanza de Jesús, y tiene el poder suficiente para usar cada relación y situación, y cada espada, para cumplir su glorioso objetivo. El Evangelio realmente es así de poderoso. Ana lo había aprendido, así que simplemente dio gracias. Alguien que ha vivido Coram Deo, ante el rostro de Dios, puede hablar de Jesús con credibilidad, seguridad, y gratitud. Ana habló de Jesús a una mujer herida y esta escuchó. Dejó el templo y cumplió su misión de ser la madre del Mesías. Cuando mi amiga pronunció esas simples palabras: «Dios es amor», yo escuché. Salí de su casa inundada por la maravilla de mi redención en Cristo, y le di gracias a Dios. Cuando una espada atraviesa el alma de una mujer más joven, esta debería contar con una mujer mayor que sienta la obligación de hablarle de Jesús y escuchar hasta que su corazón empiece a sentir gratitud. ¡Qué profundo y maravillosamente simple!.
Este artículo fue originalmente publicado por Ligonier Ministries en esta dirección.