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El temor y la soberanía de Dios
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El temor y la soberanía de Dios

«Dios tiene el control». Esta frase puede ser un maravilloso consuelo para quienes luchan con fobias comunes, temores naturales, o incluso terrores profundamente arraigados. Generalmente, el recuerdo de que Dios tiene el control produce un gran alivio. Sin embargo, hay veces en que la frase «Dios tiene el control» puede empeorar las cosas. Un cristiano aterrado puede ya haber luchado con el hecho de que Dios es soberano y haber llegado a la errónea conclusión de que Dios lo está castigando —o peor aun, que lo ha abandonado—. Detrás de un miedo y una ansiedad como esa no está probablemente la cuestión de si Dios tiene el control (una doctrina que la mayoría de los cristianos aceptaría con gusto), sino el por qué Dios permitiría que los cristianos sintieran duda y pavor. Estar consciente de que Dios es soberano puede no ser una fuente de alivio en todos los casos sino sólo otra fuente de duda, frustración, y temor. El temor puede causar eso, e incluso a los cristianos. Cuando se trata de confrontar nuestros temores a la luz de la soberanía de Dios, hay dos puntos a tener en cuenta. Primero debemos considerar aquellos pasajes bíblicos (hay muchos) que nos dicen lo que significa que Dios tenga «el control». Cuando tenemos una buena (o mejor) comprensión del control de Dios sobre todas las cosas, descubrimos que nada sucede al azar o fuera de la voluntad de Dios. El salmista nos recuerda: «Porque yo sé que el Señor es grande, y que nuestro Señor está sobre todos los dioses. Todo cuanto el Señor quiere, lo hace, en los cielos y en la tierra» (Sal 135:5-6). En Proverbios, leemos que la soberanía de Dios se extiende incluso a cosas aparentemente secundarias: «La suerte se echa en el regazo, mas del Señor viene toda decisión» (Pr 16:33). Se nos da esta información para recordarnos que no puede sucedernos nada fuera de la voluntad de Dios. Dios sabe cuando un gorrión cae del cielo, y si Él cuida de los gorriones, ¿cuánto más de nosotros? (Mt 6:26) Pablo nos dice que «para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien» (Ro 8:28), y Santiago declara: «Que nadie diga cuando es tentado: Soy tentado por Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal y Él mismo no tienta a nadie» (Stg 1:13). También añade: «Toda buena dádiva y todo don perfecto viene de lo alto, desciende del Padre de las luces, con el cual no hay cambio ni sombra de variación» (1:17). Dios no nos tienta (ni nos hace tener miedo), nos da todo lo bueno, y promete dirigir todo (aun nuestros temores) hacia nuestro bien. Esta breve lista de pasajes bíblicos nos recuerda que cualquiera de nuestros temores puede traer gloria a Dios, ser conducido por Él hacia nuestro bien último, y concedernos la confianza que necesitamos cuando tenemos temor. La Escritura calma nuestros temores recordándonos que Dios es nuestro Padre celestial que nos ama y nos cuida aun cuando tengamos miedo de Él o de sus propósitos soberanos. Él sigue amándonos aun cuando temamos que no lo hace. Lo segundo que debemos considerar es que, si hay alguien que creyó en la soberanía absoluta de Dios, ese fue Jesús. Los evangelios revelan que, aun cuando Él conocía anticipadamente el propósito de Dios y sabía que su sufrimiento culminaría en un triunfo glorioso sobre la muerte y el sepulcro, sintió temor y ansiedad ante la prueba de la cruz. El desenlace de su propio temor puede aliviar grandemente el nuestro. En Mateo 26:36-38, leemos: «Entonces Jesús llegó (…) a un lugar que se llama Getsemaní, y dijo a sus discípulos: Sentaos aquí mientras yo voy allá y oro. Y tomando consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse. Entonces les dijo: Mi alma está muy afligida, hasta el punto de la muerte; quedaos aquí y velad conmigo». Jesús también dijo: «El espíritu está dispuesto, pero la carne es débil». Luego oró: «Padre mío, si ésta no puede pasar sin que yo la beba, hágase tu voluntad» (vv. 41-42). En el relato de Lucas, se revela hasta qué punto Jesús tuvo temor: «Y estando en agonía, oraba con mucho fervor; y su sudor se volvió como gruesas gotas de sangre, que caían sobre la tierra» (Lc 22:44). El temor y la ansiedad no son necesariamente pecado —que Jesús estuviera ansioso antes de sufrir en la cruz lo demuestra—. Temer al dolor o al peligro es completamente natural. Sin embargo, en medio de la ansiedad del Getsemaní, Jesús confió en que los ojos de su Padre lo acompañarían al atravesar la horrible prueba que vendría. Jesús puede sudar gotas de sangre, pero bebe la copa de la ira para salvarnos de nuestros pecados. Increíblemente, cuando tenemos miedo Jesús es un ejemplo para nosotros, y su sufrimiento y muerte quitan cualquier culpa que podamos tener por dudar de las promesas de Dios o temer su proceder y propósitos. Jesús murió por todos nuestros pecados, incluyendo el temor pecaminoso. Y aun mejor, tenemos un gran sumo sacerdote, que nunca duerme ni se aletarga, y que sabe cómo es para nosotros experimentar temor y ansiedad. Es a Jesús a quien oramos cuando tenemos temor, y es Él quien ora por nosotros cuando nosotros oramos a Él (He 4:14-16). A esto nos referimos cuando decimos que «Dios tiene el control».
Este artículo fue originalmente publicado por Ligonier Ministries en esta dirección.
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Apocalipsis, un libro para todas las épocas
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Apocalipsis, un libro para todas las épocas

El libro de Apocalipsis es el último libro de la Biblia y completa el canon del Nuevo Testamento. Es la última palabra de Jesucristo para su iglesia. Este hecho, que se pasa fácilmente por alto, sugiere que Apocalipsis es una de las cartas más prácticas e importantes del Nuevo Testamento. Escrito, probablemente, casi al final del siglo I, Apocalipsis llega en la forma de una carta circular dirigida a siete iglesias del Asia Menor. Sin embargo, es mucho más que una simple carta: el contenido de este libro es profético (describe el curso de la historia humana en términos altamente simbólicos) y su estilo es apocalíptico. Como es típico de la literatura apocalíptica judía, Apocalipsis está lleno de imágenes de criaturas misteriosas y símbolos dramáticos, y usa los números para expresar importantes puntos teológicos. En toda la Biblia, no hay otro libro como este. Puesto que Apocalipsis es de naturaleza simbólica y contiene temas e imágenes apocalípticas, muchos se han visto tentados a usar este extraordinario libro como un trampolín para toda clase de interpretaciones fantasiosas. Tristemente, aunque Juan advierte a sus lectores que está escribiendo a las iglesias mencionadas en 1:4 para revelar lo que Dios «dio para mostrar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto» (v. 1), y aunque —justo después— también afirma que el tiempo de estos eventos «está cerca» (v. 3), los cristianos pasan frecuentemente por alto estas vitales declaraciones que establecen el contexto de la carta. A lo largo de la historia de la iglesia, los cristianos han asumido comúnmente que Juan escribió esta carta para revelar el significado oculto de aquellas guerras y tragedias que, en la providencia de Dios, ocurren a través de la historia. Este enfoque sincero pero descaminado ha llevado a muchos a acercarse al Apocalipsis usando el lente de los eventos actuales en lugar de verlo como lo que realmente es: un comentario de origen divino sobre temas no resueltos en el Antiguo Testamento que luego son interpretados por Jesús y los apóstoles. Apocalipsis no es una guía práctica para explicar las noticias de la tarde; en lugar de eso, es un comentario sobre el Antiguo Testamento a la luz de la persona y la obra de Jesucristo, figura central del Apocalipsis. Sabemos que esto es así porque los símbolos y números usados a lo largo del libro provienen del Antiguo Testamento y son expuestos contra el trasfondo de las circunstancias enfrentadas por las siete iglesias del siglo I. Muchos de nuestros contemporáneos creen que Apocalipsis se dirige primordialmente a quienes viven los tiempos del fin, e interpretan el libro como un texto esencialmente profético. Para estos intérpretes, Apocalipsis, supuestamente, predice el surgimiento de tecnologías militares modernas que la gente del siglo I no podría haber concebido (por ejemplo, las langostas mencionadas en el capítulo 9 serían imágenes proféticas de helicópteros); describe un resurgimiento del Imperio Romano (con Nicolás Carpatia, en las novelas Dejados Atrás); prevé terremotos, tsunamis, y hambrunas específicas; y revela el surgimiento de diversos dictadores e imperios. Es por esto que el libro de Apocalipsis se ha ganado la reputación de ser esotérico y difícil de interpretar y entender. Se piensa que sólo quienes son capaces de unir las imágenes apocalípticas del libro con los eventos actuales lo entienden correctamente. Sin embargo, Juan mismo nos dice que este no es el caso. Las siete iglesias del Asia Menor recibieron esta extraordinaria visión en algún momento antes del fin del siglo I. Fue enviada a cristianos de siete iglesias históricas. Eran creyentes que enfrentaron una horrible persecución e incluso la muerte a manos de las autoridades romanas porque honraban a Jesús como Señor y se negaban a darle el mismo título a los Césares. Adoraban al Dios vivo y verdadero que se reveló en Jesucristo, no a los dioses falsos que eran adorados en los templos presentes en prácticamente cada una de las ciudades del mundo mediterráneo del primer siglo. Este libro fue escrito para dar esperanza y consuelo a un pueblo sufriente y perseguido. No obstante, tal como las cartas de Pablo a las iglesias del siglo I en Roma o Corinto, el libro de Apocalipsis también habla al pueblo de Dios durante el período que va desde el primer advenimiento de Cristo hasta su segunda venida. Hasta que Jesucristo regrese, el pueblo de Dios deberá hacer frente a las mismas cuestiones que las siete iglesias del Asia Menor. Aunque el libro tiene elementos proféticos y usa imágenes apocalípticas, no predice el futuro con la clase de especificidad que la gente equivocadamente busca. Apocalipsis nos dice que el pueblo de Dios enfrentará al Dragón, la Bestia, y el Falso Profeta —una imitación de la Trinidad compuesta por el estado satánicamente potenciado y su líder auto-deificado—. Sin embargo, pese a toda la miseria que esta Trinidad profana ocasiona al pueblo de Dios a través del tiempo, finalmente Jesucristo liberará a su pueblo. Aunque no se suele pensar en Apocalipsis como un libro «práctico», es indudablemente uno de los libros más prácticos de todo el Nuevo Testamento. Puesto que es el último libro del canon, el Apocalipsis sirve como la culminación de toda la revelación bíblica previa. Quienes conocían el Antiguo Testamento sabían dónde hallar la explicación de las imágenes y los símbolos de Apocalipsis. El libro es la palabra final de Dios para su pueblo y ata todos los cabos sueltos de la historia redentiva. De hecho, se promete una gran bendición a quienes «guardan las palabras de la profecía de este libro» (22:7) mientras que, quienes le añaden o le quitan, son amenazados con las maldiciones del pacto (22:18-19). Cuando es visto bajo esta luz, Apocalipsis es muy práctico, pero no porque la visión dada a Juan trace el curso de la historia humana con una gran especificidad, sino porque el libro deja muy claro al pueblo de Dios que, pese a los altibajos de la historia humana, finalmente Jesucristo y su iglesia triunfarán. El libro de Apocalipsis fue dado al pueblo de Dios para establecer un asunto crucial: Jesucristo destruirá a Satanás y a todos sus secuaces. Jesús establecerá un cielo nuevo y una tierra nueva, y el Cordero y su pueblo reinarán por siempre. Conocer el resultado final de la historia redentiva tiene el propósito de dar al pueblo de Dios un gran consuelo en tiempos de prueba, y pretende, además, motivarnos a llevar el evangelio de Jesucristo hasta los confines de la tierra. Sin embargo, sólo obtendremos estas bendiciones si leemos el libro de la forma correcta y por las razones correctas: en su centro de atención debemos mantener a Jesucristo y no la especulación sobre los eventos actuales.
Este artículo fue originalmente publicado por Ligonier Ministries en esta dirección.