volver
Photo of Una carta sobre el dinero para mi yo más joven
Una carta sobre el dinero para mi yo más joven
Photo of Una carta sobre el dinero para mi yo más joven

Una carta sobre el dinero para mi yo más joven

Si escuchas lo suficiente a alguien en sus últimos años, escucharás algo como: «si hubiese sabido en ese entonces lo que sé ahora…». Sin embargo, los adultos mayores no son los únicos que se sienten así. A los treinta años, ya me encuentro a mí mismo diciendo lo mismo respecto al dinero.  Hace poco, dejé una empresa de planificación financiera después de trabajar como director creativo y asesor de recursos monetarios. Aprendí más en un año sobre la administración económica de lo que había aprendido en los primeros 29 años de mi vida.  Mientras trabajaba en la empresa, descubrí el lamentable estado económico de mi familia. Sabía que no éramos buenos con el dinero, pero no me había dado cuenta de la envergadura de nuestra ignorancia y problemas económicos. También descubrí que no estaba solo. Después de estar seis meses en la empresa, pude aconsejar clientes que necesitaban asesoramiento económico básico, y no fue algo agradable. Independientemente de los ingresos, la mayoría estaba viviendo sueldo a sueldo, ahogado en deudas. Actualmente, los veinteañeros son bombardeados con oportunidades para tomar pobres decisiones económicas. A la relativamente joven edad de los treinta, a menudo me encuentro a mí mismo diciendo: «desearía haber sabido a los veinte lo que sé hoy sobre el dinero». Si pudiera conversar con mi yo de veinte años sobre dinero, estas son tres cosas que le diría.
1. El dinero no puede comprar tu felicidad
A lo largo de mis veinte, vi el dinero como la solución a la mayoría de mis problemas. Esta creencia dictaba cómo gastaba mi tiempo y, finalmente, mis ganancias. En un momento, tuve siete trabajos mientras estudiaba una maestría. Sin embargo, aún estaba quebrado y endeudado, y nunca terminé mis estudios. En lugar de ser una fuente de gozo, el dinero se convirtió en un amo cruel (Mt 6:24). Lo que descubrí es que mi experiencia es demasiado común. Lo triste es que muy pocos de nosotros parecemos aprender de nuestros errores. Seguimos intentando buscar felicidad por medio de más dinero. Algunos apuntarán hacia estudios que sugieren que existe una correlación entre el dinero y la felicidad. En un artículo se reportó que cada dólar adicional ganado por año reduce las emociones negativas de las personas, pero ese efecto desaparece en alrededor de $200.000 anualmente. En otras palabras, el dinero es una ayuda limitada en el mejor de los casos, y ciertamente no compra felicidad perdurable, como cualquier persona honesta que observa a personas adineradas puede percibir rápidamente. Finalmente, el dinero es un medio para un fin. Un dólar o una pieza de oro es solo tan valiosa como lo que podemos cambiar por él. Y el dinero es peligroso, pues nos da la ilusión de otorgarnos acceso a cualquier cosa. Por lo tanto, fácilmente podemos levantarlo en el trono que debe estar reservado solo para el proveedor supremo: Dios, el dador de todas las cosas buenas. Por lo tanto, le diría a mi yo de veinte años: no intentes comprar la felicidad con dinero. Esto habría cambiado radicalmente mis finanzas, especialmente las relacionadas con la deuda.
2. No pidas dinero prestado imprudentemente
En mis veinte, pedí dinero prestado tontamente, y aún lo estoy pagando. Desde mis créditos universitarios hasta mis tarjetas de crédito, me endeudaba sin pensarlo bien. La deuda me permitió obtener lo que quería cuando lo quería. ¿La mejor parte? No tenía que esperar ni pedir permiso. Esta es la gran tentación que cada veinteañero enfrenta en una era en que se presta dinero tan fácilmente. La Biblia no condena la deuda como algo intrínsecamente pecaminoso, pero nos advierte claramente que el dinero no debe pedirse prestado al azar. La Escritura también nos dice que cuando nos endeudamos, es malo no pagar lo que debemos. Romanos 13:8 dice: «No deban a nadie nada, sino el amarse los unos a otros»; y el Salmo 37:21: «El impío pide prestado y no paga, pero el justo es compasivo y da».  Si pudiera aconsejar a mi yo endeudado de veinte años, esto es lo que le diría: no pidas dinero prestado a menos que no tengas otra opción. Hay demasiado en juego como para pedir prestado dinero sin pensarlo cuidadosamente. Si estás considerando usar tu tarjeta de crédito o un préstamo, toma en cuenta el costo y ten cuidado con los riesgos. Y si ya estás endeudado, diría, haz un plan para eliminarla lo antes posible.
3. Ahorra, da y gasta dinero proactivamente
«El prudente actúa con cordura, pero el necio se jacta de su necedad» (Pr 13:16, NVI). Uno de los peores errores que cometí con el dinero fue fracasar en planificar sabiamente. Cuando recibía un sueldo o efectivo extra, carecía de dirección. Como el necio en ese Proverbio, era tan orgulloso de no tener un presupuesto. Odiaba absolutamente la idea. Presupuestar me intimidaba y parecía ser mucho trabajo. Además, mientras no planificaba, podía permanecer en la negación de que era un pobre administrador de los recursos que Dios me había dado. Podía pretender que estaba dando y gastando sabiamente y nadie podría confirmarlo o negarlo. Podría tomar decisiones de gasto basado mayormente en mis sentimientos. Se sentía como libertad, pero no lo era. Ahora, le diría esto al necio yo de veinte años: hacer un plan para tu dinero podría ayudar a darte dominio sobre él. No tener plan no es ser libre; no tener plan te convierte en un esclavo de tu dinero. Sin embargo, un buen plan financiero convierte al dinero en tu esclavo para servir a lo que realmente valoras. Serás empoderado para ahorrar, dar y gastar dinero proactivamente en vez de gastarlo reactivamente.

No es demasiado tarde para cambiar

Si miramos hacia atrás sin duda está todo claro. No es que ahora administre perfectamente el dinero. Aunque entiendo más ahora sobre cómo manejarlo, no siempre actúo de acuerdo a lo que sé. Sin embargo, a lo largo del último año, he crecido mucho. Si no puedo ayudar a mi yo de veinte años, espero poder ayudar a otros a evitar los errores que yo cometí o ayudarlos a hacer cambios como los que yo tuve que hacer. Sin importar cuán mayor seas, no es demasiado tarde para corregir nuestro curso. Nunca somos demasiado viejos para dejar de intentar comprar felicidad con dinero, o para salir de las deudas lo antes posible, o para comenzar a gobernar al dinero en vez de ser gobernado por él. Queremos servir a Dios y no al dinero (Mt 6:24). Sin embargo, mientras menos intencionados seamos con nuestro dinero, es más probable que terminemos sirviéndolo a él, puesto que una buena mayordomía es imposible sin intencionalidad.
Phillip Holmes © 2018 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso. | Traducción: María José Ojeda
Photo of Vivan para dar vida; a cualquier costo
Vivan para dar vida; a cualquier costo
Photo of Vivan para dar vida; a cualquier costo

Vivan para dar vida; a cualquier costo

En inglés, al Jueves Santo se le denomina Maundy Thursday, en donde la palabra maundy (lavamiento de pies) significa «mandato», pues tiene su origen del latín mandatum. El mandamiento al que se hace referencia aquí viene de las famosas palabras de Jesús en Juan 13:34-35:

Este mandamiento nuevo les doy: que se amen los unos a los otros. Así como yo los he amado, también ustedes deben amarse los unos a los otros. De este modo todos sabrán que son mis discípulos, si se aman los unos a los otros.

En este pasaje, encontramos un mandamiento, una ilustración y una promesa. Jesús responde nuestro qué, cómo y por qué. Él le dice a sus discípulos que se «amen los unos a los otros»… «como [él los ha] amado», así «todos sabrán que son [sus] discípulos». En sus horas finales, Jesús le entrega a sus discípulos, y a los futuros cristianos, la clave para distinguirse del resto del mundo como seguidores del Hijo de Dios.

El mandamiento

La primera parte del mandato es simple: que se amen los unos a los otros. Jesús está preparando a los hombres a quienes él ha amado de verdad por los últimos tres años para las pruebas y los sufrimientos que enfrentarán. Estaban apunto de ser comisionados para realizar un trabajo que cambiaría al mundo para siempre y tendría implicaciones en las almas de cada ser humano y de las generaciones futuras. Jesús sabía que Satanás tenía planes para entorpecer la misión. El remedio de Jesús, al menos en parte, es el humilde mandamiento de amarse los unos a los otros. Aunque puede ser simple y fácil de recordar, todo aquel que lo ha intentado reconoce que es un reto. El amor requiere generosidad y sacrificio. El amor exige que pongamos a otros antes que a nosotros mismos y que renunciemos a nuestro tiempo, nuestros recursos e incluso a nuestras vidas por el bien de otros. El amor no es ni lo que estamos dispuestos a hacer ni lo que pensamos en hacer lejos de la gracia. Jesús reconoció la tendencia de los discípulos a amarse a sí mismos y los desafió a amar a otros. Él no los dejó solamente con un mandamiento, también les dio una ilustración.

La ilustración

Jesús no entrega una escapatoria simple ni deja a los discípulos con una excusa fácil. Él no sólo les dice que se «amen los unos a los otros», sino que también establece un estándar que sólo él puede ilustrar y lograr por medio de la intervención divina. Él les dice que deben amarse entre ellos «como [él] los [ha] amado». Cualquiera que se haya detenido y haya reflexionado sobre la vida de Jesús en la forma más simple, puede reconocer rápidamente el peso de este mandamiento. La ilustración no difiere de la lectura que Pablo hace de la ley en Gálatas 5:14: «En efecto, toda la ley se resume en un solo mandamiento: “ama a tu prójimo como a ti mismo”»; más bien, la complementa. Según John Piper, Jesús está, en esencia, diciendo,

Esto es lo que quiero decir con «como a ti mismo»: mírame. Es decir, tal como quisieras que alguien te librara de la muerte segura, tú debes liberarlo a él de esa muerte. Así es cómo te estoy amando a ti ahora. Mi sufrimiento y mi muerte es lo quiero decir con «como a ti mismo». Tú quieres vida, entonces vive para darle vida a otros; a cualquier costo.

Ahora Jesús entrega una imagen viva del estándar de «como a ti mismo» junto con Pablo, y con el Antiguo Testamento. Somos tan propensos a pasar por alto las muchas formas en las que nos amamos a nosotros mismos. Fácilmente, justificamos la razón por la que no necesitamos hacer ciertas cosas por otros que sí hacemos por nosotros mismos. Sin embargo, la vida de Jesús nos entrega un modelo que no es falso; una ilustración que no puede ser ignorada. La vida completa de Jesús encarnó el significado del «como a ti mismo», lo cual es la razón por la que él pudo decir, «no piensen que he venido a anular la ley y los profetas; no he venido a anularlos, sino que a darles cumplimiento».

La promesa

La promesa es un honor: ser conocidos como discípulos y seguidores de Jesús, Dios y hombre al mismo tiempo. No hay otro nombre al que nos asocien que nos dé mayor privilegio que el de Jesús. Sin embargo, muchos quieren que los asocien con su nombre sin imitar su sacrificio de amor. Jesús le dice a sus discípulos que si ellos se aman los unos a los otros como él los ha amado, «todos sabrán que son [sus] discípulos». Con el propósito de mostrar nuestra lealtad a Jesús, podríamos intentar casi cualquier cosa aparte de amarnos los unos a los otros: ponemos letreros en nuestros patios, publicamos citas en las redes sociales y ponemos autoadhesivos en el parachoques de nuestros autos. Todo esto puede hacerse con un corazón genuino, pero no valen nada si es que no amamos a otros cristianos (que, de hecho, pueden ser algunas de las personas más difíciles de amar para nosotros). La forma en la que tratamos y nos preocupamos los unos por los otros dice mucho sobre el evangelio que proclamamos. En su carta, el apóstol Juan repite las palabras de Jesús:

Si alguien afirma: «Yo amo a Dios», pero odia a su hermano, es un mentiroso; pues el que no ama a su hermano, a quien ha visto, no puede amar a Dios, a quien no ha visto. Y él nos ha dado este mandamiento: el que ama a Dios, ame también a su hermano (1Jn 4:20-21).

Es imposible que amemos verdaderamente a Dios sin amar al cuerpo de Cristo. Debemos buscar amar a nuestros hermanos y hermanas como amaríamos a los miembros de nuestra familia, porque, al final de cuentas, realmente somos una familia, la verdadera familia. Cuando el mundo hace afirmaciones amplias y generales sobre la maldad en la iglesia, eso debiese detenernos. En vez de unirnos a los términos del mundo, debemos estar preparados para destacar lo bueno, incluso mientras reconocemos honestamente lo malo. El amor significa disposición a sacrificar desinteresadamente nuestra propia reputación por el bien del cuerpo, como Cristo lo hizo en la cruz. El amor significa tomar el riesgo de que nos cataloguen como malvados por hacer el bien. Nuestro amor como el de Cristo entre nosotros comunica al no cristiano que nosotros realmente creemos el evangelio que proclamamos y entrega una ilustración limitada, pero poderosa, del amor que ellos pueden tener en Cristo Jesús. Jesús es la ilustración perfecta del amor. La Semana Santa nos da una excelente oportunidad para ser testigos de la exhibición de su amor y para buscar andar en sus humildes pasos.
Phillip Holmes © 2016 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección.Usado con permiso. | Traducción: María José Ojeda
Photo of Esperanza para el cristiano infeliz
Esperanza para el cristiano infeliz
Photo of Esperanza para el cristiano infeliz

Esperanza para el cristiano infeliz

Aparentemente, Clara parece tener todo resuelto. Está soltera, tiene una profesión y es bastante activa en su iglesia local. Sin embargo, está sola, desencantada con su profesión y se siente desconectada de su iglesia. El cascarón que sus pares admiran oculta su cristianismo descontento y sombrío. Clara había imaginado una vida diferente para ella. A esta altura, ella pensó que estaría en su mejor momento, pero se encontró en un abismo de miseria. Pensó que estaría casada, que aún estaría en contacto con sus amigos de la universidad, que estaría criando a su familia y que estaría mentoreando a mujeres cristianas más jóvenes. Sin embargo, su presente realidad defraudó sus expectativas. Su descontento la ha llevado por un camino oscuro de pecado, con el fin de buscar alivio, pero solo ha encontrado muerte. La única esperanza que Clara tiene para curar su descontento e infelicidad es aprender el arte del contentamiento y abrazar una visión bíblica de Dios. Ambas cosas son esenciales para su gozo.

No eres tú, soy yo

Clara representa a muchos cristianos que luchan con las circunstancias que les tocó vivir. La condición de su corazón no solo se aplica a los solteros, sino que también a los casados. Cada mañana, cristianos a lo largo del país despiertan descontentos con sus vidas (soltería, matrimonio, profesión, iglesia o comunidad) y desean poder cambiarla por una diferente. Nuestro descontento nos lleva a tener pensamientos llenos de ilusiones, pero que en realidad no traen esperanza (y a veces llegan a ser suicidas). Intentamos reemplazar y eliminar cualquier cosa que percibamos que esté relacionada con nuestro descontento:
  • «Detesto estar soltero, así que debo solucionarlo»
  • «Mi cónyuge no me satisface, así que debería conseguir uno nuevo»
  • «Mi trabajo no me llena, así que renunciaré»
  • «Mi iglesia no es emocionante, así que me iré»
  • «La vida está llena de miseria, así que terminaré con ella»
  • «Dios no me hace feliz, así que lo rechazaré»
No obstante, el problema no se encuentra en la soltería, en el matrimonio, en el trabajo, en la iglesia ni en Dios. La respuesta a nuestro problema no siempre está relacionada con cambiar la circunstancia en la que nos encontramos. El puritano Jeremiah Burroughs escribió,
Es común decir que hay muchas personas que no están bien ni cuando están satisfechos ni cuando están ayunando… Existen algunas personas que tienen actitudes tan irritables y desagradables que no importa en qué condición estén insertos, son personas detestables. Hay algunos que tienen corazones desagradables y son desagradables en cada circunstancia que les toque vivir. (Contentment, Prosperity, and God’s Glory [Contentamiento, prosperidad y la gloria de Dios], 1).
Enfermo o sano, soltero o casado, rico o pobre, fértil o infértil, hambriento o satisfecho, independiente de la circunstancia, podemos encontrar una forma para estar descontentos sean cuales sean las situaciones difíciles de nuestras vidas. El corazón humano es imposible de satisfacer con condiciones temporales y bienes terrenales. Siempre queremos más. La vida siempre puede ser mejor. Como señaló correctamente Charles Haddon Spurgeon, «recuerda que el contentamiento de un hombre está en su mente, no en la extensión de sus posesiones. Alejandro Magno, con todo el mundo a sus pies, pedía a gritos otro mundo al cual conquistar». Sin embargo, existe una mejor forma: un camino que lleva al dulce contentamiento y a la verdadera felicidad.

El dulce contentamiento

La infelicidad y el descontento del cristiano están directamente relacionadas con la visión que este tiene de Dios. El descontento grita, «¡mereces algo mejor!» y susurra, «Dios no te está dando lo que mereces». A todas luces, el grito es falso, pero el susurro es profundamente cierto. Satanás es maestro en mezclar mentiras con verdades. Es mentira que mereces algo mejor. Esa afirmación también asume que tú sabes lo que es mejor y que los regalos de Dios no son lo mejor para ti. La mentira te lleva a creer que tú eres más sabio que Dios e interpreta la dirección que él tiene sobre tu vida como un ataque en lugar de verlo como un acto de misericordia o un regalo. Es verdad que Dios no te está dando lo que mereces. Merecemos la ira de Dios, y aún así diariamente recibimos nuevas misericordias. ¿Cómo podemos considerar las enfermedades, el sufrimiento y otras tragedias como misericordias? Darnos cuenta de que cada mañana no despertamos en el infierno es un ejemplo de la misericordia de Dios hacia nosotros. Aun cuando sentimos que estamos en nuestro peor momento, Dios nos muestra más misericordia de la que merecemos. No existe desastre o tragedia que podamos enfrentar que sea peor que la santa ira de Dios. Al mismo tiempo, no existe placer terrenal que se pueda comparar con la gloria que está por revelarse. Así es cómo el apóstol Pablo enfrentó el sufrimiento: «pues considero que los sufrimientos de este tiempo presente no son dignos de ser comparados con la gloria que nos ha de ser revelada» (Ro 8:18). Con esto en mente, en el peor de nuestros días, él es digno de agradecimiento y de adoración por todo lo que él ha hecho. O como solíamos decir en la iglesia en la que crecí, «no importa si Dios nunca más hace algo por nosotros, pues él ya ha hecho suficiente». Esta visión de la bondad de Dios refleja un corazón humilde ante un Dios humilde y santo. Esta perspectiva nos capacita para sufrir correctamente, sabiendo que lo mejor aún está por venir. No obstante, podemos ir aún más allá. A medida que luchamos diariamente contra el descontento, debemos interpretar todo lo que se aparezca en nuestro camino como una razón para regocijarnos. Nuevamente, Burroughs escribe, Piensa bien de Dios e interpreta bien el trato que tiene contigo. Es muy difícil vivir cómoda y alegremente entre amigos cuando uno interpreta duramente las palabras y las acciones de otro. La única manera de mantener un contentamiento y un consuelo dulce en las sociedades cristianas es interpretar las cosas lo mejor que podamos. Asimismo, una manera fundamental de ayudar a mantener el consuelo y el contentamiento en nuestros corazones es interpretar bien el trato que Dios tiene con nosotros. (Contentment, Prosperity, and God’s Glory [Contentamiento, prosperidad y la gloria de Dios], 7). Imaginen si realmente creyéramos lo que la Biblia dice sobre cómo Dios nos ve. Transformaría la forma en que interpretamos todas sus acciones y las veríamos como misericordias. Sé que en medio de mis batallas contra el descontento y los grandes pecados, es difícil no ver lo que está pasando en mi vida como una condena o un castigo.

Las misericordias de Dios, nuestro gozo

Como Clara, si no revisamos nuestra insatisfacción con la vida inevitablemente nos llevará hacia un ciclo de descontento, pecado, culpa y depresión. El descontento al final lleva al pecado, el pecado lleva a la culpa, la culpa lleva a la depresión y la depresión lleva de vuelta al descontento. Este ciclo lentamente destruye todo lo que enfrentamos y tocamos, dejándonos sin gozo y vacíos. Con el fin de romper este mortífero círculo, la búsqueda del gozo es esencial. Santiago 1:2-4 complementa las palabras de Burroughs:
Tengan por sumo gozo, hermanos míos, cuando se hallen en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de su fe produce paciencia, y que la paciencia tenga su perfecto resultado, para que sean perfectos y completos, sin que nada les falte.
Si interpretamos con gozo todo lo que sucede (enfermedad, muerte, pérdida, pobreza) como actos de misericordia en vez de juicio, transformará la manera en la que vivimos como cristianos. Debemos mirar la Palabra fiel de Dios para encontrar consuelo porque él realmente nos ama y hace el bien con nosotros. La Escritura dice:
  • Dios es quien ayuda; por lo tanto, no tenemos nada que temer (Is 41:13)
  • El amor de Dios fue manifestado y demostrado cuando él envió a su Hijo para morir por nuestros pecados (1 Jn 4:10)
  • Nada puede separarnos del amor de Dios; absolutamente nada (Ro 8:35–39)
  • Dios nos ama con un amor eterno (Jr 31:3)
  • Jesús nos ama con el mismo amor con el que el Padre lo ama a él (Jn 15:9)
Jesús, el único Hijo engendrado de Dios, fue un varón de dolores (Is 53:3). Fue despreciado y rechazado por los hombres, sufrió y murió por crímenes de los cuales él era inocente y absorbió la ira de Dios por los pecados que él nunca cometió. Dios ordenó todo esto. ¿Por qué? Porque Dios nos ama (Jn 3:16). Y puesto que nos ama, debemos esperar sufrir en esta vida de la misma manera en la que Cristo sufrió, porque «…la tribulación produce paciencia; y la paciencia, carácter probado; y el carácter probado, esperanza. Y la esperanza no desilusiona, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que nos fue dado» (Ro 5:3-5). Pero gracias a Dios porque «los sufrimientos de Cristo son nuestros en abundancia, así también abunda nuestro consuelo por medio de Cristo» (2Co 1:5). Nuestra capacidad para interpretar las acciones de Dios hacia nosotros como buenas está inevitablemente conectada a nuestro contentamiento y gozo. Si no somos capaces de ver su providencia como algo bueno, nunca estaremos contentos, y sin contentamiento, nunca conoceremos plenamente el gozo que él tiene para nosotros.
Phillip Holmes © 2016 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso. | Traducción: María José Ojeda