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Sí, bueno, pero ¿y las Cruzadas?
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Sí, bueno, pero ¿y las Cruzadas?

Ya han pasado casi mil años y los cristianos aún no logramos subsanar lo de las Cruzadas. Sin importar cuántas veces Billy Graham aparezca en la lista de los más admirados, seguiremos teniendo que lidiar con ellas. Quizás el presidente Obama hizo una comparación moral algo torpe cuando, refiriéndose a quienes hoy denuncian al Estado Islámico, nos alentó a ser humildes a la luz de las Cruzadas, pero solo estaba expresando lo que muchos norteamericanos (incluidos muchos cristianos) han articulado antes. ¿Recuerdas esos confesionarios falsos, allá por el 2000, en que los cristianos pedirían perdón por las Cruzadas a los no cristianos? Si en nuestra historia colectiva hay algo por lo cual jamás pediremos suficiente perdón, es la historia de las Cruzadas.

Sin embargo, pese a todo lo que las hemos lamentado, ¿cuántos podrían decir más que un par de frases sobre ellas? ¿No sería sabio conocerlas al menos un poco antes de tomarlas prestadas para graduarnos con excelencia en autorrecriminación? Hace algunos años conseguí una copia de The New Concise History of the Crusades [Nueva Historia Concisa de las Cruzadas], de Thomas F. Madden, profesor de historia en la Universidad de Saint Louis. Es un libro fascinante. Se lo recomendaría a cualquiera que desee saber más pero no demasiado (tiene solo 225 páginas).

¿De qué estamos hablando? 

Las Cruzadas fueron una serie de expediciones militares llevadas a cabo a lo largo de varios siglos, desde la Primera Cruzada, en 1096, hasta el final de la Quinta, en 1221, y continuando de manera más esporádica hasta la Reforma. El término «Cruzada» no es una palabra medieval, sino moderna. Viene de crucesignati («los que llevan el signo de la cruz»), un término usado ocasionalmente después del siglo XII para referirse a quienes hoy llamamos «cruzados». Al contrario de lo que se piensa comúnmente, las Cruzadas no empezaron como una guerra santa con la misión de convertir a los paganos por medio de la espada —de hecho, muy pocos cruzados percibieron su misión en términos evangelísticos—. El propósito inicial de las Cruzadas, y el objetivo militar principal durante la Edad Media, fue muy simplemente reclamar los territorios cristianos capturados por los ejércitos musulmanes. El concepto popular de los cruzados bárbaros, ignorantes, crueles y supersticiosos que atacaban musulmanes pacíficos y sofisticados proviene en gran parte de la novela de Sir Walter Scott El talismán (1825) y la Historia de las Cruzadas publicada por Sir Steven Runciman en tres volúmenes (1951-54). Esta última concluye con el famoso resumen que actualmente la mayoría comparte: «La propia Guerra Santa no fue más que un extenso acto de intolerancia cometido en el nombre de Dios, lo cual es el pecado contra el Espíritu Santo».  Scott y Runciman contribuyeron ampliamente a dar forma a una visión completamente negativa de las Cruzadas, pero no es como si hubieran carecido de material para ello. A menudo las Cruzadas fueron bárbaras y dieron origen a fracasos espectaculares. Niños murieron innecesariamente, coaliciones se fragmentaron repetidas veces, y judíos fueron a veces perseguidos sin piedad. Ciudades antiguas fueron saqueadas en forma imprudente, y ocasionalmente (por ejemplo, en la Cruzada Wendish), los infieles fueron forzados a convertirse o morir mientras que a los cruzados portadores de espadas se les garantizó inmortalidad. En breve, muchos de los cristianos que fueron a la guerra bajo el símbolo de la cruz se condujeron como si no hubiesen sabido nada del Cristo de la cruz. Pero esa no es la historia completa. Las Cruzadas son también la historia de miles de hombres, mujeres y niños piadosos que sacrificaron tiempo, dinero y salud para recuperar tierras santas en países distantes invadidos por musulmanes. Los cristianos de Oriente habían sufrido intensamente a manos de los turcos y los árabes. Lo apropiado, a ojos de los creyentes medievales, era ir en ayuda de sus compañeros cristianos y recuperar las tierras y bienes que les pertenecían.

No fueron lo que se podría pensar 

Muchos cruzados fueron caballeros (acompañados de sus familias) que dejaron tierras y títulos porque vieron su viaje al Medio Oriente como un acto de piedad: un peregrinaje a Jerusalén, centro de la tierra y de su mundo espiritual. Sin duda, los cruzados podían ser arrogantes y salvajes, pero también podían ser piadosos, compasivos (p. ej. los Hospitalarios) y valerosos. Y no siempre fracasaron. La Primera Cruzada, a diferencia de la mayoría de las demás, realmente funcionó. Contra todos los pronósticos, un díscolo grupo de cristianos avanzó desde la Europa Oriental hasta el Medio Oriente y conquistó dos de las ciudades mejor defendidas del mundo (Antioquía y Jerusalén). Su triunfo fue nada menos que extraordinario, y para los cruzados, fue una señal de nada menos que la intervención de Dios en la restauración de su ciudad a su pueblo. Un popular poema del siglo XV captura el latido del espíritu cruzado: 
Siglo quince / Nuestra fe fue fuerte en el Oriente / Gobernó por toda Asia / En tierras árabes y en África / Pero ahora, para nosotros, esas tierras ya no existen / Entristecería aun a la roca más dura… Perecemos uno y todos en el sueño / El lobo ha entrado al establo / Y roba las ovejas de la Santa Iglesia / Mientras el pastor duerme / Cuatro hermanas de nuestra iglesia encontrarás / Son de clase patriarcal / Constantinopla, Alejandría / Jerusalén y Antioquía / Pero han sido abandonadas y saqueadas / Y pronto la cabeza será atacada.
Es legítimo deplorar la crueldad impuesta por los cristianos cruzados, pero no deberíamos ignorar su grave situación. Las tierras cristianas habían sido capturadas. Indudablemente, pensaron ellos, esto no puede continuar. Para un norteamericano, sería como si Al-Qaeda hubiera saqueado Washington D.C. luego del 11/9, hubiera puesto a Bin Laden en la Casa Blanca y hubiera convertido el monumento a Lincoln en un centro de entrenamiento terrorista. Sería impensable, o incluso cobarde, que nadie asaltara la ciudad, liberara a los cautivos y devolviera la capital de nuestra nación a sus legítimos dueños. Jamás deberíamos excusar las atrocidades que ocurrieron bajo la bandera de la cruz durante las Cruzadas, pero deberíamos, al menos, hacer una pausa para entender por qué decidieron iniciar esta infructuosa empresa. También deberíamos resistir la tentación de culpar a las Cruzadas por el extremismo musulmán del presente. Esto no significa que las Cruzadas carezcan de peso en la conciencia islámica: el punto es que no siempre fue así. Las Cruzadas siempre fueron una gran cosa en el Occidente cristiano, pero para los musulmanes, aun en el siglo XVII, fue simplemente otro inútil intento de los infieles por detener la inevitable expansión del Islam. Desde la época del profeta Mahoma hasta la Reforma, los musulmanes conquistaron tres cuartos de las tierras cristianas. Una vez que los musulmanes se unieron bajo Saladino, los cruzados, divididos, no fueron rival para los ejércitos islámicos. Las Cruzadas no fueron un factor importante en la conformación del mundo islámico: fueron simplemente otro inútil intento de bloquear la expansión del Islam. El término usado para hablar de las Cruzadas, harb-al-salib, solo se introdujo en el lenguaje árabe a mediados del siglo XIX, y la primera historia árabe de las Cruzadas se escribió recién en 1899. Puesto que las Cruzadas fracasaron, simplemente no fueron muy importantes para los musulmanes. Sin embargo, todo esto empezó a cambiar cuando las naciones europeas colonizaron naciones musulmanas, y llegaron con sus escuelas y textos de estudio que aclamaban a los gallardos cruzados y los heroicos caballeros que intentaron llevar el cristianismo y la civilización al Medio Oriente. Al igual que en los deportes, la guerra y la vida en general, cuando estás ganando, no te importa quién está perdiendo; pero cuando estás perdiendo, es muy importante quién te está venciendo.

Un poco de cautela puede hacer una gran diferencia

La idea de este artículo no es que nos convirtamos en admiradores de las Cruzadas, sino que tengamos más cuidado al denunciarlas. Nosotros luchamos por los estados nacionales y la democracia; ellos lucharon por la religión y las tierras santas. Sus razones para hacer la guerra nos parecen incorrectas, pero no más de lo que las nuestras les parecerían incorrectas a ellos. Madden escribe:
Es muy fácil para la gente moderna rechazar las Cruzadas como algo moralmente repugnante y necesariamente maligno. Tales juicios, sin embargo, nos dicen más sobre los observadores que sobre lo que se observa. Se basan en valores únicamente modernos (y, por lo tanto, occidentales). Si desde la seguridad de nuestro mundo moderno condenamos rápidamente al cruzado medieval, debemos tener conciencia de que él nos condenaría con la misma rapidez. Las guerras infinitamente más destructivas que hemos llevado a cabo por ideologías políticas y sociales, serían, en su opinión, desperdicios lamentables de vidas humanas. En ambas sociedades, tanto en la medieval como en la moderna, las personas luchan por lo que más aprecian. Es un hecho de la naturaleza que no puedes cambiar fácilmente.
Después de todo, quizás hay algo que los cruzados pueden enseñarnos. Quizás su ejemplo puede forzarnos a examinar lo que consideramos más preciado. En nuestro país puede ser la libertad, la democracia, y una paz sostenida con mucho esfuerzo en un mundo de terror. En la iglesia, las prioridades serían diferentes. Estamos en una batalla y el Maestro nos ha llamado a luchar; no con las armas del mundo, sino con la palabra de Dios y la oración; no contra nuestros semejantes, sino contra el mundo, la carne y el diablo. Algunas cosas merecen que luchemos; algunas merecen que muramos. ¿Nuestra tierra? Quizás. ¿Nuestro Señor? Siempre. Que nuestra lucha, por tanto, sea valiente, nuestro sufrimiento, con determinación, y nuestra estrategia, la de Cristo, quien triunfó sobre el enemigo, pero no quitando vidas sino dando la suya.
Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Usado con permiso
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El siervo de Dios no debe ser rencilloso
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El siervo de Dios no debe ser rencilloso

El pastor tiene la difícil tarea de ser una persona que no discute y que sabe cómo formular buenos argumentos. Él debe ser valiente por la verdad y un pacificador, un hombre que sostiene la verdad sin ser conflictivo. O como el apóstol Pablo le dice a Timoteo: «El siervo del Señor no debe ser rencilloso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido. Debe reprender tiernamente a los que se oponen» (2Ti 2:24-25a). No debemos malinterpretar el mandamiento contra ser rencilloso. Claramente, tanto por precepto como por ejemplo, Pablo no imaginó al pastor ideal como un capellán amable, suave, pasivo en cierta forma, universalmente agradable y levemente espiritual. Después de todo, en la misma oración en la que él le exige a Timoteo que no sea rencilloso, él también enfatiza que hay mal en el mundo y que el pastor debe corregir a sus oponentes. No toda controversia es mala. Las epístolas pastorales están llenas de advertencias contra los falsos maestros (1Ti 6:3; 2Ti 2:17-18). Al centro del pastoreo fiel se encuentra el ministerio de la exhortación y reprensión (Tit 1:9; 2:15). La doctrina no es el problema; el desacuerdo ni siquiera lo es. Hay cosas por las que vale la pena luchar; hay rencillas que buscar. Quedarse fuera de la pelea no es siempre la mejor parte de la valentía.

Un tiempo para la paz

Pero a menudo lo es. En Tito 3, Pablo instruye a los pastores a evitar cuatro tipos de disputas: «controversias necias, genealogías, contiendas y discusiones acerca de la ley» (v. 9). No sabemos exactamente lo que Pablo tenía en mente con cada una de esas categorías, pero podemos reconstruir una idea general.
  • Las controversias necias involucran mitos ridículos e irreverentes (1Ti 4:7), disputas sobre el folklore judío (Tit 1:14) y relatos contradictorios de la supuesta ciencia (1Ti 6:20).
  • La prohibición de las genealogías no significa que sea incorrecto seguirle el rastro a tu árbol genealógico, sino que es incorrecto si lo estás haciendo para demostrar un motivo de orgullo o especular sobre tu pasado (1Ti 1:4-6).
  • Las contiendas, probablemente, tienen que ver con personas divisivas a quienes les encantan las preguntas más que las respuestas (Tit 3:10-11).
  • Finalmente, las disputas sobre la ley que deben evitarse son aquellas «sin provecho y sin valor» (v. 9).
Es difícil leer las epístolas pastorales sin notar dos exhortaciones mayores para el ministerio de los aprendices de Pablo: (1) el pastor no debe temerle a las batallas, y (2) no deben gustarles mucho. La mayoría de los ministros en la amplia tradición reformada creerán firmemente en proteger el buen depósito de la fe (2Ti 2:14); y eso está bien. Demasiado a menudo, dejamos pasar el tema igualmente importante de que el pastor que ama la controversia constante es un pastor que probablemente no ama bien a su congregación.

Lo evitable

Las epístolas pastorales constantemente advierten sobre un anhelo poco saludable por las rencillas (1Ti 1:4-6; 4:7; 6:4, 20; 2Ti 2:14, 16, 23; 4:4; Tit 1:14; 3:9-11). Aunque no conozcamos con precisión cuáles eran los problemas en Éfeso y Creta, muchas palabras y frases clave nos dan una buena idea de qué evitar. Las controversias necias involucran «genealogías interminables», «especulaciones», «palabrerías», «vanas discusiones», debates que son «irreverentes» y «ridículas», discusiones sin provecho y «discusiones sobre palabras». Estas son «sin valor» en el mejor caso y, en el peor, conducirán a las personas a «más y más impiedad». Podríamos resumir diciendo que las rencillas que debemos evitar tienen una o más de estas características:
  1. No tienen respuestas reales: esto es, la controversia es completamente especulativa. No hay manera posible en que se pueda obtener una respuesta, o ni siquiera es claro que les importe llegar a una conclusión a quienes están involucrados en la discusión.
  2. No tiene sentido real: las rencillas estúpidas producen más controversia que ayuda. Provocan envidia, difamación y desconfianza (1Ti 6:4). Son riñas ridículas, peleas sobre palabras cuando ningún asunto doctrinal importante está en riesgo (2Ti 2:14, 23).
  3. No hay descanso real: hay algunos pastores que solo saben funcionar en tiempos de guerra; nunca han aprendido cómo liderar a las personas en paz. El pastor que entra a cada sermón, a cada reunión de ancianos y a cada jaleo de Internet con una granada amarrada a su pecho es un peligro para sí mismo y para otros.
  4. El real ganador es quien dice «la verdad», no la verdad. Lo que todas las controversias necias tienen en común es que el argumento se trata menos de la verdad y de la piedad y más de ser aclamado como un campeón piadoso de la verdad. Antes de entrar en polémica, haríamos bien en hacernos preguntas como:
  • «¿Es mi principal motivación impresionar a mis amigos o hacer que la Palabra de Dios sea digna de admiración?».
  • «¿Quiero molestar o avergonzar a mis enemigos o quiero persuadirlos?».
  • «Si la verdad triunfa, ¿me importa quién se lleva el crédito?».
Cuando las controversias inflan en lugar de construir, la Biblia las llama «vanas» o «irreverentes». Una vez que la batalla haya terminado, nadie está más cerca de Dios o de la piedad. La iglesia no es más santa ni más feliz. En las controversias necias, el resultado final es que te sientes mejor respecto a ti mismo y (esperas) que otros se sientan mejor respecto a ti. Sin duda, este no es el punto de toda controversia. «Vuelve otra vez a la batalla» es un llamamiento necesario para el ministro del Evangelio. El cargo de pastor no es para pastores que quieren mantener su uniforme limpio. Sin embargo, eso no significa que debamos ser los que lanzamos la mugre. Se requiere valentía, no un espíritu rencilloso.
Este recurso fue publicado originalmente en 9Marks.
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La preocupación pastoral
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La preocupación pastoral

Siempre me pareció que 2 Corintios 11:28 era un versículo extraño, hasta que me convertí en pastor. Aquí está Pablo, recitando de un tirón todas las maneras en las que él había sido golpeado a causa de Jesús: encarcelamiento, azotes, varas, apedreamiento, naufragios, a la deriva en el mar, noches de desvelo, hambre y sed, frío y desnudez, peligro de todos en todas partes (vv. 23-27). Entonces, como guinda del pastel, Pablo menciona una prueba más: «Además de tales cosas externas, está sobre mí la presión cotidiana de la preocupación por todas las iglesias» (v. 28). Este es el poderoso apóstol, el que contaba como gozo «gastar[...] lo [suyo], y aun [él] mismo [...] gastar[se]» (12:15), el que estaba triste, pero siempre alegrándose (6:10). Este es el Pablo que enfrentó cada inimaginable oposición y, sin embargo, aprendió a estar contento (Fil 4:11) y a no preocuparse por nada (4:6). Y aquí está él admitiendo que incluso con todo lo que ha soportado, aún siente la preocupación por todas las iglesias. Desde que me convertí en pastor, he encontrado un inusual consuelo en este versículo. No es que haya logrado lo que Pablo logró o que haya sufrido lo que Pablo sufrió, sino que cada ministro ferviente siente esta carga por la iglesia. Y Pablo tenía muchas iglesias para cargarlo. Las iglesias estaban llenas de luchas internas y murmuraciones. Soportaban la falsa enseñanza. Por un lado, tendían al legalismo y, por otro, al completo caos. Algunos de los miembros de la iglesia transformaban asuntos insignificantes en unos demasiado importantes, mientras que otros estaban demasiado dispuestos a transar los fundamentos cristianos. Pablo amaba a estas iglesias y sus luchas lo cargaban más que el naufragio o el encarcelamiento. Antes de profundizar más, permíteme ser claro: no creo que los pastores sean los únicos que tienen cargas. En muchas maneras, tenemos el mejor trabajo de todo el mundo. Sin duda, la mayoría de los días, me siento sumamente agradecido por hacer lo que hago. No es mi interés comparar la dificultad del ministerio pastoral con las dificultades de otras vocaciones. Todo lo que quiero hacer es animar a los pastores a seguir dando la buena batalla y animar a las congregaciones a seguir animando a sus pastores. No me sorprende que Pablo haya sentido una presión diaria por las iglesias. Su trabajo nunca pareció detenerse. Él tenía que escribir cartas, hacer visitas y recolectar ofrendas para los santos en Jerusalén. Tuvo que enviar una que otra persona y lidiar con los asuntos de sus iglesias a distancia. Tenía que responder a un sinnúmero de críticas, a menudo críticas en conflicto. Algunas personas pensaban que él era demasiado duro; otros decían que era demasiado débil. Algunas personas en sus iglesias eran ascéticos y pensaban que Pablo era mundano. Otros eran promiscuos y pensaban que Pablo era demasiado exigente éticamente. Cuestionaban sus credenciales. Lo comparaban negativamente con los apóstoles originales. Pensaba que era aburrido en comparación con los falsos apóstoles. No les gustaba su estilo de predicación. No les gustaba su disciplina. Algunos días, ya no les gustaba más Pablo. Todo esto por el hombre que los llevó a Cristo, que los amó como un padre, que rechazó su dinero y que arriesgó su vida por su bien espiritual. Con razón, para Pablo no había un peso igual que el de preocuparse por el pueblo de Dios. Pregúntale a cualquier pastor que tome realmente en serio su trabajo y él te contará las presiones que siente en el ministerio: personas en crisis, personas yéndose, personas llegando, personas desilusionadas por él. En medio de su trabajo, el pastor está intentando encontrar tiempo para el estudio, la oración, la preparación y la familia. Él está intentando mejorar, entrenar nuevos líderes, no salirse del presupuesto, conocer algunos misioneros, defender ministerios importantes, proveer para una adoración profunda y accesible, ser receptivo a nuevas ideas, escuchar nuevas preocupaciones y estar listo para ayudar cuando las personas están en problemas. Y la mayoría de los pastores sienten una carga por todas las otras cosas que podrían estar haciendo: más evangelismo, más para los pobres, más para las misiones, más para abordar preocupaciones globales y más para abordar preocupaciones sociales. Hay pastores que están leyendo esto que se preguntan si la iglesia aún es receptiva a su predicación; si los líderes alguna vez serán receptivos a su liderazgo; y si la congregación alguna vez crecerá como las iglesias de las que tanto escucha. Como si fuera poco, cada pastor tiene sus propios dolores personales, sus propios errores y su propia salud espiritual de la que ocuparse. Todos somos débiles. No obstante, anímate. Dios usa al débil para avergonzar al fuerte (1Co 1:27). Su gracia es suficiente para ti; su poder es perfeccionado en la debilidad (2Co 12:9). Por el nombre de Cristo, entonces, conténtate en las debilidades, en los insultos, en las dificultades, en las persecuciones y en las calamidades. Puesto que cuando eres débil, entonces eres fuerte (v. 10). Pablo tuvo presión. Tú tienes presión también. Pero Dios puede manejar la presión y Él se ve bien cuando tú no puedes.
Este artículo fue originalmente publicado por Ligonier Ministries en esta dirección.
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Por qué necesitamos pastores-teólogos en la iglesia
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Por qué necesitamos pastores-teólogos en la iglesia

Comencemos con las advertencias. Cuando digo pastores-teólogos no me refiero a un pastor-erudito que tiene un pie en lo académico, y el otro, en la iglesia. No me refiero a un pastor-experto que regularmente comenta las noticias del día desde una perspectiva cristiana. No me refiero a un pastor-escritor que publica artículos, blogs y libros. Todos estos ejemplos pueden ser un tipo de pastor-teólogo y, en ese sentido, todos pueden ser buenos y necesarios. Como alguien que incursiona en todas estas cosas, yo sería la última persona en decir que no necesitamos pastores que estén involucrados en lo académico, la erudición y la publicación. Sin embargo, eso no es a lo que me refiero por pastor-teólogo. Lo que tengo en mente es más simple, más explícitamente bíblico y, en consecuencia, más importante. Cuando digo que necesitamos más pastores-teólogos en la iglesia, quiero decir que todo pastor debe conducir su ministerio con miras a declarar la verdad teológica, identificar el error teológico y discipular a su congregación para que esté teológicamente bien informada y para que se pueda expresar correctamente.

UNA VISIÓN BÍBLICA

Esta visión del ministerio pastoral no es el sueño imposible de los cerebritos reformados. Es el tipo de liderazgo pastoral establecido en la Escritura. Para comenzar, considera que pastor solo es otra palabra para pastor de ovejas. Los pastores de ovejas eran individuos rudos, responsables de ejercer una valiente compasión y una suave autoridad. El trabajo de un pastor de ovejas era proteger al rebaño, alimentarlo, disciplinarlo y guiarlo tanto en tiempos de tranquilidad como de pruebas (ver Salmos 23:1-3; Juan 10:1-15). El anciano o el obispo era el encargado de defender al rebaño de los lobos, al enseñarle todo el consejo de Dios y al negarse a alterar su Palabra (Hch 20:17-31). Ese es el trabajo de un pastor-teólogo. Tienes que ser un pastor bien entrenado y profundamente teológico para enseñar a diario en la escuela de Tirano por dos años (19:9) e instruir y amonestar a tus líderes cada noche por tres años (20:31). Luego tenemos las epístolas pastorales. A juzgar por las instrucciones de Pablo a Timoteo y a Tito, el ministerio pastoral no se puede reducir a entregar compasión desde un corazón amoroso  e inspiración moral. Solo tenemos que examinar la primera carta a Timoteo. Pablo nos dice que el objetivo de la responsabilidad pastoral es el amor que proviene de un corazón puro, de una buena conciencia y de una fe sincera (1Ti 1:5). ¿Qué implica este amor? Implica advertir a aquellos que se han desviado de la verdad y han hecho naufragar su fe (1:6, 19). Significa ser capaz de enseñar (3:2). Significa ser un buen siervo de Cristo Jesús, instruido en las palabras de la fe y de la buena doctrina (4:6). Significa dedicarse a leer la Biblia, a exhortar y enseñar (4:13). Significa persistir en la verdad y denunciar a aquellos que enseñan una doctrina diferente y no se conforman a la sana enseñanza (6:2-3). El pastor-teólogo guarda el tesoro que se le ha encomendado (6:20).

TEOLÓGICO HASTA LA MÉDULA

No son solo los detalles de 1 y 2 Timoteo y Tito los que subrayan la importancia de los pastores-teólogos en la iglesia. Si damos un paso al costado para ver el panorama completo, veremos que la naturaleza misma del ministerio del Evangelio es ineludiblemente teológica. 1. Dios se nos ha revelado en su Palabra y nos ha dado su Espíritu para que podamos entender su revelación Obviamente, no necesitas entender cada tema en la Escritura para ser cristiano. Dios es misericordioso al salvarnos a todos nosotros aun cuando haya muchos vacíos en nuestro entendimiento. Sin embargo, si tenemos una Biblia que podemos leer, y una increíble provisión de libros y recursos en un idioma que también podemos entender, ¿por qué no desearíamos comprender la autorrevelación de Dios tanto como nos sea posible? Teología significa conocer más de Dios y los pastores son un regalo para ayudarnos en este viaje ascendente. 2. El Nuevo Testamento confiere un alto valor al discernimiento de la verdad del error Hay un depósito de verdad que debe ser protegido. La enseñanza falsa debe ser considerada inaceptable. La buena enseñanza debe ser promovida y defendida. Este no es el fervor de algún seminario tipo torre de marfil en alguna parte, sino el de los apóstoles y del Señor Jesús mismo, quien elogió a la iglesia en Éfeso por no tolerar a los falsos maestros y por aborrecer las obras de los nicolaítas (Ap 2:2, 6). 3. Los mandamientos éticos del Nuevo Testamento se basan en proposiciones teológicas Muchas de las cartas de Pablo tienen una doble estructura. Los primeros capítulos exponen la doctrina y los últimos nos exhortan a la obediencia. Ambas están siempre conectadas. Es en vista de las misericordias de Dios y todas las cuantiosas realidades teológicas de Romanos 1-11 por las que somos llamados a dar nuestra vida como sacrificio vivo en Romanos 12. Así es, ortopraxia como ortodoxia. No podemos hacer lo segundo sin haber examinado lo primero. El discipulado depende de la doctrina. 4. Las categorías teológicas nos permiten regocijarnos más plena y profundamente en la gloria de Dios Las verdades simples son maravillosas. Es bueno cantar: «Cristo me ama, bien lo sé». Cuando lo cantas con fe sincera, el Señor se complace. Pero también se complace cuando cantamos y oramos sobre quién es Jesús, de qué manera nos ama y por qué sabemos que esto es verdad. Si podemos regocijarnos en la simple verdad del amor de Jesús por los pecadores, cuánto más nos regocijaremos cuando podamos glorificar la obra completa de Cristo, descansar en su exhaustiva providencia, maravillarnos de su infinidad y eternidad, deleitarnos en su santidad, meditar en su Trinidad y unicidad, y asombrarnos de su omnisciencia y omnipotencia. Estas categorías teológicas no están concebidas para darnos cerebros más grandes, sino para que tengamos corazones más grandes y mejores ojos para ver y saborear quién es Dios y lo que ha hecho. El discipulado depende de la doctrina.

CONCLUSIÓN

Si te atrae la visión de pastores-teólogos en la iglesia, déjame animarte que no necesariamente necesitas otro grado académico (aunque la capacitación es importante) y, ciertamente, no necesitas ser un intelectual público o un académico altamente respetado (aunque también tenemos necesidad de ellos). Lo que tú y yo necesitamos es muy simple, aunque es más fácil decirlo que hacerlo. Necesitamos cultivar hábitos de la mente (leyendo libros), cultivar hábitos del corazón (creciendo en oración, estando abiertos a la corrección y teniendo el valor de vivir según nuestras convicciones) y cultivar hábitos del tiempo (diciendo no a las cosas buenas para decirle a lo superior). Este no es el ministerio que las iglesias siempre piensan que quieren, pero es lo que necesitan con desesperación y es lo que mis colegas pastores y yo debemos esforzarnos por llegar a ser.
Este recurso fue publicado originalmente en 9Marks. Traducción: Marcela Basualto
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Cinco maneras de asegurarnos de que nuestras almas no sean estranguladas por las pantallas
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Cinco maneras de asegurarnos de que nuestras almas no sean estranguladas por las pantallas

1. Cultiva un recelo sano hacia la tecnología y el «progreso»
La tecnología mejora nuestras vidas de muchas maneras, así que no estoy sugiriendo que renunciemos a todo lo que tenga un interruptor de encendido/apagado (aunque eso haría muy felices a tus auxiliares de vuelo). Sin embargo, nos vendría bien un poco más de «distancia» de la tecnología, un poco más de conciencia de que había una vida antes de las últimas innovaciones y que puede haber una vida sin ellas. La advertencia de Neil Postman es sabia: la tecnología «nunca debe ser aceptada como parte del orden natural de las cosas». Debemos entender que «toda tecnología —desde una prueba de coeficiente intelectual hasta un automóvil, una televisión o una computadora— es producto de un contexto económico y político particular, y lleva consigo un programa, una agenda y una filosofía que podría o no mejorar el estilo de vida y eso, por lo tanto, requiere escrutinio, crítica y control»[1].
2. Sé más concienzudo y entendido en tu conectividad con otros
No hace mucho tiempo, noté que un amigo mío, después de correos electrónicos increíblemente breves, estaba colocando al final de sus correos un enlace a «sugerencias para el uso correcto del correo electrónico». Lo ignoré por semanas (¡estaba demasiado ocupado!), pero finalmente la curiosidad me ganó e hice clic en el enlace. Para mi sorpresa, encontré consejos muy útiles sobre cómo reducir el tiempo empleado en el correo electrónico: no hagas preguntas abiertas; no envíes respuestas sin contenido; no copies a otros sin una buena razón; no esperes una respuesta inmediata. Es increíble la manera en que funciona mi impaciencia. Si le mando un mensaje de texto a alguien, espero la respuesta en segundos. Si mando un correo, puede que deje pasar un par de horas, pero con amigos espero recibir una respuesta en cuestión de minutos. Reducir el ajetreo es un proyecto comunitario. Debemos permitir que las respuestas lentas o cortas no sean de mala educación. No esperes que, cada vez que envías un mensaje, la otra persona tenga que girar la cabeza.
3. Utiliza deliberadamente «vieja» tecnología
Si no quieres depender de tus dispositivos digitales, haz un esfuerzo por arreglártelas sin ellos. Lee un libro real. Escribe sobre papel. Compra una buena lapicera. Llama a alguien por teléfono. Busca algo en el diccionario. Maneja con la radio apagada y el iPod desconectado. Sal a correr sin música. Haz una parada y entra a una tienda real. El objetivo no es ser pintoresco, sino volver a aprender algunas de las prácticas que pueden ser más disfrutadas «a la antigua».
4. Establece límites y lucha con todas tus fuerzas para protegerlos
El paso más simple para romper con la tiranía de la pantalla es también el paso más difícil: no podemos estar conectados todo el tiempo. Tenemos que dejar de llevar nuestros teléfonos a la cama. No podemos revisar Facebook mientras estamos en la iglesia. No podemos mandar mensajes de texto durante cada comida. El año pasado, mi esposa y yo tuvimos una de nuestras peleas más grandes porque ella me reprendió severamente por mandar un tuit mientras estábamos en la mesa. Tenía razón en ser severa y yo le prometí que nunca más volvería a enviar un tuit durante la cena (una promesa que creo que he cumplido). A la mayoría de las familias les vendría bien una canasta grande donde todos los teléfonos, tabletas y computadores portátiles descansen durante una cierta cantidad de horas por día (¿durante la cena? ¿Durante el tiempo devocional? ¿A la hora de dormir? ¿Cuando papá llega a casa?). La mayoría de nosotros tiene pendiente hace mucho tiempo tomar un día de reposo de pantallas —segmentos en el día (o incluso días enteros) en los que no estaremos «en la red» o frente a un dispositivo electrónico—. Y la mayoría de nosotros encontraría una nueva libertad si no revisáramos nuestros teléfonos como lo último y lo primero que hacemos cada día. De todos los pequeños malos hábitos que tengo y que contribuyen a estar ocupado, el hábito de revisar mi correo justo antes de ir a dormir y tan pronto como despierto es probablemente el peor.
5. Contrasta tu teología cristiana para hacer frente a estos peligros de la era digital
Aunque las sugerencias de sentido común siempre son bienvenidas, nuestros problemas más profundos solo pueden resolverse con verdades más profundas. Debido a la doctrina de la creación, debemos afirmar que los artefactos creados por los hombres pueden ser instrumentos para el desarrollo humano y para la gloria de Dios. Así que no debemos desmerecer de plano las nuevas tecnologías. No obstante, debido a que tenemos un Dios que nos escogió desde la eternidad y considera un día como mil años y mil años como un día, no nos obsesionaremos con las últimas modas y tendencias. Y debido a la encarnación, entendemos que no hay nada que sustituya habitar con personas físicas en un lugar físico. Por lo tanto, no aceptaremos encuentros virtuales como sustitutos adecuados de las relaciones de carne y hueso. Del mismo modo, debido a que entendemos nuestro valor como portadores de la imagen de Dios y nuestra identidad como hijos de Dios, no acudiremos al Internet para probar que somos importantes, valiosos y amados. Y debido a que aceptamos la presencia del pecado que mora en nosotros, no estaremos ciegos a las potenciales idolatrías y tentaciones a las que podemos sucumbir en línea. Y porque sabemos que somos criaturas caídas, aceptaremos los límites de nuestra condición humana. No podemos tener relaciones significativas con miles de personas. No podemos verdaderamente conocer lo que está pasando en el mundo. No podemos realmente estar aquí y allá al mismo tiempo. El mayor engaño de nuestra era digital podría ser la mentira que dice que podemos ser capaces de todo, estar informados de todo y ser omnipresentes. No podemos ser ninguna de estas cosas. Debemos elegir nuestra ausencia, nuestra ineptitud y nuestra ignorancia; y debemos elegir sabiamente. Cuanto antes aceptemos nuestra finitud, más rápido podremos ser libres. Este artículo fue adaptado de Super ocupados: un libro (misericordiosamente) pequeño sobre un problema (sumamente) grande, por Kevin DeYoung.
Este artículo fue publicado originalmente en inglés y traducido con el permiso de Crossway.

[1] Neil Postman, Technopoly: The Surrender of Culture to Technology [Tecnópolis: la rendición de la cultura a la tecnología] (New York: Vintage, 1993), 184–185. Traducción propia.

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¿Qué significa realmente tomar el nombre del Señor en vano?
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¿Qué significa realmente tomar el nombre del Señor en vano?

El qué

¿Qué es exactamente lo que prohíbe el tercer mandamiento? La palabra vano (como la traduce la versión NBLA) puede significar «vacío», «nada», «sin valor» o «sin ningún buen propósito». Tenemos prohibido, entonces, tomar el nombre de Dios (o usar el nombre o hacer mal uso del nombre, como podría traducirse la frase) de una manera que sea malvada, sin valor o para los propósitos equivocados. Esto no significa que debemos evitar del todo el nombre divino. El nombre YHWH (o Yahweh) —«el Señor», en la mayoría de las traducciones— aparece unas siete mil veces en el Antiguo Testamento. No necesitamos ser supersticiosos a la hora de pronunciar su nombre. Pero no debemos abusar de él. El Antiguo Testamento identifica varias maneras en las que se puede violar el tercer mandamiento. La más obvia es blasfemar o maldecir el nombre de Dios, que ya hemos visto en Levítico 24:16. Sin embargo, no se limita a eso. El tercer mandamiento también prohíbe juramentos vacíos o falsos: «Y no jurarán en falso por mi nombre, profanando así el nombre de tu Dios. Yo soy el Señor» (Lv 19:12; cf. Os 10:4). Cuando haces una declaración, jurando por el nombre de Dios, no debe ser una falsa promesa o una que no tengas la intención de cumplir. El tercer mandamiento también prohíbe las falsas visiones y las falsas pretensiones de hablar de parte de Dios, pues tales profetas «profetizan mentira en mi nombre» (Jer 23:25). Por extraño que parezca, sacrificar los hijos al falso dios Moloc se consideraba una violación del tercer mandamiento porque profanaba el nombre de Dios (Lv 18:21). Los israelitas debían apedrear al hombre que sacrificara a sus hijos de esta manera. Si no lo hacían, la inmundicia se extendería por el campamento, mancillando así el nombre del Señor, quien habitaba en medio de su pueblo. De manera similar, tocar ilegalmente las cosas santas se consideraba una violación del tercer mandamiento. Leemos en Levítico 22: «Dile a Aarón y a sus hijos que tengan cuidado con las cosas sagradas que los israelitas me consagran, para que no profanen mi santo nombre. Yo soy el Señor» (v. 2). Del mismo modo, los sacerdotes que estaban haciendo recortes en los días de Malaquías estaban devaluando el nombre de Dios por sus ofrendas contaminadas y sus corazones cínicos (Mal 1:10-14).

El porqué

Ya hemos visto que quebrantar el tercer mandamiento se considera un pecado terriblemente grave, pero ¿por qué? Después de todo, solo hay diez mandamientos. Solo diez palabras para resumir todo lo que Dios quiere de nosotros a modo de obediencia. ¿Cómo es que «cuida tu boca» llegó al top ten? ¿Cuál es el problema con el nombre de Dios? Piensa en Éxodo 3, donde Dios le habla a Moisés desde la zarza ardiente. Moisés le preguntó a Dios: «“Si voy a los israelitas, y les digo: ‘El Dios de sus padres me ha enviado a ustedes’, tal vez me digan: ‘¿Cuál es su nombre?’, ¿qué les responderé?”. Y dijo Dios a Moisés: “YO SOY EL QUE SOY”, y añadió: “Así dirás a los israelitas: ‘YO SOY’ me ha enviado a ustedes”» (Ex 3:13-14). Dios se nombra a sí mismo como el soberano, el que existe por sí mismo. De hecho, el nombre del pacto YHWH probablemente esté relacionado con el verbo hebreo «ser». Dios es el que es. Ese es su nombre. Vemos lo mismo en Éxodo 33. Moisés le pidió a Dios que le mostrara su gloria. Y en respuesta, Dios le pronunció su nombre: «Yo haré pasar toda mi bondad delante de ti, y proclamaré el nombre del Señor delante de ti» (v. 19a). La manera de ver la gloria de Dios es escuchar su nombre. Conocer el nombre YHWH, aquel que es misericordioso y lleno de gracia, no es simplemente saber algo acerca de Dios; es conocer a Dios mismo (Ex 34:6-8). Dios se muestra pronunciando su nombre. Nuestro nombre no es tangencial a nuestro ser. Nos marca y nos identifica. Con el tiempo, a medida que la gente nos conoce, nuestro nombre encarna quiénes somos. Piensa en alguien a quien ames profundamente: tu hijo, tu nieto, tu padre, tu amigo o tu cónyuge. El nombre de esa persona representa algo más que unas marcas en una página. Cuando alguien dice el nombre de Trisha, me inundan los buenos pensamientos, porque no puedo separar a mi esposa de su nombre. Me inunda un torrente de emociones, experiencias, alegrías y deseos al ver o al escuchar esas seis letras juntas en ese nombre. Los nombres son preciosos, por eso no nos gusta que ridiculicen, tergiversen o se burlen de nuestro nombre. Tengo un nombre que es bastante difícil de difamar. Con el segundo nombre «Lee», algunas personas me han llamado «Heavenly Kevinly» (Kevinly celestial), pero eso no es un insulto. El peor nombre que se me puso es el nombre que me dieron mis amigos en el seminario. Aunque «DeYoung» es un nombre holandés común, aparentemente no era familiar en Massachusetts, porque la gente allí me conocía y pensaba que mi apellido era Dion. Así que hasta el día de hoy mis amigos del seminario me llaman Celine. ¡Vaya amigos! Es el único apodo que he tenido. No es el mejor que podría esperar, pero mi corazón seguirá adelante. No obstante, una cosa son los apodos divertidos que nos dan y otra es el uso irreverente del nombre de Dios. En todas partes de la Escritura, el nombre del Señor es exaltado en los términos más elevados posibles. «¡Oh Señor, Señor nuestro, cuán glorioso es tu nombre en toda la tierra!» (Sal 8:1a). «Adoren al Señor en la majestad de la santidad» (Sal 29:2b). La primera petición del Padre Nuestro es «santificado sea tu nombre» (Mt 6:9). Los apóstoles proclamaron que «no hay otro nombre bajo el cielo dado a los hombres, en el cual podamos ser salvos» (Hch 4:12). Pablo aseguró a los romanos que «todo aquel que invoque el nombre del Señor será salvo» (Ro 10:13). Y el evento culminante de toda la creación es cuando «ante el nombre de Jesús se doble toda rodilla en el cielo, y en la tierra, y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre» (Fil 2:10-11, NVI). La Biblia no quiere que olvidemos la santa importancia del nombre divino.  
Este artículo fue publicado originalmente en inglés y traducido con el permiso de Crossway.
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Tres maneras en que los hombres pueden amar a sus esposas en la vida real
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Tres maneras en que los hombres pueden amar a sus esposas en la vida real

1. Lidera

Estos tres verbos describen el amor dado libremente: liderar, sacrificar y cuidar. Permítanme hablarle directamente a los hombres con cada una de estas palabras. Esposos, lideren a sus esposas. Recuerdo que John Piper dijo en más de una ocasión que el esposo debe ser quien más a menudo dice: «vamos». Ese simple consejo se me quedó grabado para siempre. «Cariño, vamos a dar un paseo». «Vamos a orar». «Vamos a acostar a los niños». Hombres, tomen la iniciativa. Esto no se trata de tomar todas las decisiones o creer que escuchar a tu esposa es una señal de debilidad. John Witherspoon lo dice bien: «por lo tanto, me tomo la libertad de rescatar de entre algunos que han quedado relegados, aquellos que piden el consejo y siguen la dirección de sus esposas en la mayoría de los casos, porque en realidad son mejores que cualquier consejo que podrían darse a sí mismos». Los buenos líderes a veces siguen a otros, y los seguidores capaces a veces se les da la oportunidad de liderar. El punto sobre la iniciativa es que sea la postura del hombre, su entusiasmo para planificar, tomar riesgos y estar completamente involucrado en la relación matrimonial. Esto es especialmente cierto cuando se trata del liderazgo espiritual. Los esposos cristianos pueden ser proactivos y asertivos en relación a generar ingresos, abordar problemas en el trabajo o ir tras sus pasatiempos, pero cuando se trata de un liderazgo amoroso en casa, demasiado a menudo son pasivos. Asumen cero responsabilidad por el bienestar espiritual de su hogar. Sin embargo, Dios pide cuentas a los hombres por el bienestar espiritual de sus esposas. 
Amen a sus mujeres, así como Cristo amó a la iglesia y se dio Él mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado por el lavamiento del agua con la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia en toda su gloria, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuera santa e inmaculada (Efesios 5:25).
Soy responsable de la santidad de mi esposa. El matrimonio de Trisha conmigo debe ser un instrumento de edificación, purificación y santificación. Ser el líder espiritual significa tomar la iniciativa para reparar la ruptura cuando la relación se ha dañado. Si Cristo ama a la iglesia, su novia desobediente, y continuamente la atrae de vuelta de sus adulterios espirituales, ¿cuánto más deberías buscar reconquistar a tu esposa después de una discusión cuando la mitad del tiempo será tu culpa de todas maneras? Siempre es 100 % culpa de la iglesia; nunca es 100 % culpa de tu esposa. Los esposos deben dar el primer paso hacia la reconciliación cuando el matrimonio se ha enfriado por causa de heridas y desilusiones.

2. Sacrifícate

Esposos, hagan sacrificios por sus esposas. Tal vez la cosa más importante para tu matrimonio es que comprendas la doctrina de la expiación. Jesús murió por la iglesia. Tu liderazgo como esposo es un liderazgo que se sacrifica por el otro. Esto puede traducirse en pequeños detalles: llegar a casa temprano, cuidar a los niños, participar con alegría en algo que a ella le gusta hacer, pasar por alto una ofensa, hacer trámites, arreglar algo en la casa, limpiar la casa. Amar a tu esposa también puede conllevar sacrificios más grandes. Tal vez tengas que renunciar a escalar corporativamente a fin de ser un buen esposo. Tal vez tengas que renunciar a tus esperanzas y sueños para cuidar de tu esposa porque se enfermó o está herida. Tal vez tengas que sacrificar la gran casa o el mejor vecindario para vivir un estilo de vida más sencillo para que tu esposa pueda quedarse en casa con los niños. Crisóstomo estaba en lo correcto cuando exhortó a los esposos a dar sus vidas por sus esposas: «sí, incluso si fuera necesario que entregues tu vida por ella; sí, y ser cortado en pedazos diez mil veces; sí, y soportar y experimentar cualquier sufrimiento, no te rehúses. Aunque debas pasar por todo esto, ni siquiera así habrás hecho algo parecido a lo que hizo Cristo».

3. Cuida

Finalmente, esposos, cuiden a sus esposas. Cuídala como a tu propio cuerpo (Ef 5:28). Ella no es meramente tu compañera. Ella es tu otra mitad, carne de tu carne y hueso de tus huesos. Tú no maltratas tu cuerpo; lo fortaleces, lo proteges y lo nutres. De igual manera, cuida y preocúpate de tu esposa. «Maridos, amen a sus mujeres y no sean ásperos con ellas» (Col 3:19). No vas a darte un puño en tu propia cara; por tanto, con esa misma disposición, no trates con aspereza a tu esposa. «El hombre que no ama a su esposa», dice Calvino, «es un monstruo». Cuida sus necesidades de comida, ropa y seguridad. No existe una ley que diga que prohíba a la esposa ganar más dinero que su esposo, pero sí existe un mandamiento para los esposos de alimentar y cuidar de sus esposas. Tu esposa debe sentirse segura en tu provisión y protección. Como Edgar Rice Burroughs escribió en Tarzán de los monos cuando el personaje del título vio por primera vez a Jane Porter: «él supo que ella había sido creada para ser protegida, y que él había sido creado para protegerla». Tal sentimiento en la actualidad podría parecerles a muchos anticuado, si es que directamente sexista. No obstante, existen cosas mucho peores que hombres que tienen el profundo sentimiento de que las mujeres deben ser protegidas y no explotadas, defendidas y no humilladas, tratadas con un honor especial en lugar de recibir un trato ordinario. Es más, Mary Eberstadt argumenta que la revolución sexual —con su actitud liberal hacia el sexo y su insistencia en afirmar que los hombres y las mujeres son lo mismo cuando se trata de sexo— ha dejado a las mujeres vulnerables y frustradas. «La retórica furiosa, arrogante y malhumorada del feminismo promete a las mujeres lo que no pueden encontrar en otros lugares: protección». Las mujeres, más que nunca, necesitan saber que los hombres las tratarán con un conjunto de reglas diferentes y buscarán su bienestar por sobre el propio. Quizás existe algo correcto en todas esas historias de caballería de hombres que peleaban por el honor de una mujer, defendiéndola hasta el final, tratándola como una reina. En el libro Retorno al pudor, la autora judía Wendy Shalit comenta las pintorescas reglas de etiqueta del pasado, reglas como: «el hombre siempre se adelanta a abrirle la puerta a la mujer» o «el hombre debe llevar los paquetes o las maletas de la mujer» o «el hombre debe levantarse cuando una mujer entra en la habitación» o «si una mujer deja caer un guante en la calle, ciertamente debes recogerlo» o tú nunca debes «tratar de llegar antes que una mujer, joven o mayor a un asiento libre». Shalit reconoce que «estas reglas podrían ser criticadas por ser sexistas, y muchos lo han hecho». Sin embargo, ella dice: «el hecho, bien sencillo, es que el hombre que cumpliera todas las reglas que se han citado anteriormente trataba a las mujeres con respeto, era un hombre incapaz de ser grosero». Las mujeres no deberían ser tratadas como hombres; deberían ser tratadas de manera diferente, como mujeres. Por consiguiente, «según la opinión de las épocas pasadas, si no se era considerado con las mujeres no se era realmente un hombre» Si los hombres en general deben tratar a las mujeres con especial cuidado y amabilidad, ¿cuánto más a nuestras propias esposas? D. L. Moody remarcó una vez: «si yo quisiera saber si un hombre es o no un cristiano, no le preguntaría a su pastor. Iría a preguntarle a su esposa [...]. Si un hombre no trata a su esposa correctamente, no quiero escucharlo hablar de cristianismo». ¿Te sentirías cómodo al incluir el nombre de tu esposa como referencia en tu currículum cristiano? Desecha todas las formas en que nuestra cultura confunde el amor con sentimientos y euforia; ¿tu esposa podría mirarte a los ojos y decir con toda sinceridad y ternura: «cariño, me amas bien, como Cristo lo hace con la iglesia»?

Este artículo es una adaptación del libro Hombres y mujeres en la iglesia: una introducción bíblica y práctica escrito por Kevin DeYoung.

Este artículo fue publicado originalmente en inglés y traducido con el permiso de Crossway.
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¿Qué significa orar «venga tu Reino»?
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¿Qué significa orar «venga tu Reino»?

El Reino de Dios

¿Qué se entiende por Reino de Dios y voluntad de Dios en el Padre Nuestro? Comencemos con la palabra Reino. La palabra griega para Reino (basileia) aparece 162 veces en el Nuevo Testamento, por lo que claramente es un término bíblico importante. Aunque el Padre Nuestro usa la palabra Reino como un término autónomo, obviamente es una referencia al Reino de Dios. Cualquier comprensión correcta de reino en el Nuevo Testamento debe enfatizar que es el Reino de Dios. El evangelio de Mateo a menudo lo denomina el «Reino de los cielos», pero esa es simplemente una manera judía de referirse al Reino que pertenece al Dios que vive en el cielo. Una definición simple es pensar en el Reino de Dios como su dominio y gobierno. Otra forma de pensar en el Reino es considerarlo como la presencia redentora de Dios bajando del cielo a la tierra. Es importante decir algo aquí sobre la relación entre el Reino y la iglesia. No son idénticas, pero no pueden separarse y, en esta vida, se superponen en gran medida. Podemos pensar en la iglesia como un tipo de puesto de avanzada o una embajada del reino. Una embajada es una avanzada nacional situada en tierra extranjera. La embajada, aunque quiere permanecer pacíficamente en la tierra extranjera, existe para promover los intereses de otro país. De igual forma, la iglesia, que vive en la tierra en varias naciones alrededor del mundo, existe para promover los intereses de otro Reino, un Reino celestial. La iglesia es el lugar donde esperas ver que se honren y se defiendan los valores y las reglas del Reino. Se supone que la iglesia es la avanzada del cielo en la tierra, razón por la que se debe proveer a los pobres en la iglesia y también por la que los malvados y los incrédulos no pertenecen a la iglesia. La razón por la que la iglesia en su misión no se trata de transformación societal es la misma razón por la que la iglesia no lanza a los pecadores al lago de fuego. El cielo en la tierra que buscamos crear es la realidad celestial entre el pueblo de Dios en la iglesia. Sí, creemos en un cielo en la tierra, pero no en un esquema utópico de transformar la sociedad en su totalidad. La historia está plagada de ejemplos tras ejemplos muy malos de personas que pensaron que podían crear el cielo en la tierra. Los intentos humanos de crear el cielo en la tierra han matado a millones de personas. La vida en la iglesia espera la vida eterna donde se disfrutará la presencia redentora de Dios en su plenitud. En la era venidera, el Reino ya no será algo que haya irrumpido aquí o allá, será todo en todo. Piensa en la buena noticia de Apocalipsis 11:15, que quizás hayas escuchado en el Mesías de Haendel: «El reino del mundo ha venido a ser el reino de nuestro Señor y de su Cristo. Él reinará por los siglos de los siglos». Eso es lo que viene. El Reino de Dios es el mundo celestial irrumpiendo en nuestra existencia terrenal. No piensen en el Reino como una esfera a la cual nos dirigimos, sino como una realidad que viene a nosotros. El Reino revela tanto el significado como el objetivo de la historia. Desde esta breve visión de la historia redentora, podemos ver que el Reino es tanto presente como futuro.

Ya pero todavía no

En un sentido, Jesús ya es Rey. En otro sentido, tiene que convertirse en Rey. El Reino de Dios puede referirse a la era que está por venir:
Pero cuando el Hijo del Hombre venga en Su gloria, y todos los ángeles con Él, entonces Él se sentará en el trono de su gloria; y serán reunidas delante de Él todas las naciones; y separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos. Y pondrá las ovejas a su derecha y los cabritos a la izquierda. Entonces el Rey dirá a los de su derecha: «Vengan, benditos de mi Padre, hereden el reino preparado para ustedes desde la fundación del mundo» (Mateo 25:31-34).
Ese es el Reino que viene. Es la era que está por venir, la recompensa celestial. De igual manera, en Mateo 13, Jesús dice que el Hijo del Hombre enviará a sus ángeles para recoger de su Reino a todos los que provoquen el pecado y a todos los quebrantadores de la ley para lanzarlos al horno de fuego. Luego los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre (Mt 13:41-43). Esa es la era venidera. Y Jesús dice en Juan 18:36 que ese Reino no es de este mundo, lo que quiere decir es que Él no vino a gobernar en un trono terrenal y que su Reino aún no se ha establecido. Claramente, entonces, el Reino, en un sentido, vendrá. Pero en otro sentido, ha venido. El Nuevo Testamento no tendrá sentido para nosotros hasta que entendamos estas dos cosas: el Reino ha venido y el Reino vendrá. Jesús dice: «Pero si Yo expulso los demonios por el Espíritu de Dios, entonces el reino de Dios ha llegado a ustedes» (Mt 12:28). Está presente. En Lucas 17:21, Jesús les dice a los fariseos que están buscando el Reino en lugares incorrectos al esperar a un rey observable como habían visto en el pasado: «el Reino de Dios», dice Jesús, «está entre ustedes». Ahora, es audaz decir algo así. Si anduviéramos diciendo que «el Reino está aquí mismo entre ustedes porque yo estoy aquí», eso sería una buena razón para que mi iglesia me convierta en su expastor. Pero Jesús puede decirlo porque es verdad. Donde Él está, donde el Rey está, ahí ha llegado el Reino. Y Colosenses 1:13 dice que los creyentes han sido librados del dominio de las tinieblas y trasladados al Reino del amado Hijo de Dios. El Reino es ya pero todavía no. Es presente y es futuro. Es como cuando el sol se abre camino entre las nubes, pero no ha dejado completamente de llover; podemos sentir el brillo del sol ahora como lo haremos en el futuro. Es por esto que Jesús cuenta tantas parábolas con el mismo punto básico: el Reino parece pequeño e insignificante ahora, pero al final del tiempo será increíblemente grande y glorioso. Insisto en este punto porque el «Reino» es una de esas áreas en las que cristianos bienintencionados pueden desviar su teología. Necesitamos estar alertas contra ciertas malinterpretaciones sobre el Reino de Dios. Piensa en los apóstoles en Hechos 1. Jesús había resucitado de los muertos y estaba pronto a ascender a los cielos. Y a medida que los discípulos se reunían, le hicieron una pregunta final a Jesús: «Señor, ¿restaurarás en este tiempo el reino a Israel?» (1:6). Dicen que no hay malas preguntas, pero esta estuvo a punto de serlo. Los discípulos mostraron una vez más que no comprenden completamente el tipo de mesías que Jesús es y el tipo de Reino que Él trae. Asimismo ellos malinterpretaron el tiempo del Reino. Pensaron que estaba siempre presente («en ese tiempo»), cuando en realidad es presente y es futuro. Por esta razón el pasaje de Hechos termina: «Este mismo Jesús, que ha sido tomado de ustedes al cielo, vendrá de la misma manera, tal como lo han visto ir al cielo» (1:11). Malentendieron el dominio del Reino. Seguían pensando en un reino nacional para Israel, cuando Jesús estaba hablando de un Reino universal. La membresía en este dominio no se da por herencia étnica ni geográfica. Entras por fe y arrepentimiento, está disponible y se extiende a todo aquel que entrará por fe y arrepentimiento. Es por esto que Jesús nuevamente corrige sus formas de pensar en Hechos 1:8, diciendo de hecho: «[es algo demasiado pequeño para mí restaurar el reino terrenal de Israel]. Serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra». Este no es un reino para Israel; es un Reino universal. Más fundamentalmente, malentendieron la naturaleza del Reino. Pensaron que era político y terrenal. A lo largo de todos los Evangelios, las personas estaban esperando que Jesús formara un ejército, los librara de los romanos y estableciera un trono evidente y literal. Pero la buena noticia del Reino no lo sería para los gentiles de Éfeso o Roma si fuera un mensaje sobre un trono terrenal en Jerusalén. No, se trata de un Reino universal, celestial y espiritual. Los violentos intentaron tomar el Reino de los cielos a la fuerza (Mt 11:12), pero Jesús dijo que nadie puede ver el Reino de los cielos a menos que nazca de nuevo (Jn 3:3). Una y otra vez, Él corrige su mala interpretación sobre la naturaleza del Reino. «Creen que esto viene por medios terrenales y no es así. Viene por el Espíritu de Dios».  No podemos traer el Reino por elecciones, educación, buenas obras humanitarias, mayordomía medioambiental o al cultivar las artes. Aquí es donde no debemos confundirnos. Sí, los valores del Reino deben infiltrar nuestras políticas. Vivir el Reino debe marcar la diferencia en nuestras comunidades. Pero no malinterpretemos la naturaleza del Reino, pues no avanza cuando se plantan árboles, cuando el desempleo decrece, cuando se crea un hermoso arte o cuando las elecciones resultan de una manera u otra. Todo eso pueden ser cosas importantes. Podría reflejar ciertos valores del Reino. No obstante, el Reino viene cuando y donde el Rey es conocido. Cuando Jesús es amado y adorado y es en quien se cree, ahí está el Reino de Dios entre ustedes.

Este artículo es una adaptación del libro The Lord’s Prayer: Learning from Jesus on What, Why, and How to Pray [El Padre Nuestro: aprendamos de Jesús sobre qué, por qué y cómo orar], escrito por Kevin DeYoung.

Este artículo fue publicado originalmente en inglés y traducido con el permiso de Crossway.