volver
Photo of Las imperfecciones hacen que los domingos sean más hermosos
Las imperfecciones hacen que los domingos sean más hermosos
Photo of Las imperfecciones hacen que los domingos sean más hermosos

Las imperfecciones hacen que los domingos sean más hermosos

¿Por qué las reuniones de iglesia a menudo son tan torpes? Quien debía leer la Escritura ese domingo, por equivocación leyó la página incorrecta y tropieza con una larga lista de nombres hebreos los cuales no había preparado para pronunciar. La proyección del PowerPoint se queda pegada (de nuevo). Un inusual miembro de la congregación con una inusual voz fuerte canta la última nota de cada canción por más tiempo que todos los demás, un breve solo que provoca que algunos se rían nerviosamente y otros se avergüencen. El bajista comienza un himno en la nota incorrecta y todos se dan cuenta porque el líder de música se da vuelta para darle «la mirada». Lo admitiré: estas peculiaridades y errores humanos a veces me exasperan. ¡Vine para enfocarme en el Señor! ¡Tu torpeza me distrae de la adoración! Así rezonga mi farisaico corazón. Quizás el problema real no se encuentra en la torpeza de otros, sino que en las expectativas que hay en la alabanza congregacional.

Cómo desprogramar las intuiciones del consumidor

Vivimos en una era de producción. Hemos aprendido a valorar y a esperar un profesionalismo pulido de las variadas interacciones que forman nuestras vidas diarias, desde los programas de televisión que vemos hasta «la experiencia de consumidor» en el Starbucks más cercano. Denomino a estas expectativas «intuiciones del consumidor». Estas no son necesariamente correctas o incorrectas. No obstante, debemos estar conscientes para prevenir que estas intuiciones dicten la manera en la que nos acercamos a las reuniones de iglesia. No asistimos a la iglesia principalmente como consumidores para experimentar un producto, sino que como adoradores para exaltar a Dios y edificar a su pueblo. La iglesia en Corinto estaba en riesgo de sobrevalorar la producción pulida. Su cultura aplaudía a los oradores marcados por el florecimiento retórico y la presentación ingeniosa. Pablo tomó un enfoque diferente: «No con palabras elocuentes, para que no se haga vana la cruz de Cristo» (1Co 1:17). «[No] con superioridad de palabras o de sabiduría» (1Co 2:1). Pablo rechazó la «sabiduría de este siglo» centrada en el hombre con su enfoque superficial en la presentación externa y, en su lugar, anunció «la sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta…»: Cristo crucificado (1Co 2:6-7) En otras palabras, Pablo entendía que nuestros corazones se desvían fácilmente debido a las apariencias externas. Lo que necesitamos no es una «experiencia» libre de distracciones que nos cautive; más bien, un encuentro con la verdad que nos transforma. La destreza en la presentación lleva nuestra atención al mensajero humano. Un acercamiento más modesto (uno al que no le moleste un poco de torpeza humana) permite que el foco brille en el mensaje sobrenatural del Evangelio.

Los cristianos son maravillosamente imperfectos

Pablo también les recuerda a los corintios quiénes son:

Pues consideren, hermanos, su llamamiento. No hubo muchos sabios conforme a la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles. Sino que Dios ha escogido lo necio del mundo para avergonzar a los sabios; y Dios ha escogido lo débil del mundo para avergonzar a lo que es fuerte (1Co 1:26–27).

En términos mundanos, estos creyentes no tenían nada de qué jactarse. No eran «profesionales», y nosotros tampoco lo somos. Esto significa que podemos esperar que los servicios de la iglesia estén poco pulidos de acuerdo con los estándares de los medios de comunicación modernos. Después de todo, Pablo continúa más adelante en la carta para instruir a esta joven congregación respecto a lo que debían priorizar en su reunión en el Día del Señor:
¿Qué hay que hacer, pues, hermanos? Cuando se reúnan, cada cual aporte salmo, enseñanza, revelación, lenguas o interpretación. Que todo se haga para edificación (1Co 14:26).
Su reunión no era una producción, sino que una oportunidad sagrada para glorificar a Dios por medio de la edificación mutua. Las iglesias que pueden hacer eso, deben pagarle a sus predicadores (1Ti 5:17; Ga 6:6). No obstante, los laicos facilitarán muchas, si no la mayoría, de las actividades en el  servicio protestante promedio: cantar, orar, leer, servir la Santa Cena. ¿Por qué nos sorprendería que a veces los voluntarios cometan errores por no ser profesionales? De hecho, Pablo nos instruye para mostrar especial honor a aquellos miembros del cuerpo que carecen de credenciales y fuerza mundana (1Co 12:22-23). Nos necesitamos mutuamente; incluso, y especialmente, a los creyentes «torpes» (puse «torpes» entre comillas, por supuesto, porque la torpeza a menudo está en el ojo del que observa después de todo). En lugar de sentir exasperación porque alguien se equivocó mientras lideraba una oración o una canción, debemos regocijarnos de que la iglesia es para personas imperfectas. No es un espectáculo; es una familia.

¿Qué pasa con la excelencia?

Por supuesto, no estoy diciendo que debemos apuntar hacia la mediocridad en nuestros servicios de iglesia o que el pastor no debe animar a los miembros a servir en áreas en las que es obvio que no tienen el don. Mi punto no es que busquemos la torpeza, sino que meramente la aceptemos cuando ocurra. No estoy contra de la «excelencia» per se. Simplemente depende de lo que querramos decir con excelencia. Sí, honra a Dios servirlo con todo nuestro corazón. Hacer todas las cosas para su gloria (1Co 10:31) significa administrar nuestros dones dados por Dios lo mejor que podamos. Significa resistir el descuido. Los músicos de la iglesia harían bien en emular a los cantantes levíticos que eran reconocidos por ser «hábiles» (1Cr 25:7). Buscar la excelencia en el servicio, en la facilitación y en el acompañamiento de la adoración del pueblo de Dios es una cosa. No obstante, si por «excelencia» queremos decir calidad de producción a nivel profesional, me temo que eso revela que nuestras intuiciones de consumidor han entrado en nuestras iglesias.

Aceptemos la torpeza

Dios sabe lo que realmente necesitamos: no es un servicio impecable, libre de distracciones, liderado por personas aparentemente perfectas. Necesitamos reunirnos como su familia, una comunidad de personas débiles propensas al error, para recordar que somos todos imperfectos. Necesitamos aprender a amar aquellos que cometen errores y a valorarlos porque ellos están en Cristo, no por cuán bien se «desempeñan». El único servicio de adoración perfecto es uno previsto en Apocalipsis, donde el pueblo redimido de Dios lo adora en la nueva creación. Hasta ese día, Dios en su sabiduría permite que ocurran errores torpes y momentos inconvenientes en nuestras reuniones; precisamente porque es para nuestro bien.
Matt Merker © 2018 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso. | Traducción: María José Ojeda
Photo of ¡Ayuda! No me gusta la música de mi iglesia
¡Ayuda! No me gusta la música de mi iglesia
Photo of ¡Ayuda! No me gusta la música de mi iglesia

¡Ayuda! No me gusta la música de mi iglesia


Este artículo es parte de la serie ¡Ayuda! publicada originalmente en Crossway.

Quejas habituales

Demasiado fuerte. Demasiado suave. Demasiado rítmico. Demasiado clásico. Poco relevante. Poco trascendente. Poco pulido, creativo, innovador, interesante o poderoso. Insuficiente —por lo menos, para mí—. ¿Cómo te sientes con respecto a la música de tu iglesia? ¿Alguna vez te has sentido decepcionado por ella? ¿Por qué? No es de sorprender que los cristianos tengan fuertes opiniones sobre la música. La Escritura llama al pueblo de Dios a «cantarle alabanzas», a «cantarle un cántico nuevo» y a «tocar con destreza los instrumentos musicales» (Sal 33:2-3). Pablo nos dice que nos hablemos unos a otros con salmos, himnos y cánticos espirituales cuando nos reunimos como iglesia local (Ef 5:19). Dios nos ha creado para usar nuestras voces con el fin de adorarlo, por lo que cantar correctamente juega un rol integral en la adoración corporativa. Sin embargo, hay un elemento subjetivo cuando se trata de evaluar la música. Nuestros gustos musicales no se desarrollan en un vacío, sino que dependen de nuestro trasfondo cultural, ubicación, familia, educación y más. El Nuevo Testamento nos llama a cantar, pero (¡afortunadamente!) no nos da reglas detalladas de género, instrumentación o arreglos. Esto no quiere decir que esos factores carezcan de importancia, sino que son dejados a la libertad y a la prudencia cristiana. Entonces, ¿qué deberías hacer si no te gusta la música de tu iglesia?

Una distinción clave

Antes de responder esa pregunta, debemos hacer una distinción clave. Cuando consideramos el canto congregacional, hay una diferencia entre las canciones y la música que las acompaña. Ambas son importantes, pero las palabras que cantamos importan más que la música tocada por cualquier instrumento que se use en la iglesia. El Nuevo Testamento nos ordena que «la palabra de Cristo habite en abundancia en ustedes, con toda sabiduría enseñándose y amonestándose unos a otros con salmos, himnos y canciones espirituales, cantando a Dios con acción de gracias en sus corazones» (Col 3:16). Cada canción es una herramienta de enseñanza. Nuestras canciones o nos anclan en la verdad o nos alejan de ella. Por esta razón, es mejor cantar palabras ricas en doctrina que exalten a Cristo con un  acompañamiento musical deslucido que cantar trivialidades vacías al son de la más fina orquesta o la más emocionante banda. Si tienes reservas sobre la música de tu iglesia porque las letras son consistentemente ambiguas, poco útiles, centradas en el hombre y poco claras, o peor aún, que enseñan falsa teología; entonces, tienes una preocupación legítima. Ora. Plantea con humildad el problema a un pastor. Pide consejo a creyentes sabios y honra tu conciencia. Por otro lado, ¿qué pasa si las palabras que canta tu iglesia son verdaderas, dignas, justas, puras, amables y honorables (Fil 4:8), pero tú no disfrutas del acompañamiento musical? Aquí hay ocho puntos a considerar.

Recuerda los propósitos de la reunión de la iglesia

Primero, recuerda los propósitos por los cuales Dios reúne a su pueblo cada Día del Señor. La iglesia se reúne para la exaltación: adoramos, agradecemos, magnificamos y glorificamos al Dios que nos creó y que nos redimió (Ef 5:20; Col 3:17). Nos reunimos para edificación, para edificar a todo el cuerpo de Cristo hacia mayor madurez, unidad y amor (1Co 12:7; 14:6). A medida que nos enfocamos en la gloria de Dios y en hacer el bien los unos a los otros, también ocurre el evangelismo: el no creyente escucha de pasada las buenas noticias que proclamamos y es convertido (1Co 14:24). En otras palabras, la reunión no se trata principalmente de ti o de mí. La marca de una reunión fiel no es si satisface nuestros gustos, sino más bien si nos orienta a la devoción a Dios, al amor por el  cuerpo de Cristo y al celo por ver a nuestros prójimos conocer a Cristo.

Sostiene tus opiniones musicales ligeramente

Segundo, reconoce que tus opiniones musicales son solo eso. La Biblia simplemente no prescribe un estilo musical particular que deban usar las iglesias. Esto no quiere decir que las formas y el género no importan. El medio le da forma al mensaje. Los creyentes tienen derecho a tener una opinión sobre qué formas de música sirven mejor a los propósitos de exaltar, edificar y evangelizar que mencioné antes. Pero los evangélicos a menudo tienen solamente dos velocidades cuando se trata de temas como este: algo es de suma importancia o no importa para nada. El género musical importa, pero no es de suma importancia. Los creyentes pueden estar en desacuerdo sobre estilos musicales y seguir siendo miembros de la misma iglesia, como los cristianos en Roma que estaban en desacuerdo sobre comer carne sacrificada a los ídolos. Debemos admitir que nuestras opiniones sobre la música pueden ser limitadas o equivocadas. Tienes derecho a tener tu opinión, pero no tienes derecho a juzgar a toda la iglesia e insistir en que tu opinión es la mejor.

Entrega tus preferencias por el bien de la unidad

Tercero, reconoce que tienes una oportunidad para promover la unidad dentro del cuerpo al sacrificar tus preferencias y deseos. Este es el modelo de Cristo que Pablo nos llama a seguir: «[...] cada uno de ustedes considere al otro como más importante que a sí mismo, no buscando cada uno sus propios intereses, sino más bien los intereses de los demás» (Fil 2:3-4). ¿Qué es lo que más te importa: que tu iglesia toque tu estilo musical favorito o que tu iglesia sea una comunidad donde creyentes de diferentes trasfondos pueden entregar sus gustos por el bien del cuerpo? Vivimos en una era en la que podemos escuchar nuestra música favorita sin parar. Seguramente, sacrificar nuestras preferencias por noventa minutos un domingo por la mañana no es mucho pedir a aquellos cuyo credo central es que Cristo entregó su vida entera por nosotros. Una nota aparte para pastores: deberíamos mostrar que estamos conscientes de que algunas personas en el cuerpo deben sacrificar más sus preferencias que otras cuando se trata de la música. Cada iglesia tiene un estilo musical de base. Esto significa que la música se sentirá más distante para algunos que para otros. Debemos honrar y agradecer a esos miembros por el sacrificio que hacen. Ellos probablemente podrían encontrar otra congregación que encaje con su perfil musical, pero se han quedado porque están comprometidos con este cuerpo en particular. Alaba a Dios por ese testimonio y anímalos por esta evidencia de la obra del Espíritu Santo en ellos.

Considera una vez más la gloria de Dios

Cuarto, medita en la inigualable gloria de Dios. De Él, por Él y para Él son todas las cosas (Ro 11:36). El Dios que se regocija por nosotros con cánticos (Sof 3:17) recibe honor cuando le cantamos (Ro 15:9). Si nos rehusamos a cantar porque la música no está a la altura de nuestros estándares, le robamos a Dios la gloria que se merece. Que aleccionador es recordar que si fallamos en alabar a Dios, las piedras clamarán en nuestro lugar (Lc 19:40). Dios recibirá su gloria. La pregunta es, ¿dejaremos de lado nuestras preferencias musicales porque estamos consumidos por el deleite de la infinita belleza de Dios?

Trata el canto como un ministerio de amor

Quinto, recuerda que cantar es una manera de mostrar amor y ánimo al cuerpo. Acostumbro a contar la historia de un hermano de la iglesia llamado Jeremy que canta de tal manera que el gozo en su cara parece irradiar directamente a mi alma. Incluso si no te gusta el estilo musical, cantar es una manera de «hablar la verdad en amor» (Ef 4:15). Cuando se reúne la iglesia, hay queridos hermanos y hermanas en los bancos cercanos enfrentando ansiedad, cáncer, depresión, tentación, desempleo, soledad —la lista continúa—. Una de las maneras en que Dios quiere animarlos es a través de tu canto. En ese sentido, Cristo ha reclutado a cada miembro de la iglesia a unirse al coro. Cantar es parte de tu ministerio.

Expande tus horizontes musicales

Sexto, sigue el consejo del Dr. Seuss en su libro Huevos verdes con jamón: ¡pruébalo y puede que te guste! A menudo, sentimos disgusto por un estilo musical porque no lo conocemos muy bien. Toma una clase de apreciación musical. Pide a tus amigos que te den recomendaciones de álbumes. Intenta entender porque otras personas disfrutan la música que usa tu iglesia. Puede que no se vuelva tu favorita, pero podría sorprenderte encontrar que tus gustos son más flexibles de lo que esperabas. Mi pastor me dijo que creía que debíamos cantar más seguido en la iglesia: Dulce comunión. «Sus temas serán de ánimo para nuestro cuerpo y muchas personas aprecian la melodía», me dijo. Estuve de acuerdo con la letra de la canción, pero encontré que la melodía era cursi y anticuada. No obstante, Dios me dio la gracia para someterme al liderazgo de mi pastor. Guié la canción personalmente con la guitarra, con una sonrisa forzada. Pero me maravillé al sentir mi corazón reconfortado porque la congregación estaba tan evidentemente animada por la canción. Me di cuenta de que el Señor estaba amonestando mi orgullo. Él es soberano, no yo. Él puede usar una canción que a mí no me gusta para bendecir a su pueblo. ¡Qué verdad tan liberadora para abrazar!

Muestra gracia

Séptimo, muestra gracia. La iglesia es una reunión familiar, no un concierto. Si luchas con la música porque es insípida y un poco desprolija, ora por un corazón de paciencia. Sí, la Escritura llama a los músicos a tocar hábilmente, pero esto no quiere decir que van a estar a la altura de una producción profesional que disfrutamos con nuestros auriculares durante la semana. Quiere decir que deberían esforzarse por ser excelentes de acuerdo con los talentos que Dios les ha dado. Podemos animarlos a lo largo del camino al no exigirles un estándar inalcanzable. Relájate. Dales un descanso. Y canta con entusiasmo —es la mejor manera de animar a los músicos que están creciendo en su ministerio—.

Cantamos al oído de un mundo que está escuchando

Octavo, recuerda que el testimonio de la iglesia está en juego. El mundo entiende una iglesia en la que todos se han reunido en torno a un estilo musical favorito en común. Pero la iglesia debe ser contracultural. Confunde las expectativas del mundo. Se supone que nuestra unidad sobrenatural debe asombrar al cosmos entero (Ef 3:10). Es por esto que es absolutamente emocionante ser parte de una iglesia compuesta por fanáticos del rock y de la música clásica, del jazz y del folk, del hip-hop y de la música electrónica. Qué oportunidad para mostrar nuestra unidad comprada con sangre. Pasaremos la eternidad cantando alabanzas a Dios, y creo que en la nueva creación no estaremos preocupados por el estilo musical. La gloria del Salvador hará brotar una canción de nuestros corazones y no nos quedaremos callados. Nuestro canto de hoy es un anticipo de ese día, a pesar de las reticencias musicales. Empecemos esa canción ahora.
Matt Merker es el autor de Corporate Worship: How the Church Gathers as God's People [Adoración corporativa: de qué manera se reúne la iglesia como el pueblo de Dios].
Este artículo fue publicado originalmente en inglés y traducido con el permiso de Crossway.