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Photo of Cuando el matrimonio y la maternidad se convierten en ídolos
Cuando el matrimonio y la maternidad se convierten en ídolos
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Cuando el matrimonio y la maternidad se convierten en ídolos

¿Nuestro llamado más importante?

«La maternidad es el llamado más importante de una mujer». Fue dicho con asombro, reverencia y autoridad. Y fue dicho en un baby shower al que asistí hace algunos años. Estaba presente junto con varias amigas, incluyendo una que estaba profundamente triste por su infertilidad y otra que añoraba casarse. Conociendo las cargas de mis amigas, esta declaración me dolió como una bofetada en la mejilla. Internamente, debatía si debía pararme ahí mismo y decir: «disculpen, eso es completamente falso». Si alguna vez has dirigido un estudio bíblico o has sido anfitriona de algunas personas con muchas opiniones, conoces este sentimiento. ¿Dices algo en el momento por el bien de todo los que están presentes o lo dejas pasar e intentas hacer control de daños más tarde? Elegí la segunda opción, por no querer amargar el ambiente en el baby shower. Llamé a mi amiga que estaba enfrentando la infertilidad tan pronto como subí a mi auto para ir a casa. «Siento tanto que hayas tenido que escuchar eso», le dije. Ella es inteligente y está firme en el Señor y lo tomó con calma y altura, pero sin dudas dejó una marca. Lamentamos el impacto destructivo que la falsedad podría haber tenido en todas las otras personas que estuvieron presentes. Mi otra amiga, la única soltera que había asistido, estaba intacta, con su mirada todavía fija en el premio del supuesto matrimonio y maternidad dentro de su futuro.

¿De verdad? ¿Ídolos?

Amamos una historia que termina con amor verdadero y el «vivieron felices por siempre». Fuimos criadas con cuentos de hadas: la dulce pareja supera todos los obstáculos, se une al final y cría hijos hermosos mientras el sol se oculta a la distancia. Es el material de comedias románticas, películas de Hallmark y casi todas las historias de Disney. Primero viene el amor, después el matrimonio y luego el bebé en el cochecito. Y, verdaderamente, el matrimonio y la maternidad son buenos regalos. Nunca me encontrarás diciendo lo contrario. El amor romántico es una bendición. El amor de pacto en el matrimonio es extraordinario. El matrimonio como un símbolo del amor de Cristo por la iglesia me provoca asombro y adoración. Los hijos son un regalo del Señor (Sal 127:3). Quienquiera que reciba estos regalos debería regocijarse y ser un buen mayordomo de ellos. Pero la iglesia cristiana —por lo menos la iglesia en Estados Unidos, a la que amo y sirvo con todo mi corazón— tiene la tendencia de poner el matrimonio y la maternidad en un pedestal que la Escritura no sostiene. Recuerda, «un ídolo es todo aquello a lo que usted mira y dice en el centro más profundo de su corazón: “si logro tener eso, entonces voy a sentir que mi vida tiene sentido; entonces sabré que soy valioso; entonces me sentiré importante y seguro”»[1]. Los ídolos son cosas buenas que transformamos en cosas supremas.

Lo que se parlotea en la iglesia

Los que estamos en la iglesia sabemos que hemos convertido al matrimonio y a la maternidad en ídolos por la manera en que hablamos de ellos y como los enmarcamos en nuestros ministerios y programas. Nuestras palabras en la iglesia y en los boletines revelan, aunque probablemente sea inconsciente, que no podemos imaginar que personas adultas solteras y sin hijos hayan verdaderamente «madurado». Dudamos de su madurez hasta que tengan un cónyuge y algunos hijos para comprobarlo. Conozco a muchos solteros y a parejas sin hijos que han sido lastimados, confundidos o enfurecidos por comentarios descuidados hechos por miembros de su familia de la iglesia:
  • ¿Estás saliendo con alguien? Conozco a alguien a quien puedo presentarte.
  • No te preocupes; pronto encontrarás a la persona correcta.
  • La santificación real sucede cuando te casas (o tienes hijos).
  • No puedes entender; no eres mamá (o papá) todavía.
Los adultos solteros y sin hijos muchas veces sienten que son un elemento adicional. Ellos saben que en general son los últimos en ser considerados para ser anfitriones o guiar un evento. Sienten que otros piensan que ellos están viviendo una adolescencia extendida. Y por eso, muchos simplemente se van de la iglesia. Un estudio reciente de LifeWay reveló que entre los cristianos de veintitrés a treinta años que dejaron de asistir regularmente a la iglesia, un 29 % dijo que se fue porque ya no se sentía conectado con la gente que asistía[2].

Tratando de ir en contra de la cultura

El matrimonio y la maternidad son buenos regalos. Pero, como todo buen regalo, si buscamos en el matrimonio y la maternidad nuestro significado, valor o seguridad, en lugar de buscarlo en Dios mismo, entonces ciertamente se convertirán en ídolos. Nosotros, especialmente en la iglesia, podemos dar más peso a estos regalos temporales y secundarios del que pueden soportar. Pero ¿cómo sucedió eso? ¿Cómo llegamos a hacer esto? Durante décadas, la iglesia ha estado ocupada luchando contra falsedades culturales que son básicamente lo opuesto al matrimonio y a la maternidad —cosas que ya he mencionado en este libro, como la autonomía del ser, encuentros sexuales casuales y el aborto. La iglesia ha estado en lo correcto al reaccionar en contra de las maneras en que la revolución sexual ha denigrado a las mujeres, al matrimonio y a las familias. Pero al hacerlo, inadvertidamente, ha devaluado la soltería y el no tener hijos, que no son menos valiosos ni menos diseñados por Dios ni menos intencionados por nuestro Creador que el matrimonio y la paternidad. La autora Rebecca McLaughlin concluye: «Aunque estamos en lo correcto al defender el matrimonio por sobre cualquier otra forma de relación sexual (desde la promiscuidad por un lado a la convivencia a largo plazo por el otro), no tenemos razón para promover el matrimonio por sobre la soltería fiel. El apóstol Pablo no lo apreciaría»[3].

No moralicemos al matrimonio y la maternidad

El problema con «la maternidad es el llamado más importante de una mujer» es que es un juicio moral. Dice que las buenas mujeres son madres. Dice que la maternidad es la mejor manera de ser mujer. Amo ser madre y lo considero como uno de mis más grandes gozos, pero de ninguna manera es el resultado de mi buen comportamiento o de mis decisiones sabias ni una indicación de un estatus preferido en el Reino de Dios. No es quien soy. Cuando moralizamos el matrimonio y la maternidad de esta manera, inadvertidamente creamos una jerarquía en la iglesia en la que las mamás van arriba (mientras más hijos, más piedad) y las solteras sin hijos van abajo. Inconscientemente, alabamos lo primero y alienamos lo segundo. No solo eso, sino que disminuimos la diversidad. Mi amiga soltera, que es misionera y madre espiritual de muchos, dice que esta falsa idea sobre la maternidad reduce a las mujeres a una sola dimensión, cuando en realidad hemos sido creadas para mucho más. Nuestro Dios es creativo y ha diseñado a cada una de nosotras con diversas habilidades, capacidades y recursos. «Y todo lo que hagan, de palabra o de hecho, háganlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias por medio de Él a Dios el Padre» (Col 3:17). Para muchas de nosotras, por la gracia de Dios, eso será el matrimonio y la maternidad. Para muchas de nosotras, también por la gracia de Dios, eso será la soltería y no tener hijos. ¿Quién sabe lo que Dios tiene para cada uno de nosotros? Tu llamado más importante no está limitado a un rol temporal aquí en la tierra. El matrimonio y la maternidad son pasajeros. No pueden entregar la satisfacción que nuestra alma anhela. Nuestros cónyuges e hijos van a caer y fallar; jamás nos darán lo que solo Jesús nos da, porque tú y yo fuimos creados por Jesús y para Jesús. Si has hecho del matrimonio y la maternidad el premio de tu vida —ya sea que sean tus roles ahora o los roles que anhelas—, sin duda, te enfrentarás al enojo y a la decepción, porque inevitablemente caerán, como lo hacen los ídolos. El hermano mayor le grita a su padre: «Mira, por tantos años te he servido y nunca he desobedecido ninguna orden tuya, y sin embargo, nunca me has dado un cabrito para regocijarme con mis amigos» (Lc 15:29). Él quería los bienes de su padre, en lugar de a su padre. Pero tal como el padre fue a recibir al hijo pródigo, así también sale a recibirnos a nosotras. «Hijo mío», dice el padre, «tú siempre has estado conmigo, y todo lo mío es tuyo» (Lc 15:31). Esta promesa también es para ti y para mí.  Todo lo que es del Padre, es nuestro. Él ha estado aquí con nosotros todo el tiempo, pero nosotros no nos hemos acercado a Él. Hemos buscado los regalos en lugar de quien los da. Que no sea así. Que tú y yo y cada mujer —casada o no, sin hijos o con— ponga la mira en las cosas de arriba, donde está Cristo. Él es nuestra vida, y un día seremos manifestados con Él y toda su familia en gloria (Col 3:2-4). Este artículo está adaptado de Cultural Counterfeits: Confronting 5 Empty Promises of Our Age and How We Were Made for So Much More [Falsedades culturales: confrontando cinco promesas vacías de nuestro tiempo y cómo fuimos hechos para mucho más] por Jen Oshman.
Este artículo fue publicado originalmente en inglés y traducido con el permiso de Crossway.

[1] Timothy Keller, Dioses falsos: las huecas promesas del dinero, el sexo y el poder; y la única esperanza verdadera (Miami, Florida: Editorial Vida, 2011), 18.

[2] Aaron Earls, «Most Teenagers Drop Out of Church as Young Adults» [La mayoría de los adolescentes abandonan la iglesias cuando llegan a ser jóvenes adultos], LifeWay Research, 15 de enero de 2019, https://research.lifeway.com/2019/01/15/most-teenagers-drop-out-of-church-as-young-adults/.

[3] Rebecca McLaughlin (@RebeccMcLaugh), «...but while we are right to champion marriage above any other forms of sexual relationship…», 29 de abril de 2020, https://twitter.com/RebeccMcLaugh/status/1255517844751691776.