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Siete metas a cumplir antes de que mis hijos se vayan de casa
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Siete metas a cumplir antes de que mis hijos se vayan de casa

¿Qué están aprendiendo tus niños? ¿Saben atar sus zapatos? ¿Leer? ¿Hacer un presupuesto? ¿Conducir un automóvil? Eso es bueno, pero no es suficiente. Tales habilidades, aunque sean esenciales, sólo los ayudarán hasta cierto punto, pero no les servirán para enfrentar las pruebas de la vida y las preguntas que dichas pruebas les plantearán. Aquí encontrarás siete habilidades que nuestros hijos necesitarán para salir de la futilidad sin sentido de vivir simplemente para hoy (Ec 3:21-22; 1Co 15:32) y participar en la obra del Señor, que nunca es en vano (1Co 15:58).

Lista de deberes para padres:
1. Fomentar su dependencia en la Biblia

La Biblia no es un libro para los domingos; es la voz de Dios para cada día, hora y minuto de nuestras vidas. Es nuestro pan (Dt 8:3); nuestra fuente de vida (Jn 6:68-69). ¿Por qué, entonces, insistimos en que nuestros hijos dominen la historia, las ciencias, la literatura y las matemáticas, pero dejamos su manejo de la Escritura en manos del azar? Sin convertir la Biblia en una materia académica, debemos ayudar a nuestros niños a desarrollar tanto las habilidades para usarla como una dependencia constante en ella.

2. Desarrollar el hábito de la oración

¿Oras sin cesar (Ef 6:18; 1Ts 5:16-18) —en el automóvil, en la mesa, durante las crisis, en momentos de celebración, cuando el automóvil no arranca o has perdido tu billetera, o aun cuando hablas por teléfono—? Inclinarnos persistentemente ante Dios en oración ayuda a nuestros hijos a recordar que Él siempre está presente, todo el tiempo, involucrado íntimamente en todo lo que hacemos. Este hábito y esta conciencia mantendrán sus almas frescas y limpias, y les dará un «sistema interno de eliminación de basura» a medida que enfrenten diversos momentos difíciles como adultos.

3. Ayudarlos a aprender a usar su poder

A medida que nuestros hijos crecen, se hacen más fuertes en diferentes formas: física, intelectual, social, musical, atlética y creativamente. Ellos empezarán a descubrir los singulares recursos con los que Dios los ha dotado naturalmente —recursos que Él invierte en ellos con un propósito (Lc 12:48b)—. Sin embargo, demasiados chicos crecen pensando que Él les ha dado el poder y la riqueza que tienen para sacar beneficios personales. Si no les enseñamos a usar el poder que tienen invirtiéndolo más allá de sí mismos, se desperdiciará. Ayudemos a nuestros hijos a no hacer un mal uso de sí mismos y démosles una visión de cómo Dios los ha equipado especialmente para satisfacer las necesidades de su alrededor.

4. Entrenarlos para someterse

El pecado brota de la creencia de que merecemos más, de que tenemos derechos que deben ser reconocidos por el resto y de que nuestra opinión debe ser tomada en cuenta y priorizada. Desde que nuestros hijos dan sus primeros pasos, necesitan entender el mundo en los términos del Evangelio —de cómo Cristo se sometió a Dios para nuestro bien—. Una forma de lograrlo es entrenándolos para someterse, sujetarse a otros, ceder, y guardar silencio —todo en reverencia a Cristo (Ef 5:21)—.

5. Prepararlos para el sufrimiento

Nuestros hijos necesitan saber qué pensar y qué hacer cuando el mundo se vuelve contra ellos —y deben esperar que eso suceda (1P 4:12-14; 1Jn 3:13)—. Necesitan aceptar la abnegación, el temor al rechazo, las amenazas del peligro y la oposición. Podemos entrenarlos para esto compartiendo con ellos las claras advertencias que la Escritura nos hace sobre la persecución, no quejándonos cuando las cosas se ponen difíciles y practicando la abnegación aun en tiempos de prosperidad.

6. Enseñarles a amarse mutuamente

El amor mutuo de los discípulos de Cristo es evangelístico (Jn 13:35), afirma el Evangelio (Jn 13:12-17) y edifica la fe (Jn 15:14-17). El amor es el «mandamiento nuevo» (Jn 13:34; 1Jn 2:7-8) y la ley de Cristo (Ro 13:8-10; Gá 5:14; 6:2). Nuestros hijos necesitan saber que el objetivo de la Biblia, del Evangelio y de la obra de Dios en el mundo es restaurar el amor y sus frutos: el orden, la unidad, la armonía y la paz. No les enseñes la verdad de la Biblia sin entrenarlos para el amor, que es el resultado de la verdad.

7. Dar y recibir gracia

Nuestros hijos necesitan saber que, en todas estas cosas, tropezarán y caerán, que otros pecarán contra ellos también y que las habilidades enumeradas arriba los equiparán para lidiar incluso con eso. Sus incapacidades los llevarán de vuelta a la Escritura y les forzarán a arrodillarse para orar. Esa humildad los fortalecerá para la sumisión y el sufrimiento. Con el tiempo, las pruebas y los fracasos reiterados reducirán la definición que tengan del éxito a un único punto: amar a los demás con gracia y generosidad tal como Dios los ha amado. Necesitamos preparar a nuestros hijos hoy para una vida de insuficiencias con el fin de que adquieran el hábito de confiar solo en la perfección de Cristo para obtener salvación, gozo y vida.

Quiero que mis hijos sepan que el desarrollo de estas capacidades encabeza mi lista de deberes. Da lo mismo el desorden en el cuarto de baño si no son capaces de amarse entre ellos. ¿A quién le importan las matemáticas si no saben someterse a la autoridad? ¿De qué les sirve un doctorado si no pueden encontrar a Cristo en la Escritura? La meta no es su cumpleaños número dieciocho, ni su graduación universitaria y ni siquiera su primer empleo; quiero dirigirlos al día en que se encontrarán con Jesús.
Reproducido de GoThereFor.com publicado por Matthias Media. Propiedad literaria. Todos los derechos reservados. Usado con permiso.
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Tres diferencias importantes entre la adulación y el aliento
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Tres diferencias importantes entre la adulación y el aliento

Existe una delgada línea entre las palabras que adulan y las palabras que alientan (de hecho, es tan delgada que estas palabras podrían ser idénticas). La frase, «eres tan hermosa» podría calificar en  la categoría de adulación, pero también podría, según la circunstancia, el tono de voz y el contexto de la relación, servir como una afirmación genuina de aprecio, alentando cuidadosamente a una persona cansada y desanimada para que regrese a las pistas. Es importante conocer la diferencia, porque tendemos a confundirlas. Algunas personas evitan alentar a otros verbalmente por miedo a sonar adulador. Otras personas adulan a otras, pensando que las están animando, pero luego se preguntan por qué esas personas a su alrededor son orgullosos y centrados en sí mismos cuando llega el momento de que devuelvan el favor. Aquellos que están en necesidad de aliento acuden a solicitar meros cumplidos, pero no parece ayudar en su desánimo. Y cuando el verdadero ánimo llega, muchos de nosotros nos avergonzamos y rápidamente lo rechazamos como si fuera una adulación, no permitiendo que surta efecto, temiendo que nos enorgullezca. A continuación, comparto algunas formas en las que podemos diferenciarlos la próxima vez que les den un cumplido.
1. La adulación está motivado por el egoísmo; el aliento es humilde
Por definición, la adulación tiene un motivo oculto. «Adular», según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, significa: «Hacer o decir con intención, a veces inmoderadamente, lo que se cree que puede agradar a otro». Alguien que adula quiere comprar algo usando dinero falso en forma de zalamerías (Ro 16:18). A veces los clientes que pagan con cumplidos solo quieren admiración recíproca; otras, las apuestas son mayores y van tras dinero, sexo, poder o cualquier otra comodidad de servicio propio. Sin embargo, cualquiera sea el caso, aprendemos a usar la moneda de la adulación desde pequeños. La adulación es el truco más antiguo en el libro, un uso incorrecto descarado de poder (Pr 29:5). Por otro lado, el aliento está motivado por la humildad. Mi propia definición, en proceso, para humildad (un rasgo notoriamente difícil de definir) es «el deseo más sincero y el esfuerzo más intencional de fortalecer a otra persona». La humildad real es tan inconsciente que no encuentra razón para sonrojarse o para frenarse para decirle algo bueno a otra persona en su cara. A veces, la razón por la que no podemos animar a otra persona es que, en la profundidad de nuestro ser, tenemos envidia o miedo de que esa persona se enorgullezca de sí misma. Sin embargo, el aliento, que es humilde, desea fortalecer (y eso es completamente opuesto a enorgullecer). El aliento, más que usar el poder incorrectamente, lo entrega por el bien de empoderar a alguien más (1Ts 2:5-8).
2. La adulación no es sincera; el aliento es veraz
Mientras que los niños pequeños pueden ser maestros Jedi en cumplidos, también su incapacidad de hacerlo puede ser reconfortante (piensa en el cuento El traje nuevo del emperador). El joven amigo de Job, Eliú, después de esperar y esperar a que uno de los tipos mayores apareciera para dar una buena explicación del sufrimiento de Job, finalmente explotó con el aliento que Job necesitaba: Dios está en control y él es justo (Job 37:23). Eliú era incapaz de dar cumplidos: Que no haga yo acepción de persona, ni use lisonja con nadie. Porque no sé lisonjear, de otra manera mi Hacedor me llevaría pronto (Job 32:21-22). Él no le daba palmaditas en la espalda a Job con cumplidos vanos («eres un buen tipo, Job») ni le hacía promesas vacías («todo va a funcionar»). Él simplemente no cortó camino en toda patética filosofía y dijo la verdad pura y clara. Y luego (humildemente) dio un paso atrás para dejar que Dios demuestre quién es él. Cuando alguien a quien amas está sufriendo, no los halagues con alabanzas vacías y con un orgullo centrado en el hombre; al contrario, tranquilízalos al verter sobre ellos el aceite de la verdad (Sal 141:5; Pr 28:23). Es posible que no los conmueva como una dulce y bella tarjeta, pero les dará valentía.
3. La adulación construye orgullo; el aliento construye fortaleza
A menudo la adulación comienza con la frase: «eres tan…». De acuerdo, eso no define automáticamente una afirmación como una adulación, pero cuando lo que sigue es un jarabe espeso de elogio sin sentido, es un indicador bastante bueno. Puesto que quien adula tiene motivos de autoservicio, tiene sentido que apelen al egoísmo en sus intentos por obtener lo que quieren. Orgullo es el segundo nombre de la adulación. Sin embargo, una alternativa bíblica apropiada para la adulación no es abstenerse de decir algo que afirme a otra persona. El pueblo de Dios no debe ser mezquino en su admiración, respeto, aprecio y gratitud mutuos. Al contrario, debemos ser extremadamente alentadores. Y el aliento bíblico no comienza ni termina con meras abstracciones doctrinales sobre los atributos de Dios. Necesitamos aprender a liberar nuestras lenguas para ser directamente personales en momentos cuando alguien se está desanimando en la labor que Dios les ha dado. Ya sea que ese trabajo sea el ministerio profesional o la crianza; perseverar en la fe o resistir las tentaciones de un pecado agobiante, a menudo además de necesitar la verdad del Evangelio de la Biblia, las almas débiles necesitan escuchar algo más de primera fuente. Necesitan a alguien que comparta la vida con ellos (no un libro, no un blog, no un podcast, sino una persona) para decirles algo real y verdadero e históricamente innegable sobre la obra de Dios en sus propias vidas. Pablo nunca se limitó para dar elogios concretos. Él notó la «obra de fe, [el] trabajo de amor y la firmeza de [la] esperanza» de los Tesalonicenses y los elogió por ser «un ejemplo para todos los creyentes en Macedonia y Acaya», incluso afirmó que su excelente ejemplo había alcanzado los oídos de prácticamente todas las iglesias (1Ts 1:3, 7, 8). ¿Conocer su fama los haría más importantes? Pablo se arriesgó a elogiarlos, sabiendo que la disminución de su valentía era un riesgo aún mayor si no les decía nada. Pablo sabía que sus elogios no los enorgullecerían; él sabía que era sustancial y que los llenaría de fortaleza para continuar. En Corinto estaba haciendo lo mismo, quizás incluso con más afecto: «tengo mucho orgullo de ustedes» (2Co 7:4). Él entra en detalles, primero diciendo una verdad objetiva (2Co 7:10) y luego describiendo completamente cómo ve que la verdad se materializa en colores vivos entre ellos (2Co 7:11). Él usa adjetivos ricos para describirlos: son fervientes, inocentes, reconfortantes y obedientes, y Pablo no tiene reparos en alardear sobre ellos con otros, porque él sabe que lo bueno que él ve en ellos es la obra misma de Dios (2Co 7:14, 16). La adulación enorgullece, pero el ánimo inyecta de energía. La diferencia entre ellas tiene todo que ver con la calidad de lo que hay dentro tanto de quien habla como de quien escucha. La adulación está llena de nada; el aliento está lleno de músculo. El aliento es grasa buena que calma y fortalece; la adulación es grasa mala que obstruye las arterias espirituales. En el análisis final, la adulación es algo que Dios prohíbe mientras que el aliento es algo que él ordena: una capacidad que todos podemos pulir y aumentar por el bien de terminar la carrera juntos.
Reproducido de GoThereFor, publicado por Matthias Media. Propiedad literaria. Todos los derechos reservados. Usado con permiso. | Traducción: María José Ojeda
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Regresemos la Navidad a Cristo
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Regresemos la Navidad a Cristo

Para muchos cristianos, la Navidad puede ser una época bastante conflictiva. ¿Han notado cómo nos quejamos durante este tiempo, gastando demasiado en juguetes y cachivaches, comiendo excesivamente y manteniéndonos «demasiado ocupados», mientras que con el mismo aliento lamentamos la pérdida de «la razón de este tiempo» y la forma en que el mundo se apoderó del «verdadero significado de la Navidad»? Esta doble forma de pasar por diciembre provoca que algunas personas intenten redimir la situación al hacer de la Navidad algo sagrado con velas, coronas de Adviento y devocionales navideños, y al reivindicar el verdadero sentido de la Navidad en Jesús. Sin embargo, a menudo estas personas terminan en conflicto con todo el resto, lo que en cierta medida frustra el propósito de la Navidad, ¿no es así? Esas inconsistencias son las que nos llevaron a mi marido y a mí a finalmente llamar las cosas como son y decir: «si Navidad (que ni siquiera es una celebración bíblica) nos transforma en unos quejumbrosos hipócritas, criticones y estresados, entonces, ¿qué bien hace?». En vez de desechar la idea completa, hemos decidido dejar que la Navidad sea como las hamburguesas, el béisbol y el budín de manzana: una experiencia cultural que atesoramos porque, como humanos, nos vinculamos con la cultura —sí, adivinaron, somos estadounidenses—. Y, como todas esas cosas, la Navidad es algo que podemos disfrutar para la gloria de Dios (o podemos no hacerlo, si es que no somos cuidadosos).  La Biblia no sugiere ni una sola vez que el nacimiento de Cristo deba celebrarse. La antigua costumbre de celebrar cumpleaños tiene raíces profundas en la magia, la astrología y la adoración de ídolos paganos, por lo que los judíos y los primeros cristianos no tenían nada que ver con los cumpleaños. Dicho esto, si alguien quiere cantarle Cumpleaños feliz a Jesús el 25 de diciembre, creo que no es problema para Jesús. Las naciones han venido a Él y le han traído algunas de sus peculiares costumbres; lo adoran en maneras que tienen sentido para ellos. La simple verdad es que la Navidad es producto de nuestros días cristianos iniciales cuando Constantino adoptó una festividad de fertilidad pagana (que justo se celebraba el 25 de diciembre) y puso el cumpleaños de Jesús sobre ella (haciendo caso omiso, por supuesto, a que Jesús probablemente había nacido un poco antes, durante otoño, en un tiempo más cálido del año, cuando los pastores pudieron realmente haber estado durmiendo en los campos con sus ovejas). Más tarde, la Iglesia Católica Romana dedicó días especiales a santos importantes y dedicaba una misa o un servicio religioso para ese santo en ese día (de esa manera, el servicio especial por el nacimiento de Jesús se realizaba el 25 de diciembre). Como festividad religiosa, la Navidad está revestida de herejía, paganismo e idolatría, probablemente es mejor no emocionarse tanto con intentar restaurar «la razón de este tiempo».  Es un poco ridículo preocuparse, enojarse y pelear para ver cómo «regresar a “Cristo” a la Navidad» cuando Él nunca se puso a sí mismo en ese lugar realmente. Al contrario, necesitamos poner la Navidad (y todos nuestros días, tiempos y costumbres) bajo la influencia y los propósitos de Cristo. Él es el gran evento que cada aspecto de la vida humana y de la cultura debe celebrar.  Él es nuestro día santo perpetuo. El 14 de febrero recuerdo su amor por mí que nunca falla. El 4 de julio (el día de la independencia de mi país), me maravillo de su gobierno justo y perfecto, más perdurable y verdadero que cualquier gobierno del mundo. En los días de entremedio, un número indefinido de acontecimientos, de ocasiones o de recuerdos pueden volver mi atención a Él. ¿Puedo celebrarlo el 25 de diciembre? ¡Sí! Déjenme contarles algunas formas de hacerlo. En primer lugar, cortesía de Constantino y su tributo a Jesús un tanto equivocado, el 25 de diciembre está lleno de conversaciones y canciones sobre la encarnación. No hay problema con eso, aunque estoy un poco perpleja de que no cantemos Gozo del mundo en junio (pues hay gran teología en la letra de esa canción). Sin embargo, ¿qué pasa con nuestras costumbres navideñas «mundanas»? ¿Alguna vez notaron cuántas de ellas pueden recordarnos la segunda venida de Cristo, simplemente por nuestro disfrute honesto de estas buenas bendiciones? Por ejemplo:
  • La expectación por el día de Navidad durante la época navideña nos enseña a esperar con ansias su venida y a centrarnos en ella, lo que dará inicio al tiempo más feliz de todos.
  • El árbol en el living nos recuerda la nueva creación y el imperecedero árbol de la vida que estará entre nosotros, gratis para que lo disfrutemos.
  • Los regalos nos recuerdan que el dominio de Cristo sobre todas las cosas traerá placer, satisfacción y deleite eternos. Cada día, cada momento, cada experiencia en su nuevo mundo será un regalo, emocionante, nuevo y lleno de alegría y amor.
  • Las luces de Navidad que hacen que las calles y las casas brillen nos recuerdan que su luz estará en todas partes (su preciosa luz).
  • La abundancia de canciones, de comunidad y de celebración me recuerdan la alegría constante que compartiremos juntos.
Ah, pero, ¿qué pasa con Santa Claus? ¿De qué lado está él? Él no me preocupa mucho. Ese alegre y panzón hombre no es mejor ni peor (y sin duda no es más real) que Mickey Mouse o Peter Rabbit (solo un divertido personaje de un libro). Sé que él fue una persona real (hola, Nicolás), pero su identidad original se ha caricaturizado tanto por medio de historias y leyendas que el Santa Claus que vemos en los papeles de regalo y en los suéteres que tejen algunas abuelas no es real (lo siento, niños).  El hecho es que, la Navidad es muy parecida a la ropa que nos ponemos, a la comida que comemos y a los programas de televisión que decidimos mirar. En otras palabras: «Todas las cosas me son lícitas, pero no todas son de provecho. Todas las cosas me son lícitas, pero yo no me dejaré dominar por ninguna» (1Co 6:12, [énfasis de la autora]). La Navidad no fue un mandato de Dios; es una reliquia de nuestra cultura. En la medida en que pueda sernos útil en nuestro caminar con Cristo sin que nos domine, aceptémosla. Pongamos la Navidad (como todo lo demás) bajo el señorío y el propósito de Cristo y celebrémosla (junto con todas las bendiciones de esta vida) debido a lo que Él está haciendo en nuestras vidas mientras esperamos que Él traiga el verdadero año nuevo.
Reproducido de GoThereFor.com, publicado por Matthias Media (www.matthiasmedia.com). Propiedad literaria. Todos los derechos reservados. Usado con permiso.
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Cómo preparar a los niños para la ciudadanía del Reino
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Cómo preparar a los niños para la ciudadanía del Reino

Cualquier nación del mundo que tenga el propósito de crecer, de fortalecerse y de vivir muchos años pone como gran prioridad la educación de su jóvenes. No sólo necesitan conocimiento para su propio bien (prepararse para sobrevivir y para desarrollarse en el mundo), sino que también para el bien de la sociedad a la que servirán como adultos. ¿Qué aportarán a ella? ¿Cómo los equipan sus experiencias, su conocimiento, sus habilidades para construir el tipo de sociedad en la que se supone que deberían vivir? Una cultura próspera y que sienta sus bases en la economía adoctrinará a sus niños en la importancia de la comodidad y de la riqueza personal. Por esta razón, los capacitará para trabajar duro, para buscar la excelencia y para esforzarse con el fin de obtener recompensas materiales por su trabajo. Una nación dictatorial infundirá por medio de la educación de sus jóvenes la retórica de la lealtad a una causa mayor; les enseñará a ser sacrificialmente obedientes por esa causa. Una cultura que valora mucho sus tradiciones y su origen protegerá a sus jóvenes de lo «nuevo» y hará grandes esfuerzos para enseñarles cómo se hacían las cosas en el pasado, con la esperanza de que ese pasado permanezca en la realidad del presente y en la del futuro. El Reino de Cristo no es distinto en este sentido. Aunque el éxito de su Reino es inquebrantable, hay habilidades y actitudes que debemos traspasarles a nuestros niños, las cuales son esenciales para el avance y el fortalecimiento de su Reino. Éstas son las formas que Cristo mismo nos modeló mientras establecía su Reino en la tierra; éstos son los métodos y las prioridades que necesitamos aceptar a medida que nos unimos a él en la construcción de su Reino, porque así se formará el Reino que él quiere construir.

Es un Reino de la Palabra: enseñémosles a hablar, a escuchar y a pensar

El Reino de Cristo avanza por medio de la Palabra del Evangelio (Ef 6:17; 1P 1:23-25); los discípulos de Cristo, la Palabra viva, son por necesidad personas de palabra escrita. Nuestro caminar se articula, se entiende, se comparte y continúa por medio de las palabras. Nuestro mundo fue creado a través de ellas. Necesitamos ser entrenados para usar las palabras hábilmente con el propósito de llenar y de sojuzgar este mundo por el nombre de Cristo. Nuestros niños necesitan amar a otros con palabras, porque ellas abren con facilidad el camino para tener conversaciones sobre el Evangelio. Necesitamos desarrollar esta habilidad de la palabra en las bellas artes del debate y del pensamiento lógico, para así ser elegantes en la contraargumentación, humildes en la disposición a escuchar y rigurosos en el compromiso a la verdad. Nuestros hijos necesitan amar las palabras, ver el poder en ellas y esforzarse en unificar sus palabras e ideas para que puedan ser precisos, valientes, hábiles y sabios en la forma de hacer su trabajo como embajadores de Cristo.

Es un Reino de la reconciliación: desarrollen sus habilidades como hacedores de paz

En nuestro correcto entusiasmo por ayudar a nuestros hijos a ser santificados, debemos recordar que tenemos que fortalecerlos para establecer vínculos con otros, para aprender de otros y para escuchar bien a otros—sí, incluso a no creyentes (Stg 3:17-18)—. Nuestros hijos necesitan aprender a mantenerse firmes en la Escritura, pero también necesitan aprender a ser flexibles y comprensivos a medida que interactúan con otras personas respecto a temas que son cuestiones de gustos o de preferencias (1Co 9:19-23). Compartir la vida y la cultura en formas que nuestras consciencias nos lo permitan les muestra a otros que ellos nos importan, que somos parte de la raza humana y que porque somos como ellos comprendemos sus necesidades (en especial su necesidad de Cristo). No hagan poco uso de los buenos modales, pues nos permiten comunicarnos con respeto y amor sin importar cuán impenetrable sea la barrera cultural (o moral). Simplemente, al practicar la cortesía y los gestos comunes que facilitan la interacción con otras personas (sonreír, mirar a los ojos, preguntar cómo están, sostener una puerta abierta, elogiar genuinamente), los va a ayudar a que puedan establecer la confianza que podría formar o derribar su testimonio del Evangelio. Establecer vínculos no se trata sólo de evangelismo. La iglesia tiene la constante necesidad del bálsamo de la amabilidad, de la confianza y del respeto. Cuando nuestros niños hayan dominado estas habilidades, estarán equipados para ser personas valiosas que pueden ayudar a resolver conflictos y desacuerdos en sus iglesias locales. La Biblia llama a estas personas hacedores de paz y son bendecidos por este importantísimo aspecto de la construcción del Reino (Mt 5:9;Stg 3:18).

Es un Reino de amor fraternal: enséñenles a permanecer en el mundo real

Nuestras palabras necesitan ser importantes en el mundo real, no sólo en un papel o en una pantalla. Toda la comunicación que realizamos por medio de internet nos hace sentir omnipresentes. Esta poderosa ilusión a menudo conlleva una trágica ironía: mientras estemos «presentes» en aquellos que no están con nosotros, estamos frecuentemente ausentes en aquellos que sí están con nosotros. Nuestros niños están aprendiendo de nosotros que una persona habla con otra mientras están mirando sus teléfonos y que es más importante descubrir lo que está pasando en otro lugar que descubrir lo que está pasando justo frente a nuestros ojos. Esto es raro para la sociedad, pero devastador para el discipulado (término que se entiende mejor como un caminar juntos). Enséñenles a los niños que están presentes en sus vidas a caminar verdaderamente con otros y a buscar a los «prójimos» que Dios está poniendo en sus caminos (Lc 10:36-37): la cajera del supermercado; su hermano o hermana sentado al otro lado del comedor; la anciana de la iglesia que necesita ayuda con su bolsa mientras sube con dificultad las escaleras. No dejemos que nuestros hijos tropiecen con un hombre en la calle porque sus ojos están pegados a sus teléfonos. Si vamos a ser ciudadanos del Reino de Cristo, necesitamos conectarnos con el mundo físico en el que él está construyendo su Reino —el mundo en el que las personas se enferman, en donde las cosas se derrumban, en donde Dios usa el hambre, el dolor y la debilidad para llevar nuestra mirada a nuestra necesidad de Cristo—. Esto es lo que él hizo: él no emitió palabras abstractas desde el espacio hacia nuestra atmósfera; al contrario, «el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros…» (Jn 1:14). En el ciberespacio, hemos creado un universo para nuestras mentes en donde podemos desviar muchos de nuestros aspectos dolorosos, agotadores y humillantes de la vida bajo el pecado. Pasar demasiado tiempo en ese inventado mundo diseñado (por nosotros) para hacernos sentir omnipotentes atrofiará rápidamente la resistencia de nuestros niños en el mundo en que Dios los ha puesto, el cual fue explícitamente diseñado (por él) para fortalecer nuestra fe (Ro 8:19-20; Stg 1:2-4).

Es un Reino ahora, pero todavía no: ¡que vengan los momentos difíciles!

La Biblia es clara: Dios usa la persecución y el sufrimiento por el bien de su pueblo (Ro 5:3-4; Heb 12:6-11; 1P 1:6-7). Como padres y ministros de los jóvenes, debemos educar y preparar a los niños para enfrentar estas difíciles lecciones, para que, como está dispuesto para ellos, produzcan una fe refinada y una alegría que es de otro mundo. No nos corresponde a nosotros poner intencionalmente a nuestros hijos en situaciones de sufrimiento: es un área que le corresponde a Dios, porque sólo él es lo suficientemente sabio y bueno para disponer los sufrimientos de la vida real como instrumentos de disciplina (las enfermedades, los accidentes y las desilusiones). Sin embargo, cuando él lo hace, y cuando lo haga en el futuro (1P 4:12-13), es nuestra responsabilidad como hacedores de discípulos modelar una respuesta apropiada a estas experiencias. ¿Se quejan y gruñen cuando el aire acondicionado deja de funcionar? ¿Se quejan cuando los planes no salen como esperaban? ¿Dejan que el estrés provoque que digan cosas que no quieren decir? Comprométanse a cambiar estas respuestas habituales y naturales a su alrededor para que los niños y los jóvenes puedan ver lo que realmente significa «alegrarse en el sufrimiento». Quizás, algún día se verán a ellos mismos «regocijándose de que hubieran sido considerados dignos de sufrir afrenta por su nombre» (Hch 5:41). ¿Cómo aprenderán a sufrir grandes cosas —y por medio de ellas, refinar su fe en igual medida— si no han aprendido a sufrir un poco en los inconvenientes y en las pruebas que la vida trae naturalmente? Estamos invitando a nuestros niños a ser parte de algo grande y poderoso: el Reino eterno y global de Cristo. Démosles la educación que necesitan para participar efectiva y completamente de él.
Reproducido de GoThereFor, publicado por Matthias Media. Propiedad literaria. Todos los derechos reservados. Usado con permiso. | Traducción: María José Ojeda