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Photo of Una esperanzadora visión del sufrimiento
Una esperanzadora visión del sufrimiento
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Una esperanzadora visión del sufrimiento

Pregúntenle a mi esposo: no soy teóloga. Jamás he leído la Institución de Calvino completa, y tampoco sé griego o hebreo. Sin embargo, hace años, cuando me rompí el cuello lanzándome de cabeza en aguas poco profundas, una parálisis total y permanente me destrozó lanzándome contra el estudio de Dios.

Hasta entonces, me conformaba vadeando las cosas de Dios con el agua hasta los tobillos, pero cuando la rotura de mi médula espinal dejó mi cuerpo inservible, me sentí transportada a un océano oscuro y sin fondo. En las altas horas nocturnas que pasé en vela poco tiempo después de lesionarme, luché contra mi educación reformada —mis preguntas ya no eran académicas, ni se trataba de una sesión de preguntas y respuestas en un estudio bíblico casero—. Paralizada en mi cama, combatí la claustrofobia con preguntas contundentes: «Dios, aclaremos esto. Cuando suceden cosas malas, ¿quién está detrás de ellas? ¿Tú, o el Diablo? Lo que está ocurriendo, ¿lo estás permitiendo, o estás ordenando que suceda? Aún soy una cristiana joven. Si nos amas tanto, ¿por qué tratas tan mal a tus hijos?». Eso fue hace más de 38 años. Ni un solo año de aquellos Dios ha sido malo. Y lo que es más, Él ha contestado mis preguntas con una intimidad, suavidad y dulzura de comunión con el Salvador que no cambiaría por nada —ni siquiera por la posibilidad de caminar—. Aún les dejo el hebreo y el griego a los expertos, pero los años de estudio me han convencido de que Dios sabe en qué consiste tratar con Él. Quiero que sepas que soy reformada desde las raíces —episcopal reformada mientras crecía, y miembro actual de la iglesia presbiteriana—. El hecho de que mi disparatada vida descansa segura en los decretos generales de Dios es, para mí, el mayor de los consuelos. Sin embargo, Dios me ha mostrado que, cuando los accidentes ocurren, está bien llamarlos accidentes. Incluso la Biblia lo hace. Cuando los bebés mueren, cuando poblaciones enteras padecen de hambre y cuando las muchachas se rompen el cuello, Dios llora por su mundo «porque Él no castiga por gusto, ni aflige a los hijos de los hombres» (Lamentaciones 3:33). La lesión de mi médula espinal fue un accidente terrible. Sin embargo, la Biblia enfatiza simultáneamente otra verdad. Cuando todas estas cosas ocurren, cuando hay hambre y muertes en las cunas, o cuando se producen mordeduras de serpiente, robos en las gasolineras y balaceras, Dios no ha quitado las manos del volante ni siquiera por una milésima de segundo. Salmo 103:19 es conciso y poderoso: «…su reino domina sobre todo». Él considera estas espantosas —y a menudo malvadas— cosas como tragedias, y no se deleita en la miseria sino que está decidido a controlarlas y usar el sufrimiento para sus propios fines. Y dichos fines son felices. Dios se apresura a invitarme a participar de su gozo, paz y poder. No obstante, hay una dificultad. Dios sólo comparte su gozo en sus propios términos, y dichos términos nos llaman, hasta cierto punto, a sufrir como su amado Hijo lo hizo mientras estuvo en la tierra. «Porque para este propósito habéis sido llamados, pues también Cristo sufrió por vosotros, dejándoos ejemplo para que sigáis sus pisadas» (1 Pedro 2:21). Aquellas pisadas nos llevan a la comunión de los sufrimientos de Cristo donde llegamos a ser «como Él en su muerte»; es decir, tomamos diariamente nuestra cruz y morimos a los pecados por los cuales Él murió en su cruz (Lucas 9:23; Filipenses 3:10). Cuando el sufrimiento nos limpia desde la médula como el disparo de un chorro de arena, se revela de qué estamos verdaderamente hechos. El sufrimiento suelta una granada de mano en nuestro egocentrismo, dejando nuestra alma al desnudo —así es como podemos unirnos mejor al Salvador—. Nuestras aflicciones han ayudado a hacernos santos, y nunca nos parecemos tanto a Cristo —llenos de su gozo, paz y poder— como cuando el pecado es desarraigado de nuestras vidas. ¿Significa esto que Dios se deleita en la lesión de mi médula espinal? ¿Se refregó las manos de júbilo cuando salté de la balsa para zambullirme en el agua? Por supuesto que no. Él puede hacer que «todas las cosas» colaboren para mi bien (Romanos 8:28), pero eso no significa que una lesión en la médula espinal sea buena en sí misma. Dios permite toda clase de cosas que no aprueba. De hecho, en un mundo de males y maldad, Él permite que otros hagan lo que Él jamás haría: Él no robó los camellos de Job ni convenció a los sabeos o a los caldeos de causar estragos; sin embargo, fue capaz de levantar un «cerco» en torno a la furia de Satanás para obtener el bien mayor a partir de la perversidad del Diablo. Mi amigo y mentor Steve Estes me dijo una vez: «Satanás puede darle impulso al navío de la maldad, pero Dios lo dirige para servir a sus propios fines y propósitos». Por lo tanto, yo podría preguntar si fue culpa de Dios que me accidentara saltando al agua y estar segura de que, aunque Él es soberano, no, no fue su culpa. ¿Fue entonces un ataque del Diablo? Sí, es posible. O yendo más allá, puedo decir: «¿Fue consecuencia de vivir en un mundo caído y cruel y no el ataque directo del Diablo o de Dios?» y entender que este escenario podría ser el más probable. Cualquiera sea el esquema, tengo el consuelo y la seguridad de que todo el asunto estuvo sujeto a los decretos generales de Dios. Además, lo importante no es cómo Dios pudo permitir que ocurriera mi accidente. Lo importante es que mi sufrimiento me ha enseñado a «terminar con el pecado» (1 Pedro 4:1) dejando que la malhumorada, mezquina y egocéntrica «Joni» madure para ser la «Joni» que Él quiso que yo fuera: puesta a punto y pulida por los años de tetraplejia. No estoy diciendo que sea fácil. De hecho, se está haciendo más difícil. Mis delgados y fatigados huesos están empezando a torcerse bajo el peso de décadas de parálisis. Sin embargo, tengo que recordar que el centro del plan de Dios es rescatarme del pecado incluso hasta mi último aliento. Mi dolor e incomodidad no son su verdadero centro de atención —a Él le importan estas cosas, pero son meros síntomas del verdadero problema—. Lo que a Dios más le importa no es darme una vida feliz, saludable y libre de problemas, sino enseñarme a aborrecer mis transgresiones y a seguir creciendo en la gracia y en el conocimiento de Jesús. Mientras voy rumbo al cielo, Dios deja en gran medida que continúe sintiendo el aguijón del pecado por medio del sufrimiento, exponiendo el pecado como el veneno que es. En resumen, una forma de mal —el sufrimiento— es invertida para derrotar otra forma de mal —nuestro pecado—, ¡y todo esto para la alabanza de la sabiduría y de la gloria de Dios! ¿Es un costo demasiado grande? ¿Es tan alto el precio del dolor? No lo es si consideras que «esta aflicción leve y pasajera nos produce un eterno peso de gloria que sobrepasa toda comparación» (2 Corintios 4:17). Estoy convencida de que la forma en que respondo a mi silla de ruedas tiene una relación directa con la capacidad de alegrarme, adorar y servir que tendré en el cielo. De todas las cosas que podría desperdiciar aquí en la tierra, ¡no quiero desperdiciar mi tetraplejia! Esta tierra me da la única oportunidad que tengo de ofrecer a mi Salvador un «sacrificio de alabanza», mostrando a las esferas celestiales que Jesucristo es supremamente digno de mi lealtad y amor (Hebreos 13:15). Un día Dios bajará el telón del mal y, con ello, se acabará todo el dolor y el sufrimiento. Hasta entonces, seguiré recordando algo que Steve Estes me dijo una vez poniendo su mano sobre mi silla de ruedas: «Dios permite lo que aborrece para conseguir lo que ama». Puedo sonreír sabiendo que Dios está consiguiendo lo que ama en mi vida —Cristo en mí, la esperanza de gloria
Este artículo fue originalmente publicado por Ligonier Ministries en esta dirección. | Traducción: Cristian Morán