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Criar una familia lejos de casa
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Criar una familia lejos de casa

Había tenido un tiempo difícil intentando encontrar un asiento en la graduación de octavo grado de mi hija. Caminé por las filas de familia extendida que se sentaron juntas: mamás y papás orgullosos, abuelos canosos, así como también tías, tíos y primos. Aunque finalmente encontré un asiento vacío, junto a una amiga con su familia extendida, la tristeza entró sigilosamente en mi corazón. Uno de los profesores favoritos entró en el escenario y llamó a nuestra hija para que recibiera un premio especial. Las lágrimas llenaron mis ojos mientras escuchaba sus palabras positivas y disfrutaba de este hito en la vida de nuestra hija. Deseé que nuestra familia completa pudiera haber experimentado en persona lo que yo intentaba capturar en video. Deseaba que todos pudieran haber estado ahí. Quizás puedes identificarte con esto. Tal vez el trabajo de tu cónyuge los ha llevado lejos de casa o sus vidas como misioneros los ha llevado al extranjero. Quizás seas parte del ejército y deban cambiarse de casa cada dos o tres años. En la providencia de Dios, muchas cosas buenas y valiosas nos llevan lejos de aquellos que amamos, lo que nos deja luchando para confiar en el Señor y estar contentos. A pesar del hecho de que me encantaría tener a mi familia cerca, Dios ha provisto ciertas bendiciones inesperadas a medida que criamos a nuestros hijos lejos de casa.
1. Realmente dejas a tu familia biológica y te unes a tu nueva familia
Irse lejos de casa realza dejar a tu familia biológica en matrimonio y abre más la puerta para unirse como nueva familia. El apóstol Pablo escribe (citando a Génesis): «Por esto el hombre dejará a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne» (Ef 5:31). Después de habernos cambiado de casa a una nueva ciudad, mi esposo y yo solo nos teníamos el uno al otro. Dejar y unirse no fue tan complicado para nosotros, puesto que no era fácil irnos a la casa de nuestros padres cada vez que teníamos un desacuerdo. En los últimos dieciocho años de nuestro matrimonio, hemos vivido en tres estados diferentes mientras nos preparábamos para el ministerio y el servicio en varias iglesias. En los tres lugares, hemos estado lejos de las familias de ambos. En ciertas maneras, ni siquiera sabemos cómo sería vivir cerca de nuestros padres o hermanos. Esta siempre ha sido nuestra normalidad. Mi esposo y yo aprendimos cómo confiar el uno en el otro, a formar amistades juntos y comenzamos nuestra nueva vida sin las complejidades relacionales de tener cerca a la familia extendida. Obviamente extrañamos los beneficios de estar más cerca, pero somos agradecidos por cómo Dios nos ha bendecido también. Nuestro matrimonio es más fuerte debido al camino que hemos recorrido juntos.
2. La familia de la iglesia se convierte en tu familia
Sin la familia extendida cerca, las relaciones dentro del cuerpo de nuestra iglesia inmediatamente se hicieron más significativas. Ni siquiera puedo comenzar a contar todas las maneras en que Dios ha provisto el apoyo que necesitamos por medio de la familia de la iglesia. Desde babysitting y comidas cuando nacieron nuestros hijos hasta ir a las presentaciones o recitales de nuestros niños, vínculos que han sido formados con nuestros hermanos y hermanas en Cristo que salieron de su comodidad para amar a nuestra familia. Hace poco, en la obra de teatro de nuestra amiga, una pequeña multitud de padres y pequeños niños de nuestra iglesia se juntaron a su alrededor para tomarse una foto con ella. La amiga de mi hija le dijo: «¿Todos ellos son tus hermanos y hermanas?». El gozo de las relaciones en el cuerpo de Cristo es más dulce al suplir la familia que no puede estar ahí. Jesús prometió abundantes bendiciones a aquellos que renuncian a las comodidades del hogar y la familia para seguirlo: «En verdad les digo, que no hay nadie que haya dejado casa, o hermanos, o hermanas, o madre, o padre, o hijos o tierras por causa de mí y por causa del evangelio, que no reciba cien veces más ahora en este tiempo: casas, y hermanos, y hermanas, y madres, e hijos, y tierras junto con persecuciones; y en el siglo venidero, la vida eterna» (Mr 10:29-30).
3. Eres presionado a depender de Dios
En la ausencia del apoyo de la familia, hemos sido empujados aún más hacia el Señor con nuestras pruebas diarias. La compañía de nuestro Padre celestial es infalible. Él siempre estará con nosotros (Mt 28:20). En mis tiempos de mayor lucha, Dios me ha acercado a él por medio de las promesas en su Palabra, a versículos como 2 Corintios 12:9: «Te basta mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad». El anhelo por la familia ha sido especialmente fuerte en tiempos de transición en la vida (cuando cada uno de nuestros bebés nacieron y en hitos importantes de sus vidas, en especial mientras van creciendo). A medida que intentamos navegar yendo a dejar a cada uno de nuestros hijos a cuatro lugares diferentes, pienso en cuán bueno sería tener un poco de ayuda con la conducción del auto y el babysitting. Puede ser difícil no sentir envidia de aquellos que tienen el apoyo de su familia cerca. Mientras los anhelos por tener a la familia cerca nos presionan, podemos encontrar medidas de gozo al confiar en que Dios nos tiene exactamente donde él quiere que estemos. Buscamos a Cristo para nuestra satisfacción en lugar de perfectos planes familiares. Ver a mi amiga Sarah y a su esposo recoger a sus cuatro niños e irse a las arenas desérticas de África me recuerda que vivir lejos de la familia es un sacrificio que vale la pena hacer. Su familia destaca el valor incomparable de Jesús. Cuando se han rendido al irse a un lugar distante y desconocido, han obtenido la oportunidad de proclamar la gloria de Dios a aquellos con poco acceso al Evangelio.
4. Te relacionas más con quien está solo y herido
Cuando nos sentimos solos o descontentos, existe la tentación a revolcarnos en la autocompasión. Sin embargo, uno de los mejores antídotos es dejar de autocompadecerse y, en su lugar, debemos centrar nuestra atención a servir a alguien más que está en necesidad. Vivir lejos de la familia puede darnos una sensibilidad especial a aquellos que podrían estar heridos y solos. Recuerdo el semestre que pasé estudiando en España. En una nueva cultura, con un idioma que estaba recién comenzando a entender, echar de menos el hogar era una batalla real. En la providencia de Dios, conocí una familia misionera que me acogió como su propia hija, invitándome cada semana a cenar y a estudiar la Biblia. El tiempo que pasé con estos preciados y hospitalarios creyentes aleccionó el aguijón de la nostalgia del hogar. Mi tiempo en el extranjero me dio una consciencia de la dificultad de ser una extranjera en una nueva tierra y cómo una simple invitación a cenar puede mostrar amor y preocupación. Dios quiere que usemos el consuelo que hemos recibido de Dios para consolar a otros (2Co 1:4-5). Presta oído a alguien que está batallando con la depresión. Asiste a la presentación o al partido de su hijo. Ofrécele a una nueva mamá ayuda práctica como babysitting o comidas.

Cualquiera que deje a su familia

Cuando Dios nos llama a vivir lejos de nuestros seres queridos, recibimos el tiempo juntos como un regalo especial. El tiempo con ellos no se da por sentado porque no es parte de la vida rutinaria. Nuestros hijos esperan con ansias ver a sus primos y abuelos. Criar tus hijos lejos de tus seres queridos es un desafío y un regalo. Cuando encuentras a tu corazón anhelando una circunstancia diferente, recuerda las bendiciones que el Señor da y cómo provee en maneras inesperadas: «El Señor es la porción de mi herencia y de mi copa; tú sustentas mi suerte. Las cuerdas me cayeron en lugares agradables; en verdad es hermosa la herencia que me ha tocado» (Sal 16:5-6). Abraza la porción que Dios te ha asignado hoy. El alegre sacrificio de dejar a los que amas será más que compensado por el don de Dios mismo. Tu situación de mayor dolor puede convertirse en una gran bendición.
Stacy Reaoch © 2018 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso. | Traducción: María José Ojeda
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Haz ejercicio para tener más de Dios
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Haz ejercicio para tener más de Dios

Mi monitora de la clase de fitness estaba haciendo lo mejor que podía para que nos mantuviéramos haciendo la plancha por un par de segundo más. «¡Vamos, chicas! ¿Quién va a tener una cintura más pequeña que la de su compañera? ¡Se acerca el verano! ¿Están listas?». Sus tácticas me causaron rechazo: usar la competencia con otras mujeres y tener un cuerpo listo para la playa como la razón principal para ejercitar. Nuestra cultura occidental principalmente centra los beneficios del ejercicio en nuestra apariencia externa junto con la ventaja de vivir libres de enfermedad. Sin embargo, como cristianos, nuestra motivación para administrar nuestros cuerpos debe estar arraigada en algo mucho más profundo que poder ponerse un vestido de una talla menos. La respuesta no es renunciar al ejercicio, sino que enfocarse en los propósitos detrás del entrenamiento físico. El ejercicio puede ser una disciplina buena y saludable en la cual invertir cuando se lleva a cabo por las razones correctas.

¿Es el ejercicio un lujo?

En nuestra acelerada sociedad, puede ser fácil sentir que no tenemos tiempo para hacer ejercicio. Los plazos del trabajo, las tareas de la casa, los horarios de las actividades de los niños y los compromisos con el ministerio pueden hacernos sentir como si no existiera un minuto libre para hacer ejercicio. Podemos llegar a estar tan ocupados con la tiranía de lo urgente o con el cuidado de otros que parece imposible preocuparnos por nosotros mismos. El ejercicio puede parecer un lujo que no podemos permitirnos, algo que rutinariamente agregamos a la lista de nuestras resoluciones de Año Nuevo, pero luego lo quitamos de la lista la tercera semana de enero. O, en el momento que sentimos que tenemos una pequeña oportunidad, nuestra energía cae en picada y preferimos sentarnos en el sillón con un pocillo de helado viendo Netflix. Reconocer las diversas bendiciones de hacer ejercicio puede entregarnos la motivación que necesitamos para crear un espacio en nuestras ocupadas vidas.

Los beneficios del ejercicio

El ejercicio ofrece una montaña de beneficios, desde mantener nuestros corazones latiendo y nuestros músculos fuertes, hasta aumentar nuestros niveles de energía y entregar una carga emocional que viene de la liberación de endorfinas. En el libro de Shona Murray, Refresh [Refréscate], ella comenta sobre los estudios médicos que validan el ejercicio incluso como un medio para combatir la depresión: «el ejercicio y los patrones de descanso adecuados generan alrededor de un 20 % del aumento de energía en un día promedio, mientras que hacer ejercicio cinco veces a la semana es tan efectivo como los antidepresivos para la depresión leve a moderada» (72). Personalmente, hago ejercicio tanto por los beneficios emocionales como por los físicos. A lo largo de mi adultez, he sido propensa a altibajos emocionales y a veces los bajos son bastante profundos. Algunos días, necesito orar por fuerza para salir de la cama y hacer lo que debo hacer, el ejercicio es una de esas cosas. He aprendido que mientras mantengo la disciplina de dirigirme al gimnasio o salir a trotar, soy recompensada con un espíritu más feliz y un aumento de energía. A menudo Dios usa el ejercicio como un medio para cambiar mi triste humor hacia uno alegre. Y cuando mi cuerpo no me arrastra, encuentro menos difícil deleitarme en el Señor. El ejercicio tiene una manera de limpiar las telarañas de mi cerebro y me ayuda a mantener mi enfoque en las promesas de la Escritura. Me despierta para escuchar de buena gana el sonido de la voz de Dios a través de la lectura y de la meditación en la Biblia. Puede ayudarme a enfocarme en la memorización de una sección en particular de la Escritura y a mantener mi compromiso mientras oro por las necesidades que me rodean. El mundo nos dice que el ejercicio es una herramienta primordial para nuestra vanidad y para vivir más. A continuación compartiré cinco razones para buscar un plan de ejercicio continuo que no tiene que ver con verte mejor en tu traje de baño.
1. Haz ejercicio con el fin de administrar la tienda de campaña terrenal que Dios te ha dado
Mantener nuestros corazones latiendo y nuestros cuerpos fuertes nos capacitará para seguir adelante, incluso a medida que envejecemos. Así como Dios nos da dinero para usarlo sabiamente, relaciones en las cuales invertir diligentemente y tiempo para usar efectivamente, también nos da un cuerpo para administrarlo bien. Honramos a nuestro Creador cuando nos preocupamos por los cuerpos que se nos confiaron por medio del ejercicio y de la alimentación nutritiva. «¿O no saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo que está en ustedes, el cual tienen de Dios, y que ustedes no se pertenecen a sí mismos? Porque han sido comprados por un precio. Por tanto, glorifiquen a Dios en su cuerpo y en su espíritu, los cuales son de Dios» (1Co 6:19-20).
2. Haz ejercicio con el fin de servir a otros
Jesús nos redimió del pecado con el fin de que nos dediquemos a hacer el bien (Ti 2:14). Sin duda, una vida dedicada a darnos por otros será más fácil con un cuerpo fuerte y saludable. Usamos la fuerza de nuestros brazos para tomar bebés o niños que cuidamos o para ayudar a un vecino anciano a arreglar su casa. Usamos nuestras piernas para ir a lugares que necesitan escuchar las buenas noticias de Jesús, ya sea en la casa de tu amigo cruzando la calle o a un grupo de personas no alcanzadas al otro lado del mundo.
3. Haz ejercicio con el fin de mantener tu mente despierta y alerta
Murray escribe: «las investigaciones han mostrado que caminar solo tres kilómetros al día reduce el riesgo del deterioro cognitivo y de la demencia en un 60 % y aumenta las habilidades y la eficiencia para resolver problemas» (Refresh, 72). El ejercicio constante puede ayudarnos a continuar para ser estudiantes de la Palabra de Dios a medida que crecemos y aprendemos a través del estudio y de la meditación regular, al desempacar las promesas de la Escritura y al aplicarla toda a nuestras vidas diarias. «Preparen su entendimiento para la acción. Sean sobrios en espíritu, pongan su esperanza completamente en la gracia que se les traerá en la revelación de Jesucristo (1P 1:13).
4. Haz ejercicio con el fin de evangelizar
Los programas de ejercicios regulares nos dan instancias para conocer gente fácilmente, para generar relaciones y para compartir nuestra fe. En medio de mi estricto horario de ejercicios y entre ir a dejar a mis hijos a la escuela, me veo tentada a enfocarme menos en lograr mis objetivos. Sin embargo, cuando estoy dispuesta a sacarme los audífonos, he tenido el placer de formar nuevas relaciones, de compartir mi fe y de invitar a una nueva amiga a un estudio bíblico, todo mientras ejercito en la elíptica. Conversaciones espirituales inesperadas pueden suceder cuando mantenemos nuestros ojos y nuestros oídos abiertos a quienes nos rodean. «Estando siempre preparados para presentar defensa ante todo el que les demande razón de la esperanza que hay en ustedes. Pero háganlo con mansedumbre y reverencia» (1P 3:15).
5. Haz ejercicio con el fin de deleitarte en Dios
George Müller dijo una vez:
La primera gran y principal responsabilidad de la que debo ocuparme todos los días es tener mi alma feliz en el Señor. La primera cosa con la que debía estar preocupado no era cuánto serviría al Señor ni cuánto lo glorificaría, sino cómo llevaría mi alma a un estado feliz y cómo mi hombre interior sería alimentado (A Narrative of Some of the Lord’s Dealings with George Müller [Una narración de algunos tratos del Señor con George Müller, 1:271).
Para algunos de nosotros, hacer que nuestras almas estén felices en Cristo puede significar que comencemos nuestro día con ejercicios para enfocarnos mejor en las verdades de la Palabra de Dios. Ora para que salgas de la cama y vayas al gimnasio como un medio de despertarte para preparar tu mente y corazón para el consumo de la Escritura. El estrés que pueden provocar las circunstancias difíciles en nuestras vidas o el quebranto del mundo que nos rodea puede ser avasallador. Usa el ejercicio como un medio secundario para luchar con mantener la perspectiva correcta en la vida. Como parte de la neblina desaparece por una enérgica caminata o un paseo en bicicleta, medita en la Palabra de Dios. Pelea para creer que sus caminos son mil veces mejores que los caminos del mundo y las riquezas del cielo mucho mejores que las riquezas del mundo. «Porque mejor es un día en tus atrios que mil fuera de ellos. Prefiero estar en el umbral de la casa de mi Dios que morar en las tiendas de impiedad» (Sal 84:10).

Disciplínate a ti mismo

«Disciplínate a ti mismo para la piedad», escribe Pablo, «porque el ejercicio físico aprovecha poco, pero la piedad es provechosa para todo, pues tiene promesa para la vida presente y también para la futura» (1Ti 4:7-8). Ya sea que ejercites veinte minutos todos los días o una hora un par de días a la semana, haz que sea un hábito pelear por tu gozo en Cristo por medio de los hábitos del ejercicio. El ejercicio regular vale muchísimo más que un vientre plano o una talla más pequeña de cintura. Puede ser un camino hacia un amor y un gozo más profundos en nuestro Padre celestial.
Stacy Reaoch © 2019 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso. | Traducción: María José Ojeda
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Cuando hieren a nuestros hijos
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Cuando hieren a nuestros hijos

Hace poco una amiga me contó sobre una franca conversación que tuvo con su hijo que está en situación de discapacidad. Es un brillante y conversador niño de trece años que está limitado a una silla de ruedas debido a una lesión en su médula espinal. Una tarde, su madre le preguntó si había algo que él quisiera que las personas supieran de él, a lo que él respondió: «me gustaría que las personas supieran que no hay nada malo en mi cerebro». Muchas veces, otros han visto su discapacidad física y han pensado erróneamente que tiene una discapacidad mental también. La incomodidad de no entender su condición, combinada con no querer decir algo ofensivo, a menudo evita que los niños se conecten con él. Mi amiga trabaja duro para entrenar a su hijo para que pueda conectarse con otros e incluso para ser capaz de reírse de las incomprensiones de los demás. No obstante, el dolor aún está ahí, dolor sentido por su hijo que se siente invisible ante sus pares y ante esa mamá que estaba sentada en primera fila.

Heridas por las heridas de nuestros hijos

No existe nada que hiera más que ver cómo otros hieren a los hijos que has cuidado y criado. Como madres, damos cualquier cosa para proteger a nuestros hijos del dolor y del sufrimiento, pero no siempre está en nuestro control hacerlo. Como madre joven, siempre me sentí un poco ansiosa al ir a museos y parques llenos de gente con mis hijos pequeños. Parecía que casi cada vez que íbamos, mis pequeños iban al grupo de niños que esperaban subir al resbalín o que esperaban  ver una nueva exhibición, pero niños más agresivos los empujaban hacia atrás. Recuerdo el enojo hirviendo dentro de mí mientras miraba cómo otros niños literalmente pisaban a los míos. A medida que mis hijos crecieron, las situaciones han cambiado. Quizás no son empujados fuera de la fila para subirse a un par de columpios, pero en lugar de ello los dejan fuera de una invitación a una fiesta, o los sacan de un equipo o de un reparto, o son heridos por el comentario desagradable de un amigo. Como mamá, estas heridas son difíciles de procesar. Ver a mi hijo ser herido hace que la mamá osa en mí esté lista para gruñir. Quiero pedirles cuentas por las heridas que les han provocado. Quiero que experimenten el peso del mal que han hecho. Quiero que mis hijos sean vindicados.

Seis maneras de responder

Por tanto, ¿cómo nosotras, las madres, navegamos por el desorden de emociones cuando vemos que nuestros hijos son heridos o que otros son injustos con ellos? Es tentador querer decirle a nuestros hijos la injusticia de la situación y criticar las acciones de otros. Sin embargo, probablemente, eso no va a ayudar a la situación. Al contrario, creará amargura y descontento tanto en los corazones de ellos como en los nuestros. He aprendido a predicar un par de recordatorios enfocados en el Evangelio tanto para mis hijos como para mí misma cuando se han provocado heridas.
1. Recuerda que todos somos pecadores
No existen las personas perfectas y no existen los hijos perfectos. Todos nosotros pecamos y herimos a otros. Las personas decepcionarán a nuestros hijos y nuestros hijos los decepcionarán a ellos. Los buenos amigos de nuestros hijos fallarán en notar y en preocuparse cuando nuestros hijos estén luchando. Otros harán un comentario hiriente sobre ellos en el parque. «No hay justo, ni aun uno» (Ro 3:10). Así como otros han herido insensiblemente a nuestros hijos, también nuestros hijos probablemente le han hecho lo mismo a otros. Una pregunta útil para hacerle a nuestros hijos cuando han sido heridos por otros es: «¿cómo podrías haber contribuido a la situación?». A menudo, estamos ciegos para ver nuestro propio pecado. Ten cuidado con no asumir que tu hijo es inocente de toda maldad.
2. Pasa por alto la ofensa
Los pensamientos negativos son como un espiral descendente. Sabemos que el comportamiento de nuestros hijos en una cancha de básquetbol fue criticado severamente por el entrenador, por lo tanto contemplamos cómo podemos cuestionar pasiva-agresivamente sus técnicas de entrenamiento. Es fácil repetir la situación en nuestras mentes e idear la respuesta perfecta de contraataque debido a nuestra herida. Sin embargo, Proverbios 19:11 habla de la gloria de pasar por alto una ofensa. Una de las mejores maneras de seguir adelante después de una situación hiriente es, por la gracia de Dios, elegir el perdón. En lugar de permanecer en el mal cometido, permanece en lo que es bueno, correcto y verdadero (Fil 4:8). Es bueno que mi hijo tenga una oportunidad de jugar básquetbol. Es verdad que su desempeño necesita mejorar. Puedo estar agradecida de que el entrenador quiere hacerlo un mejor jugador. Al escoger dejar ir, estamos confiando en que Dios está en control de la situación y que él compensará. No digo esto para que nunca confrontes un mal cometido. Es bueno orar por sabiduría para decidir cuándo las ofensas deben ser confrontadas y cuándo deben dejarse pasar.
3.  Cree lo mejor
En cada situación dolorosa, tenemos una opción. Podemos creer que la otra parte hirió a propósito a nuestros hijos o podemos creer que no tuvieron intención de herirlos. Podemos asumir que la actividad de la que fueron excluídos fue arreglada y hecha injustamente o podemos asumir que los jueces hicieron lo que mejor pudieron en escoger al grupo o equipo. Cuando parece que nuestro hijo ha sido menospreciado en alguna forma, nuestra tendencia natural y pecaminosa es asumir lo peor de la parte opositora. «Probablemente, tuvo menos tiempo de juego que otros porque perdió algunos de los entrenamientos dominicales». «¡Por supuesto, los hijos del entrenador son parte del equipo!». Ese tipo de palabras crean amargura y descontento tanto en nuestros corazones como en los de nuestros hijos. Pablo nos recuerda: «[El amor] todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta» (1Co 13:7). A menos que tengamos una evidencia clara de que la malicia está actuando, deja que el amor permee nuestros pensamientos y mentes al asumir que la herida no fue intencional.
4. Confía en que Dios es soberano
Los errores o injusticias cometidas contra nuestros seres amados no están fuera del control de Dios. ¿Recuerdas cuando José fue encarcelado en Egipto? En Génesis, se nos recuerda tres veces que Dios estaba con José. El libro Read-Aloud Bible Stories [Historias bíblicas para leer en voz alta] repetidamente da esta simple respuesta a la herida e injusticia que José enfrentó en su propia vida: «¿José estaba feliz? No, pero Dios estaba ahí». Se nos recuerda que incluso con tristeza y dolor en nuestros corazones, Dios no nos ha abandonado. Cuando nuestro adolescente es excluido de las reuniones sociales de otros o no encaja debido a sus convicciones cristianas, Dios está ahí. Él está obrando en medio de nuestras pruebas. La soledad que siente podría ser aquello que Dios use para hacer que crezca en su fe. Él ve, conoce y está en control de las heridas en las vidas de sus hijos. Nada está fuera de su control.
5. Recuerda que Dios es nuestro vengador
La famosa cita, «dales una cucharada de su propia medicina» es un antídoto del mundo para las heridas provocadas por otros. Queremos que otros paguen por las heridas que nos han hecho a nosotros o a nuestros seres queridos. Cuando un par nuestro le dice algo malo a nuestro hijo, nuestra inclinación pecaminosa es contestar con una palabra cortante o encontrar una manera de apuntar a las fallas de su hijo. Cuando somos tentados a pagar mal por mal, a impartir lo mismo que  nuestros seres queridos recibieron, necesitamos recordar que Dios es quien venga. Cuando los israelitas estaban llenos de miedo mientras veían que el ejército del faraón se acercaba al Mar Rojo, Dios les recordó su poder y fuerza para vengar: «No teman; estén firmes y vean la salvación que el SEÑOR hará por ustedes. Porque los egipcios a quienes han visto hoy, no los volverán a ver jamás. El SEÑOR peleará por ustedes mientras ustedes se quedan callados» (Ex 14:13-14). Perseveramos en amar a quien nos hirió al confiar en que Dios compensará los errores hechos (Ro 12-.19-21).
6. Extiende la gracia de Dios
Nuestras heridas y las de nuestros hijos son un recordatorio perfecto para extender la misma gracia que Dios nos ha dado por medio de Jesucristo. No somos dignos de ser perdonados. No ganamos el derecho de ser amados por nuestro modelo de comportamiento. ¡Es lo opuesto! Cuando éramos enemigos de Dios, Él murió por nosotros (Ro 5:10). Esto nos motiva a extender gracia a aquellos que nos han herido a nosotros y a quienes amamos. La misericordia de Dios será resaltada en nosotros cuando mostremos amor y perdón a aquellos que han herido los corazones de las personas que más amamos. Tanto el espíritu alegre como el amargado son contagiosos. ¿Qué actitud de tu corazón está enmarcada en las palabras que salen de tus labios? Modelemos la gracia y la misericordia de Cristo a los discípulos que viven dentro de las cuatro paredes de nuestra casa. Ellos serán los primeros en notar si es que estamos respirando el aire tóxico de la amargura o el aire fresco de la gracia.

No para el débil de corazón

Escuché que alguien dijo que nuestros hijos son como nuestros corazones que caminan fuera de nuestro cuerpo. Es natural que sintamos una unión emocional con quienes llevamos en nuestro útero por nueve meses. Las alegrías de nuestros hijos se convierten en nuestras alegrías y las tristezas de nuestros hijos son las nuestras. No obstante, esas experiencias que son las más difíciles de navegar para nuestros hijos también pueden ser la mejor cancha de entrenamiento. A medida que los pastoreamos por medio de sus dificultades, podemos apuntar a la oportunidad de convertirnos más como Cristo: no pagar mal por mal, sino que con una bendición; dejar pasar las palabras o las acciones hirientes, teniendo compasión de otra alma herida; creer lo mejor del profesor o entrenador que los trató con dureza; confiar en la bondad y en la fidelidad de Dios en medio de una prueba difícil. Mientras aconsejamos a nuestros hijos, seamos diligentes para luchar con nuestras propias tentaciones que nos llevan hacia la amargura y el enojo. Nuestros hijos notarán si es que estamos cuidando sus heridas con chismes y calumnias o corriendo a la Palabra de Dios que es como un bálsamo sanador. Que Dios nos dé la gracia para modelar un amor tolerante, paciente y misericordioso hacia aquellos que han herido a nuestros hijos.
Stacy Reaoch © 2019 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso.
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La soltería no es un problema que deba solucionarse
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La soltería no es un problema que deba solucionarse

Hace poco, recibí un correo electrónico de una mujer soltera de unos veinte años pidiéndome un consejo. El deseo de su corazón era casarse, pero ella no veía ninguna posibilidad cercana. Me contaba de su amor por Jesús y de su deseo de buscar la pureza. Ese deseo la había llevado a abstenerse de tener relaciones románticas frívolas que muchos adultos jóvenes alrededor de ella disfrutaban. El correo electrónico de esta preciosa mujer me hizo llorar mientras leía como ella dejaba al descubierto la soledad que sentía, el deseo intenso de que un hombre piadoso la buscara y los sentimientos dolorosos al no ser deseada, pues no había a quien amar.

El dolor del amor perdido

Puedo identificarme con ella en muchas de sus emociones. En mi tiempo de soltera, recuerdo haber tenido esos mismos sentimientos. Anhelaba ser amada incondicionalmente por alguien que me valorara tal como soy, con cada mancha, imperfección y pecado. Mi corazón añoraba al joven que había terminado conmigo después de dos años de relación y yo luchaba con sentimientos de rechazo. Sin embargo, Dios, en su misericordia, no me dejó ahí. A través de mi angustia, me acercó más a Él para encontrar consuelo en su Palabra, donde aprendí a confiar en que el Señor no niega nada bueno a aquellos que andan en integridad (Sal 84:11). Durante ese periodo de espera, leí un libro que me enseñó a ver correctamente las relaciones. Se llama Quest for Love [La búsqueda del amor] escrito por Elisabeth Elliot. Me inspiró a vivir una vida contracultural al negarme a ser parte de aquellas mujeres que buscan un hombre desesperadamente; más bien, decidí esperar a que el hombre correcto me buscara a mí. Un capítulo en particular de ese libro alteró mi vida. Se titula, «El matrimonio: ¿un derecho o un regalo?».

La ayuda de Elisabeth Elliot

En este corto capítulo, fui confrontada con la realidad de que había crecido con la expectativa de casarme. «Eso era lo que yo quería, así que por supuesto que Dios me lo iba a dar», pensaba. Sin embargo, de una manera sensata, Elisabeth Elliot corrigió mi imperfecta forma de pensar y volvió a alinear completamente mi perspectiva.
Si estás soltera ahora, la porción asignada para ti hoy es la soltería. Es un regalo de Dios. La soltería no debe verse como un problema, tampoco el matrimonio como un derecho. Dios en su sabiduría y amor nos concede cualquiera de ellos como un regalo.
¡La soltería es un regalo! ¿¡Acaso esto es una broma!? Estaba en shock y me sentí ofendida la primera vez que mis ojos leyeron esas palabras. Sin embargo, fueron la voz de Elisabeth Elliot junto con la del apóstol Pablo (1Co 7:7) las que me impulsaron a dejar de anhelar una relación inexistente para buscar a Jesús con todo el corazón y para vivir la vida que Él me había dado. Si quieren aprovechar al máximo la soltería mientras anhelan casarse, a continuación les comparto algunos puntos prácticos que aprendí durante el tiempo que me tocó esperar.
1. Acepten las oportunidades únicas que tienen como solteros
Como nos recuerda el apóstol Pablo, el casado tiene la doble responsabilidad de agradar tanto al Señor como a su esposa. No obstante, quienes aún no se han casado solo necesitan preocuparse de agradar a Jesús.
Sin embargo, quiero que estén libres de preocupación. El soltero se preocupa por las cosas del Señor, cómo puede agradar al Señor. Pero el casado se preocupa por las cosas del mundo, de cómo agradar a su mujer, y sus intereses están divididos. La mujer que no está casada y la virgen se preocupan por las cosas del Señor, para ser santas tanto en cuerpo como en espíritu; pero la casada se preocupa por las cosas del mundo, de cómo agradar a su marido (1 Corintios 7:32-34).
Como solteros, tienen una libertad única que les permite servir en maneras que podrían ser imposibles con una familia. Disfruten la libertad que les permite su agenda. Vayan de misiones, construyan relaciones profundas con amigos, pasen un poco más de tiempo en la Palabra de Dios y lean libros inspiradores que aviven su fe. Usen su don de la soltería como una forma de edificar y de bendecir a la iglesia.
2. Tomen riesgos
Confíen en que no importa el lugar en donde estén, si Dios planea que se casen, Él justamente los guiará a la persona indicada y en el tiempo correcto. Tenemos unos amigos muy amorosos que son un gran ejemplo de esto. Como solteros no se conocían. Ambos se fueron a vivir a un lejano lugar en África para servir con la misma agencia de misiones. No se imaginaban que Dios juntaría sus caminos en esas calientes arenas del desierto y que volverían a casa un año después comprometidos para casarse. Mi amiga me dijo, «mi marido me vio casi sin ducharme y sin maquillaje por un año. ¡Aún así quería casarse conmigo! ¡Eso es amor!». No dejen que el miedo los paralice y evite que vayan a lugares que pueden ser difíciles por temor a no conocer a sus futuros cónyuges. Dios es más grande que nuestros mejores planes.
3. Recuerden que el sexo no es lo principal
A la sociedad le encanta mentirnos diciéndonos que no podemos vivir sin romance ni sexo. Lamentablemente, vemos que cada vez más y más jóvenes lo creen. No obstante, Dios promete satisfacer todas nuestras necesidades en Jesucristo (Fil 4:19). Nuestra alegría, nuestra plenitud y nuestra satisfacción en la vida vienen al conocerlo a Él, no al buscar placeres momentáneos en una relación o incluso en un matrimonio. Vivir una vida de pureza y devoción a Dios les traerá mucho más alegría que lo que cualquier placer físico o relacional jamás podría darles.
4. Encuentren el amor completo e incondicional en Jesús primero
El anhelo de ser conocidos y amados completamente solo es satisfecho por medio de una relación real con Cristo. Ninguna persona puede amarlos mejor que Él. Él conoce cada pecado secreto, cada imperfección evidente. Si están escondidos en Él por fe, están cubiertos por su preciosa sangre. Son perdonados, libres y amados. Atesoren esta verdad y confíen en que Él puede ser y será suficiente para ustedes. En cualquier temporada de espera en la que Dios pudiera tenerles, elijan florecer donde estén plantados. Acepten la vida que Dios los ha llamado a vivir, ya sea como solteros o como casados. Confíen que ambos llamados son preciosos regalos de gracia, ambos con dificultades dolorosas y abrumadoras. La felicidad no se encuentra al hallar un alma gemela, sino que al encontrar satisfacción en un amoroso Salvador que los ha comprado y que los ha hecho hijos e hijas amados del Rey.
Stacy Reaoch © 2016 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso.