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RESEÑA: JUSTICIA GENEROSA
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RESEÑA: JUSTICIA GENEROSA

Hace dos meses me pidieron escribir una clase de Escuela Dominical presentando el libro completo de Isaías. Me sentía un tanto hábil con el libro y su mensaje, puesto que hace mucho tiempo Isaías ha sido uno de mis favoritos, así que acepté la tarea. La Biblia, en respuesta, no estaba dispuesta a ser tomada a la ligera; por lo que decidió recordarme, como lo hace con frecuencia, que mis declaraciones de competencia sobre ella son las de un perrito chillón. Al leer Isaías, con seguridad, descubrí un tema completo que no había notado antes; uno que incluso podría ser un gran tema del libro: la justicia.
La palabra aparece cinco veces solo en el primer capítulo: se le ordena a Israel a «buscar la justicia» y «defender al huérfano» y «a la viuda» (1:17). Su pueblo es condenado porque, aunque alguna vez estuvieron «llenos de justicia», ya no «llevan justicia» (1:21, 23). Y se nos dice que Sión será redimida «con juicio» (1:27). Una y otra vez el libro continúa, mencionando la palabra 24 veces más. Un ejemplo más: con frecuencia he meditado en aquellas maravillosas palabras sobre el siervo: «No quebrará la caña cascada, ni apagará la mecha que casi no arde; con fidelidad traerá justicia» (Is 42:3). Sin embargo, de algún modo, nunca le presté atención al hecho de que la justicia es mencionada tres veces en esos mismos versículos: el siervo «traerá justicia», «con fidelidad traerá justicia» y «establecerá justicia» (42:1, 3, 4). Interpreta cualquier otro pasaje como quieras, pero el libro de Isaías parece decir que la justicia es un gran asunto para Dios. Haber leído el último libro de Timothy Keller, Justicia generosa: cómo la gracia de Dios nos hace justos, se me hizo muy familiar. Keller no manipula las emociones con historias estremecedoras o retórica melodramática. No entrega lecturas sesgadas y reduccionistas de la historia de redención con el fin de reforzar su ideología política; él solo apunta hacia un montón de textos bíblicos. Es un libro para adultos, no para fanáticos ni para ideólogos. Los primeros cinco capítulos de ocho, en realidad, están repletos de Biblia. Como buen pastor, Keller sabe que todos esos textos, interpretados fielmente, harán su trabajo de entrar al corazón del creyente. De nuevo, di lo que quieras sobre cualquier texto, verás todo el montón de versículos y pensarás, «de seguro hay muchos». Justicia generosa contiene dos ideas básicas; puedes verlas en el título y en el subtítulo. En primer lugar, la obra de Dios de justificar misericordiosamente a una persona inevitablemente resultará en el deseo del creyente de ser justo y de hacer justicia. La justicia sigue a la justificación. La gracia de Dios nos hace justos, como lo plantea el subtítulo. Si eres cristiano, debes tener un deseo cada vez mayor por ver que se haga justicia, tanto en esta vida como en la venidera. Y ese deseo debe evidenciarse cada vez más en tus acciones y en tus decisiones en la vida. En segundo lugar, la idea de justicia no se trata simplemente de penas justas o castigos equitativos ante la ley. También se trata de darle a su pueblo lo que se le debe como seres hechos a la imagen de Dios. Para el criminal convicto, sí, esto significa castigo. Sin embargo, para la persona que está estancada en la pobreza, el mandamiento de «practicar justicia» (Mi 6:8) podría llamarnos a la ayuda humanitaria, a la labor de desarrollo de trabajo o a una reforma social. Normalmente, los cristianos piensan en tales actividades como «caridad». Sin embargo, si la pobreza de una persona es el resultado, al menos en parte, de problemas estructurales mayores más allá de su control, entonces debemos abordar esos problemas mayores con el fin de ser justos: con el fin de darle a la persona lo que se le debe y establecer relaciones correctas. En otras palabras, ser justo en estas circunstancias significa ser generoso, como lo sugiere el título del libro. La justicia no solo es una actividad reactiva justificada por las transgresiones de la ley, es una actividad que inicia y mira hacia adelante. Involucra ir a «lugares donde el tejido de shalom se ha roto, donde los miembros más débiles de las sociedades se resbalan a través del tejido, y repararlo». Como muchos otros han hecho, Keller denomina este gran concepto de justicia que combina tanto las penas justas como la rectitud social como justicia social. Como siempre el evangelista y apologista, Keller no solo escribe para el cristiano, sino que para el escéptico no cristiano que está convencido de que el cristianismo es una de las fuentes más grandes de la historia de la injusticia. El cristianismo bíblico, argumenta Keller, lleva a lo opuesto. Nuevamente, la justicia social sigue a la justificación y la justicia social es generosa. El tema de la justicia o justicia social, en mi opinión, es más complejo de lo que los cristianos pueden comprender al principio. Es difícil hermenéutica y teológicamente: está unido, como una mora lo está a la zarza en lo profundo, a un montón de otras espinosas preguntas sobre la naturaleza del Evangelio, de las buenas obras, de la iglesia institucional y orgánica, de la continuidad canónica, de la escatología, de la iglesia, del estado y más. El tema es difícil emocionalmente: historias de pobreza, discriminación étnica y otras formas de injusticia nos golpean en las emociones, haciendo que el sonido del juicio sea un poco más fuerte. Y es difícil espiritualmente: nuestros corazones son pequeños y reacios a hacer sacrificios por otros, pero también son susceptibles a la culpa legalista y fuera de lugar. Son innumerables los escritores y predicadores que han intentado navegar en estas traicioneras aguas solo para chocar sus navíos en una de las rocas (incluído este escritor). Sin embargo, creo que Keller logra navegar exitosamente entre el peñasco y a través de la espuma.

La iglesia institucional y orgánica

Por ejemplo, muchos escritores y predicadores hoy acallan la distinción entre las obligaciones primordiales de la iglesia local y del cristiano. Sin embargo, basado en la idea de Abraham Kuyper sobre «la esfera de la soberanía», Keller explica pacientemente la diferencia entre la iglesia institucional (la reunión de la congregación con sus líderes para escuchar la Palabra de Dios y celebrar las ordenanzas) y la iglesia orgánica (los cristianos individuales dispersos en el mundo). Luego, él argumenta que no debemos asumir que ambos son llamados a hacer exactamente lo mismo:

La iglesia debería ayudar a los creyentes a dar forma a cada área de sus vidas con el evangelio… Pero eso no quiere decir que la iglesia como institución deba hacer todo aquello para lo que capacita a sus miembros. Por ejemplo, aunque la iglesia debería discipular a sus miembros que son directores de cine para que su arte cinematográfico esté profundamente influido por el evangelio, eso no significa que la iglesia deba fundar una productora de cine.

La iglesia institucional y orgánica tiene una división similar de trabajo cuando se trata de hacer justicia. La iglesia institucional debe «evangelizar y educar a los creyentes en la comunidad cristiana», la cual a su vez «produce individuos que cambian la sociedad» aunque «las congregaciones locales no deberían involucrarse por sí mismas en estas empresas». Keller ve cierto espacio para las congregaciones concebidas institucionalmente para llevar a cabo ministerios de ayuda, pero él las anima a abstenerse del trabajo más complicado y complejo de la reforma social.

Asimétrico e inseparable

También es común en estos días insistir en el «ambos y juntos» del ministerio de la Palabra y del ministerio de las obras. Se dice que la Biblia exige palabras y obras y, por lo tanto, nuestros ministerios debieran estar marcados por lo mismo. Son como las dos alas de un pájaro y debemos hacer ambas por su propio bien. Algunos incluso dicen que hacer justicia es evangelismo. >Bueno, sí y no, dice Keller. Sí, necesitamos de «ambos y juntos», pero no confundan el uno con el otro ni digan que son igualmente importantes. «La evangelización [palabras habladas] es el ministerio más básico y radical posible para un ser humano. Esto es verdad no porque lo espiritual sea más importante que lo físico, sino porque lo eterno es más importante que lo temporal». Keller captura amablemente la relación entre el evangelismo y la justicia social, o las palabras y las obras, al decir que existen «en una relación asimétrica e inseparable». Necesitas ambos; son inseparables. Sin embargo, uno es más importante que el otro; son asimétricos: a diferencia de las dos alas de un pájaro. A continuación comparto un útil resumen de su visión:
Animo a mis lectores a discernir el equilibrio que estoy intentando transmitir. Si confundimos evangelización y justicia social perdemos el servicio más único que pueden ofrecer los cristianos al mundo. Otros, además de los creyentes, pueden alimentar a los hambrientos. Pero los cristianos tienen el Evangelio de Jesús por el cual hombres y mujeres pueden nacer de nuevo con la esperanza segura de la vida eterna. Nadie más puede hacer una invitación así. Sin embargo, muchos cristianos a los que les importa apasionadamente la evangelización ven el trabajo de la justicia como una distracción que quita valor a la misión evangelística. Eso también es un grave error.
Creo que Keller está exactamente en lo correcto en la medida que pueda entregar tres calificaciones: primero, «inseparable» debe entenderse normativamente (lo que debemos hacer), aunque no absolutamente. Las personas pueden ser evangelizadas y convertidas sin obras, mientras que no pueden ser evangelizadas ni convertidas sin palabras (por ejemplo, los ministerios radiales o Filipenses 1:15-18). Obviamente, esta es la parte de la asimetría. Segundo, debemos tener cuidado de no privilegiar la justicia social por sobre otras áreas de la obediencia al Evangelio. Muchos evangélicos sí parecen privilegiarlo, ya que es un área de la vida de la iglesia que podría ganar elogios de quienes están afuera, a diferencia de, por ejemplo, la fidelidad sexual. Sin embargo, privilegiarlo arriesga convertir la justicia social en otra forma de legalismo. Tercero, en la misma línea, debemos asegurarnos de que nuestros ministerios generales como pastores, ancianos e iglesias reflejen esta asimetría. Asumo que Keller estaría de acuerdo con estas calificaciones.

Carga escatológica

En gran medida, Keller evita «entrar en el debate de la naturaleza [inaugurado por Cristo] del reino y otras cuestiones de “escatología”», puesto que él cree que «podemos defender la postura de hacer justicia y preocuparnos por los pobres» sin hacerlo (n. 61). Y pienso que tiene razón: se ha hecho un fuerte caso. No obstante, esto significa que él intenta evitar tomar partidos, al menos en este libro, con los denominados transformacionalistas, que dicen que nuestro trabajo de justicia social en realidad redime la cultura y conduce al reino del cielo nuevo y la tierra nueva; ni tampoco toma partido por los defensores de los dos reinos, quienes dirían que nuestra obra de justicia social no redime la cultura ni conduce al reino final, per se, pero indican nuestra ciudadanía ante Cristo el Rey mientras buscamos asegurar que su gobierno redentor se extienda a cada área de nuestras vidas, física y espiritual, secular y sagrada. (Estoy usando el concepto de dos reinos más cuidadosa y menos caricaturizada de David VanDrunen. Para ver las publicaciones de los libros de VanDrunen ir aquí y aquí [solo en inglés]). Esto significa que Keller escribe de una manera que debe satisfacer básicamente el concepto de los dos reinos al mínimo. Él no empaca «la carga escatológica» —usando la frase de VanDrunen— en nuestras obras de justicia social. Él no dice que están introduciendo realidades del fin de los tiempos. Él no dice que podemos redimir la cultura. Ahora, mientras leía el último capítulo, me pregunté si él lleva un pequeño bolso de tal carga. Él comienza el capítulo al observar que todo el mundo dejó de «funcionar bien» cuando perdimos nuestra relación con Dios. Hasta ahora, bien. Pero entonces nos cuenta una historia extendida sobre una comunidad completa que aprendió lenguaje de señas como un ejemplo de autosacrificio por los menos afortunados y de «hacer justicia». Él no dice completamente que esta comunidad restauró el shalom de la creación de Dios, pero el lugar donde puso esta historia hará que todos asuman, menos el lector más cuidadoso, que eso es exactamente lo que quiso decir. Y el problema con asumir, por supuesto, es que contradice el punto anterior sobre que una relación rota con Dios es la fuente de injusticia y de quebrantamiento del mundo. El autosacrificio y el lenguaje de señas, en sí mismos, no reparan este problema básico entre nosotros y Dios; por lo tanto, no restaura el shalom de la creación. Como máximo, pueden indicar cómo se verá una relación restaurada. Entonces, de nuevo, me gustaría decir que eso es todo lo que Keller quiere decir respecto a la enseñanza de la historia del lenguaje de señas, porque un poco más adelante en el capítulo, él nota que incluso los nazis disfrutaron la belleza de Mozart mientras sacrificaban judíos. Él reconoce que la paz, la belleza e incluso la justicia en este mundo no redimirán a las personas al final; solo Cristo redime. En resumen, la obra de justicia social de un cristiano hace del mundo un lugar mejor. Demuestra un amor por los pecadores como el de Cristo. Señala a un mundo que viene, ya sea que ese mundo sea un reemplazo o una versión transformada de nuestro mundo actual. No obstante, tal obra no «redime» al mundo. Estoy bastante convencido de que Keller afirmaría todo esto. De todos modos, debo decir, que él mantiene sus cartas de reino y escatología cerca de su pecho. Y una vez o dos veces se siente un poco demasiado optimista para mí, pero su exhortación en general de justicia y preocupación por el pobre sin duda no requiere que uno se aferre a una posición transformacionalista —a la cual yo no me aferro—. Si el hábito de Keller es de siempre ponerse a sí mismo en una «tercera posición» en cualquier indicación, ¡probablemente sea porque ve ambas partes del debate! Keller concluye el capítulo y el libro maravillosamente al señalarle a los lectores la única cosa que los hará justos: contemplar la obra de Dios de convertirse en hombre, identificándose a sí mismo con los pecadores y recibiendo la condenación que nosotros merecíamos.

Entonces, ¿qué es la justicia?

Si tuviera que adivinar, el asunto más conflictivo será la comprensión más extensa de Keller sobre la justicia social, que fue descrita anteriormente. Él hace un caso bíblico para eso (por ejemplo, Dt 10:7-8, 18-19; Job 29:12-17; 31:13-38; Sal 146:7-9; Is 58:6-7; Jer 22:3; Ez 18:5,7-8a; Zac 7:10-11; Mt 6:1-2), pero también insinúa que es un concepto de teología sistemática, combinado tanto los conceptos bíblicos de justicia como de rectitud. Personalmente, estoy convencido de que él tiene razón, aunque yo podría matizar la comparación entre la definición acotada («trato equitativo ante la ley») y la definición más amplia de Keller («darle a la gente lo que se le debe») un poco diferente. En mi opinión, estas dos definiciones están diciendo lo mismo, pero la definición más acotada se ha situado en el contexto de tribunal. Tratar personas equitativamente ante la ley es darle lo que se les debe: en la corte. Cuando preguntamos lo que la justicia requiere en otro dominio, como en el dominio económico, es la definición más amplia no la más acotada la que demostrará ser más práctica. Esta susceptibilidad al contexto es una de las comprensiones básicas y útiles del clásico de Michael Walzer, Las esferas de la justicia (que interesantemente coincide un tanto con las ideas de Kuyper sobre la soberanía de las esferas). Diferentes esferas de la vida requieren que ligeramente reformulemos cómo explicamos la idea básica de justicia, pero alguien podría concebir esas ideas básicas en primera instancia[1]. Por mi parte, creo que la idea de Keller de «darle a las personas lo que se les debe» es una manera útil de explicar la idea básica de justicia, al menos en términos teológicos, puesto que implícitamente contiene tanto los principios eternos de Dios de lo correcto e incorrecto como también el valor «intrínseco» que ha impartido a cada persona creada a su imagen. Por ejemplo, supongamos que un hombre rico y un hombre pobre están en diferente manera bajo una ley injusta; la ley injustamente favorece al hombre rico y desfavorece al hombre pobre. ¿Cómo se ve la verdadera justicia (darles a las personas lo que se les debe) en esta circunstancia? Podría requerir que alguien imponga simultáneamente la ley en ambos hombres mientras que también actúan aparte de la ley para compensar a aquellas injusticias más profundas a través de los actos de «caridad» o los esfuerzos para cambiar la ley. En otras palabras, la justicia podría requerir una cosa en la esfera legal, otra en la esfera política y aún otra en la esfera de las relaciones personales. Incluso podría requerir que alguien, en el lenguaje de Keller, vaya a «lugares donde el tejido de shalom se ha roto, donde los miembros más débiles de las sociedades se resbalan a través del tejido, y repararlo». Como tales, las leyes en una sociedad verdaderamente justa considerarán varios tipos de desigualdad en otras esferas, como la esfera del intercambio económico. Keller observa prácticamente que las leyes que Dios le dio a Israel no llamaban simplemente a un castigo igualitario ante la ley de acuerdo con el crimen de una persona; Dios también estableció leyes que abordarían la variedad de desventajas que las personas experimentan, leyes, por ejemplo, que ayudarían a que el pobre reciba lo que se le debe como personas creadas a la imagen de Dios. Las leyes de espigueo o las leyes de redistribución de propiedades son claros ejemplos. 

Una corrección del corazón

Ahora, no espero que mi breve defensa de la visión más extensa de la justicia convenza a todos, no creo que necesite hacerlo. Ya sea que llamemos los actos de autosacrificio y generosidad «justicia», «amor» o «compasión», el desfile de versículos que Keller muestra todavía permanecen, llamándonos a oponernos a la injusticia y cuidar del necesitado, y toda esa Escritura debe pesar en el corazón del cristiano, de la misma manera que todos los textos que descubrí en Isaías. Y aquí es justo donde quiero darle a Justicia generosa mi mayor elogio. A Dios le preocupa profundamente la justicia, un concepto que generalmente se asocia con cuidar del necesitado en la Escritura si es que no es lo mismo. Algunas personas del lado transformacionalista del espectro deben leer Justicia generosa para corregir su teología, particularmente en los puntos que destaqué anteriormente. Yo necesitaba (al menos) una corrección del corazón. Por esa razón, planeo leerlo de nuevo con mi esposa y animo encarecidamente a otros pastores que lo lean. Sí, el libro podría crear algunas preguntas pastorales complicadas como «¿cuánto deberíamos animar a nuestra congregación a hacer justicia?». Y ciertamente provocará objeciones como, «no hay límite considerable para “hacer justicia”, más activamente. ¡Te verás obligado a ayudar a cada persona pobre del planeta!». Bueno, sí, hay límites: los mismos límites que pondrías al hacer evangelismo, como la necesidad de administrar fielmente otras áreas de tu vida. Más concretamente, creo que debemos dejar tales preguntas en segundo plano, para que así las consideraciones pragmáticas no invaliden las teológicas. Nuestro trabajo principal debe ser ver que nuestros propios corazones y los corazones de nuestras congregaciones estén creciendo en el amor y en la justicia de Dios. ¿Cómo hacemos eso? Al predicarle a nuestras congregaciones semana tras semana, no solo sobre hacer justicia, sino que también sobre la justificación. Debemos centrar nuestros sermones donde Keller terminó su libro: en el Evangelio.

Justicia generosa: cómo la gracia de Dios nos hace justos. Timothy Keller. Publicaciones Andamio, 252 páginas.

Esta reseña fue publicada originalmente en 9Marks.

[1] Es verdad, Walzer, un comunitario comprometido, sería un poco blanco y relativista sobre si es que tal idea básica universal en realidad existe o no.

 
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El temor a perder el trabajo
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El temor a perder el trabajo

A veces me preocupa perder mi trabajo, ¿no te pasa lo mismo? La verdad es que trabajo muy duro, pero uno nunca sabe. Quizás puede ser que no obtengamos el financiamiento para nuestra organización o tal vez las necesidades de la organización cambien.

Incluso —me avergüenza admitir que pienso esto— podríamos enfrentar una crisis social, como en esas películas catastróficas, en las que un héroe valiente tiene que defenderse a sí mismo y a sus dos lindos hijos sólo con su ingenio y un arma, mientras los saqueadores patrullan las calles devastadas a bordo de camionetas con barras antivuelco. Aunque esto no es una gran preocupación, se me pasa por la cabeza. Siendo más realista, quizás gobiernos extranjeros exijan que paguemos nuestras deudas, provocando que el dólar baje y la economía colapse. Después, un gran desastre natural podría azotar la ciudad. Tal vez tú pienses que esas cosas nunca sucederán. Es más fácil pensar en perder el trabajo cuando estás cuadrando la chequera o cuando estás viendo cómo los azulejos de tu antiguo baño se caen. Entonces, te preguntas, ¿deberíamos remodelar el baño o ahorrar el dinero? Me pregunto si el oro es la mejor inversión. Pero, espera, su valor acaba de descender. Tal vez deba conseguir un arma. Puedo llegar a pensar cosas descabelladas, por lo que es bueno que vaya a la iglesia. Cada domingo, mi pastor abre la Biblia y me ayuda a tener mejores pensamientos. Déjame explicarte: en los últimos meses, mi pastor ha estado predicando sobre el evangelio de Juan. He tomado unos apuntes bastante buenos. ¿Sabes lo que me ha animado cuando pienso en que puedo perder mi trabajo?

JESÚS VINO A SALVARNOS DE NUESTRO PECADO

Cuando mi pastor predicó sobre Juan 4, nos enseñó que Jesús vino para salvarnos de nuestro pecado. Como la mujer samaritana que quería agua, nosotros también tenemos necesidades físicas que debemos suplir. Jesús se preocupa por estas necesidades, pero Él quiere que todos los síntomas de la caída, incluidas la sed, la enfermedad e incluso la pérdida del trabajo, dirijan nuestra vista al verdadero mal: el pecado.

Dios permite que a sus hijos les sucedan cosas malas, como la pérdida de un trabajo. La Biblia no promete que eso no pasará; es más, podría pasar. Pero si somos cristianos, sabemos que Jesús se encarga de aquellas cosas de las que sí deberíamos temer: el pecado y el castigo de Dios. Nuestro futuro está asegurado.

DIOS MUESTRA SU GLORIA A TRAVÉS DE LAS PRUEBAS

Cuando llegamos a Juan 9, mi pastor nos ayudó a pensar más en los momentos difíciles de la vida. «Pónganse en el lugar de los padres del hombre que nació ciego», nos dijo. «Imaginen que viven en esa época y tienen un hijo ciego. Podrías cuestionarte, ¿cómo se mantendrá? ¿Pasará por pobreza? ¿Será excluido por la sociedad?».

Qué consuelo es escuchar las palabras de Jesús: «—Ni él pecó, ni sus padres —respondió Jesús—, sino que esto sucedió para que la obra de Dios se hiciera evidente en su vida» (v. 3). Tal como con el hombre ciego, la Biblia no nos promete que estaremos libres de enfrentar pruebas, pero sí nos promete que Dios mostrará su gloria por medio de las pruebas que enfrentan sus santos.

JESÚS NOS PRESERVARÁ

Después vimos una gran promesa en Juan 10: nadie puede arrebatarle las ovejas a Jesús. Nuestro pastor nos dijo algo interesante: «Las Escrituras nos describen como ovejas con necesidades. ¿Te consideras una de esas ovejas? ¿O vives en base a la ecuación, "salud + riquezas = felicidad"? Pues esta última es una mentira», exclamó.

Repito: podríamos perder nuestros trabajos. El cristianismo no nos promete la mejor vida ahora, así que abandona la falsa religión. En vez, confía en que Jesús nos preservará para Él y para la eternidad.

SUS TIEMPOS Y SU AMOR SON PERFECTOS

La semana siguiente, la prédica fue sobre Juan 11 y aprendimos que el amor de Dios no siempre es como esperamos. ¿Recuerdas cuando Jesús se enteró que Lázaro estaba enfermo? Juan nos cuenta: «Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. A pesar de eso, cuando oyó que Lázaro estaba enfermo, se quedó dos días más donde se encontraba». ¿Qué? Jesús lo amaba, ¿y lo dejó morir? Bien, piensa en la oración que hizo antes de resucitar a Lázaro: hizo todo esto para que la gente creyera.

«Miren», dijo mi pastor, «ocurrirán cosas malas y, cuando sucedan, no trates de forzar una explicación. Acepta que la vida puede ser dura y no le des más vueltas. Recuerda lo que sabes sobre Dios y confía en que sus tiempos y su amor son perfectos».
Este artículo fue originalmente publicado por Ligonier Ministries en esta dirección.
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Pastores en las redes sociales
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Pastores en las redes sociales

En una reciente llamada por Zoom con media docena de pastores, uno de ellos planteó el inquietante tema de las redes sociales. Varios de sus miembros lo habían instado a hablar más en respuesta a las tragedias racistas que habían consumido a la nación en la semanas previas. «No estoy seguro de qué decir o hacer», se quejó. Su propio pensamiento respecto al incidente y a sus consecuencias aún estaba en proceso. Además, ¿tenía él la responsabilidad de expresarse en las redes sociales? ¿Era él cómplice de la injusticia si no expresaba su opinión? Muchas personas han estado citando a Martin Luther King Jr. y a Elie Wiesel que tocan el mismo tema. Otro pastor empatizó inmediatamente: «algunos de mis miembros quieren escuchar más indignación de mi parte. Otros quieren asegurarse de que no suene como un eco de los medios de comunicación dominantes». Se encogió de hombros, «no creo poder satisfacer a ninguno de los grupos». Saber cómo pastorear en la era de las redes sociales puede ser desconcertante. Vemos sus oportunidades y sus peligros. Podemos animar a docenas o incluso a cientos de personas con un tuit. Sin embargo… también podemos provocar discusiones sin quererlo; causar polémicas insensatas. Aparentemente, incluso podemos perder nuestro edificio de la iglesia al «favorecer» lo incorrecto. No obstante, el tema no puede evitarse. Twitter, Facebook e Instagram son los pubs, las tabernas y las plazas principales de hoy. Desde el 2013, el 70 % de los cristianos mileniales leen la Biblia en su celular o por Internet, el 56 % investiga la página web de una iglesia antes de asistir a ella y el 59 % busca contenido espiritual en línea. Por lo tanto, no es sorprendente que el 85 % de las iglesias usen Facebook; que el 84 % de los pastores digan que es su principal herramienta de comunicación en línea; y que el 51 % de las iglesias digan que al menos un miembro del equipo publica regularmente en las redes sociales. Los asesores eclesiásticos insisten que tu iglesia debe aprovechar las redes sociales porque son una ayuda para que las personas te encuentren, construyen comunidad, muestran la vitalidad de tu iglesia, encuentran a las personas en el lugar donde viven, venden los productos de tu ministerio, proveen un espacio para anuncios, te ayudan a educar y a discipular, y así sucesivamente. No solo los evangélicos de la «low church [iglesia baja][1]» son los que usan las redes sociales. La Iglesia Anglicana de Inglaterra le pidió a sus miembros que publicaran fotografías de la celebración de la Pascua con el hashtag #EasterJoy [#GozoDePascua]. El Papa Francisco invitó a sus 18 millones de seguidores en Twitter a unirse a él en «un nuevo viaje en Instagram, para recorrer… el camino de la misericordia y de la bondad de Dios». Por lo tanto, ¿cómo deben pensar los pastores respecto a su propio uso de las redes sociales?

Las dinámicas únicas de las redes sociales

Para responder esto, vale la pena pensar en el medio de comunicación mismo. Has escuchado la frase: «el medio es el mensaje». ¿Cómo el medio mismo impacta y da forma a lo que decimos o hacemos en las redes sociales? En primer lugar, trae a la memoria los medios de comunicación más antiguos, como el libro, el periódico o los noticieros. Ahora, en comparación a ellos, ¿qué es único respecto a las redes sociales y cómo eso impacta la naturaleza de la comunicación? A continuación, mostraré cinco características únicas que vale la pena notar. 1. Pone a la imprenta en manos de todos Las redes sociales ponen a la imprenta de Gutenberg en las palmas de las manos de todos: gracias al teléfono inteligente. Democratizan la industria editorial; nivela el campo de juego. Tu publicación personal en Facebook aparece justo al lado de la publicación de The New York Times, el tuit malhumorado del miembro de la iglesia, al lado de la del presidente. Por su aparición en la fuente de noticias, ningún tuit ni publicación tiene más autoridad intrínseca que otra. Todos ofrecen una afirmación igualitaria para definir la realidad. Una mujer podría pasar muchos años trabajando para obtener un doctorado en un área, pero una inteligente palabra de desprecio de un hombre que ha leído algún artículo sobre el tema, divide a la multitud y la deja con un aspecto frívolo. 2, Promueve la autoexpresión Aunque hace mucho que los periódicos dieron espacio a una página de opinión y a editoriales, las redes sociales existen casi completamente con el propósito de la autoexpresión. Publico y tuiteo con el fin de decirte qué es lo que pienso, lo que siento, lo que creo. Abre un camino en el cual las personas comparten de sí mismos con más holgura (desde fotografías de vacaciones familiares hasta listas de escuelas a las que alguien asistió). No solo la imprenta está en las manos de todos, todos pueden escribir su autobiografía, solo que esta autobiografía es en vivo, minuto a minuto, en tiempo real. Sin duda, una persona puede hacer todas estas cosas (compartir sus opiniones y fotografías de sus vacaciones familiares) en rectitud. No obstante, las redes sociales también hacen uso de nuestra arrogancia. Nos tientan a pensar que las personas quieren o incluso necesitan escuchar nuestras opiniones y ver nuestras fotografías. Al extremo de que no me involucro con el mundo «allá afuera», sino que permanezco inamovible en la pantalla, y corro el riesgo de definir la realidad por lo que está en la pantalla. Sin duda alguna, las redes sociales son el medio perfecto para una sociedad que cree que la realidad se construye socialmente. Mis publicaciones y mi interacción con las páginas de otros pueden convertirse en mi realidad: esta es la decoración que me encanta para mi casa, mis cinco películas románticas favoritas, mis aperitivos y mis postres favoritos, mis reflexiones sobre la justicia social, mis opiniones sobre la homosexualidad y Dios, mis puntos de vista respecto a la ciencia de una pandemia mundial. Este soy yo. Este es el mundo que conozco y experimento. Si no estás de acuerdo con alguna de mis opiniones, seré simultáneamente tentado a tomar tu desacuerdo de manera personal (a verlo como un ataque personal), así como también a ver tu desacuerdo como algo irracional porque desafía mi realidad. Y, por supuesto, no se puede razonar con el irracional. Es peligroso; necesita ser castigado, insultado y eliminado. Esto es cierto ya sea que esté hablando sobre algo sublime o sobre algo ridículo. De hecho, el espectro completo entre estos dos comienza a unirse porque ahora pertenecen a las mismas categorías de mi realidad. Puedo hablar sobre Dios o sobre colores de pintura al mismo tiempo, con la misma emoción, en el mismo lugar. 3. Quita la responsabilidad previa a la publicación Como otro medio de comunicación y de edición, las redes sociales presentan responsabilidad. Di algo estúpido o incorrecto, y serás perseguido por la multitud. Incluso podrías ser «cancelado». Sin embargo, lo que es único es que las redes sociales no requieren ninguna responsabilidad antes de presionar el botón «publicar». No hay ninguna supervisión editorial. Cada hombre es su propio editor y junta editorial. No solo eso, la supervisión editorial dada a libros, artículos y columnas exige un tiempo de retraso. Un escritor debe esperar que un editor lea, lo que significa que cualquier destello de emoción o certezas disparatadas a las 1 a. m. que te obligan a escribir algo tendrán tiempo de enfriarse con un nuevo amanecer. Sin embargo, las redes sociales me permiten anunciar instantáneamente al planeta cada oleada de ira, lujuria e indignación. El medio no permite revisiones. Estas deben venir del usuario. 4, Une la edición con reuniones de discusión, pero sin normas para quienes dan su opinión Las redes sociales no solo les permiten a las personas que actúen como editores, también les permite actuar como si fueran parte de una reunión congregacional de la iglesia o como un concejo municipal o incluso como un tribunal de justicia. Cuando hablas, las personas pueden responder, ofreciendo sus ovaciones o sus desprecios. El problema es que las personas no tienen ninguna norma y permanecen relativamente impersonales. En una reunión de la iglesia o en un concejo municipal, cuando una persona habla, cualquiera que responda será responsable de su respuesta. Todos los nombres y los rostros están presentes. Además, todos escucharán el vaivén de la conversación (argumento y contraargumento) antes de que se tomen las decisiones. En las redes sociales, las personas leen una publicación, hacen comentarios y después siguen adelante. Como si dispararan desde un automóvil para luego huir, toman parte en la discusión disparando tuits desde lejos o enjuiciando. Todo el proceso judicial (los cargos, el proceso y la condena) ocurre en 280 caracteres. Caso cerrado. El nombre de quien dispara podría aparecer sobre el tuit (Juan Pérez), pero eso no significa mucho. En efecto, el tuit o el comentario llega sin ningún contexto personal de «Juan»: no hay lenguaje corporal, ni tono de voz, ni historia de conversaciones ni interacciones personales, solo las perezosas palabras, «no, simplemente no» o «hazlo mejor». Anónimos o seudónimos en una cuenta de red social es fuente de aún más problemas y rencor. Al menos «Juan Pérez» probablemente ejercerá cierta limitación interna porque su nombre está presente. No obstante, la persona que usa seudónimos («El chico consciente», «Mamá metodista») efectivamente entra a hogares, lanza una granada y luego se retira, usando todo el tiempo una máscara de esquí para no tener ninguna responsabilidad. Esos usuarios, creo, son irresponsables, cobardes y desleales, al menos en la medida en que se autodenominan portadores de la verdad o profetas. Qué lástima por los profetas bíblicos. ¡Ellos no podían tener esa máscara de esquí puesta! Jeremías no se sentó en la cisterna ni Juan el Bautista puso su cabeza para ser decapitada y susurraron para sí: «espera, ¿podría haber usado un seudónimo?». Ellos enfrentaron burlas, azotes y encarcelamiento porque esperaban una mejor ciudad; este mundo no era digno de ellos (Heb 11:16, 36-38). 5. Cultiva la comparación, el legalismo y el tribalismo Los seres humanos siempre han sido tentados a usar máscaras, a esmerarse para causar la mejor impresión pública y a alentar a otros a pensar mejor de ellos mismos de lo que realmente son. Las estructuras de las redes sociales entregan un vehículo práctico para estos instintos básicos. El adolescente y su cuenta de Instagram; la mamá joven y su tablero de Pinterest; el candidato a un doctorado y su lista de relaciones en Facebook; el líder de ministerio y sus tuits ofreciendo solidaridad; en todos esos lugares, uno puede ser tentado a fabricar una imagen exterior o a cultivar una reputación inmaculada acorde con los tiempos. Sin embargo, esto crea una cultura de comparación. Otro adolescente ve esa cuenta; otra mamá, esas fotos; otro intelectual en potencia, esa lista; otro ministro, esas afirmaciones: todos se comparan con el otro. Ella se pregunta: «¿ese es el estándar?». Él pregunta: «¿debemos hacer lo mismo?». Comparamos el exterior cuidadosamente conservado de las vidas de otras personas con las caóticas realidades interiores de la nuestra, como le escuché decir una vez a un predicador. Estas comparaciones pueden convertirse, entonces, en vehículos para el legalismo: «quizás necesito hacer un mejor trabajo al crear más tradiciones vacacionales para mis hijos como lo hace esta mamá». Ese legalismo da espacio al tribalismo, ya que nuestras tribus normalmente se enraízan en nuestros legalismos. Mi tribu, después de todo, consiste en personas que cumplen las mismas reglas que yo, valoran lo que yo valoro, demuestran su virtud en las cosas que yo considero virtuosas: mi manera de criar, mis políticas y mi partido, mi estilo de vida.

Resumen de estas dinámicas

Todas estas dinámicas que estoy discutiendo son más o menos endémicas de las estructuras de las redes sociales. Las plataformas de las redes sociales (la manera en que funcionan) democratizan la edición, promueven la autoexpresión, eliminan las normas previas a la publicación, proveen los medios de una retroalimentación parecidos a las de una reunión y cultiva las comparaciones que (a veces) producen un tribalismo legalista. Sin duda, la tecnología es moralmente neutral. Puede ser usada con propósitos de rectitud o de maldad, como cualquier tecnología. Una persona puede tuitear o publicar en Facebook por el bien genuino de otros, ejerciendo un control apropiado de sí misma, aceptando la retroalimentación de otros humilde y misericordiosamente, y alegrándose en las victorias y en las virtudes de otros. No obstante, toda tecnología ofrece tentaciones particulares y puede alentar ciertas potencialidades en los seres humanos morales, testarudos y caídos. ¿Qué potencialidades? En pocas palabras, las redes sociales crean un espacio para alzar la voz por los indefensos y un espacio para todas las tentaciones de discursos necios y malvados porque elimina dos cosas que cada sociedad en la historia del mundo ha usado para formar y controlar el discurso público: el acceso y las estructuras de autoridad. El jefe de la tribu y su tribu, la asamblea griega y sus votos, Horace Greeley y las leyes de difamación, todos han tenido tradiciones, reglas y directrices para el discurso público. No obstante, al quitar tanto de esto de en medio y al otorgarle a todos acceso a una plataforma de Internet potencialmente global, abre el discurso público tanto al necio como al sabio. Por un lado, podemos hacer caso más fácilmente a la instrucción del rey Lemuel:
  • «Abre tu boca por los mudos, por los derechos de todos los desdichados. Abre tu boca, juzga con justicia, y defiende los derechos del afligido y del necesitado» (Pr 31:8-9).
Por otro, el necio y el malvado echan un vistazo a las puertas abiertas que dan a un campo más abierto.
  • «El necio no se deleita en la prudencia, sino solo en revelar su corazón» (Pr 18:2).
  • «El que odia, disimula con sus labios, pero en su corazón acumula engaño. Cuando su voz sea agradable, no lo creas, pues hay siete abominaciones en su corazón» (Pr 26:24-25).
Ambos tipos de discurso han tenido rienda suelta en este panorama. ¿Y qué tipo de discurso nace más fácil en este mundo? (Hay que reconocer que las recientes acciones de Twitter y Facebook para custodiar ciertas variedades de discurso restringen parte de esa libertad). Sin embargo, el hecho de que cada uno de nosotros tenga la capacidad de comentar públicamente el desempeño del trabajo de nuestros líderes políticos, la política de gobierno, las ciencias ambientales, los puntos más finos de la teología trinitaria, las exigencias del pastorado, las complejidades de las étnias, las inequidades del mercado, la inocencia o la culpabilidad del acusado y mucho más, no significa que tengamos la sabiduría y la competencia para hacerlo. (Lee la narración que Tim Challies hace de la historia de Apeles y el atrevido zapatero aquí). Es extraño para mí, sin embargo, que muchos presuman lo contrario. Es como si tener acceso a una plataforma de red social repentinamente nos convierta a todos en expertos de todo. Esto me recuerda algo que le escuché observar a Mark Dever recientemente: nuestras capacidades no han aumentado ni un poco desde la invención del telégrafo, del teléfono o del Internet. Y los deseos que las personas tienen de que hablemos no aumenta nuestra sabiduría.

Reconoce que las redes sociales ofrecen una comunidad rival para tu iglesia

Si ese es el escenario, ¿cómo deben pensar los pastores respecto a hablar en ellas? Suma estas cinco dinámicas y este es el panorama completo: las redes sociales ofrecen una comunidad rival para tu iglesia local. No es la única comunidad o espacio que hace eso. Los equipos, los grupos de amigos, los gimnasios CrossFit y los lugares de trabajo hacen lo mismo. Sin embargo, las redes sociales son un rival particularmente poderoso porque es autoseleccionado y dirigido. Ofrece las voces de autoridad que nos dicen lo que queremos escuchar y los amigos a los que les gusta lo que a nosotros nos gusta. Satisface nuestras predilecciones naturales. Nos empodera, dándonos una plataforma para lo que sea que queramos. Y porque aparece en nuestro teléfono, nos sigue al trabajo, al supermercado y a la cama. Tales desafíos no son completamente nuevos. Otras voces de celebridades han desafiado a la autoridad del pastor. La radio y la televisión han tentado por mucho tiempo a los cristianos estadounidenses a seguir el consejo de Robert Schuller, Jimmy Swaggart y James Dobson por sobre la de sus pastores. Dicho esto, Schuller y Swaggart nunca «dieron me gusta» a tu publicación por la pantalla de la televisión, y ninguno de tus columnistas favoritos de tu revista cristiana favorita te «siguió». Las plataformas de las redes sociales te ofrecen este tipo de refuerzo y favor. También hace conexiones y alianzas sociales entre personas que nunca lo han hecho de otra manera. Las redes sociales son particularmente expertas en ofrecer una disciplina rival (por ejemplo, aquí [disponible solo en inglés]); una que es muchísimo más grave e invasiva que cualquiera de lo que la vieja iglesia local puede hacer. Avergüenza, aísla y desprecia. Les cuesta el trabajo, los amigos, el estatus y más a las personas. Con razón, las personas temen ser atraídas hacia su torbellino, porque las personas carecen de normas, discernimiento y amor, y no ofrece provisiones para perdonar. Los líderes políticos, los directores corporativos y las celebridades del ministerio, por tanto, hacen lo que sea que puedan para evitar que la plaga de langostas digitales caiga sobre ellos. Incluso se postrarán cuando sea necesario. En otras palabras, animaría a que los pastores sintieran primordialmente cautela respecto a las  redes sociales. Las personas se aprovecharán de ti para sus propósitos, ni mencionar cómo te destruirán. Las personas también dividirán la iglesia, ya sea que implique provocar insatisfacción en solo una familia o suscitar divisiones políticas en la congregación. Por tanto, mantén la guardia. Estás entrando en una ciudad polvorienta del viejo oeste donde no hay sheriff ni ley. Más drásticamente, estás luchando contra principados y poderes, y esos poderes ven con buenos ojos tus deseos de una audiencia más grande y la atracción de los miembros de tu iglesia por otras formas de refuerzo social. Quieren que creas que otras formas de sabiduría son más confiables que la Palabra de Dios; otras audiencias, más importantes que tu humilde congregación; otras plataformas, más poderosas para hablar; otros tipos de impacto, más perdurables y significativos. En el segundo en que comienzas a creer estas cosas, has comenzado a ceder en tu llamado como pastor.

Recuerda ante quién eres responsable: Dios y tu iglesia

Por lo tanto, lo más crucial es recordar ante quién eres responsable como pastor: primero, Dios; segundo, tu iglesia. No eres responsable ante la red mundial, pues ella no te hizo un pastor. No darás cuentas por ella de la misma manera en que las darás por tu congregación (Heb 13:17). Esto significa, primeramente, que no necesitas hablar ahí. Tú necesitas hablar con tu iglesia. Subir a una plataforma de red social o a otra generará expectativas entre los miembros de tu iglesia respecto a que debes usar esa plataforma para abordar los asuntos del día. Si no quieres esas expectativas, bájate de la plataforma. Si decides poner un pie en una plataforma, siempre mantén estas dos audiencias en mente: tu iglesia y el resto de Internet. Como pastor, estás llamado por Dios a hablarle a la primera, no a la segunda. Eso significa que no debes sentirte presionado a abordar todo ni a todos en las redes sociales. Tú sí tienes una  responsabilidad como cristiano a hablar, particularmente por aquellos que no pueden hablar por sí mismos (nuevamente, ver Pr 31:8-9). Sin embargo, el silencio en las redes sociales no significa silencio en un tema. Las reglas comunes y corrientes de sabiduría, mayordomía, llamado y proximidad moral aún aplican. Tu trabajo dado por Dios es enseñar, equipar y abordar cualquier tema pertinente del día en tu iglesia. Podrías sentirte llamado a hablar en líneas más generales. Eres libre de hacerlo, pero no es necesario. Más importante aún, la Biblia no te exige usar este lugar para hablar. Por lo tanto, no le hagas caso a alguien que te diga «debes». Anima a las personas a decir «puedes», no «debes». En la otra cara de la moneda, precisamente porque Dios es tu audiencia primaria, no tienes que inmovilizarte por temor a la turba de las redes sociales. Di lo que crees que Dios quiere que digas y deja que soplen los vientos huracanados de la oposición. Si estás confiando y siguiendo a Dios, esos vientos pueden provocar que tus raíces crezcan con más profundidad en el temor de Dios. En ese sentido, aprender a hablar en las redes sociales es una buena oportunidad para entrenar el temor a Dios.

Baja tus expectativas y reconoce las limitaciones del medio de comunicación

La inmensa mayoría de pastores probablemente debe bajar sus expectativas de lo que pueden lograr en las redes sociales, reconociendo las limitaciones del medio de comunicación. No vas a cambiar al mundo en él. Baja tus expectativas respecto a las discusiones que puedas ganar, a las persuasiones que puedas hacer, a las doctrinas que puedas enseñar, a la justicia que puedas lograr. Mientras tanto, recuerda que tu predicación bíblicamente fiel semana a semana puede cambiar al mundo para los miembros de tu iglesia. ¿Estoy alentando a que pastores descuiden potenciales mayordomías que Dios les ha dado? ¿Acaso no deberías aprovechar cualquier plataforma que Dios nos haya dado? Sin duda, los pastores deben estar preparados para predicar la Palabra «a tiempo y fuera de tiempo» (2Ti 4:2). Definitivamente, el apóstol Pablo dio el ejemplo de predicar el Evangelio en todo tipo de lugares, como también deben hacerlo los pastores (por ejemplo, 2Co 6:4-10). Sin embargo, siempre debemos cumplir nuestro deber de hablar con sabiduría, por esta razón, pasé tanto tiempo reflexionando en el medio de comunicación de las redes sociales. No me parece que estemos persuadiendo a los demás tanto como creemos. El sistema simplemente no está construido para eso. Las personas cambian sus opiniones cuando escuchan voces en las que confían y cuando se sienten afirmados como portadores de la imagen de Dios, lo que los libros y artículos implícitamente le ofrecen a los lectores meramente al tomarse el tiempo de exponer una discusión. No obstante, este sistema simplemente ofrece explosiones rápidas de «LO QUE PIENSO», lo que no inculca confianza. Al contrario, está equipada para provocar y crear controversia. No recompensa la madurez ni el matiz tanto como recompensa el alarmismo y la hipérbole. Un cristiano bien intencionado podría entrar en esta tierra de pistoleros sin ley, cargado de su consciencia de hablar lo que es verdadero y justo. Sin embargo, al abrir su boca, él solo logra avivar las batallas que ya estaban en marcha y que su familia y amigos reciban un disparo. Dios podría haberle dado ministerios efectivos en las redes sociales a un par de hermanos y hermanas. Alabado sea Dios. No obstante, eso es más difícil y más raro de lo que podría parecer. La mayoría de nosotros, relatores de la verdad en potencia, debemos saber que las palabras de verdad dichas en el momento equivocado o en de la manera equivocada puede destruir más de lo que pueden crear (ver Pr 15:1; 25:15; Ef 6:4; 1P 3:7, 15). Una iglesia, por otro lado, es diseñada por Dios para fomentar relaciones con personas reales. Tiene el propósito de construir confianza y paz. Es por esto que el Espíritu Santo ordenó a la iglesia local y a sus estructuras precisamente de la manera en que lo hizo. Él no se tomó la molestia de revelar las redes sociales en su Palabra, sino en nuestras iglesias. Por tanto, ¿qué dominio crees que demostrará tener más impacto a lo largo del tiempo? Hace un momento dije que las redes sociales ofrecen una comunidad rival para tu iglesia y voces rivales para ti mismo como pastor. Sin embargo, tengo un pequeño presentimiento de los cristianos: el Espíritu Santo induce a los creyentes nacidos de nuevo a querer confiar en sus pastores más que en otras voces, al menos cuando los cristianos y los pastores están caminando en el Espíritu (ver 1Ti 5:17). Por ejemplo, un niño de diez años va a escuchar a su papá explicarle cómo lanzar una pelota de béisbol, si es un papá bueno y cariñoso, antes de escuchar a su entrenador de béisbol. Creo que Dios lo diseñó de esa manera. Así es con los pastores y los miembros de la iglesia, creo. Los pastores tienen la tarea de llevar la Palabra de Dios. Eso te da, pastor, una ventaja en las vidas de tus miembros por sobre todas las demás voces que están escuchando en Twitter o Facebook. Tu voz tiene un poco más de sabor. Pero (¡guau!), qué extraordinaria oportunidad pone eso en ti. Solo debes hablar como pastor donde la Escritura habla. No debes abusar de tu autoridad al vincular consciencias más allá de tu área de competencia y autoridad. Nunca debes presumir ser capaz de cambiar un corazón al apoyarte lo suficiente en eso, como si fueras el Espíritu. Todo esto llevará a un juicio mayor (Stg 3:1).

Escribe tus propias reglas y cúmplelas

Lo que debes hacer (si es que puedo decirlo así) es escribir tus propias reglas de involucramiento en las redes sociales y cumplirlas. Yo, por ejemplo, trabajo bastante duro para permanecer dentro de ciertos límites en cualquier momento que publico algo en Twitter. En realidad, no he escrito mis reglas antes, pero las tengo muy claras en mi mente. Aquí están: 1. Quédate dentro de tus áreas de competencia Me siento competente para hablar sobre eclesiología, teología y teoría política, pastorado, muchos asuntos éticos y quizás un par de otras cosas. Nota, no dije teología y política, fui más específico. Tengo un doctorado en teología, pero incluso ahí soy cuidadoso. No me sentí preparado para involucrarme en el debate del 2017 sobre la Trinidad. Leo bastante sobre política, pero no me escucharás abordar debates sobre inmigración y elecciones, al menos sustantivamente. Podría. ¡Tengo opiniones, sabes, tanto respecto al debate de la Trinidad como al de las elecciones! Y las personas podrían confundir mi silencio con indiferencia. Pero la red mundial no es mi responsabilidad. 2. Evita temas controversiales Esto no quiere decir que no abordaré temas controversiales en otros foros. He escrito artículos sobre étnias, aborto, homosexualidad y complementariedad, por ejemplo. He escrito libros sobre política, pero las limitaciones de Twitter hacen esto un lugar peligroso para tener esas conversaciones. No tienes espacio para explicar, calificar, establecer un tono de voz, y así sucesivamente. El domino demasiado a menudo crea malos entendidos y peleas innecesarias. Ver también el punto 4 aquí. 3.Evita comentarios sobre eventos noticiosos momento a momento El razonamiento de los puntos 1 y 2 se aplica aquí. Agradezco a Dios por los periodistas cuyo trabajo es hacer eso. Pero ese no es mi trabajo. Al resumir estas tres primeras reglas, diría que más cristianos y pastores harían bien en hacer caso a las palabras de Pablo en 1 Tesalonicenses 4:11: «ocupen[se] en sus propios asuntos». 4. Habla positivamente, no críticamente Como en el punto 2, estoy dispuesto a criticar, pero el límite de 280 caracteres hace que esto sea difícil de hacer bien. Los tuits no tienen contexto para el lector: no hay lenguaje corporal, tono de voz ni espacio para calificaciones, como he estado diciendo. Más aún, la cultura general de Twitter y el discurso civil en Estados Unidos hoy, creo, inclina a las personas a leer los tuits y los comentarios de alguien, a la peor luz, especialmente cuando haces una crítica. Abundan las lecturas de mala fe en las redes sociales y la turba rápidamente asumirá que tus motivaciones son perversas. Si «el amor lo espera todo», aquí hay muy poco amor. Por lo tanto, personalmente decido evitar comentar crítica y sarcásticamente en la presencia que tengo en Twitter. El Jonathan crítico necesita ir a vivir a otro lugar. En raras ocasiones, sí hago una crítica y hago lo imposible para encontrar un tono cortés y reafirmante, incluso si el sarcasmo es más divertido y mi corazón quiere hacer lo contrario. «Muchas gracias, amigo. Tus comentarios realmente me hacen pensar. Aunque, ¿podría rechazar una cosa?». 5. Habla para edificar, no para promoverte a ti mismo Antes de tuitear cualquier cosa, me pregunto a mí mismo, ¿esto edificará a alguien, incluso un poquito? En otras palabras, uso Twitter  como una vía para discipular a otros cristianos. (Debido a mi trabajo, no asumo que muchos no cristianos me sigan). Ahora, promocionaré libros u otras cosas que he escrito, y aquí hay un poco de trabajo en el corazón. Si mi instinto me dice que me estoy promocionando a mí mismo, entonces no lo hago. De otra manera, me arriesgaré a «pecar audazmente», como dijo Lutero. Incluso cuando comparto comentarios poco serios en Twitter, como el tuit en el que declaré que la Coca-Cola Zero es el refresco más grandioso que jamás haya probado, mi objetivo era ser amistoso y animar el ambiente, aunque sea en lo más mínimo. Lee también «12 Questions to Ask Yourself Before Posting Something Online»[2], escrito por Mark Dever. 6. Revisa los recursos antes de retuitearlos Antes de recomendar el artículo o el libro de alguien más, lo leo completo. Si no lo he hecho, diré algo que lo indique. «Ansioso de leer este libro...». Si no estoy de acuerdo con algo, intento encontrar alguna manera de establecerlo. 7. Recuerda siempre que los miembros de tu iglesia podrían estar mirando No creo que muchos de los miembros de mi iglesia me sigan en Twitter, pero unos poco lo hacen. Por lo tanto, intento lo mejor que puedo de nunca decir algo que pudiera poner en peligro mi relación pastoral con ellos. 8. Resiste la tentación de tuitear regularmente, establecer presencia y formar una comunidad Si quieres construir una marca o aumentar tus seguidores, necesitas establecer una «presencia» constante. Haces esto al publicar o tuitear muchas veces al día y al responder a comentarios de manera amistosa. Ofrecer comentarios jugada a jugada en eventos públicos, también ayuda a establecer una presencia. Haces de ti mismo una voz regular para tus seguidores. No, no estoy diciendo que todo aquel que tiene una presencia en redes sociales ha hecho esto meramente para construir su marca. Las personas tienen bastantes razones. Sin embargo, esa es la única razón (para mí) del por qué podría imaginarme intentando pasar más tiempo publicando en Twitter. Además, las editoriales, los ministerios, las compañías y las escuelas quieren que hagas esto, porque los ayuda. Y, honestamente, es tentador. Quizás construir una plataforma más grande ayudaría a 9Marks y me daría la oportunidad de promover ideas que me importan. Sin embargo, un par de cosas me han retenido. En primer lugar, no confío en mi corazón. Dejo que Dios se preocupe por la amplitud de mi ministerio; yo me enfoco en su profundidad. En segundo lugar, asumo que solo estaré construyendo una comunidad de personas que ya están de acuerdo conmigo. Como he insinuado a lo largo de este ensayo, eso es lo que mejor hacen las redes sociales: clarifican y concretan los desacuerdos que ya existen; no persuaden. Cualquier persuasión que ocurra, lo hace ya sea a través del bullying y del temor o por medio de endoculturación inconsciente que todos experimentamos en diferentes ambientes. No estoy interesado en ninguno de ellos. Mientras tanto, prefiero pasar el tiempo construyendo comunidad y amistades en otra parte (en casa, en la iglesia, en el vecindario) porque ahí es donde creceré mejor y ayudaré a otros a crecer, incluso cruzando las barreras de las diferencias. Nuevamente, no juzgo a aquellos que lo hacen de otra manera. Me han dicho una y otra vez que 9Marks necesita una presencia más sólida en las redes sociales, y probablemente es correcto. Quizás demos pasos en esa dirección. No lo sé. Sin embargo, en mi manejo personal de esto, he resistido el apetito insaciable por lo estable y lo regular de las redes sociales. Dios no me ha llamado a construir una audiencia en Twitter. Él me ha llamado a servir a mi familia, a mi iglesia y a mi trabajo. Digo esto sobre la presencia, pastores, porque asumo que probablemente lo mismo es cierto para la mayoría de ustedes. Un amigo mío dijo, si no estás en las redes sociales, no existes. Bueno, hay cierta verdad en eso. No obstante, no quiero tomar ese camino. Y realmente espero que la mayoría de los pastores alrededor del mundo tampoco lo quieran. Por lo tanto, tuiteo, bastante simple, solo cuando hay algo que quiero decir. Existe un par de reglas más que pongo sobre mí, pero te darán una idea. Y no dudo que todas sean principios basados en la sabiduría y no en absolutos morales, que funcionan para mí. Podrías tener una mayordomía diferente a la mía, pero lo principal que debes preguntarte es esto: ¿Qué estoy intentando lograr específicamente en este espacio, dados sus riesgos, limitaciones, oportunidades, que me cuestan otras cosas que podría hacer con mi tiempo?  Si quieres construir una red de seguidores más grande rápidamente, ignora las reglas de la 1 a la 4 y la 8. Preséntate como el experto del tema en todo, especialmente en las cosas controversiales e inmediatamente relevantes. Atraerás seguidores. Además, si adoptas una voz crítica, rápidamente atraerás al coro que ya está cantando tu canción. Sin embargo, establezco lo obvio: ten cuidado con la posibilidad de que quizás simplemente estés poniendo en contra a las tribus y en realidad no estás cambiando la opinión de nadie.

Lo bueno y lo malo

Aquí hay dos cosas que creo que son ciertas simultáneamente:

(i) las redes sociales han ayudado maravillosamente a captar más la atención de la nación respecto al abuso sobre las mujeres, la discriminación contra las minorías y otras injusticias;

(ii) y la naturaleza generalmente de denuncia tóxica de demasiadas conversaciones en las redes sociales ha dañado la estructura social y la unidad de los Estados Unidos y de muchas de sus iglesias, sembrando potencialmente semillas de aún más rencor e injusticia en el futuro.

Esto ocurre cuando sacas todos los límites y reglas para acceder al discurso público: obtienes lo bueno y lo malo. Mis reglas personales intentan considerar ambas, pero, con toda honestidad, probablemente están más ajustadas para evitar lo malo. Creo que estoy intentando ejercer la sabiduría de Proverbios y de Pablo, pero imagino que mi personalidad y privilegios también juegan un rol. Tú podrías hacer un análisis de riesgo diferente. Una cosa es cierta, pastor: Dios es tu primera audiencia, tu iglesia es la segunda. Todo lo demás en Internet es negociable.
Este recurso fue publicado originalmente en 9Marks.

[1] Iglesia menos tradicional.

[2] N. del T.: «Doce preguntas que puedes hacerte a ti mismo antes de publicar algo en línea», disponible solo en inglés.

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¿Existe el cargo de esposa de pastor?
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¿Existe el cargo de esposa de pastor?

¿Qué rol debe desempeñar una esposa de pastor o de un anciano en la iglesia? ¿Cuáles son sus responsabilidades? ¿Cómo puede servir como una buena ayudante para su esposo en el ministerio?

No existe el cargo de «esposa de pastor»

Lo primero que debemos decir sobre este tema es que la Biblia no establece el cargo de «esposa de pastor/anciano». No ofrece una descripción del cargo. Esto a su vez significa que la esposa de un anciano no debe sentirse forzada a encajar en un cierto molde o en un conjunto de expectativas. Al contrario, la esposa de un anciano debe sentirse libre de simplemente ser una cristiana feliz, saludable y en crecimiento que busca satisfacer los mandamientos de «los unos a los otros» en el contexto de su iglesia como cualquier otro miembro debería hacerlo. ¿Acaso la esposa de pastor/anciano no debería buscar amar y servir a la iglesia a medida que la ocasión y sus dones lo permitan? Sí, pero sólo porque es cristiana, no porque sea esposa de un anciano. Algunas esposas de pastores querrán tocar el piano, organizar el campamento bíblico de verano o liderar el retiro de mujeres. ¡Grandioso! Otras se encontrarán más ocupadas en casa así como también en el trabajo de la hospitalidad privada o en el evangelismo barrial. ¡Grandioso! La esposa de un anciano o de un pastor, como todo cristiano, debe dedicarse al ministerio privado. No obstante, no existe nada en la Biblia que diga que debe involucrarse en el ministerio público.

Expectativas que tiene la iglesia que son de poca ayuda

Ahora, las iglesias a menudo ponen expectativas sobre las esposas de pastores/ancianos. Esperan que ellas tengan un ministerio público. Sin embargo, aquí es donde los ancianos/pastores deben estar dispuestos a mostrar valentía y a buscar proteger a sus esposas de estas expectativas que no ayudan.  Cuando el comité de búsqueda de CHBC le preguntó a Mark Dever qué haría su esposa si él llegaba a pastorear allí, él respondió que ella debía ser un miembro que buscara crecer en gracia y amor por la iglesia, pero que la iglesia no debía poner ninguna otra expectativa sobre ella. Ellos lo estaban contratando a él, no a ella.

Expectativas útiles de su esposo

En general, un pastor debe nutrir el afecto de su esposa por la iglesia como cualquier otro esposo cristiano debe hacerlo. Él debe:
  1. ministrarle la Palabra;
  2. animarla a amar a la iglesia al hablar cuidadosamente sobre ella y orando por ella juntos;
  3. buscar cultivar en ella un corazón de discipulado, hospitalidad y evangelismo;
  4. prestar especial atención a sus necesidades y dones particulares, dándole la debida importancia;
  5. no exasperarla ni sobrecargarla;
  6. afirmar con frecuencia sus actos de servicio y amor en casa y en la iglesia;
  7. ayudarla a no compararse a sí misma con otras mujeres, sino a buscar ser fiel con los dones y oportunidades que Dios le ha dado,
  8. y demostrar su amor único y especial por ella de tal manera que ella no sienta que compite por sus afectos hacia la iglesia.
¿No debería cada esposo cristiano hacer todo esto?

Un rol único

Ahora, después de haber dicho todo esto, una esposa de pastor o de anciano tiene un rol único, así como la esposa de todo hombre tiene un rol único: ella está casada con él. Cada esposa, incluyendo la esposa del anciano debe aprender cómo ser una compañera para su esposo en todas las etapas de la vida. Así mi propia preciada y paciente esposa ha caminado conmigo a través de los puestos tanto de pastor como de anciano laico. Y en ambos cargos se enfrentó a desafíos únicos. Cuando las tentaciones y las oportunidades del cargo me enfrentaron, la enfrentaron a ella, porque somos una sola carne. Puesto que ahora no estoy sirviendo en ninguna de esas funciones, ella no está actualmente experimentando las cargas y alegrías peculiares. Cuando llegue el momento de considerar la posibilidad de reanudar el trabajo de anciano, tendremos que pensar y orar sobre su buena disposición también. Esto no se debe a que ella tendrá más que hacer, una descripción de cargo que tendrá que cumplir. Al contrario, eso es porque la vida y el ministerio llegarán a ser más intensos en cada frente. Las presiones aumentarán para luchar contra el orgullo, perdonar rápidamente, ignorar la crítica, amar generosamente, sacrificar tiempo juntos, y así sucesivamente. Tanto para ella como para mí, lo que está en juego en la vida cristiana será cada vez mayor, por lo que será mucho más importante en la práctica que ambos permanezcamos en el Evangelio. Podrías decir que ser la esposa de un pastor o de un anciano no agrega nuevos botones al estéreo, sólo sube el volumen. Pero no me malinterpretes: ¡la música es buena!
Este recurso fue publicado originalmente en 9Marks.
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El propósito y los límites de la autoridad de un marido
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El propósito y los límites de la autoridad de un marido

¿Por qué Dios les da autoridad a los maridos?

El propósito inicial y mayor del matrimonio y de la autoridad del marido es dar una clase de teología sobre Cristo y la iglesia. Digo «inicial» porque Dios no diseñó el matrimonio y luego, después de eso, diseñó enviar a Cristo a salvar a las personas para luego darse cuenta de que podría usar lo primero para enseñarnos sobre lo segundo. Al contrario, Dios decidió enviar a su Hijo al mundo a salvar a un pueblo. Entonces, diseñó el matrimonio para ser una imagen de esta verdad inicial y mayor. Él quería una señal de gracia común integrada en el ADN de la creación misma para que las personas de toda tribu, lengua y nación pudieran verlo. ¿Cómo desciframos esta idea del liderazgo del marido? Vemos a Cristo y a la iglesia: «Pero quiero que sepan que la cabeza de todo hombre es Cristo, y la cabeza de la mujer es el hombre, y la cabeza de Cristo es Dios» (1Co 11:3). ¿Cómo debe ejercer el hombre su liderazgo? Al seguir el ejemplo de Cristo y la iglesia:
Maridos, amen a sus mujeres, así como Cristo amó a la iglesia y se dio Él mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado por el lavamiento del agua con la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia en toda su gloria, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuera santa e inmaculada (Efesios 5:25-27).
Nota que hay algo pastoral en el rol del marido, puesto que él debe apuntar continuamente a su esposa a la Palabra y al Evangelio de Dios. Dios no le dio autoridad a los maridos para que insistan en sus propios deseos, sino para apuntar a los deseos de Cristo, como revela la Biblia. Ciertamente, los maridos a menudo han disfrazado su egoísmo señalando un pasaje bíblico que pareciera darles lo que quieren. No obstante, el mal uso de la Escritura no niega su uso apropiado. Satanás también usa la Biblia. Una mujer sabia, por lo tanto, no tiene opción más que aprender cómo leer la Biblia por sí misma y por medio de la instrucción de ancianos piadosos en una iglesia sana. De lo contrario, ¿de qué otra manera desafiará el mal uso de la Escritura por parte de su marido? Finalmente, por supuesto, una mujer sólo debe seguir a su marido porque ella sigue a Cristo. Sin embargo, un hombre que ama a su esposa, como debería, debe prepararla, en un sentido, para la venida de Cristo, su Salvador perfecto y todosuficiente. Una esposa debe poder observar a su marido para aprender cómo es el amor y la autoridad de Jesús. Es como si, cuando Jesús aparezca, ella fuera a reconocerlo más fácilmente debido a que ha estado observando a su marido imitar los patrones de Cristo por años. En resumen, los maridos existen para mostrarle al mundo que Jesús ama a su pueblo, la iglesia, con un amor perfecto, completamente afectuoso y abnegado. El rol del esposo no existe para su propio bien, sino que para apuntar a una realidad mayor y más suprema: el amor de Cristo por la iglesia. El amor de Cristo por la iglesia no es el símbolo que apunta a la realidad de ser un esposo; ser un esposo es el símbolo que apunta a la realidad de Cristo. 

¿Cuáles son los límites de la autoridad de un marido?

Muchas noches antes de casarme, le pedí a mi pastor unos últimos consejos. Él se detuvo, me miró directo a los ojos y me dijo seriamente: «Jonathan, serás la imagen número uno de la autoridad de Dios en su vida. Nunca uses tu autoridad para dañarla, sino que sólo para ser una bendición».  La manera más fácil de resumir el límite de la autoridad de un marido es la palabra pecado. Él no puede pedirle a su esposa que peque, tampoco él debe pecar contra ella, ya sea en las cosas que él hace o en las cosas que deja sin hacer. Él puede pecar en su corazón con sus deseos. Él puede pecar con sus palabras y con sus manos. Él puede pecar en cualquier momento en que usa su cuerpo o sus palabras para herir o amenazar. Él puede pecar en lo que le pide a su esposa que haga o no haga. Él puede pecar en cómo ama o falla en amarla. Él puede pecar al fallar en protegerla o proveer para ella. Él puede pecar en cualquier momento en que busca obtener fuera del pacto marital un placer egoísta, pero también cuando busca usar el cuerpo de su esposa para obtener un placer egoísta (para servirme a en lugar de a ella y a nosotros). Él puede pecar en cualquier momento en que ponga sus propios intereses antes que los de ella y en cualquier momento en que él falla con darse a sí mismo por ella: «Maridos, amen a sus mujeres, así como Cristo amó a la iglesia y se dio Él mismo por ella» (Ef 5:25). Por todas estas cosas y más, un hombre será juzgado. La autoridad de un marido es una autoridad jurisdiccionalmente amplia porque concierne al dominio compartido de la pareja. No obstante, debe ser una autoridad que repose muy suavemente en la esposa. Ella debería sentir su peso de su compromiso con el Señor más que con él. Recuerdo a un profesor de Consejería en el seminario quien le enseñaba a nuestro curso que el pecado más común entre los maridos era la pasividad, la ausencia o la abdicación. Entonces, cuando él había estado siendo pasivo por un largo tiempo, y algo de su esposa lo frustraba, él explotaba y pecaba violentamente. Los hombres abusivos, dijo, a menudo combinan un largo periodo de pasividad y abandono con breves episodios de furia y violencia. Ellos se consuelan a sí mismos al pensar que son mejores de lo que son por los largos periodos de «paz». Sin embargo, eso no es realmente paz; es un abandono egoísta. Le escuché a alguien más decir que vivir con un hombre así es como vivir al lado de un volcán. No erupciona muy a menudo, pero vives en un temor perpetuo ante la posibilidad de que pueda erupcionar. Nunca descansas realmente. La solución para la autoridad abusiva, en un sentido amplio, es en parte un asunto de enseñanza, donde hay que enseñarles a los maridos cuáles son sus límites. Es decir, tienes autoridad para aconsejar, no para mandar, lo que significa que no tienes derecho a disciplinar o a actuar punitivamente. Sin embargo, la otra parte es enseñar a los maridos para qué sí es su autoridad: para bendecir, fortalecer y hacer que la esposa florezca. En el lado opuesto, he conocido hombres que permiten que sus esposas los dominen. Temen más a sus esposas que a Dios. Dejan que los emasculen. Finalmente, sus esposas dejan de respetarlos y se divorcian de ellos. Al mirar atrás, podemos decir que tales mujeres recibieron lo que querían: control. Pero en el proceso derribaron sus hogares (Pr 14:1). Subestimaron el regalo que Dios les había dado para hacerles bien. Al final, estas mujeres difícilmente son felices. Tampoco crecen en belleza. Dios tendrá palabras de juicio para ellas. Pero también compartirá esas palabras con sus maridos.

Cómo un marido aborda su trabajo

Permíteme concluir con una palabra de exhortación a los maridos. Maridos, piensen una vez más en el mandamiento de Pablo de amar a tu esposa:
[...] así como Cristo amó a la iglesia y se dio Él mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado por el lavamiento del agua con la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia en toda su gloria, sin que tenga mancha [...] (Efesios 5:25-27).
Hermano marido, tú no eres el redentor sin pecado y completamente sabio de tu esposa. Ella tiene uno: Cristo. Pero Cristo murió para salvar a la iglesia y para hacerla santa ante el Padre. Ese fue su objetivo y ambición. De igual manera, ayudar a tu esposa a llegar a ser santa y una contigo debe ser tu objetivo y ambición superior en el matrimonio. En otras palabras, hermano, cuando despiertes deprimido o llegues al final de un largo día y estés exhausto; te sientas y observas a tu esposa hacer algo que te molesta o ella falla en cumplir tus expectativas sobre algo o gasta demasiado dinero o cuando el estanque de sentimientos románticos parece estar secándose o incluso cuando ella te falla en maneras más dramáticas, tú no te sientas ni refunfuñas para decir: «no estoy satisfecho. No estoy feliz. No estoy realizado». No, estas cosas son lo que esperas porque Dios quiere que seas aquel que ama justo allí en su pecado, necedad, y (a veces) fealdad espiritual a fin de amarla hacia la consumación de su redención. Ese es tu trabajo. Ese es tu propósito en su vida. Cuando dijiste: «sí, acepto», dijiste: «sí, acepto» a prepararla activamente para su Redentor venidero al mostrarle cómo se ve. Saca todo lo demás (todas esas cosas de juventud) de tu cabeza. Eso es a lo que te comprometiste. ¿Cómo puedes hacer esto? En primer lugar, al recordar el amor redentor con el cual Cristo te ha amado. Piensa en cuán pecador, necio y espiritualmente feo eras antes de que Dios te salvara. Pero «siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros» (Ro 5:8). Mientras nos oponíamos a Él en su cara, Él fue a la cruz y pagó el castigo por todos aquellos que alguna vez se iban a arrepentir y creer. Y Él te reconcilió con el Padre cuando te arrepentiste de tus pecados y creíste. ¡Ahora eres justificado! Ya no estás esclavizado a probar algo frente a tu esposa. No tienes que competir. ¡No! Has dejado atrás tu versión vieja. El tú que nació de nuevo ahora es libre para amar a Dios y a tu esposa completamente. Eso significa que:
  • Tú tomas la iniciativa para poner fin a las discusiones al escoger palabras misericordiosas (si es necesario con disculpas). No tienes nada que probar. ¡Dejaste atrás la autojustificación porque eres justificado en Cristo!
  • Tú tomas la iniciativa en el liderazgo espiritual de tu casa, «purific[ándola] por el lavamiento del agua con la palabra» (Ef 5:26).
  • No tienes que exigirle perfección hoy. Estarás jugando un largo juego. La pregunta no es si puedes hacerla una esposa perfecta hoy. La pregunta es, ¿puedes ayudarla a verse más como Jesús en los siguientes cincuenta años al actuar tú mismo como Jesús?
  • Incluso cuando ella se esté comportando contigo de una manera frustrante y, quizás, pecaminosa, tú tomas la iniciativa al ejemplificar la paciencia y el perdón de Cristo. Así como Cristo te ha amado.
  • Ella es tu prioridad número uno, más que los amigos, el trabajo, los padres, las aspiraciones profesionales o pasatiempos. Cristo no dio su vida por alguien más; sólo por la iglesia.
  • Nunca jamás puedes usar tu autoridad de alguna manera para herirla o abusarla. Puesto que Cristo jamás ha abusado de ti.
Ámala más que tus ambiciones profesionales, tus sueños apreciados, tus expectativas adolescentes del matrimonio, tus fuertes convicciones sobre quién debería hacer qué con el asiento del inodoro o cómo se debe cortar la cebolla o quién ofendió primero a quien en la última discusión. No seas un niño que dice: «ella sólo debe entender que soy así» o «si ella me ama, respetará cuán importante es esto para mí». No, ámala como a tu propio cuerpo, dice Pablo. Ella es hueso de tus huesos y carne de tu carne, dice Adán. La estás tomando a ella y a quien Dios la hizo ser en tu propia identidad. (Por si acaso, por eso me gusta la tradición de que la mujer tome el apellido del hombre). Hermano, tienes que liderar tu hogar y tú lideras al ser el primero en morir a tus propios deseos, no para que entonces simplemente lideren los deseos de tu esposa, sino para que lo hagan los deseos de Dios.

Este artículo es una adaptación de Authority: How Godly Rule Protects the Vulnerable, Strengthens Communities, and Promotes Human Flourishing [Autoridad: cómo el liderazgo piadoso protege al vulnerable, fortalece a las comunidades y promueve el florecimiento humano] escrito por Jonathan Leeman.

Este artículo fue publicado originalmente en inglés y traducido con el permiso de Crossway.
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Tu iglesia y tu planificación de vida

Un amigo recientemente me envió un correo electrónico preguntándome cómo debería sopesar la posibilidad de dejar su iglesia para aceptar un trabajo en otra ciudad. Le dije que era «libre en Cristo» para quedarse o para irse, pero me encantó que considerara a su iglesia local para tomar la decisión. Bien hecho. Demasiado a menudo, es fácil tomar las «grandes decisiones» de la vida como lo haría un no cristiano, sin tener en cuenta cómo impactará nuestra membresía en nuestras iglesias locales. Consideramos una oferta de trabajo en otra ciudad sin prestar mucha atención a si esa ciudad tiene una iglesia saludable. Consideramos un posible compañero para casarnos sin preguntarnos si es que la persona tiene un historial de amar y servir al cuerpo de Cristo. Permíteme mirar el asunto de otra manera. Cuando nos enfrentamos a tales decisiones, no buscamos el consejo de otros hermanos y hermanas en nuestras congregaciones que nos conocen bien —a menudo porque no hemos buscado relaciones significativas en primer lugar—. No consideramos el impacto que nuestra partida tendrá en otros: en los niños a los que les hemos estado enseñando en la Escuela Dominical o en las otras personas que dependen de nuestro ánimo semanal.  Enfrentamos muchas decisiones difíciles sobre cómo criar a nuestros hijos: ¿los estoy disciplinando demasiado? ¿Quizás no lo suficiente? ¿Deberíamos hacer escuela en casa? ¿O mejor escuela pública? Pero no recurrimos a padres mayores y más sabios en la congregación. Ya puedes hacerte una idea. Si eres cristiano, vale la pena preguntar si es que incluyes a tu iglesia en la planificación de tu vida. Con «incluir a la iglesia» me refiero a dos cosas: ¿la consideras como un factor en tu pensamiento y realmente involucras a la congregación en tu toma de decisiones? Dios nos ha dado a todos nosotros un regalo maravilloso en otros cristianos que tienen debilidades y fortalezas, talentos y recursos, que complementan los nuestros. Cualquiera sea el don que tengamos, lo tenemos para el bien común (1Co 12:7; 1P 4:10). Tenemos que edificarnos mutuamente hacia la madurez (Ef 4:13; 1Ts 5:11; Jud 20-21). La madurez en Cristo es un proyecto de grupo, razón por la cual nuestro discipulado debe ocurrir principalmente en y a través de la iglesia local. El amor y la obediencia de los cristianos toman forma allí. Por ejemplo, Filipenses 2:1-11 dice: «considere[mos] al otro como más importante que a [nosotros] mismo[s] [...] buscando [...] los intereses de los demás». Luego nos dice que tengamos la misma actitud que Cristo, quien se hizo hombre, siervo y fue a morir a la cruz. Permíteme ver si puedo aplicar estos versículos dando forma a un ejemplo de una gran decisión de vida: qué casa comprar o qué apartamento alquilar.  Si puedes, «considera al otro como más importante que a ti mismo buscando los intereses de los demás» al vivir geográficamente cerca de la iglesia. Cuando una persona vive a una distancia caminable de una iglesia o grupos de miembros, es más fácil invitar personas a cenar a la casa, cuidar a los hijos los unos de los otros mientras hacemos trámites y comprar pan o leche en la tienda para los demás. En otras palabras, es simplemente más fácil integrar la vida diaria cuando hay proximidad geográfica relativa (incluso caminable). Al escoger un lugar para vivir, los cristianos hacen bien en hacer algunas de las mismas preguntas que se hacen los no cristianos: ¿cuáles son los costos? ¿Hay buenas escuelas cerca? Pero un cristiano también hace bien al hacer preguntas adicionales como estas: ¿la hipoteca o el pago de la renta permitirá la generosidad para otros? ¿Les dará a otros miembros de la iglesia acceso rápido a mí para el discipulado y la hospitalidad? Durante el último cambio de casa de mi familia, la pregunta de vivir cerca de la iglesia redujo las opciones a dos casas, ambas asequibles, pero muy diferentes en otros aspectos. La casa 1 era más nueva, mejor diseñada, más atractiva, no requería reparaciones y era menos cara; sin embargo, estaba a 30 minutos manejando del edificio de la iglesia y no estaba cerca de otros miembros de la iglesia. La casa 2 era más vieja, con mucha corriente de aire, requería varias reparaciones (como un porche delantero que se está pudriendo y un sótano que se inunda ocasionalmente) y era más cara, pero estaba sólo a 15 minutos manejando del edificio de la iglesia y, lo más importante, dentro de una proximidad caminable de una docena (ahora dos docenas) de familias de la iglesia. Busqué el consejo de varios ancianos, todos los cuales me aconsejaron priorizar las relaciones de la iglesia. Esto significó realmente escoger la casa más vieja, menos atractiva y más cara.  Afortunadamente, lo hicimos, y ha sido enriquecedor para nuestra familia completa. Mi esposa interactúa con otras madres casi diariamente y nuestros hijos con los hijos de ellas. Me reuní con un hermano cada mañana de lunes a viernes para orar y leer la Escritura durante un año y medio. Nuestras familias de la iglesia pueden trabajar juntas en servir y evangelizar a nuestros vecinos. ¿Un cristiano tiene que cambiarse a una casa que esté cerca de los otros miembros de su iglesia? No, la Biblia no ordena esto. Somos libres en Cristo para vivir donde sea que queramos. Pero esta es una manera concreta de amar a tu iglesia: considera a otros como mejores que tú y busca sus intereses. ¿El Hijo de Dios se sometió geográficamente por el bien de la iglesia? Él dejó el cielo. Ahora, vistámonos de la misma actitud que nuestro Salvador se puso por nosotros.
Este artículo ha sido reproducido con el permiso de Ligonier Ministries y R. C. Sproul. © Tabletalk magazine. Página web: www.ligonier.org/tabletalk