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La historia que compartimos
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La historia que compartimos

Pídele a cualquiera que describa un cuadrado, y aunque te den explicaciones diversas, éstas coincidirán en algunos puntos (por ejemplo, ángulos de 90° y cuatro lados iguales). Define mal uno de sus rasgos característicos, y ya no estarás describiendo un cuadrado, sea cual sea la cultura, el tiempo, o el lugar. De la misma manera, si pidiéramos a cada creyente que resumiera el evangelio, tendríamos razones para esperar que cada explicación se ajustara a una forma particular que trascendiera los diferentes estilos de comunicación, influencias teológicas, y modismos culturales. En su primera carta a la iglesia de Corinto, Pablo le da una forma particular al evangelio (1 Co 15:3-4) construyéndolo a partir de la muerte, la sepultura y la resurrección de Jesús. Luego valida sus declaraciones aludiendo a reportes confiables de testigos oculares provenientes de diversas fuentes incluyendo su propio testimonio (vv. 5-8). Una faceta de la vida cristiana en que vemos la importancia de la forma del evangelio es la evangelización. Cuando compartimos el evangelio, es primordial que articulemos claramente la obra redentora de Jesús para nuestros oyentes. Sin embargo, muchas veces nuestro público no ha tenido acceso a la cosmovisión bíblica y no entiende la línea argumental. Quizás es por esto que el apóstol Pablo arraiga su explicación del evangelio en el contexto más amplio: «conforme a las Escrituras» (v. 3). No sólo quería darle una forma clara al evangelio, sino también demostrar que éste estaba firmemente establecido dentro del marco de la historia de Dios y la historia redentiva de su pueblo. Con el fin de asir el contexto del evangelio pleno, Pablo demuestra que es necesario tener una vista amplia de las Escrituras. Yo mismo lo observé cuando, hace diez años, viajé por primera vez a Nueva York para compartir el evangelio. Estando parado en la esquina de una transitada calle del Bronx, se me acercó una mujer chiquita con lentes de marco negro. Me asustó dándome un suave tirón en el brazo, y luego susurró algo que no oí. Me incliné y le pedí que repitiera lo que había dicho. Esta vez escuché su susurro: «¿Puede orar por mí? Soy VIH positiva, y no sé si Dios me ama». En ese momento, creo que Dios me dio una gran claridad para explicarle el evangelio mientras contaba con su atención. Sin embargo, no dijo «¡Creo!» ni «Gracias, pero no». En vez de eso, empezó a hacerme más preguntas sobre la Biblia. A medida que consideraba las respuestas, parecía que esto detonaba una nueva serie de preguntas. La veía recopilar, analizar y ordenar sus pensamientos mientras luchaba por darle sentido al evangelio y su sufrimiento. Estuvimos cuarenta y cinco minutos en esa fría esquina: dos desconocidos hablando de la historia de Dios. Oír el evangelio había confrontado su cosmovisión, y cada respuesta que le di de las Escrituras pareció deformar su antigua cosmovisión aun más. D.A. Carson escribe:
[El] evangelio está íntegramente ligado al argumento de la Biblia. De hecho, es incomprensible sin entender ese argumento (…). Pero el punto, sencillamente, es este: la buena nueva de salvación por medio de Jesucristo tiene sentido en el contexto de este argumento y no otro.
Sea cual sea nuestro método de evangelización, debemos presentar claramente el evangelio dentro del argumento de la Escritura. ¿Cómo empezó todo? ¿Qué salió mal? ¿Hay alguna esperanza? ¿Qué nos deparará el futuro? Estas son preguntas básicas de cosmovisión que toda religión intenta contestar de algún modo. Son las preguntas que yacen tras los cuestionamientos y los comentarios que nos encontramos a lo largo del día en conversaciones, medios sociales, o los diálogos que oímos detrás de nosotros en el restaurante. Cuando las noticias malas llevan a alguien a decir: «¿Cómo puede alguien hacer eso?» o «¿Qué problema tiene esa persona?», lo correcto sería reconocer que simplemente es otra forma de preguntar «¿Qué salió mal?» Al buscar las respuestas en la Palabra de Dios, se revelan los temas principales de la cosmovisión bíblica: la creación, la caída, el rescate (o redención), y la restauración (o re-creación). Desde Génesis hasta Apocalipsis, Dios revela que Él es el autor y el personaje principal de esta historia. Es esta historia la que, en definitiva, nos dirige a Jesucristo, en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento (Col 2:3). Además, la cosmovisión bíblica no sólo provee un glorioso telón de fondo para el evangelio, sino que también da origen a nuestra compasión por los perdidos. Como los discípulos en el camino a Emaús, lo que hace arder nuestros corazones es la historia de Dios revelada por Él (Lucas 24:32). Él debe abrir nuestras mentes para entenderla (Lucas 24:45) y darnos nuevos corazones sellados con el Espíritu Santo (Efesios 1:13). A medida que el Espíritu nos ministra, se nos recuerda una y otra vez lo que hallamos a lo largo de la Biblia sobre la obra de Cristo en nuestro favor. Es esta historia de redención la que continuamente atrapa nuestros corazones e impulsa nuestras bocas a hablar a los perdidos. Sólo por gracia y mediante nada más que la fe únicamente en Jesucristo, compartimos el evangelio con otros en la esperanza de que sus historias puedan unirse eternamente con la de Él.
Este artículo fue originalmente publicado por Ligonier Ministries en esta dirección.