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Tres razones por las que debes predicar Ezequiel
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Tres razones por las que debes predicar Ezequiel

Recientemente, mi esposa escuchó a una de los miembros mayores de nuestra iglesia exclamar que antes de que yo llegara hace nueve años, nunca había escuchado un solo sermón sobre los profetas del Antiguo Testamento. ¡Y había sido miembro de la iglesia por más de 40 años! Esto no me sorprendió. Los profetas no son exactamente libros que se sientan bien, tampoco parecen contener el aspecto práctico del «tipo de información que puedes usar» y encontrar en las epístolas y en la literatura de sabiduría. Si solo estás buscando una buena historia, francamente estas son confusas. En ningún otro libro esto es más cierto que en Ezequiel. Por lo tanto, a menos que seas una de esas personas que le gusta la profecía misteriosa y la especulación del fin de los tiempos, ¿por qué deberíamos predicar Ezequiel? A continuación, presento tres razones:
1. Ayuda a ver el pecado de las personas con más claridad
La primera razón para predicar Ezequiel es que ayudará a tu congregación a ver su pecado con más claridad. El profeta Ezequiel fue comisionado para ser un centinela que vociferaba advertencia para las primeras oleadas de exiliados en Babilonia (3:17). El problema era que el pueblo no quería escuchar su advertencia (2:4-7) en gran parte porque no tenían una comprensión certera de sí mismos y de su relación con Dios. Ezequiel repetidamente mantiene erguido un espejo para Israel con el fin de que así ellos puedan ver su idolatría (por ejemplo, capítulos 8, 14, 16), su orgullo (por ejemplo, capítulo 19), sus esperanzas puestas en el lugar incorrecto (por ejemplo, capítulo 17), su autojusticia (por ejemplo, capítulo 18) y su infidelidad (por ejemplo, capítulo 18). Él no les permite buscar afuera o minimizar sus pecados o refugiarse en excusas pobres. En un lenguaje gráfico y a veces escandaloso, él ayuda a que Israel vea la dolorosa verdad de su condición ante el Señor y puesto que no quieren escuchar, porque se rehúsan a verse en el espejo de la Palabra de Dios, Dios hace que Ezequiel represente el mensaje en un «teatro callejero» que a veces es cómico, pero a menudo es doloroso. A ninguno de nosotros le gusta mirarse al espejo y admitir que hay algo que no anda bien en nosotros. Preferimos predicar (y escuchar) mensajes respecto a cuánto nos ama Dios y sobre lo grandes planes que tiene para nosotros (lo cual es verdad). Preferimos explotar la Palabra de Dios para obtener sabiduría práctica y ayuda sólida para navegar los desafíos de la vida (que los tiene). No obstante, si nunca vemos lo que anda mal en nosotros, no tomaremos acciones para abordarlo y ese es uno de los objetivos de Ezequiel: ayudarnos a ver la verdadera naturaleza de nuestro problema para que nos arrepintamos y volvamos a Dios para buscar el perdón y la misericordia que necesitamos (18:30-32).
2. Ayuda a las personas a obtener una perspectiva sobre el plan de Dios
Ezequiel profetizó en las décadas previas y posteriores a la caída de Jerusalén y a la destrucción del templo. Ese evento cataclísmico marca el centro de su profecía y el punto de inflexión del libro. Con el pueblo invadido y el templo destruido, el pueblo de Dios se preguntaba qué estaba haciendo Dios, si sus promesas habían fallado y si su futuro ya no existía. Por lo tanto, Ezequiel deja en claro que Dios juzgará a las naciones, así como había juzgado a Israel (25-32). La justicia de Dios no muestra parcialidad. Sin embargo, al haber juzgado a su hijo, Israel, Dios también expondría su fidelidad al volver a su hijo a la vida. En un acto de recreación poderosa, el Espíritu de Dios restauraría a Israel (37). Por su propia gloria, haría un nuevo pacto con su pueblo que no podría ser quebrantado y pondría su propio Espíritu en ellos (36). Vivirían pacífica y seguramente bajo David su pastor y Dios mismo sería su pastor (34). Esta restauración culminaría en un templo ideal (40-16) y en una tierra prometida en la nueva creación (47-48) de la cual Dios nunca más volvería a irse (43:7). Los miembros de tu congregación se preguntan si Dios tiene un plan y predicar las visiones de Ezequiel debería darles esperanza y certeza. Para estar seguros, algunas de estas visiones son oscuras en sus detalles, pero su punto es claro. Los cristianos a veces no están de acuerdo con el tiempo y el lugar de su cumplimiento, pero no sobre la certeza de ese cumplimiento. La falta de detalles es frustrante, pero esa misma falta deja en claro que Dios no nos está dando un proyecto que debemos cumplir por medio de nuestras políticas, diplomacia o esfuerzos humanos. Al contrario, él está asegurándonos que a través del poder del Espíritu y el establecimiento de un nuevo pacto, cumplido en la obra terminada de Jesucristo, Dios ciertamente alcanzará lo que nosotros no merecemos ni podemos obtener por nuestra propia cuenta. Es fácil perder la perspectiva en medio de los desafíos y las pruebas de la vida. Es fácil ser consumido y distraído por las disputas respecto a los detalles y al tiempo de los últimos días. Ezequiel levanta nuestra mirada y vuelve a enfocar nuestra visión en la centralidad y en la certeza de la obra gratuita y salvadora de Dios en el Evangelio. Pese a lo que vemos en el mundo que nos rodea, en nuestras propias vidas, el plan de Dios fue realizado en la cruz de Jesucristo, es expuesto ahora en la vida de la iglesia y será consumado en una Nueva Jerusalén, en la que no habrá templo, «porque su templo es el Señor, el Dios Todopoderoso, y el Cordero» (Ap 21:22).
3. Ayuda a las personas a encontrar esperanza en medio del sufrimiento
Una de las preguntas importantes de Ezequiel es: «¿Dónde está Dios?». El libro comienza con el pueblo de Dios en el exilio y luego, inesperadamente, Dios aparece (Ez 1). No obstante, ¿qué está haciendo Dios en Babilonia? ¿Por qué no está en el templo de Jerusalén? En una imagen dramática y conmovedora, a Ezequiel se le muestra que Dios abandonó el templo, alejado por los pecados de Israel (8-10). El exilio no puede evitarse porque el juicio de Dios no se puede evitar (12). Esta pregunta aparece en la primera mitad del libro y la respuesta parece ser evidente: «El Señor ha abandonado la tierra, el Señor nada ve» (9:9). Sin embargo, casi desde el comienzo del libro, Dios deja claro que en medio del sufrimiento y del juicio el pueblo de Dios no ha comprendido el corazón de Dios. Dios declara: «Aunque los había echado lejos entre las naciones, y aunque yo los había dispersado por las tierras, sin embargo fui para ellos un santuario por poco tiempo en las tierras adonde habían ido» (11:16). Su llegada a Babilonia no solo marca su juicio en Jerusalén, sino que anticipa su juicio triunfal sobre los enemigos de Israel (38-39). Su propósito es poner su Espíritu dentro de su pueblo (36:27) y restaurarlos bajo un rey como David (37:24) El libro termina con un vistazo final de la ciudad restaurada, que nunca es llamada Jerusalén, sino que: «El Señor está allí» (48:35). Cuando predicamos Ezequiel, tenemos una oportunidad de recordarle a nuestra congregación que Dios está donde siempre está; él está con su pueblo. Él está con ellos en medio de su juicio porque ese juicio ocurrió en la cruz, cuando el Hijo cargó los pecados de los hijos. Él está con ellos en la nueva vida del nuevo pacto porque ha puesto su mismo Espíritu en ellos. En otras palabras, Jesús ha cumplido la promesa de Ezequiel 36-37. Cuando ascendió al Padre, él nos envió a su Espíritu (Jn 14:16, 26), e incluso ahora nos da vida en el poder del Espíritu (Jn 3:5-8). Dios estará con ellos para siempre en la Nueva Jerusalén, que es el pueblo de Dios, una ciudad que no necesita templo, porque Dios mismo morará en medio de ellos (Ap 21). Tu congregación quiere saber dónde está Dios cuando su mundo se cae a pedazos, cuando la promesas de Dios parecen estar imposiblemente lejanas, cuando el enemigo parece tener ventaja y se siente como si Dios no viera o no le importara. Ezequiel conocía desde una amarga experiencia la realidad y el dolor de esas preguntas. No obstante, no predicamos Ezequiel porque le da voz a nuestras preguntas. Predicamos Ezequiel porque le da voz a las respuesta de Dios. La esperanza no se encuentra en nuestras circunstancias, nuestros sentimientos o nuestros esfuerzos, sino que en la confianza de que Dios está con su pueblo, de este modo vemos que lo que Ezequiel profetizó, Jesús cumplió: «¡Recuerden! Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28:20). Por estas razones debes predicar Ezequiel.  

Encuentra aquí la serie completa "Predicando toda la Biblia".

Este recurso fue publicado originalmente en 9Marks. | Traducción: María José Ojeda
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¿Sin aplicación? Entonces, no predicaste
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¿Sin aplicación? Entonces, no predicaste

¿Alguna vez estuviste sentado en un salón de clases preguntándote cuál era el punto? Recuerdo claramente ese sentimiento mientras luchaba con cálculo en la universidad. El curso se enseñaba como si la aplicación de los principios fuera obvia. Y quizás sí lo era para los cerebritos matemáticos de la clase. Sin embargo, para este especialista en lenguaje, era un ejercicio constante y perdido en un pensamiento puramente abstracto. Sin entender la aplicación que tenía para el mundo real, me costó mucho captar la razón por la que necesitaba conocer el valor de algo que se aproximaba, pero que nunca llegaba al infinito. Y si fueses un genio de las matemáticas, solo recuerda cómo te sentiste cuando te pidieron que discutieras el significado de uno de los sonetos de Shakespeare.

Explicación ≠ aplicación

No estoy intentando desenterrar malos recuerdos. Sin embargo, me pregunto si acaso algunos de nosotros, predicadores, somos culpables cada domingo de poner a miembros de nuestra iglesia en el equivalente espiritual de un novato en cálculo o en composición de textos. Como muchos maestros en muchas áreas, nosotros también somos apasionados por nuestra área y estamos extremadamente bien preparados. Podemos responder preguntas sobre tiempos verbales en griego y hebreo y sobre los trasfondos históricos y culturales del antiguo Cercano Oriente. Podemos identificar un quiasmo antes de que las personas puedan descubrir cómo pronunciar esa palabra. Y estamos preparados para explicar por qué sabemos que los traductores se equivocaron y que en realidad deben leer nuestra versión. Sin embargo, a pesar de toda esta riqueza de conocimiento y de comprensión, entregado apasionadamente como algo de la más grande importancia, nuestra congregación queda con una idea pequeña de lo que deberían hacer con este conocimiento. Ellos saben que es importante, porque es Palabra de Dios. Más que eso, saben que se supone que es la Palabra de Dios para ellos. Pero habiéndolo explicado, esencialmente les decimos, «depende de ustedes. Tendrán que averiguar por su cuenta cómo aplicar esto». O peor, los dejamos sintiéndose un poco avergonzados y poco espirituales por no saber cómo aplicarlo, puesto que claramente parece ser tan obvio para nosotros. Simplemente, no es suficiente para nosotros, como predicadores, explicar el texto a nuestra congregación. Si vamos a ser buenos pastores, tenemos que aplicar el texto a sus vidas hoy. Entonces, ¿por qué no lo hacemos? Se me vienen muchas razones a la mente. En primer lugar, la aplicación es trabajo duro. Si comparamos el trabajo que implica pensar en la complejidad del corazón y de la condición humana y analizar la gramática y el contexto, este último es pan comido. En segundo lugar, la aplicación es subjetiva. Sé cuándo he resumido una oración correctamente o analizado un verbo gramaticalmente. No obstante, ¿cómo puedo saber que logré hacer una aplicación correcta? En tercer lugar, la aplicación es compleja. El texto tiene un punto central. Sin embargo, existen montones de aplicaciones, quizás tantas como la cantidad de oyentes. Revisar las miles de opciones es abrumador. En cuarto lugar, la aplicación es personal. Tan pronto como comienzo a pensar sobre la forma en que se aplica un texto a mi congregación, no puedo evitar otra cosa que ser enfrentado con la manera en que el texto se aplica a mí. Y a veces, prefiero solo explicarlo que lidiar con él. Todas estas razones tienen que ver con nuestra carne y nuestro deseo de evitar el trabajo duro en el que no somos buenos o evitar la convicción personal en general. Por lo tanto, nuestra respuesta a estas excusas simplemente debe ser arrepentimiento.

Aplicación ≠ convicción

Sin embargo, existe una quinta razón, más teológica, por la que algunos de nosotros desatendemos la aplicación en nuestros sermones. Estamos convencidos de que la aplicación es el trabajo de alguien más y de que, en última instancia, está fuera de nuestras capacidades. ¿Acaso no es el Espíritu Santo quien finalmente debe aplicar el texto al corazón de una persona? Si yo hago una aplicación, y no es aplicable para las personas que me escuchan, ¿acaso no los he liberado de la responsabilidad? Pero si expongo la verdad, y luego, me hago a un lado, entonces el Espíritu Santo tiene el camino libre para hacer su obra. Él lo hará mucho mejor de lo que yo pude haberlo hecho. He escuchado a más de un predicador moderno, muy valorado, señalar este punto. Sin embargo, con el debido respeto, creo que la objeción no es bíblica y es un error teológico. El error está en confundir convicción con aplicación. La convicción de pecado, de justicia y de juicio es obra del Espíritu Santo (Jn 16:8). Nadie más si no el Espíritu Santo puede traer convicción verdadera y cuando intentamos hacer su trabajo, inevitablemente caemos en el legalismo. ¿Por qué? Porque la convicción es un asunto del corazón en la que una persona es convencida no solo de que algo es verdad, sino que también de que es responsable ante Dios por esa verdad y debe actuar según ella. La aplicación es diferente a la convicción. Aunque su objetivo es el corazón, apunta al entendimiento. Si la exégesis necesita que entendamos el contexto original del texto, la aplicación explora el contexto contemporáneo en el que ese texto es escuchado. Se trata de identificar las categorías de la vida, de la ética y del entendimiento en el que esta Palabra de Cristo en particular necesita habitar profundamente (Col 3:16). Todos tendemos a escuchar a través de nuestros propios filtros y desde nuestra propia experiencia. Por lo tanto, cuando un pastor trabaja para aplicar la Palabra, existe una oportunidad para que nosotros consideremos la importancia de un pasaje de maneras que nunca antes consideramos o que naturalmente nunca tomamos en cuenta. Así que, por ejemplo, cada vez que escucho Juan 3:16, inmediatamente pienso en mi llamado al evangelismo. Esa es mi aplicación personal natural casi reflexiva del versículo. Sin embargo, la cuidadosa aplicación homilética podría provocar que piense en más profundidad sobre la naturaleza del amor de Dios por mí o en lo que significa que en Cristo tenga vida eterna. Al expandir mi entendimiento de las posibles aplicaciones de ese solo versículo, Juan 3:16 comienza a habitar con mucha más riqueza en mi vida. Lejos de entrometernos en la obra del Espíritu Santo, la buena aplicación multiplica las oportunidades de convicción.

Evitar la aplicación no es bíblico

Evitar la aplicación no es bíblico. Aplicar la Palabra es precisamente lo que vemos que predicadores y maestros de la Palabra de Dios hacen en las páginas de la Escritura. Desde Deuteronomio 6:7 (donde se les dice a los padres: «enseñarás [estos mandamientos] diligentemente a tus hijos») hasta Nehemías 8:8 (donde Esdras y los Levitas no solo le leían el Libro de la Ley al pueblo, sino que también trabajaron «interpretándolo y dándole el sentido para que entendieran la lectura»), el Antiguo Testamento está interesado en que el pueblo de Dios no solo conozca su Palabra, sino que entienda el significado que tiene para sus vidas. Y este interés continuó en la enseñanza de Jesús y de los apóstoles. En Lucas 8:21, Jesús afirma su relación con aquellos que «escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica» y su enseñanza está repleta de ejemplos tangibles de cómo se veía poner en práctica esa Palabra, comenzando con el Sermón del Monte. Las cartas de los apóstoles están llenas de aplicaciones prácticas y ellos traspasaron ese interés a los ancianos que debían enseñar la piedad práctica (1Ti 4) y confiar la misma enseñanza a «hombres fieles que sean capaces también de enseñar a otros» (2Ti 2:2). No hay otro lugar en donde veamos esto con más claridad que en Efesios 4:12-13. El propósito del don de Cristo para los pastores y maestros de la iglesia es «capacitar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo [...]». ¿Cómo podemos equipar a los miembros de la iglesia para sus varios ministerios dentro y fuera de ella si nunca hablamos específica y prácticamente para ese fin? Pablo parece asumir que lejos de evitar la aplicación, es hacia donde debemos estar apuntando constantemente.

Un par de ejemplos

Por lo tanto, ¿cómo podría verse esto prácticamente? Déjame ofrecerte dos ejemplos. El primero, considera 2 Samuel 11: la narración del adulterio de David con Betsabé y el posterior abuso de poder para conspirar un asesinato y cubrir su pecado. Obviamente, las aplicaciones sobre la pureza sexual y el asesinato están en la superficie del texto. No obstante, ¿qué pasa con las personas de tu congregación para las que la pureza sexual y el asesinato no son tentaciones actuales? Estoy seguro de que existe un par de ellos. ¿No existe nada más que decir respecto a este pasaje? Por supuesto que lo hay. Al ver el pecado específico de David, puedes ayudar a tu congregación a ver el patrón de pecado en general, su naturaleza engañadora, oportunista y progresiva. Luego puedes ayudarlos a pensar cuidadosamente en los «pecados de ocasión» que enfrentan, no como el rey de Israel, sino como mamás y abuelas, como universitarios y oficinistas, como gerentes y jubilados. En tu aplicación, no intentas ser exhaustivo; intentas darles el sentido del pasaje y provocar que comiencen a meditar sobre sus propias vidas. Puedes pensar también en Efesios 6:1-4. Este es un pasaje que trata sobre las obligaciones mutuas de los padres y de los hijos. Hay bastantes aplicaciones aquí; sin embargo, ¿qué pasa con todas aquellas personas de tu iglesia que no tienen hijos o que sus hijos ya no están en casa? ¿Tienen que escuchar con atención, esperar que puedan aprender algo y así animar a los padres que los rodean? Ese es un comienzo. Sin embargo, esto es sabiduría de Dios para ellos también. El principio de autoridad ejecutada y sometida correctamente es aplicable para todos nosotros. Maestros y estudiantes, empleadores y empleados, líderes y congregación todos tienen algo que aprender sobre lo que significa prosperar por medio de la autoridad piadosa y bajo ella. Como indica el Catecismo Mayor de Westminster, «por padre y madre en el quinto mandamiento, se quiere significar no solo los padres naturales, sino todos los superiores, tanto en edad como en aptitudes; y con especialidad aquellos que por las ordenanzas de Dios están sobre nosotros en un lugar de autoridad [...]» (Respuesta 124). Todos nosotros estamos bajo una autoridad en algún lugar. Una aplicación reflexiva ayudará a hacerlo claro.

Qué significa esto para ti

Lo que todo esto significa, creo, es que un sermón sin aplicación no es un sermón en lo absoluto; más bien, es una charla sobre la Biblia. No queremos que las personas se vayan de nuestras charlas preguntándose cuál era el punto. Al contrario, entreguémonos a aplicar el texto, para «la edificación del cuerpo de Cristo [...] a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo».
Este recurso fue publicado originalmente en 9Marks.