volver
Photo of Caminemos lejos del mundo para orar
Caminemos lejos del mundo para orar
Photo of Caminemos lejos del mundo para orar

Caminemos lejos del mundo para orar

Nos forzamos a nosotros mismos para hacer que el «Martes Santo» sea especial, ¿cierto? Durante el Domingo de Ramos, aclamamos a nuestro Rey; en el Jueves Santo, nos deleitamos en la obediencia de Jesús; el Viernes Santo, conmemoramos su muerte; por último, el Domingo de Resurrección, celebramos la nueva vida, la victoria y el fin de la muerte. Pero, ¿el Martes? Si pensamos en este Martes por un momento —lo suficiente como para que el ruido de la celebración del Domingo de Ramos deje de resonar en nuestros oídos—, podría atraparnos y darnos algo inesperado, algo que sólo el Martes Santo puede darnos. Cada día durante esta semana, Jesús enseña teología en Jerusalén. El martes es el «día de la escatología»: el templo será destruido (Lc 21:10-24), Jerusalén caerá, las personas sufrirán violencia, las familias serán separadas, «desfallec[erán] los hombres por el terror...» (Lc 21:25–26). Jesús rompe la cuarta pared, estira su brazo desde las páginas de la Escritura, toma nuestra mandíbula, nos obliga a mirarlo y nos dice: «Estén alerta, no sea que sus corazones se carguen con disipación, embriaguez y con las preocupaciones de la vida...» (Lc 21:34).

El extraño regalo del martes

El martes nos da un peculiar regalo: «Durante el día Jesús enseñaba en el templo, pero al oscurecer salía y pasaba la noche en el monte llamado de los Olivos. Y todo el pueblo iba temprano al templo a escuchar a Jesús» (Lc 21:37-38). Jesús y los discípulos caminaban directo hacia la abrupta grieta de la tragedia. Iban a encontrarse con el trauma, el caos, la tristeza, los tiburones hambrientos de su brutal fin de semana. Desde luego, era de esperar que el ajetreo de la última semana de vida de Jesús lo mantuviera muy ocupado. Sin embargo, curiosamente, él decide viajar a un lugar que más tarde Lucas explica que  queda a una distancia «de un día de reposo» [1.2 km.] (Hch 1:12). Jesús no buscó tener un departamento en la ciudad, tampoco se hospedó en el centro de conferencia. Aunque enseñaba «temprano en la mañana», él prefería viajar para hacer su trabajo desde un lugar inapropiado y poco común. ¿Por qué? Jesús pasa la noche del martes en el Monte de los Olivos. Para ser exactos, él iba todas las noches a ese lugar. Sin embargo, lo que Lucas hace al relatarnos lo que sucede el Martes es contarnos la rutina de Jesús antes de dormir. Jesús eligió hacer ese viaje diariamente, aun cuando quedaba lejos; aun cuando enseñaba temprano; aun cuando enfrentaría la muerte segura en un par de días. Ese Martes nos entrega tres cintas de material perdido de la vida de Jesús.

La esperanza representada ese Martes

Imagínense que pueden viajar al pasado, al 5 de junio de 1944 (el día antes de la batalla de Normandía) y que están en la playa. Sienten la arena en los dedos de sus pies; miran hacia el Océano Atlántico y observan el atardecer. Luego, se dan vuelta y ven el armamento y el arsenal alemán que está detrás de ustedes. Mañana, ese será el lugar donde sucederá; será donde cambiará la historia, a expensas de miles de vidas. Sin embargo, hoy es tan sólo una playa protegida; mañana, cambiará el curso de la historia. El Monte de los Olivos es la Normandía escatológica: «sus pies se posarán aquel día en el Monte de los Olivos, que está frente a Jerusalén, al oriente… Entonces vendrá el Señor mi Dios, y todos los santos con él» (Zac 14:4-5). Éste es el lugar donde Jesús decide pasar la noche. Pueden imaginarse a Jesús, con los ojos llenos de lágrimas, mirando las estrellas, diciendo, «Esto vale completamente la pena. Un día, vendré desde allá y tendré a mis amados junto a mí. Oh sí, mis ovejas, mis santos, mi novia». Es extraordinario lo que sucede silenciosamente en el Monte. La «última cosa» que Jesús hizo en su último día de enseñanza escatológica en la tierra (el Martes) fue dormir en el mismísimo monte al cual él regresará un día. Lucas, por razones que podemos imaginar, piensa que es importante incluir esa información: Jesús acampa en el lugar donde se librará el épico conflicto de Dios contra Satanás. Jesús vuelve, noche tras noche: «...pero al oscurecer salía y pasaba la noche en el monte llamado de los Olivos» (Lc 21:37).

La paz practicada ese Martes

Jesús debió haberse fortalecido en el Monte de los Olivos. Lucas, más adelante, se refiere al viaje de Jesús como el hábito que lo lleva a orar en Getsemaní: «Saliendo Jesús, se encaminó, como de costumbre, hacia el Monte de los Olivos; y los discípulos también lo siguieron. Cuando llegó al lugar, les dijo: “Oren para que no entren en tentación.” Y se apartó de ellos como a un tiro de piedra, y poniéndose de rodillas, oraba» (Lc 22:39-41). El Monte de los Olivos era el lugar al cual Jesús se retiraba para encontrar esperanza en Dios; era el lugar donde todo iba a terminar. «Como de costumbre»; quizás el viaje diario al Monte de los Olivos era la forma que Jesús tenía de practicar su propia enseñanza: «Estén alerta, no sea que sus corazones se carguen con disipación, embriaguez y con las preocupaciones de la vida...» (Lc 21:34). ¿Qué significa eso para el Jesús que no tenía pecado? Retirarse de Jerusalén provocó que llorara (Lc 19:41), Jesús se rehusaba a ser un hipócrita: «pero al oscurecer salía y pasaba la noche en el monte llamado de los Olivos» (Lc 21:37).

La traición preparada de ese Martes

La costumbre de Jesús sirvió para un propósito doloroso: «cada noche Jesús dormía en el Monte de los Olivos (21:37) del cual había bajado días antes para entrar a Jerusalén... y se preparaba para su inminente arresto en ese mismo lugar» (John Carroll, Luke, 422 [Comentario de Lucas]). Sin embargo, hay algo más personal que conecta su hábito con su final: «la alusión a sus estadías nocturnas en el Monte de los Olivos prepara su arresto y explica cómo Judas sabría adónde llevar la tropa para arrestarlo (ver Jn 18:2)» (David Garland, Luke, 789 [Comentario de Lucas]). Jesús estaba preparando y dejando todo listo para que Judas tejiera telaraña, en la cual él caminará para la salvación de la humanidad. Jesús sabía que ese Martes él no sólo estaba enseñando sobre el fin del mundo, sino que también estaba preparando el camino para su propia muerte. Él sabía que esos hombres furiosos profanarían el lugar donde él encontró descanso «de noche». Sin embargo, de todos modos, él siguió yendo a ese lugar: «pero al oscurecer salía y pasaba la noche en el monte llamado de los Olivos».

Unan sus viaje al de Jesús

Busquen viajar con Jesús esta semana; busquen necesitar el espacio entre Jerusalén y el Monte de los Olivos (entre el trabajo y la casa, el gimnasio y el departamento, entre una clase y tu dormitorio), un «camino de un día de reposo» (Hch 1:12). David Mathis comenta acertadamente, «alejarse, en silencio y soledad, no es una gracia especial en sí misma» (Habits of Grace [Hábitos de gracia], 139). Jesús no se retiraba al Monte de los Olivos porque era el hotel más cercano con una vista al océano que lo llevaba a meditar. Él iba ahí porque era significativo. Busquen un texto de la Escritura —quizás incluso puede ser sólo un versículo— para guiarlos durante la semana. Llévenlo con ustedes. Busquen un espacio significativo en el que puedan conectarse con Jesús por medio de su Palabra. Experimenten a Jesús en el viaje diaro que él realiza, al borde del peligro y de la muerte, llevando a cabo sus responsabilidades diarias y necesitando al Padre tanto como nosotros. El martes se encuentra entre la entrada a Jerusalén y la crucifixión. Si consideramos el viaje de Jesús desde su majestad (Domingo de Ramos) a la cruz (Viernes Santo) como un quiasma, la noche del martes emerge prominentemente en el centro. Es el día en que Jesús se impulsa a continuar su misión. Es el día en el que Jesús se aferra al fin de todo dolor, desolación y confusión que la iglesia enfrentará por miles de años: el tema de su enseñanza ese Martes. La contribución del Martes a la Semana Santa es la alineación del propósito de Jesús del fin del mundo con su práctica del fin del día. Por lo tanto, ¿cuál es la lección para nosotros este Martes? «Estén alerta, no sea que sus corazones se carguen con disipación, embriaguez y con las preocupaciones de la vida...» (Lc 21:34). Caminen junto con él a un lugar tranquilo y familiar y busquen fuerza y esperanza para lo que enfrenten hoy.
Paul Maxwell © 2016 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso. | Traducción: María José Ojeda                                                    
Photo of Mi reputación está arruinada
Mi reputación está arruinada
Photo of Mi reputación está arruinada

Mi reputación está arruinada

Los insultos hechos en privado no deben molestarnos, ¿cierto? Por supuesto, son groseros y repugnantes, pero ¿qué significa para nosotros la opinión de solo una persona? Catalógalos como personas «peligrosas» y sigue adelante. Sin embargo, las ofensas públicas (las insinuaciones que llegan por medio de chismes, los comentarios en Internet, comentarios privados filtrados, rumores, calumnias, acusaciones falsas) nos golpean en el plexo solar de nuestro corazón: la reputación. No creo que exista algo que proteja más furiosamente que mi reputación. Cuando mi reputación está en juego (un pecado oculto que se hace público, una observación hecha con seguridad que es refutada, una respuesta graciosa que es reprendida) salto para atacar la credibilidad de quien hace la crítica. Me defiendo con severidad. Cuando no lo puedo hacer, centro toda mi ansiedad y furia en burlarme de la fuente. La experiencia de la vergüenza pública en Internet es como derramar Coca-cola en tu camisa cuando asistes a un evento de etiqueta: todos quieren verlo, y es devastador para quien lo soporta. Quizás la vida adulta no es tan diferente a la de la escuela.

Cuatro maneras en la que podemos luchar

Cuando no hay recurso para arreglar los restos de una destruida imagen perfecta de uno mismo, el enojo a menudo es el primer instinto. La rabia (palabra que viene del latín medieval rabies, y de la cual obtenemos el término de la enfermedad «rabia»), el enojo, la furia, la ira, echan chispas. Sin embargo, nos hemos transformado en personas muy hábiles para esconder nuestra condición. Echamos humo en el alma. Queremos que nos vean como personas geniales, confiadas, seguras. No queremos que nunca nos cuestionen. Queremos que siempre nos amen. Hasta que la vergüenza pública aparece: un comentario; una crítica; un rechazo; un fracaso; un error; y luego, internamente, nos enfadamos; nos ponemos histéricos; despotricamos; nos alborotamos; nos ponemos violentos, maníacos y furiosos. Existen al menos cuatro cosas que tú y yo podemos hacer (en esos momentos en los que nuestros cuerpos comienzan a tomar el control, cuando nuestros corazones comienzan a palpitar tan fuerte que podrían salir de nuestros pechos) que nos permitirán usar la vergüenza pública como una oportunidad para dejar el peso muerto que arrastra nuestras almas hacia un hoyo.
1. Encuentra una forma para arrepentirte
Esto podría parecer algo completamente imposible. Aquellos que fueron avergonzados probablemente ya se arrepintieron o quizás alguien ha pecado contra ellos. ¿De qué tienen que arrepentirse? Sin duda, hay más dolor que culpa. Sin duda, hay una semilla de justicia en nuestro enojo. Eso es definitivamente posible. Sin embargo, el momento de furia no es el momento para considerar la justicia del enojo; es exactamente lo opuesto. Recuerda, la furia es una disposición hacia el pecado. «…El hombre violento abunda en transgresiones» (Pr 29:22). El momento de ofensa no es el momento para que salga el jurado; de hecho, es el último momento para juzgar. Aunque es contraintuitivo, la única cosa en la que necesitamos enfocarnos en un momento de furia es esta: alejarnos de esa furia. Busca arrepentirte. Es probable que tengamos que hacerlo con esfuerzo contra la actitud autodefensiva de nuestros propios corazones. No obstante, no se trata de defendernos, porque nuestro momento de furia no se trata de la persona que nos ha avergonzado. Tiene que ver con que si vamos a permitirnos o no rebajarnos a niveles vergonzosos con el fin de defender la vergüenza. El arrepentimiento es el paso más necesario para encontrar a Dios en nuestra furia, porque el arrepentimiento es una de las cosas más difíciles de hacer en el mundo (especialmente cuando sentimos que tenemos una buena razón para llamar a otros al arrepentimiento). Santiago nos examina, «solo hay un Legislador y Juez, que es poderoso para salvar y para destruir. Pero tú, ¿quién eres que juzgas a tu prójimo?» (Stg 4:12). Pon la ofensa entre paréntesis solo por un momento. No se trata de la ofensa; se trata de ti; se trata de tener una comprensión clara de tu alma. Si no puedes, tropezarás de cabeza en la vergüenza en maneras que tus acusadores u ofensores aprovecharán felizmente.
2. Encuentra un momento para que deje de importarte
Si el arrepentimiento es lo más difícil de hacer mientras estamos enojados, hacer un análisis honesto del alma es lo segundo más difícil. ¿Qué fue lo que se vio realmente amenazado por nuestra vergüenza? ¿Qué fue lo que realmente se perdió? ¿Qué cosa buena dejó de estar disponible? ¿Qué veta estábamos intentando proteger? ¿Qué cosa «inmaculada» fue ensuciada que Dios seguramente encuentra tan significativa? Probablemente, es nuestra imagen de las redes sociales que está enraizada en el miedo al juicio de otros. El miedo de que no somos comparables a la imagen limpia y nítida de otros. Es la ansiedad que se encuentra en saber que nuestras «meteduras de pata» no se erguirán junto a los «momentos memorables» de otros. Es el miedo de que ya no seremos más considerados como piadosos, disciplinados, atractivos, inteligentes o graciosos. Miramos estas cosas (nuestros perfiles, nuestra capacidad para comparar, nuestra reputación) como fuentes de confianza porque estamos intentando mitigar nuestro odio hacia nosotros mismos. Realmente, la furia por la reputación es a menudo un odio hacia otros por develar nuestro odio hacia nosotros mismos; por arruinar las maquinaciones que hemos establecido en un lugar para distraernos del desprecio que sentimos por nosotros mismos. Elie Wiesel comenta correctactamente, «el odio mórbido… siempre es el odio hacia uno mismo» (Legends of Our Time [Leyendas de nuestro tiempo], 195). Toma este tiempo, cuando ya no puedas esconderte más detrás de una fachada, para darte cuenta de que no te estaba ayudando. Tu máscara solo hizo tu vida más difícil. Tu compromiso para mantener una reputación inmaculada (estética o performativa; moral o religiosa) fue el yugo del cual Dios te liberó por medio de la cruz. En Cristo, «…hemos llegado a ser… la basura del mundo, el desecho de todo. No les escribo esto para avergonzarlos, sino para amonestarlos como a hijos míos amados» (1Co 4:13-14). A las personas no les importa tu reputación tanto como crees. El mundo no se acabó. La obra de Dios en tu vida no ha terminado. No arruinaste todo; esa persona no arruinó todo. El Evangelio de Cristo te dice palabras eternas. «Perdonado» (1Jn 2:12); «mío» (Jn 17:19); «amado» (Jud 17). No tienes que ponerte la capa y la máscara. No eres el héroe de tu propia alma. Dios ha restaurado la reputación de muchos santos que fueron avergonzados públicamente en el pasado y lo hará por todos en el último día (Ap 6:11).
3. Encuentra un lugar para comenzar a orar
David Powlison nos dice, «necesitas ventilar tu enojo con Dios. Él es un amante maduro y el amor maduro puede absorber el enojo honesto del amado» (Anger [El enojo], 13). Esto no es razón para animar el enojo contra Dios (que siempre es pecado), sino que para animar la honestidad respecto a tu enojo pecaminoso. No agregues el pecado de la hipocresía al pecado del enojo contra Dios. En tu enojo, deja de hablarte. Comienza a decir toda la verdad, el enojo que sientes, pero dísela a Dios: «¿Por qué no me protegiste?» «¿Por qué soy de esta manera?» «¿Cuándo voy a crecer?» «¿Qué haré ahora que todos saben cuán terrible soy?» «¿Cómo puedo mostrar mi rostro cuando todos creen esas mentiras?» «Estoy tan cansado de explicar la verdadera historia» «Por favor, solo haz que esta etapa pase» Que se haya roto nuestra reputación en pequeños pedacitos frente a nuestros ojos nunca es algo fácil. Que otros la rompan es aún más difícil. Existen muchas emociones complejas que nuestros cuerpos y mentes no fueron diseñados para contener por sí mismos. Si intentamos reparar nuestras vergüenza por nosotros mismos, solo aceleraremos el paso de nuestro huracán emocional interno. Si sientes como si el «factor Dios» solo requiere que todas nuestras emociones dolorosas sean derribadas hacia el gozo, encuentra tu hogar con los acusados. «En mi angustia clamé al Señor, y él me respondió. Libra mi alma, Señor, de labios mentirosos, y de lengua engañosa» (Sal 120:1-2). Quizás esos «labios mentirosos» son los tuyos (Ef 4:25, 31). Tal vez son de un difamador (1Pe 3:16). Dios es omnicompetente. «Destruiré al que en secreto calumnia a su prójimo; no toleraré al de ojos altaneros y de corazón arrogante» (Sal 101:5). Entrégaselo a Dios en oración.
4. Encuentra una manera de amar
Resulta que todo el tiempo que hemos pasado fantaseando con ser admirados termina socavándonos cuando fallamos. Nos entristecemos por los conceptos destruidos de uno mismo que nunca quisimos tener. Santiago no ha terminado de hablar sobre el Juez: «Hermanos, no se quejen unos contra otros, para que no sean juzgados. Ya el Juez está a las puertas» (Stg 5:9). Honestamente, cuando hemos encontrado una manera de reconocer interna y auténticamente que «solo hay un Legislador y Juez…» (Stg 4:12), nuestras barreras caen. Quizás ya no confiamos tanto en nosotros mismos. Tal vez también encontremos menos importancia en lo que otros piensan de nosotros. Quizás comencemos a descubrir un nuevo camino en el bosque, uno en el que no se espere que seamos perfectos —o nosotros no esperemos serlo— y así el defecto más pequeño ya no será elevado a la categoría de «vergüenza pública» para llevarnos a la furia. Quizás comenzamos a arrepentirnos una y otra vez en pequeñas situaciones para que cuando el enojo nos tome por el cuello, tengamos un instituto kung-fu de humildad contra él. Tal vez la humildad nos permita incluso reír en la inutilidad de mantener una reputación perfecta. Una humildad como esa nos salvará de las trampas de la vergüenza que nuestra cultura perfeccionista pone en todos los lugares a los que miramos.
Paul Maxwell © 2016 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso. | Traducción: María José Ojeda
Photo of Los hombres reales aman a las mujeres fuertes
Los hombres reales aman a las mujeres fuertes
Photo of Los hombres reales aman a las mujeres fuertes

Los hombres reales aman a las mujeres fuertes

He escuchado muchas veces esto: «a un hombre le gusta una mujer callada». «Los chicos no responden bien a chicas inteligentes». «Las mujeres educadas son demasiado intimidantes para atraer a buenos hombres». Entiendo por qué creemos estas cosas. Es un buen cuento. Tiene sentido por el éxito que algunas mujeres tienen al encontrar marido y por el fracaso de otras. Como cristianos (y humanos), nos sentimos muy inteligentes cuando llegamos a diagnosticar la causa y la cura de la soltería. «Eres demasiado llevada a tus ideas»; «eres muy escandalosa»; «una mujer debe ser tranquila, callada y delicada». Sin embargo, es fácil olvidar esto en medio de todo nuestro diagnóstico: si es que una mujer es «intimidante» puede ser un factor de percepción masculina, no personalidad femenina. ¿Queremos que las mujeres sean menos intimidantes? Esa es una pregunta que debemos hacerles a los hombres que han experimentado relaciones con mujeres así y solo podemos esperar que esos hombres maduren. La pregunta real que necesitamos hacernos es: ¿queremos que las mujeres sean débiles? Y la respuesta debe ser por siempre, basados en la Escritura, «¡de ningún modo!». Las mujeres fuertes son tan vitales como los hombres fuertes para el propósito de Dios en la iglesia. ¿Por qué?
1. Las mujeres fuertes exponen a los hombres malvados
No puedo hablar por todos los hombres cristianos, pero puedo hablar por mí y por muchos de los hombres en la Biblia: la piedad es atractiva tanto para hombres como para mujeres (Pr 31:30). Y a menudo, la feminidad piadosa requiere ser fuerte, incluso intimidante. Piensa en Jael en Jueces 4. El esposo de Jael, Heber, «se había separado de los Quenitas» y «había plantado su tienda cerca de la encina en Zaanaim, que está junto a Cedes» (Jue 4:11). Por lo tanto, cuando Sísara, un general militar cananeo que seguía las órdenes de Jabín, el rey de Hazor (enemigo del pueblo de Dios) intentó buscar refugio, fue a la tienda de Heber, «porque había paz entre Jabín, rey de Hazor, y la casa de Heber el quenita» (Jue 4:17). No obstante, Sísara encontró a Jael en la tienda y comenzó a darle órdenes: «te ruego que me des a beber un poco de agua». «Ponte a la entrada de la tienda». En respuesta, ella «se le acercó silenciosamente y le clavó la estaca en las sienes, la cual penetró en la tierra» (Jue 4:21). Más adelante, Débora cantó de Jael: «Bendita entre las mujeres es Jael… Extendió ella la mano hacia la estaca de la tienda, y su diestra hacia el martillo de trabajadores» (Jue 5:24, 26), Gracias a Dios que Jael no fue mansa, sumisa y respetuosa hacia este amigo de su rebelde marido. Ella no era una mujer para pisotear. Las mujeres fuertes rechazan las peticiones de los hombres malvados.
2. Las mujeres fuertes reprenden a los hombres buenos
Cuando David planeó matar a Nabal (el hombre impetuoso y bruto que encarnaba la locura masculina pura), la esposa de Nabal ofreció cientos de tortas de higos, panes y odres de vino a David. No obstante ella usó la oportunidad para advertirle a David que él «no causará pesar ni remordimiento a [su] señor, tanto por haber derramado sangre sin causa como por haberse vengado [su] señor» (1S 25:31). En otras palabras, Abigail le advirtió: «ten cuidado. No uses tu poder de una manera que te haga sentir culpable». David respondió: «bendito sea tu razonamiento, y bendita seas tú, que me has impedido derramar sangre hoy y vengarme por mi propia mano» (1S 25:33). No tardó mucho para que Nabal muriera de un ataque cardiaco. «Entonces David envió un mensaje a Abigail, para tomarla para sí por mujer» (1S 25:39). A David le atrajo esta fuerte mujer por su fuerza, por su reprensión y por su carácter. Abigail hizo la vida de David más difícil. Y David, en un momento de gracia, fue capaz de ver que el hecho de que Abigail se hubiera cruzado en su camino era un regalo de pureza para él. Ese día, David estaba buscando salvación por sí mismo, pero Dios se la regaló en Abigail, quien, incluso cuando estaba a su merced como su súbdita, le dijo lo que necesitaba escuchar. Las mujeres fuertes reprenden a los hombres buenos que necesitan ayuda en su debilidad, que necesitan que alguien los ayude a ver cómo pueden ser fuertes.
3. Las mujeres fuertes crían hombres creyentes
No existe un recordatorio más fuerte y más consistente del Evangelio en mi vida que mi mamá. Pablo dice algo muy similar de Timoteo: «Porque tengo presente la fe sincera que hay en ti, la cual habitó primero en tu abuela Loida y en tu madre Eunice, y estoy seguro que en ti también» (2Ti 1:5). En un mundo ideal, los hombres y las mujeres se asociarían en sus fuerzas. Sin embargo, vivimos en un mundo donde necesitamos que mujeres fuertes hagan hombres fuertes, porque a veces simplemente no hay hombres ahí para hacerlo. El papá de mi mamá murió cuando ella tenía nueve años y mi propio papá no estuvo lo suficientemente presente en mi vida para ser un padre. Así que ella hizo el trabajo de dos padres (el trabajo de dos discipuladores) tanto para mi hermana como para mí. Con Timoteo y Pablo, me alegra que Dios nos haya dado estos regalos de mujeres fuertes para sobrevivir la presencia inconsistente y las consecuencias de hombres «fuertes». Por su puesto, algunas de las madres más piadosas han tenido algunos de los hijos más impíos, y viceversa. No obstante, en una era en la que los padres a menudo fallan en conferir el don de la fe a sus hijos, el futuro a menudo se encuentra en la fuerza de las mujeres para hacer esa obra del Evangelio. Ya sea como sus hijos o como sus discípulos, las mujeres fuertes crían hombres creyentes.

La belleza y la fuerza de la fe

Vivimos en una era en que las mujeres están superando a los hombres en muchas áreas de competencia profesional y personal. Y los hombres tienen dos opciones: encontrar la fuerza femenina cautivantemente atractiva o ser inseguros e intimidados. Los hombres verdaderos aman a mujeres fuertes, porque la gloria de Dios es hermosa y «la mujer es la gloria del hombre» (1Co 11:7). Jesús, les dio a los hombres la gracia de ver la belleza de la gloriosa fuerza femenina. Dale a las mujeres la resiliencia para permanecer fuertes el tiempo suficiente para que los hombres correctos las encuentren hermosas por las razones correctas. Y ayuda a hombres y a mujeres a enamorarse de la fe probada y genuina, que es «más preciosa que el oro que perece, aunque probado por fuego» (1P 1:7).
Paul Maxwell © 2016 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso.
Photo of ¿La iglesia te ha herido?
¿La iglesia te ha herido?
Photo of ¿La iglesia te ha herido?

¿La iglesia te ha herido?

Es difícil desconectar nuestra experiencia con Dios de nuestra experiencia con la iglesia (y así es cómo se supone que debe ser). Es por eso que Dios odia el abuso de poder en la iglesia, la cual dice: «Dios es un abusador» (Sal 94:16). Es por eso que Dios odia el abandono a los vulnerables, el cual dice: «Dios abandona a los vulnerables» (Is 1:17). Es por eso que Dios odia la adoración de un don por sobre otro, la cual dice: «Dios tiene favoritos». El poder que la iglesia tiene para estampar las impresiones de Dios en las almas de las personas es asombroso y horrible. Para quienes encuentran su fe destrozada en un choque frontal con la iglesia, como un automóvil destrozado en una autopista, ¿cuál es la forma de avanzar? Entre «supongo que esperaré a que pase» y «me voy para siempre» hay cinco realidades que enmarcan nuestras heridas, las ponen en una mejor perspectiva y nos ayudan a dar los siguientes pasos.

Toda comunidad se hiere a sí misma

Se ha vuelto cada vez más popular apartar a la iglesia de llevar características que son simplemente comunes para todas las personas, tanto en cristianos como en no cristianos de igual manera.
  • Las personas no siempre saben lo que necesitan.
  • Las personas a veces nos ignoran y nos abandonan.
  • Las personas no siempre dicen lo correcto.
  • Las personas solamente pueden tener muchos amigos.
  • Las personas no son nuestros mayordomos ni nuestros garzones.
  • Las personas a veces nos hieren.
  • Las personas, por naturaleza, se interesan por sí mismas.
  • Las personas son complicadas.
No hay necesidad de hacer que esto se trate de los cristianos. Todas estas cosas son ciertas para las personas que están sentadas en el Starbucks que tienes más cerca. «Los cristianos son tan ______»; no, las personas son tan ________. Y la iglesia está compuesta de personas: el pueblo de Dios. Algunos mejores que el promedio; otros, peores por ahora. A veces, las heridas que recibimos de la iglesia son el resultado de actitudes o comportamientos inaceptables y negligentes en la iglesia. Frecuentemente, son el resultado de expectativas poco realistas y no bíblicas que le imponemos a nuestros hermanos y hermanas en Cristo.

Una iglesia sin heridas

Una iglesia sin heridas es fácil de vender en un mundo donde las palabras valen poco: «Curan a la ligera el quebranto de la hija de mi pueblo, diciendo: “Paz, paz”, pero no hay paz» (Jr 8:11). En los últimos días, muchos son engañados debido al poder del diablo para sanar heridas: «su herida mortal fue sanada. Y la tierra entera se maravilló y seguía tras la bestia» (Ap 13:3). ¿El mundo será tentado a adorar la sanidad de heridas temporales por sobre el Salvador del pecado y Sanador de las almas? Somos tentados a hacer eso ahora. Las heridas del pueblo de Dios cargan con una ironía distintiva. Por un lado, sí, la iglesia debe ser un lugar de amor y de sanidad para el débil; un hospital, no un museo. Y sin embargo, la iglesia también debe herir amorosamente. La espada y el bisturí son indistinguibles para el corazón no arrepentido. Cuando somos heridos, incluso si han sido injustos con nosotros, estamos obligados a preguntarnos a nosotros mismos o a un amigo: «¿tengo un corazón arrepentido? ¿Es esta herida necesaria? ¿Está Dios haciendo lo que solo Dios puede hacer por mí?» (1Co 11:31-32). El llamado de Dios a la iglesia es apremiante en su protección del débil, se mantiene en alerta contra el cáncer del pecado y es delicado hacia el arrepentido.

No todo dolor lleva a la muerte

Cuando he realizado una autoexaminación honesta, podemos abordar la pregunta con integridad: ¿qué hago cuando he sido herido por la iglesia y me siento traicionado por Dios? Estamos con Job, cuando se desesperó: «Mi herida es incurable, sin haber yo cometido transgresión» (Job 34:6). ¿Por qué no solo marcharme de todo, comenzar con un grupo de apoyo de «trauma religioso» y criticar los abusos de la iglesia? ¿Por qué no? Porque hacer eso sería admitir que nuestra fe en Dios se trataba sobre los beneficios de la iglesia desde el principio: el amor, los amigos, la comida. Tenía que ver más con eso, ¿no es así? El trauma religioso duele más porque tiene que ver más con estar dentro de un club social espiritual. Somos parte de la iglesia porque nacimos para vivir para siempre, ya sea en el cielo o en el infierno.
Dios, salva a la iglesia de una intimidad tan falsa. Salva nuestra fe de motivaciones tan superficiales. Hiérenos si es necesario, si eso quita la venda de la comunidad física con el fin de que podamos recordar por qué vamos a la iglesia desde el principio: para glorificarte al recibir tu amor y para compartir tu amor los unos con los otros.
La herida en nuestra fe (incluso una herida hecha por la iglesia) puede ser la ocasión para abrigar un cinismo infeccioso o para cortar la carne muerta de la piedad superficial y volver a conectarnos con el Dios que está ahí. La decisión es nuestra. «La herida de la iglesia» puede ser la ocasión ya sea para la muerte o para el renacimiento; para la regresión o para la renovación. No quiero decir que no duela; que no sea devastador. Sin embargo, no funcionemos bajo el mito de que la herida provocada por la iglesia requiere un camino de retiro y aislamiento. Existe otro camino, si lo queremos: «que la fe de ustedes no descanse en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios» (1Co 2:5).

Los fieles entenderán, porque Dios lo hace

Algunos que han estado en la iglesia por un largo tiempo y han sido heridos por ella, tristemente traspasan el dolor directamente a la siguiente generación: «He servido por cuarenta años y aún estoy aquí. Tú también puedes soportar un poco de dolor». Y no dicen: «sí, sé de lo que hablas. Esta es mi historia de dolor, ¿cuál es la tuya?». Las heridas que provoca la iglesia no es determinada. No es algo que deba darse por sentado como simple imperfección humana. No está bien; no es tolerable. Los profetas y los apóstoles nunca dejaron de criticar al pueblo de Dios por su falla en amar de la manera en que Él ama; de ser santos como Él es santo. Dios mismo tiene suficientes razones para dejar la iglesia; no se esconde en su frustración por nuestra rebelión pecaminosa, incluso mientras refuerza su compromiso de permanecer: «No ejecutaré el furor de mi ira» (Os 11:9). «Mi corazón se conmueve dentro de mí, se enciende toda mi compasión» (Os 11:8). Dios está destrozado, pero Él hizo un pacto para quedarse. Él está enojado y nombra el mal cometido en su contra, pero escoge amar; Él está obligado a amar. Los fieles en la iglesia sabrán cómo es querer irse de la iglesia, y tendrán compasión de otros que están en el mismo bote, porque incluso Dios sabe lo que se siente ser inducido a irse, y aún así quedarse incondicionalmente.

La iglesia te necesita

Martin Luther King, Jr. escribió: «he visto muchas iglesias consagrarse a una religión completamente de otro mundo» (Why We Can’t Wait [Por qué no podemos esperar], 103). Por consiguiente, «cada día conozco jóvenes cuya desilusión con la iglesia se ha convertido en absoluta repugnancia» (105). Es comprensible por qué quieran irse aquellos cuya fe ha sido dañada por la iglesia. Muchas víctimas de culturas de iglesias abusivas sienten que la iglesia en realidad les robó la fe. Esa es una experiencia trágica y quizás cierta en algún grado. Dios se duele demasiado por ellos; su rostro y sus palabras se han fundido con los dañinos rostros y palabras de personas imperfectas y nocivas. La respuesta de Dios es ser el mejor rostro; ser la mejor palabra. Pablo, un guía bueno y confiable, le habla a un grupo de creyentes que tenían dudas de si es que él se aprovecharía de ellos:
¿O acaso necesitamos, como algunos, cartas de recomendación para ustedes o de parte de ustedes? Ustedes son nuestra carta, escrita en nuestros corazones, conocida y leída por todos los hombres, siendo manifiesto que son carta de Cristo redactada por nosotros, no escrita con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de corazones humanos (2Co 3:1-3).
Dios requiere que su iglesia sea «misericordios[a], y de espíritu humilde» (1P 3:8). Ustedes son la promesa cumplida de Dios para la iglesia, escrita, no en abuso, sino que en santo cuidado; no en políticas de iglesia, sino que en humilde piedad; no en símbolos de estatus cristiano, sino que en amor y en servicio. «El estado ideal de “La Iglesia” le entrega el estándar de su tarea, y para parecerse más, ese debe ser su constante esfuerzo» (Milligan, Ascension [Ascensión], 233). Por los momentos en que no es así, Oh Dios, guíanos misericordiosamente a un estado de la mente que nos permita enmarcar la herida correctamente; tomar en cuenta las realidades que deben evitar que caigamos en un ciclo de amargura que puede ser tan destructivo como el abuso mismo. Mantennos seguros, pero vulnerables; sabios, pero humildes; con nuestro justo enojo y con nuestros corazones compasivos hacia tu pueblo.
Paul Maxwell © 2020  Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso.