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Cómo hablar de la belleza con nuestros hijos
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Cómo hablar de la belleza con nuestros hijos

Si queremos que nuestros hijos aprendan el concepto bíblico de la belleza en un mundo en el que la percepción de ésta se ha distorsionado, debemos mostrarles un ejemplo piadoso de belleza y conversar este tema con ellos. Dios usa palabras para hablarnos de la belleza y, por lo tanto, nosotras también debemos usarlas para hablarles a nuestros hijos de ella (Dt 6:6-9; Pr 31; Ef 6:1-4). Primeramente, debemos hablarles de la belleza de Dios. Presentémosles la belleza de su naturaleza en términos simples. Incluso un niño pequeño puede comenzar a percibir la belleza de la soberanía de Dios sobre los planetas, las estaciones del año y los océanos; la de su sabiduría en la dirección de nuestras vidas; y la de su bondad en las bendiciones diarias que recibimos. Hablarles a nuestras hijas de cuán hermoso es Dios es aún más importante que decirles cuán hermosas pensamos que son ellas. Ciertamente, puede ser útil contrarrestar los mensajes culturales degradantes con una enseñanza bíblica sobre la dignidad y la belleza del ser humano como imagen de Dios, pero por sobre todo, queremos dirigir la atención de nuestras hijas hacia la belleza del Creador. A decir verdad, un énfasis excesivo en la apariencia externa de nuestras hijas (sin importar cuánto las valide) puede reforzar sus inclinaciones pecaminosas a la vanidad y el egocentrismo. Más que seguridad o confianza en su propia belleza, queremos que nuestras hijas se fascinen con la belleza de Dios. Cuando nuestras hijas sean cautivadas por el evangelio, encontrarán una libertad y una confianza que sobrepasarán todas sus inseguridades. En segundo lugar, debemos hablar con nuestros hijos de la belleza que agrada a Dios —la que procede de lo íntimo del corazón (1 P 3:3-6)—. Señalémosles la importancia de poner su esperanza en Dios como las santas mujeres de los tiempos antiguos. Mostrémosles ejemplos de belleza verdadera; ¡busquémosla! Enseñémosles a ser agudas reconocedoras de la verdadera belleza en la Escritura, la literatura y las mujeres piadosas que conozcan. A medida que hablemos con más frecuencia de la verdadera belleza, estaremos moldeando las aspiraciones de nuestras hijas y las opiniones de belleza que tienen nuestros hijos. No sólo deberíamos hablarles a nuestros hijos de la forma en que Dios define la belleza, sino que también debemos enseñarles a reconocer la belleza falsa: el encanto y la belleza superficial que son pasajeros y engañosos (Pr 31:30). Nuestros hijos necesitan urgentemente aprender a discernir. Debemos enseñarles a reconocer los mensajes de belleza falsa con que el mundo los ataca a cada momento. Esto significa que, usando palabras ajustadas a su edad, debemos comenzar a hablarles de lo poco atractiva que es la falta de decoro y la vanidad que podrán ver y encontrar. Nuestras palabras deben contrarrestar y debilitar los mensajes engañosos que nuestra cultura envía sobre la belleza física. Por último, existen palabras que es mejor no decir. Involucrar a nuestros hijos en una conversación negativa sobre nuestra apariencia, como por ejemplo, «¿crees que mamá se ve gorda con este vestido?», o «mamá quisiera ser joven y linda como tú», etc., solo torcerá el desarrollo de sus ideas sobre la belleza. Por otro lado, hacerles comentarios sobre otras personas como: «¿puedes creer la forma en que andaba vestida?» o «esa niña realmente necesita perder peso» no sólo es cruel, sino que enseña a nuestros hijos a juzgar a otros basándose en la apariencia externa. No sólo debemos ser cuidadosas con la forma en que les hablamos a nuestros hijos de la belleza, sino que también debemos poner cuidado en cómo hablamos frente a ellos, aun cuando parezca que no están poniendo atención; los niños pequeños tienen buen oído. Todo lo que comunique un mensaje no bíblico sobre la belleza —las conversaciones con nuestros maridos, con una amiga o aun lo que murmuramos entre dientes para nosotras mismas— puede dar una mala impresión a nuestros hijos. Además, no estamos sirviendo a nuestras hijas al lanzarles indirectas sutiles (que nunca son tan sutiles como creemos) sobre su apariencia. Si observamos que nuestras hijas necesitan cambiar sus hábitos alimenticios o cuidar de su apariencia en una forma que glorifique más a Dios, podemos darles consejos prácticos sobre su dieta o, gentilmente, mostrarles cómo la Escritura debería influir en su búsqueda de la belleza. De otro modo, molestarlas y criticarlas sólo avivará la desilusión o el resentimiento. Por el contrario, a medida que nuestras hijas crezcan, avanzarán mucho en su propia búsqueda de la belleza bíblica si admitimos humildemente nuestras propias luchas con el tema. A medida que ayudemos a nuestras hijas a ver cómo procuramos aplicar la verdad de Dios, podremos impartirles el discernimiento y la convicción que necesitan.
Este recurso fue publicado originalmente en GirlTalk. | Traducción: Cristian Morán
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Cuidemos la forma en que nuestros hijos conciben la belleza
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Cuidemos la forma en que nuestros hijos conciben la belleza

Como padres, debemos dar lo mejor de nosotros para proteger a nuestros hijos de la influencia de los mensajes falsos y destructivos que nuestra cultura envía sobre la belleza. Pero ¿cómo debemos hacerlo? A continuación les presentaré algunas sugerencias.

Cuidemos sus héroes

Los niños coleccionan héroes: las personas o los personajes en los que ellos quieren convertirse. Esto significa que, como padres, debemos vigilar y supervisar sabiamente los afectos de nuestros hijos. ¿Cuáles son los héroes de nuestros hijos? ¿A quiénes admiran y tratan de imitar? A menudo, los primeros héroes de nuestros hijos son los personajes que ven en la televisión o los juguetes con los que juegan. A medida que crecen, pueden mirar a atletas, a actores o a músicos. Estas personalidades pueden moldear muy profundamente el desarrollo de los deseos y creencias de nuestros hijos.

Cuando nuestros hijos se identifican con estos «héroes» —queriendo vestirse como ellos, hablar como ellos o ser como ellos—, absorben los mensajes que estos entregan sobre la belleza. Tengan en consideración: ¿qué nos dicen la televisión, la música y los juguetes que permites en tu hogar sobre la belleza de Dios y la belleza interna que Él demanda? ¿Los personajes del programa de televisión favorito de tus hijos alardean de su vanidad y falta de modestia? ¿Los juguetes con que juegan promueven una perspectiva impía de la belleza física? Como padres, ayudemos sabiamente a nuestros hijos a elegir a sus héroes.

Cuidemos su infancia

Los niños son hermosos, en gran parte, porque aún no lo saben. Por ejemplo, una niña pequeña está fascinada con el mundo y no trata de atraer la atención de otros con su apariencia. Esta falta de autoconciencia es un don de Dios y está diseñada para ser disfrutada. Sin embargo, a veces, como padres, interrumpimos prematuramente su feliz ignorancia al fijarnos excesivamente en su apariencia.

Busquemos proteger la infancia de nuestras hijas en vez de seguir la tendencia cultural de apresurar prematuramente a las chicas jóvenes a convertirse en mujeres antes de tiempo. Procura discernir las tentaciones de tu hija a la vanidad y el egocentrismo. Intencionadamente limita el tiempo, el dinero y las conversaciones que tienes con ella (o que le permites tener) sobre su apariencia. Si es necesario, considera retrasar el uso de ciertos accesorios que realcen su belleza, tales como joyas o cosméticos. Llévalas a centrar su atención en Dios y en los demás. Practica desde el comienzo la forma en que quieres que actúen en lo sucesivo.

Cuidemos sus amistades

Los amigos verdaderos nos enseñan a amar la verdadera belleza. Y a la inversa, los amigos superficiales y egocéntricos pueden estimular aquellas tendencias pecaminosas que ya están obrando en nuestros corazones. Una madre sabia vigilará cuidadosamente las amistades de su hija. Tengan en consideración: ¿de qué hablan más sus hijas y sus amigos cuando están juntos? ¿Cuáles son sus pasatiempos y actividades favoritas? ¿El tiempo con sus amigas hace que se obsesione más consigo misma, con la última moda, con ser físicamente hermosa? Ayudemos a nuestras hijas a elegir sus amigos de forma sabia y a convertirse en el tipo de amiga que influye para que otros sirvan y obedezcan a Dios. Esto puede implicar limitar el tiempo que dos niñas pasan juntas o tomar un rol más proactivo en elegir sus actividades cuando estén juntas.

Como madres, deberíamos buscar crear entre nuestras hijas y sus amigas una cultura de amistad que promueva y cultive la belleza verdadera. Las amistades basadas en la confianza en Dios y en hacer buenas obras ayudarán a nuestras hijas a crecer para ser realmente hermosas.
Este recurso fue publicado originalmente en GirlTalk.
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¿Cómo me compararé?
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¿Cómo me compararé?

 Hace poco pasé un tiempo con otra mamá. ¿Y saben qué? Sorpresa, sorpresa, es otra de aquellas que siempre son mejores que una. De muchas maneras, esta mujer es una mejor mamá que yo. Puedes ver el fruto de su constancia, paciencia, y amorosa autoridad en las vidas de sus hijos. Ahora bien, tuve que escoger cómo responder a la madurez de esta mamá. Hay unas cuantas opciones pecaminosas y tristemente trilladas: Opción #1: Sentir pena de mí misma. Soy una madre terrible. Soy un completo fracaso. ¿Qué esperanza puede haber para mis hijos? Por más que lo intento, parece que siempre me quedo corta. Nunca seré tan buena madre como ella (dicho con balbuceos y sollozos a mi sufrido esposo). Opción #2: Inventar excusas. Bueno, por supuesto que es una buena mamá. Tiene muchas más ventajas que yo, y no tiene que lidiar con estos desafíos particulares. Si tan sólo mi situación se pareciera más a la suya, probablemente lo estaría haciendo incluso mejor que ella —mucho mejor—. Opción #3: Juzgar y resentirme. Seguramente ella se cree mejor que yo. Simplemente no me siento capaz de andar con alguien que me hace sentir tan inferior. Necesito estar con gente realista sobre sus debilidades y fracasos; igual que yo. O, hay una mejor forma, una forma bíblica… Opción #4: Dar gracias y aprender. Gracias, Señor, por traer a esta mujer a mi vida. Gracias por la manera en que te da la gloria. Gracias por la forma en que sus hijos dan gloria a tu nombre. Oro para que la bendigas, y para que me ayudes a aprender de ella. Por favor ayúdame a ser más constante, más paciente, y más cariñosa con mis hijos; por el bien de ellos y para tu gloria. Gracias por esta mujer que me provoca e incita «al amor y a las buenas obras» (He 10:24). Ayúdame a crecer por medio de tu gracia. En el poderoso nombre de Jesús, Amén. Y luego llamarla, invitarla a un café, y tomar buenos apuntes. Esa sí que es una mejor opción.
Este recurso fue publicado originalmente en GirlTalk.
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Una mujer a seguir
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Una mujer a seguir

¿Qué califica a alguien como una mujer mayor que enseña a mujeres menores? En otras palabras, ¿quiénes han de ser las educadoras, y quiénes las aprendices? La respuesta es importante. Si no manejamos esto con claridad, perderemos rápidamente el rumbo. La edad cronológica, o incluso la espiritual —la cantidad de años que ha sido cristiana—, no convierte necesariamente a alguien en una mujer «mayor» de acuerdo a las Escrituras. En el contexto de Tito 2:3-5 (ver también 1 Ti 5:3-14; He 13:7; Fil 3:17), podemos ver que una mujer mayor tiene un carácter probado y un estilo de vida fructífero. Estas dos pruebas de fuego de la mujer mayor piadosa destacan su carácter interior y el resultado externo de ese carácter. Nos ayudan a discernir si estamos calificadas para enseñar y quién lo está para enseñarnos a nosotras.

Carácter Probado

La demostración de un carácter genuino requiere tiempo y pruebas. Una mujer debe ser una cristiana fiel durante cierto período de tiempo y pasar por pruebas de fe que den como resultado una mayor madurez y firmeza (Stg 1:3-4). En palabras de Tito 2, es reverente y piadosa, y tiene un autocontrol sobre su lengua y su cuerpo. Todavía no es perfecta, pero ha sido probada. Esto significa que una mujer «mayor» puede ser muy joven. Una chica menor de veinte, pero que ha atravesado la adolescencia con pureza, rectitud, y amor por la familia y la iglesia, puede ser una mujer mayor para las chicas más jóvenes. O la esposa de un pastor joven puede ser un ejemplo de piedad para los miembros mayores de la congregación de su marido. Una mujer mayor no necesita haber superado toda clase de pruebas, sino sólo haber superado bien las suyas.

Estilo de vida fructífero

Para identificar a la mujer mayor piadosa, mira a quienes la rodean, empezando por su familia. La Biblia empieza por ahí (Tit 2:3-5; 1 Ti 5:3-14). ¿Es esta mujer fiel a su marido y a sus hijos, a sus padres y a su casa? ¿Deja tras sí la hermosa estela de un servicio sacrificado en la iglesia? La mujer mayor piadosa puede tener un hijo descarriado o un marido difícil, o haber pasado horas aconsejando a una mujer que se ha extraviado de la fe. Sin embargo, también tendrá abundantes frutos en su matrimonio y la crianza de sus hijos, y en las vidas de las mujeres que ha aconsejado y servido. El año pasado, una prominente revista cristiana publicó un artículo titulado: «50 Mujeres a Observar», y se me ocurrió que las cincuenta mujeres a observar son probablemente las que nadie está mirando (excepto, tal vez, un niño pequeño, o un anciano dependiente, o una mujer afligida). Las mujeres a observar están probablemente sirviendo en secreto, y es por eso que a menudo vemos los frutos de las mujeres piadosas antes que a las mujeres mismas. Por lo tanto, debemos ser juiciosas. No debemos asumir automáticamente que una mujer a seguir sea esa mujer de nuestra iglesia que tiene personalidad, ganas de enseñar a otras, o la capacidad de escribir buenos libros. Mira más de cerca su vida; observa sus frutos. Sigue a una mujer como la que quisieras ser. Sigue a una mujer fructífera.
Este artículo fue originalmente publicado por Girltalk.
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Un caso de culpabilidad maternal
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Un caso de culpabilidad maternal

La otra noche, mi esposo y yo nos sentamos con nuestros hijos a ver, hasta muy tarde, unos videos caseros de la familia. Nos reímos de cómo nuestra hija menor solía estar obsesionada con el gel antiséptico porque tenía brillo y de cómo los rizos de nuestro hijo mayor colgaban sobre sus ojos. Recordamos la fidelidad de Dios para nuestra familia y, al mismo tiempo, la vivimos una vez más. Cuando mis hijos se iban a acostar, uno de ellos me dijo, «esto es genial, mamá. Tenemos que volver a hacerlo pronto». Ustedes podrían pensar que yo estaría disfrutando el destello de ese maravilloso tiempo de unión familiar; sin embargo, mientras lavaba los platos de la cena, los sentimientos de culpa ya se estaban enfrentando cuerpo a cuerpo con la placentera sensación que ese momento provocó. La culpa, como de costumbre, pronto triunfó: «esos videos no muestran la historia completa. Parecía que habías sido una mamá entretenida que jugaba a las escondidas con tus hijos, pero sabes que no jugaste lo suficiente con ellos» o «¿cómo pudiste haber olvidado el día cuando todos los globos aerostáticos compitieron sobre tu casa? No disfrutaste lo suficiente a tus hijos cuando eran pequeños». Debiste hacerlo, pero no lo hiciste; por lo tanto, fallaste.  ¿Cómo debemos manejar la desagradable emoción de «la culpabilidad maternal»? Un artículo no es suficiente para abarcar todo lo que se puede decir al respecto, pero a continuación les comparto algunos pensamientos que espero que sean de gran ayuda. En primer lugar, me parece que existen dos corrientes principales de «culpabilidad maternal»: la primera, realmente no es culpa en lo más mínimo. Es una emoción a la que llamamos «culpa», pero generalmente es un sentimiento vago de desánimo que apunta a cierto orgullo o a cierta necesidad de aprobación que se disfraza de «culpa». Nos enfrentamos a ella cuando hablamos con una mamá que cree que su método de crianza es el única forma o cuando leemos el estudio más reciente sobre crianza donde se demuestra que los padres de niños realmente inteligentes y exitosos hacen esto, eso y aquello (y nosotras no estamos haciendo «aquello»). ¡Que venga la autoflagelación! El problema con mucha de la culpabilidad maternal es que la ley que quebrantamos no es una bíblica, sino que una cultural. Tenemos que estar atentas aquí: ¿cuánta de mi concepción de lo que significa ser una buena madre está formada por la Escritura y cuánta está formada por mis amigas que creen que los hijos sólo deben comer, dormir o aprender de una forma en particular? No estoy diciendo que no importa cómo alimentamos o educamos a nuestros hijos; ¡importa muchísimo! La maternidad es una labor práctica intensa. Sin embargo, la forma en la que criamos a nuestros hijos debe fluir y debe regresar al único gran objetivo de la maternidad: criar desde el principio a nuestros hijos en los caminos del Señor (Pr 22:6). Cuando partimos aquí, la maternidad es mucho más fácil, mucho menos pesada y muchísimo más entretenida. Encontraremos un amplio alcance para nuestra imaginación, creatividad y talento cuando abandonamos la obligación de medirnos bajo ciertos estándares culturales. Tenemos tiempo suficiente para hacer lo importante en la maternidad, pero sólo si lo hacemos por aquello que realmente importa. Para lidiar con la falsa culpabilidad maternal, debemos aprender todo lo que podamos de otras mamás, preferentemente mujeres que sean mayores, que sean piadosas, que hayan visto ir y venir muchas modas de crianza y que tengan una idea de lo que importa a largo plazo. Pero más importante aún, debemos evaluar todos los consejos que nos den sobre crianza a la luz de la Palabra de Dios. Usaré una ilustración que John Piper utiliza en otro contexto: si criar a nuestros hijos en los caminos del Señor es como el sol, entonces todo lo demás (la alimentación, el descanso y la educación de nuestros hijos) encontrará, como los planetas en su órbita, su propio lugar. Como resultado, las mamás no nos sentiremos culpables por las cosas que no debiéramos. El segundo tipo de culpabilidad maternal es el real. Nos apresuramos tanto para huir de esta desagradable emoción que olvidamos que es un sentimiento dado por Dios. A veces, debo sentirme culpable porque soy una mamá culpable, pues he quebrantado las leyes de Dios y lo hago muchas veces al día. Las quebranto cuando me impaciento con mis hijos o cuando me quejo de los momentos en los que me interrumpen; las quebranto con las cosas que hago y las que no hago. Lejos de ser una emoción negativa que quiero evitar a toda costa, tengo que pedirle a Dios que me ayude a sentir la culpabilidad maternal correcta en el momento correcto. No obstante, la convicción verdadera del Espíritu Santo no es la sensación vaga de fracaso que tuve la otra noche. La forma de lidiar con esos sentimientos es admitir que sí, soy una mamá culpable (culpable de muchos pecados de hecho o de omisión). Él está obrando para hacer que esta madre culpable y arrepentida fructifique en su hogar. Eso es lo que debí haber visto la otra noche cuando estábamos mirando los videos caseros: no sólo mis fracasos, sino que también la maravillosa gracia de Dios a pesar de mis fracasos. Hace poco, mi papá me envió esta cita de John Newton para animar a las madres que luchan con la culpabilidad maternal:
¿Dices que te sientes abrumada por la culpa y por la sensación de indignidad? Bueno, es cierto que no puedes estar tan consciente de los males dentro de ti, pero podrías estar, y de hecho lo estás, controlada y afectada incorrectamente por ellos. Dices que es difícil entender cómo un Dios santo puede aceptar a una persona tan terrible como tú. Con esto, no sólo expresas una opinión negativa sobre ti misma, la cual es correcta, sino que también una opinión muy negativa de la persona, de la obra y de las promesas del Redentor, lo que es incorrecto.
Al contrario de lo que nuestra cultura nos dice, es correcto y bíblico tener una opinión negativa sobre nosotras mismas. Lo que está mal es tener una opinión muy negativa de la persona, de la obra y de las promesas del Redentor. Por esta razón, la próxima vez que un caso de culpabilidad maternal nos golpee, preguntémonos: ¿me siento culpable porque quebranté una ley de Dios o una de mis propias «leyes»? Y si quebrantamos una de las leyes de Dios, permitámonos tener una opinión negativa de nosotras mismas. Admitamos nuestra culpabilidad y pidámosle a Dios (y a nuestros hijos, si corresponde) que nos perdone. Pero tengamos una opinión correcta de Cristo. En vez de revolcarnos en el pensamiento de «la horrible madre que soy», contemplemos inmediatamente a la persona, a la obra y a las promesas de Dios. Agradezcámosle por su maravillosa gracia revelada en la cruz y en la obra de nuestra maternidad. Confiemos en su promesa de que nos ayudará en tiempos de necesidad. Ésta es la forma de obtener verdadera libertad de la culpabilidad maternal.
Este recurso fue publicado originalmente en GirlTalk. | Traducción: María José Ojeda
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Cómo sacar el máximo provecho de la predicación
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Cómo sacar el máximo provecho de la predicación

Ayer hice algunos trámites con mis hijos y, en el automóvil, jugamos a lo que más nos gusta: «Hazle 100 preguntas a mamá antes de llegar a casa». Entre la típica «¿Qué vamos a comer?» y «¿Qué dice ese letrero?», mi hijo Jude lanzó una nueva: ¿Por qué la Biblia es tan importante? Me alegró mucho explicar que la Biblia es lo más importante porque se trata de la mismísima Palabra de Dios. Lo creo de todo corazón y anhelo profundamente que mis hijos también lo crean. Sin embargo, pensar en ello me remeció: ¿Vivo siempre como si fuera cierto? Porque si la Biblia es la Palabra de Dios y lo más importante de mi vida, la predicación de esa Palabra debería ser el evento más importante de mi semana. Y si es el evento más importante de mi semana, debería afectar mis prioridades, ¿verdad? Sin embargo, para mi vergüenza, a menudo planifico mi semana en torno a mi lista de quehaceres o las actividades de mis hijos. O descubro que, en lugar de la predicación, ansío más una reunión familiar o tomar un café con una amiga. Aunque asisto fielmente a la iglesia los domingos, a veces llego cansada o distraída. Y en consecuencia, no saco de la predicación los beneficios espirituales que Dios ha establecido. Aquí, entonces, enumero unos cuantos hábitos o disciplinas que, cuando soy fiel en aplicarlas, me ayudan a darle la mayor importancia al evento más relevante de mi semana.

Prepárate

Necesito preparar mi corazón y mi agenda. Los puritanos me enseñaron esto hace años. Ellos empezaban a preparar sus corazones la noche del sábado a la espera del servicio matinal del domingo. Podemos preparar nuestros corazones leyendo el pasaje que será predicado, o pasando tiempo en oración para calmar nuestros corazones, confesar nuestro pecado, y pedir luz. Una forma práctica de prepararnos es adelantar nuestra comida y nuestra vestimenta y procurar tener una mañana tranquila. Podemos evitar acumular eventos que nos hagan correr la tarde del sábado y nos dejen agotados para la mañana del domingo.

Escucha

Aunque la comunión anterior y posterior a la reunión dominical es una señal visible de la salud de nuestras relaciones con el pueblo de Dios, escuchar la predicación debería ser nuestra primera prioridad. Esto puede implicar evitar la tentación de revisar nuestro smartphone, evitar que nuestra mente divague durante el servicio, o pedirle a Dios que nos dé gracia para concentrarnos únicamente en lo que el predicador está diciendo. Sé que para las mamás con niños o bebés muy dependientes puede ser difícil escuchar el sermón del domingo —o incluso imposible—, pero anímate: esta etapa pasará pronto y, si estás cuidando de un niño especial, estás haciendo lo que Dios te ha llamado a hacer. Pon atención, sin embargo, a aquellas formas en las cuales tú también puedas priorizar escuchar. Quizás puedas ajustar los horarios de alimentación de tu hijo o traerle juguetes/colaciones. Si estás en una sala aparte con recepción de video, haz que el objetivo más importante sea escuchar el sermón (y no charlar con amigos). Gracias a la tecnología moderna, puedes también beneficiarte de escuchar el sermón en algún otro momento de la semana.

Aplica

Varias mujeres «mayores» piadosas que conozco tienen como prioridad revisar los sermones de los domingos en la tranquilidad de los lunes por la mañana. Para mí ha sido un hábito esporádico, pero cada vez que lo hago saco provecho de ello. Una de mis prácticas favoritas es escoger un buen comentario bíblico que, en mis momentos de calma, me ayude a estudiar el libro de la Biblia que se está predicando. Finalmente, no tomes a la ligera el hecho de que, durante la predicación de la Palabra de Dios, puedes ser convencida de pecado o animada a cambiar. ¡Actúa de acuerdo a ello! Es el Espíritu Santo quien te habla a través de la Palabra y ansía ayudarte a aplicarla. Y un pensamiento más: es aleccionador para mí recordar que mis hijos están mirando. Quiero hacer más que simplemente contarle a Jude que la Biblia es lo más importante para mí. Quiero vivirla. Ahora bien, esta lista no es exhaustiva en absoluto, pero he querido agrupar algunas ideas en un artículo. No pretendo que sea abrumadora —especialmente para las mamás con niños—, sino que, partiendo por mí misma, quiero incitarnos a todas a amar más la Palabra de Dios. Empecemos de a poco, pero empecemos. Hagamos que la predicación de la Palabra sea lo más importante de nuestra semana.
Este artículo fue originalmente publicado por Girltalk. | Traducción: Cristián Morán
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¿A quién seguiremos en el nuevo año?
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¿A quién seguiremos en el nuevo año?

El Año Nuevo me trae una nueva tentación: comparar pecaminosamente mi vida y mi productividad con el de otras personas. El consejo bíblico que mi madre me dio (que compartió por primera vez conmigo hace más de una década) aún vuelve a dirigir mi mirada hacia Cristo.

Comparación pecadora: un dolor de cuello

Es enero nuevamente y las redes sociales están tapadas de deseos y de buenos propósitos para este Año Nuevo, recuerdos del año que pasó y predicciones sobre el año que se avecina. Sin embargo, el Año Nuevo puede venir con un inesperado efecto secundario: el dolor de cuello que nos da por mirar a nuestro alrededor a todos los demás y comenzar a preocuparnos de que quizás ellos lo han hecho mejor que nosotras. Con cada mirada que le damos a nuestras noticias de Facebook, la presión empeora y los nudos se tensan. Quizás este año no fue un año maravilloso para ti. Tal vez estuvo lleno de retrasos y frustraciones, desilusiones y desafíos. No obstante, pareciera (si es que se puede creer en Facebook) que todo el resto tuvo un año emocionante y exitoso. Todos se casaron y tuvieron bebés; los negocios en casa de todos fueron exitosos; hicieron nuevos amigos, tuvieron maravillosas vacaciones y sus hijos destacaron en la escuela; todo el resto bajó de peso. Todos pudieron, pero nosotras no. Mientras más pensamos sobre ello, más inquietas, ansiosas e insatisfechas nos sentimos. En la búsqueda de una cura, podríamos verter nuestras penas en las redes sociales y ver cómo se amontonan los «me gusta» de empatía, pero de alguna manera nunca llenan hasta al tope nuestro vacío estanque de amor. O manifestamos (demasiado, a mi parecer) que no nos importa en lo más mínimo lo que las personas piensan. Nos enorgullecemos de nuestra casa y de nuestras vidas desordenadas. Lo llamamos «ser reales». Quizás tratamos de liberar la tensión al insultar a otros. Si no podemos sentirnos mejor respecto a nosotras mismas, al menos podemos crearnos alguna compañía para nuestra miseria. No es que hayamos decido ser más quejumbrosas y más envidiosas para el año que viene, pero cuando comenzamos a compararnos pecaminosamente, estamos muy cerca de actuar de esa manera. Si sembramos semillas de «envidia amarga y ambición egoísta» al comienzo del año, con seguridad surgirán como malezas que asfixiarán nuestro crecimiento en piedad a lo largo de todo el año (Stg 3:14). Nuestro Salvador nos confronta misericordiosamente con nuestra comparación pecaminosa en Juan 21. La escena viene luego de su resurrección. Él acababa de restaurar a su discípulo, Pedro, y luego le da la noticia: tendrás una muerte terrible. Empatizamos mucho con Pedro, quien torció su cuello para mirar hacia su amigo Juan y preguntarle a Jesús, «¿y este, qué?», «¿y a ti qué?», Jesús le dijo a Pedro, «tú, sígueme». La reprensión amorosa de nuestro Salvador resuena en nuestros oídos. Lo hizo con esa intención. El propósito que él tenía para sus palabras era protegernos de la comparación pecaminosa que nos distraería de nuestro llamado, reprimiría nuestro crecimiento en santidad, dañaría nuestras relaciones, deshonraría su santidad y nos entristecería. Y así él nos invita, o más bien, nos ordena a seguirlo. Lo seguimos al meditar en su Palabra en vez de anhelar lo que otros tienen, al dar cualquier paso de obediencia que él nos pide hoy y al regocijarnos con otros cuando ellos reciben bendiciones de Dios. Al principio del Nuevo Año, recibamos la amorosa reprensión y la misericordiosa invitación de nuestro Salvador. Sí, todo el resto podría parecer estar listo para ser más rápidos, mejores, más lindos, más inteligentes y más exitosos este nuevo año, pero «¿y a ti qué? Tú, sígueme».
Este artículo fue originalmente publicado por Girltalk. | Traducción: María José Ojeda
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Enseñémosles a nuestros hijos sobre el trabajo
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Enseñémosles a nuestros hijos sobre el trabajo

Si tuvieras que venir a mi casa hoy, encontrarás la palabra de la semana de los Whitacre en el pizarrón de la cocina: «diligente» que significa «que hace las cosas con mucho cuidado y exactitud». Podría parecer una palabra extraña para comenzar las vacaciones de verano, pero la pusimos ahí por una razón: queremos tratar de enseñarles a nuestros hijos el valor del trabajo duro. Como lo plantea Ben Sasse en su último libro, The Vanishing American Adult [El adulto estadounidense que comienza a desaparecer], no solo queremos que nuestros hijos aprendan a trabajar duro, sino que también a que «adopten su identidad como trabajadores». El trabajo no es algo que hacemos durante el año escolar con el fin de desarrollarnos de 9:00 a 5:00 y luego quejarnos el resto del tiempo. El trabajo es un don y un llamado de Dios (Gn 1:26-28). «Dado que Dios es quien llama a su pueblo para su obra», explica Leland Ryken, «el obrero se transforma en un administrador que sirve a Dios». Así es como queremos que nuestros hijos piensen de sí mismos. ¿Quiénes son? Somos obreros, administradores que sirven a Dios. Hemos sido salvados por la gracia de Dios del pecado para hacer buenas obras (Ef 2:10). Desarrollar obreros es un trabajo que está en proceso. Sin embargo, este verano, deliberadamente nos hemos propuesto hacer un par de cosas para lograr ese objetivo. En primer lugar, queremos enseñarles a nuestros hijos que servir a Dios comienza de a poco (en la casa, en la iglesia local y en la comunidad). Así que hemos llevado a nuestros hijos para que sirvan a las viudas de nuestra iglesia con trabajos de jardinería. Le hemos pedido a nuestras hijas que se hagan responsables de varios deberes de la casa para servir a la familia. Tenemos planes de visitar a algunos ancianos de nuestro vecindario. En segundo lugar, le estamos enseñando a cada uno de nuestros hijos a crear algo. Sasse, en su libro, nos inspiró para realizar este proyecto, ya que él señala que los niños hoy en día a menudo aprenden a cómo consumir más que a cómo producir. Por lo tanto, las niñas están aprendiendo a coser y a usar una máquina de coser. Esperamos que cada una tenga algo que mostrar para el fin del verano. Nuestro hijo del medio está haciendo un gallinero (¡y le está quedando muy bien!). Nuestro hijo mayor está a punto de terminar un ensayo que ha estado ajustando hace un tiempo. Además, a propósito, compramos una casa en un vecindario en donde hay mucho trabajo por hacer. Nuestro patio es grande y está descuidado. Hay mucha madera que cortar, muchos tocones que desenterrar y casi un millón de maleza que arrancar. Sin duda, nuestro patio es ideal para jugar fútbol y atrapar luciérnagas, pero le recordamos a nuestros hijos que es tanto una bendición como una responsabilidad. El mandato en la creación de «someter la tierra» se aplica a este pequeño terreno de tierra del que tenemos la bendición de llamar nuestro. Algo que hemos descubierto es que a algunos niños les gusta cierto tipo de trabajo más que otros. Uno de nuestros hijos realmente disfruta el trabajo escolar, mientras que el otro ama el trabajo manual (son polos opuestos). Así que desafiamos a nuestro hijo que sirve con entusiasmo con la jardinería para que aprenda alegremente sus fracciones y a nuestro hijo que ama escribir y leer, a salir y trabajar con sus manos. No estoy segura si alguno de ellos alguna vez amará el mismo tipo de trabajo, pero espero que ambos aprendan a luchar con su pereza en todas sus formas y puedan hacer todo su trabajo alegremente como para el Señor. ¿Parecemos malos padres? ¡Es verano después de todo! ¿Acaso no es un tiempo para que nuestros hijos descansen y se relajen? Así es, y le estamos dando a nuestros hijos suficiente diversión. Vamos a la piscina y a la biblioteca, jugamos fútbol, prendemos la regadera de pasto para mojarnos y a menudo pasamos a tomarnos un granizado. No obstante, esperamos que nuestros hijos aprendan a apreciar el descanso y la recreación aún más porque hemos aprendido a trabajar. Nuestra oración es que el trabajo que realicen este verano se impregne en sus huesos y se arraigue como parte de su identidad (para que crezcan viéndose a sí mismos como «administradores que sirven a Dios» en cualquier trabajo que Dios
los llame a hacer).
Este artículo fue originalmente publicado por Girltalk. | Traducción: María José Ojeda
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Ayudemos a nuestros hijos a vencer la envidia
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Ayudemos a nuestros hijos a vencer la envidia

La envidia no es solo un problema de niños. La diferencia está en que ellos aún no son buenos para esconderla (lo que nos da a los padres una oportunidad para ayudarlos a que la vean y así puedan vencer su tenaz encarcelamiento). Entonces, ¿cómo podemos ayudar a nuestros hijos a vencer la envidia? A continuación, les comparto tres ideas simples:
1. Hablen con sus hijos sobre la envidia
Hablen con ellos cuando los vean tentados a envidiar y también antes. En primer lugar, explíquenles lo que es la envidia: no solo se trata de querer lo que alguien más tiene («¿¡por qué no puedo tener un Iphone también!?»), sino que es el resentimiento que sentimos hacia alguien porque tiene lo que uno desea  («ella no me agrada»). Entonces, comiencen con el décimo mandamiento y viajen a lo largo de la Escritura (una simple búsqueda en internet les ayudará a comenzar). Hablen sobre lo que Dios piensa sobre la envidia (pista: es bastante malo). Muéstrenles cómo la envidia es lo que una vez Jonathan Edwards llamó «la más insensata automutilación» porque hace miserable a quien envidia. Llévenlos a meditar en Juan 21 y háblenles sobre el antídoto que Jesús da para la envidia.
2. Ayuden a sus hijos a arrepentirse de la envidia
Si sus hijos han caído en el pecado de la envidia, ayúdenlos a identificar con exactitud a quién envidiaron, dónde y por qué lo hicieron. Llévenlos a hacer una oración específica de arrepentimiento. Recuérdales el perdón que tienen por medio de la muerte de Cristo en la cruz y el poder el Espíritu Santo para ayudarlos a cambiar. Animen a sus hijos, pues Dios les está revelando misericordiosamente este pecado ahora como una señal de su misericordia y bondad. Si pueden aprender a alejarse de la envidia desde pequeñitos, pueden evitar años de infelicidad.
3. Denles a sus hijos un plan para vencer la envidia
  • Identifiquen la envidia. Ayúdenlos a reconocer los sentimientos de envidia y lo que significan. Las emociones de envidia son como una alarma que nos dice que hay un fuego pecaminoso en nuestros corazones y que necesitamos apagarlo de inmediato.
  • Dejen de comparar. La comparación es la base de la envidia. Si no hay comparación la envidia pasa hambre y muere. Por lo tanto, enséñenles a sus hijos a dejar de mirar a otros, a dejar de pensar sobre lo que el otro tiene o cómo se ve o lo que puede hacer.
  • Comiencen a agradecer. La envidia muere en un alma agradecida. Ayuden a sus hijos a hacer una lista de los muchos buenos regalos que Dios les ha dado y luego ayúdenlos a agregar más cosas a esa lista. Ayúdenlos a guardar esa «lista de agradecimiento» y vuelvan a leerla en cualquier momento en que ellos se vean tentados a compararse o a envidiar a alguien. Para cada pensamiento envidioso sobre lo que ellos no tienen, enséñenles a orar y agradecer a Dios lo que sí tienen.
La envidia es una emoción que se alimenta por un hábito: la comparación. Cuando ayudamos a nuestros hijos, desde pequeñitos, a mirar hacia arriba con gratitud en vez de al lado con comparación, podemos protegerlos de la envidia.
Este artículo fue originalmente publicado por Girltalk en esta dirección. | Traducción: María José Ojeda
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¿Quién está cuidando de mamá?
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¿Quién está cuidando de mamá?

Cuando mi hija menor, Sophie, vino por primera vez a nuestro hogar a los tres años, como cualquier niño pequeño, quería mi constante atención. Si no la miraba, me jalaba el brazo y me decía una y otra vez «mamá, mamá, mamá». En momentos, si estaba lavando los platos, dejaba de hacerlo para mirarla a ella o si estaba en el computador, levantaba mi mirada y le respondía con una exclamación: «¡cuidado, Sophie!» «¡Bien hecho!». Después de un par de semanas, Sophie aprendió los sonidos de las palabras (si es que no la gramática) con las que yo le respondía y comenzó a gritar «¡cudao, mamá!» «¡Cudao!». Me tomó un tiempo darme cuenta de que ella no estaba hablando en su idioma nativo, el amárico, sino que me estaba diciendo mis propias palabras a mí. Ella quería que yo tuviera «cudao». Uno de los regalos más preciosos que le damos a nuestros hijos es nuestra atención: vemos sus piruetas en la cocina y examinamos el nuevo bichito que encontraron en el patio; nos fijamos si hay signos de un resfrío y miramos a ambos lados antes de ayudarlos a cruzar la calle; somos cuidadosas con sus dietas, con sus horas de sueño y con la claridad de su letra cuando escriben; mantenemos la concentración cuando nos cuentan sus largas y divagantes historias; suplimos sus necesidades y los protegemos de sus tentaciones; los vemos gatear por la esquina del living y por el pasillo para, más tarde, en un abrir y cerrar de ojos, verlos salir marcha atrás del estacionamiento de la casa e irse conduciendo. Según cuenta la leyenda, incluso tenemos ojos en nuestra nuca. Desde el momento en que tomamos en brazos a nuestro recién nacido (o nuestro hijo de tres años), comenzamos una vigilia sin fin. Como mamás, estamos siempre cumpliendo con la obligación del «cudao». Lamentablemente, después de todo, nosotras, las madres, solo somos humanas. No podemos mirar a nuestros hijos en cada momento de cada día. Nuestros párpados se cansan y debemos dormir cuando ellos duermen. Nos distraemos y fallamos en escuchar. Nos perdemos tantos momentos o nos ponemos ansiosas y nos inquietamos con el cuidado de estas almas eternas. Todo lo que implica vigilarlos nos cansa. Sin embargo, mientras cuidamos a nuestros hijos, nuestro Padre celestial cuida de nosotras (Pr 2:8). Él no se cansa ni se fatiga (Is 40:28), su atención hacia nosotras no vacila ni se desvanece. Cuando ponemos atención a las necesidades de nuestros hijos, estamos constantemente recibiendo la atención de Dios que sabe exactamente lo que necesitamos (Mt 6:32). Llevamos a cabo todos nuestros deberes maternales bajo la misericordiosa cobertura de su atento cuidado (Sal 34:15). Cada historia que escuchamos, cada dibujo que elogiamos, cada pecado que corregimos, lo hacemos bajo la atenta mirada de nuestro Padre celestial.

Como escribe J.I. Packer:

Lo que interesa por sobre todo, por lo tanto, no es, en última instancia, el que yo conozca a Dios, sino el hecho más grande que está en la base de todo esto: el hecho de que él me conoce a mí. Estoy esculpido en las palmas de sus manos. Estoy siempre presente en su mente... Lo conozco porque él me conoció primero y sigue conociéndome.  Me conoce como amigo, como uno que me ama; y no hay momento en que su mirada no esté sobre mí, o en que su ojo se distraiga de mí; no hay momento, por consecuencia, en que su cuidado [por] mí flaquee. Se trata de un conocimiento trascendental. Hay un consuelo [indescriptible] —ese tipo de consuelo que proporciona energía, téngase presente, no el que enerva— en el hecho de saber que Dios está conociéndome en amor de forma constante, y de que me cuida para bien.
No tenemos que gritar «cudao» para obtener la atención de Dios. Él ya nos está mirando;  ya se está preocupando; ya sabe lo que necesitamos. Es más, cuando lo invocamos es porque primero él provocó que orarámos. Somos sus hijas en Cristo, por lo que no existe un solo momento en el que los ojos de nuestro Padre celestial no estén sobre nosotras. Él siempre vela por nuestro bien. Este, mis queridas mamás, es un consuelo indescriptible,  ¡y que nos llena de energía!  No sé ustedes, pero eso es exactamente el mejor regalo que esperaría recibir.
Publicado originalmente en GirlTalk.
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Seis maneras en que las mamás pueden mostrar amor a sus hijas
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Seis maneras en que las mamás pueden mostrar amor a sus hijas

El siguiente extracto ha sido traducido a partir del blog publicado originalmente en inglés por Crossway.

Nadie tiene todo resuelto

Aunque la maternidad, como institución, ha existido por milenios, aún no conozco a una madre que realmente piense que ha llegado a dominarla. Todas nos equivocamos en el camino; cometemos los mismos errores, buscando desesperadamente consejos, soluciones y principios sensatos. Hasta que llega el momento en que nuestras hijas se convierten en adolescentes y podemos perder las esperanzas de alguna vez triunfar como madres –para qué hablar de transmitir el lenguaje de la femineidad bíblica–. Sin embargo, si sólo nos valiéramos de la Santa Escritura, encontraríamos la sabiduría y la dirección que buscamos con tanta desesperación. No debemos descuidar la Palabra de Dios mientras buscamos sabiduría falsa en el consejo mundano.

Amor tierno

En Tito 2, encontramos un perla genuina de sabiduría de crianza. Nos dice que “amemos a [nuestros] hijos” (v.4) tiernamente. Pues bien, sé que aman a sus hijas; morirían por ellas y a veces sienten que ya lo han hecho muchas veces. Han sufrido el parto y el alumbramiento o los innumerables obstáculos del proceso de adopción, sólo para despertar un sinfín de veces cada noche para alimentar a sus pequeñas hijas. Cambiaron sus pañales, les enseñaron a usar la bacinica y a vestirse sola; las ayudaron con las tareas de la escuela, les prepararon tres comidas al día, lavaron, plancharon su ropa y condujeron tantas horas, llevando niños de aquí para allá, que ahora sus autos parecen más sus hogares que sus propias casas. Son mamás y las madres somos buenas para amar sacrificialmente. Es un aspecto esencial de la maternidad; sin embargo, el amor del cual nos habla Tito 2 es un amor tierno; es cálido, afectuoso, amoroso para criar. El pasaje habla de gozo y de disfrute en la relación con nuestras hijas. Una prueba simple de la eficacia del amor tierno necesita sólo un momento de introspección. ¿Acaso no respondemos todas mejor a una persona que se ve interesada en nosotras y manifiesta su cariño que a alguien que trata de forzarnos o manipularnos a cumplir sus deseos? Nuestras hijas no son distintas. La disciplina, la corrección y la formación no son efectivas e incluso son perjudiciales cuando el amor tierno no está presente. No obstante, estas mismas técnicas son mucho mejor recibidas si vienen junto a una mano amable y suave. El lema bíblico que dice que debemos tratar a otros como queremos que nos traten a nosotras definitivamente se aplica aquí. ¿No fue acaso un amor tierno el que el Salvador nos mostró cuando nos concedió su salvación? Él nos guía con “lazos de amor” (Os. 11:4), y “no nos ha pagado conforme a nuestras iniquidades” (Sal. 103:10). Por lo tanto, la razón más importante para amar tiernamente a nuestras hijas es porque así les mostramos el amor de Cristo. Existe un sinnúmero de formas de expresar nuestro amor tierno específica, constante, creativa y sinceramente a nuestras hijas. A continuación, simplemente compartiremos seis sugerencias prácticas:
1. Ore
La oración de una madre piadosa “puede lograr mucho” (Stg. 5:16), así que, ¿quién mejor que nosotras para orar por nuestras hijas? Nadie las conoce de la forma en que nosotras las conocemos. Nadie está más familiarizada con las tentaciones y las presiones únicas que ellas enfrentan cada día. Nadie puede orar mejor por ellas o con mayor compasión que nosotras. Debemos comprometernos a amar a nuestras hijas al orar fielmente por ellas. Es más, debemos contarles que lo estamos haciendo. Como Charles Spurgeon dijo una vez, “ningún hombre puede hacerme mayor bien en este mundo que orar por mí”.
2. Tome interés
Descubramos intencionalmente los pasatiempos de nuestras hijas y lo que hacen en su tiempo libre. Entablemos conversaciones con ellas al respecto y aprendamos a compartir junto a ellas con entusiasmo. Incluso podemos ir más allá y unirnos a sus actividades favoritas. Por ejemplo, a mi hija Kristin le apasiona el arte de la cocina. Así que acordé que tomáramos algunas clases de cocina gourmet que ofrecía el municipio. Esto permitió que ambas compartiéramos una experiencia significativa y fue una forma tangible de expresar mi amor tierno por Kristin. “Interesarse” no requiere gastos, pero sí un llamado a tener un corazón amoroso y lleno de entusiasmo por las cosas que sus hijas disfrutan.
3. Escuche atentamente
Oídos atentos suponen un entusiasmo por escuchar todo lo que tenga que ver con los pensamientos, los sentimientos y las vivencias de nuestras hijas. Es más que sólo mantener nuestra boca cerrada; el acto de escuchar significa que debemos tener contacto visual completo y no tener una mirada perdida. No debemos interrumpir, bostezar o responder apresuradamente. Cuando escuchamos cuidadosamente animaremos a nuestras hijas a mostrarnos sus almas y a compartir sus pensamientos más íntimos. Por lo tanto, ¡que nuestras hijas sepan que queremos saber todo lo que quieren contarnos!
4. Aliente, aliente, aliente.
Los Proverbios nos dan suficiente prueba de que las palabras de aliento reaniman el alma de nuestras hijas: “panal de miel son las palabras agradables, dulces al alma y salud para los huesos” (16:24); “la palabra buena lo alegra [o alegra a sus hijas]” (12:25); “la lengua apacible es árbol de vida…” (15:4). Preguntémonos: ¿Las palabras que nuestras hijas escuchan de nosotras, son principalmente de condenación y de corrección o positivas y edificantes? ¿Nuestras palabras les dan vida y las alegran? Aunque la corrección es necesaria en ocasiones, nuestras hijas deben ser recipientes constantes de nuestro incentivo. Este incentivo puede entregarse en muchas formas y por muchas razones. Podemos escribirles una nota, enviarles un correo electrónico, animarlas frente a alguien más o simplemente decirles que las amamos. Podemos resaltar las cualidades de su personalidad y sus talentos únicos que apreciamos. Podemos hacer notar las formas en las que han crecido en su pasión por Dios o en alguna de las virtudes de la femineidad bíblica; podemos recordarles cómo Dios la ha ayudado en momentos de dificultad. Todos éstos son ejemplos de lo que mi esposo llama “evidencias de la gracia de Dios” –maneras en las que Dios actúa en la vida de nuestras hijas–. No debemos dejar pasar un sólo día sin comunicar estos alentadores pensamientos con ellas.
5. Exprese afecto
Debemos colmar de afecto a nuestras hijas desde el momento en que se levantan hasta que se van a dormir. Podemos hacerlo verbalmente al sólo decir “te amo” muchas veces al día. Asimismo, podemos expresar afecto físico por medio de abrazos y besos. En medio de la corrección, debemos reafirmar que las amamos, recordándoles que las disciplinamos por esa razón. No queremos que nunca lleguen a dudar por un sólo momento respecto a nuestro amor por ellas.
6. Construya recuerdos
Una de mis formas favoritas de expresar amor tierno a mis hijas era organizar paseos especiales y buscar formas únicas de construir recuerdos. Hoy tenemos toda una colección de ellos que a menudo volvemos a recordar con cariño y risas. Tanto las actividades planificadas como los momentos espontáneos son potenciales recuerdos si es que ponemos un poco de creatividad. No olvidemos sorprenderla una o dos veces. ¡Todos aman las sorpresas!

Sembrando el evangelio

Estas ideas son sólo muestras de las innumerables formas en las que podemos expresar amor tierno. Por último, este amor hará que nuestra amistad y nuestro hogar sean un lugar seguro para nuestras hijas. Seamos el tipo de madres amorosas y cariñosas con las que nuestras hijas quieren pasar tiempo. El amor tierno esparce las semillas del evangelio en la vida de nuestras hijas con generosidad. Podemos confiar en Dios en que hará que esas semillas se arraiguen y crezcan en un amor maduro por él. Esta publicación es una adaptación del libro de Carolyn Mahaney y Nicole Whitacre  Girl Talk [Charla de mujeres]
Descubre más sobre el libro Girl Talk ingresando aquí. | Traducción: María José Ojeda
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Cuatro mujeres que trabajaron duro
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Cuatro mujeres que trabajaron duro

Las secciones de los saludos en las epístolas del Nuevo Testamento despierta mi curiosidad. Nos entregan trozos prometedores de información, pero apenas nos dan el trasfondo completo de la historia. Sin embargo, si miramos estos versículos como arqueólogos que van tras la búsqueda de evidencias, podemos descubrir una cantidad sorprendente de verdad para nuestra edificación y ánimo. Vayan a Romanos 16, por ejemplo. Pueden leer este pasaje sin apreciar el rol vital que las mujeres desempeñaban en el ministerio de la iglesia primitiva. Nueve de los veinticuatro saludos son para mujeres, cuyos esfuerzos eran casi secundarios o tangenciales. Estas mujeres están en el centro neurálgico del ministerio de la iglesia local, desempeñando un rol vital en su misión de predicar el Evangelio. Cuatro mujeres, particularmente interesantes, que Pablo saluda específicamente de la misma manera: «Saluden a María, que tanto ha trabajado por ustedes» (v.6) «Saluden a Trifena y a Trifosa, las cuales se esfuerzan trabajando por el Señor» (v.12) «Saluden a mi querida hermana Pérsida, que ha trabajado muchísimo en el Señor» (v.12) Imagínenselo: van a reunirse en la asamblea regular con el pueblo de Dios, se lee esta gran carta teológica frente a todos y en la conclusión, ¿Pablo te saluda a ti? Sí, a ti, que piensas que pasas desapercibida. Me pregunto qué sintieron esas mujeres cuando escucharon sus nombres leídos en voz alta. ¿Se habrán dado cuenta de que serían inmortalizadas en la Santa Escritura? A continuación, les comparto, al menos, dos lecciones que podemos aprender de lo que Pablo nos dice aquí y de lo que no nos dice sobre estas cuatro mujeres.

Nuestro trabajo importa más de lo que pensamos

La mayoría del tiempo, nuestro trabajo para el Señor parece insignificante y sin valor. En especial, cuando parece producir tan poco en términos de éxito medible. Nos llaman a organizar un evento de difusión, pero casi nadie asiste; invertimos muchas de nuestras horas para aconsejar a una mujer que decide que decide ser mentoreada por alguien más; preparamos otra cena para otra nueva mamá, pero es algo que todos esperan que hagamos. Y así medimos nuestros servicio de la manera en la que medimos todo lo demás: por los resultados, por cuán llenas nos hace sentir o por el agradecimiento que recibimos. Francamente, es desanimante. No obstante, Pablo no alaba a estas mujeres por alcanzar un cierto número de objetivos, ni por la organización exitosa del evento más grande de la iglesia en la historia de la iglesia local, ni siquiera por la agradable sensación de satisfacción que provocan sus esfuerzos. Así no es la forma en que Pablo mide el éxito del Evangelio. Aquí, al final de su gran tratado teológico, él alaba a cuatro mujeres comunes y corrientes por una cosa: trabajar duro. El verbo aquí implica «trabajo arduo». Estas mujeres pusieron toda su energía para promover la misión del Evangelio. No sabemos si estas mujeres lograron mucho o poco en términos de resultados terrenales «medibles», pero sí sabemos que fueron extremadamente exitosas. Recibieron uno de los honores más grandes en la historia del ser humano: ser alabadas, por su nombre, en la eterna Palabra de Dios. ¡Por eso sí vale la pena trabajar duro! Así que si se han sentido desanimadas recientemente; si comenzaron a preguntarse si su trabajo en la iglesia es una gran pérdida de tiempo y de talento, no se desanimen. Ya sea que otros reconozcan sus esfuerzos o no, Dios sí lo hace. Él llamó a estas cuatro mujeres y las llama a ustedes también hoy. Anímense y no se den por vencidas. Sigan trabajando duro para el Señor. O como el autor de Hebreos nos anima diciendo, «porque Dios no es injusto como para olvidarse de las obras y del amor que, para su gloria, ustedes han mostrado sirviendo a los santos, como lo siguen haciendo» (6:10).

Nuestro trabajo importa menos de lo que pensamos

A menudo, puede parecer que las personas sólo notan a las mujeres en la iglesia que muestran sus dones de manera pública. El resto de nosotras hacemos un trabajo en silencio tras bambalinas, con poca fanfarria. Sin embargo, aquí en Romanos 16, Pablo no sólo lleva la atención a Febe y Priscila que eran adineradas e influyentes, sino que también a las hermanas Trifena y Trifosa que habían sido esclavas y ahora eran mujeres libres. Una irónica nota al margen respecto a los nombres de estas mujeres es que sus nombres significan «Fina y Delicada». Quizás ustedes se pregunten si Pablo sonreía mientras escribía: «saluden a esas arduas trabajadoras en el Señor, Fina y Delicada». El punto es: nada de nuestro trasfondo, ni las debilidades físicas ni las espirituales, ni la falta de experiencia ni de dones obstaculiza el arduo trabajo para el Señor. Todas somos aptas para recibir la misma alabanza que estas mujeres recibieron. «Por la gracia de Dios soy lo que soy», dijo Pablo en otra de sus cartas, «la gracia que él me concedió no fue infructuosa» (1Co 15:10). Que lo mismo se pueda decir de nosotras. Sin embargo, con demasiada frecuencia, nos vemos atrapadas en saber cuál es «nuestro rol» en la iglesia, ya sea que tengamos un título, una posición o, como nos gusta decir, «un lugar para servir» o no. Nos vemos encerradas en rivalidades insignificantes con otras mujeres, comparándonos y obsecionándonos con quién obtiene mayor reconocimiento o sirve más. Los saludos de Pablo vuelve a dirigir misericordiosamente nuestra mirada a las razones correctas para el ministerio. Como María, deberíamos trabajar duro «por ustedes» —nuestro trabajo debe venir del amor por el pueblo de Dios. Y como las hermanas Trifena y Trifosa y la «querida hermana Pérsida» nuestro trabajo debe ser «en el Señor»— para la gloria de nuestro Salvador. Estas mujeres no se esforzaron para obtener posición y honor, sino que daban sus corazones en servicio para una causa mayor en la historia humana: la proclamación del Evangelio de Jesucristo. Y también deberíamos hacerlo nosotras. Sigamos su ejemplo y recordemos que la causa por la que estamos trabajando es mucho más importante que el tipo de trabajo que hacemos por esa causa. Estemos dispuestas, de hecho, animadas, para trabajar arduamente en la posición más baja en la iglesia. Quizás es fácil pasar por alto la conclusión del libro de Romanos, asumiendo que lo importante ya se cubrió en los primeros quince capítulos. Sin embargo, realmente, el libro de Romanos termina con una pregunta urgente para cada una de nosotras: ¿están trabajando duro para el Señor? Si Pablo enviara una carta a tu iglesia hoy, ¿son el tipo de mujer a la que él saludaría y agradecería? Que sea nuestro anhelo buscar sin vacilar la gloria y el honor de esas mujeres que se estaban esforzando para ser conocidas simplemente como trabajadoras para el Señor.
Publicado originalmente en GirlTalk. | Traducido por: María José Ojeda
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Una mujer reconocida por sus buenas obras
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Una mujer reconocida por sus buenas obras

En la lista de las viudas debe figurar únicamente la que tenga más de sesenta años, que haya sido fiel a su esposo, y que sea reconocida por sus buenas obras, tales como criar hijos, practicar la hospitalidad, lavar los pies de los creyentes, ayudar a los que sufren y aprovechar toda oportunidad para hacer el bien. (1 Ti 5:9-10) ¿Qué son exactamente las buenas obras que glorifican al evangelio? Jerry Bridges las define como «actos deliberados que son útiles para otros». Son actos tangibles de amabilidad que sirven y bendicen a otros y proclaman la bondad de nuestro Salvador. En 1 Timoteo 5:9-10 Pablo aconseja a Timoteo sobre las viudas, pero al hacerlo, establece el estándar para las mujeres piadosas al describir un estilo de vida de abnegación. La mujer piadosa comprende la seriedad del hecho de que «la reputación de Dios está en juego en [sus] actos públicos» de piedad. La mujer piadosa desea ser conocida por sus buenas obras porque anhela que se conozca la Buena Obra de Dios. Cada mujer cristiana debe esforzarse por tener una reputación de buenas obras. No existen las especialistas; no es un acto reservado para las pocas mujeres talentosas y entusiastas. Todas debemos levantar nuestras manos para ofrecernos como voluntarias; todas podemos hacer buenas obras, pues Dios nos ha llamado a todas a hacerlas. Además, como dice Jerry Bridges, las buenas obras son «deliberadas»; no nos encontramos ni nos tropezamos con ellas; por lo tanto, debemos elegir practicarlas. En 1 Timoteo, el apóstol Pablo nos entrega cinco categorías de buenas obras. Estos cinco ejemplos de buenas obras no son exhaustivos ni están para que se lleven a cabo totalmente; sin embargo, describen a la mujer que es conocida por realizarlas. Para tener una idea de cómo es esta mujer, veamos rápidamente cada ejemplo. Criar hijos. El deseo del corazón de una mujer piadosa es criar a sus hijos para honrar y servir al Salvador. Con ese fin, una madre debe entregarse a criar a sus hijos «según la disciplina e instrucción del Señor» (Ef 6:4). Una mujer que no tiene hijos puede ser una influencia piadosa para los niños de su iglesia y su comunidad, y también puede cuidar de los huérfanos. Criar niños para servir al Señor es valioso para nuestro Salvador pues él dice «dejen que los niños vengan a mí» (Mt 19:14). Practicar la hospitalidad. Esta buena obra se lleva a cabo en el hogar. Mostrar hospitalidad significa «ocuparse de las necesidades de otros haciendo uso de los recursos propios, especialmente en el hogar y usándolo como medio». La mujer piadosa practica la hospitalidad recibiendo gente en su hogar, proveyendo refugio y refrigerio, y llevando a otros alimento y recursos de su hogar. «El máximo acto de hospitalidad ocurrió cuando Jesucristo murió por los pecadores para que todo aquel que crea sea un miembro de la familia de Dios», escribe John Piper. La mujer hospitalaria desea reflejar la hospitalidad de Cristo. Independientemente del tamaño de su casa o de su presupuesto, quiere extender a otros el amor y gracia inmerecidos que primeramente ella recibió del Salvador. Lavar los pies de los creyentes. En la época antigua, el lavamiento de pies era una tarea imprescindible, pero se consideraba de baja categoría puesto que los pies de todos estaban enlodados y polvorientos debido a la suciedad de las calles. Esta era una rutina generalmente reservada para los sirvientes de la familia. Por esta razón, lavar los pies de los creyentes implicaba un servicio humilde: aceptar el trabajo que nadie más estaba dispuesto a hacer. En otras palabras, la mujer piadosa está dispuesta a realizar los trabajos sucios, modestos y poco atractivos. Cuando servimos a otros, seguimos el ejemplo de la mujer que ungió los pies de Jesús: «Ella ha hecho una obra hermosa conmigo», dijo Jesús (Mt 26:10). También nos lo dice a nosotros cuando servimos humildemente a los creyentes. Ayudar a los que sufren. La mujer piadosa es como una enfermera, que está de turno, en el hospital, lista para ayudar a quienes sufren —ya sea física, mental o emocionalmente—. Para esto debemos acercarnos a lo crudo, lo desagradable, lo difícil y lo doloroso. Al hacerlo, reflejamos apropiadamente la reputación de nuestro Salvador como alguien que fue «hecho para el sufrimiento» (Is 53:3), que está «cerca de los quebrantados de corazón» (Sal 34:18), «quien nos consuela en todas nuestras tribulaciones» (2 Co 1:4) y que es «nuestra ayuda segura en momentos de angustia» (Sal 46:1). Aprovechar toda oportunidad para hacer el bien. Si tuvieras que describir a esta mujer en una oración, dirías que una mujer piadosa «ha entregado todo su corazón a las buenas obras». Debemos, como alguien dijo una vez, «hacer el bien que podamos, por todos los medios posibles, en todas las formas factibles, en todos los lugares que se nos permita, en todo momento oportuno, a todas las personas posibles, por el tiempo que podamos».
Este recurso fue publicado originalmente en GirlTalk.
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La reunión del domingo
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La reunión del domingo

¿Sabías que, en las Escrituras, Dios nos habla directamente a nosotras, las mujeres, sobre cómo debemos oír los sermones de nuestro pastor? 1 Timoteo 2:11 dice: «Que la mujer aprenda calladamente, con toda obediencia». Ahora bien, yo sé que este versículo es como un pararrayos. Es un texto que a menudo se malentiende y se aplica mal, y es imposible abordar adecuadamente los controvertidos puntos de interpretación en un breve artículo como este. Sin embargo, como sugiere la Biblia de Estudio Literaria (LSB; Crossway, 2007), «es útil identificar los principios y actitudes subyacentes que Pablo está elogiando (especialmente el estudio diligente y la sumisión)». ¿Cuáles son las dos cualidades que deberían caracterizar nuestra actitud hacia los sermones del domingo? Estudio diligente y sumisión. En todo el debate sobre lo que significa «calladamente», lo que a menudo se pasa por alto es el imperativo «aprenda» que se dirige a las mujeres. Debemos ir a la iglesia como estudiantes. Eso es lo que somos, y deberíamos estar ansiosas de aprender de la Palabra de Dios por medio del don de la predicación. Primero, este mandamiento se dirige a quienes admitimos no tener un gran apetito por el estudio de la teología. Quizás te sientas más creativa o artística y no tan académica o lectora. No obstante, aunque es cierto que Dios nos da distintos dones, intereses y personalidades, cuando se trata de la Palabra de Dios, todas debemos buscar aprender y ser diligentes en ello. Los domingos, todas deberíamos ser como universitarias. Deberíamos tener una actitud de estudiantes entusiastas —al borde de nuestros asientos, absorbiendo todo lo que Dios quiera decirnos, listos para escuchar, digerir para luego aplicar durante la semana lo que hemos oído—. Y si el amor por la doctrina no surge naturalmente en nosotras, pidámosle a Dios que produzca en nuestros corazones lo que sólo Él puede conceder: un amor por la predicación de la Palabra de Dios nacido del Espíritu. Sin embargo, este es un mandamiento de doble filo. También tiene algo que decirles a aquellas que son estudiosas por naturaleza. Quizás tienes un gran conocimiento bíblico o has estado en el seminario. Quizás has crecido en una iglesia excelente y has podido aprender de un pastor más experimentado que el que está predicando actualmente. Quizás ya has dirigido estudios bíblicos o eres considerada como una talentosa maestra de mujeres. Para todas, la insistencia de Pablo en que vengamos a la iglesia a «aprender» ayuda a corregir la tentación del orgullo espiritual que envanece (1Co 8:1). Nos recuerda que todas debemos sentarnos a escuchar la predicación de la Palabra de Dios, y no primeramente como «maestras» sino como «estudiantes». Debemos someter nuestros corazones a la Palabra, lo cual para nosotras es un ejercicio bueno y una lección intencional de humildad, que es exactamente como Dios ha ordenado que sea. Esto no significa, por supuesto, que debamos dejar nuestro discernimiento en la puerta o abstenernos totalmente de hacerle una humilde crítica o sugerencia a nuestro pastor. No obstante, sí quiere decir que debemos ir a escuchar la fiel predicación de la Palabra como estudiantes humildes, ansiosas de sentarnos bajo la autoridad e instrucción de la Palabra de Dios.
En todos los otros contextos en que nos enseñamos, nos amonestamos y hablamos la palabra de Cristo unos a otros (Col 3:16), es mucho más probable que nos someteremos y no nos evadiremos por medio de discusiones interminables si tenemos como máxima prioridad (además de la oración) sentarnos juntos bajo la autoridad de la palabra predicada. —Christopher Ash
Por lo tanto, preguntémonos a nosotras mismas: ¿Vamos a los servicios dominicales ansiosas de aprender de la Palabra de Dios por medio de la predicación de nuestro pastor? Dios mismo está ansioso de enseñarnos por medio de su Palabra. ¡Qué clase tan emocionante!
Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir y para instruir en la justicia, a fin de que el siervo de Dios esté enteramente capacitado para toda buena obra (2 Timoteo 3:16-17). 
Este recurso fue publicado originalmente en GirlTalk.
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El interminable trabajo de una madre
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El interminable trabajo de una madre

El viernes pasado por la tarde, estaba conversando con mi hermana, Kristin, sobre la crianza de nuestros hijos. Cuatro de ellos iban a competir en un torneo de fútbol al día siguiente de nuestra conversación y estábamos armando una estrategia sobre cómo podíamos ayudarlos a crecer en un carácter piadoso, en relación a perder o ganar. (Finalmente, perdieron, lo que les dio una gran oportunidad para crecer en humildad). Habíamos hablado sobre estos asuntos de carácter la semana pasada, y probablemente también hablemos de ellas otra vez la próxima semana. La crianza es un trabajo que nunca termina. Soy una persona a la que le gusta terminar las cosas, borrarlas de mi lista, avanzar... entienden la idea. Por lo tanto, encuentro que a veces la naturaleza interminable de la crianza es desalentadora. Veo progreso, no hay duda de eso, también veo muchas oraciones respondidas y evidencia de la gracia de Dios. Sin embargo, el crecimiento viene generalmente mucho más lento de lo que me gustaría y, algunos días, me cuestiono si mis esfuerzos de instrucción y enseñanza son certeros o no. La realidad es que la naturaleza interminable de la crianza nos da una de las oportunidades más grandes para glorificar a Dios. Es por esa razón que la crianza es lo que Charles Bridges llama “un trabajo de fe”. “De por sí” escribe Bridges, “[la crianza] sólo puede ser sostenida por el ejercicio activo y perseverante de este principio [(un trabajo de fe)]. Esto es lo que lo convierte en un medio de gracia para nuestras propias almas, así como también para exaltar a nuestro Divino Maestro”. En otras palabras, sólo la fe en Dios puede sostenernos en el día a día y en la obra interminable de la crianza, y es así cómo Dios ha diseñado que sea: estamos forzados a depender de él y así él usa esa fe como un medio de gracia para nuestras almas y para glorificar su nombre. La fe es el nexo entre la fidelidad y el fruto en la crianza y la infunde con “alegría eterna”. Cuando buscamos “fruto inmediato con demasiado entusiasmo”, podemos cansarnos y sentir que somos un fracaso; no obstante, cuando miramos a Cristo, encontramos “perdón diariamente por nuestras deficiencias”, alivio de nuestra “ansiedad opresiva” y “esperanza de que aún los errores están bajo su gloria”. “Es la fe la que alienta nuestro trabajo con alegría eterna. Compromete cada parte de él con Dios, en la esperanza de que, aún los errores están bajo su gloria; y de este modo, nos alivia de nuestra ansiedad opresiva, a menudo acompañado de un gran sentido de responsabilidad. El camino más corto para la paz se encuentra en dejarnos caer en las manos de Dios buscando su perdón diariamente por nuestras deficiencias y su provisión de gracia, sin buscar fruto inmediato con demasiado entusiasmo”. La crianza nunca terminará, pero no puede superar la provisión inagotable de la gracia de Dios.
Este recurso fue publicado originalmente en GirlTalk. | Traducción: María José Ojeda
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Un berrinche es una oportunidad
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Un berrinche es una oportunidad

Lo sé, lo sé, «oportunidad» no es la primera palabra que se viene a la mente cuando estás con un niño llorando afuera de una habitación llena de gente y todo el mundo mirando. Sin embargo, los berrinches emocionales de nuestros hijos son como los informes de inteligencia, nos avisan de algo urgente. Revelan los secretos del corazón de cada uno de nuestros hijos y nos dan, como padres, una oportunidad para ser estratégicos y eficaces.

Las rabietas son una oportunidad para ayudar a nuestros niños a aprender a manejar sus emociones de una manera que glorifique a Dios. No obstante, no todas las «oportunidades de berrinches» son iguales, por lo que debemos aplicar un poco de discernimiento, con el fin de manejar sabiamente la situación presentada.

Una oportunidad para consolar

Brindar amor es lo que Ryle llama el «gran secreto» de la formación eficaz del niño. Cuando nuestro hijo se cae y se hace un sangriento raspón en la rodilla, o si otro niño se burla y nuestro hijo se pone a llorar, podríamos estar tentados a ver su «explosivo llanto emocional» como incómodo o vergonzoso (si es que es en público), pero debemos mirarlo como una oportunidad para expresar amor y cariño a nuestro hijo, con el fin de que sepa que entendemos sus tristezas. ¿No es esta la clase de amor que nuestro Salvador nos muestra en situaciones similares? 

Una oportunidad para enseñar autocontrol 

Debemos estar listos para consolar, pero también debemos aprovechar la oportunidad para enseñar autocontrol. Incluso si la razón de las lágrimas de nuestro hijo es comprensible, no debemos permitir que se pierda todo el control sobre sus emociones. Por ejemplo, podemos decirle a nuestro hijo que está bien llorar cuando se caen y se raspan su rodilla, pero no gritar. Y, si es necesario, debemos ayudarlos muy amorosamente a controlar su llanto para llegar a su fin en el momento adecuado. Esto les enseñará la diferencia entre el dolor apropiado y el excesivo. 

Una oportunidad para discernir 

Si un niño llega a tener inusualmente un llanto constante, quejoso y molesto, y empieza a tener más berrinches de lo normal, esto puede ser un indicador para nosotros como padres de que necesitan reposo o un descanso en su actividad. Como ya hemos dicho, un padre sabio minimiza la tentación siempre que sea posible.  

Una oportunidad para la disciplina 

Si el arrebato de un niño muestra enojo o rebeldía, entonces el mensaje que estamos recibiendo es de carácter serio y debe ser tratado con firmeza y bíblicamente. No servimos a nuestros hijos si ignoramos o pasamos por alto las explosiones de ira o si nos enojamos en respuesta. Un arranque de ira en un niño requiere un corazón lleno de amor y disciplina firme. Y si el niño ya no es tan niño y, sin embargo, los arranques de ira siguen siendo frecuentes, es posible que tengamos que considerar si estamos o no ejerciendo la autoridad bíblica adecuada en el hogar para poder tratar con su corazón. 

Una oportunidad para centrarnos en el entrenamiento

Los berrinches frecuentes pueden ser reducidos por una temporada de entrenamiento enfocado. Considera la posibilidad de reorganizar tu agenda, eliminar eventos innecesarios, enfocar tu enseñanza y su disciplina en esta área, y seguramente verás buenos resultados en un par de días o semanas. 

Así que la próxima vez que seamos ese padre que sale de una habitación llena de gente con un niño enojado, debemos sonreír y hasta reír un poco. Acabamos de recibir una oportunidad de oro para la crianza de nuestro hijo. 
Este artículo fue originalmente publicado por Girltalk.
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Los sentimientos piadosos son contagiosos
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Los sentimientos piadosos son contagiosos

Cuando recuerdo mi niñez, una de las cosas de la que estoy más agradecida es de la manera en que mis padres me enseñaron no sólo a cómo vivir, sino que también a cómo sentirme respecto a la vida.

Para esto se requería obediencia; la obediencia con alegría era muy alabada. El gozo en Dios no era algo que mi padre predicaba sólo los domingos: era la emoción en todo su rostro cuando él regresaba del trabajo a la casa; era la forma en que mi madre lavaba los platos.  Junto con la alegría, mis padres buscaron cultivar sentimientos de gratitud y pasión por Dios en sus hijos.  Como yo trato de hacer lo mismo con los míos, aquí menciono algunas de las cosas que recuerdo: (Nota: cuando le mostré esta publicación a mi mamá, se quejó: "¡así no es cómo recordaba mi maternidad! ¡Recuerdo un montón de veces en las que no estaba alegre o agradecida!". Sin embargo, así es exactamente como recuerdo el ejemplo que mis padres daban en casa, y mis hermanos están de acuerdo conmigo. Esto puede animarnos como madres: los niños no se centran en los momentos específicos de fracasos en la crianza, ellos recuerdan una forma de vida que, aunque es imperfecta, crece en piedad.)

Agradecimiento

El salmista escribe, "Daré gracias al SEÑOR con todo el corazón..." (Sal 9:1 NBLH, énfasis mío). Esto —y nada menos— es lo que queremos para nuestros hijos. Podemos hacerlo enseñándoles a ser agradecidos como una forma de vida.

En nuestro hogar, el Día de Acción de Gracias no sólo era una tradición festiva, sino que era una forma de vida. Me es difícil recordar una sola comida o actividad en la que papá no nos invitara a todos a dar gracias con entusiasmo a Dios por las bendiciones que estábamos disfrutando. Algunos pueden pensar que es poco sincero pedirle a tus hijos que expresen gratitud si no la sienten, pero, a decir verdad, es todo lo contrario. Es imposible expresan constante gratitud a Dios sin sentirlo tarde o temprano. Prueba y verás. Tengo recuerdos frescos del dolor de mis padres —sin enfado ni falta de paciencia, sino que un dolor piadoso— debido a nuestras quejas. Teniendo en cuenta todas las bendiciones que han recibido de Dios, ¿cómo pueden quejarse? ¿Ves cuán desagradable es tu actitud para Dios? En la actualidad, la queja es cosa de las comedias, pero en nuestro pequeño mundo (que, después de todo, era el real) era un pecado grave.

Pasión por Dios

Como niños, instintivamente sabíamos —como los niños siempre saben— lo que apasionaba a nuestros padres. Sabíamos que ellos estaban preocupados de glorificar a Dios y servir a la iglesia más que cualquier cosa. Eso era lo que más los emocionaba y lo que más les preocupaba; su pasión era contagiosa.

Para ayudarnos a alcanzar esa pasión por Dios, mi padres buscaron que ocupáramos nuestro tiempo sirviendo a Dios y a su iglesia; la idea era, "porque donde esté el tesoro de ustedes, allí también está su corazón". (Lucas 12:34 NBLH). Nuestras actividades eran evaluadas según su potencial en la construcción del reino; por lo que, nuestro mundo giraba en torno a nuestra familia y nuestra familia giraba en torno a la iglesia y su misión. Mis padres hablaban de su pasión por Dios, transmitían su anhelo de que nosotros  tuviéramos esa misma pasión, nos animaban cuando la expresábamos y nos llamaban la atención cuando mostrábamos más pasión por otra cosa que por Dios.

Si como padres sentimos una pasión creciente por Dios, nuestros hijos aprenderán a imitarnos mientras anhelamos glorificarlo a Él.

Este artículo fue originalmente publicado por Girltalk. | Traducción: María José Ojeda
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Domingo de resurrección y martes de quehaceres
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Domingo de resurrección y martes de quehaceres

¿Alguna vez sientes como si no pudieras dar evidencias de todo el trabajo duro que haces en casa?

Preparas la comida de tus pequeños sólo para barrer más migas del suelo. Organizas un armario sólo para que se vuelva a desordenar. Educas a tus hijos y hacen una escena en la reunión familiar. Atiendes a tu esposo pero no parece notarlo. ¿Cuál es el punto? No hay nada que agote tanto nuestro celo por las tareas del hogar como la sensación de que es en vano. El sabio de Eclesiastés pregunta: «¿Qué provecho saca el hombre de tanto afanarse en esta vida?» (Ec 1:3) Su respuesta es tan (aparentemente) desalentadora como realista: «Consideré luego todas mis obras y el trabajo que me había costado realizarlas, y vi que todo era absurdo, un correr tras el viento, y que ningún provecho se saca en esta vida» (Ec 2:11, énfasis mío). Esta es la realidad —la realidad de tu vida y la mía, tus quehaceres domésticos y los míos— cuando perdemos de vista el domingo de resurrección. No se saca ningún provecho. Es inútil, no tiene sentido, es una pérdida de tiempo. Pero la cruz de Jesucristo, y su resurrección de entre los muertos, cambia todo. No sólo la muerte ha sido «devorada por la victoria», como dice Pablo en 1 Corintios 15:54, sino también la inutilidad que resulta de la muerte. Gracias a la resurrección, nuestro trabajo no es una pérdida de tiempo. «Por lo tanto [a la luz de la gloriosa resurrección], mis queridos hermanos, manténganse firmes e inconmovibles, progresando siempre en la obra del Señor, conscientes de que su trabajo en el Señor no es en vano» (1 Co 15:58). ¿Que deberíamos hacer a la luz de la resurrección? Aquí en este versículo Dios nos dice: «aférrate a ella», «no te rindas», «sigue trabajando». La resurrección de Jesucristo no sólo certifica que todo «ha concluido» (Jn 19:30), sino que nos llama a ponernos en acción. La resurrección nos motiva a trabajar duro, porque todo trabajo hecho «en el Señor» —para su gloria y con su fuerza— no es en vano. No es inútil. Gracias a la resurrección, cada fregado de piso y recarga de vasito antiderrame durará por siempre si es hecha «en el Señor». Por supuesto, si trabajamos en nuestro hogar por el aplauso humano, nuestro trabajo será en vano. Nuestra familia nunca nos valorará lo suficiente. El mundo nunca nos estimará lo suficiente. Aun si buscamos nuestra satisfacción o realización personal, saldremos vacías. No obtendremos ningún provecho. Será como correr tras el viento. Pero si progresamos en la obra del Señor, para la gloria de Él, podemos tener la plena certeza de que no será en vano: la misma certeza con la cual sabemos que nuestro Salvador se levantó del sepulcro.
Este recurso fue publicado originalmente en GirlTalk.
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Lo que los hombres deben saber sobre la belleza según las mujeres
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Lo que los hombres deben saber sobre la belleza según las mujeres

Hombres, esto es para ustedes

Hace poco estaba hablando con un grupo de personas sobre nuestro libro, Belleza verdadera, cuando un hombre, esposo y padre, me preguntó: «¿cómo puedo convencer a mi esposa de que es hermosa?». «Ella se ve en el espejo y nota sus defectos —me explicó— y no importa qué le diga, parece que aún no cree que pienso que es hermosa. Y luego, ¡se corta el pelo! ¡Tengo todas las de perder! No importa lo que diga, siempre está mal. Ustedes como mujeres necesitan ayudar a los esposos a saber qué decir cuando sus esposas se cortan el cabello», concluyó riéndose. Yo también me reí. Probablemente, los hombres necesitan un par de consejos sobre qué decir cuando sus esposas se cortan el cabello. Sin embargo, como un esposo amoroso, su preocupación era más profunda. Él quería que su esposa pudiera vivir en la bondad de las verdades de Dios sobre la belleza y de su amor y admiración como esposo; sin embargo, él no sabía cómo ayudarla a creer que ella era realmente hermosa. A medida que escribíamos el libro, mi mamá y yo frecuentemente nos decíamos: «¡si tan solo los hombres entendieran! Si tan solo los hombres comprendieran las luchas de una mujer con la belleza. Si tan solo los hombres tuvieran convicciones bíblicas sobre la belleza». Por supuesto que queremos que las mujeres lean nuestro libro, pero mayormente queremos que los hombres lo lean más. Intercambiamos ideas para hacer una nueva portada con diseño deportivo o con adhesivos fosforescentes que digan: «¡hombres, lean esto!». Finalmente, nos conformamos con esta publicación de blog.

Lo que los hombres necesitan saber sobre la belleza

En primer lugar, deseamos que los hombres entiendan la presión que enfrentan las mujeres para cumplir con un ideal cultural de belleza. Nuestra cultura mundana está obsesionada con un ideal de belleza ilícito y vago; diariamente nos bombardea con imágenes y mensajes que nos dicen cómo debería —o no debería— verse la belleza. Este ideal promete felicidad a las pocas que logran este imposible estándar; vergüenza y rechazo a aquellas que no cumplen con el ideal. La presión en las mujeres para conseguir y mantener este imposible modelo es, como dice un autor, «más tiránico que nunca». También deseamos que los hombres entiendan cuán susceptibles son ellos a las mentiras sobre la belleza. El mundo no solo les dice a las mujeres cómo deben verse, sino que también les dice a los hombres qué buscar. Después de hablar sobre este tema, una mujer se le acercó a mi mamá para decirle, «la perspectiva de Dios sobre la belleza está bien y creo que es verdad. Sin embargo, la realidad es que ese no es el mensaje que mi esposo está recibiendo sobre la belleza de parte de nuestra cultura». Ella tiene razón. Cada día, los hombres están condenados a recibir mensajes sobre qué tipo de belleza deben desear y, con demasiada frecuencia, los hombres cristianos no son conscientes de cuánto esto determina sus opiniones y deseos respecto a la belleza. ¿Te podemos suplicar algo? Por favor, no mires, no anheles o no compres esos mensajes; sé rápido para decirles a tu esposa e hijas por qué no lo haces. Por último, deseamos que los hombres entiendan lo que la Palabra de Dios dice sobre la belleza. Si realmente quieres ayudar a que tu esposa, hija o a las mujeres de tu iglesia superen sus luchas con la belleza, debes estudiar la Escritura. A menudo, los cristianos han aceptado verdades parciales y clichés en vez de una fuerte visión bíblica sobre la belleza. Sin embargo, estas «soluciones» no son satisfactorias, por esta razón tu esposa vuelve a mirarse en el espejo y nuevamente te hace la misma pregunta. Obtener una comprensión de la belleza formada bíblicamente te ayudará la próxima vez que tu esposa se corte el cabello o te pregunte si se ve gorda —no porque tengas una respuesta ingeniosa muy elaborada, sino porque entiendes lo que ella está pasando y tienes la verdad que le ayudará—.

Tres formas prácticas de animar a tu esposa

Entonces, ¿qué puedes hacer? En primer lugar, empieza por preguntarle a tu esposa o hija sobre las presiones que ellas enfrentan respecto a la belleza. De acuerdo, a algunas mujeres les afecta más que a otras, pero los problemas relacionados a la belleza nos afectan a todas. En segundo lugar, estudia la Escritura. Esfuérzate en leer buenos recursos de este tema para que así puedas animar, amar y liderar a tu esposa e hija. Finalmente, fomenta la verdadera belleza. Colma a tu esposa de afecto y adoración; sé el admirador número uno de tu hija. Los hombres que se dan el tiempo para entender —o al menos intentar entender— las presiones que enfrentan las mujeres serán capaces de ayudarlas a resistir las mentiras que nuestra cultura entrega y buscar la visión bíblica de la belleza. Incluso si piensas que no lo entiendes, te garantizo que ellas apreciarán en gran manera el esfuerzo. Sabemos que no te gustaría que te encuentren leyendo un libro con una tapa femenina llamado Belleza verdadera, y te respetamos por eso; sin embargo, aprender sobre la verdadera belleza con el fin de servir a las mujeres es una de las cosas más masculinas que puedes hacer. 
Este artículo fue publicado originalmente en GirlTalk y Crossway.
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Una esperanzadora visión del tiempo
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Una esperanzadora visión del tiempo

“El tiempo es como el cielo: donde sea que miremos, ahí está”. —Zach Eswine

Frente a la pregunta “¿cuál es el superpoder que más te gustaría tener?”, más de un cuarto de los estadounidenses consultados contestó que, más que volar o ser invisible, elegiría el superpoder de viajar en el tiempo.

El tiempo nos inquieta. Siempre está ahí, pero es un lujo del que pareciéramos nunca tener suficiente. Quizás esta es la razón por la que queremos viajar en el tiempo: nos sentimos restringidos por él y nos preocupamos por lo que hacemos con él. Nos preguntamos: “Si ‘ahora es el tiempo’, ¿qué deberíamos estar haciendo?”

Esta es una pregunta que muchos se están haciendo bastante en la actualidad, por lo que queremos estudiar el tema del tiempo.

El autor de Eclesiastés nos enfrenta con nuestra frustración e inquietud con respecto al tiempo por medio de un poema:

 Todo tiene su momento oportuno; hay un tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo:

un tiempo para nacer,     y un tiempo para morir; un tiempo para plantar,     y un tiempo para cosechar; un tiempo para matar,     y un tiempo para sanar; un tiempo para destruir,     y un tiempo para construir; un tiempo para llorar,     y un tiempo para reír; un tiempo para estar de luto,     y un tiempo para saltar de gusto; un tiempo para esparcir piedras,     y un tiempo para recogerlas; un tiempo para abrazarse,     y un tiempo para despedirse; un tiempo para intentar,     y un tiempo para desistir; un tiempo para guardar,     y un tiempo para desechar; un tiempo para rasgar,     y un tiempo para coser; un tiempo para callar,     y un tiempo para hablar; un tiempo para amar,    y un tiempo para odiar; un tiempo para la guerra,     y un tiempo para la paz.

(Eclesiastés 3:1-8)

Este poema y los versos que continúan nos hablan de “lo que Dios hace con el tiempo y, a la luz de eso, lo que nosotros debemos hacer en el tiempo que tenemos con Dios”. (D.S. O’Donnell).

Dios establece nuestros tiempos

¿Qué hace Dios con el tiempo? En primer lugar, lo controla: “…hay un tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo (v. 1).

Por si acaso no lo entendimos, el autor lo explica detalladamente unos pocos versos más adelante, pero esta vez sin poesía: Dios lo hizo, dice sin rodeos, y todo lo que Dios ha hecho permanece para siempre; () no hay nada que añadirle ni quitarle…” (v. 14).

Dios ordena el tiempo: cualquier cosa que se haya hecho, Dios la hizo, pues el tiempo está en sus manos.

Dios ha ordenado nuestro tiempo en momentos: Todo tiene su momento oportuno…”; en otras palabras, “un tiempo establecido, un propósito determinado” (C. Bridges). Por lo que hay un tiempo para reír y también para llorar; para abrazar y para despedirse; para nacer y para morir.

Sin embargo, este hermoso poema tiene su aspecto menos agradable, pues nos dice que, por más que disfrutemos los momentos de risa y de abrazos, no podemos evitar los momentos de soledad, dolor y lágrimas. Indudablemente, los tiempos difíciles vendrán así como los buenos. De ahí viene nuestra fantasía de poder viajar en el tiempo.

“Este capítulo tiene consecuencias inquietantes”, escribe Derek Kidner. “Una de ellas es que seguimos un ritmo, o muchos ritmos, que nosotros no hemos creado; y otra, que nada de lo que buscamos permanece para siempre”:

“Nos sumergimos en una suerte de actividad absorbente que nos ofrece satisfacción, pero ¿qué tan libres fuimos de elegirla? ¿Cuánto nos demoraremos en hacer exactamente lo opuesto? Quizás no somos más libres al elegir esas cosas que al responder al clima del invierno y del verano, a la infancia y a la vejez, que son dirigidas por el paso del tiempo y del cambio inevitable.

Visto de esta manera, la repetición de “un tiempo para…, y un tiempo para…” comienza a ser opresiva. Cualquiera sea nuestra habilidad o iniciativa, estos tiempos inexorables parecieran ser nuestros verdaderos amos: no sólo los del calendario, sino que también la marea de eventos que ahora nos lleva a realizar ciertas acciones, que parecen apropiadas, y luego a realizar otras que nos hacen retroceder. Obviamente, no hay mucho que decir en estas situaciones”.

Nuestro poema termina con una pregunta retórica que es casi amarga: “¿Qué provecho saca quien trabaja, de tanto afanarse? (v. 9). La respuesta parece perderse en el viento.

El autor nos enfrenta con nuestra vida en este mundo manchado por el pecado. El tiempo está sujeto al pecado y nosotros estamos sujetos al tiempo. Habrá llanto y guerra; silencio, pérdida y soledad. Aunque nos afanamos en estos tiempos, ninguna actividad absorbente o satisfactoria que busquemos perdura en el tiempo.

Entonces, ¿cuál es el propósito de vivir sujetos al tiempo?

Dios hace que nuestros tiempos sean hermosos

Según el autor de Eclesiastés, hay buenas y malas noticias, y recién nos ha dado las malas: estamos sujetos al tiempo y todos nuestros esfuerzos dentro de ese tiempo son en vano.

Las buenas noticias son que Dios hizo todo hermoso en su momento (v. 11).

“[El autor] nos capacita para ver el cambio permanente no como algo inquietante, sino que como un diseño brillante, dado por Dios, que se va revelando de a poco. Nuestro problema no es que la vida se niegue a quedarse quieta, sino que vemos sólo una pequeña parte de su recorrido y de su imperceptible y complicado diseño. En vez de invariabilidad, existe algo mejor: un propósito dinámico y divino, con su principio y su final. En vez de una perfección estancada, hay un movimiento diverso y cambiante de un sinfín de procesos, cada uno con su propio carácter y su tiempo de desarrollo y maduración, hermoso a su tiempo y que contribuye a la obra maestra completa, obra de un solo Creador”.

Esto es lo que Dios hace con el tiempo: lo hace hermoso. El tiempo es la obra maestra de Dios. Pone en orden nuestras tristezas y nuestras alegrías; nuestra exclusión y nuestra inclusión. Él ordena todos nuestros tiempos como parte de su hermoso plan. Es más, lo más impresionante de todo es que cuando se cumplió el plazo, Dios envió a su Hijo (Gálatas 4:4).

Entonces, ¿qué debemos hacer con Dios en el tiempo? Debemos, como un comentarista lo plantea, “abrazar la belleza de la soberanía de Dios”. En lugar de desear el superpoder de viajar en el tiempo, debemos viajar con Dios en el tiempo.

Este recurso fue publicado originalmente en GirlTalk. | Traducción: María José Ojeda
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Seis maneras en que las mamás pueden mostrar amor a sus hijas
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Seis maneras en que las mamás pueden mostrar amor a sus hijas

Nadie tiene todo resuelto

Aunque la maternidad, como institución, ha existido por milenios, aún no conozco a una madre que realmente piense que ha llegado a dominarla. Todas tropezamos en el camino, cometiendo los mismos errores, en la búsqueda desesperada de consejos, soluciones y principios sólidos. Entonces, nuestras hijas se convierten en adolescentes y perdemos la esperanza de alguna vez triunfar como madres, para qué hablar de transmitir el lenguaje de la femineidad bíblica. Sin embargo, si solo nos valemos de la Santa Escritura, encontraremos la sabiduría y la dirección que buscamos con tanta desesperación. No debemos descuidar la Palabra de Dios mientras buscamos el oro de los necios en los consejos mundanos.

Amor tierno

En Tito 2, encontramos una perla auténtica de sabiduría para la maternidad, que nos dice: «[...] amen a sus hijos [...]» (v. 4) con ternura. Pues bien, sé que amas a tu hija, que morirías por ella, y a veces sientes que ya lo has hecho, una y otra vez. Soportaste el parto y el alumbramiento o los innumerables obstáculos del proceso de adopción, solo para despertar un sinfín de veces cada noche para alimentar a tu pequeñita. Cambiaste sus pañales, le enseñaste a ir al baño y a vestirse, la ayudaste con las tareas de la escuela, le preparaste tres comidas al día, lavaste y planchaste su ropa y condujiste tantas horas, llevando niños de aquí para allá, que tu auto parece más tu hogar que tu propia casa. Eres mamá y las madres somos buenas para amar sacrificialmente. Es un aspecto esencial de la maternidad; sin embargo, el amor del cual nos habla Tito 2 es un amor tierno. Es cálido, afectuoso y cariñoso. Habla de disfrute y de deleite en la relación con nuestras hijas. Una simple prueba de la eficacia del amor tierno requiere solo un momento de introspección. ¿Acaso no respondemos todas mejor a una persona a la que le interesamos y manifiesta afecto que a alguien que trata de forzarnos o manipularnos para cumplir sus deseos? Nuestras hijas no son diferentes. La disciplina, la corrección y la formación son ineficaces e incluso perjudiciales cuando el amor tierno no está presente. No obstante, estas mismas herramientas son mucho mejor recibidas si vienen junto a una mano amorosa y suave. El lema bíblico que dice que debemos tratar a otros como quisiéramos que nos trataran, definitivamente se aplica aquí. ¿No fue acaso un amor tierno el que el Salvador nos mostró cuando nos concedió su salvación? Él nos guía con «[...] cuerdas de ternura [...]» (Os 11:4, NVI), y «no nos ha tratado según nuestros pecados [...]» (Sal 103:10). Por lo tanto, la razón más importante para amar tiernamente a nuestras hijas es porque así les mostramos el amor de Cristo. Existe un sinnúmero de formas en que podemos expresar nuestro amor tierno específica, constante, creativa y sinceramente. Las siguientes son solo seis sugerencias prácticas:
1. Ora
Las oraciones de una madre piadosa «[...] puede[n] lograr mucho» (Stg 5:16), así que, ¿quién mejor que nosotras para orar por nuestras hijas? Nadie las conoce de la forma en que nosotras las conocemos. Nadie está más familiarizada con las tentaciones y las presiones únicas que ellas enfrentan cada día. Nadie puede orar mejor por ellas con una comprensión más fina o una compasión más grande. Debemos comprometernos a amar a nuestras hijas al orar por ellas fielmente. Es más, debemos contarles que lo estamos haciendo. Como una vez dijo Charles Spurgeon: «nadie puede hacerme un favor más grande en este mundo que orar por mí».
2. Interésate
Haz que sea tu objetivo descubrir los pasatiempos y las actividades de esparcimiento de tu hija. Conversa con ella al respecto y aprende a compartir su entusiasmo. Incluso podrías dar un paso más y participar con ella en sus actividades favoritas. Por ejemplo, a mi hija Kristin le apasiona el arte de la cocina. Así que planifiqué que tomáramos algunas clases de gastronomía que ofrecía el municipio. Esto nos entregó una experiencia significativa para que pudiéramos compartir y fue una manera tangible de expresar mi amor tierno por Kristin. Interesarse no requiere gastos, pero sí requiere tener un corazón amoroso y lleno de entusiasmo por las cosas que tu hija disfruta.
3. Escucha atentamente
Oídos atentos implican un entusiasmo por escuchar todo lo que tenga que ver con los pensamientos, los sentimientos y las vivencias de nuestras hijas. Es más que solo mantener nuestra boca cerrada. Escuchar significa hacer contacto visual completo y no tener una mirada perdida. No debemos interrumpir, bostezar o responder apresuradamente. Cuando escuchamos cuidadosamente, animamos a nuestras hijas a abrir sus corazones y a compartir sus pensamientos más íntimos. Por lo tanto, ¡que nuestras hijas sepan que queremos escuchar todo!
4. Anima, anima, anima
Los Proverbios nos dan suficiente prueba de que las palabras de aliento refrescan el alma de nuestras hijas: «Panal de miel son las palabras agradables, dulces al alma y salud para los huesos» (16:24); «[...] la buena palabra lo [o la (a tu hija)] alegra» (12:25); ); «La lengua apacible es árbol de vida [...]» (15:4). Preguntémonos: ¿las palabras que nuestras hijas escuchan de nosotras son de condenación y de corrección o positivas y edificantes? ¿Nuestras palabras les dan vida y las alegran? Si bien la corrección es necesaria en ocasiones, nuestras hijas deben ser las constantes receptoras de nuestro ánimo. Este incentivo puede entregarse de muchas maneras y por muchas razones. Podemos escribirles una nota, enviarles un correo electrónico, animarlas frente a alguien más o simplemente decirles que las amamos. Podemos resaltar las cualidades de su personalidad y sus talentos únicos que apreciamos. Podemos hacer notar las formas en las que han crecido en su pasión por Dios o en una de las virtudes de la femineidad bíblica; podemos recordarles cómo Dios las ha ayudado en momentos de dificultad. Todo esto es ejemplo de lo que mi esposo denomina evidencias de la gracia de Dios (maneras en las que Dios actúa en la vida de nuestras hijas). No debemos dejar pasar un solo día sin comunicar estos alentadores pensamientos con ellas.
5. Expresa afecto
Debemos colmar de afecto a nuestras hijas desde el momento en que se despiertan hasta que se van a dormir. Podemos hacerlo verbalmente al simplemente decir te amo muchas veces al día. Asimismo, podemos expresar afecto físico por medio de abrazos y besos. En medio de la corrección, debemos reafirmarles nuestro amor, recordándoles que las disciplinamos porque las amamos. No queremos que nunca nuestras hijas duden por un solo momento de nuestro amor.
6. Construye recuerdos
Una de mis maneras favoritas de expresar amor tierno a mis hijas era organizar paseos especiales y buscar formas únicas de crear recuerdos. Hoy tenemos toda una colección de recuerdos que a menudo volvemos a recordar con cariño y risas. Tanto las actividades planificadas como los momentos espontáneos pueden ser recuerdos potenciales si aplicamos un poco de creatividad. No olvides sorprenderla una o dos veces. ¡Todos aman las sorpresas!

Siembra el Evangelio

Estas ideas son solo una muestra de las innumerables formas en las que podemos expresar amor tierno. Por último, nuestro amor hará que nuestra amistad y nuestro hogar sean un puerto seguro para nuestras hijas. Seamos el tipo de madres amorosas y cariñosas con las que nuestras hijas quieren pasar tiempo. El amor tierno esparce abundantemente las semillas del Evangelio en las vidas de nuestras hijas. Podemos confiar en que Dios hará que esas semillas se arraiguen y crezcan en un amor maduro por Él. Esta publicación es una adaptación del libro Girl Talk: Mother-Daughter Conversations on Biblical Womanhood [Conversación de mujeres: conversaciones entre madre e hija sobre la femineidad bíblica] escrito por Carolyn Mahaney y Nicole Mahaney Whitacre.
Este artículo fue publicado originalmente en inglés y traducido con el permiso de Crossway.
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Cinco consejos para manejar tus emociones
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Cinco consejos para manejar tus emociones

«Estoy aquí tratando de lidiar con mis emociones fuera de control», me escribió una amiga por correo. «Estoy pasando por uno de esos momentos especiales cuando de la nada reaccionas exageradamente con ira ante las cosas más tontas que ayer no te perturbaban. En serio, no es broma». Esta es una mujer piadosa que es conocida por su firme confianza en Dios, pero, como todas nosotras, tiene esos momentos en los que se siente como si sus emociones se hubieran apoderado de ella y apropiado de su progreso espiritual. Entonces, ¿cómo manejamos nuestras emociones? ¿Cómo las arreglamos cuando están rotas? ¿Cómo evitamos que nuestras emociones tomen el control de nuestras vidas? Dios no nos ha dejado solas en el manejo de nuestras emociones. Él no dijo: «toma, te doy este revoltijo de confusas emociones. Espero que puedas resolverlas por ti misma». No, Dios nos ha dado todo lo que necesitamos en su Palabra para aprender a lidiar con nuestros sentimientos y glorificarlo con nuestras emociones.

1. Comienza con Dios

Cuando se trata de nuestras emociones, tendemos a comenzar con cómo nos sentimos, cómo queremos sentirnos y cómo otros esperan que nos sintamos, en vez de con Dios. Debido a que el pecado impregna nuestras emociones, somos más propensas a irnos hacia adentro con nuestras emociones, en lugar de ir hacia afuera, hacia Dios. Las emociones más fuertes que tenemos se dirigen hacia lo que nosotras queremos, lo que nosotras tememos, lo que nosotras atesoramos y lo que nosotras despreciamos. Buscamos emociones para nuestra satisfacción egoísta. Tomamos el regalo de las emociones que vienen de Dios y las torcemos hacia nosotras mismas. Y cuando comenzamos con nosotras mismas, en lugar de con Dios, nuestras emociones siempre serán confusas y difíciles de manejar. No obstante, cuando comenzamos con el dador de las emociones, nos sentiremos bien y aprenderemos cómo manejar nuestras emociones correctamente. Primero, debemos arrepentirnos de nuestras búsquedas emocionales egoístas y recibir el perdón que está sólo disponible en la cruz. Entonces, pregúntate: «¿cómo quiere Dios que yo me sienta?». Este es el lugar donde deberíamos comenzar.

2. Mantente alerta

«Estén alerta y oren para que no caigan en tentación [...]», les dijo Jesús a sus discípulos. Debemos estar alerta y ser cuidadosas para evitar o eliminar las fuentes predecibles de tentación emocional. Por ejemplo, si tu consumo diario de «noticias de última hora» te tienta a temer, quizás debas apagarlas. O si tus hábitos con las redes sociales provocan que te sientas descontenta, entonces tal vez debas dejar de revisar tu teléfono. Sin embargo, existen situaciones tentadoras que no podemos evitar, como la cena con los suegros, el estrés en el trabajo, el cuidado de los hijos todo el día (y toda la noche) o las tentaciones que no esperamos, como un comentario maleducado, un gasto imprevisto o la pérdida de un juego de llaves. Para tiempos como esos, necesitamos un plan de respuesta rápida ya preparado con pasos claros y sencillos para ayudarnos a clasificar el problema. Necesitamos desarrollar un plan que nos ayude a hacer retroceder la ola de emociones pecaminosas en el momento en que surgen. Por lo tanto, cuando el momento de tentación haya pasado, podemos tomar el tiempo de examinar nuestras emociones a la luz de la Escritura. Entonces, ¿cómo puedes planificar con anticipación para resistir la tentación emocional justo cuando comienza?

3. Ora

No sólo debemos estar alerta ante nuestras tentaciones emocionales, también debemos orar. La oración es clave para manejar nuestras emociones. Por un lado, el acto mismo de orar tiene en sí mismo un efecto inmediato en nuestras emociones. Nos saca de un espiral egocéntrico y redirige nuestra atención a Dios. Cuando oramos, nos movemos hacia Dios, que es el principal propósito de nuestras emociones. Y la oración no sólo nos mueve a Dios, mueve a Dios hacia nosotras (Stg 4:8). La oración pide la ayuda atenta de nuestro Padre celestial. Entonces, ¿por qué no clamamos a Dios en cada tentación emocional?

4. Piensa en la verdad

Muchas de nosotras nos quedamos atascadas en patrones de pensamiento pecaminoso que avivan nuestras emociones. Quizás nos quedamos pegados en el pecado que alguien cometió contra nosotros, tejemos escenarios imaginarios y aterradores o nos obsesionamos con nuestros pecados y debilidades. Para manejar nuestras emociones de una manera bíblica, necesitamos dejar de rumiar en pensamientos pecaminosos y meditar en la verdad de la Palabra de Dios. «[...] todo lo que es verdadero, [...] en esto mediten [...], y el Dios de paz estará con ustedes» (Fil 4:8-9). Encuentra una verdad para contraatacar la mentira y medita en ella. Reemplaza el escenario aterrador con una promesa de la Escritura. En lugar de rumiar en la amargura, considera cómo Dios detesta la amargura. Medita en el perdón de Cristo en lugar de en tus fallas. Cuando abandonamos nuestros pensamientos pecaminosos en pos de la verdad de la Palabra de Dios, el Espíritu Santo revitalizará nuestras emociones.

5. Actúa para sentir

Cómo un alfiler contra un globo, una sola palabra o acción puede liberar la presión de la tentación emocional. En algunos casos, debemos hacer lo opuesto a lo que sea que sintamos hacer. Si sientes que necesitas criticar, di algo elogioso; si sientes que quieres quejarte, expresa gratitud; si sientes que quieres apartarte, comienza una conversación; si sientes que quieres ponerte melancólica, canta un himno. Sal de la cama. Lava los platos. Empieza a cargar la lavadora. Saca al perro a dar un paseo. Aléjate del conflicto. En otras palabras, haz una acción para alejarte de la tentación y dirigirte hacia algo constructivo. Dicho de otra manera, obedece la Escritura, que nos dice: «Apártate del mal y haz el bien [...]» (Sal 34:14). Hacer lo opuesto a lo que sientes podría sentirse como una tarea imposible, pero tiene un efecto inmediato. Aunque nuestros corazones puedan acelerarse por la envidia o nuestras mentes puedan nublarse por la desesperación, cuando nos alejamos de la tentación emocional y nos dirigimos hacia la dirección correcta, la fuerza de nuestras emociones pecaminosas comenzará a disiparse. ¿Qué acción puedes tomar hoy para redirigir tus emociones?

Conclusión

Cuando las emociones pecaminosas «[...] fácilmente nos envuelve[n] [...]» (Heb 12:1), podemos caer en la tentación de pensar que, después de todo, tales emociones son demasiado fuertes y que, por lo tanto, el cambio real no es posible. No obstante, la verdad es que «[...] Dios es quien obra en ustedes tanto el querer como el hacer, para su buena intención» (Fil 2:13). Incluso cuando no lo vemos (incluso cuando no lo sentimos) Dios está obrando amorosamente en nuestras vidas por medio del poder del Espíritu Santo para ayudarnos a cambiar nuestras emociones.
Este artículo fue publicado originalmente en inglés y traducido con el permiso de Crossway.