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Photo of La maternidad, un campo misionero
La maternidad, un campo misionero
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La maternidad, un campo misionero

Existe un viejo dicho —quizás sólo mi abuelo lo usa— que dice que la distancia genera intriga. Es completamente cierto. Tan sólo piensa en algo de lo que hayas estado lejos y que ahora lo tienes cerca: tu licencia de conducir, tu matrimonio, tus hijos. Cosas que solían parecer fascinantes, pero que, a medida que se acercan, pierden el misticismo y se hacen más reales.

Definitivamente, este mismo principio se aplica también al campo misionero. Mientras más cerca estés de casa, menos intrigante parece ser la obra de sacrificio en él. Como dijo alguien una vez, "todos quieren salvar el mundo, pero nadie quiere ayudar a mamá a lavar los platos". Cuando eres una madre que está en casa con sus hijos, la iglesia no pide un reporte mensual de tu ministerio. Cuando hablas con otros creyentes, lo que sacrificas por el evangelio no genera ningún tipo de asombro. Nadie te presiona para que hagas saber tus necesidades ni para saber cómo pueden orar por ti. No es intrigante ni glamoroso: tu trabajo es normal porque está tan cerca de casa como es posible estarlo. De hecho, has llegado al punto de convertirte en el hogar mismo.

El hogar: donde empieza la misión

Si eres una mujer cristiana que ama al Señor, el evangelio es importante para ti. Es fácil desanimarse pensando que el trabajo que haces no importa mucho. Podrías pensar también que, si realmente estuvieras haciendo algo por Cristo, estarías afuera, en algún lugar, haciéndolo. Aun si tienes una gran perspectiva de tu rol en el reino, es fácil perderlo de vista mientras ordenas los calcetines en parejas, sientes esas náuseas matutinas o ves los platos sucios. Es fácil darle más valor a lo intrigante y comenzar a verte a ti misma como la parte menos valiosa de la iglesia.

Existen muchas formas en las que las madres necesitan estudiar sus propios roles y comenzar a verlos, no como aburridos e intrascendentes, sino como lo que el hogar es: el lugar donde empieza la misión. En el centro del evangelio hay sacrificio, y es probable que no exista en el mundo otro trabajo tan intrínsecamente sacrificial como la maternidad. Es una oportunidad maravillosa para vivir el evangelio. Es bien sabido que Jim Elliot dijo: "No es un necio aquel que renuncia a lo que no puede conservar para ganar lo que no puede perder". La maternidad te da la oportunidad de dejar las cosas que no puedes conservar por las personas que no puedes perder. Son almas eternas; son tus hijos; tu campo misionero.

La fe transforma la ofrenda pequeña en algo grandioso

Si eres como yo, entonces puedes estar pensando: “¿a qué he renunciado por ellos? ¿Tiempo en el gimnasio? ¿Dinero extra para ahorrar? ¿Mi figura de veinteañera? ¿Horas de sueño?”. No parece ser mucho cuando lo comparas con el trabajo de algunos de los grandes misioneros, personas que dieron su vida por el evangelio.

Piensa en la alimentación de los cinco mil, cuando los discípulos salieron y recolectaron la comida que estaba disponible. No era mucha: un poco de pan; un poco de pescado. Imagina alguna mujer que saca un pescado y lo entrega a uno de los discípulos: podría haber parecido una ofrenda pequeña. Sin embargo, lo importante de esos panes y esos peces no era su tamaño al momento de entregarlos, sino las manos que los estaban recibiendo. En las manos del Señor, esa ofrenda era suficiente —más que suficiente—. Hubo de sobra. Cuando se da con fe, aun una ofrenda pequeña se transforma en algo grandioso. Mira a tus hijos con fe y piensa en cuántas personas serán ministradas si tú pastoreas primero a tus hijos. ¿Cuántas personas conocerán tus hijos a lo largo de sus vidas? ¿Cuántos nietos están representados en los rostros alrededor de tu mesa en este momento?

Gana lo que no puedes perder

Entonces, si las madres están en una posición estratégica para impactar de gran manera la misión, ¿por qué nos subestimamos tanto? Creo que la respuesta es bastante simple: por el pecado. Descontento, mezquindad, egoísmo, resentimiento. Los cristianos solemos pensar que lo correcto es avergonzarnos de lo que tenemos. Escuchamos la cita de Jim Elliot y pensamos que debemos vender nuestras casas y mudarnos a un lugar donde necesiten escuchar el evangelio.

Sin embargo, me gustaría desafiarte a verlo de una manera diferente. Abandonar lo que no puedes conservar no quiere decir que debas dejar tu casa o tu trabajo para poder servir en otro lugar; más bien, significa renunciar a ti misma; dar tu vida; sacrificarte aquí y ahora. Limpiar alegremente la nariz de tu hijo por quinta vez; volver a preparar la cena para los que detestan los frijoles verdes; reír cuando tus planes se frustran porque tu hijo vomitó. Rinde tu vida por las personas que están aquí contigo, los que te molestan, los que se interponen en tu camino, los que te quitan tanto tiempo que ya no puedes dedicarte a leer. Alégrate en ellos; sacrifícate por ellos. Gana lo que no puedes perder en ellos. Es fácil pensar que sientes compasión por los huérfanos al otro lado del mundo, pero si pasas el tiempo en casa molesta por la carga que son tus hijos, entonces no tienes esa compasión. No puedes sentir pasión por el evangelio y estar molesta con tu vida al mismo tiempo. Jamás harás una diferencia en ninguna parte si no puedes tener paz con tu situación actual. Tu corazón no puede estar puesto en las misiones si no está puesto en las personas que te rodean. Un verdadero amor por el evangelio inunda y doblega. Estará presente en todo lo que hagas, sin importar cuán monótono, simple y repetitivo sea. Dios ama las ofrendas pequeñas. Dado con fe, ese plato de sándwiches alimentará a miles. Dados con fe, esos regalos de Navidad serán disfrutados por más niños de los que puedas contar. Ofrecido con gratitud, tu trabajo en casa es sólo el comienzo. El montón de ropa sucia, que desinteresadamente lavas día a día, será usado por las manos de Dios para vestir a muchos. No creas que tu trabajo no importa. En las manos de Dios, se multiplicará una y otra vez hasta que todos los que tengan necesidad de él hayan comido y se hayan satisfecho; y aun después de eso, quedarán restos.
Rachel Jankovic © 2011 Desiring God Foundation. Usado con permiso. | Traducción: María José Ojeda