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Ir a Cristo un día a la vez
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Ir a Cristo un día a la vez

¿Qué hago aquí? ¿Qué hago escribiendo sobre ir a Cristo un día a la vez? Si hay algo con lo que lucho en mi vida es con la ansiedad, con los pensamientos negativos, con «rumiar» diariamente sobre el futuro y con la posibilidad de que algo (malo, por supuesto) les podría suceder a mis seres queridos o a mí. Desde pequeña, esta ha sido una de mis más grandes batallas. Por esta razón, cuando leas este artículo, tienes que saber que las palabras que vas a leer aquí, claramente, no provienen de mi propia sabiduría, sino de la de Dios. El contexto al que todos nos hemos enfrentado este último año y medio producto de la pandemia alimenta aún más la tentación de sacar nuestros ojos de Cristo y de sus buenas noticias. Nos dejamos llevar por la tragedia y por las malas noticias con las que somos bombardeados diariamente. Es una realidad, estamos viviendo tiempos complejos, enormemente difíciles, donde nos sentimos vulnerables y nos llenamos de preguntas: ¿qué pasa si me contagio? ¿Qué pasa si mi marido, mi papá o mi hija se contagian gravemente? ¿Qué pasa si algunos de ellos o yo muere? No les voy a mentir, lo he pasado mal, mi fe se ha visto desafiada y he sentido mucha rabia, frustración, miedo y cansancio. Por momentos, he olvidado el Evangelio y todas sus implicancias en mi vida. Sabía que la pandemia duraría bastante tiempo y, honestamente, mi corazón estaba desgastado. Me di cuenta de que no podía seguir viviendo junto a esta avalancha de interrogantes, sentimientos y pensamientos diarios; no era viable, me estaban dañando e incluso alejando del Señor. Así que, un día, decidí apagar las malas noticias, ponerle freno a esta forma autodestructiva de enfrentar nuestra realidad mundial y rendirme a Dios. Sedienta y agotada decidí cortar el círculo vicioso de miedo e inseguridad y correr al único lugar donde podía ir: a Dios mismo. Comencé a leer más la Palabra de Dios, a orar, a derramar mi corazón y, por fe (no por sentimientos), a refugiarme en Él. Entonces, empezó el cambio. Sentí una paz sobrenatural, mis emociones comenzaron a calmarse y volví a tener la certeza que proviene al confiar en el único Dios verdadero:
Prueben y vean que el Señor es bueno. ¡Cuán bienaventurado es el hombre que en Él se refugia! (Salmo 34:8). En Dios solamente espera en silencio mi alma; De Él viene mi salvación (Salmo 62:1). 
Quizás lo que les cuento les suena como una «fórmula mágica espiritual»: orar + leer la Biblia = paz y felicidad. Puede que se vean tentados a tomarlo de esa manera. Sin embargo, con Dios no podemos usar «fórmulas mágicas espirituales», ya que estas solo reflejan nuestro afán de querer seguir controlando la situación que nos aqueja, solo que ahora de una manera distinta. El único que produce un cambio genuino en nuestras vidas es Dios, al darnos un corazón verdaderamente rendido, disponible y enseñable; un corazón que, con dolor y dudas, reconoce quién dirige el timón. Buscar a Dios en oración y en su Palabra nos llevará a vivir aquello que hace todo el cambio en nuestras vidas y pensamientos: experimentar a Cristo. Este experimentar no significa grandes eventos celestiales ni ángeles a mi alrededor, sino que gracias a la obra de Cristo en la cruz, Dios puede, por su poder, amor y fidelidad, transformar un corazón atribulado en uno descansado y así dejar atrás meses de angustia al darnos una paz que claramente no proviene de ninguno de nosotros. Junto a Él, volví a creer que, sin importar lo que pasara a mi alrededor, estaba segura, porque Él estaba conmigo y su amor demostrado en la cruz me aseguraba esto. Solo el poder, la paz y el descanso que Dios da en medio de tanto ajetreo mental, puede producir un cambio radical en la manera en que enfrentamos la incertidumbre de la pandemia y sus variantes. Y será esto, finalmente, lo que sostendrá nuestros corazones durante todos los momentos que debamos afrontar en nuestra vida.
Me darás a conocer la senda de la vida; En tu presencia hay plenitud de gozo; En tu diestra hay deleites para siempre (Salmos 16:11). Me buscarán y me encontrarán, cuando me busquen de todo corazón (Jeremías 29:13).
Sí, amigos, esto sucede solo cuando vamos a Él. Mientras no lo busquemos, nuestro cristianismo será simple teoría, nuestra cabeza se llenará de información y seguiremos tratando de gobernar nuestras vidas. Nos haremos daño porque viviremos desde una identidad equivocada, nos agotaremos y, a largo plazo, estaremos abrumados. Es insostenible en el tiempo vivir como dioses pequeños, siempre nos pasará la cuenta, porque la autosuficiencia, a diferencia de lo que dice el mundo, trae consigo un alto grado de desesperanza, confusión, cansancio y tristeza de espíritu. Su Palabra nos invita a bajarnos de nuestros tronos de arena y esto significará arrepentimiento: «Por tanto, arrepiéntanse y conviértanse, para que sus pecados sean borrados, a fin de que tiempos de alivio vengan de la presencia del Señor» (Hch 3:19). Así que, en mis oraciones de regreso al Padre, me arrepentí, porque dentro de mi actuar había orgullo. Tú me dirás: «¿por qué orgullo? Todos estamos estresados con la pandemia». Sí, pero hay un punto de ese estrés o preocupación que saca a la luz el pecado que hay en nuestro interior. La preocupación excesiva revela nuestro intento fallido y obsesivo de querer gobernar nuestras vidas y de querer establecer nuestras propias verdades, las cuales terminan por dirigirlas. De cierta forma, al hacer esto decimos: «yo soy dios y mis pensamientos son más ciertos que la verdad de Dios. Mi corazón dice lo que es la verdad. Dios no es confiable, así que mientras no me sienta segura o no tenga todas las respuestas que necesito, no puedo bajar la guardia». Esto es orgullo: fortalecemos nuestros pequeños reinos y ninguneamos la grandeza y el amor de Dios demostrados en la cruz. Sin embargo, debo decirles que muchas veces no tendremos las respuestas que nos gustaría escuchar ante la tragedia, la muerte, la enfermedad y la injusticia. No obstante, como hijos amados, en vez de dejar que estos pensamientos dirijan nuestras vidas y pongan en duda a Dios mismo, podemos clamar en arrepentimiento a Dios por esto. Tras el arrepentimiento hay paz y descanso, porque volvemos a la cruz, donde una vez más, gracias al perdón de Dios en Cristo, podemos reconocer su gobierno, su paternal protección, su justicia y su bondad, mientras disfrutamos de nuestro lugar como hijos seguros, contenidos y amados.
Mientras callé mi pecado, mi cuerpo se consumió Con mi gemir durante todo el día. Porque día y noche tu mano pesaba sobre mí; Mi vitalidad se desvanecía con el calor del verano. (Selah) Te manifesté mi pecado, Y no encubrí mi iniquidad. Dije: «Confesaré mis transgresiones al Señor»; Y Tú perdonaste la culpa de mi pecado (Salmo 32:3-5). Por tanto, arrepiéntanse y conviértanse, para que sus pecados sean borrados, a fin de que tiempos de alivio vengan de la presencia del Señor, y Él envíe a Jesús, el Cristo designado de antemano para ustedes. (Hechos 3:19-20). 
Así que, en un mundo que muchas veces pareciera estar en caos, es Cristo y solo Cristo nuestra paz y nuestro descanso. La paz no la encontraremos cuando termine esta pandemia, la encontraremos en una persona y, de ese modo, la encontraremos frente a cualquier circunstancia que se nos presente, desde la más hermosa hasta la más dolorosa. Él es el camino, un camino sin atajos. Recuerda, no es solo pensar en Cristo, es ir y experimentar a Cristo, es experimentar y disfrutar lo que Él logró en la cruz por nosotros. Tendremos que humillarnos, pero ahí es donde Él hará el cambio en ti y en mí.
Bueno y recto es el Señor; Por tanto, Él muestra a los pecadores el camino. Dirige a los humildes en la justicia, Y enseña a los humildes su camino (Salmo 25:8-9). Humíllense, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que Él los exalte a su debido tiempo [...] (1 Pedro 5:6).
Entonces, ¿qué hago aquí? ¿Qué hago escribiendo sobre ir a Cristo un día a la vez? Quiero invitarlos, tal como me sucedió a mí, a que lo hagamos de manera sencilla, práctica y profunda. ¿Cómo? Acudamos una y otra vez a Dios. Reconozcamos frente a Él que, cada día, nuestro corazón quiere gobernar y controlar las circunstancias que nos atemorizan. Busquemos al Señor en honestidad y arrepentimiento con la total convicción de que gracias a lo que Cristo hizo en la cruz seremos recibidos, abrazados y restaurados en su presencia y por medio de su Palabra. Él es un Dios real, que transforma, que sana, que es capaz y que quiere darnos cada día su paz en medio de la pandemia y sus variantes. No hay atajos, ¿irás a Él?