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Photo of Deja de pedirle a Jesús que entre en tu corazón
Deja de pedirle a Jesús que entre en tu corazón
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Deja de pedirle a Jesús que entre en tu corazón

Si hubiese un récord mundial de «cantidad de veces en que le has pedido a Jesús que entre en tu corazón», estoy casi seguro de que lo tendría yo. Probablemente haya «hecho la oración» más de cinco mil veces. Cada una de esas veces fue sincera, pero nunca estuve completamente seguro de haberlo hecho bien. ¿De verdad me sentía lo suficientemente mal por mi pecado en ese momento? Hay quienes derraman ríos de lágrimas cuando se salvan, pero yo no. ¿Estaba verdaderamente arrepentido? ¿Fue mi oración un momento de rendición total? ¿De verdad «obtuve» gracia? Así que oraba la oración del pecador otra vez. Y otra vez. Y otra vez. Y tal vez me bautizaba de nuevo. En cada campamento de jóvenes; en cada conferencia de avivamiento. Enjuague y repita. Solía pensar que me pasaba sólo a mí; que simplemente era un bicho raro neurótico. Pero cuando empecé a hablar de esto, el montón de gente que me dijo haber pasado por lo mismo fue tan grande que concluí que el problema era endémico. En nuestras iglesias hay un incontable número de personas genuinamente salvas, pero que, sencillamente, no logran estar seguras de que lo son. Sin embargo, también sucede lo contrario. Gracias a alguna oración de la infancia, decenas de miles de personas están absolutamente seguras de una salvación que no poseen. Ambos problemas se hacen peores gracias a las repetidas, truncas y a menudo descuidadas formas en que presentamos el evangelio de manera abreviada. Ahora bien, usar una forma abreviada es aceptable en la medida en que todos sepamos a qué se refiere la abreviación. Sin embargo, es obvio que, en el caso de «la oración del pecador», la mayoría de la gente ya no lo sabe. Los estudios muestran que más del cincuenta por ciento de los ciudadanos de este país han hecho una oración del pecador y creen que, gracias a ella, irán al cielo aun cuando sus estilos de vida no se distinguen de los de quienes están fuera de la iglesia.  En esta cuestión —la más importante de la tierra— debemos ser absolutamente claros. Creo que es hora de dejar de lado la versión abreviada: debemos predicar la salvación por arrepentimiento ante Dios y por fe en la obra terminada de Cristo. Esto no significa que, al predicar el evangelio, dejemos de insistir en la toma de una decisión. Los más grandes evangelistas reformados de la historia —como George Whitefield, C.H. Spurgeon y John Bunyan— exigieron con urgencia que se tomaran decisiones inmediatas e incluso instaron a los oyentes a hacer una oración con ellos. Cada vez que se predica el evangelio debería extenderse esa invitación y se debería requerir una decisión (Mt 11:28; Jn 1:12; Ap 22:17). De hecho, si no instamos al oyente a responder personalmente a lo que Dios nos ofrece en Cristo, no hemos predicado completamente el evangelio. Además, el arrepentimiento y la fe en Cristo son en sí mismos una petición de salvación hecha a Dios. La oración del pecador no es mala en sí misma —después de todo, la salvación es, en esencia, una petición de misericordia: «Dios, sé propicio a mí, pecador» (Lucas 18:13)—. Según la Escritura, quienes invoquen el nombre del Señor serán salvos. Ni siquiera me opongo categóricamente al lenguaje de pedirle a Jesús que entre en tu corazón, porque —si se entiende correctamente— es un concepto bíblico (Ro 8:9-11; Gá 2:20; Ef 3:17).  Para muchos, sin embargo, la oración del pecador se ha convertido en un ritual protestante por el cual pasan sin considerar lo que la oración debería encarnar. Dios no concede la salvación como una respuesta a las meras palabras; la fe es el instrumento que se apropia de la salvación. En una oración puedes expresar fe, pero es posible arrepentirse y creer sin hacer una oración formal, y es posible orar la oración del pecador sin arrepentirse ni creer. Finalmente caí en la cuenta de esto cuando, estando al borde de la desesperación, leí el comentario de Martín Lutero sobre Romanos. Lutero señala que la salvación es consecuencia de descansar en los hechos que Dios reveló sobre la muerte de Cristo. Tal como Abraham fue considerado justo cuando creyó que Dios cumpliría su promesa, somos salvados por creer que Él la ha cumplido en Cristo. El evangelio es la declaración de que Jesús es Señor y le ha puesto fin a nuestros pecados. Somos salvados por someternos a esas dos verdades. La conversión es una postura que adoptamos ante las declaraciones que la Escritura hace sobre Jesús. Lo importante no es lo que sentíamos o lo que dijimos en el momento de la conversión; lo que importa es cuál es nuestra postura en este momento. Piensa en la conversión como sentarse en una silla. Si ahora estás sentado, hubo un instante en el cual transferiste el peso de tu cuerpo desde tus piernas a la silla. Quizás no te acuerdes de haber tomado esa decisión, pero el hecho de que ahora estás sentado prueba que lo hiciste. Tu decisión fue necesaria, pero al tratar de discernir dónde está tu confianza física —si en tus piernas o en la silla—, tu postura actual es una mejor prueba que un recuerdo del pasado. ¿Significa esto que los cristianos que caen no son salvos? No, los creyentes aún pueden caer. Técnicamente, cada vez que pecas estás cayendo. Como creyente, lucharás por el resto de tu vida contra ese pecado residente. Caerás a menudo, y a veces caerás con fuerza. Pero cada vez que caes, te vuelves a levantar, mirando hacia el cielo. Una persona que está en medio de una recaída puede ser salva, pero sólo poseen seguridad quienes se hallan actualmente en una postura de arrepentimiento y fe (He 6:9-10). En último término, el mundo se divide en dos categorías: muchos se hallan «de pie» en rebelión contra el señorío de Jesús, descansando en la esperanza de que su rectitud propia les hará merecer el favor de Dios; y otros están «sentados» en sumisión, descansando en la obra terminada de Él. Así que, cuando se trata de seguridad, la única pregunta verdadera es: ¿Dónde está descansando el peso de tu alma? ¿Aún estás de pie en rebelión, o te has sentado en la obra terminada de Cristo?
Este artículo fue originalmente publicado por Ligonier Ministries en esta dirección.