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RESEÑA: TRABAJO Y REDENCIÓN
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RESEÑA: TRABAJO Y REDENCIÓN

Trabajo. Para muchos esta palabra trae a la mente frustración, cansancio, desilusión y cosas parecidas. Sin embargo, como explica Tom Nelson en su libro Trabajo y redención, el «trabajo» no tiene que ser una «maldición»; al contrario, el diseño de Dios para la vocación nos capacita para ver el significado del trabajo en la vida cristiana y también nos permite recibir el trabajo como un regalo. Nelson expresa la preocupación de que muchos cristianos viven vidas compartimentadas en las cuales simplemente no saben conectar «la adoración del domingo con [el] trabajo del lunes». La principal carga de Trabajo y redención es mostrar que «nuestro trabajo tiene un valor intrínseco en sí mismo y que debe ser un acto de adoración» (58) y que «un entendimiento claro de la doctrina de la vocación hace que todas las facetas de nuestra vida reflejen coherentemente el hecho de que somos verdaderos discípulos de Cristo» (199).

Una teología bíblica del trabajo

Los primeros cuatro capítulos del libro exploran el tema del trabajo a lo largo de las principales divisiones de la historia de la redención de la Escritura: Creación, Caída, Redención y Nueva Creación. En el Capítulo 1 se explora la noción del trabajo en el orden creado original de Dios, especialmente en relación a ser hechos a la imagen de Dios. Como portadores de la imagen de Dios estamos diseñados para reflejar a un Dios que trabaja. Nelson les recuerda a sus lectores que «la vagancia en realidad es repulsiva y deshumanizante» (16). La razón por supuesto, es que el Dios cuya imagen portamos es un creador, «un trabajador. Dios no es un holgazán» (18). En el Capítulo 2, Nelson mira al «trabajo en un mundo devastado por el pecado». Su argumento se basa principalmente a partir de la narrativa de Génesis 3. Nelson afirma que debido a la caída nuestro trabajo se ha convertido en algo dolorosamente difícil, desilusionante y distorsionado. Estas distorsiones incluyen la adicción al trabajo que hace del trabajo un ídolo, la pereza que considera al trabajo como algo no importante y el dualismo que ve las supuestas vocaciones «seculares» como un empleo de segunda clase para los cristianos. En los Capítulos 3 y 4 explora el trabajo en el ahora pero todavía no de la redención. Nelson demuestra que la solución a la distorsión y a la desilusión creada por la caída es el Evangelio. «Como nuevas creaciones en Cristo, transformados de adentro hacia afuera, podremos nuevamente hacer el trabajo para el que fuimos creados» (56). Es más, en cuanto a la eternidad, Nelson argumenta que los cristianos necesitan «decirle adiós a […] la teología del bote salvavidas» que postula que nuestro trabajo bienintencionado en esta vida equivale a «reorganizar las sillas en la cubierta del Titanic» (72). Al contrario, una teología robusta de la nueva creación demuestra que habrá continuidad entre el mundo futuro y nuestro trabajo presente. El trabajo tiene un significado eterno y de nueva creación.

Trabajar para la gloria de Dios: una obra de amor

En los capítulos restantes se revela el significado teológico y práctico de la historia del trabajo de la Biblia. En los Capítulos 5 y 6 se analiza el valor inherente del trabajo y muestran que nuestra vocación es uno de los primeros contextos donde vivimos prácticamente los Grandes Mandamientos y también es uno de los principales medios para nuestro crecimiento y transformación espiritual. «Es en el trabajo donde la paciencia, la entereza de carácter y la esperanza son profundamente forjados en nuestras vidas» (119). En el capítulo 7 se examina la relación entre el trabajo y el bien común. Nuestras vocaciones tienen un propósito mayor que la simple remuneración financiera; son una oportunidad para amar al prójimo como a uno mismo. En el Capítulo 8 se muestra que «nuestro trabajo es un don de Dios, pero Dios también nos capacita para nuestro trabajo» (149) y se incluyen sugerencias para discernir el llamado vocacional. En el capítulo 9 se nos advierte amablemente de los potenciales peligros, particularmente los morales, que los cristianos encontrarán en el lugar de trabajo. Por último, en el capítulo 10, se explora brevemente la relación entre la vocación, la iglesia local y la misión del Evangelio.

Una meditación pastoralmente sensata sobre la vocación

Una de las características más fuertes de Trabajo y redención es la carga pastoral de Nelson y el deseo de ver a los cristianos integrar lo que significa ser un discípulo de Jesús con lo que significa ser un carnicero, un panadero o un fabricante de candelabros. Por esa razón, Trabajo y redención es una introducción a nivel laico para la teología de la vocación. Los pastores interesados en analizar asuntos teológicos pesados sobre la relación entre la misión de la iglesia, la vocación y el Reino de Dios encontrarán poca ayuda en el trabajo de Nelson. En lugar de ello, Trabajo y redención está salpicado de ilustraciones personales, historias, preguntas reflexivas y oraciones modelo para los trabajadores que llenan las bancas de cada congregación cristiana. La sensibilidad pastoral y el corazón de pastor de Nelson son evidentes a lo largo del libro, ya sea que esté discutiendo teología bíblica o cómo amar mejor a nuestro prójimo en el lugar de trabajo. En ningún otro lugar su sabiduría rebosa con más amabilidad que en la exploración de los desafíos en el lugar de trabajo del capítulo nueve. Este capítulo rebosa de consejo sabio para los cristianos (y para los pastores que los lideran) al mantener la integridad en los asuntos de los negocios, al evitar la tentación sexual en el lugar de trabajo y al lidiar con fe el desempleo. Una característica del libro que es particularmente útil es la inclusión de pequeños testimonios de cristianos respecto a cómo el hecho de comprender el retrato bíblico del trabajo ha dado forma a sus esfuerzos por agradar a Dios en su vocación. Estas viñetas, incluidas al final de cada capítulo, vienen con una variedad de ocupaciones: David, el director ejecutivo; Miguel, administrador escolar; Pilar, la estudiante; Santiago, el abogado; Débora, la mamá en casa; y otros. Los lectores probablemente tendrán su imaginación salpicada con estas viñetas y les ayudarán para reconocer cómo aplicar los principios y las verdades de Trabajo y redención a sus propias vocaciones.

Un par de objeciones menores

Trabajo y redención es un tratamiento bíblico sólido de la vocación. Sin embargo, me hubiese encantado que Nelson hubiera relacionado sus argumentos con más cercanía a los textos bíblicos que cita o a los que alude. Mientras que las categorías sistemáticas y bíblicas teológicas son generalmente correctas, los lectores pensativos que no comparten sus convicciones bíblicas podrían tener dificultades para ver exactamente cómo Nelson llega a sus conclusiones. También habría apreciado más discusión sobre la noción de que el trabajo es adoración. Según Nelson, la afirmación «el domingo decimos que vamos a adorar, y el lunes decimos que vamos a trabajar» revela «lo confusa que es nuestra teología» (23). Sin embargo, Trabajo y redención no ayuda a los lectores a aclarar la confusión completamente. Si el domingo en la mañana es adoración y el trabajo el lunes es adoración, entonces, ¿existe una diferencia entre los dos o son esencialmente lo mismo?

Disfrútalo y sácale provecho

Trabajo y redención es una introducción útil para el tema de la vocación en la teología cristiana. El estilo de Nelson es accesible y adecuado para lectores que tienen diversa madurez teológica. De igual manera, los pastores disfrutarán el enfoque pastoral de Nelson y pueden aprovechar al máximo su consejo respecto a pastorear con una visión hacia la mañana del lunes.

Trabajo y redención: conectando tu adoración del domingo con tu trabajo del lunes. Tom Nelson.  Poiema Publicaciones, 224 páginas.

Esta reseña fue publicada originalmente en 9Marks.
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Lo que significa y no significa ser «apto para enseñar»
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Lo que significa y no significa ser «apto para enseñar»

«No creo que Colin deba ser pastor principal… tú sabes, él tiene una personalidad INTJ (por sus siglas en inglés)[1]». Quedé mudo, pues conocía a Colin por años y era un buen predicador, con sana teología, amaba a las personas y había demostrado tener agallas. No podía entender por qué mi amigo expresaba preocupación de que fuera pastor, particularmente a causa de cierto tipo prefabricado de personalidad. Le pedí una aclaración. Mi amigo respondió: «bueno, él es un 4 y sabemos que los 4 luchan en su rol como pastores principales. Ellos sirven más para roles administrativos». Al ver mi confusión, mi amigo me explicó lo que significa una personalidad «4» según el eneagrama[2] y lo que podría decir sobre la idoneidad de alguien para el ministerio pastoral. Comencé a preguntarme: «¿qué iniciales y números caracterizaban mi vida y capacidad para el ministerio?». Nunca he hecho un examen oficial de personalidad, pero, una vez, un test de Facebook arrojó que soy más como Charlie de El ala oeste de la Casa Blanca y según BuzzFeed, aparentemente, entre las princesas de Disney, Cenicienta y yo seríamos probablemente mejores amigos por siempre. Dejaré que otros decidan cómo eso debiera formar mis ambiciones en el ministerio. Sin duda, pocos de nosotros equipararíamos tan confiadamente los tipos de personalidad con roles de ministerio específicos. Sin embargo, en cierto nivel, cada uno de nosotros es tentado a seguir la lógica del mundo cuando se trata de identificar a futuros pastores y ancianos: mirar la apariencia externa en lugar del corazón (1S 16:7). Podemos valorar los dones, el carisma y la presencia en el escenario por sobre la piedad, la claridad y la sensatez. La Escritura, no obstante, revisa nuestra perspectiva mundana, recordándonos que Dios quiere a su iglesia en manos cuidadosas, no necesariamente carismáticas. Cada requisito para el ministerio pastoral en 1 Timoteo 3 y Tito 1 se enfoca en el carácter, no en los dones. A excepción de uno. Pablo le dice a Timoteo que los ancianos deben ser «aptos para enseñar» (1Ti 3:2). También le dice a Tito que los ancianos «debe[n] retener la palabra fiel que es conforme a la enseñanza, para que sea[n] capaz también de exhortar con sana doctrina y refutar a los que contradicen» (Tit 1:9). El único don particular que los pastores deben demostrar es la aptitud para enseñar. Pero ¿qué significa exactamente? ¿Los pastores deben ser capaces de cautivar una audiencia? ¿Deben tener una buena presencia en el escenario? ¿Los pastores son solo cristianos fieles… con un poco de dosis extra de encanto y carisma? ¿Qué significa ser «apto para enseñar»?

«Apto para enseñar» no se trata principalmente de una habilidad retórica

Es fácil asumir que ser «apto para enseñar» debe tener algo que ver con la predicación. Dicho de manera simple, si quieres ser un anciano, tienes que ser capaz de predicar. Sin embargo, equiparar «apto para enseñar» con la predicación es una sobrelectura de este requisito. Después de todo, Pablo no menciona la predicación en este pasaje. Tampoco él ni otro escritor en el Nuevo Testamento asume que la predicación sea el único contexto en el cual ocurre la enseñanza. De hecho, en otra parte de sus escritos, Pablo claramente se refiere a la «enseñanza» que ocurre en la iglesia fuera del ministerio de la predicación (Ro 15:14; Tit 2:3). Además, Pablo también reconoce que, aunque cada anciano debe poder enseñar, solo algunos de ellos dentro de la iglesia tienen ministerios de enseñanza pública significativa y consistente (1Ti 5:17). Por lo tanto, si ser «apto para enseñar» no significa necesariamente «predicar sermones grandiosos», entonces, ¿qué significa? Al mirar el mismo requisito en Tito 1, vemos a Pablo además explicando que ser «apto para enseñar» es «retener la palabra fiel que es conforme a la enseñanza», instruir en «sana doctrina» y reprender las ideas no bíblicas (Tit 1:9). Este enfoque en la sana doctrina continúa a lo largo de las epístolas pastorales. El anciano no debe enseñar «doctrinas extrañas» (1Ti 1:3), sino que debe modelar y enseñar doctrina con el poder para salvar a sus oyentes (1Ti 4:16). Él debe manejar con precisión la Palabra de verdad (1Ti 2:15), evitando «palabrerías vacías» que «conducirán a más y más impiedad» (2Ti 2:16). Su enseñanza debe producir «arrepentimiento» en sus oyentes y «pleno conocimiento de la verdad» (2Ti 2:25). En resumen, Pablo se enfoca más en el contenido y en el resultado de la enseñanza que en su ejecución. «Apto para enseñar» no es sencillamente el «don del habla». Podrías ser capaz de cautivar a una multitud, pero si tu enseñanza no es verdadera o no produce santidad, no eres «apto para enseñar». El propio ministerio de Pablo modela estos compromisos. Él nunca se jactó de su elocuencia; al contrario, buscó prudencia por sobre el estilo; claridad por sobre el carisma: «Pues Cristo no me envió a bautizar, sino a predicar el evangelio, no con palabras elocuentes, para que no se haga vana la cruz de Cristo» (1Co 1:17).

«Apto para enseñar» tiene un poco que ver con la habilidad retórica

«Apto para enseñar» se trata principalmente de integridad doctrinal, no de habilidad retórica. Después de todo, tienes que comunicar la sana doctrina para enseñarla. Pablo quiere que los pastores no solo dividan correctamente la Palabra, sino que puedan explicarla de una manera que produzca piedad (1Ti 4:16; 2Ti 2:25). De este modo, ser apto para enseñar significa que puedes comunicar la sana doctrina de maneras que beneficien a la iglesia. No existe nada en el contexto del pasaje que sugiera que Pablo tiene en mente un formato particular de enseñanza. El punto es, ya sea en el púlpito, en una clase de Escuela Dominical, en un grupo pequeño o, incluso, en un discipulado uno a uno, que los pastores y ancianos sean capaces de usar palabras para clarificar, no para nublar, el signifcado de la Escritura. Por lo tanto, ¿qué significa ser «apto para enseñar»? Este es mi resumen en una oración: ser «apto para enseñar» significa que una persona es capaz de enseñar y aplicar fielmente la Biblia a fin de que los oyentes crezcan en su conocimiento de la Escritura y la sana doctrina de una manera que produzca amor por Dios y por el prójimo.

Un par de reflexiones pastorales sobre ser «apto para enseñar»

A la luz de lo anterior, a continuación comparto un par de sugerencias sobre cómo este requisito pastoral único debe moldear tanto nuestra filosofía del ministerio como nuestros esfuerzos para entrenar pastores y ancianos. En primer lugar, Pablo enfatiza la piedad en el liderazgo; nosotros debemos hacer lo mismo. Como ya se mencionó, ser «apto para enseñar» es un requisito pastoral único, el cual se centra de manera excepcional en el don más que en el carácter. Es mejor un predicador promedio con un carácter impecable que un predicador «talentoso» con un carácter cuestionable. Los pastores deben ser piadosos. Después de todo, la predicación común y poco espectacular no arruinará un ministerio, pero un fracaso moral sí lo hará. Si son una iglesia que busca un pastor o eres un pastor que busca más ancianos, no asuman que el mejor candidato es el mejor predicador. Algunos hombres que parecen impresionantes en el púlpito actúan como paganos en casa. Mira más allá de la apariencia externa a los asuntos del corazón (1S 16:7). Identifica hombres que amen a sus esposas, sirvan a sus familias, cultiven la unidad de la iglesia, prediquen el Evangelio, practiquen la hospitalidad y discipulen a otros. En algún lugar de ese conjunto de hermanos, encontrarás hombres que también puedan enseñar. En segundo lugar, Pablo exige que los pastores y los ancianos sean «aptos para enseñar» y los pastores no deben esperar nada menos de sí mismos o de sus hermanos ancianos. «Apto para enseñar» podría ser el único requisito respecto a dones para el ministerio pastoral, pero eso no significa que sea negociable. Pastores, consideren cómo pueden cultivar este don entre los hombres piadosos y maduros en sus iglesias. Hagan una revisión regular del servicio/sermón. Compren libros doctrinalmente sanos para tu congregación. Den retroalimentación sobre la enseñanza y la predicación de otros. Estén dispuestos a dar oportunidades de enseñanza para que otros puedan crecer y desarrollarse como maestros. Independientemente de lo que escojan hacer en sus contextos, busquen maneras de animar a otros a desarrollar sus dones. Algunos miembros de sus congregaciones serán más naturalmente talentosos que otros, pero, de hecho, puedes enseñar a otros cómo enseñar. Después de todo, John Piper obtuvo un C- en su clase de predicación, pero parece que le ha ido bien. En tercer lugar, que «apto para enseñar» se enfoque más en la integridad doctrinal que en la habilidad retórica debe recordarnos que el trabajo del pastor es pastorear a las ovejas, no atraer a una multitud. Eso es todo; esa es la reflexión. Finalmente, pastores, cobren ánimo si son predicadores promedio (¡incluso bajo el promedio!). Dios no requiere elocuencia, sino que valentía y fidelidad. Predicar y enseñar es desalentador; es una guerra espiritual. Conozco a más de un pastor que cada lunes escribe una nueva carta de renuncia, abrumado por sus deficiencias retóricas en el púlpito. No obstante, si somos honestos, todo cristiano preferiría tener un predicador fiel que ocasionalmente masculla palabras y se pierda en sus notas que uno superficial y cautivador. Mi amigo Matt Smethurst a menudo me recuerda que los sermones son como las comidas: no recordamos la mayoría de ellas, pero estamos vivos solamente porque las consumimos. Si la cadena de abastecimiento de comida colapsara, ¿preferirías que te dieran un perro caliente en un plato de cartón cada día o un plato gourmet en porcelana fina una vez al mes? Un hombre que es «apto para enseñar» sabe cómo entregar comidas nutritivas a su congregación, incluso si no todas saben increíbles. Pastor, recuerda, Dios requiere claridad, no inteligencia; fidelidad doctrinal, no florecimiento retórico. Como se ha dicho, otros podrían ser capaces de enseñar mejor el Evangelio, pero no pueden predicar un mejor evangelio. Podrías no ser elocuente o efectivo según los estándares del mundo, pero Dios aún podría considerarte «apto para enseñar».
Este recurso fue publicado originalmente en 9Marks.

[1] Introversión, Intuición, Racional, Calificador. Sigla según el Indicador de tipo de Myers-Briggs.

[2] Según el eneagrama el tipo 4 es una personalidad individualista, sensible, introspectivo, expresivo, dramático, ensimismado y temperamental.