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¡Ayuda! Me siento estresado por mis finanzas
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¡Ayuda! Me siento estresado por mis finanzas


Este artículo es parte de la serie ¡Ayuda! publicada originalmente en Crossway.

Preocupaciones financieras

Los cristianos pueden luchar con el dinero —podemos ser honestos—. Algunos de nosotros vivimos cheque a cheque. Algunos están en una profunda deuda. Incluso los cristianos que son prósperos según los estándares globales a menudo luchan con el presupuesto del hogar y con llegar a fin de mes. Y eso no es el total de nuestras preocupaciones financieras. Hay sitios web y sermones que hacen parecer que Dios está esperando bendecirnos después de que hagamos x, y o z. Las necesidades persistentes están a nuestro alrededor y en todo el mundo. Hay compromisos familiares, reparaciones de la casa, recaudación de fondos, jubilación, etc. Agrega a eso nuestras dudas e inseguridades sobre cómo manejamos nuestras relaciones, responsabilidades, prioridades, junto con sus consecuencias financieras, ¡y es mucho! Entonces, ¿qué conclusión pueden sacar los cristianos de todo esto?

«Bienaventurados los pobres…»

Contrario al «evangelio de la prosperidad», tener mucho dinero no es una señal del favor de Dios. Según Jesús, «Bienaventurados ustedes los pobres, porque de ustedes es el reino de Dios. Pero ¡ay de ustedes los ricos! Porque ya están recibiendo todo su consuelo» (Lc 6:20,24). En otras palabras, ser rico puede dificultar la entrada al Reino de Dios (Mt 19:24). La fe se puede perder en el dinero. La riqueza puede contribuir a idolatrarnos a nosotros mismos y a nuestros esfuerzos. Incluso aquellos que no son ricos luchan contra estas tentaciones. «Porque la raíz de todos los males es el amor al dinero, por el cual, codiciándolo algunos, se extraviaron de la fe y se torturaron con muchos dolores» (1Ti 6:10). Mientras tanto, el Dios de la Escritura presta especial atención a los pobres. El Padre celestial envió a su Hijo en la carne para predicar a los pobres (Lc 7:22). Por nuestra causa, Jesús mismo se volvió pobre, dejando atrás todo derecho por nosotros, «para que por medio de su pobreza ustedes llegaran a ser ricos» (2Co 8:9). «Bienaventurados ustedes los pobres» (Lc 6:20). «Bienaventurados los pobres en espíritu» (Mt 5:3). Y, «Bienaventurado el que piensa en el pobre» (Sal 41:1). En la primera iglesia, algunos cristianos tomaron estas enseñanzas tan literalmente que practicaron la pobreza voluntaria como una disciplina espiritual. Algunos ayunaban y el dinero que habían ahorrado se lo daban a los pobres. Otros vivían vidas radicalmente simples para poder sobrevivir con la menor cantidad de dinero posible. Lamentablemente, una práctica que enfatiza la caridad y nuestra continua dependencia de Dios se distorsionó. En la Edad Media, los votos de pobreza se volvieron una herramienta para enfatizar las llamadas buenas obras y elevar a algunos por sobre otros. A medida que Martín Lutero reformaba, volvió a examinar la pobreza. Reconsideró lo que Dios llama a hacer a los cristianos. A la luz de la Escritura y de las buenas nuevas de la salvación gratuita e inmerecida por medio de  Jesucristo, la predicación empezó a enfatizar que los cristianos viven su fe en Dios dentro de llamados —nuestras vocaciones— en la familia, en la iglesia y en la sociedad civil. Dios ha establecido un hermoso y bendecido sistema de dar y recibir en este mundo, que emana de su Palabra. Cónyuges ámense y sírvase el uno al otro. Padres provean para sus hijos hasta que sus hijos, también, provean para otros, incluso para sus padres (1Ti 5:4). Prójimos amen a sus prójimos. Los empleadores deben beneficiar a sus empleados y viceversa. Dentro de este dar y recibir vocacionales, somos libres para amar y servir a nuestros prójimos, cargando nuestras cruces y compartiendo nuestras cargas. Jesús dice «Si alguien quiere seguirme, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame» (Lc 9:23). Hay cruces y luchas en la vida cristiana que Dios usa para hacernos más como Cristo (Ef 5:1-2). Hay otras tensiones en este mundo también, pero nuestras finanzas son un área más en la que Dios nos llama a negarnos a nosotros mismos y a depender aún más de Él y de sus dones. El lado positivo de esto es que, sin importar cuánto o cuán poco tenemos, somos libres para reconocer que nosotros no somos la fuente de nuestro pan diario, en lo absoluto. ¡Dios lo es! Ahora, cuando estamos llenos de orgullo, somos camellos tratando de pasar por el ojo de una aguja. Esa no es la manera de entrar al Reino de Dios. Tampoco lo es el servicio amoroso y la justicia que Dios demanda. Gracias a Dios que Él mismo nos empuja a través del ojo de la aguja (Mt 19:26). Él trae a los ricos —patriarcas del Antiguo Testamento y a los norteamericanos acaudalados— y a los pobres —al méndigo Lázaro y a los deudores alrededor del mundo— hacia su Reino, a través de su Hijo. El Señor bendice tanto al pobre y al pobre en espíritu, demostrando una y otra vez que Él es el dador de toda buena dádiva (Stg 1:17), la fuente de toda bendición.

Dios es el proveedor

La mayoría de nosotros no somos pobres en el sentido extremo de la palabra. Lo más probable es que estemos estirados financieramente y conflictuados internamente. En lugar de ser financieramente pobres, estamos preocupados y abrumados. Sin embargo, nuestro Creador nos cuida como un padre. ¿Y podría el Padre, quien envió a su Hijo, negarnos comida (Lc 11:11-13)? Somos completamente dependientes de nuestro Señor y dependientes en gran medida el uno del otro. Como miembros de nuestras familias, Dios nos llama a amar y a servirnos mutuamente, y como miembros de la casa de Dios, somos llamados a practicar mayordomía sobre los dones que Dios nos ha dado. En el mundo antiguo, «economía» significaba trabajar y mantener a la familia de uno y a uno mismo. En griego, la raíz de la palabra en realidad se traduce como «gestión del hogar o administración doméstica». ¡Qué diferencia con cómo vemos la economía hoy! Pero la santísima Trinidad es Dios de la creación. Él entiende que tenemos necesidades físicas. Él también provee para ellas, directa e indirectamente, generalmente a través de la familia y de todas las cosas buenas que hacemos para el sustento de las generaciones tanto más jóvenes cómo mayores (1Ti 5:8). Como mayordomos, los cristianos somos libres de administrar los dones que recibimos como mejor nos parezca de acuerdo a lo que vemos en su Palabra. Reconocemos que tanto las deudas como las necesidades de los demás están dentro del alcance del Señor, y buscamos la guía del Señor y dependemos de su buena voluntad. Y, como aquellos que no temían ser pobres en espíritu, ¡los cristianos son libres de correr a Aquel que nos alimenta, viste y cobija! Cuando buscamos discernimiento, podemos preguntarnos: ¿qué es realmente lo que Dios me ha prometido? ¿Cuál es su «pan diario» para mi familia y para mí? ¿A quién ha dado Dios como ayuda para mi familia y para mí? Sobre este fundamento, podemos entonces considerar: ¿cómo puedo vivir hoy dentro de lo que Dios me ha dado? Y, ¿cómo puedo ayudar sin recurrir siempre al dinero? No hay duda de que los cristianos debemos podar periódicamente nuestros horarios y gastos. Parte de la poda cristiana puede ser enfrentar nuestras inseguridades. Seguros en el amor de Cristo, nuestras relaciones no pueden depender de lo que nosotros podamos comprar. Como cristianos, podemos renovar el agradecimiento y volver a cultivar los intereses e interacciones con los dones gratuitos— y prójimos— que Dios nos ha dado. Cuando necesitamos coraje para enfrentar nuestras ansiedades sobre qué comer, tomar, usar, cosechar o almacenar (Mt 6:25-34), el Espíritu Santo nos responde. En Jesús, somos alimentados por la Palabra de Dios; se nos da el agua viva del Espíritu y somos revestidos con la propia justicia de Dios; somos protegidos por nuestra poderosa Fortaleza; tratados como receptores de los buenos dones y obras de Dios, e invitados al mismo almacén de toda bendición para la vida venidera. Cuando estamos ansiosos por cómo estamos administrando nuestro dinero, podemos recordar que nuestro Padre celestial provee para sus hijos e incluso para las aves y flores del campo (Mt 6:26, 28). Cuando sentimos temor por nuestras deudas, podemos recordar que Cristo ha pagado la deuda más grande —nuestro pecado— y, aunque quedan deudas más pequeñas todavía, tenemos la misericordia eterna y firme de nuestro Maestro y Señor. Nuestro Salvador nos ha comprado (1Co 6:19-20) y Él nos guarda bajo su cuidado para siempre (Nm 6:24-25). Jesús cierra las «bienaventuranzas financieras» diciendo: «Bástenle a cada día sus propios problemas» (Mt 6:34b). Esto puede recordarnos la oración del Padre nuestro, «Danos hoy el pan nuestro de cada día» (Mt 6:11). Puede que estemos endeudados. Puede que estemos en necesidad. Aun así, Dios nos promete nuestro pan de cada día. Aún más, Él nos da algo mucho mejor: el Pan vivo del cielo, Jesús, quien nos da la vida eterna y quien está con nosotros cada día y siempre. Mary J. Moerbe es coautora con Gene Edward Veith Jr. de: Family Vocation: God's Calling in Marriage, Parenting, and Childhood [Vocación familiar: el llamado de Dios en el matrimonio, la crianza y la niñez].
Este artículo fue publicado originalmente en inglés y traducido con el permiso de Crossway.