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No temas envejecer con él
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No temas envejecer con él

Hace unos veranos, cuando mi abuelito y mi abuelita aún estaban con nosotros, tuvimos un picnic familiar. La mente de mi abuelita en ese momento no era la que una vez fue. La demencia senil estaba comenzando. Las cosas se tornaron tan difíciles que no podía recordar mi nombre o los nombres de otros miembros de la familia. Sin embargo, había un nombre que no había olvidado: el nombre su Señor Jesucristo. Ella no había olvidado los himnos que había cantado por toda su vida. En ese picnic, mis abuelos cantaron un par de himnos para el resto de nosotros. Uno de esos himnos era «Does Jesus Care?» [¿Le importa a Jesús?]. En medio de los muchos desafíos del envejecimiento, mi abuelita cantó:
¿Le importa a Jesús cuando mi corazón está dolido
en lo más profundo como para que se regocije o cante,
Mientras las cargas presionan y los afanes afligen
Y el camino es cada vez más agotador y largo?
Oh, sí, a él le importa, yo sé que le importa,
Su corazón es conmovido con mi dolor;
....Sé que a mi Salvador le importa (Frank Ellsworth Graeff, 1901).

Dios cuida de sus santos envejecidos

Tenemos control limitado, y a veces ninguno, sobre cuán misericordiosamente nuestros cuerpos y mentes envejecen. Sin embargo, si sabemos que nuestro Salvador nos cuida, y si creemos que él dará gracia para cada necesidad, entonces descansaremos en los brazos de aquel que nos sostiene aún en nuestra vejez (Is 46:3-4). La gracia de Dios nos capacita para envejecer llenos de gracia. El Evangelio nos fortalece para enfrentar la vejez con una firme creencia en el cuidado inalterable de Dios por nosotros, no solo su cuidado de nuestras almas, sino que también su cuidado por nuestros cuerpos. La Biblia nos da una descripción poética para nuestros cuerpos envejecidos (Ec 12:1-7). ¿Qué pasa cuando nuestros días de juventud se han ido? Seremos torcidos con la vejez. La fuerza se malogrará, los dientes se perderán, la vista fallará. En el Salmo 71, el salmista da voz al miedo que podemos experimentar cuando pensamos en envejecer. Él clama al Señor: «No me rechaces en el tiempo de la vejez; no me desampares cuando me falten las fuerzas» (Sal 71:9). En 2 Corintios 4:16-18, Pablo lo describe como «el decaimiento del hombre exterior». Para muchos, las dificultades del envejecimiento los llevaron a la desesperación. El dolor y la ansiedad los superan. Rápidamente nos desorientamos. No obstante, mientras los capítulos de nuestra vida comienzan a terminar, nuestra unión con Cristo nos orienta a lo que es real. Para aquellos que están en Cristo, envejecer tiene que ver más con esperanza que con miedo, con honor que con deshonor, con santidad que con deterioro, con ganancia que con pérdida. Las realidades del envejecimiento pueden fortalecer nuestra esperanza para provocar que fijemos nuestros ojos en el futuro brillante que Jesús tiene para nosotros.

Nada que una buena resurrección no pueda arreglar

Existe una tendencia entre algunos cristianos a devaluar la importancia del cuerpo, denigrando lo físico y elevando lo espiritual. Sin embargo, el Evangelio trae las buenas noticias de que Dios se hizo hombre en Cristo con el fin de asegurar una salvación completa para su pueblo, lo que incluye la resurrección, la sanidad y la vida eterna para nuestros cuerpos. En esta vida, nuestros cuerpos son débiles y nuestras capacidades decaen con el tiempo. Quizás tu cuerpo está fallando actualmente y temes que las cosas solo empeoren. Lo mejor que puedes hacer es mirar más allá de la vejez, más allá de la tumba, al regreso de Cristo y al futuro de nuestros cuerpos. D.A. Carson dijo una vez: «No estoy sufriendo nada que una buena resurrección no pueda arreglar». Estas son increíbles buenas noticias para todos nosotros. Imaginen un cuerpo sin enfermedad, ni mal, ni fragilidad, ni cojera, ni dolores, ni alergias, ni deterioro físico o mental. Pablo dice: «Porque nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también ansiosamente esperamos a un Salvador, el Señor Jesucristo, el cual transformará el cuerpo de nuestro estado de humillación en conformidad al cuerpo de su gloria, por el ejercicio del poder que tiene aún para sujetar todas las cosas a él mismo» (Fil 3:20-21). Él dice que esta transformación corporal, «la redención de nuestros cuerpos», es el gran triunfo del Evangelio y la esperanza en la que somos salvados (Ro 8:23-24). Envejecemos ahora en el consuelo de saber que, con cada día que pasa, esa redención está más cerca que nunca.

Estaremos con el Señor

Nada de esto significa que envejecer sea fácil. Visité a mis abuelos el verano antes de que mi abuelita falleciera. Mi abuelito me contó que nunca supo que era capaz de llorar tanto. Dijo que la parte más difícil no fue ser capaz de comunicarse con mi abuelita debido a su demencia, sino que no podían jugar o armar rompecabezas como otros matrimonios. Conversamos mucho sobre el retorno de Cristo y la gloria del cielo ese día. Mi abuelita se sentaba en una silla todo el día; apenas podía moverse o hablar. No obstante, estaba tan llena de gracia y el poder y la gloria de Cristo estaba sobre ella. Así es cómo se ve el florecimiento cuando la salud física nos falla y el bienestar mental decae. El envejecimiento y todo lo que trae no altera la esencia de quienes somos y de lo que verdaderamente se trata la vida. «Su vida está escondida con Cristo en Dios» (Col 3:3); «El vivir es Cristo y el morir es ganancia» (Fil 1:21). Ese día en la casa de mis abuelos, tomé una silla y la puse cerca de mi abuela y me senté. Con lágrimas, le leí el principio de Apocalipsis 21. Apenas pude terminar.
Entonces oí una gran voz que decía desde el trono: «El tabernáculo de Dios está entre los hombres, y él habitará entre ellos y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará entre ellos. El enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni habrá más duelo, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas han pasado» (Ap 21:3-4).
Este es nuestro gran futuro. En Cristo, envejecer es el camino a la gloria. Lo que se siembra en debilidad será resucitado en poder al regreso de Cristo. Estaremos con el Señor por siempre. Mientras tanto, el envejecimiento es la acumulación de más historias de la fidelidad de Dios y una exposición de la determinación de Dios a amar y a cuidar de los suyos.
Jared Mellinger © 2018 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso.| Traducción: María José Ojeda