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Las promesas de Dios son mejores que las escobas eléctricas
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Las promesas de Dios son mejores que las escobas eléctricas

Siendo mamá de tres niños, ¡ando constantemente en una carrera contra el tiempo! Cada vez que mi esposo me recuerda una tarea que debo hacer, habitualmente suelto un «¿De dónde voy a sacar tiempo para eso?» Por lo general desearía tener más tiempo. ¡Así podría terminar esto o lo otro! Pero el tiempo no es mi único enemigo imbatible. Todos los días recibo 2 correos electrónicos de un sitio web que ofrece cupones de descuento. Indudablemente, hay muy buenas ofertas que puedo aprovechar. Sin embargo, tengo que ser cuidadosa: son un terreno fértil para generar codicia en mí. ¡«Escoba Eléctrica»! ¡Inalámbrica y liviana! Mis ideas se agolparon: «Si tan sólo la tuviera, podría guardarla en la cocina junto a la heladera, sacarla inmediatamente y limpiar toda la porquería en un santiamén casi sin hacer ruido; sin tener que ir a la bodega, sacar esa tremenda aspiradora, conectarla, y hacer ese horrible ruido mientras mi chiquitito está durmiendo… Y… ¡Ahorraría tanto tiempo!» Mi corazón exclamó: ¡La NECESITO! Así que justifiqué el deseo de mi corazón: «¡Las aspiradoras sencillamente no me bastan! ¡Quienquiera que las haya inventado ciertamente no era una madre con mejores cosas que hacer!» Hay muchos aparatos por ahí —rápidas cortadoras y rebanadoras de frutas y verduras, ollas de cocción lenta, y hornos digitales—. ¡Son cada día más rápidos, ágiles y multifuncionales! Lo suficiente como para que esta mamá frustrada, envidiosa y escasa de tiempo adore frente al altar del dios de los objetos. Sólo bastó con una escoba eléctrica para que mi corazón idólatra y codicioso quedara al descubierto. Simplemente tenía que tenerla, así que la compré. Y me ha decepcionado varias veces. Ha fallado la batería. Limpiar la escobilla interna me ha tomado más tiempo del que me tomaría limpiar la bolsa de polvo de la aspiradora. ¡Cómo me ha disgustado limpiar esa escobilla! Me di cuenta de cómo mi corazón idólatra estaba buscando satisfacerse y liberarse de las cosas poniendo su esperanza en ellas y no en Dios. Mi esposo citó una vez: «Si piensas que 24 horas por día no te bastan, entonces no estás entendiendo ni la voluntad de Dios para tu vida ni confiando en la soberanía de Dios.» Qué cierto es. Se me vinieron unas cuantas cosas a la mente mientras meditaba en ello: —Aunque profeso creer que Jesús es soberano y ha soberanamente ordenado que mi día tenga 24 horas, mi vida se caracteriza por la incredulidad cada vez que exijo más de lo que Él sabiamente me ha dado. —Aunque profeso creer que Dios es bueno, mi incredulidad asoma su feo rostro cuando codicio las cosas que no tengo y expreso mi descontento con las cosas que Dios ha provisto amorosamente para mí. —Aunque profeso que hay un solo Dios y que sólo lo adoro a Él, mi vida traiciona lo que confieso cuando ansío encontrar satisfacción en las cosas creadas. Las escobas eléctricas y los hornos digitales no son el problema. El problema es mi corazón codicioso. Cuando codicio un tiempo que no es mío, peco contra el Dios que me dio el tiempo que tengo. ¡Necesito la gracia de Dios! ¿Y tú? ¿Hay áreas de tu vida en que necesites combatir la codicia con el evangelio de la gracia? La verdad de Tito 2:11-14 me anima: «En verdad, Dios ha manifestado a toda la humanidad su gracia, la cual trae salvación y nos enseña a rechazar la impiedad y las pasiones mundanas. Así podremos vivir en este mundo con justicia, piedad y dominio propio, mientras aguardamos la bendita esperanza, es decir, la gloriosa venida de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo. Él se entregó por nosotros para rescatarnos de toda maldad y purificar para sí un pueblo elegido, dedicado a hacer el bien.» ¡El evangelio no sólo nos salva sino que nos enseña a vivir en rectitud! Cuando me siento tentada a codiciar, debo recordarme el evangelio, las riquezas mayores que tengo en Cristo, y pelear la buena batalla de la fe aferrándome a las promesas de nuestro buen, fiel, amoroso y soberano Dios. Así me lleno de esperanza mientras aguardo con ansias la aparición de la gloria de mi gran Dios y Salvador Jesucristo —¡esa sí que es una búsqueda valiosa!—.
Publicado originalmente en el blog Domestic Kingdom. | Traducción: Cristian Morán