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¿Es Dios hombre y mujer al mismo tiempo?
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¿Es Dios hombre y mujer al mismo tiempo?

¿Es Dios hombre y mujer al mismo tiempo? ¿Es Dios mi padre y madre celestial? ¿Son las mujeres hechas a la imagen de Dios? Cuando el hombre y la mujer se unen en matrimonio, ¿son una imagen más completa y cercana a la de Dios?

Dios es trino: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Tanto Padre como Hijo son términos explícitamente masculinos. El Espíritu Santo podría verse como un término neutro, aunque sus roles de consolación y alimentación sugieren atributos que solemos asociar con el género femenino. El hecho de que dos miembros de la trinidad sean representados en términos masculinos, no quiere decir que Dios lo sea (de la forma en que entendemos el término). Tanto Dios el Padre como Dios el Espíritu Santo carecen de cuerpo (y por lo tanto, en rigor, no son hombres). Dios el Hijo sí es un hombre: él no sólo fue masculino en la encarnación, sino que sigue siendo eternamente hombre en su cuerpo resucitado. Génesis 1:27 dice, “Dios creó al hombre a imagen Suya, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó”. La palabra “hombre” en este verso es el término genérico para humanidad, no es un término específico de masculinidad. Él creó tanto al hombre como a la mujer con emociones, voluntad, alma e intelecto. Dios creó tanto al hombre como a la mujer igualmente a su imagen. Este es el primer fundamento para la igualdad de géneros. Es importante reconocer que la igualdad no significa uniformidad. Dios les ha dado dones de igual manera a hombres y mujeres y son igualmente valiosos para él; sin embargo, al mismo tiempo hay diferencias. Es común, si acaso no es natural, ver a Dios a través de los ojos de la humanidad; sin embargo, es mejor ver a la humanidad, en la medida de lo posible, con los ojos de Dios. Él existe antes que el hombre y la mujer. Él se refiere a sí mismo como Padre. Por consiguiente, ¿quién soy yo para darle otro nombre? Es verdad que Dios algunas veces usa analogías e ilustraciones de su obra que son predominantemente femeninas, pero nunca se refiere a sí mismo como mujer, ni se encarna en un cuerpo femenino. Ver a Dios como madre se acerca peligrosamente a muchas creencias y cultos paganos; no es una visión que la Escritura apoye. Dios representa cualidades que nosotros atribuimos a las madres: amoroso, compasivo, lleno de gracia, protector, etc., pero él eligió revelarse y referirse a sí mismo en términos masculinos por medio de su Palabra a la humanidad. Dios creó la maternidad, pero la Biblia no fomenta que nos dirijamos a él como Madre. Por supuesto, las mujeres son completamente capaces de relacionarse con Dios tan fácilmente como lo hacen los hombres, porque ambos son creados igualmente a la imagen de Dios, y Dios sabe todo (y es quien más sabe). Después de crear todo, incluyendo a hombres y mujeres, Dios (la trinidad) vio que todo era muy bueno (Génesis 1:31). Él podría haber hecho al ser humano como un solo sexo o haber creado un sinnúmero de sexos, pero creó específicamente dos para que representaran y portaran su imagen. Hombres y mujeres, cada uno individualmente, portan la imagen de Dios. Un esposo y una esposa, antes de casarse, llevan la imagen de Dios en la soltería, y una vez que se casan, lo hacen en el matrimonio —aunque debido a que Dios se refleja tanto en la masculinidad como en la femineidad, el esposo y la esposa juntos pueden mostrar una imagen más plena de Dios que la que cualquiera de ellos pudo mostrar antes del matrimonio—. No obstante, esto no debería llevar a tener una mala imagen de la soltería. Si el matrimonio llevara a la humanidad a parecerse más a Dios, la Escritura no exaltaría la soltería como una elección de estilo de vida honorable con ciertas ventajas (1 Corintios 7:8). Darse cuenta de que las diferentes fortalezas de hombres y mujeres fueron igualmente diseñadas (aunque luego cayeran) a la imagen de un Dios perfecto es fascinante y animante. Que los hombres sean hombres, y las mujeres, mujeres. Trabajemos juntos para reflejar la gloria de Dios.
Este recurso fue publicado originalmente en Eternal Perspective Ministries. | Traducción: María José Ojeda
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Lo que la sociedad nunca te dirá sobre la belleza
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Lo que la sociedad nunca te dirá sobre la belleza

Si eres un usuario frecuente de las redes sociales, quizás hayas visto el video musical de Colbie Caillat de su canción “Try”, en el que confronta las expectativas de belleza de la sociedad para las mujeres. El video, donde aparece la cantante y varias otras mujeres diferentes quitándose el maquillaje, terminando la canción completamente naturales, alcanzó una difusión masiva desde que se lanzó y ya tiene más de 13 millones de visitas.

La canción de Colbie Caillat ha tocado un tema sensible para muchas mujeres que luchan con cumplir las expectativas de verse como la sociedad estipula. Este no es un problema nuevo. La revista de divulgación psicológica Psychology Today hizo una comparación de los resultados de encuestas sobre cómo se sentían las personas respecto a sus cuerpos y a su apariencia en general en los años 1972 y 1985. Entre esos años, la cantidad de mujeres insatisfechas con sus cuerpos aumentó en más de un 50 por ciento. Aunque no he podido encontrar una actualización de estas encuestas en particular, varios estudios confirman que la tendencia ha continuado. En nuestra cultura centrada en la apariencia, donde la juventud y la belleza exterior son buscadas con ansiedad, esta progresiva insatisfacción es una de las fuentes más grandes de estrés. Los pilares de la economía estadounidense son los productos de belleza personal tales como maquillaje, perfumes, jabones, desodorantes, ropa y sesiones de spa. Debido a que las mujeres son las principales compradoras de estos productos, la publicidad está dirigida a ellas. El único propósito de la publicidad es, por supuesto, vender. La publicidad debe convencer al consumidor, en este caso a la mujer, de su necesidad. Para esto, primero deben persuadirla de que es insuficiente y de que está incompleta sin un producto en particular. La publicidad saca partido, contribuye y refuerza la pobre imagen que las mujeres tienen de sí mismas. Como resultado, la mente —y la billetera— de la mujer son víctimas de sentimientos poderosos y perturbadores de insuficiencia. Ella compra belleza en forma de gel de ducha, compra atención en forma de perfume, compra romance en forma de shampoo. Si la publicidad tiene razón, las manchas en la piel, las puntas partidas, el cabello blanco y la celulitis son destinos “peores que la muerte”. Hace unos años, las mujeres, conscientes de su apariencia, no se preocupaban de las manchas en la piel porque, si las tenían o siquiera sabían lo que eran, no eran bombardeadas con advertencias sobre ellas. Madurar era parte de la vida, nada de lo cual avergonzarse, e incluso muchas veces era un símbolo de honor. En muchas culturas, el cabello canoso aún se considera como una señal de sabiduría. Ya no basta que las mujeres laven y peinen su cabello: ahora se espera que se pongan acondicionador; que se lo tiñan; que se hagan la permanente si es que tienen el cabello liso y que se lo alisen si es que lo tienen crespo; que se pongan gel; y que se lo corten a la moda. La mujer ha sido recreada a la imagen del dios de los medios de comunicación. Cirugías faciales, implantes mamarios, y otras cirugías cosméticas que no se relacionan con accidentes, a menudo delatan una triste inseguridad que continuará molestando a una mujer después de que se haya hecho el procedimiento. La mujer que no puede aceptar los rasgos que Dios le ha dado, no entiende que Dios anhela que cultive su mujer interior. Al enfocarse en la apariencia y la imagen en vez del carácter y el espíritu, muchas mujeres viven en un mundo de superficialidad que en última instancia condena su autoestima porque la belleza, como ellos la definen incorrectamente (en términos externos), inevitablemente desaparecerá. La imagen que tenemos de nosotros mismos debe estar basada en lo que la Palabra de Dios dice que es verdad sobre nosotros. El mundo te asigna un valor dependiendo de cómo luces o te desempeñas. Dios dice que tú eres valiosa sin importar los estándares de la sociedad. Recuérdate a ti misma las verdades básicas de tu identidad personal. La raíz de tu identidad está en Cristo y en lo que él ha hecho de ti, no en tu apariencia externa ni tu desempeño. Repítete el hecho de que la parte más importante de tu vida es la parte que sólo Dios ve: su preocupación más profunda es tu interior. La verdadera belleza es la interna, y no disminuye sino que aumenta a medida que envejeces y que tu relación con Dios se perfecciona.
Este recurso fue publicado originalmente en Eternal Perspective Ministries. | Traducción: María José Ojeda
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Por qué nunca funcionará negar la culpa asociada con el aborto
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Por qué nunca funcionará negar la culpa asociada con el aborto

Durante décadas, a las mujeres se les ha prometido que podrían vivir felices si siguieran el consejo de «interrumpir su embarazo» —el lenguaje del engañador para decir «mata a tu hijo»—. Sin embargo, he hablado con innumerables mujeres que, años más tarde, aún lloran sus abortos. 

Las consecuencias física y psicológicamente adversas del aborto están bien documentadas, incluyendo altos niveles de depresión y suicidio. Docenas de estudios vinculan el aborto con un incremento de las disfunciones sexuales, la aversión al sexo, la pérdida de intimidad, la culpa imprevista y las aventuras extramaritales, el síndrome de estrés traumático, la fragmentación de la personalidad, las respuestas de dolor, el abuso y abandono infantil, y el incremento en el abuso del alcohol y las drogas. Existen numerosos grupos nacionales e internacionales que ayudan a las mujeres a rehabilitarse tras conseguir el aborto que se les dijo que las haría felices. Esto hace aun más perturbador y engañador un reciente video «pro-decisión» que se propagó de manera viral. Emily Letts, de 25 años, oriunda de Nueva Jersey y consejera de abortos, decidió grabar y compartir un video sobre su propio aborto quirúrgico llevado a cabo dentro de los 3 primeros meses, afirmando sentirse «súper bien luego de realizarse un aborto». En una entrevista, dijo: «Las mujeres y los hombres han estado deseando esto con ansias. No tienes que sentirte culpable».  Albert Mohler escribe: 

Emily Letts, entonces, decidió hacer un video sobre su propio aborto para crear «una historia positiva de aborto» que le mostrara al mundo que las mujeres que desean un aborto no deberían sentirse culpables. Una y otra vez, ella sugiere que no siente culpa alguna por haber interrumpido la vida que había en su interior. 

En realidad, lo que ella quiere abordar es su argumento de que la culpa que las mujeres sienten al realizarse un aborto les ha sido simplemente impuesta por la sociedad. «Nuestra sociedad engendra esta culpa», declara. «La inhalamos desde cada rincón». «No me sentí mal», insiste. Su propósito en el video es erradicar el vínculo entre aborto y culpa. «Me siento agradecida de poder compartir mi historia e inspirar a otras mujeres a ponerle fin a la culpa». …si Emily Letts realmente cree que no hay una culpa legítimamente asociada al aborto, no tendría que insistir, una y otra vez, en que no se siente culpable. Al hablar de mujeres que «se sienten culpables de no sentirse culpables», atestigua el hecho de que hay criaturas morales que no pueden dejar de hacer juicios morales, especialmente sobre sí mismas, aun cuando insistan en que no hay lugar para juicio moral alguno. Y esto debe ser especialmente cierto cuando una mujer ha buscado interrumpir la vida del nonato que llevaba en su interior. 

Es cierto que el aborto puede aliviar a una mujer de un grado de tensión y responsabilidad en lo inmediato, pero a menudo genera mucho más de lo que ayuda a disipar. Irónicamente, aquellas mujeres que no experimentan consecuencias psicológicas como resultado de un aborto, pueden mantener su salud mental únicamente por medio de la negación. Al escoger no reconocerlo, huyen del trauma emocional que invariablemente acompaña el darte cuenta de que has matado a un bebé. Esta es una situación inestable que exige huir de la realidad a lo largo de toda una vida. Y la realidad tiene una forma de perseguirnos y atraparnos. Tristemente, muchas mujeres atestiguarán el hecho de que es mucho más fácil que un doctor raspe un bebé del útero de una madre que quitar al niño de la mente de ella.

Probablemente Emily estaría de acuerdo en que millones de mujeres y hombres, tanto en la sociedad como en la iglesia, están sufriendo con la «culpa del aborto». Sin embargo, lo que ella no logra entender es que es contraproducente intentar eliminar los sentimientos de culpa sin lidiar con la causa de la culpa. No importando cuán a menudo alguien diga «no hay nada de lo cual debas sentirte culpable» a alguien que ha pecado contra Dios y otras personas, sus sentimientos de culpa permanecerán. Lo que estas mujeres y hombres necesitan es una solución permanente para nuestro problema de culpa, una solución basada en la realidad y no en fingir. ¿La buena noticia? La Biblia ofrece esta solución en el evangelio de Jesucristo. Ningún pecado —incluido el aborto— se halla fuera del alcance de la gracia de Dios. Él ha visto lo peor de nosotros y sigue amándonos. Su gracia perdonadora no tiene límites, y no hay libertad como la libertad del perdón. 
Este artículo fue publicado originalmente en Eternal Perspective Ministries.
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Descuido planificado: Lo que tu agenda necesita
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Descuido planificado: Lo que tu agenda necesita

Últimamente me he sentido abrumado de oportunidades aparentemente inagotables de hacer cosas buenas. He estado evaluando a qué decir sí y a qué decir no. Pareciera que, cada año que pasa, debo decir que no a una mayor cantidad de cosas buenas (en esto, las madres y los padres jóvenes pueden sentirse identificados, ya que tanto sus hijos como sus matrimonios demandan mucha atención, y jamás se agotan las cosas —buenas o malas— que podrían distraerles de llevar a cabo una o ambas). Precisamente hoy tuve que cancelar dos cosas que, meses atrás, creí que podría hacer —cuando me pareció que tendría el tiempo suficiente—. Detesto hacerlo, pero se ha vuelto obvio que debo ser implacable si quiero tener tiempo para hacer lo que creo que Dios quiere que haga. De lo contrario, sencillamente no podré. No deberíamos decir que sí a algo sólo porque es bueno o incluso grandioso. Cuando digo que no a las cosas buenas, siempre repaso lo que mi esposa Nanci y yo hemos aprendido al cabo de muchos años: Debo decir que no a la gente en cuanto a la mayoría de las cosas buenas que me invitan a hacer… para estar disponible y decir que sí a Dios en cuanto a esa pequeña cantidad de cosas que Él realmente me ha llamado a hacer. A veces tendemos a decir que sí a demasiadas cosas buenas que nos dejan agotados e incapaces de dar lo mejor en las relativamente pocas cosas provenientes de Dios. (Por supuesto, algunas personas dicen que no a las cosas que Dios los llama a hacer porque, en lugar de eso, cada noche dicen que sí a tres horas de televisión, o de Internet, o de videojuegos. Este artículo apunta más bien a quienes están usando su tiempo con sabiduría pero aún se sienten abrumados) Cada vez que decimos que sí a algo, hemos notado que no se trata únicamente de la cosa nueva en sí misma, sino también de los nuevos contactos, las nuevas redes, y todas las nuevas solicitudes que surgen de allí. Nos encanta la gente, y disfrutamos de hacer nuevos amigos. Sin embargo, también es cierto que, aunque estemos agradecidos de que Dios nos traiga nuevos amigos, luego no los buscamos activamente: a medida que los años pasan, el esfuerzo para seguir siquiera en contacto con los amigos más antiguos se hace mayor. A veces, sencillamente tengo que dejar de lado el correo electrónico. Es interminable. Sólo podría mantenerme al día si no hiciera nada más. No importando lo que hagamos, la semana tiene 168 horas (¡y la tercera parte de ellas deberíamos estar durmiendo!). Si necesitamos encontrar tiempo para una cantidad X de personas adicionales, será dentro de la misma cantidad de tiempo disponible, y muy pronto, las tajadas del pastel se harán cada vez más delgadas. Al final, tus buenos amigos ya no reciben nada porque has dividido el pastel entre demasiadas personas. Y lo que sucede con las personas, sucede también con las causas que apoyamos. En lugar de invertir muy poco en una gran cantidad de causas, es mejor entregarse incondicionalmente y dando lo mejor en una cantidad mucho menor de ellas. Pide a Dios sabiduría para determinar cuáles habrán de ser, y Él te la dará (Santiago 1:3). Pero NUNCA digas que sí sin preguntar si esta es una de aquellas cosas excepcionales que Dios realmente quiere que hagas. Dile que, a menos que Él te abofetee y te lo deje claro, asumirás que Él NO quiere que lo hagas. Esto es lo que se llama descuido planificado. Con el fin de estar disponibles para hacer lo que Dios quiere, necesitamos dejar de hacer aquello que muchos quieren que hagamos. Y mientras a veces Él habla en un suave murmullo, la gente habla en voz ALTA. Tenemos que asegurarnos de escuchar a Dios. Para hacerlo, debemos acercar nuestro oído a su Palabra y orar y buscar su rostro. En lugar de agotarnos haciendo muchas cosas secundarias, hagamos bien unas pocas cosas primordiales. Esto empieza con nuestro tiempo diario con Dios. Cuando María estaba sentada a los pies de Jesús y Marta estaba molesta porque María no hacía lo que ella quería, Jesús le dijo a Marta: «Sólo una [cosa] es necesaria. María ha escogido la mejor, y nadie se la quitará» (Lucas 10:42). Por lo tanto, decide qué cosa vas a desatender esta semana con el fin de prestar atención a Dios. Y mientras lo haces, busca su sabiduría y poder para hacer aquellas pocas cosas que Él quiere que hagas.
Este artículo fue publicado originalmente en Eternal Perspective Ministries.
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El problema del analfabetismo bíblico
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El problema del analfabetismo bíblico

Podría decirse que el analfabetismo bíblico de los cristianos está en su punto más alto, y es difícil exagerar sus escalofriantes consecuencias. Sé que en la iglesia diversas cosas cambiarán inevitablemente —por ejemplo, las nuevas formas que adoptan las canciones y los himnos—, y está bien. Lo que no está bien es que el pueblo de Dios descuide la Palabra de Él. Me encanta la gente joven, y paso mucho tiempo con ellos. Soy profesor de tenis en la secundaria, y a comienzos de este mes hablé en Momentum, una conferencia para estudiantes en la iglesia Good Shepherd Community. Estoy viendo suceder muchas cosas buenas en las vidas de los adolescentes. Sin embargo, no es menos cierto que estamos criando una generación de jóvenes de videos, computadores, juegos electrónicos, teléfonos móviles y entretenciones exteriores en que cada vez menos jóvenes aman los libros. Sí, hay muchas y notables excepciones, pero lo anterior es la clara tendencia. Siendo un creyente joven, devoré grandes libros como por ejemplo El conocimiento del Dios Santo, de A. W. Tozer, Conociendo a Dios, de J. I. Packer, Mero cristianismo, de C. S. Lewis, y Él está presente y no está callado, de Francis Schaeffer. Estos y muchos otros libros están disponibles para los jóvenes en la actualidad, pero no muchos los están leyendo. Y lo más importante, la propia Biblia es un libro; sesenta y seis libros en uno. Si nuestros jóvenes no son lectores, no serán lectores de la Palabra de Dios. Y si no son lectores de la Palabra de Dios, sus vidas espirituales no tendrán futuro. Los próximos líderes de la iglesia no sabrán lo que Dios ha dicho, y cuando eso suceda, ¿cómo podrá la iglesia funcionar como el cuerpo de Cristo estando desconectada de la mente de Cristo? Ya estamos viendo la primera ola de analfabetismo bíblico entre muchos de los actuales líderes de la iglesia. Cuando la Escritura dice que un anciano debe ser «capaz de enseñar», esto implica mucho más que habilidades de comunicación. Requiere un conocimiento operativo activo de la Palabra de Dios. En mi opinión, nadie debería ser líder de la iglesia —anciano, supervisor, pastor o cualquiera que dirija la iglesia— a menos que estudie diariamente la Palabra de Dios y la conozca mucho mejor de lo que conoce a los concursantes de los reality shows. Y debería sentir mucha más pasión por la Escritura que por los programas de televisión, las películas, el fútbol, las carreras automovilísticas, la política, los blogs u otros intereses. Trágicamente, los adultos cristianos, incluyendo muchos líderes actuales de la iglesia y aun algunos pastores, están tan inmersos en la cultura popular, y son tan indisciplinados, que no apagan el televisor ni se dedican al estudio diario de la Palabra de Dios y la lectura de libros cristianos centrados en ella. ¿Qué clase de ejemplo le estamos dando a la próxima generación? ¿Qué estamos haciendo para motivarlos y ayudarlos a apagar las distracciones, silenciar los teléfonos móviles y convertirse en estudiantes apasionados de la Palabra de Dios, escuchando el suave murmullo de Dios (1R 19:12) que, de lo contrario, será ahogado por nuestro incesante ruido cultural? Hace poco oí a un experto en alfabetización y lectura citar las estadísticas del analfabetismo funcional, incluyendo el hecho de que muchos jóvenes no pueden leer, y muchos que PUEDEN leer, NO leen. Es alarmante. Aun niños cristianos criados en hogares e iglesias evangélicas son tristemente ignorantes de la Escritura. En lo referido a enseñanza y conocimiento bíblico, la iglesia a la que asisto probablemente estaría en el 90º percentil. Sin embargo, hace diez años, mi esposa hizo preguntas bíblicas a una clase de niños de 11-12 años en nuestra iglesia, de los cuales casi todos pertenecían a hogares cristianos y eran asistentes regulares. Era un grupo grande, pero ¿cuántos crees que sabían la respuesta a la pregunta «¿Quién fue el padre del Rey Salomón?»? En total, uno, que casualmente era hijo de pastor —aunque muchos hijos de pastor podrían no haberla sabido—. Mi punto no es que conocer datos bíblicos te haga piadoso. Evidentemente no es así. Podríamos criar a una generación de pequeños fariseos que conocieran todos los versículos pero no sintieran amor por Dios. Sin embargo, los niños que aman a Dios solo perseverarán y se harán más santos si se alimentan de la Palabra de Dios. ¿Estamos memorizando la Escritura? ¿Estamos animando a nuestros hijos a memorizar versículos, y haciéndolo con ellos? ¿Tenemos un plan sistemático de algunos cientos de versículos, para memorizar y repasar con nuestros hijos, que cubran áreas básicas de la teología cristiana? ¿Cómo podemos esperar que nuestros hijos cultiven y perseveren en una cosmovisión cristiana sin ayudarlos a almacenar la Palabra de Dios en sus corazones? Hace poco le dije a un pastor de mi iglesia que, si tuviera que volver a empezar, y pudiera ayudar a recomenzar nuestra iglesia, tendría un curso permanente de panorama bíblico y doctrina bíblica, y reforzaría la educación de nuestros adultos e hijos para asegurarnos de cultivar un ambiente en que la gente fuera conducida al texto de la Escritura, semanalmente en la iglesia y diariamente en sus hogares. Estudiar cada día, meditar, conversar y vivir las verdades de la Palabra de Dios… eso es lo que necesitamos urgentemente. Muchos que han crecido en nuestras iglesias conocen a todos los personajes de los programas de televisión por nombre, pero si se les exigiera nombrar a las doce tribus de Israel (o incluso a los apóstoles, en muchos casos), no nombrarían más de un par. Pídeles mencionar dos textos que indiquen que Cristo es el único camino a Dios, y no necesitarás adivinar por qué la gente no está compartiendo su fe en Cristo. No saben qué compartir. ¿Cómo puedes compartir lo que no sabes? ¿Cómo puedes saber si no conoces la Palabra de Dios? Dios promete que su Palabra no volverá a Él vacía sin cumplir el propósito con el cual la envió. La Palabra de Dios, en las manos de su Espíritu Santo, tiene el poder de transformar vidas, de moldearlas para la eternidad. Sin embargo, nuestra santificación, como individuos, familias e iglesias, estará limitada si no miramos fija y constantemente la Palabra de Dios. Jesús oró «Santifícalos en la verdad; tu Palabra es verdad» (Jn 17:17).
Publicado originalmente en esta dirección.
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¿Por qué todo el mundo quiere ser feliz?
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¿Por qué todo el mundo quiere ser feliz?

Basado en libros que he leído, sermones que he escuchado y conversaciones que he tenido, es claro que muchos cristianos creen que el anhelo de felicidad de la humanidad surgió tras la Caída de Adán y Eva y es parte de la Maldición. Por lo tanto, el deseo de ser feliz es considerado equivalente al deseo de pecar.

Pero ¿y si nuestro deseo de felicidad fuera un don diseñado por Dios antes de que el pecado entrara al mundo? Si creyéramos eso, ¿cómo afectaría nuestras vidas, paternidad, iglesia, ministerio, negocios, deportes, entretención, y nuestras relaciones con Dios? ¿Cómo afectaría la forma en que compartimos el evangelio? Agustín de Hipona hizo la siguiente pregunta retórica: «¿No es una vida feliz lo que todos deseamos? Y ¿hay alguien que no la desee en absoluto?». Y añadió: «Pero ¿de dónde sacamos este conocimiento de ella, para desearla tanto? ¿Dónde la hemos visto, para amarla tanto?» (Las confesiones de San Agustín). Dios ha escrito su ley en nuestros corazones (ver Romanos 2:15). Hay una evidencia convincente de que Él también ha escrito en nuestros corazones un fuerte anhelo de felicidad. De hecho, este ha sido el consenso de los teólogos a lo largo de la historia. Puesto que heredamos nuestra naturaleza pecaminosa de Adán, es probable que hayamos heredado un sentido de la felicidad que nuestros ancestros gozaron en el Edén antes de la Caída. ¿Por qué otra razón anhelaríamos algo mejor que el único mundo en el cual siempre hemos vivido? Antes de la Caída, Adán y Eva indudablemente esperaban comer cosas deliciosas, las cuales probablemente tenían un mejor sabor que el imaginado. Pero después de la Caída, se hizo realidad lo contrario. Esperamos más comida, calidad de trabajo, relaciones, etc., de las que experimentamos. Vivimos en un mundo oscurecido, pero nuestra decepción muestra que aún tenemos expectativas y esperanzas de un mundo más luminoso. Si solo fuéramos producto de la selección natural y la supervivencia del más apto, no tendríamos razón para creer que hubo alguna felicidad en el pasado. Sin embargo, aun aquellos que jamás han sabido de la Caída y la Maldición saben instintivamente que algo anda sumamente mal en este mundo. Sentimos nostalgia de un Edén del cual solo hemos tenido indicios. Estos indicios son como hilos de agua en nuestras bocas resecas, haciéndonos ansiar y buscar ríos de agua pura y fresca. El obispo anglicano J. C. Ryle (1816-1900) escribió: «La felicidad es lo que toda la humanidad desea obtener; el deseo de ella está plantado en lo hondo del corazón humano» (Happiness: The Secret of Happiness as Found in the Bible). Si este deseo está «plantado en lo hondo» de nuestros corazones, ¿quién lo plantó? Si no fue Dios, ¿quién otro pudo ser? ¿Satanás? El diablo no es feliz ni tiene felicidad para dar. Es un mentiroso y un asesino que reparte veneno para ratas en coloridos envoltorios de aspecto simpático. Odia a Dios y nos odia a nosotros, y su estrategia consiste en convencernos de buscar la felicidad en cualquier lugar excepto su única y verdadera Fuente. ¿Deseaban Adán y Eva la felicidad antes de pecar? ¿Disfrutaban de la comida que Dios proveía porque tenía buen sabor? ¿Se sentaban al sol porque era cálido y se arrojaban al agua porque era refrescante? Cuando lo hacían, ¿a Dios le agradaba, o le desagradaba? Nuestras respuestas afectarán dramáticamente la forma en que percibimos tanto a Dios como al mundo. Si creemos que Dios es feliz, entonces tiene sentido que una parte de ser hechos a su imagen sea tener tanto el deseo como la capacidad de ser felices. Lamentablemente, los seguidores de Cristo suelen decir cosas como: «Dios no quiere que seas feliz; Dios quiere que seas santo». Pero la santidad y la felicidad son dos caras de la misma moneda; no deberíamos poner la una en oposición a la otra. Así como nuestras formas de buscar la felicidad no siempre honran a Dios, lo mismo sucede con nuestras formas de buscar la santidad. Los fariseos deseaban apasionadamente ser santos en sus propios términos y para su propia gloria. ¿Cuál fue la respuesta de Cristo? «Ustedes son de su padre el diablo y quieren hacer los deseos de su padre» (Juan 8:44). Dios quiere que busquemos una felicidad verdadera y enfocada en Cristo en Él, y Satanás quiere que busquemos una santidad falsa con un orgullo que se aprueba a sí mismo. Otros cristianos dicen: «Dios quiere que seas bendecido, no feliz», y «Dios se interesa en tu crecimiento, no en tu felicidad». Tales afirmaciones pueden sonar espirituales, pero no lo son. El mensaje de que Dios no quiere que seamos felices, ¿realmente promueve lo que la Escritura llama las «buenas nuevas de gozo» (Isaías 52:7)? ¿O en realidad oscurece el evangelio? ¿Qué buen padre no quiere que sus hijos sean felices, es decir, que se deleiten en las cosas buenas? Si les decimos a nuestras iglesias y a nuestros hijos que Dios no quiere que sean felices, ¿qué les estamos enseñando? ¿Que Dios no es un buen Padre? ¿Debería sorprendernos que los niños criados con este mensaje se alejen de Dios, la Biblia y la iglesia para buscar en el mundo la felicidad cuyo deseo fue puesto en ellos por nuestro Creador? Como escribió Tomás de Aquino, «El hombre es incapaz de no desear ser feliz» (Summa Theologica). Al crear una distancia entre el evangelio y la felicidad, enviamos el mensaje no bíblico de que la fe cristiana es aburrida y miserable. Deberíamos hablar en contra del pecado pero mostrar a Cristo como la felicidad que todos ansían. Si no lo hacemos, entonces seremos parcialmente responsables de que el mundo tenga esta trágica y extendida percepción equivocada de que el cristianismo arrebata la felicidad en lugar de proporcionarla. Separar a Dios de la felicidad y de nuestro anhelo de felicidad socava el atractivo de Dios y el encanto de la cosmovisión cristiana. Cuando enviamos el mensaje de que «Dios no quiere que seas feliz», es como decir «Dios no quiere que respires». Cuando decimos «Deja de anhelar la felicidad», es como decir «Deja de tener sed». La gente debe respirar, beber y buscar la felicidad porque así es como Dios nos hizo. La única pregunta es si acaso respiraremos aire limpio, beberemos agua pura y buscaremos nuestra felicidad en Jesús.
Publicado originalmente en esta dirección.
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Lidiando con la duda
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Lidiando con la duda

En los momentos de duda, de dificultad y de pruebas se revelan nuestras creencias fundamentales sobre Dios y nuestra fe en Él. Entonces, ¿cómo pueden los cristianos tener fe en medio de la duda? ¿Cómo pueden confiar en el plan de Dios cuando sus vidas parecieran estar fuera de control y sus oraciones no tener respuesta o, como a veces se siente, incluso no ser escuchadas? Si tú o alguien que amas ha pasado por esto, estas preguntas serán mucho más personales que teóricas. Quizás te hagas preguntas como, ¿es Dios bueno? ¿Es soberano? ¿Le importa? Cuando las pruebas nos afligen, necesitamos una perspectiva correcta para nuestras mentes y auxilio para nuestro corazón. Es fundamental que realineemos nuestra cosmovisión con la Palabra inspirada de Dios: «Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en justicia» (2Ti 3:16).

La base de nuestra fe

La soberanía de Dios es una base sólida para nuestra fe. La soberanía de Dios significa bíblicamente que todas las cosas permanecen bajo su gobierno y nada sucede sin su dirección o consentimiento. Dios obra en todas las cosas para el bien de sus hijos (ver Ro 8:28), incluso en el mal y el sufrimiento. Él no comete maldad moral, pero puede usar el mal para buenos propósitos. Pablo escribió, «[...] también en Él (Cristo) hemos obtenido herencia, habiendo sido predestinados según el propósito de Aquel que obra sobre todas las cosas conforme al consejo de su voluntad” (Ef 1:11). «Todas las cosas» es absoluto —sin excepciones—. Dios obra incluso en aquellas cosas que van contra su voluntad moral para llevar a cabo su objetivo y su plan. Podemos seguir el ejemplo de la Escritura y aceptar creer que un Dios soberano está completando los propósitos eternos en medio de situaciones dolorosas e incluso trágicas.

La prueba de nuestra fe

El sufrimiento y las dificultades de la vida pueden tener dos efectos en nosotros: o nos alejan de Dios, o nos acercan a él. Viktor Frankl, sobreviviente del campo de concentración de Auschwitz, aunque no creía en Jesús como el Mesías, escribió en su libro The Unconscious God [El Dios inconsciente], «la tormenta extingue una fogata mientras que intensifica a un gran incendio, así también los problemas y las catástrofes debilitan la fe mal cimentada, mientras que fortalecen la fe que es firme». Solo cuando te deshagas de esa fe desenfocada y falsa podrás reemplazarla con una fe bien cimentada en el único, verdadero y soberano Dios. Una fe que puede atravesar, e incluso encontrar fortaleza, por las tremendas pruebas de la vida. La aflicción causada por la tragedia es ciertamente real para las personas cuya fe soporta el sufrimiento. Sin embargo, debido a que no ponen sus esperanzas en la salud, en la abundancia ni en la seguridad de las relaciones en esta vida, sino que en una vida eterna que está por venir, su esperanza se mantiene firme, independientemente de lo que suceda. Fe significa creer que Dios es bueno y que incluso si no podemos verlo hoy, un día miraremos atrás y veremos claramente su soberanía, su generosidad y su bondad.

La maduración de nuestra fe

En nuestros momentos de duda, Dios promete que nunca nos dejará. Paul Tournier dijo, «cuando no exista ninguna oportunidad para la duda, no habrá ninguna oportunidad para la fe». Confiar en Dios es una cuestión de fe. «Así que la fe viene del oír, y el oír, por la palabra de Cristo» (Ro 10:17). Debemos sumergirnos en la Palabra de Dios. Así como un panel solar almacena energía que obtiene de la luz del sol, la fe se consolida solo al ser expuesta regularmente a la verdad y a la aplicación de esa verdad en las situaciones que enfrentamos en nuestras vidas. Por esta razón, se vuelve esencial que vayamos a una iglesia que enseñe la Palabra de Dios y que nosotros mismos la estudiemos diariamente. Cuando nuestras creencias se construyen en base a la verdad, es más probable que nos mantengamos firmes cuando las dudas nos aflijan.

La esperanza de nuestra fe

Debemos pedirle a Dios que nos libre de los ataques de incredulidad y desánimo de Satanás. Debemos aprender a resistirlo en el nombre de Cristo (Stg 4:7). Confiar en Dios para recibir la gracia de resistir en la adversidad es un acto de fe tanto como confiar en que Él nos librará de ella. Dios promete en Hebreos 13:5 (NVI), «[...] nunca te dejaré; jamás te abandonaré». Esta inusual oración griega tiene cinco negativos. Kenneth Wuest lo traduce de la siguiente manera: “Nunca, nunca dejaré de sustentarte ni de defenderte. Nunca, nunca, nunca te abandonaré”. Cuando nos sumergimos en el hoyo más profundo y nos preguntamos si es que Dios existe, es Dios quien nos recuerda que Él permanece junto a nosotros. Podemos confiar en que Dios nos está refinando a través de las pruebas, y que un día nos llevará a su gloriosa presencia. El Señor Jesús nos dice, “cuando pases las aguas, yo estaré contigo [...] cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama te abrasará” (Is 43:2). La presencia de Dios permanece con sus hijos, lo reconozcamos o no. En momentos de oscuridad, Dios nos llama a confiar en Él hasta que la luz regrese. «Pero Él sabe el camino que tomo; cuando me haya probado, saldré como el oro» (Job 23:10). En este mundo de sufrimiento, tengo una profunda y perdurable esperanza, y fe para el futuro. No porque he seguido un montón de normas religiosas, sino porque durante cuarenta y tantos años he conocido a una persona real y he seguido conociéndola mejor. A través de su increíble sacrificio me ha conmovido profundamente, dándome un nuevo corazón y transformando mi vida por completo. La gloria sea a Jesús, ahora y para siempre.
Este artículo fue originalmente publicado por Ligonier Ministries en esta dirección