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La culpa que provoca el aborto
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La culpa que provoca el aborto

Lágrimas llenaban sus ojos mientras me contaba su historia: un antiguo novio, la presión para tener sexo, un embarazo a los catorce años y un aborto para tapar la culpa. Aunque ella fue criada en una familia cristiana, el peso de la culpa que acompañó a estas precoces decisiones la llevó a deambular por años. Se preguntaba, «¿habrá suficiente gracia para mí?». La marea de culpa por abortar sube muy alto, amenazando con envolver la vida completa de una mujer con vergüenza, remordimiento y sentimientos de indignidad. Las estadísticas dan cuenta de que casi tres de cada diez mujeres se realizan un aborto. Estos números muestran la realidad de que en nuestras iglesias hay muchas mujeres que han realizado abortos (y hombres que lo han promovido). Quizás ésta también es su historia. Es probable que también se pregunten, «¿existe suficiente gracia para mí?». En Cristo, podemos ser libres del castigo de los pecados que cometimos en el pasado. Como Pablo escribe: «De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las viejas cosas pasaron, ahora han sido hechas nuevas» (2Co 5:17). En Cristo, no somos la suma de nuestras decisiones pasadas; más bien, hemos sido hecho hermosos y nuevos por la obra del Espíritu en nosotros. Por lo tanto, sí, hay suficiente gracia para ustedes. No obstante, a muchas mujeres que han abortado y a muchos hombres que han promovido abortos les parece difícil andar en la libertad que Cristo les ha asegurado. Si ustedes son una de estas personas, entonces es posible que estén prestando más oído al padre de las mentiras, que los condena, los asusta y los hace dudar con sus palabras, que lanza como flechas ardientes para atacar su fe. Podrían verse tentados a recluirse a ustedes mismos, declarándose indignos de ministrar, servir y alegrarse debido al aborto que cometieron o apoyaron en el pasado. Sin embargo, las buenas nuevas realmente son buenas noticias. Jesús puede sanar completamente al corazón quebrantado por un aborto en el pasado. Si anhelan vivir sus nuevas vidas, él los invita: «Vengan a mí, todos los que están cansados y cargados, y yo los haré descansar» (Mt 11:28). Al buscar a Jesús, la comunidad de la iglesia y la ministración a otros, pueden salir de las sombras a su maravillosa luz: «Pero ustedes son linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido para posesión de Dios, a fin de que anuncien las virtudes de aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable» (1P 2:9)

Busquen a Jesús

En la noche de su muerte, Jesús le dio a sus discípulos la siguiente instrucción: Ustedes ya están limpios por las palabras que les he hablado. Permanezcan en mí, y yo en ustedes. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en la vid, así tampoco en ustedes si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque separados de mí nada pueden hacer (Jn 15:3-5). Jesús declaró limpios a sus discípulos. A ellos no se les pidió que permanecieran en Jesús para ser limpios; más bien, se les dio la capacidad de permanecer porque ya habían sido limpiados. Jesús entrega el único camino a Dios, así también como el alimento que nuestras almas necesitan para caminar en la nueva vida. Pasar tiempo con Jesús es tan necesario como la comida y el agua. Mientras más tiempo pasen en la Palabra y en oración, más moldeará Dios su entendimiento sobre quiénes son en Cristo. Su identidad no está en el aborto que realizaron en el pasado, sino que en su adopción del presente. En Cristo, son hijos amados de Dios. El entendimiento de Pablo sobre este concepto se refleja en sus cartas a varias iglesias. Pablo llama a los receptores de sus epístolas «los santos» en Roma, en Éfeso, en Corinto, etc., no «los pecadores». Ciertamente los receptores de Pablo aún luchaban con sus decisiones del pasado y las tentaciones del presente (como también lo hacía Pablo; vean Romanos 7), pero Pablo entendía que su identidad era la de personas santas que luchan con el pecado, en vez de personas pecadoras que se esfuerzan para obtener la santificación. Si el pecado pasado del aborto pronuncia palabras de condenación presente, escuchen esta preciosa verdad: «Por lo tanto, ahora no hay condenación para los que están en Cristo Jesús» (Ro 8:1). Jesús los ha llamado santos, hijos amados de Dios. Han sido invitados a acercarse con confianza al trono de la gracia porque tienen un Salvador comprensivo (Heb 4:15-16). La Palabra de Dios ofrece recordatorios diarios de su amor, perdón, misericordia y gracia. Pasar tiempo con Jesús transforma y renueva sus mentes, forteleciéndolos contra los sentimientos de indignidad y vergüenza.

Busquen comunidad

En el proceso de sanidad, además de buscar a Jesús, también es de vital importancia buscar la comunidad de una iglesia. Santiago 5:16 nos anima de la siguiente manera, «por tanto, confiésense sus pecados unos a otros, y oren unos por otros para que sean sanados. La oración eficaz del justo puede lograr mucho». Si nunca le han contado a alguien sobre el aborto que realizaron, los animo a hablar con su pastor o a buscar un creyente maduro con quien puedan compartir sus historias. Muchos centros de apoyo para el embarazo ofrecen consejería y grupos de apoyo para personas que ya se han realizado abortos. Por ejemplo, el centro que está en el área donde yo vivo tiene un programa que se llama Surrending the Secret [Renunciemos al secreto] para ayudar a mujeres a que caminen juntas en el dolor, el perdón y la sanidad. Recientemente, un pastor me contó la historia de que una vez realizó un servicio fúnebre en su iglesia para los bebés que habían sido abortados. Una mujer que había abortado hace veinte años se acercó después del servicio para decirle esto: «la sangre de Cristo se llevó mi culpa, pero hoy el cuerpo de Cristo se llevó mi vergüenza». La compasión y el amor que ofrece la comunidad de la iglesia es una parte poderosa del proceso de sanidad.

Busquen ministrar

La vergüenza de las decisiones del pasado podría haber provocado que huyeran de la iglesia y de una relación con Jesús. Pudieron haber pasado años cayendo en un espiral de patrones de pecado y comportamiento. Sin embargo, a medida que experimentan el poder sanador del evangelio, aparecen nuevos patrones, liberándolos para pasar una vida ministrando a otros. Como escribió Pablo, «para libertad fue que Cristo nos hizo libres. Por tanto, permanezcan firmes, y no se sometan otra vez al yugo de la esclavitud» (Ga 5:1). En Cristo, no sólo somos hechos nuevos, sino que también podemos caminar en nuestra nueva vida. En la cruz, Cristo venció al castigo que merecíamos por el pecado y al poder que éste tenía en nuestras vidas. Su pasado no los hace esclavos en su futuro. La libertad en Cristo les permite comenzar a compartir sus historias con otros. No tienen que esconderse en el miedo, más bien pueden ministrar la gracia que han recibido a otros. Casi el 40 % de las mujeres que trabajan en el centro de apoyo para el embarazo de mi localidad son mujeres que se han realizado un aborto. Ellas han decidido compartir su historia con otros con la esperanza de rescatar a otras mujeres y bebés del error que han cometido. En el clásico de John Bunyan, El progreso del peregrino, Cristiano [el personaje principal] se desvía del camino angosto para andar en el camino ancho del pecado. Él se encuentra a sí mismo atrapado en el Castillo de la Duda, lleno de desesperación. Cuando finalmente recuerda que tiene una llave en su bolsillo (llamada Promesa), se escapa y encuentra el camino de vuelta al camino angosto. Más tarde, insiste en volver al lugar donde él dejó el camino angosto para ir al camino ancho con el fin de poner un letrero, para así advertir a otros:
Por dejar nuestra senda hemos sabido Lo que es pisar terreno prohibido. Cuide de no salir de su sendero El que no quiera verse prisionero Del Gigante cruel, que vive en guerra Con Dios, y al peregrino extraviado En el Castillo de la Deuda encierra Por verle para siempre desgraciado.
Cristiano entendió las profundidades de la duda y de la desesperanza que acompañan a las decisiones pecaminosas. Por lo tanto, él quería advertirle a otros que no cometieran el mismo error. Una de las tiernas misericordias de Dios es que él puede tomar las malas acciones  y usarlas para ayudar a otros. Sus historias podrían ayudar a otra mujer a optar por la vida o a un hombre a defender y proveer para su hijo. Ser voluntario de un centro de apoyo para el embarazo o compartir con las mujeres y los hombres de sus iglesias podría ser una manera en la que el Señor los puede usar poderosamente en la vida de otros. Después de que el rey David pecara con Betsabé, él abrió su corazón en confesión al Señor, pidiéndole que renovara la sensación de la presencia y la esperanza que Dios da. «Entonces enseñaré a los transgresores tus caminos, y los pecadores se convertirán a ti» (Sal 51:13). Ministrar a otros produce que sientan su gozo renovado en el Señor. Mientras comparten su gracia con otros, estas verdades del evangelio se asentarán profundamente en sus corazones. En medio del duelo de las decisiones pasadas, pueden alegrarse en el regalo gratuito de la salvación. Dios los viste con trajes de justicia y cambia su lamento en alegría. Isaías 61:1-3 dice: El Espíritu de DIOS está sobre mí, porque me ha ungido el SEÑOR para traer buenas nuevas a los afligidos. Me ha enviado para vendar a los quebrantados de corazón, para proclamar la libertad a los cautivos y liberación a los prisioneros; para proclamar el año favorable del SEÑOR, y el día de venganza de nuestros Dios; para consolar a los que lloran, para conceder que a los que lloran en Sion se les dé diadema en vez de ceniza, aceite de alegría en vez de luto, manto de alabanza en vez de espíritu abatido; para que sean llamados robles de justicia, plantío del Señor para que él sea glorificado. Busquen a Jesús, busquen comunidad y busquen ministrar. El Señor les ofrece amablemente una diadema en vez de ceniza y aceite de alegría en vez de luto para que sus vidas brillen por su gloria.
Este artículo fue originalmente publicado por Ligonier Ministries en esta dirección.
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Reseña: Sus testimonios, mi porción
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Reseña: Sus testimonios, mi porción

Saborear una variedad de platos con toques de especias preparados para deleitar el paladar es una de mis actividades favoritas. Para decirlo más claramente, me encanta comer. Es aun mejor si comparto la comida con otros. El deleite colectivo de comer con nuestros seres queridos alrededor de una mesa mejora la experiencia para todos. Las buenas comidas son todavía mejores con buenos amigos. Leer Sus testimonios, mi porción: devocionales para mujeres de todo el mundo se sintió como estar en un banquete con amigas, deleitándonos juntas con el más fino plato principal: la Palabra de Dios. Como la autora Shar Walker explica: «David describe las palabras de Dios como “más dulces que la miel” ([Salmo 119:]103). La Palabra de Dios es buena. Sabe bien a nuestra alma y es buena para nuestra alma». Editado por la maestra de estudios bíblicos Kristie Anyabwile, Sus testimonios, mi porción comparte las voces y la sabiduría de mujeres afroamericanas, latinoamericanas, indígenas estadounidenses, asiáticas y caribeñas que enseñan la Palabra de Dios. Es un libro necesario y una maravillosa oportunidad para aprender. Cada devocional considera el Salmo 119, un poema acróstico del alfabeto hebreo con veintidós secciones desde aleph hasta tav. En conjunto, estas reflexiones celebran la Palabra de Dios a medida que iluminan el poder de la Palabra de Dios en las historias del pueblo de Dios.

La verdad que da vida

Cada autora expone la verdad de la Palabra de Dios al compartir su importancia en su propia vida. La líder de ministerio de mujeres, Patricia Namnún, nos recuerda la importancia de la obediencia llena del Espíritu y del deleite en la Palabra de Dios: «No solo necesitas la gracia de Dios para una vida de obediencia a la Escritura, sino que también precisamos su gracia para ver las maravillas de su Palabra». Anyabwile comparte el consuelo vivificante que da la Palabra de Dios: «Meditar en la Palabra de Dios me trae consuelo en medio de mis temores y me sirve de refugio mientras lo represento y le confío el futuro de mi hijo». La directora del ministerio de mujeres, Blair Linne, explica el poder refrescante de la Palabra de Dios en el sufrimiento físico: «Al igual que el salmista, sin mi aflicción, no comprendería la misericordia de la Palabra al punto en que puedo hacerlo ahora. En nuestros días más oscuros de aflicción, nuestro Señor está esperando para refrescarnos el alma con Sus abundantes misericordias». En conjunto, estos devocionales nos invitan a leer, a estudiar, a memorizar, a obedecer y a disfrutar la Palabra de Dios. Nos recuerdan su importancia diaria, así como su confiabilidad. Te animo, si es que tu alma está cansada y tu corazón necesita refrescarse, a que bebas de la sabiduría de Sus testimonios, mi porción. Te encontrarás en una mesa con mujeres que enseñan la Palabra de Dios con sabiduría, belleza y un profundo amor por Dios y su pueblo. Es el mejor festín.

Sus testimonios, mi porción: devocionales para mujeres de todo el mundo. Varias autoras. B&H Español, 256 páginas.

Esta reseña fue publicada originalmente en 9Marks.
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Tres mentiras que las mujeres creen sobre el servicio
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Tres mentiras que las mujeres creen sobre el servicio

Deambulando en la incredulidad

Es difícil administrar bien nuestro tiempo, talentos y tesoros en un mundo que nos invita a la autosatisfacción y autorrealización. Quizás lo más contracultural que podemos hacer es servir humildemente a otros sin pensar en nosotras mismas. Sin embargo, existen algunas mentiras que evitan que sirvamos.
Mentira nº. 1: «no tengo tiempo en esta etapa»
En cualquier etapa en la que estés, estoy segura de que estás ocupada. Tus días rebosan con exigencias del trabajo, los amigos, la familia y los trámites que debes hacer. Es fácil levantar la bandera blanca en señal de rendición y decir que sólo tendremos que esperar para servir a los demás en otro momento. Ahora mismo, estamos demasiado ocupadas, abrumadas y agotadas. Lo que necesitamos es un maratón de Netflix, no más oportunidades para servir. Nos garantizamos que en la próxima etapa tendremos más tiempo para servir a los demás. No obstante, he descubierto que nunca hay una etapa perfecta para servir a otros. Aunque hay algunas etapas que nos exigen particularmente, en general somos bastante buenas en llenar cualquier parte libre de nuestra agenda con algo que disfrutamos. Podríamos pensar que el próximo año tendremos abundancia de tiempo, pero en realidad podríamos tener menos tiempo debido a las luchas y pruebas inesperadas. Esta es la realidad: el servicio a los demás tiene un costo para nosotras. Renunciamos a la manera en que nos gustaría usar nuestro tiempo con el fin de darlo a otros. No es una decisión fácil de tomar. Nos fuerza a sacar nuestros ojos de nosotras mismas y llevarlos a Jesús, quien por el gozo que le esperaba soportó la cruz. Él dio su vida en servicio para ti y para mí. Podemos ser radicales en cómo usamos nuestro día hoy porque conocemos la eternidad que nos espera.
Mentira nº. 2: «mi servicio no importa»
En la etapa actual en la que estoy, paso mucho tiempo viajando y enseñando la Biblia a mujeres. Mi tiempo en la carretera significa que no siempre puedo llevarle comida a una amiga que está sufriendo u ofrecerme a ayudar en algunas cosas. Sé que puede sonar emocionante viajar y enseñar, pero a veces lucho con la sensación de que mi trabajo en realidad no importa. Puesto que no siempre puedo ver los resultados, cuestiono si las horas de preparación valen la pena. Me pregunto si alguien incluso recuerda lo que dije después de haberme ido. Puedo ver a algunas de mis otras amigas que sirven en maneras más tangibles en nuestra comunidad y pienso: «ellas son las que están haciendo el ministerio real». Puede que tú sientas lo mismo respecto a tu servicio. Tal vez lidias con dolor crónico que evita que sirvas de muchas formas, pero oras fielmente por otras todos los días desde tu sofá. Quizás escuchas pacientemente las luchas de las demás y das sabios consejos. A lo mejor has enseñado la misma clase de Escuela Dominical por treinta años en la iglesia y conoces a todos los niños por nombre. Tu servicio podría parecer oculto o insignificante, pero Dios ve tus esfuerzos y conoce tus obras hechas en humildad. Muchos pequeños actos de servicio construyen una iglesia vibrante, cambian la comunidad circundante e impactan al mundo.
Mentira nº. 3: «Dios no necesita mi dinero»
Cuando se trata de dar nuestro dinero, es tentador pensar que en realidad no importa. Si Dios es dueño del ganado que está sobre mil colinas (Sal 50:10), ¿por qué necesita nuestro dinero? Por supuesto que Dios no necesita nuestro dinero, pero Él sí lo usa como un medio por el cual logra sus propósitos. Más que eso, el dinero actúa como un barómetro de nuestra fe. Damos porque el Espíritu está vivo en nuestros corazones. A medida que somos transformadas cada vez más a la imagen de Jesús, reflejamos cada vez más la generosidad de nuestro Salvador y eso rebosa en la generosidad monetaria. Podríamos pensar: «daré más cuando tenga más». Sin embargo, es importante darse cuenta de que es difícil dar tanto para el rico como para el pobre. Aun cuando podríamos asumir que es más fácil dar para el rico, fue el gobernador rico quien entristeció mucho a Jesús porque no podía imaginar dar su riqueza (Lc 18:18-20). En contraste, la viuda pobre fue elogiada por Jesús: «En verdad les digo, que esta viuda tan pobre echó más que todos ellos; porque todos ellos echaron en la ofrenda de lo que les sobra, pero ella, de su pobreza, echó todo lo que tenía para vivir» (Lc 21:3-4). Jesús sabe cuánto te cuesta dar de lo que tienes. Él no te está pidiendo dar porque Él necesita tu dinero. Él te está pidiendo dar porque es bueno para tu alma. El acto fiel de dar construye fe. También construye gozo, puesto que cualquiera que da con generosidad puede decirte: «Más bienaventurado es dar que recibir» (Hch 20:35).

Andar por fe: la buena noticia para la vida llena de gracia

A medida que andamos por fe, nos transformamos en personas que dan a los demás. Compartimos nuestro tiempo, nuestros talentos y nuestro tesoro para cuidar de aquellos que están en nuestra iglesia y en el mundo. No sólo damos, sino que lo hacemos alegre, generosa, sacrificial y amorosamente. Nuestra actitud importa cuando damos. Es el desbordamiento de un corazón que se deleita en compartir con otros desde la abundancia que hemos recibido.
Generosa y alegremente
En medio de la grave aflicción y pobreza, la iglesia de Macedonia dio alegremente a medida que la gracia de Dios rebosaba en sus vidas. ¿Cómo pudieron dar así en medio de su propio sufrimiento? Dios estaba obrando en y por medio de ellos. Él suplió para que ellos pudieran dar: «Ustedes serán enriquecidos en todo para toda liberalidad, la cual por medio de nosotros produce acción de gracias a Dios» (2Co 9:11). Dios nos da para que podamos dar a los demás y así los demás den acción de gracias a Dios. La manera en que damos importa. Pablo lo explicó: «Que cada uno dé como propuso en su corazón, no de mala gana ni por obligación, porque Dios ama al que da con alegría» (2Co 9:7). Este versículo no significa que esperemos a sentirnos alegres para dar. Significa que si estamos dando sin alegría, necesitamos revisar nuestro corazón. Dar es un acto de adoración. Si estamos tristes en nuestro servicio, dice algo sobre nuestra actitud hacia Dios. Pídele a Dios que te llene con un entendimiento más profundo de lo que tienes en Cristo. No servimos para ser vistas o para recibir elogios de los demás, sino para desbordar en alabanza a Dios.
Sacrificial y amorosamente
Pablo escribió: «[...] les ruego por las misericordias de Dios que presenten sus cuerpos como sacrificio vivo y santo, aceptable a Dios, que es el culto racional de ustedes» (Ro 12:1). Dar centradas en el Evangelio es una entrega costosa. Requiere sacrificio. Esta es una pregunta incómoda para hacernos, pero que hay que hacerse: «¿cuán sacrificial es mi entrega? ¿Qué me está costando hoy servir a otros?». Tiendo a querer huir de estas palabras de Jesús: «[...] Si alguien quiere seguirme, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame» (Lc 9:23). Anhelo comodidad y facilidad, y cargar la cruz suena difícil y doloroso. No obstante, en la forma invertida del Evangelio, cuando damos nuestras vidas, la muerte al yo da nacimiento a la vida. Podríamos sentirnos como si estuviéramos siendo consumidas, pero no desfallezcamos. Incluso si el yo exterior se está consumiendo, nuestro yo interior está siendo renovado día a día (2Co 4:16). Damos sacrificialmente porque amamos a los demás. Tanto en Romanos 12 como en 1 Corintios 12, Pablo usa la analogía del cuerpo para explicar cómo todos debemos servirnos mutuamente. En ambas instancias él concluye exhortándolos a amarse los unos a los otros. Primera de Corintios 13 (el maravilloso pasaje que explica el amor) fluye de la enseñanza de Pablo sobre el servicio. Él concluye 1 Corintios 12 diciéndoles que la manera más excelente en que pueden servir es amando (1Co 12:31). Si estamos en Cristo, sin importar que don particular podríamos tener individualmente, todas estamos equipadas para amar. Es el parecido familiar y el ADN común que compartimos. Hemos sido bendecidas para ser de bendición. De cualquier manera que sirvamos con nuestro tiempo, talentos o tesoros, hagámoslo con generosidad, alegría, sacrificio y amor. Mientras reflejamos el amor que se nos ha dado, nuestro servicio brillará al mundo que observa.

Este artículo es una adaptación del libro Creciendo juntas: una guía para profundizar las conversaciones entre mentoras y discípulas, escrito por Melissa B. Kruger.


Este artículo fue publicado originalmente en inglés y traducido con el permiso de Crossway.
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El camino al contentamiento
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El camino al contentamiento

Desde nuestros primeros años, basamos nuestro contentamiento en una variedad de logros personales. Si tan sólo tuviéramos ese nuevo juguete, si fuéramos parte del grupo de personas apropiado, si fuéramos aceptados en una universidad en particular, si encontráramos satisfacción laboral, si nos casáramos con la persona de nuestros sueños, si compráramos la casa correcta en la ciudad correcta, si tuviéramos hijos, si tuviéramos unas agradables vacaciones, si mantuviéramos nuestra buena salud, si disfrutáramos de estabilidad económica, entonces, y sólo entonces, podríamos esperar tener contentamiento. Si tan sólo pudiéramos tener en cualquier momento las cosas que deseamos, podríamos encontrar satisfacción. No es mucho pedir, ¿cierto? Mientras Dios nos invita a disfrutar de sus bendiciones de diversas formas, las cosas temporales son una base insatisfactoria para obtener gozo y paz perdurables. La cultura puede percibir el contentamiento como algo que obtenemos por medio de las relaciones, de las riquezas, del poder y del privilegio; sin embargo, la Biblia describe requisitos diferentes para obtener contentamiento. El contentamiento bíblico se desarrolla poco a poco gracias a la obra del Espíritu Santo en el corazón, en la mente y en la vida de un creyente. Estas cuatro características establecen un fundamento eterno para un contentamiento inquebrantable que se mantiene estable a través de las etapas y las tormentas de la vida:

Un corazón que confía

El pilar del contentamiento es un corazón que confía en el Señor. En Jeremías 17:7-8, el profeta afirma confiadamente:
Bendito es el hombre que confía en el Señor, Cuya confianza es el Señor. Será como árbol plantado junto al agua, Que extiende sus raíces junto a la corriente; No temerá cuando venga el calor, Y sus hojas estarán verdes; En año de sequía no se angustiará Ni cesará de dar fruto.
Este pasaje, junto con la visión similar del Salmo 1, presenta una imagen hermosa del contentamiento. La capacidad que el árbol tiene para florecer es independiente de las circunstancias, porque tiene una fuente inagotable de la que puede beber. Sea lo que sea que venga, el árbol siempre estará dando fruto. En la noche de su muerte, Jesús profundizó en esta visión cuando les enseñó a sus discípulos lo siguiente: «Yo soy la vid, ustedes los sarmientos; el que permanece en Mí y Yo en él, ese da mucho fruto, porque separados de Mí nada pueden hacer» (Jn 15:5). Como el árbol, tenemos una fuente permanente de la que podemos nutrirnos. Permanecemos en Jesús al pasar tiempo en su Palabra, al buscarlo en oración y al caminar obedientemente en sus mandamientos (Jn 15:7-11). Jesús es nuestra fuente que provee la fortaleza, el refuerzo y el ánimo que necesitamos para resistir cualquiera y toda circunstancia que debamos enfrentar, mientras seguimos dando el fruto del contentamiento. Lejos de Cristo, somos ramas secas —resecas y sedientas—, siempre con ansias de más. En Jeremías 17:5-6 se nos advierte: «Maldito el hombre que en el hombre confía, y hace de la carne su fortaleza, y del Señor se aparta su corazón. Será como arbusto en lugar desolado y no verá cuando venga el bien [...]». Es imposible tener contentamiento bíblico sin permanecer en Cristo. Al creer en Jesús, no tenemos que temerle ni a la abundancia ni a la adversidad. Cuando las dificultades y las pruebas aparezcan, su fuerza será suficiente. Cuando las alegrías y los placeres lleguen, su gracia nos capacitará para regocijarnos en el Dador de todas las cosas buenas. Un corazón que confía en Dios puede proclamar gozoso junto con Pablo: «Todo lo puedo en Cristo que me fortalece» (Fil 4:13).

Una mente enseñable

Un corazón que confía en el Señor también es uno que aprenderá de Él. Si esperamos encontrar contentamiento, un segundo requisito es tener una mente enseñable. En su carta a los Filipenses, Pablo explica:
No que hable porque tenga escasez, pues he aprendido a contentarme cualquiera que sea mi situación. Sé vivir en pobreza, y sé vivir en prosperidad. En todo y por todo he aprendido el secreto tanto de estar saciado como de tener hambre, de tener abundancia como de sufrir necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece (Fil 4:11-13).
El contentamiento no llega a nosotros de repente; es algo que se aprende. ¿Puedes recordar la última vez que aprendiste algo nuevo? Normalmente, para aprender algo necesitamos estudiar y observar, pero en algún momento es necesario también aplicar esa teoría. Si quiero aprender a andar en bicicleta, puedo comenzar el proceso leyendo un libro al respecto. También puedo ver y observar cómo alguien más lo hace. Sin embargo, para aprender a andar en bicicleta de verdad, debo sentarme en la bicicleta e intentar andar yo misma. Este tiempo de aprendizaje también es el más difícil: nos inundan las preguntas: ¿qué pasaría si empiezo a decaer? ¿Y si salgo lastimado? ¿Y si nunca aprendo? Sin embargo, perdemos el gozo de vivir este proceso si no estamos dispuestos a aplicar lo que sabemos en nuestras vidas. De igual manera, podemos aprender a tener contentamiento al leer libros que tratan el tema y al ver a otros viviendo el contentamiento. Sin embargo, en algún punto, debemos aplicar lo que estudiamos y lo que observamos a nuestras propias vidas. El miedo puede atormentarnos a medida que aprendemos a confiar en Dios en nuestro contentamiento: ¿y si salgo lastimado? ¿Y si desaprovecho esto? ¿Y si Dios no es suficiente? Mientras aprendemos el secreto del contentamiento, sentir estos miedos es normal. Sin embargo, al poner nuestra mente en las cosas de arriba, considerando lo que es amable, digno de adoración y verdadero, podemos mirar por sobre nuestras dudas. El contentamiento bíblico no es una disposición natural en nosotros ni un tipo de personalidad; es el resultado del aprendizaje y del crecimiento en la vida cristiana.

Una vida sacrificial

Jesús explicó una tercera característica necesaria para el contentamiento cuando les enseñó lo siguiente a sus discípulos:
Llamando Jesús a la multitud y a Sus discípulos, les dijo: «Si alguien quiere venir conmigo, niéguese a sí mismo, tome su cruz, y sígame. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por causa de Mí y del evangelio, la salvará. O, ¿de qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero y perder su alma? O, ¿qué dará un hombre a cambio de su alma? (Mr 8:34-37).
¿El que adquiere la mayor cantidad de chucherías y juguetes no obtiene contentamiento en el juego de la vida. Cuando ganas el mundo, este puede entregar felicidad momentánea; no obstante, es imposible sostener el gozo perdurable mediante el placer temporal. Por el contrario, la forma contracultural del Evangelio nos lleva a negarnos a nosotros mismos y, al hacerlo, encontramos un resultado sorpresivo: vida. No se llega a tener contentamiento al obtener cosas, sino que al dar; no al agregar, sino que al restar. Al caminar como sacrificios vivos, no vivimos para consumir las cosas de este mundo, sino que vivimos con la esperanza de ser consumidos por ellas; es decir, damos nuestro dinero, tiempo y talento, esperando usar todo lo que se nos ha confiado para anunciar a otros la obra del Evangelio. Enfrentamos problemas, dificultades y persecución, sabiendo, en el fondo de nuestro corazón, que aunque no tengamos nada, lo tenemos todo: «El que tiene al Hijo tiene la vida, y el que no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida» (1Jn 5:12). La hermosura de la vida sacrificial brilla vivazmente mientras se consume; consumida pero contenta.

Una esperanza celestial

El Espíritu nos fortalece con un corazón que confía en el Señor, una mente enseñable y una vida sacrificial porque se nos ha dado una esperanza celestial. Nuestra expectativa equivocada de este mundo afecta grandemente nuestra capacidad de disfrutarlo. Aunque intentemos diligentemente obtener contentamiento de las cosas terrenales, este mundo simplemente no puede producir lo que está más allá de sus posibilidades. Richard Baxter exhortó sabiamente a muchos con lo siguiente:
Si los deleites perdurables estuvieran más en sus mentes, los deleites espirituales abundarían más en sus corazones. No hay duda de que cuando se nos olvida el cielo, no estamos cómodos. Cuando los cristianos permiten que sus expectativas celestiales caigan y elevan sus deseos terrenales, se están preparando para el miedo y los problemas. ¿Quién se ha encontrado con un alma angustiada y quejumbrosa que no tenga una expectativa muy baja de las bendiciones espirituales o una expectativa muy alta de obtener gozo en la tierra? Lo que nos tiene en problemas es que no esperamos lo que Dios ha prometido o esperamos lo que Él no ha prometido.

Jesús nos enseñó a nosotros, sus seguidores, a acumular tesoros en el cielo, en donde ni la polilla ni el óxido los destruyen y en donde los ladrones no se meten a robar. Él entendía que donde se encontrara nuestro tesoro, allí también estarían nuestros corazones (Mt 6:19-21). Al poner nuestras esperanzas completamente en lo que está por venir, seremos animados a una nueva forma de disfrutar nuestros días bajo el sol.

Al vivir como extranjeros y peregrinos, dejaremos ir nuestras expectativas irrealistas. Mientras viajamos, entendemos que muy probablemente estaremos incómodamente ubicados, recibiremos empujones y luciremos un poco desgastados. Sin embargo, en lo profundo de nuestro corazón, descansamos contentos, porque estamos camino a casa, teniendo en mente las visiones, los olores y los deleites de nuestro hogar que inundan nuestros corazones con regocijo. Por la obra del Espíritu, podemos hacer este viaje con gozo, pues podemos tener un corazón que confía en el Señor, una mente enseñable, una vida sacrificial y una esperanza celestial —estas cosas sirven como el mejor de los compañeros de viaje—. Estos requisitos para el contentamiento hacen que nuestros corazones estén listos para experimentar una plenitud perdurable que puede resistir las pruebas y las tormentas más violentas. Lo que el mundo no es capaz de entregar, Cristo lo da gratuitamente. Es mi deseo que nos encontremos unidos a Él, llenos de gozo, descansando contentos en todas las cosas.
Este artículo fue originalmente publicado por Ligonier Ministries en esta dirección.