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La prueba del desierto y la presencia de Dios
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La prueba del desierto y la presencia de Dios

La cosa más difícil de saber cuando Dios me prueba para refinarme es que siento una increíble presión a responder bien a dicha prueba. Quizás esto se debe a que tengo una visión del Señor en la que Él está lejano, con sus brazos cruzados, esperando ver cómo respondo. ¿Será con paciencia que seré perfeccionada y completada, como Santiago exhorta alegremente? ¿Veré florecer la paciencia, el carácter y la esperanza como me recuerda Pablo en Romanos 5? Cualquier cosa que ocurra, la verdad es que no quiero decepcionar a Dios. Me apresuro a sentir su decepción. Oh, por supuesto que sé que me ama, pero estoy segura de que Él debe estar solo un poquito frustrado por mi repetitiva falla en confiar en sus buenos planes para mi vida; una falla evidenciada por mi descontento y queja. Esto sucede bastante cada vez que mi voluntad y la suya no coinciden alegremente. Pero, incluso cuando me quejo, me siento culpable: ¿estoy reprobando la prueba? Bueno, sí, lo estoy. No hace mucho, estaba leyendo Deuteronomio, específicamente el capítulo 8, el primer par de versos.
Te acordarás de todo el camino por donde el Señor tu Dios te ha traído por el desierto durante estos cuarenta años, para humillarte, probándote, a fin de saber lo que había en tu corazón, si guardarías o no sus mandamientos (Dt 8:2).
Sí, pensé, aquí vamos. Te está probando para descubrir si estás dispuesta a rendir alegremente las visitas familiares canceladas debido a la pandemia. No me siento muy feliz. Supongo que sabemos lo que hay en mi corazón. Pero, sinceramente, eso parece demasiado duro.
Él te humilló, y te dejó tener hambre, y te alimentó con el maná que tú no conocías, ni tus padres habían conocido, para hacerte entender que el hombre no solo vive de pan, sino que vive de todo lo que procede de la boca del Señor (8:3).
Y me impactó que el Señor siempre supiera lo que había en mi corazón. Él no me prueba para que Él  pueda saber lo que hay en mi corazón; Él me prueba para que yo pueda saberlo. Eso es lo que me humilla. Despierta en mí un hambre por lo único que Él puede dar y que siempre provee. A medida que crece mi comprensión de que lo necesito, veo que Él siempre estuvo ahí con el maná. Él está tan cerca que provee alimento. En este caso, alimento para mi alma: la comprensión de que, a pesar de mi infidelidad, Él está cerca y es fiel.
Tu ropa no se gastó sobre ti, ni se hinchó tu pie durante estos cuarenta años (8:4).
Él está tan cerca que está preocupado de mi ropa, asegurándose de que esté vestida, y su preocupación por mi bienestar incluye el cuidado de mis pies para que pueda seguir caminando hacia la Tierra Prometida a medida que tropiezo a lo largo del desierto. Hubo, por supuesto, Alguien que no vivió solo de pan, que confió perfectamente en cada palabra que vino de su Padre. Hubo Alguien cuyo corazón estuvo perfectamente alineado con el de Dios, que cumplió perfectamente cada mandamiento. Jesús confió en su Padre perfectamente en el desierto, y debido a sus pasos seguros, los míos también lo son.
Porque no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino Uno que ha sido tentado en todo como nosotros, pero sin pecado. Por tanto, acerquémonos con confianza al trono de la gracia para que recibamos misericordia, y hallemos gracia para la ayuda oportuna (Heb 4:15-16). 
Dios no está lejano, de brazos cruzados, esperando a ver si fallo. Él se acercó en Jesús y ahora está cerca. Él sabe que fallaré, pero está listo con el maná, con vestimentas de justicia y con cuidado para mis pies a medida que me guía hacia la buena tierra.
Este artículo fue publicado originalmente en The Latimer Trust.