volver
Photo of Deja ir la vida que querías
Deja ir la vida que querías
Photo of Deja ir la vida que querías

Deja ir la vida que querías

«No tengo nada que mostrar de mi vida», me dijo él. «No tengo una carrera profesional; tengo pocos amigos; no tengo esposa; no tengo un futuro económico bueno; nada. Estoy esclavo a la deuda, lucho con los pecados de mi infancia y me quedan pocas cosas por las que tener esperanza. No me malentiendas, pero muchos días, me pregunto por qué estoy aquí todavía». La época de juventud ya pasó. Sueños muertos y expectativas arrugadas lo acompañan cada noche junto a sus mascotas. Él describió su vida de la misma manera que Ana de las tejas verdes: «Mi vida es un cementerio perfecto de esperanzas enterradas». Muchas de sus esperanzas se fueron vivas al ataúd. El tiempo se metía en sus heridas. Sintió enojo contra los miembros de la iglesia que lo traicionaron, resentimiento hacia empleados que lo habían engañado, amargura porque algunos tenían lo que solo él anhelaba. Había estado luchando contra su pecado lo mejor que pudo, ¿y así es como Dios le pagaba? La desilusión parecía más fácil de cargar que su juventud, pero ahora el sol comenzaba a esconderse. ¿Dónde estaba la vida que él siempre imaginó? Permaneció como un trabajador de funeraria frente a esperanzas que se habían ido. ¿Qué pasaría si miras hacia atrás, como mi amigo, y todo lo que ves es un cementerio de sueños enterrados, un proyecto que nunca nació, grandes cosas que nunca llegaron, años que pasaron como un suspiro? ¿Qué haces cuando la vida que debiste tener finalmente se escapa en el espejo retrovisor?
1. Deja ir la vida que querías
Debemos reconocer que una «esperanza que se demora enferma el corazón» (Pr 13:12). Si el trabajo nunca llega, el esposo o la esposa nunca aparece, la herida nunca sana, entonces el retraso (y la muerte) de las cosas buenas deben provocar que las lágrimas sigan su curso. No obstante, el día vendrá cuando dejemos a un lado el peso de una vida que no se logró y comencemos a correr la carrera puesta ante nosotros, mirando a Jesús (Heb 12:2). Cristo enseña esto cuando dice que nos acordemos «de la mujer de Lot» (Lc 17:32). En lugar de seguir adelante con la vida a la que Dios la llamó, ella miró atrás a Sodoma con nostalgia. Como resultado, Dios la convirtió en una columna de sal. Como ella, muchos de nosotros somos tentados a mirar atrás con nostalgia, como Demas lo hizo cuando, «habiendo amado a este mundo presente», abandonó a Pablo (2Ti 4:10). Aún algunos de nosotros miramos con nostalgia a una ciudad que nunca visitamos y a una vida que nunca vivimos. Jesús continúa: «Todo el que procure preservar su vida, la perderá; y todo el que la pierda, la conservará» (Lc 17:33). La vida que esperamos puede ser una de las más difíciles de perder. Es más desafiante matar fantasmas. No obstante, todos nosotros debemos olvidar lo que queda atrás cuando nos impida esforzarnos hacia lo que se encuentra más adelante (Fil 3:13).
2. Mira hacia la vida que está por venir
La historia de la humanidad no es «un cuento contado por un idiota, lleno de estruendo y furia, y sin ningún sentido», como dice desesperanzadamente Macbeth. Es un cuento, más largo que nuestros cameos individuales, contado por un Creador sabio y bueno y, para el cristiano, un Padre. No debemos pretender vivir como si nuestra historia es la historia, más bien debemos ubicar alegremente nuestras pocas líneas en el ámbito de la obra de redención de Dios. Solo el cristiano puede ver su (poco satisfactoria) sentencia de vida, estremecerse por un momento y luego regocijarse con una alegría inexpresable y llena de gloria, porque en Cristo hay muchos más capítulos (de incluso las mejores páginas) que aún están en el futuro. La muerte es más un principio que un final, una coma más que un punto, una llegada a casa más que un abandono de ella. Por esto Pablo describe nuestra vida a este lado del cielo como una espera. Asesinaremos el pecado y viviremos vidas piadosas, «aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación de la gloria de nuestro gran Dios y Salvador Cristo Jesús» (Tit 2:13). Evangelizamos, esperando; buscamos su rostro, esperando; lideramos un grupo pequeño, criamos hijos y trabajamos, esperando. Hay más para cada historia cristiana que puede experimentarse ahora. «Si hemos esperado en Cristo para esta vida solamente, somos, de todos los hombres, los más dignos de lástima» (1Co 15:19). ¿Para qué esperamos? Esperamos por nuestra bendita esperanza, la aparición de Jesucristo. Él es una esperanza muy diferente de la que tenemos en la tierra. Él es una esperanza feliz, una esperanza que no fallará, titubeará o se quebrará. Una vez enterrado, él es la única esperanza que conquistó la tumba. ¿Te lamentas por la vida que nunca llegó? Contempla a «la resurrección y la vida» (Jn 11:25). Nuestra esperanza está entronizada a la diestra del Padre inmortal; nuestra herencia, imperecedera. La verdad de la vida del creyente aparece cuando él lo hace: «Cuando Cristo, nuestra vida, sea manifestado, entonces ustedes también serán manifestados con él en gloria» (Col 3:4). En el día cuando eche en lo profundo del mar el reproche de sus hijos, los santos serán vistos (incluso en nuestras vidas comunes y corrientes) como los grandes tesoros de la corona de Cristo, los reyes y reinas del cielo. Ese día se dirá: Este es nuestro Dios a quien hemos esperado para que nos salvara. Este es el Señor a quien hemos esperado; regocijémonos y alegrémonos en su salvación (Is 25:9). La vida comienza con su llegada. La aventura comienza después de la tumba.
3. Acepta la vida que tienes
Al mantener al cielo puesto delante de nosotros, podemos aceptar la vida que tenemos ahora. Jesús subió un madero y tomó nuestra ira «por el gozo puesto delante de él» (Heb 12:2). El final de la historia lo ayudó, y nos ayuda, a soportar lo que hay en medio. Si, dentro de un breve párrafo, escuchamos a Jesús decir: «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23:43), entonces no es necesario abatirnos por la vida aburrida o aparentemente más desperdiciada. «Partir y estar con Cristo… es mucho mejor» (Fil 1:23). Por tanto, como aconseja John Piper: «ocasionalmente, llora profundamente por la vida que esperabas tener. Aflígete por las pérdidas. Luego, lávate la cara; confía en Dios, y acepta la vida que tienes», sabiendo que, en Cristo, no es la vida que pronto tendrás. Nuestra herencia futura nos enseña a no desesperarte en lo que debes haber sido, sino que al contrario, a regocijarte en lo que será. Ardemos de entusiasmo por las buenas obras, la gloria de Dios y el bien de otros; oramos a nuestro Padre, leemos su Palabra, obedecemos y adoramos a su Hijo; reímos y lloramos, cantamos y esperamos, buscándolo en la próxima curva. Confía en Cristo, síguelo ahora, y eso es lo más lejos que estarás de casa.

No te canses

Quizás te canses de esperar. Lo sé, a mí me pasa. Anhelo estar en casa con el Señor. Anhelo que todas las cosas malas sean falsas; dejar de luchar contra el pecado; dejar de escuchar noticias horribles; experimentar la unidad perfecta con los santos; verlo cara a cara. Sin embargo, todas las grandes historias nos enseñan a no cansarnos de esperar. La resolución final hará que todo valga la pena. ¿Debemos fatigarnos, esperando todo lo que alguna vez quisimos? ¿Debemos dolernos de que el amanecer de la dicha eterna sea a las seis en punto y no a las cuatro? Sin duda, un par de horas extra de oscuridad hacen que los rayos eternos sean completamente más preciosos; los pocos capítulos extra de suspenso pueden usarse para aumentar la resolución. Él vendrá. Bienaventurados los que, a través de las desilusiones de la vida, esperan los capítulos venideros. Deja ir la vida que nunca vino. Acepta la vida que tienes. Espera la vida que pronto será.
Greg Morse © 2019 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso. | Traducción: María José Ojeda
Photo of Juntos en la cama, lejos en el alma
Juntos en la cama, lejos en el alma
Photo of Juntos en la cama, lejos en el alma

Juntos en la cama, lejos en el alma

«Con nadie más ha sido más difícil tener conversaciones espirituales consistentes y edificantes que con mi esposa… y estoy seguro que ella diría lo mismo».

Cabezas asintiendo con muecas sugerían que él no estaba solo. Peleas, malos entendidos, indiferencias, agotamiento, ajetreo e inseguridades hicieron que una intimidad del alma consistente se sintiera casi imposible. Coexistir, como muchos de nosotros ha experimentado, era más fácil que interactuar. Algunos hombres que estaban alrededor de la mesa se habían rendido completamente, justificando su hambre por ello como «algo que no funciona para nosotros».

Como líderes espirituales de nuestros hogares, compartimos ideas del por qué las luchas persistían. Algunos se habían casado con mujeres extremadamente competentes que podían cuidar de sus propias vidas espirituales lo suficientemente bien (lo habían hecho por años). Esas mujeres no parecían necesitarnos para alimentar sus almas y lavarlas con el agua de la Palabra (Ef 5:25-27); algunos hombres sentían que en realidad habían retrasado a su esposa en esto. Otros de nosotros, no podíamos hablar mucho sobre nada sin llevarlo a una discusión. Algunos se sentían demasiado agotados por el trabajo como para profundizar cuando llegaban a casa. Otros temían perder el respeto de su esposa porque no eran académicos bíblicos como los otros hombres que ella apreciaba.

Por cualquier razón: ella tenía su estudio bíblico; nosotros teníamos el nuestro. Ella leía tal libro; nosotros leíamos ese libro. Quizás orábamos juntos antes de algunas comidas. Gran parte de nuestras conversaciones profundas eran recuerdos lejanos. Cuando éramos novios, el día no tenía las suficientes horas para discutir todo lo que queríamos conversar respecto al Señor. Ahora, parecíamos estar preparados para profundizar con cualquier persona, menos con ella. ¿Qué pasó? Juntos en la cama, lejos en el alma. Nos habíamos convertido en compañeros de cuarto espirituales.

La pared que necesitamos derribar

A veces, nuestro cónyuge puede ser el cristiano con el que es más difícil tener una intimidad espiritual. Podemos profundizar con hermanos cercanos, con nuestro grupo en casa, con aquellos que discipulamos o con nuestros viejos amigos que hemos conocido por años, pero el camino se torna duro cuando intentamos «ir ahí» con ella. Una pared se levanta entre nosotros y nuestra bella flor.

La pared está compuesta de muchos ladrillos. Necesidades interminables de la familia, la iglesia y el vecindario; desconfianza en nosotros mismos sobre nuestro conocimiento de la fe; periodos de depresión espiritual en alguna de las partes; conflictos sin resolver, todo esto hace que desvestir el alma sea más difícil que desabrochar la ropa. La batalla por la intimidad espiritual está cuesta arriba y nuestro enemigo lo asegura. Satanás odia nuestros matrimonios porque odia lo que representa: la relación de Cristo con su novia. Él quiere destruirlos. Si no puede convencernos de cometer adulterio o de apostasía aún, ¿qué mejor manera de inmovilizar nuestra unión espiritual que dividirnos? Lo que Dios ha unido, Satanás quiere separar espiritualmente (no físicamente). Él no quiere que estemos tomados de la mano mirando la belleza del Señor. Él quiere que vivamos espiritualmente como si no tuviéramos cónyuge. Estos desafíos no dicen nada de una carne que tienta y justifica, de un mundo que adormece y distrae, de circunstancias difíciles que nos dejan deprimidos y confundidos, y de consejos matrimoniales tomados más de la psicología que de la teología. Incluso algunos de nuestros líderes evitan contacto visual cuando se les hace la pregunta: ¿cómo lideras y conservas a tu esposa espiritualmente?

Cuatro maneras simples de comenzar

La necesidad del día es la intencionalidad. A menudo somos engañados a asumir que porque tenemos proximidad física (comemos juntos, hacemos mandados, vemos televisión, vivimos, jugamos y dormimos bajo el mismo techo mientras ambos amamos a Jesús), tenemos una intimidad del alma. Confundimos pasar tiempos juntos con intimidad. No es extraordinario pasar semanas sin incluso darse cuenta que no han hablado en profundidad una sola vez. La proximidad sugiere intimidad, pero en realidad puede socavarla. Se nos recuerda tener citas con nuestra esposa, y ahora, a profundizar con ellas.

Por tanto, mi objetivo es simple: animarte a seguir adelante y recordarte que hay más. Pueden tener profundidad nuevamente. Pueden contemplarlo juntos y ser transformados desde un grado de gloria a otros juntos. Para algunos, esto podría ser algo inalcanzable (como lo fue para mi esposa y para mí por un tiempo). Sin embargo, para aumentar la intimidad espiritual, resolvimos pasar tiempo juntos intencionalmente en su Palabra y en oración, desarrollando una rutina que encontramos que era manejable, efectiva y, como mínimo, un buen lugar para comenzar.
1. Cazen las zorras pequeñas

Cuando buscamos al Señor por nosotros mismos, podemos ignorar mejor las tensiones en nuestro matrimonio. Cuando lo buscamos juntos, no podemos ignorarlas (es más difícil hacerlo, de todas maneras). Por consiguiente, es bueno comenzar a cazar las pequeñas zorras que amenazan nuestro tiempo ante el Señor.

Expongan y luego oren para que el Señor mate los pequeños estorbos que existen para ver su amor, cualquier impedimento que evite que juntos lo contemplen en su gloria. Los amantes oraban de esta manera en Cantar de los cantares: «Agarren las zorras, las zorras pequeñas que arruinan las viñas, pues nuestras viñas están en flor» (Cnt 2:15).

Prácticamente, esto significa confesarse los pecados mutuamente y luego llevarlos ante el Señor. Cuando he liderado esto con efectividad, le he preguntado a mi esposa si es que hay algo que debemos confesarnos el uno al otro o si hay obstáculos que se interponen entre nuestros corazones y el Señor. Esos tiempos a menudo nos han permitido entregar y recibir perdón, centrando nuestras relaciones en el fundamento de lo que hace tal perdón posible: las buenas noticias de la misericordia de Dios hacia nosotros en la muerte y la resurrección de Jesucristo (Ef 4:32). Esta es una oportunidad continua para ser honesto, para mantener las cuentas claras y perdonarse mutuamente como Cristo nos perdonó a nosotros. Esta no es una invitación para saldar cuentas viejas, ser pasivo-agresivo o desquitar nuestras frustraciones el uno sobre el otro. Es una oportunidad para prepararnos con el fin de buscar al Señor de misericordia en su Palabra juntos.
2. Miren al Libro

Lean uno o más capítulos de la Biblia juntos. Pueden leer más o menos, pero el punto es leer algo (y que provenga de la Palabra de Dios).

Leer libros juntos ciertamente puede ser provechoso, pero si solo tienes tiempo para una cosa, que sea el Libro de Dios. Ningún otro puede dar forma a tu vida y matrimonio como la Biblia puede hacerlo. No existen rivales. Ningún libro es más dulce, más verdadero, más poderoso, más satisfactorio y más fortalecedor para nuestras almas o matrimonios que la Escritura. Ningún otro libro es vivo y activo, ningún otro es inspirado por Dios, ningún otro puede resucitar muertos y mostrarnos a Dios. ¿Cuán diferentes serían nuestros matrimonios si los construyéramos en la roca de la Palabra de Dios?
3. Discutan el texto

Un hombre no necesita ser más entendido que su esposa para lavarla con la Palabra. Sin embargo, sí requiere algún esfuerzo. Lucha con el texto de antemano, aunque sea un par de minutos. Llega listo para hacer una o dos preguntas. Descubre las percepciones y las preguntas de tu esposa. Compartan pensamientos (pregúntale) sobre qué le encantó de Dios del texto que leyeron o qué aplicación les gustaría llevar a cabo en la familia para la semana que viene. Ayuda a poner este pasaje dentro de la historia redentora de Dios. No sientas presión de hablar profundamente sobre la Palabra; deja que la Palabra se vea profunda y que Cristo se vea hermoso.

Pueden ocurrir tres errores fatales en nuestra lectura bíblica juntos. En primer lugar, podemos fallar en ser constantes; en segundo lugar, podemos fallar en tener una aplicación para el mundo real en nuestras vidas; por último, podemos quedar con mucho por hacer o pensar que perdemos a Dios. No debemos despreciar la leche espiritual, tampoco ser meros oidores de la Palabra, tampoco buscar la Escritura mientras perdemos a Jesús. Encuentren razones frescas para adorar a Dios, amar al prójimo y mortificar el pecado: juntos.

4. Oren: adoren a Dios y pidan ayuda

Después de meditar en el texto, regocíjense en el Dios trino: sus excelencias, su santidad, su amor constante y fidelidad. Luego regocíjense en quién Dios es para nosotros: Padre, Salvador, Amo, Amigo. Deléitense en él juntos como dos niños ante su Padre. Oren para que su Palabra esté sobre sus vidas, su matrimonio, su vecindario, su nación y su mundo. Pidan ayuda para obedecer y vivir para su gloria.

No desprecies el día de comienzos pequeños

Así como a muchas parejas les toma tiempo aprender cómo servirse el uno al otro emocional o físicamente, toma tiempo aprender cómo es el otro espiritualmente (no importa cuánto tiempo hayan estado juntos). Puede ser agitado al principio, pero pueden ser más que compañeros de cuarto. Diariamente avanzando lento, diariamente buscando. No puedes volver en el tiempo, pero puedes comenzar ahora dónde estás. Para mi esposa y para mí, esto significó comenzar a pasar tiempo significativo juntos en la Palabra (de 20 a 45 minutos) múltiples veces por semana.

En días en los que mi esposa y yo nos malinterpretamos mutuamente o pecamos el uno contra el otro, nuestra resolución a continuar en esto marcó toda la diferencia. Nos comprometimos a hacerlo, y esto nos da libertad para intentarlo realmente. Por la gracia de Dios, podemos acercarnos al Señor juntos, creyendo que él existe y que recompensa a aquellos que lo buscan (Heb 11:6). A medida que luchamos con resistir la siembra de discordia del diablo en nuestro tiempo juntos en la Palabra de Dios, él ha comenzado a huir de nosotros.

Es posible pasar tiempo intencionado juntos, múltiples veces en una semana, en oración, en su Palabra, entrelazándonos, explorando las cadenas montañosas de su gloria y siendo refrescados por medio de la confesión, del arrepentimiento y de los recordatorios del Evangelio. Existen flores, frutas y arroyos en el jardín de la intimidad espiritual que puedes, incluso ahora, cultivar y disfrutar.
Greg Morse © 2019 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso. | Traducción: María José Ojeda
Photo of ¿Es la pornografía tu terapia?
¿Es la pornografía tu terapia?
Photo of ¿Es la pornografía tu terapia?

¿Es la pornografía tu terapia?

Dices que lo has intentado todo. Te deshiciste de tu computadora, desenchufaste el televisor, le pediste a un completo extraño que bloqueara tu teléfono. Quizás, lo has hecho bien por periodos. Tienes cuatro compañeros para rendir cuentas y múltiples filtros de búsqueda en tu computadora, y sin embargo, en tus momentos de locura, encuentras una manera para burlar todos los límites y zambullirte en el pecado. No sabes por qué lo haces. Más tarde, te lamentas con Pablo: «Porque lo que hago, no lo entiendo. Porque no practico lo que quiero hacer, sino que lo que aborrezco, eso hago» (Ro 7:15). La pregunta que tengo para ti es simplemente esta: ¿realmente tu problema es el porno? Podría parecer extraño preguntar esto. ¿Cómo podría esto, tu vergüenza secreta, este hábito que te hace odiarte a ti mismo, esta ofensa que te roba la felicidad en el Señor y entristece al Espíritu Santo… cómo podría esto, lo que has intentado debilitar sin éxito, no ser tu problema? Un amigo mío tropezó con la crucial distinción. «Sé que esto puede sonar extraño» —confesó—, «pero no creo que el porno sea realmente mi problema». ¿Cómo podría él, alguien a quien la deliciosa soga había estado estrangulando por años, decir que el porno no era su problema más profundo?

La vieja terapia

El momento en que lo dijo, sabía exactamente lo que quiso decir. El porno no era su problema. Entonces, ¿qué lo era? Los muchos pecados no abordados que estaban alimentando su impureza. Seamos claros, el porno es un problema y una tragedia. En una sociedad sin Internet, ¿podría Jesús haber sido más explícito respecto al mismísimo latido de la industria del porno en la actualidad?
«Pero yo les digo que todo el que mire a una mujer para codiciarla ya cometió adulterio con ella en su corazón. Si tu ojo derecho te hace pecar, arráncalo y tíralo; porque te es mejor que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno. Y si tu mano derecha te hace pecar, córtala y tírala; porque te es mejor que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo vaya al infierno» (Mt 5:28-30).
La guerra contra la lujuria cuesta brazos y extremidades. La vergüenza durante tu próximo grupo de hombres no es lo que está principalmente en juego. El infierno está en juego. El infierno es un lugar que para evitarlo debemos sacarnos los ojos y cortarnos las extremidades. El porno, la piedra preciosa de la corona de la lujuria del siglo XXI, siempre es un problema. Sin embargo, aunque el porno siempre es un problema, el problema no siempre es el porno. El porno, para muchos, es un pecado de comodidad, un tipo de terapia. ¿Tienes un día estresante? Siéntate y relájate. ¿Estás enojado o enojada con tu cónyuge o ansioso por un examen que se avecina? Trae tus preocupaciones a la pantalla de la computadora. ¿Estás solo? ¿Triste? ¿Amargado, aburrido u ocupado? La puerta está siempre abierta. Le llevamos nuestros problemas al porno, el terapeuta barato y engañador, listo para aliviar las luchas de un largo día. Cuando mi amigo se preguntaba si es que su pecado sexual era realmente su problema, él quería decir esto. Él usaba el porno para medicar su amargura retenida hacia aquellos que eran injustos con él, su envidia hacia quienes no tuvieron su infancia y la soledad que sentía (incluso en la iglesia). Él transformó el porno en su antidepresivo, su tratamiento, su consejero. Su problema más profundo: los muchos pecados que enfrentó dedicando poco o nada de tiempo, los pecados respetables que a su grupo de rendición de cuentas no les preocupaba mucho.

El camino de cabras que usa el enemigo

Nuestro enemigo sabe esto. Por años, ha estado usando el porno para distraernos del camino de cabras. ¿Quién puede olvidar la última batalla de los 300 espartanos en Termópilas? Totalmente superados, se aferraron, batallando por tres días contra el rey Jerjes y su ejército de 150.000 soldados. Desgarraron a su cazador como un león acorralado. Su última batalla fue legendaria. No obstante, estos poderosos guerreros fueron vencidos por un camino de cabras. Sin ser usado para el combate, permanecía ahí sin llamar la atención, era meramente un camino para los animales de carga. Hasta que Efialtes, un griego nativo, reveló el conocimiento de este camino al enemigo. Los persas atacaron por detrás. Ahora, burlados, la derrota de los espartanos era inevitable. Satanás ha estado usando el camino de cabras con muchos que batallan contra la inmoralidad sexual. Caemos demasiadas veces, no por la lujuria que ataca de frente, sino que por la daga del pecado respetable que apuñala por la espalda. Intentamos pelear contra el pecado sexual de frente, pero nunca volvemos a confrontar nuestro orgullo, nuestra codicia, nuestra glotonería. Nos enfocamos en el pecado escandaloso del porno y no escuchamos cómo la pereza sube sigilosamente por detrás. ¿Sabemos qué pecados nos matan antes de que la lujuria termine con nosotros? El porno podría no ser el pecado amenazante más grande.

Consejeros rivales

Entonces, ¿qué hacemos? No te rindas en lo que ya has estado haciendo: atacar el porno ante nosotros. Cuando iniciamos la batalla contra nuestro enemigo impuro que podemos ver, comenzamos a notar que se acerca sigilosamente por la espalda. Solo cuando comenzamos a decir que «no» a las cosas fáciles que están afuera somos forzados a volver y a lidiar con lo que nos persigue desde los arbustos. Cuando le dices que «no» a los pensamientos carnales, ¿fluyen pronto de tu mente sentimientos de enojo hacia tu hermana? Cuando cierras tu computadora portátil, ¿te sientes abrumado por la ansiedad nuevamente? Cuando estás fuera y sales a dar un paseo, ¿ves con más claridad que en realidad has estado agotado por los esfuerzos frenéticos de agradar a las personas? El uso del porno, para muchos, es el hedor que cubre una multitud de pecados. Cuando acudimos al porno para tener terapia, acudimos a él como un salvador sustituto. Sin embargo, cualquier oferta que haga el porno, Jesús puede doblarla. ¿Acudes al porno después de un largo día de trabajo cuando estás cansado? Jesús llama: «Vengan a mí, todos los que están cansados y cargados, y yo los haré descansar» (Mt 11:28) ¿Eres vulnerable a la impureza cuando te pones ansioso? El Consolador de almas dice: «Las paz les dejo, mi paz les doy; no se la doy a ustedes como el mundo [o la pornografía] la da. No se turbe su corazón ni tenga miedo» (Jn 14:27). ¿Eres infeliz? ¿Estás deprimido? ¿Estás afligido? Él te atrae para que vayas y recibas su gozo: «Estas cosas les he hablado, para que mi gozo esté en ustedes, y su gozo sea perfecto» (Jn 15:11). ¿Vas a imágenes explícitas para encontrar vida y satisfacción? Jesús exclusivamente afirma: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 14:6). ¿Te sientes no amado? «Como el Padre me ha amado, así también yo los he amado; permanezcan en mi amor» (Jn 15:9). El porno es un problema en la vida de cada persona que se permite verlo. No obstante, el uso del porno puede estar tapando tus verdaderos problemas. Rinde cuentas. Di que «no» a la lujuria cuando llama a la puerta. Luego comienza a identificar y combatir aquellos pecados que podrías estar intentando evitar.
Greg Morse © 2018 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso. | Traducción: María José Ojeda
Photo of ¿Cómo puedo amar a personas que no me agradan?
¿Cómo puedo amar a personas que no me agradan?
Photo of ¿Cómo puedo amar a personas que no me agradan?

¿Cómo puedo amar a personas que no me agradan?

«Nada me inseguriza más respecto a si perseveraré hasta el final que pasar demasiado tiempo en presencia de esta persona». Han pasado meses, se han multiplicado las interacciones y las buenas intenciones ya no son lo suficientemente fuertes para apoyar a mi amigo. Según él, este hombre en particular era el tipo que se queja incesantemente, escucha poco, mezcla las cosas agresivamente, recibe las cosas con osadía y chismea libremente (incluso cuando aún no termina de masticar la comida en su boca). Como el Agustín antes de convertirse, quien se placía en las ofensas sin sentido, era un ciclista (no porque disfrutara el ejercicio) que pedaleaba con calma hacia la mitad de la calle, protestaba tocando la bocina porque se deleitaba en desagradar a otros. Él era como la goma de mascar pegada debajo de las mesas. En vano, mi amigo intentaba disfrutar su compañía, pero después de un año, aún se preguntaba piadosamente, usando las palabras de Jesús: «¿Hasta cuándo estaré con ustedes?» (Mr 9:19). Incluso comenzó a orar: «Señor, permite que él obedezca tu Palabra, lleve una  vida tranquila y se ocupe de sus propios asuntos» (1Ts 4:11). Se lamentaba porque su amor era tan pequeño como para cubrir un puñado de faltas. Mi amigo no quería admitirlo, se sentía no cristiano reconocerlo (y él sabía que Dios había puesto a  ese hombre en su vida), pero a él no le gustaba. Él prefería un padastro o calcetines mojados. Se preguntaba cómo podría obedecer el mandamiento de Dios de amar a este hombre que ya no podía soportar tener cerca.

Un mandamiento incómodo

Es inconfundible que Jesús llame a los suyos a amar a aquellos que no les agradan (dentro y fuera de la iglesia). El amor que él nos enseñó no está enraizado en afinidades naturales o intereses comunes. No observamos a nuestro prójimo, como mirando de reojo a nubes sin forma, intentando distinguir algo digno de amor en ellos antes de que actuemos. Todo lo que se necesita para preocuparnos por alguien en el planeta es el mandamiento de nuestro Amo: «Amarás… a tu prójimo como a ti mismo» (Lc 10:27). Fastidiosamente, no nos toca elegir quien se muda a la casa de al lado o quien yace sangrando a un lado de la calle (Lc 10:25-37). Las expectativas de Dios para el amor, ciertamente, el sentido completo de ordenarlo, es que podamos extenderlo a aquellos a quienes no amaríamos naturalmente. Jesús incluso va más allá para llamarnos a amar a aquellos que nos dan más razones para encontrarlos desagradables: nuestros enemigos (Lc 6:35). Aunque incluso los no creyentes aman a aquellos que los aman de vuelta (aunque invitan al chistoso, al adinerado y al atractivo), Dios llama a su pueblo a amar a aquellos que no nos agradan, sin pedir reciprocidad. Sin embargo, como mi amigo, preguntamos genuinamente: ¿cómo? Jesús y Pablo nos cuentan el secreto.

Practica la esperanza

Pablo transmite la receta divina que los colosenses habían descubierto:
Damos gracias a Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, orando siempre por ustedes, pues hemos oído de su fe en Cristo Jesús y del amor que tienen por todos los santos, a causa de la esperanza reservada para ustedes en los cielos (Col 1:3-5).
Los colosenses amaban a «todos los santos» no porque «todos los santos» fueran fáciles de amar. Más adelante, Pablo llamaría a los mismos colosenses a continuar soportándose unos a otros y a perdonarse mutuamente (Col 3:13). Pablo no vivía en las nubes. Él sabía que tendríamos que «soportar» a algunas personas y perdonar a muchas otras. Sin embargo, nota que ellos no esperaron a que esos otros limpiaran sus actos, fueran dignos de amor o hicieran obras amables que facilita amarlos. No, su motivación era intocable. Ellos amaban a causa de la esperanza reservada para ellos en el cielo.

Sirve a quienes no lo merecen

Jesús también enseñó de esta manera. Cuando expandió nuestro llamado a amar más allá de la esfera de los fieles, él dice:
Pues si ustedes, siendo malos, saben dar buenas dádivas a sus hijos, ¿cuánto más su Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que le piden? «Por eso, todo cuanto quieran que los hombres les hagan, así también hagan ustedes con ellos, porque esta es la Ley y los Profetas» (Mt 7:11-12).
El Padre dará buenas dádivas a sus hijos. Convencido de esto (asegurado de su provisión eterna y preocupación incesante, «a causa de la esperanza reservada para ustedes en el cielo»), ama a otros y hazles el bien. La regla de oro está forjada en el fuego de la confianza de la provisión eterna y temporal de nuestro Padre. Jesús practicó lo que predicaba. Nota la verdad indispensable que motiva a nuestro Señor a bajar para servir a aquellos que (en pocas horas) lo traicionarían, abandonarían y renegarían de él colectivamente:
Y durante la cena, como ya el diablo había puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, el que lo entregara, Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todas las cosas en sus manos, y que de Dios había salido y a Dios volvía, se levantó de la cena y se quitó el manto, y tomando una toalla, se la ciñó. Luego echó agua en una vasija, y comenzó a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía ceñida (Jn 13:2-5).
Jesús no se levantó y comenzó a hacerlo desde el poder de la voluntad. Su benevolencia no lo conmovió. El texto dice que él sabía algo, consideró algo, él sostenía una verdad en mente que preparó su espalda para arrodillarse y lavar los pies de sus discípulos, un acto que anticipó su cruz venidera (Jn 13:6-11). Él sabía que todo era de él. Él sabía que era el Amado del Padre. Él practicó la esperanza reservada para él en el cielo. Su esperanza en el mañana eterno lo llenó con recursos para amar hoy.

Dios se movió hacia quien es poco agradable

Jesús no solo predicó de esta manera ni sirvió de esta manera, él se aprestó para morir de esta manera. Él no nos miró y escogió la cruz porque éramos atractivos. No nos miró para ver si había algo de hermosura para ir a la cruz por nosotros. Él dejó el cielo y vino a morir una muerte vergonzosa, sangrienta y brutal, cargando el peso todopoderoso del castigo por nuestro pecado, mientras nosotros respirábamos para hacer caso omiso de él. Cuando éramos menos dignos de amor: «siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros» (Ro 5:8). Aun no teniéndole estima, él nos estimó. Sus manos fueron atravesadas por nuestra fealdad, pero su amor permaneció sin mancha. «Padre, perdónalos», fue su clamor. Isaías predijo lo que sucedió: En medio de la angustia de su alma, él verá algo que lo satisfaría y sostendría su amor hasta el final (Is 53:11). ¿Qué vio? Su amor miró más allá de los azotes, de los clavos, de la cruz. Él escuchó algo diferente a los insultos, la burla y los gritos de «¡crucifíquenlo!». Él vio más que solo traición, abandono e ira. Él vio felicidad eterna en la sonrisa de su Padre y en el destino eterno de su pueblo apoyado detrás de la cruz. Por la alegría, la recompensa, el premio que estaba ante él, él tomó su cruz (Heb 12:2), despreció  su vergüenza y conquistó la muerte para los suyos. Él vio más allá de lo desagradable para hacerlos sus amados.

Tomemos nuestras toallas

Nuestro amor también ve más allá de nuestro prójimo hacia las promesas del cielo y, al avivar nuestros corazones ahí, los considera de nuevo con una determinación a preocuparse. No amamos lejos de ellos, alrededor de ellos y sobre ellos: los amamos a pesar de sus molestias, rarezas, defectos, desagradecimiento. Les pagamos de vuelta con amor, no porque se lo hayan ganado, porque nosotros tampoco lo hemos ganado y, sin embargo, somos herederos del mundo. Ser bondadosos, sacrificados y considerados por aquellos que no pueden pagarnos de vuelta (o por cualquier otra razón, no lo harán), no nos deja en la bancarrota. Nuestra recompensa es «incorruptible, inmaculada y no se marchitará» (1P 1:4). Con los bolsillos de nuestras mentes llenos de oro celestial y pechos rebosantes de tesoros imperecederos, somos lo suficientemente ricos para pasar tiempo con quienes son irritantes, exasperantes y principalmente pesados y fastidiosos. Saber que hemos nacido de Dios, y al volver a él, podemos levantarnos, tomar una toalla y amarrarla a nuestra cintura y arrodillarnos a servir a otros que de otra manera habríamos encontrado imposible amar.
Greg Morse © 2018 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso. | Traducción: María José Ojeda
Photo of Un Salvador que se ofreció
Un Salvador que se ofreció
Photo of Un Salvador que se ofreció

Un Salvador que se ofreció

Las antorchas danzaban en la noche, las espadas eran desenvainadas y Judas lideraba a sus opresores hacia Él. Después de combatir en oración (regando el suelo con sudor cargado de sangre), Jesús guió a sus discípulos a través del arroyo de Cedrón hacia el lugar donde Él sabía que sus perseguidores llegarían. El segundo Adán estaba listo en el jardín. Los soldados llegaron. Los ángeles vieron con ansiedad cómo se levantaba ante Él el tsunami de la ira santa del Padre. Ningún otro héroe podría haberse ofrecido (Ap 5:1-5) a excepción de aquel que sabía perfectamente bien el horror absoluto que le esperaba.
Jesús, sabiendo todo lo que le iba a sobrevenir, salió […] (Juan 18:4).

Él se ofreció

Yo no lloro muy a menudo. Quizás mis ojos podrían humedecerse, pero rara vez caen lágrimas. Sin embargo, una escena particular de las películas me emociona continuamente. La historia alcanza el clímax y las personas están en un peligro inminente. El enemigo se avecina y el héroe (que sabe que la batalla le costará su vida) se ofrece para defender a los suyos. Esos momentos susurran una gloriosa escena que ocurrió dos mil años atrás cuando un campesino galileo (que sabía que la batalla le costaría más que su vida) se ofreció para salvar a los suyos. Jesús se ofreció por ti y por mí, voluntariamente, con autoridad y en amor. Él intervino entre una raza arruinada y la ira justa de Dios para asegurar el rescate de su pueblo.
1. Él se ofreció voluntariamente
Aquel que rechazó las coronas humanas abrazó la cruz romana. Mientras los lobos gruñían, el buen Pastor se puso delante de sus ovejas.
Yo soy el buen pastor; el buen pastor da su vida por las ovejas […]. Nadie me la quita, sino que yo la doy de mi propia voluntad [...] (Juan 10:11, 18).
Jesús consideró el costo. Conocer la Escritura nunca le dio más razón a alguien para sudar sangre. Él vio sus manos traspasadas (Is 53:5). Él previó las bofetadas, los escupos, los tirones de barba (Is 50:6). Él anticipó los latigazos, la paliza que excedía lo humano, la opresión (Is 52:12). Con razón temía el quebrantamiento que su Padre ejercería sobre Él (Is 53:10; Mt 10:28). Él sabía que no tendría descanso (Sal 22:1). El escuchó a los perros acercarse (Sal 22:16), la estampida de toros rodeándolo (Sal 22:12). Los leones venían a devorarlo (Sal 22:13). Las bestias de los hombres pronto menearían sus cabezas ante su angustia (Sal 22:7-8). Su alma sería vertida en la muerte (Is 53:12). Él sabía que sus discípulos pronto lo abandonarían (Zc 13:7). Y, lo más aterrador de todo, Él sabía que su Padre lo abandonaría (Sal 22:1). Cristo se interpuso entre la ira justa de Dios y el hombre pecador. Jesús intercedió por los criminales ante las cortes celestiales. Estos no eran meramente transeúntes inocentes. Cada uno era parte de la lista de «los más buscados» del cielo junto con el resto de la humanidad (Ef 2:3). Si Él escogía no ser quitado injustamente, finalmente ellos enfrentarían la ira de Dios solos. Y al saber esto, Él se ofreció voluntariamente.
2. Él se ofreció con autoridad
Jesús les dijo, «Yo soy». Judas, quien lo traicionó, estaba con ellos. Cuando Jesús les dijo, «Yo soy», ellos retrocedieron y cayeron a tierra (Jn 18:5-6). El que fue arrestado era el que tenía autoridad. Con la palabra que salió de su boca, les dobló las rodillas y los derrumbó. Con una palabra más, Él podría haber hecho que un ejército de ángeles los ejecutara (Mt 26:53). Su proclamación divina de «Yo soy» provocó que sus enemigos cayeran al suelo (Ex 3:14; Jn 18:5). Mientras gateaban en la tierra, Él no huyó. El Rey de toda la tierra les permitió levantarse y arrestarlo. El Cordero de Dios que quita los pecados del mundo debía ser llevado al matadero. Él se ofreció con autoridad porque se ofreció como Dios.
3. Él se ofreció en amor
Les respondió Jesús, «les he dicho que Yo soy; por tanto, si me buscan a mí, dejen ir a estos». Así se cumplía la palabra que había dicho: «De los que me diste, no perdí ninguno» (Juan 18:8-9).
¿Dejar ir a esos hombres? ¿Esos hombres que no podían mantenerse una hora despiertos para orar? ¿Esos hombres que Él sabía que de todas maneras lo abandonarían (y en la hora de su mayor necesidad) (Jn 16:32)? El Hijo de Dios dejó la perfecta comunión que tenía con su Padre para ser abandonado, intercambió la adoración angelical por la burla del pecador y cambió el gozo eterno por una copa de dolor eterno; todo por esos hombres. ¿Por qué? Porque Él y el Padre los amaban.

Cuando Jesús supo que había llegado su hora para dejar este mundo e ir al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, Él los amó hasta el final (Juan 13:1; 3:16).

El Verbo que se hizo carne, el niño que nació en un establo, el Creador de todas las cosas, la luz del mundo, tiene como epitafio terrenal: «Él los amó perfectamente en su vida y los amó perfectamente en su muerte». Ningún otro amor ha sobrevivido a tal fin. Desiertos de ira se interpusieron entre Él y sus amados. Su amor inquebrantable soportó montañas de juicio y valles de dolor. Él se ofreció para recibir la ira con el fin de salvar a aquellos que amaba.

Tu ofrecimiento

Su ferviente oración era que su pueblo pudiera estar con Él para ver su gloria (Jn 17:24)… pero no todavía. Él oró a su Padre:

No te ruego que los saques del mundo, sino que los guardes del maligno [...]. Como Tú me enviaste al mundo, yo también los he enviado al mundo» (Juan 17:15, 18).

Nos ofrecemos a un mundo que preferiría que Barrabás les robe a que Jesús los llame al arrepentimiento; a un mundo de Pilatos que no encuentran culpa en Cristo, pero que tampoco ven gloria en Él; a un mundo de Judas que podrían besarlo cada domingo, pero que lo traicionan con sus vidas; a un mundo que rinde homenaje al César en vez de al Salvador. Jesús nos envía hacia la oscuridad, así como Él fue enviado a la oscuridad. Somos «linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido para posesión de Dios, a fin de que anuncie[mos] las virtudes de aquél que los llamó de las tinieblas a su luz admirable» (1P 2:9) Él se ofreció voluntariamente en amor y autoridad para manifestar sus virtudes, para que las declaremos en esta vida y las experimentemos perfectamente en la venidera.
Greg Morse © 2017 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso.
Photo of Que ella sea mi deleite
Que ella sea mi deleite
Photo of Que ella sea mi deleite

Que ella sea mi deleite

Apenas era capaz de agacharse un poco más, su amor lo transformó en un jardinero aficionado.

Cada mañana, Raúl, de 90 años, se agarraba de un árbol para cortar las raíces de un árbol vecino que amenazaba con destruir la tumba de su esposa. Aunque ella ya se había ido hace una década, él hablaba de ella y se preocupaba por ella como si se hubiese ido con el Señor ayer. Él usó su fuerza para ella en vida y ahora se agacha para protegerla en muerte. Su felicidad en su amada por cincuenta años llenó mis ojos de lágrimas. Él relató cómo llegaban juntos a la iglesia, criaron a sus hijos juntos, envejecieron juntos, rieron, lloraron y oraron juntos. Él nos contó cómo se conocieron y cómo él, un granuja en su juventud, le dio su primer beso en medio de la calle. Sus cejas gruesas, su entonación musical y sus ojos lo atestiguaban: su deleite en ella no había disminuido. Estallaba en su sonrisa, se filtraba en sus oraciones y manchaba la mitad de sus pantalones con el lodo del cementerio. Fuera de alcance, lejos del oído, fuera de este mundo, su corazón aún cantaba el nombre de ella.

¿Es ella nuestro deleite?

Por razones que no siempre podemos pronunciar, escenas como estas nos conmueven, y con razón. Su deleite en su esposa comunicaba algo más que su valor; comunicaba algo del cielo. Cuando Dios inspecciona la tierra, buscando una analogía para su omnipotente felicidad en su pueblo redimido, Él apunta al fervor de los esposos jóvenes, un ardor que solo aumenta en hombres piadosos como Raúl.
Porque como el joven se desposa con una virgen, se desposarán contigo tus hijos; Y como se regocija el esposo por la esposa, tu Dios se regocijará por ti (Is 62:5).
Cristo se regocija por su esposa. Él pasará toda la eternidad inmerso en el calor de su amor. Sin embargo, después de que el diamante en este verso comenzara a cautivar, también corta. Cuando otros observan mi relación con mi esposa, ¿pueden ver algo del deleite de Dios en la suya? ¿Pueden ver otros claramente que llamo a mi esposa como el Señor llama a la suya: «Mi deleite» (Is 62:4)? ¿Es oscurecido el amor de Cristo en el mío? Extiendo mi convicción para que otros esposos la consideren: ¿es ella tu deleite? ¿Pintamos (no perfecta, pero verdaderamente) cuadros de la pasión de Dios en nuestros matrimonios? ¿Qué estandarte alzas sobre ella? La esposa en Cantar de los Cantares da fe: «Su estandarte sobre mí es el amor» (Cnt 2:4); ¿puede el nuestro decir lo mismo? Hermanos, que nunca se diga esto de nosotros:
«Su estandarte sobre mí era indiferencia» «Su estandarte sobre mí era aspereza» «Su estandarte sobre mí era pesar» Señor, ayúdanos.

Cuando te casas con la chica equivocada

La historia de la primera esposa de Jacob debe atormentarnos. Era claro para todos que Jacob «amó más a Raquel que a Lea» (Gn 29:30). Raquel era hermosa; Lea tenía «ojos apagados [NVI]» y era menos atractiva. Jacob trabajó siete años para ganarse a Raquel y «le parecieron unos pocos días, por el amor que le tenía» (Gn 29:20); a Jacob le pesó Lea en el momento en que se dio cuenta de que su tío lo había engañado para que se casara con ella en lugar de que se casara con su hermana. Después de casarse con ambas, Jacob levantó dos estandartes diferentes sobre cada una por el resto de sus vidas. Y Dios vio eso. El Hacedor de Lea (cuya imagen ella cargó y cuya preocupación se dirigía hacia ella) miró los matrimonios de Jacob, ¿y qué vio? A Raquel, Jacob amó; a Lea, él la «aborreció» (Gn 29:31). Dios, al ver que su hija era tan despreciada, miró su aflicción de tener un esposo que no la amaba y abrió su vientre en lugar del de su hermana (Gn 29:32). Culminante y agonizantemente, dio a luz hijo tras hijo, esperando con cada nuevo hijo: «ahora mi marido me amará… Ahora esta vez mi marido se apegará a mí» (Gn 29:32, 34). Finalmente, con el nacimiento de su cuarto hijo, Judá, abandona sus esperanzas respecto al amor de su marido y se vuelve a adorar al Señor. Por mucha advertencia que tenga esta historia para que las mujeres jóvenes tengan cuidado de idolatrar el amor de sus esposos, no debemos pasar por alto la tragedia: el estandarte que su esposo tenía sobre ella era desprecio. ¿Era ella automáticamente una idólatra porque anhelaba ser el deleite de su marido? ¿Qué pasa con las mujeres como Lea en la actualidad? Quizás su declaración final de alabanza divina habla tanto de la acusación sobre su marido como de la santificación en Lea. Hoy el punto es para los esposos: no nos casamos con Lea. No nos casamos con la chica incorrecta. El anillo, el pacto, el matrimonio la hace, en todo tiempo, nuestra Raquel. Para no ser pasada por alto; para no ser despreciada, comparada o asumida. Ella es carne de tu carne y hueso de tus huesos. Tu amorosa gacela, tu cierva llena de gracia; tu rosa; tu hermosa; tu pozo de deseo y tu fuente de deleite. Y ella no necesita darte hijos, no necesita traer éxito en tu carrera ni un físico pintado para recibir un amor que sonroja y que protege su tumba.

Una oración para cada esposo

Dios no tolera a su iglesia. Él no la ignora. Él no se despierta en la mañana pensando que se casó con la chica equivocada. La familiaridad no enfría su pasión. La eternidad le parecerá como un momento debido a su amor por ella. Ella no hace planes para ganar su abrazo. Él gastó su fuerza por ella en su vida terrenal y fue clavado por sus transgresiones para cortar las raíces de muerte y protegerla de la tumba. Este maravilloso amor, un amor santo, un amor que (para usar una analogía terrenal) Dios expone por medio de esposos en nuestros matrimonios: «como se regocija el esposo por la esposa, tu Dios se regocijará por ti» (Is 62:5). Nuestro deleite en ella se trata de su deleite en nosotros; nuestros matrimonios acerca del suyo (Ef 5:32). Nosotros, como Raúl, seguimos a nuestro Esposo (haciéndole frente a Satanás, a la carne y al mundo) para plantar nuestro estandarte sobre ella: Mi deleite está en ella. No «ella es mi cocinera y la encargada de la limpieza»; no «ella es la madre de mis hijos»; sino que «ella es mi elegida, mi favorita, la más hermosa para mí». Ella se cuela en nuestras oraciones; nuestros corazones cantan su nombre. Una y otra vez, oremos: «Señor, que cada vez más ella sea mi deleite».
Greg Morse © 2019 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso.
Photo of ¿Cómo es posible que en el cielo no haya sexo?
¿Cómo es posible que en el cielo no haya sexo?
Photo of ¿Cómo es posible que en el cielo no haya sexo?

¿Cómo es posible que en el cielo no haya sexo?

«Entonces, ¿qué tiene para ofrecerme tu cielo?», me preguntó el hombre con una sonrisa burlona. Al haber escuchado hace poco sobre las promesas del cielo de Alá y al ser un ferviente admirador de la compañía femenina, este hombre pensó que un cielo que tuviera vírgenes era una iniciativa bastante atractiva. Él sabía que yo soy cristiano, y continuó diciendo: «¿habrá intimidad física cada ciertos miles de años cuando tomes una pausa del culto eterno de la iglesia?».
Parecía que él conocía pocos placeres, si es que los había, mayores que la fornicación perpetua. Por eso, mi respuesta debió haber sido incomprensible: «no habrá nada de sexo en el cielo». «¿Cómo es posible que en el cielo no haya sexo?», se le escapó la pregunta en un tono más fuerte de lo que previó. Sacudió su cabeza buscando la lógica. ¿Acaso el océano no tendrá gotas de lluvia? ¿El banquete no tendrá comida? ¿El cuerpo, su mayor deleite? Después iba a contarle que tampoco nadie sonreiría ni se reiría en el cielo. Él no podía imaginarse un cielo con menos placer que la tierra. «¿Cómo puedes creer en un cielo así?».

Un suspiro secreto

Admito que yo también me he cuestionado la enseñanza de Jesús: «Los hijos de este siglo se casan y son dados en matrimonio. Pero los que son tenidos por dignos de alcanzar aquel siglo y la resurrección de entre los muertos, ni se casan ni son dados en matrimonio» (Lc 20:34-35). En la resurrección, el pueblo de Dios será como los ángeles del cielo: sin cónyuge ni sexo (Mt 22:30). Como este hombre, también me he cuestionado esta omisión. No porque no pude imaginar algo más satisfactorio para la vida que el sexo; más bien, debido a que el compromiso de por vida a un cónyuge en matrimonio es también una de las mayores alegrías que se puede tener en este mundo. ¿Por qué no permanecería en la siguiente? Luego me casé y la pregunta persistente creció. El pensamiento de ir de la unidad con ella a una relación más general con todos los santos se sentía como pasar de ser hecho a la medida a ser producido en cadena, de ser único a ser genérico. Alejar a mi esposa de mí y ponerla en la multitud se sentía como desarmar un arcoíris, separándome de mi compañera más apropiada, sin duda, de una parte de mí mismo; sacar la costilla del hombre una segunda vez.

Sexo y chocolate

Me topé con una cita de Lewis que me ayudó en la tensión. Estaba preocupado, como lo dice Lewis memorablemente, no porque la futura realidad es carente, sino porque mi imaginación y mi fe son débiles. Él escribe:
Pienso que nuestra perspectiva actual sería como la de un niño pequeño que, al decirle que el acto sexual es el mayor placer físico, inmediatamente se ve obligado a preguntar si es que comes chocolate al mismo tiempo. Al recibir un «no» como respuesta, podría considerar la ausencia de chocolates como la característica principal de la sexualidad. En vano le dirías que la razón por la que los amantes en su éxtasis no se preocupan de los chocolates es porque tienen algo mejor en lo que pensar. El niño conoce el chocolate: él no conoce lo positivo que lo excluye. Estamos en la misma posición. Conocemos la vida sexual; no conocemos, excepto en destellos, lo otro que, en el cielo, no dejará lugar para el sexo.
Quienes conocemos (o al menos se pueden imaginar) la alegría marital y el placer sexual podríamos ser tentados a pensar que el cielo es aburridísimo por excluir estas cosas. El ayuno sexual perpetuo, el aumento de profundidad relacional con tu cónyuge: ¿cómo un mundo de alegría prohibiría esos chocolates?» ¿Qué tiene Dios en contra del chocolate? Nada, nos recuerda Él; Él los creó. En lugar de pensar que el cielo es menos interesante, nos preguntamos, como el niño en la analogía de Lewis, ¿qué tipo de felicidad tiene Dios guardada para aquellos que lo aman cuando los mayores placeres de la tierra se levantan como un recuerdo distante y olvidado? ¿Qué luz hace irrelevante la vela parpadeante? Este cielo, que el hombre no pudo entender, es el único digno de ese nombre. No tenemos alegrías de la tierra 2.0 con la ausencia de dolor. El Dios que gozosamente inventó tales éxtasis, los eclipsa para dar espacio a algo más.

Sombras brillantes

Quejarse del cielo porque perdemos algo de la tierra, aferrarse a las sombras más brillantes de la tierra con un agarre tembloroso mientras da lugar a la sustancia, es olvidar lo que viene. Incluso ahora, podemos recordarnos a nosotros mismos: los placeres del cielo amenazan con aplastar los mejores deleites de la tierra (deleites tan intoxicantes que la desaparición de ellos parece una pérdida irremplazable, un oscurecimiento del cielo). No necesitamos llenar nuestros bolsillos con golosinas y barras de chocolate a medida que vamos entrando en la cena del matrimonio del Cordero. La proclamación de Dios al final de la historia: «Yo hago nuevas todas las cosas» (Ap 21:5), contiene un «nuevo» que nosotros en la tierra no podemos comprender bien. La Biblia nos cuenta claramente que la plenitud del gozo se encuentra en la presencia del Señor (Sal 16:11). La vida eterna es conocerlo a Él (Jn 17:3). El nuevo cielo y la nueva tierra descienden con Cristo cuando Él regrese, no antes. El Reino de Dios ya se expande sobre la faz de la tierra; las puertas del infierno ya se inclinan ante la artillería de la iglesia (Mt 16:18); ya, con cada día que pasa, Dios transfiere nuevos pecadores desde el dominio de la oscuridad hacia el Reino de su amado Hijo (Col 1:13); sin embargo, nuestras vidas llegan a ser completas solo con el segundo advenimiento (Col 3:4). El cielo galopa hacia la tierra, con plenitud de gozo, fin a la muerte, derrota del pecado y la gloria de Dios, sentado en un caballo blanco. Sin vacilar, la fe sostiene que solo Dios puede ser artífice del mejor cielo. La fe nos recuerda que Dios no entierra sus mejores gozos en un mundo caído. La fe asegura que la patria que está por venir es mejor (Heb 11:16). Gemimos, no porque vamos a gobernar en esa ciudad de eterno día sin un par de las barras de caramelo terrenales favoritas; gemimos internamente y esperamos con entusiasmo porque anhelamos la plenitud de nuestra adopción como hijos (Ro 8:23). Disfrutamos el chocolate, pero estamos hambrientos de filete. La fe nos enseña a disfrutar las cosas de la tierra teniendo en mente a Dios durante el día, y a orar de noche, teniendo expectativas como un niño: «un día más cerca, mi Señor. ¡Un día más cerca!».

Lo que el cielo ofrece

Cuando Cristo regrese, la fe no dirá, como una vez le escuché decir cruelmente a un comediante: «tan solo dame veinte minutos más». Cuando escuché eso, me aterroricé porque había yo dicho algo equivalente.
  • Jesús, dame tiempo para dejar mi marca en el mundo y ¡luego de eso regresa!
  • Jesús, permite que me case y envejezca, y ¡luego regresa!
  • Jesús, tómate tu tiempo, ¡sé que no estarán mis barras de chocolate favoritas en el cielo!
Tengo la necesidad de recordarme a mí mismo: todo lo que es dulce en el matrimonio humano para mi coheredera en esta tierra no se perderá en última instancia, sino que será transformado. La nueva profundidad de intimidad que tendré con mi Señor (y con cada santo, incluyendo a mi esposa) mirará de vuelta a la oruga de las alegrías terrenales con cariño, pero no con deseo. Y esto hace del matrimonio y de la intoxicación de la intimidad sexual, aún más dulce ahora. Mi vida con mi esposa, sin importar cuán preciada sea, será una sombra de lo que yo y de lo que el resto de los hijos de Dios tendremos en perfecta comunión con nuestro Señor y los unos con los otros. El matrimonio con un creyente puede ser una de las más grandes relaciones de la tierra, pero la menor relación en el cielo será más grande que la terrenal. El retorno de Jesús en su gloria (el clímax de toda la historia humana) no será una invasión. No podemos permitir que la incredulidad establezca una señal de «no molestar» sobre el regalo más excelente de parte de nuestro Padre celestial. Disfrutamos nuestro caramelo ahora, y mientras lo hacemos, crecemos en nuestra confianza en el Padre, quien sabe cómo dar lo bueno (los mejores regalos) a sus hijos. Nuestro cielo no ofrece placer sexual, pero sí ofrece aquello que lo dejará obsoleto. Ofrece plenitud de gozo; nos ofrece a Dios mismo.
Greg Morse © 2019 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso.
Photo of Él vino para ser traicionado
Él vino para ser traicionado
Photo of Él vino para ser traicionado

Él vino para ser traicionado

Aun mi íntimo amigo en quien yo confiaba, el que de mi pan comía, contra mí ha levantado su talón (Sal 41:9).
Ambos morirían en árboles ese día. Uno colgando en una cruz; el otro, oscilando de una rama. La amistad, ante toda apariencia, se extendió por más tres años. Comieron juntos, rieron juntos, proclamaron el Reino juntos, reprendieron demonios juntos, pelearon contra los fariseos juntos. El Rey del cielo, que descendió de su trono, invitó al hombre a ser parte de los íntimos doce. Noche y día, este hombre tuvo comunión con su Creador. Y ambos murieron en un árbol ese día. Ambos fueron malditos de Dios: «Maldito todo el que cuelga de un madero» (Ga 3:13). Uno, traicionado; el otro, traidor. El esquema abominable incluía un rostro familiar.

El diablo entre los discípulos

Después del patrón de Dalila con Sansón, de Ahitofel con David, la lírica de la duplicidad encontrada en el Salmo 42 tenía que ser cumplida: «El que come mi pan ha levantado contra mí su talón» (Jn 13:18; Sal 41:9). El animal indomable reaccionaría con fuerza en contra de su Maestro, de su Benefactor, de su Señor; mientras aún tenía migas del banquete del Rey en su barba. Aún amargado porque María había derramado un aceite costoso sobre los pies de Jesús (Jn 13:3-8) (en lugar de entregarle a él su equivalente en dinero para que pudiera robar algo antes de pasarle el resto a los pobres), fue donde los enemigos de Jesús y lo vendió a precio de esclavo, treinta piezas de plata, como se había predicho (Zc 11:12; Mt 26:14-16). La noche siguiente, como sabía que la víbora atacaría finalmente, Jesús estaba turbado en su espíritu mientras les decía a los doce por última vez: «uno de ustedes me entregará» (Jn 13:21). El salmista captura su angustia:
Porque no es un enemigo el que me reprocha, si así fuera, podría soportarlo; ni es uno que me odia el que se ha alzado contra mí, si así fuera, podría ocultarme de él; sino tú, que eres mi igual, mi compañero, mi íntimo amigo (Sal 55:12-13).
Podríamos soportar la indignación descomunal de un enemigo, pero el odio silencioso de un falso amigo, ¿quién puede soportarlo? La daga del compañero llega al alma. Esos aduladores saben dónde es mejor atacar, la relación solo demuestra ser una táctica de reconocimiento para saber cómo lograr esto. Él sabía dónde estaría Jesús esa noche. «Síganme: los llevaré a Él». ¿Et ut, Judas? Tocamos el fondo del lenguaje para lanzar los nombres apropiados a su vileza. El Padre llama a los ángeles del cielo a estar consternados, pasmados y deshechos al ver esto (Jer 2:12). Jesús dice: «Mejor le fuera a ese hombre no haber nacido» (Mr 14:21). Su nombre es el nombre que se convirtió en la maldición del cielo: Judas Iscariote.

Pies limpios, obras inmundas

La mesa estaba servida para su última cena. La noche de la traición había llegado. Jesús, habiéndolos amado con un perfecto amor, ahora «los amó hasta el fin» (Jn 13:1). Él se levantó, sabiendo que la muerte lo llevaría de regreso a su Padre, se puso un manto en su cintura y se agachó para lavar los pies de sus discípulos (Jn 13:3-5). El acto inmundo se llevó a cabo con pies limpios. Jesús no era un hipócrita: «Amen a sus enemigos; hagan bien a los que los aborrecen» (Lc 6:27). ¿Supo esto desde el principio? Sí. Jesús sabía a quién escogió cuando vio a Judas por primera vez arrastrándose en el pasto: «¿No los escogí yo a ustedes, los doce, y sin embargo uno de ustedes es un diablo?» (Jn 6:70). Esa noche Él dijo que no todos serían limpiados de su pecado, puesto que, «Yo conozco a los que he escogido» (Jn 13:18). Su predicción final tenía un propósito: afirmar, incluso ahora (especialmente ahora) que Él era el divino «Yo soy» (Jn 13:19), el Hijo de quien fue autor incluso de este, el capítulo más oscuro. Jesús no fue maniobrable por el tembloroso Judas, un hombre cuya resolución final necesitaba un aviso de su víctima para finalmente idear su maldad (Jn 13:27). Él vino para ser traicionado. El rostro del Dios invisible dio su mejilla al beso de la serpiente.

Vestido de oveja

Después de que Jesús dio voz a su espíritu turbado por la traición, Juan nos da una respuesta inquietante. «Los discípulos se miraban unos a otros, y estaban perplejos sin saber de quién hablaba» (Jn 13:22). Cruzaron miradas. ¿Cómo el culpable podría sentarse entre ellos? En lugar de preguntarse quién era el mayor, finalmente consideraron el hecho de que un diablo había comido, dormido y ministrado entre ellos. Ninguno miró a Judas con el ceño fruncido ni susurró bajo su respiración: «lo sabía». Nadie tomó su espada para cortarle su oreja. Al contrario, le preguntaron a Jesús, «¿Acaso soy yo» (Mr 14:19). Cada uno vio tanta oscuridad en sí mismo como en Judas. Él parecía un joven devoto y muy bueno. Él también dejó todo para seguir a Jesús. Él también hizo señales y maravillas. Él también ganó la confianza de otros discípulos. Él también escuchó la predicación, vio los milagros y no se fue cuando las cosas se pusieron difíciles. Él se aseguraba más respeto cuando fingía un gran cuidado de los pobres (Jn 12:5-6). Dotado para los negocios, le confiaron las finanzas. Este hijo de oscuridad se cubrió en la luz.

Dos hombres en árboles

¿Sabía Judas que él era un diablo? Él sabía que robó, pero de nuevo, ¿qué importancia tenía una moneda por aquí y por allá? No le estaba haciendo daño a nadie, pensó. Aunque único en la puntuación que terminó con su vida de pecado, el suyo, sin embargo, es un camino conocido a la perdición. El camino de Judas era el camino de la transigencia. Y nosotros también demostramos ser diablos cuando vivimos en un pecado secreto: «El que practica el pecado es del diablo, porque el diablo ha pecado desde el principio. El Hijo de Dios se manifestó con este propósito: para destruir las obras del diablo» (1Jn 3:8). ¿Andas por el camino de Judas? Deja que su vacilante cuerpo te recuerde adónde llevaron las grandes promesas del pecado y de Satanás. Sin embargo, dos hombres murieron en árboles ese día. Contempla la gloria de este segundo hombre, que dio su vida por sus amigos. Él conspiró con su Padre para asumir el pecado como un Judas para salvar a los hombres de las reservas de Judas. Velo voluntariamente traicionado, abandonado, oprimido, retorciéndose bajo la ira de Dios para redimir del juicio eterno a un pueblo maldito. Míralo abrazar el talón del traidor para salvar a los traidores. ¿Qué haremos con treinta (o treinta mil) piezas de plata, si lo perdemos? Rechacen toda oferta parecida. La vida eterna es para conocer al Padre y a su Hijo cuyo nombre se ha convertido en la fragancia del cielo: Jesucristo. Nuestra traición fue su agonía para que su gloria fuera nuestro tesoro.
Greg Morse © 2019 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso.
Photo of Mantente a salvo: para siempre
Mantente a salvo: para siempre
Photo of Mantente a salvo: para siempre

Mantente a salvo: para siempre

El correo electrónico, deseándole salud a mi familia y a mí en medio de la crisis del coronavirus, terminaba de una manera completamente llamativa: «Manténganse a salvo. Es decir, estén siempre preparados para morir en Jesús». Busca tarjetas para desear una pronta mejoría o unos mensajes positivos de este mundo y no encontrarás nada como la petición de este pastor. Ninguno de los correos optimistas de las compañías de tarjetas de crédito ni los diferentes políticos llenos de buenos deseos me han dicho algo como esto. Ninguna celebridad, con sus mensajes de unidad y fortaleza, quiso decir lo que él quiso decirme. La seguridad en el mundo actual significa lo que siempre ha significado en momentos de crisis: mantente vivo; mantente saludable; protégete de la aflicción actual. Lávate las manos; distánciate; toma las precauciones necesarias. Sin embargo, esta no es la seguridad que el pastor le deseó a mi familia, y no es la seguridad que yo deseo para todos los que leen esto, pues no es lo suficientemente segura. La petición de este pastor para mí y mi petición para ustedes es simplemente esta: manténganse a salvo: para siempre.

 ¿Estás listo para morir?

La necesidad de cada día, para cada alma, ya sea por la propagación de enfermedades, la amenaza de bombas o las señales de la vejez, es estar listos para morir. Podemos cruzar este mundo de innumerables maneras (algunas más lentas, otras más rápidas; algunas más dolorosas, otras menos dolorosas). Las calamidades y las pandemias nos presentan la oportunidad de considerar nuestro fin antes de que llegue y de ordenar nuestros asuntos del alma. Así que permíteme preguntarte, seas joven o anciano, soltero o casado, temeroso o no: ¿estás preparado para pasar a la eternidad? No te estoy preguntando si estás preparado para dejar insensiblemente todo lo que alguna vez conociste o amaste en este mundo. Tampoco si estás preparado para provocar un profundo dolor en tus seres más queridos en la tierra. Tampoco si estás listo para entrar a ese triste estado que llaman «morir»: un reino tumultuoso e impredecible. No, mi pregunta es: ¿estás listo para morir en el sentido de que si estás preparado para encontrarte cara a cara con Jesús? ¿Estás preparado para ser visto y juzgado por Él? ¿Estás permaneciendo alerta y listo para su regreso? Se aproximan tres realidades finales: muerte, juicio y eternidad. ¿Estás listo para ellas? Para mantenernos a salvo a la luz de esto, debemos hacer más que mantener nuestras manos limpias, evitar tocarnos la cara, distanciarnos de los demás y quedarnos en casa a menos que sea necesario salir. Mantenernos a salvo en diez mil años más, cuando hayamos estado ante Dios y hayamos dado cuenta por nuestras vidas, nos llama a huir de aquello que es más mortífero que el virus y que incluso la misma muerte: el pecado, para correr a Cristo (y permanecer seguros en Él).

Un peor peligro que la muerte

Escucha la escandalosa declaración del cristianismo para todo aquel que pueda soportarla: es mejor el coronavirus y la muerte que el pecado no arrepentido y la vida. Es mejor contraer el virus y morir confiando en Cristo que ser esclavo a la lujuria, a la avaricia o a cualquier otro pecado y vivir un par de décadas más de incredulidad. Te ruego que consideres esto: el Dios Todopoderoso no pausará la resonante alabanza, convocando a los ángeles diciendo: «Espántense [...] tiemblen, queden en extremo desolados»; y esto, no por la enfermedad, la ruina económica ni la muerte, sino por el pecado (Jr 2:12-13). Debido a los pecados (no a las enfermedades) está solemnemente escrito: «Pues la ira de Dios vendrá sobre los hijos de desobediencia por causa de estas cosas» (Col 3:5-6). En última instancia, no es debido al coronavirus, al cáncer o a los accidentes automovilísticos que morimos en realidad; «porque la paga del pecado es muerte» (Ro 6:23). Jesús no nos aconsejó preocuparnos por lo que solo puede matar el cuerpo; Él nos advirtió sobre provocar al Dios Santo que puede matar tanto al cuerpo como al alma en el infierno (Mt 10:28), en juicio contra nuestros estilos de vida de pecado que lo menosprecian. ¿Acaso no es la advertencia de este pastor más que necesaria hoy? Recientemente, leí que se está ofreciendo el acceso gratuito VIP a la pornografía en las áreas del mundo que están bajo cuarentena. Los índices de consumo han subido de a dos dígitos. Mientras millones de personas están en cuarentena, Satanás entra en esas áreas golpeando fuerte y persuadiendo a muchos a tragar cianuro espiritual, abriéndose a sí mismos a la furia venidera de Dios, todo mientras buscan evitar el peligro del coronavirus. Nos aislamos del mundo, pero nuestro problema más grande está en cuarentena con nosotros.

Ruego a los que no están preparados

¿Qué puedo decirte para que pienses en tu alma? En tiempos como estos, la mayoría de nosotros ni siquiera saldríamos a comprar sin prepararnos; ¿dejaremos este mundo, cruzaremos el frío mar de la muerte y viajaremos a la eternidad sin prepararnos? ¿Trabajaremos sin descanso para asegurar provisiones apropiadas para nuestro cuerpo en esta vida (vistiéndolo, alimentándolo, inclinándonos ante sus necesidades), pero dejando que nuestras almas mueran de hambre por la próxima vida? ¿Pensaremos en todo lo necesario, pero no en nuestras almas, en nuestro Dios y en la eternidad? Mientras la tumba está puesta incómodamente frente a ti, considéralo. No dejes que esta etapa de claridad pase. Muchas personas antes de ti han escuchado la buena noticia y decidieron posponerla para el día siguiente. Si escuchas su voz hoy, no endurezcas tu corazón en rebelión (Heb 4:7). La enfermedad que Jesús vino a abordar no era física. Si ya hubiera una cura para el coronavirus y estuviera disponible, y esta agitación pasara, la muerte aún estaría esperando, los demonios aún estarían riéndose, el pecado aún estaría esclavizándonos y el juicio aún estaría pendiente. Pero aquí está el antídoto, la buena noticia que hace que los hombres no teman a declarar lo malo sin rodeos:
Pero Él fue herido por nuestras transgresiones, Molido por nuestras iniquidades. El castigo, por nuestra paz, cayó sobre Él, Y por sus heridas hemos sido sanados (Is 53:5).
Aquí, el profeta anuncia el remedio más preciado y costoso para nuestra rebelión contra Dios: la muerte de Jesucristo por los pecadores. Él es tu única esperanza de seguridad para el juicio venidero. Y Él está listo para perdonar. Su mismo nombre, Jesús, canta redención: «Y dará a luz un Hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1:21). ¿Sientes una gran necesidad de perdón? ¿Es tu pecado horrible y tu enfermedad profunda? Él vino por los pecadores. «Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los que están enfermos; no he venido a llamar a justos, sino a pecadores» (Mr 2:17). Mira a Cristo muriendo por los pecados del mundo, cree y apártate del pecado y sé salvo.

Ruego a los cristianos

J.I. Packer una vez mencionó a los cristianos de antaño que «se prepararon para la muerte, para siempre ser encontrados, por decirlo así, con sus cosas empacadas y listos para irse» (Quest for Godliness [La búsqueda de la piedad], 14). Sustos como el coronavirus nos muestran cuán listos realmente estamos. ¿Hemos nosotros (el pueblo de la resurrección, el pueblo de la vida eterna, el pueblo cuya ciudadanía está en el cielo) mirado fijamente a la muerte a la cara, con palmas sudorosas quizás, pero sin estremecernos? Debemos vivir en este mundo en plenitud, pero siempre con nuestras cosas empacadas listos para irnos. ¿No anhelamos ir con Cristo, quien es nuestra vida (Col 3:4)? Él anhela que nosotros estemos donde Él está, al contrario, ¿queremos nosotros estar lejos? ¿Cuán profundo calan las palabras de Thomas Brooks? «No le hace ningún honor a tu Padre celestial que estés poco dispuesto a irte a casa» (Works of Thomas Brooks [Obras de Thomas Brooks], 5:455). Ahora no es el tiempo de bajar las velas. Cada día estamos más cerca de nuestro verdadero país. ¿Realmente maldeciremos la ráfaga de viento llamada coronavirus si Dios la usa para llevarnos más rápido de lo que esperamos hacia Él? Espero que todos luchemos (incluido yo) con algo más cercano a lo que luchó el señor Whitefield cuando oró: «Señor, guárdame del deseo pecaminoso y demasiado ansioso por la muerte. Deseo no ser impaciente, quisiera en silencio esperar hasta que llegue mi bendecido cambio» (George Whitefield’s Journals [Los diarios de George Whitefield], 318).

Mantente a salvo: para siempre

Nada de esto tiene el propósito de degradar el temor real, las muertes reales y el sufrimiento real provocado por esta pandemia. Lamento las noticias de los nuevos casos y el aumento de muertes. Sin embargo, cuando cada actualización es anunciada, no puedo evitar preguntarme, con la oración del pastor marcada en mi mente: «¿cuántos se mantuvieron a salvo; es decir, cuántos murieron en Jesús?». Esa pregunta, te aseguro, rompe mi corazón mucho más que cualquier otra noticia. Así que, por favor, mantente a salvo del virus. Sé sabio y usa el tiempo lo mejor que puedas. Pero a medida que haces mayores esfuerzos para evitar la enfermedad, toma en cuenta las palabras del pastor, y mantente a salvo para siempre, preparándote para morir y ver a Jesús.
Greg Morse © 2020  Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso.
Photo of Tu pecado es más profundo de lo que piensas
Tu pecado es más profundo de lo que piensas
Photo of Tu pecado es más profundo de lo que piensas

Tu pecado es más profundo de lo que piensas

El pecado se ha encontrado con tiempos difíciles. No en el sentido de que ya no pecamos más, por supuesto; al contrario, nuestra sociedad ya no tolera denominar ciertas actitudes y comportamientos como «pecado». La palabra suena demasiado pasada de moda. Las imágenes de predicadores enrojecidos de enojo sacudiendo sus dedos regañando a una audiencia desmoralizada vienen a la mente. No queremos estar asociados con eso. Sin embargo, cuando dejamos de comprender lo que es el pecado, perdemos la comprensión de quien Cristo es y de lo que la cruz significa. D. A. Carson une estas dos cosas, como debiera hacerlo todo cristiano fiel:
No puede haber acuerdo respecto a lo que es la salvación a menos que haya un acuerdo respecto a de qué somos salvados. Es imposible obtener una comprensión profunda de lo que la cruz logra sin sumergirnos en una comprensión profunda de lo que el pecado es[1] (Fallen: A Theology of Sin, 22 [Caídos: una teología del pecado]).
Pensamientos superficiales del pecado llevan a pensamientos superficiales de Dios y de la salvación. La ignorancia de las profundidades de nuestro pecado lleva a una ignorancia de las profundidades de la belleza de Jesucristo.

Cristos falsos

Construida sobre visiones insuficientes de pecado, se exponen visiones baratas de Cristo alrededor de todos nosotros; cada uno asegurando sus declaraciones mesiánicas. Jesús, el asesor motivacional. Cuando vemos al pecado como imposible de vencer y a los humanos como inherentemente buenos, nos alejamos de hablar de la muerte, del juicio y del infierno y, en lugar de ello, nos enfocamos en un Cristo que puede ayudarnos a alcanzar nuestras metas improbables y nuestro sueños más descabellados. Él ayuda a las buenas personas a ser geniales. Él murió para que pudiéramos alcanzar nuestro máximo potencial. Jesús, el criado. Cuando vemos al pecado como algo inevitable, como parte de «solo ser humano», como algo común y trivial, en lugar de verlo como algo lamentable, confundimos el pecado con simplemente meter la pata. No somos perfectos, lo confesamos mucho, pero no somos «malvados». Jesús, entonces, nos sigue con un trapero y un balde, ordenando después de nuestros pequeños desastres. Él murió para pagar el precio de la limpieza. Jesús, el humanitario. Cuando vemos el pecado como algo que ocurre principalmente entre un hombre y otro (y no un hombre frente a un Dios santo), hacemos de las buenas causas las máximas. Encajamos perfectamente a Jesús en nuestro movimiento y normalmente definimos el pecado en términos de los ricos y los pobres. Jesús, entonces, es uno que vino a corregir la injusticia que más nos apasiona. Jesús, Kumbayá. Cuando vemos el pecado como algo menos grave que nuestros sufrimiento, podríamos solo conocer a Jesús como el portador de buenas vibras. Él escucha nuestros problemas y nuestros factores de estrés, nos enseña sobre las aves y las flores, y nos lleva a verdes pastos, junto a aguas de reposo. Dado que todos sufrimos en un mundo caído, Él nunca jamás dice o hace cualquier cosa que pudiera herir nuestros sentimientos y provocar una aflicción psicológica. Él murió para ayudarnos a sentirnos mejor, pase lo que pase. Para evitar ser engañados por falsas y endebles representaciones de Cristo, necesitamos entender qué es exactamente el pecado y cuán profundo es. Necesitamos estar conscientes, no solo de nuestras propias corrupciones y pecados (que ascienden a un montón que se eleva a la altura del Monte Everest), necesitamos volver a familiarizarnos con el secreto vergonzoso de la humanidad: nuestro pecado original en Adán. Por lo que dejamos las copas de los árboles de nuestras propias vidas y de nuestros propios tiempos para bajar e ir al pecado que se encuentra en la raíz de nuestro árbol genealógico.

Su pecado y el nuestro

¿Cuántos de nosotros pensamos lo suficiente sobre cómo el pecado de Adán terminó siendo el nuestro? ¿O cómo su pecado nos prepara para entender las glorias de Cristo? Nuestra historia con el pecado nos precede. Fuimos enviados a la esclavitud hace mucho tiempo. Todos caímos de cabeza en los capítulos introductorios de Génesis. Y Jesús, el verdadero Cristo, es prometido en esos mismos capítulos. ¿Cómo el pecado de Adán se transformó en el nuestro? ¿Cómo es que «por una transgresión resultó la condenación de todos los hombres», que «por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores» (Ro 5:18-19)? Considera esa monumental batalla entre David y Goliat. El gigante filisteo vociferó insultos contra el pueblo de Dios. Saúl, el propio rey y gigante de Israel, se escondió en su tienda de campaña. David, el desconocido chico pastor de ovejas, celoso por la gloria de Dios, se ofrece para pelear. Tan pronto como Goliat se burla de David, él hiere su cabeza y se la corta (1S 17:51). Podemos estar muy bien familiarizados con la historia que quizás nunca nos hemos preguntado, ¿por qué solo esos dos estaban peleando? ¿Por qué un combate uno a uno decidió la batalla?

Caímos como Goliat

¿Cuándo fue la última vez que alguna nación resolvió una batalla con otra nación al enviar dos personas al combate? Este es un ejemplo de una práctica antigua donde el mejor guerrero, un «campeón», pelearía a muerte contra el campeón contrario para decidir la batalla. Por tanto, Goliat, campeón de los filisteos, da un ladridito:
Goliat se paró y gritó a las filas de Israel: «¿Para qué han salido a ponerse en orden de batalla? ¿Acaso no soy yo filisteo y ustedes siervos de Saúl? Escojan un hombre y que venga contra mí. Si es capaz de pelear conmigo y matarme, entonces seremos sus siervos; pero si yo lo venzo y lo mato, entonces ustedes serán nuestros siervos y nos servirán» (1S 17:8–9).
David y Goliat se encontraron como representantes, como campeones, como lo mejor de cada lado, luchando por el destino de sus pueblos. Si David era asesinado, Israel habría servido a los filisteos. Entonces, ¿qué ocurrió cuando Adán cayó? Nuestro campeón se encontró con Satanás en el campo de batalla, con su esposa junto a él, y fue derrotado. Él debió haber aplastado la cabeza de la serpiente, pero, con su descendencia pendiendo de un hilo, sucumbió. Nuestro representante, nuestro guerrero, se negó a silenciar la lengua mentirosa de la serpenteante serpiente y buscó su propia gloria en lugar de buscar la de Dios. Él tomó el fruto con su esposa y comió.

Envenenado en la raíz

Como el campeón de la raza humana, como el representante oficial del pacto con nuestro Creador, cuando Adán se puso del lado del enemigo de Dios, cayó, y sus hijos heredaron su corrupción y su culpa. En Adán, nacemos incapaces de obedecer a Dios con gusto, incapaces de vivir en amor, incapaces de hacer el bien o de escapar de su culpa. Todos los hijos y las hijas de Adán son por naturaleza hijos de ira, hijos de desobediencia y esclavos voluntariosos de aquel ante quien nuestro padre cayó: Satanás (Ef 2:1-3). En nuestro padre Adán, «No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios. Todos se han desviado, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno» (Ro 3:10-12). Nuestros corazones son engañosos por sobre todas las cosas y están desesperadamente enfermos (Jr 17:9). Nacimos en pecado (Sal 51:5). Nuestra culpa no radica solo en nuestras ambiciones, en nuestro orgullo, en nuestras lenguas mentirosas, en el intercambio que nosotros hacemos de la gloria de Dios, sino que en el de Adán. Nuestro campeón dobló sus rodillas sin derramar la sangre del enemigo, y debido a ese primer delicioso mordisco, nosotros, sus hijos, aún saboreamos la maldición. Hemos afirmado, en nuestras vidas no regeneradas, nuestras lealtades con el maligno hora a hora y en innumerables maneras. El árbol de nuestra raza está envenenado en la raíz.

Cuento de dos batallas

Esto nos lleva a Él, no al Jesús hada madrina, activista político ni criado, sino a Cristo Jesús, el segundo Adán. El primer Adán era un preámbulo, un contraste que resalta al Campeón que vino y peleó contra los mismos enemigos que le quitaron la cabeza a Adán (Ro 5:14). Donde el pecado entró al mundo por medio de un hombre (Ro 5:12), el perdón vino por medio de otro (Col 1:14). La transgresión de Adán trajo muerte a todos los que le pertenecían (Ro 5:15); la victoria de Jesús trae vida eterna a todo el que le pertenece (Ro 5:17). Donde Adán llevó a sus hijos a estar bajo condenación y corrupción, y los ofreció como esclavos de Satanás y al pecado, el segundo Adán libera a sus hermanos para su Padre y les trae su favor completo y su ayuda divina en santidad (Ro 5:16). En la batalla del jardín, el mundo fue maldecido. En una batalla que se encarneció en Getsemaní y terminó fuera de los muros de Jerusalén, los redimidos de todos los tiempos fueron bendecidos. Nuestro primer campeón fue derrotado por el mundo, la carne y el diablo; nuestro verdadero Campeón venció al mundo, a la carne y al diablo; y a la muerte de su pueblo. En Adán, todos fuimos hechos esclavos y enemigos de Dios; en Cristo, somos hechos hijos e hijas de Dios y, en las eras venideras, reyes y reinas. Cuando olvidamos nuestro árbol genealógico (cuando olvidamos que nacimos en pecado, tanto culpables como corruptos en Adán, seguidores del diablo), sanamos a la ligera las heridas los unos de los otros. Repartimos caricaturas de Cristo. Nuestro sentido de necesidad de Jesús fluctúa en base al desempeño, y somos tentados intelectual y funcionalmente, con la horrible noción de que podemos obtener la completa aceptación de Dios por nuestras buenas obras. Sin embargo, este pozo es demasiado hondo; nuestro pecado, demasiado antiguo; nuestra esclavitud, demasiado definitiva. Necesitábamos otro guerrero, otro Adán: Jesucristo quien murió, resucitó y reina, y quien pronto regresará.
Greg Morse © 2020  Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso.

[1] N. del. T.: Traducción propia
Photo of Juan Hus
Juan Hus
Photo of Juan Hus

Juan Hus

El 17 de diciembre de 1999, el papa promulgó el equivalente ceremonial de una disculpa moderna: «error nuestro». Juan Pablo II se dirigió a una multitud en la República Checa, expresando «profunda pena por la cruel muerte» causada a su héroe. «Profunda pena» era lo mínimo que la Iglesia católica romana pudo ofrecer.

Sellado con sangre

Engañado para asistir al Concilio de Constanza bajo la promesa de seguridad, Juan Hus fue inmediatamente encarcelado por seis meses, se le hizo un juicio en donde lo ridiculizaron y se le ordenó que se retractara, a lo que se rehusó. En julio de 1415, lo desnudaron, le pusieron como adorno una coroza pintada con demonios y con las palabras «archihereje», todo mientras él oraba por sus enemigos. Luego, lo llevaron a ver un montón de sus libros quemándose y lo encadenaron a una estaca. En respuesta a ser encadenado como un perro, él dijo: «mi Señor Jesucristo fue amarrado con cadenas más fuertes que estas por mí, así que, ¿por qué debería avergonzarme de esta cadena oxidada?». Una vez más le pidieron que se retractara, pero él se rehusó, proclamando: «aquello que enseñé con mis labios, ahora lo sellaré con mi sangre», y así lo hizo. A medida que las llamas subían más y más, él cantaba. El secretario del concilio dijo: «Oh, Judas maldito, puesto que los caminos que dirigien a la paz vos has abandonado y consejo con los judíos has bsucado, la copa de la redención os quitamos». Afortunadamente, la Iglesia católica romana no tenía la autoridad para quitar la copa de la redención ese día. Después de su muerte, Bohemia se llenó de ira. En su nombre, seguidores de Hus se rebelaron contra Roma con protestas violentas que duraron por más de una década. Juan Hus fue un predicador, una figura política, un profeta, un prereformador y un mártir de primera clase.

El bulldog de Wycliffe

Cerca de 1369, nació un ganso en la tierra de gansos. Juan Hus (ganso en checo) nació en Husinec (tierra de gansos en checo) en el Reino de Bohemia. Nacido en una familia pobre, el ganso dejó la bandada para dedicarse al sacerdocio en busca de un mejor estilo de vida y prestigio. Llegó a ser un predicador de renombre en la Capilla de Belén, pero pasó mucho de su tiempo sirviendo a la academia como decano de la facultad de filosofía en Praga. Al vivir en un tiempo de descontento social entre quienes hablaban alemán y quienes eran ciudadanos checos, Hus se convirtió en un personaje clave para el nacionalismo checo. Hus vivió en un tiempo en que la inmoralidad infectaba el sacerdocio de la Iglesia católica romana. Pronto comenzó a predicar «sermones violentos» contra la iniquidad desenfrenada del clero hasta que lo denunciaron al arzobispo, quien le prohibió predicar. A medida que Hus leía la Escritura y observaba cómo los papas de su tiempo abusaban de su poder, él concluyó que la autoridad papal no era definitiva. Él necesitaba un fundamento más robusto que el construido sobre la paja de las opiniones humanas, por muy respetados que fueran esos hombres. Él construyó su vida y ministerio en la Palabra de Dios. Su comprensión sobre la autoridad final de la Escritura comenzó a encenderse a medida que empezó a leer las condenadas obras de John Wycliffe. Wycliffe encontró un discípulo fiel en Hus, y Hus defendía sus obras con tanta tenacidad que un historiador llamó a Hus «el bulldog de Wycliffe» (The Unquenchable Flame [La llama inextinguible], 30). Argumentó firmemente en contra de las indulgencias, abogó para que tanto el pan como el vino fueran servidos en la Comunión y predicó en un lenguaje común (en oposición al latín que no se traducía en ese tiempo). Aunque aún estaba de acuerdo con la Iglesia católica romana en cuanto a asuntos como la misa, su lealtad a las enseñanzas de Wycliffe provocó que fuera excomulgado, juzgado por herejía y quemado vivo.

Los gansos no están en silencio

Después de que Hus fuera finalmente condenado a muerte, él dijo: «podrán asar al ganso, pero dentro de cien años se levantará un cisne cuya canción no podrán callar». Exactamente 102 años después, un enérgico monje clavó 95 tesis en la puerta de Wittenberg. Al ver él también la discrepancia entre la doctrina romana y la Escritura, buscó reformar la Iglesia católica. Él también fue llevado a desafiar al papa, y también fue condenado como hereje. Durante el debate de Leipzig, Lutero fue condenado con desprecio como un «husita». Él rechazó el título en el momento, pero se dio el tiempo para leer sus obras durante un tiempo, regresó y elogió las enseñanzas del condenado Hus. Lutero era el cisne de Hus y luego haría propia tal asociación. A menudo, Lutero es pintado con cisnes hasta hoy en día. El padre ganso, un prominente precursor de los reformadores, se mantuvo firme y fue martirizado. El cisne siguió al ganso y Roma aún no lo ha silenciado. Greg Morse © 2017 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso.
Photo of Siete preguntas para hacerle al novio de tu hija
Siete preguntas para hacerle al novio de tu hija
Photo of Siete preguntas para hacerle al novio de tu hija

Siete preguntas para hacerle al novio de tu hija

No tengo una hija[1], pero sí tengo una hermana. Una hermana que hace poco se comprometió. Antes de que se comprometiera, su entonces novio y yo tuvimos una conversación. Mis habilidades latentes de interrogación al estilo CIA (al igual que hace dos años con mi ahora suegro), se pusieron en acción. Quería proteger a mi hermana, conocer y animar al hombre que ya estaba considerando proponerle matrimonio. Quería lo mejor para ella en el Señor, y para él también. De ninguna manera las preguntas que se me ocurrieron fueron exhaustivas. Algunas podrían ser más adecuadas para diferentes momentos a lo largo de la relación (antes de la primera cita o a medida que la relación se torna más seria; antes del compromiso o después). Le hice estas preguntas antes de su propuesta de matrimonio y oro para que sirvan como un buen punto de partida para otros hermanos (e incluso padres) mientras se sientan a conversar con el joven que busca a una de nuestras atesoradas mujeres.
1. ¿Cómo te salvó Dios?
Para comenzar, no asumamos que chicos simpáticos equivalen a cristianos genuinos. La capacidad de un hombre para comportarse de la mejor manera ante la familia de su chica, no requiere un nuevo nacimiento. Como padres de hijas bajo tu cuidado, o como hermanos mayores que sienten una responsabilidad piadosa de proteger a su hermana menor, rechazamos tanto a los lobos mundanos como a los chivos bien arreglados. Sin ser una interrogación completa, recibe sus profesiones de fe con el debido amor y respeto, escucha quién es, de dónde viene y ve si hay evidencia de signos vitales en el Señor. Esto podría resultar en un tiempo de adoración juntos (como lo fue para mí), mientras ambos comparten y dan testimonio de la abrumadora gracia de Dios en sus vidas.
2. ¿Cómo se ve seguir a Cristo ahora?
¿Tiene ritmos cristianos saludables? ¿Está creciendo en su amor por la Palabra de Dios? ¿Tiene una vida de oración? ¿Es cada vez más serio respecto a la santidad? ¿Anhela vivir para la gloria de Dios? ¿Muestra el tipo de masculinidad que se preocupa por los perdidos, que carga con gusto las responsabilidades y se sacrifica constantemente en beneficio de los demás? ¿Es miembro activo de una iglesia saludable? Trayectoria es una palabra útil aquí. ¿El hombre sentado frente a ti hoy está sembrando semillas para convertirse en un esposo piadoso mañana?
3. ¿Luchas con la pornografía?
Esta no es la primera pregunta que se debe hacer, pero debemos hacerla directa e inequívocamente, mirando al jovencito a los ojos: «¿luchas con la pornografía?». La lujuria de un hombre joven enciende un fuego que, cuando no es extinguido por el Espíritu, perderá el control para afectar su trato con tu hija. Dos cosas que debes buscar: trayectoria y guerra. ¿Batalla consistentemente con sus deseos pecaminosos o cede ante ellos? ¿Cómo ha sido la historia en el último par de años? ¿Qué ayuda tiene en su vida para amputar sus miembros y así salvar su alma (Mt 5:30)? Mira esta oportunidad para cuidarla no solo a ella como tu hija, sino también a él como hijo o hermano menor en Cristo. Si él «cae» permanentemente, y aún desea salir con tu hija, quizás insiste en que se tome un tiempo para crecer en esta área (no meramente para ganar tu aprobación, sino que para prepararse para ser un hombre que mortifica su propio pecado diariamente). En algunos casos, podrías ser un gran modelo de pureza y de soldado que él aún no ha encontrado.
4. ¿Tienes amigos cercanos hombres?
Sorprendentemente, algunos hombres jóvenes hoy llenan su grupo de amigos mayormente con mujeres. Si su círculo íntimo está conformado por mujeres, eso es señal de poca salud. Si pocos hombres (o ninguno) lo conoce en su iglesia local, eso levanta una bandera roja. Si tiene amigos, ¿cómo son? El compañero de los necios sufrirá daño, así como una mujer que sale con un hombre que es compañero de necios (Pr 13:20). Si no piensa en tener comunión con otros hombres, si no anhela que un hombre mayor lo discipule, ni hombres que lo conozcan o le den fuerzas (Ec 4:12), es una demostración de que él (excepto en circunstancias únicas) no es adecuado en este momento para liderar a tu hija. Si tiene amigos cercanos, puedes pedir hablar con uno de ellos que pueda decirte más sobre el carácter de este hombre.
5. ¿Qué te gusta de ella?
Bien, aquí, como con todas las otras preguntas, él podría decirte lo que tú crees que quieres escuchar. Sin embargo, si su pulida respuesta detrás de cuán encantadora y amable la encuentra parece superficial, las opciones siguen siendo altas de que no esté preparado para buscar algo más allá. ¿Se preocupa por ella debido a Cristo? ¿Es evidente que ve (y ama) lo que es más preciado: su alma? Pregunta lo que mi suegro me preguntó: si te llevaran a juicio, ¿qué evidencia podrías mostrar de que genuinamente te preocupas por ella?
6. ¿Tienes planes de avanzar?
Un hombre no necesita tener un plan completo de diez años. No obstante, ¿tiene alguna idea de dónde Dios lo está guiando (y potencialmente a tu hija) en el próximo par de años? ¿Tiene expectativas realistas y posibilidades de proveer para ella, sacrificando comodidades personales por su bien y asegurándose de su bienestar incluso cuando es inconveniente y costoso? Él podría ser un estudiante que aún está inseguro (lo cual no es necesariamente un impedimento para el matrimonio). Sin embargo, ¿él piensa responsablemente respecto al futuro? ¿Ha considerado cómo su compromiso continuo afecta ese futuro? ¿O está atrapado en el encaprichamiento y simplemente quiere la relación con ella por diversión?
7. ¿Qué te ha aconsejado tu comunidad?
Buenos hombres jóvenes, incluso hombres jóvenes piadosos, podrían no tener una comunidad sólida por diversas razones. Esto no es necesariamente una acusación contra su carácter; al contrario, es una indicación de su situación actual. Escucha si es que él tiene o no categorías para buscar y tomar en cuenta el consejo de otros. ¿Muestra señales de humildad de que busca fuera de sí mismo en lugar de buscar en su interior una y otra vez? ¿Ha discutido su búsqueda con un mentor piadoso, pastor o líder de grupo pequeño? Podría ser un problema si tiene hombres así en su vida a los cuales aún no les ha dado voz. «Sin consulta, los planes se frustran, pero con muchos consejeros, triunfan» (Pr 15:22). «El que vive aislado busca su propio deseo, contra todo consejo se encoleriza» (Pr 18:1).

Que te importe lo suficiente para hablar

Las situaciones variarán, se debe aplicar prudencia, ofrecer oraciones y medir apropiadamente las consideraciones de los deseos de tu hija, pero al final, un padre (o hermano) en el Señor debe hablar con quien busca a su hija (o hermana). ¿Puedes pensar en alguna buena razón para no hacerlo? Como preguntó un predicador, si un hombre llamara a la puerta pidiéndome las llaves de nuestro automóvil, asegurándonos que nos lo regresará a las 9:00 de esa tarde, ¿alguno de nosotros le entregaría las llaves? Tendríamos preguntas: ¿quién es él? ¿Será una persona confiable? ¿Cuáles son sus intenciones? Por tanto, la pregunta cambia: ¿son tus hijas (y hermanas) de menos valor que el acero forjado sobre cuatro ruedas? Incluso si no es cristiana, pero está bajo tu techo y provisión, protestando para tomar sus propias decisiones, recuerda que Dios nos llama a cuidar a nuestros hijos aún más de lo que, a veces, ellos quieren que los cuides. La crianza no se trata de popularidad o de ganar puntos, sino de provisión y protección amorosas. Por lo tanto, mientras las hijas de esta época salen con chicos con menos supervisión que nunca, los hombres de Dios se levantan con gracia y verdad ante la ocasión, preguntan directamente, hablan claramente y aman con una intervención justa.
Greg Morse © 2019  Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso.

[1] Nota del editor: en la fecha original de publicación de este artículo, el autor aún no tenía una hija.

Photo of Siete maneras de sabotear tu vida de oración
Siete maneras de sabotear tu vida de oración
Photo of Siete maneras de sabotear tu vida de oración

Siete maneras de sabotear tu vida de oración

La oración sin respuesta probará tu fe. Semanas o meses, incluso años, de espera por alguna petición particular puede tentarnos a caer en desesperación. Jesús, nuestro Señor compasivo, sabía esto y nos contó una parábola para animarnos a perseverar en oración y no desanimarnos (Lc 18:1-8). Todos nosotros necesitamos ese aliento. Sin embargo, Dios también nos da gracia de otras maneras para ayudarnos en nuestras vidas de oración: Él nos enseña lo que las obstaculiza. Con todo el bien que puede entregar una oración sin respuesta, la Escritura también tiene otra categoría de oración sin respuesta: la que nosotros mismos hemos causado. A veces, nosotros somos los arquitectos que construimos el techo donde nuestras oraciones chocan.

Cómo sabotear tu vida de oración

Más a menudo de lo que podríamos pensar, los cristianos sabotean sus propias oraciones. Periódicamente, en su Palabra, Dios provoca que nuestros cansados ojos dejen de mirar fijamente a los cielos preguntándose por qué no se han abierto las compuertas, para que miremos nuestras propias vidas, nuestros propios corazones y nuestras propias oraciones. A veces la razón se encuentra más cerca de nosotros que de Él. Dios no quiere que sus advertencias sobre lo que obstaculiza la oración provoquen que los inquietos se sientan más indignos y, por lo tanto, menos propensos a orar. El punto no es hacer oraciones perfectas, pues todas nuestras oraciones requieren la sangre de Cristo. El punto es animarnos a desechar el peso del pecado y el descuido al que nos aferramos tan estrechamente para que podamos correr de nuevo libremente a Dios y mostrar que la manera en que vivimos sí afecta cómo Dios escucha nuestras oraciones. Entrego este corto catálogo de obstáculos bíblicos para que podamos orar más, con más energía, con más gozo, con más poder y con más valentía, no menos, recordando que la valentía nunca es igual a imprudencia.
1. Vivir en pecado sin arrepentimiento
La manera más rápida de sabotear tus oraciones es vivir en pecado sin arrepentirte. Dios le ha informado esto a su pueblo en muchas ocasiones y de muchas maneras, confrontando la suposición de que Él debe escucharnos sin importar cómo vivimos. Considera algunos ejemplos:
Si observo iniquidad en mi corazón, el Señor no me escuchará (Sal 66:18). La mano del Señor no se ha acortado para salvar; Ni su oído se ha endurecido para oír. Pero las iniquidades de ustedes han hecho separación entre ustedes y su Dios, Y los pecados le han hecho esconder su rostro para no escucharlos (Is 59:1-2). El que desea la vida, amar y ver días buenos, refrene su lengua del mal y sus labios no hablen engaño. Apártese del mal y haga el bien; busque la paz y sígala. Porque los ojos del Señor están sobre los justos, y sus oídos atentos a sus oraciones; pero el rostro del Señor está contra los que hacen el mal (1P 3:10-12; Sal 34:12-16).
Una vida torcida, indisciplinada conduce a oraciones combativas: oraciones que Dios no responde. «Pero el fin de todas las cosas se acerca. Sean pues ustedes prudentes y de espíritu sobrio para la oración» (1P 4:7, [énfasis del autor]).
2. Ignorar las palabras de Dios
Nota bien: «Al que aparta su oído para no oír la ley, su oración también es abominación» (Pr 28:9). Las Biblias polvorientas provocan que nuestras oraciones le den alergia a Dios. Para entender el porqué, considera el privilegio de la oración. Como con un niño asustado en una noche de tormenta, Dios misericordiosamente le deja la puerta abierta a su pueblo para que vaya a Él en cualquier momento por ayuda, consuelo y alegría. Que esté lejos de nosotros jactarnos de eso para convertir nuestra oración en algo que Dios debe siempre escuchar, mientras nosotros podemos escoger si lo escuchamos a Él o no (pues su problema con nosotros nunca ha sido que acudamos a Él demasiadas veces, sino que acudimos muy poco). Si una voz debe ser escuchada, es la voz de Dios. Si alguien solo debe escuchar, esos somos nosotros. A la inversa, cuando empapamos nuestras almas con su Palabra y pedimos según su voluntad, nuestra confianza aumentará: «que si pedimos cualquier cosa conforme a su voluntad, Él nos oye. Y si sabemos que Él nos oye en cualquier cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hemos hecho» (1Jn 5:14-15).
3. Orar para tu propia alabanza
Cuando ustedes oren, no sean como los hipócritas; porque a ellos les gusta ponerse en pie y orar en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos por los hombres (Mt 6:5).
¿Hacer oraciones impresionantes al alcance del oído de los demás, pero estar en silencio cuando solo queda Dios para escucharlas? En efecto, oras para tu gloria, para que tu nombre sea santificado entre los oyentes, para que tu reino venga a la tierra como lo es en tu mente. Orar para tu propia reputación, orar para ser admirado, respetado y visto, le quita su poder a la oración.
4. Abrigar dudas sobre la bondad de Dios
Las oraciones que brotan de nuestros labios, mientras que nuestros corazones solo murmuran, piden no ser escuchadas. Cuando nuestros corazones ponen sus ojos blancos a medida que pedimos con poco entusiasmo lo que no esperamos recibir, deshonramos a Dios y anclamos nuestras oraciones a la tierra.
Y si a alguno de ustedes le falta sabiduría, que se la pida a Dios, quien da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada. Pero que pida con fe, sin dudar. Porque el que duda es semejante a la ola del mar, impulsada por el viento y echada de una parte a otra. No piense, pues, ese hombre, que recibirá cosa alguna del Señor (Stg 1:5-7, [énfasis del autor]).
Las oraciones de fe que se acercan a Dios no solo saben que Él existe, sino también que Él es bueno, que Él recompensa a quienes lo buscan (Heb 11:6).
5. Orar como un adúltero
A veces Dios no nos responde porque pedimos lo que no debemos: «Piden y no reciben, porque piden con malos propósitos, para gastarlo en sus placeres. ¡Oh almas adúlteras! [...]» (Stg 4:3-4). ¿Con qué derecho una adúltera le pide a su esposo un regalo si tiene la intención de entregárselo a otro amante? «Si vamos a vivir vidas en que Dios no tiene nuestra máxima lealtad», escribe Tim Keller, «usaremos la oración como un instrumento, de forma egoísta, y simplemente trataremos de obtener las cosas que pueden ya estar arruinando nuestras vidas» (La oración, 148). Si Él nos ama, Él no financiará romances adúlteros. Toda oración tiene que ver con la gloria del Padre en Cristo: «Y todo lo que pidan en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si me piden algo en mi nombre, Yo lo haré» (Jn 14:13-14). La oración gira alrededor de este Novio y no en torno a nuestras codicias y deseos caídos.
6. Menospreciar a una hija de Dios
Ustedes, maridos, igualmente, convivan de manera comprensiva con sus mujeres, como con un vaso más frágil, puesto que es mujer, dándole honor por ser heredera como ustedes de la gracia de la vida, para que sus oraciones no sean estorbadas (1P 3:7).
¿Por qué un hombre, y mucho menos Dios, escucharía a otro hombre que matonea a la hija del primer hombre? Si esperara cualquier cosa a cambio sería un castigo justo, no bendición. Si un hombre usa su fuerza contra una hija del Rey, si la considera menos que una coheredera y si la trata con aspereza, daña sus oraciones así como a su esposa. Si maltratamos a aquellos que Dios nos ha dado para que protejamos (especialmente una esposa), obstaculizamos nuestras oraciones.
7. Acercarse de manera informal
No te des prisa en hablar, ni se apresure tu corazón a proferir palabra delante de Dios. Porque Dios está en el cielo y tú en la tierra; por tanto sean pocas tus palabras (Ec 5:2).
Oramos a nuestro Padre, pero nuestro Padre también está en el cielo y tiene un Reino del cual Él es su Rey, nuestro Rey. No pensar mientras oramos, pronunciando muchas palabras tan a la ligera como lo haríamos en un mensaje de texto que le enviamos a un amigo cercano, minimiza la majestad de Aquel a quien nos dirigimos. Si alguien tuvo el derecho de acercarse informalmente en oración, ese era el eterno Hijo de Dios. Él sí usó la palabra de cariño Abba, pero no fue menos reverente al usarla. «[...] En los días de su carne, habiendo ofrecido oraciones y súplicas con gran clamor y lágrimas al que lo podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente» (Heb 5:7, [énfasis del autor]).

El aliento de Dios que regresa

Si la oración es, como George Herbert dijo tan elegantemente: «El aliento que Dios mismo le dio al hombre regresando a su lugar de origen», querremos asegurarnos de que el aliento no sea ensuciado por el hedor del no arrepentimiento o de la mundanalidad. Vamos a Él en oración quebrados y contritos por nuestro pecado, pero no mientras estemos contentos con corazones descuidados y vidas imprudentes. Como lo describe John Piper con vívidas imágenes:
Jesús no le da un beso a una esposa ebria. La puede sacar de la calle y llevarla de vuelta a la cama. Puede ser inmensamente paciente con ella, servirle café caliente y ofrecerle un nuevo comienzo. Pero no besaría a una esposa ebria. ¿Qué quiero decir? Quiero decir que cuando la novia de Cristo, la iglesia, está ebria del mundo, puede volverse a Él con un breve beso de oración, pero su aliento expresa tanta mundanalidad que Él voltea la cara.
Por tanto, oramos, y seguimos orando, sin desanimarnos ni dejando de vigilar cuidadosamente nuestras vidas. Las oraciones se elevan de nuestros labios cuando vivimos en arrepentimiento, devorando la Palabra de Dios, buscando su gloria, amando a aquellos por los que somos más responsables, y más allá. Nos acercamos a nuestro Padre celestial consistente, expectante y reverentemente, y continuamos avanzando hacia el lugar donde la oración se convierte en el pasatiempo más preciado.
Greg Morse © 2020  Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso.
Photo of Productividad impía
Productividad impía
Photo of Productividad impía

Productividad impía

Procura dormir bien. Organiza tu día. Ejercítate. Presta atención a tu dieta. Limita las distracciones. Establece límites. Sal al exterior. Ten un calendario. Revísalo día a día. Fíjate metas realistas. Dile no a las cosas buenas. Apártate de las pantallas. Así dicen los libros de productividad secular y de autoayuda. Lo que falta en estos consejos es preguntar si Dios tiene algo que decir al respecto. Se consulta la revelación natural en lugar de la revelación especial. Puede que los principios abunden, pero ¿acaso no faltan las realidades más importantes? No percibimos ningún sentido de pecado y de Satanás, ningún sentido de Dios y gloria, ningún sentido de fe y arrepentimiento, ningún sentido del cielo o del infierno, ningún sentido de almas o inmortalidad. Todo lo que se nos da son unos pocos consejos periféricos para navegar por el mundo. Nos envían remando sin rumbo, de manera eficiente. Sin embargo, cuando acudimos al Libro de Dios, no solo encontramos un consejo supremo, sino que también un consejo sorprendente. Para hacer mejor uso de nuestro tiempo, para navegar esta vida plenamente y usar nuestro tiempo con sabiduría, debemos estar conscientes del contexto de nuestras vidas a este lado de la eternidad: los días son malos.

Redime tu tiempo para los días malos

Para saber cómo vivir, debemos saber en qué tiempos estamos viviendo.

Por tanto, tengan cuidado cómo andan; no como insensatos sino como sabios, aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos (Efesios 5:15-16 [énfasis del autor]).

  • Tengan cuidado: observa con atención, examina, considera;
  • cómo andan: cómo vives, dónde pisas, dónde te dirigen tus pasos;
  • no como insensatos sino como sabios: escucha, obedece y navega tu vida haciéndole caso a la voz de Dios,
  • aprovechando bien el tiempo (literalmente «redimiendo el tiempo»): rescatándolo de la holgazanería, de la falta de propósito, del pecado y de Satanás,
  • porque los días son malos.
Pablo sabía que el mundo en el que vivía, el mismo en el que vivimos hoy, tenía una «tendencia» rebelde y era gobernado por un «príncipe» cuyos caminos son siniestros (Ef 2:2). Para redimir nuestro tiempo, para caminar en forma sabia, para que nuestras vidas tengan significado y evitemos la destrucción, debemos ver lo que Pablo ve: un mundo en guerra contra su Hacedor, y nosotros viajando por ese mundo.

Nuestro ocupado enemigo

¿Puedes discernir los tiempos en que vivimos? Sintoniza cualquier estación de noticias, habla con cualquiera de tus vecinos, observa las publicaciones en las redes sociales, considera por un momento los miles de bebés que son legalmente asesinados en las instalaciones de los alrededores, escucha el coro de gemidos que emite la creación, y te darás cuenta de que somos confrontados con el mismo mensaje: los días están ensombrecidos por la maldad. Sin embargo, a menudo no lo percibimos. Los tiempos modernos no llegan vestidos de negro con una horqueta en la mano. Navegamos cómodamente en nuestro crucero de autoayuda, deslizándonos bajo el cielo azul y el clima cálido. Pero el apóstol Pablo nos sitúa en un buque de guerra, sorteando peligrosas olas, amenazado por aviones enemigos por arriba, torpedos por abajo y un motín en cubierta. Sí, nos damos un banquete. Sí, reímos. Sí, celebramos todo lo que Dios ha hecho, hace y ciertamente hará. Pero también lloramos. También pecamos. También vemos cosas que hacen que el alma se retuerza de dolor y horror. Y mientras Satanás nos distrae tentándonos a llevar vidas de holgazanería y desperdicio, él está muy ocupado apoderándose de un tiempo que sabe que es prestado. Spurgeon hace sonar la sirena de alerta:

¡Un cristiano holgazán! ¿Existe un ser igual? ¿Un cristiano de medio tiempo? Un cristiano que no trabaja para su Señor, ¿cómo le llamaremos? El tiempo no espera, la muerte no espera, el infierno no espera; Satanás no es perezoso, todos los poderes de la oscuridad están trabajando: ¿cómo podemos tú y yo estar holgazaneando cuando el Maestro nos ha puesto en su viñedo? Sin duda, debemos estar faltos de entendimiento si, después de que en su infinito amor Dios nos ha salvado, no gastamos nuestro tiempo ni nos desgastamos nosotros mismos para servirlo[1].

Navegamos por una zona de guerra, los días son malos, se ganan o se pierden almas cada día. ¿Podemos descansar en este momento y en este mundo? ¿Estamos en casa? ¿Acaso no hay un cielo verdadero al final del difícil y angosto camino? Los tiempos malos deben ser enfrentados con una vida redimida, sabia y con significado. Por eso ten cuidado cómo andas, porque los días son malos.

Otras diez vidas

Al final de La lista de Schindler, cuando el personaje que lleva el nombre del título huye de su hogar después de haber ayudado a más de mil judíos a escapar de los campos de exterminio nazi, los judíos sobrevivientes le agradecen el inagotable trabajo y sacrificio que ha tenido que soportar por ellos. Su respuesta es escalofriante: «Podría haber salvado más... desperdicié tanto dinero». Mirando su automóvil, su reloj, sus posesiones, se pregunta: «¿Por qué me quedé con él [el automóvil]? Hubiese sacado 10 más [...] Este alfiler... está hecho de oro. Dos personas más». Schindler no lamentó no haber visto más televisión, no haberse ejercitado más ni haber establecido límites en su correo electrónico, lamentó no haber aprovechado mejor su tiempo, no haber hecho lo que hubiese podido por salvar vidas durante sus días malos. ¿Cuántos de nosotros, yo mismo incluido, llegaremos a nuestro fin y diremos: esta serie televisiva, ¿podría haber sido diez vidas más? Este pasatiempo inútil, ¿quién más podría haber escuchado y creído? No estoy tratando de cargar ni de presionar nuestras conciencias cuando estamos gozando las cosas buenas de la tierra. Los demonios, no la sabiduría, son los que prohíben lo bueno que Dios ha creado y nos ha dado (1Ti 4:3). Lo que yo espero hacer es abrir nuestros ojos a la brevedad y gravedad de nuestros días, para que estos dones inspiren celo, no negligencia. Tenemos trabajo que hacer y debemos hacerlo mientras aún es de día, mientras aún podamos.

Ahora es el tiempo

¿Cómo estás viviendo? ¿Estás caminando como el sabio o el insensato? ¿Estás aprovechando el tiempo al máximo o eres esclavo de la trivialidad y del pecado? ¿Has considerado que los días son malos? La Escritura nos traza el camino para redimir nuestro tiempo. Si examinamos solamente el resto de Efesios, veremos que ahora es el tiempo para entender cuál es la voluntad del Señor (Ef 5:17), estar llenos del Espíritu (Ef 5:18), cantar himnos y cantos espirituales unos a otros con el corazón (Ef 5:19), dar gracias al Padre en todo, por medio del Hijo (Ef 5:20), seguir la voluntad de Dios en el matrimonio, la familia y la sociedad (Ef 5:21-6:9), fortalecernos en el Señor, en su poder y en su armadura (Ef 6:10-20), porque estos días son malos. Ahora es el tiempo de orar, ahora es el tiempo de ayunar, ahora es el tiempo de animarnos unos a otros mientras vemos que el día se acerca. Ahora es el tiempo de reconciliarse con aquellos que no hemos perdonado, de amar a los que son difíciles de amar, de compartir el Evangelio con esa persona que nosotros suponemos que Dios no va a salvar, de confesar ese pecado secreto a un hermano o hermana de confianza, de vivir sin ninguna reserva para la gloria de Dios. Ahora es el tiempo de que nuestras palabras sean sazonadas con sal, de que nuestra luz brille en un mundo atemorizado, de proclamar las excelencias de nuestro Cristo. Ahora es el momento de denunciar la mundanalidad, de rechazar toda apatía y de aferrarnos a Cristo como nunca antes lo hemos hecho. Es tiempo de redimir el tiempo confiando en Dios, porque aunque los días son malos, Él es bueno por toda la eternidad.
Greg Morse © 2021  Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso. Traducción: Marcela Basualto

[1] N. del T: traducción propia.
Photo of Un lugar para comer, dormir y ver televisión
Un lugar para comer, dormir y ver televisión
Photo of Un lugar para comer, dormir y ver televisión

Un lugar para comer, dormir y ver televisión

Me pregunto si los editores de The New York Times se dieron cuenta de la ironía en el título «The Pandemic Created a Child-Care Crisis. Mothers Bore the Burden [La pandemia creó una crisis en el cuidado de los hijos. Las madres llevaron la carga]»[1]. Las mamás que trabajan, y que alguna vez llevaron a sus hijos en el vientre, se vieron forzadas por la pandemia a asumir lo que ahora se denomina la carga del cuidado de sus hijos. En respuesta a esta «crisis en el cuidado de los hijos», el autor escribe que las mamás «se han convertido en la solución predeterminada». Estas mujeres, obligadas a dejar el trabajo para volver al hogar, «olvidadas y relegadas al margen», esperaron vacunar a sus hijos antes de volver a llevarlos a las guarderías infantiles y a las escuelas. El logro alcanzado en enero de 2019, cuando las mujeres superaron en número a los hombres en la fuerza laboral por primera vez en la historia estadounidense, se desmoronó antes de que el triunfo fuera saboreado completamente: los hombres otra vez son mayoría. Solo el 56 % de las mujeres tiene un trabajo remunerado, el más bajo desde mediados de los ochenta. El autor del artículo afirma que lo que está en juego para estas mamás trabajadoras no es simplemente un sueldo, sino su autodeterminación, su autosuficiencia y la sobrevivencia de sus complejas personalidades. A medida que esta crisis en el cuidado de los hijos se prolongó durante semanas y meses, «el impacto inicial se convirtió en desesperación ante la monotonía de los días, la pérdida de propósito profesional y la falta de opciones en todo». Algunas de las mujeres entrevistadas para este artículo expresaron sentimientos como: «me encanta todo lo que tiene que ver con la maternidad; sin embargo, no me parece justo que yo tenga que sacrificar mi carrera». Otras plantearon lo siguiente: «creíamos que habíamos progresado tanto, y luego viene esta pandemia y todas retrocedimos a estos comportamientos tradicionales [...]. Este es un buen momento para reflexionar sobre la razón por la cual hacemos eso». ¿Hemos tocado fondo cuando el Times no ve nada incorrecto en incluir el ejemplo de una mamá que pasea perros profesionalmente, queriendo alejarse de la maternidad a tiempo completo prefiriendo «salir y ensuciarse con los animales»? Mejor afuera con los perros que adentro con sus hijos. Hay muchas fallas en nuestra sociedad y en nuestras familias, como lo expone el artículo sin darse cuenta. Sin embargo, en lugar de criticar lo lamentable, me gustaría realmente defender a estas mujeres y algo de su sentido de desdicha. Su pérdida es mayor de lo que suponen, y nos incluye a todos nosotros, porque incluye a la familia.

Mujeres productivas

¿Alguna vez has considerado lo laboriosa y productiva que fue la mujer de Proverbios 31? ¿Cuánto trabajo logró realizar? A lo largo de su vida, esta mujer no solo crió e instruyó admirablemente a sus hijos en el Señor, sino que además:
  • buscó lana y lino, y con agrado la trabajó con sus manos;
  • desde lejos trajo alimento a los de su casa;
  • evaluó campos y los compró;
  • plantó una viña;
  • se ciñó de fuerza;
  • notó que su ganancia era buena;
  • trabajó durante toda la noche;
  • confeccionó mantos y vestiduras para el invierno;
  • hizo telas de lino fino y las vendió;
  • contribuyó con las necesidades de los pobres;
  • trabajó tanto que su esposo era respetado en las puertas de la ciudad; y
  • evitó la ociosidad o la inactividad.
¿Fue una mamá que se quedaba en casa o una mujer trabajadora? Ambas. Sus deberes hacia las personas de su casa requirieron producción para su hogar, pero no se vio obligada a elegir entre ambas. Su ideal fue amar a su esposo e hijos, y contribuir con su talento e ingenio a la producción del hogar. Ella no reemplazó al papá como el trabajador principal, pero sí trabajó a su lado de diferentes maneras en distintas épocas del año para ayudar a construir y administrar su casa. Cuando leemos de mujeres que expresan desagrado por el encierro que implica el mundo de la casa debido a que lo ven como una especie de calabozo, podemos escuchar en esa queja un gemido de que el hogar no es lo que debería ser. La productividad, el ingenio y el propósito para la mamá y todos los miembros involucrados, ya no existen como antes dentro del hogar. El hogar moderno está vacío en muchos aspectos. Aunque goza de más bienes que antes, se ha vaciado de propósito.

Un lugar para comer, dormir y ver televisión

La familia moderna se puede describir, de manera simple, en términos de una casa después de la Revolución Industrial. Durante la mecanización y el avance tecnológico del mundo, el trabajo desapareció de la casa y los hombres con él. Esta transición provocó un duro golpe al lugar donde se asentaba el negocio familiar, como un mundo productivo. C. R. Wiley escribe:

No pensamos en nuestras casas como centros de trabajo productivo. Eso es porque la economía se ha trasladado mayormente fuera de ella. Durante la Revolución Industrial el trabajo estable en las industrias reemplazó a la economía hogareña y muchas personas se vieron forzadas a dejar sus hogares para ganarse la vida. En este proceso, el hogar quedó reducido a como la vemos hoy: un refugio en un mundo sin corazón, un lugar donde dormir, comer y, quizás, ver televisión (Man of the House [El hombre de la casa], 31)[2].

En el prefacio del libro de Wiley, The Household and the War for the Cosmos [El hogar y la guerra por el cosmos], Nancy Pearcey describe algunos de los efectos que siguieron al éxodo de los hombres y del trabajo del hogar:
  • La educación se trasladó del hogar a las escuelas.
  • El cuidado de los ancianos y de los enfermos pasó del hogar a las instituciones.
  • Los abuelos y los solteros se mudaron a casas y departamentos separados.
  • La recreación trascendió los límites de la familia o se transformó en diversión privatizada.
  • Incluso la devoción familiar emigró del hogar a las iglesias y a los grupos de jóvenes.
El hogar se debilitó. Las funciones que unían a sus miembros se externalizaron. La casa se vació de personas (familia extendida, solteros, enfermos y escolares), la productividad se marchó (la industria hogareña, la educación de los niños, las buenas obras para la comunidad) y, junto con todo esto, se evaporó gran parte de su propósito. ¿Qué quedó para las madres? Las tareas domésticas y el cuidado de los hijos en su temprana infancia. Por supuesto, ni las tareas domésticas ni el cuidado de los hijos son algo insignificante, especialmente este último. Chesterton estaba completamente en lo cierto en no sentir lástima por la señora Jones, exprofesora y ahora una mamá que se queda en casa, para hacerse cargo de la «insignificancia» de cuidar a sus hijos:

¿Cómo puede ser una carrera importante enseñar a los niños la regla de tres y una carrera mezquina enseñar a los hijos el universo? ¿Cómo puede ser amplio resultar lo mismo para todos, y ser estrecho resultar todo para alguien? No, la función de una mujer es laboriosa porque es gigantesca, no porque sea minuciosa. Compadeceré a la señora Jones por la gran envergadura de su tarea; nunca la compadeceré por su pequeñez (Lo que está mal en el mundo, 94-95). 

Sin embargo, a medida que la producción, las personas y el propósito se han ido externalizando hacia especialistas, incluido el incremento de protección por parte del Estado, se ha producido una pérdida. La mamá moderna ha dejado de ser educadora en casa, trabajadora laboriosa, proveedora de cuidados de salud, ayuda de pobres y ancianos, y organizadora de lo bueno para la comunidad para ser tentada con lo insignificante e instigada a enviar incluso a sus hijos pequeños a una guardería fuera de casa.

El vacío que todos sentimos

No solo la madre se ha visto afectada. El padre pasó de ser la cabeza que guía al cuerpo —dedicado a la educación de sus hijos, el cuidado de los ancianos, la producción de un negocio familiar, la transmisión de un oficio familiar, el pastoreo de las almas, la defensa de la comunidad, el asesoramiento de las relaciones entre los miembros de la familia y la representación de ella en la sociedad— a ser el que pasa gran cantidad del tiempo fuera de su hogar, trabajando para otros (una corporación o el gobierno) y dándole a su familia lo poco que le queda cuando regresa. El hijo pasó de ser el heredero del negocio familiar —encargado de las responsabilidades hogareñas, colaborador con sus hermanos y receptor de las enseñanzas de su padre— a ser el que juega con videojuegos y quien traza su propio camino al final de su adolescencia. La hija pasó de recibir una preparación temprana para el matrimonio —aprendiendo de su mamá cómo tener dominio propio y pureza, a trabajar en casa, a ser bondadosa y eficiente en sus diversos ámbitos de competencia, construyendo el hogar junto con su madre y hermanos, siendo lo que Chesterton llamó «la gran universalista», competente en muchas cosas diferentes— a recibir capacitación como una especialista lejos de su madre. Los ancianos pasaron de ser honrados y provistos a ser regularmente olvidados. Los solteros pasaron de vivir en la casa de su padre a la propia, donde con frecuencia los recibe la soledad cada noche. El huérfano y la viuda pasaron a depender del Estado.

Aprendamos del pasado

No estoy tratando de idealizar a la familia antigua o de decir que la familia moderna es inferior en todo sentido. Las páginas de la Escritura incluyen testimonios de familias profundamente quebrantadas en la era premoderna, aun en las familias de grandes hombres y mujeres de fe. Tampoco estoy sugiriendo que un retorno al pasado sea posible (o incluso deseable). Pero lo que sí sugiero es que nuestros ideales —desenfrenados, desligados, vacíos e individualistas— de lo que debería de ser una familia, pueden aprender de los tiempos pasados. Los ideales antiguos pueden ser reformados, recordados y readecuados para ajustarlos a los nuevos tiempos y desafíos de hoy. La familia no solo puede estar unida por un mero sentimentalismo y consumismo, sino por una misión y producción significativas. De hecho, uno de los beneficios de nuestra situación es la rapidez con la que puede ocurrir la reforma. Si bien una visión sólida de una reforma requeriría mucho más espacio, a continuación comparto algunas ideas que he visto que otros han empleado (o he intentado yo mismo) para traer a las personas, la producción y el propósito de vuelta al hogar. Las personas. Cuidar la regularidad con la que la familia se reúne para comer y asistir a la iglesia juntos. Agendar momentos rutinarios para invitar a vecinos, familiares o miembros de la iglesia a tu hogar. Para aquellos de ustedes que puedan, consideren vivir cerca de (o con) sus padres y de la familia extendida. Piensen cómo pueden ser una bendición para ellos en su vejez. Otras ideas incluyen invitar a los solteros y a los viudos a las comidas familiares, probar la educación en el hogar o estructuras paralelas entre padres y profesores, y buscar que el papá trabaje parte de su tiempo desde la casa si es posible. Y, por supuesto, la forma más obvia de llenar la casa de gente es teniendo hijos. La producción. Consideren los talentos y las pasiones que hay en el hogar (especialmente de la esposa y los adultos jóvenes), y sueñen juntos con un negocio familiar. Conozco una familia que tiene una empresa de estampados de camisetas de manga corta en su garaje; una familia que tiene una propiedad en Airbnb; otra que da lecciones de música, e incluso otra que cultiva hortalizas para la venta. Si tienen hijos, consideren ofrecer algo así como cortar el césped o palear nieve. Piensen en inversiones mayores como los bienes raíces. Por sobre todo, piensen en cómo invertir riquezas en el cielo mediante formas creativas para bendecir a tu iglesia local y a aquellos en su comunidad. El propósito. Consideren desarrollar un credo familiar que ofrezca orientación en la toma de decisiones. Consideren metas familiares para hoy, mañana y el futuro. Establezcan las prioridades del hogar y cómo cada miembro encaja en ellas. Limiten el tiempo frente a las pantallas y reaviven la olvidada disciplina de la adoración familiar. Visualicen cómo su familia podría fortalecer a su iglesia local y servir a misioneros en el extranjero. Un nuevo propósito puede vigorizar a la familia cristiana para abordar el hecho de que quizás no fue tanto la pandemia la que creó una crisis en el cuidado de los hijos, sino que más bien expuso una crisis del hogar y nos dio una nueva oportunidad para encontrar soluciones.
Greg Morse © 2021 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso. Traducción: Marcela Basualto

[1] N. del T.: todas las citas de este artículo del New York Times incluidas aquí son traducción propia.

[2] N. del T.: traducción propia.

Photo of Navidad con una silla vacía
Navidad con una silla vacía
Photo of Navidad con una silla vacía

Navidad con una silla vacía

Mi abuelo ya no está aquí para la Navidad. Apenas puedo recordar una Navidad sin él y, sin embargo, ahora su ausencia se está volviendo la nueva normalidad. Ya no nos reunimos en su sala de estar para leer el relato de Lucas sobre el nacimiento de Jesús, para cantar «Al mundo paz», para abrir regalos juntos o para comer la cena de Navidad que él preparaba. Su silla, alguna vez tan llena de cariño, risa contagiosa y reposo caballeroso, ahora se queda en silencio, llena de recuerdos. Una nueva sensación ahora cena conmigo durante mi época favorita del año. A medida que la mesa se llena de nuevas caras, nuevas sonrisas y nuevos bebés, las nostalgias de las Navidades pasadas se despliegan en el fondo. Aquí, más que en cualquier otro lugar o momento, los días pasados y los días presentes se encuentran. Aquí contemplo nuevas escenas navideñas con ojos antiguos. Tanto se ha mantenido igual y tanto ha cambiado. La pérdida me ha hecho envejecer. Miro alrededor de la mesa, a los vivaces ojos de los niños, y veo un gozo sin pena. La Navidad que ellos han conocido es la misma hoy. Ellos no pueden ver lo que los padres ven. No pueden detectar rostros que brillan suavemente ni escuchar las voces que no hablan. Para ellos, las sillas no están vacías, sino que todavía no han sido ocupadas. No conocen el dolor de nuestra celebración, las heridas que nunca sanan por completo. Ahora conozco la Navidad como la vivió mi abuelo por años, como una mezcla de alegría y dolor; gratitud y lamento; Navidad de ahora y Navidad de antes. No podía distinguir a los otros que cenaban alrededor de la mesa de una vida pasada: padres, amigos, su amada esposa. Nunca me di cuenta de que sus Navidades estaban llenas de más que esa única Navidad. Ahora veo la dimensión sobrentendida. Entiendo mejor la sonrisa gastada, rebosante y al mismo tiempo más triste que antes. No hace falta decir que las Navidades de estos días no son lo mismo.

¿Fuera con lo viejo?

Con esta nueva experiencia de Navidad con una silla vacía, vienen ciertas amenazas y tentaciones. Jesús una vez advirtió sobre coser un remiendo de tela nueva en un vestido viejo o sobre echar vino nuevo en odres viejos. Los odres pueden reventar, Él enseñó; la tela se puede fruncir. No obstante, aquí estamos. En la mente del hombre o de la mujer que ha perdido, lo nuevo se remienda con lo viejo; el vino nuevo es vertido en viejos odres familiares. Tal vez te sientas identificado. La presión de sentarse, comer, y cantar donde él o ella una vez se sentaron, comieron y cantaron pueden desgarrar el corazón. Puede que hayas perdido más que un abuelo. La tensión del dolor que sientes durante las celebraciones casi te conmociona. El cónyuge cuyo nombre está inscrito en el adorno ya no está aquí. Falta una media. El amado niño que viste correr por las escaleras la mañana de Navidad no lo ha hecho desde hace algunos años. La Navidad, de este lado del cielo, nunca será igual. No pretendo conocer tales profundidades de desesperación. Sin embargo, sí conozco tentaciones gemelas que acechan a aquellos que han perdido a alguien. Espero que nombrarlas puedan ayudarte en esta Navidad.

El pasado se traga el presente

La primera tentación es entregarnos a las diferentes sensaciones de duelo que nos secuestran de la vida presente. Este dolor sin fondo surge cuando comenzamos a mirar fijamente la silla vacía. El dolor abruma toda la alegría, el pasado se traga el presente. Lo bueno que llega no es lo bueno que fue una vez, entonces todas las razones actuales para estar felices se arruinan o son olvidadas. Esto es ir más allá de la pena y del recuerdo sano de quienes hemos perdido. Envenena el corazón al traer la pregunta que el hombre sabio nos advierte que no nos hagamos: «Nunca preguntes», él advierte, «¿por qué fueron los días pasados mejores que estos?». Porque, él continúa «no es sabio que preguntes sobre esto» (Ec 7:10). Este dolor envenena lo que es con lo que solía ser. Entorpece la habilidad de seguir adelante. La pena amenaza con encerrarnos en oscuros sótanos del pasado, evitando que disfrutemos del niño que juega en el piso o de las nuevas caras alrededor de la mesa.

Culpa por encima del hombro

La segunda tentación es rendirnos a la culpa por encima del hombro que nos tira para abajo. Lewis captura esto en Una pena en observación:
No se puede negar que en cierto sentido «me encuentro mejor», pero de repente con eso me viene una especie de vergüenza y la sensación de que estoy sometido a algo así como un deber de mimar, fomentar y hacer duradera mi propia infelicidad[1].
Esta tentación mira la silla vacía frunciéndonos el ceño. «¿Por qué no estás más triste? ¿Cómo puede seguir siendo una feliz Navidad? ¿No lo amabas?». El recuerdo, al no quedarse en su lugar, se asoma sobre nuestro hombro y vigila nuestra felicidad en el presente. Esta vergüenza es una enfermedad que nos tienta a odiar el bienestar. Por lo tanto, la silla vacía puede amenazar con abrumar todo el gozo en esta Navidad o avergonzarnos por sentir cualquier tipo de gozo esta Navidad; ambas deben ser resistidas.

Derrite las nubes de tristeza

Entonces, ¿qué hacemos? La silla vacía sigue allí. Al resistir ambas tentaciones, necesito recordarme a mí mismo: la Navidad no se trata sobre una familia alrededor de una mesa, sino de Jesús. Y Jesús ha prometido que para su pueblo, para mi abuelo, estar ausente en la mesa navideña quiere decir estar en la presencia de Él. Me pregunto: «¿debería desear que mi abuelo regrese?». Si estuviera dentro de mi control, ¿lo sacaría de aquel banquete, reuniría su alma con su enfermo cuerpo, lo devolvería de nuevo a la enfermedad, la soledad y el pecado, lo llamaría para que venga desde el mismo cielo de Cristo mismo a una sombría celebración de Cristo en la tierra? Algunos días lo considero un poco. Pero sé que si pudiera hablar con él ahora, él me desearía allí. La silla vacía que el cielo anhela ver ocupada no es la que está alrededor de nuestra cena de Navidad, sino que son las sillas vacías alrededor de Cristo. Nuestros lugares ya están puestos. Una mejor vida, la vida real, la vida verdadera, la vida eterna está en ese mundo. La silla vacía de nuestro ser querido que ha partido no es solamente un recordatorio de la pérdida, sino una flecha que nos apunta a la ganancia venidera. Este lugar de sombras y oscuridad, de pecado y Satanás, de pena y muerte, no es el lugar aún para el feliz reencuentro. La puñalada sorda de la Navidad me recuerda que la vida no es lo que debería ser, pero también puede recordarme que la vida pronto ya no será, para todos los que creen. Jesús vendrá en un Segundo Adviento. Él hará nuevas todas las cosas. Las Navidades con sillas vacías están contadas; estas también pasarán. Y la mejor silla en ser ocupada, la que restaurará todas las cosas, y traerá el verdadero gozo al mundo, es la de Jesucristo, el bebé que nació una vez en Belén, ahora Rey que gobierna el universo. Él se sentará y comerá con nosotros en su eterno banquete del Cordero. Y, hasta entonces, mientras viajamos por las Navidades presentes y futuras, oro por mí y por ti:
Derrite las nubes de pecado y tristeza; Aleja la oscuridad de la duda; Dador de júbilo inmortal, ¡Llénanos con la luz del día!
Greg Morse © 2021 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso.

[1] C. S. Lewis, Una pena en observación (Grand Rapids: HaperOne, 2006), 43.
Photo of El Altísimo de rodillas
El Altísimo de rodillas
Photo of El Altísimo de rodillas

El Altísimo de rodillas

¿Qué pensamientos atravesaron la mente de los ángeles mientras contemplaban a su Creador inclinarse para lavar pies humanos? ¿Cuánto se habrán preguntado esos serafines ardientes? Ellos mismos se ruborizaron al exponer tal humanidad ante su Rey, adorando al Hijo alrededor del trono con sus alas cubriendo sus pies (Is 6:2). ¿Qué pensaron ahora al ver al Santo tomar agua y lavar esos dedos callosos, sudorosos y feos? ¿Cantaron junto al salmista: «¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, y el hijo del hombre para que lo cuides?» (Sal 8:4)? ¿Empatizaron con el asombro de Pedro: “Señor, ¿Tú me vas a lavar a los pies? [...]” [énfasis del autor]?. ¿Vieron algo correcto en la insistencia de Pedro: “¡Jamás me lavarás los pies!” (Jn 13:6, 8) [énfasis del autor]?». Desde la vista del cielo, este momento debe haber superado las muchas señales y prodigios de Jesús hasta ese momento. Los ángeles habían estado presentes cuando el Hijo creó el mundo, cuando «cantaban juntas las estrellas del alba, y todos los hijos de Dios gritaban de gozo» (Job 38:7). ¿Qué era multiplicar panes en comparación con crear la tierra y el trigo con tan sólo hablar? ¿Calmar una tormenta con la misma creación de los mares, el viento y las olas con una mera palabra? Ellos ya sabían que su Dios tenía poder de resucitar a los muertos; lo conocían como el Dios de toda vida. No obstante, esta señal era diferente. El Rey de reyes desempeñó el rol de esclavo de esclavos. ¿Sus ojos habían visto algo como eso desde que Él tomó forma humana? Ejércitos de ángeles vieron a su Capitán (el Dios eterno a la diestra del Padre) inclinado ante sus criaturas para lavar sus pies, horas antes de que esos pies huyeran de temor. Aquí se postraba en un acto que iba más allá de la omnipotencia, un acto que Matthew Henry denominó un «milagro de humildad». Prodigios previos demostraron que Él era Dios; esto demostró el tipo de Dios que era.

Psicología de servicio

Oh, ver este acto como lo hicieron los ángeles; mejor aún, verlo como Dios lo hizo. Afortunadamente, el Espíritu Santo movió el lápiz de Juan para capturarlo. Contenido dentro de su registro hay dos detalles que demasiado a menudo he pasado por alto en mi lectura. Por años, así es como yo (y quizás tú) recordaba este espectáculo:
Jesús […] se levantó de la cena y se quitó el manto, y tomando una toalla, se la ciñó. Luego echó agua en una vasija, y comenzó a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía ceñida (‭‭Juan‬ ‭13‬:‭3‬-‭5‬).
Recordamos meramente el acto externo. Jesús lavó pies y nosotros también debemos hacerlo. No obstante, ¿cuánto mejor es el recuento de la Biblia que nuestra propia memoria? Dos frases discretas se omiten:
Y durante la cena, como ya el diablo había puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, el que lo entregara, Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todas las cosas en sus manos, y que de Dios había salido y a Dios volvía, se levantó de la cena y […] comenzó a lavar los pies de los discípulos […] (‭‭Juan‬ ‭13‬:‭3‬-‭5‬) [énfasis del autor].
El Espíritu Santo, que escudriña incluso la mente de Dios (1Co 2:10), le da a Juan una perspectiva de los mismísimos pensamientos de Cristo justo antes de que se arrodillara a servir. Tenemos una ventana abierta a la meditación del alma de Jesús. Estos no pueden ser detalles irrelevantes. Juan no permitirá que las manos de Jesús laven hasta que sepamos lo que lo impulsó a servir. El Espíritu nos dota con la psicología del servicio celestial de Jesús mientras presagiaba la cruz venidera. Por tanto, pensemos en sus dos pensamientos antes de que se levantara de la cena. Y que lo que veamos anime toda una vida de humilde servicio.

1. Soy rico en Dios

Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todas las cosas en sus manos [...] se levantó de la cena y [...] comenzó a lavar los pies de los discípulos [...] (Juan 13:3-5) [énfasis del autor].
Que el Padre había puesto «todas las cosas» en las manos de Cristo no era un pensamiento nuevo para Él. Él sintió la plenitud desde el principio de su ministerio: «El Padre ama al Hijo y ha entregado todas las cosas en su mano» (Jn 3:35) [énfasis del autor]. El servicio de Cristo, aquí y desde el principio, no fue un servicio empobrecido. Él no consideraba que no tenía nada en sus manos o no tenía nada mejor con qué llenarlas que pies humanos. Él nunca necesitó algo de sus discípulos; por consiguiente, Él podía darles generosamente. Un Rey rico que trató con condescendencia.  Por el Espíritu, Juan da a conocer que Jesús nuevamente reflexiona sobre lo que Dios le ha dado. Sintió los tesoros sobre Él en su mente y corazón. ¿Qué monedas de oro sintió? Él sintió el trabajo, hasta ahora cumplido, que el Padre le dio por hacer (Jn 17:4): las enseñanzas, los perfectos actos de justicia, las obras poderosas que un mundo lleno de libros no pudo contener (Jn 21:25), con la joya principal ahora frente a Él. Quizás sintió la vida surgiendo en sí mismo o consideró su autoridad por sobre toda carne (Jn 5:25-27; 17:2). Sin duda, sintió los diamantes y los rubíes de la gloria dada a Él y la gloria que sería nuevamente de Él, ahora para ser exaltado como el Dios-Hombre, en la presencia del Padre (Jn 17:5). No obstante, demasiado a menudo en Juan, Jesús habla de que el Padre le dio un pueblo (Jn 6:35-40; 10:28-29; 17:1-3, 6-9, 11-15, 22-25). Esa noche, Él ora «por los que me has dado» (Jn 17:9):
Ya no estoy en el mundo, pero ellos sí están en el mundo, y Yo voy a ti. Padre santo, guárdalos en tu nombre, el nombre que me has dado, para que sean uno, así como Nosotros somos uno. Cuando Yo estaba con ellos, los guardaba en tu nombre, el nombre que me diste; y los guardé y ninguno se perdió, excepto el hijo de perdición, para que la Escritura se cumpliera (‭‭Juan‬ ‭17‬:‭11‬-‭12‬).
El Padre le había dado un pueblo. Más tarde, esa misma noche, se encuentra frente a ellos en su arresto para cumplir su promesa: «de los que me diste, no perdí ninguno» (Jn 18:9) [énfasis del autor]. La muerte, la acusación de Satanás, la ira justa del Padre los persiguieron. Él no era un empleado; Él dio su vida por sus ovejas. Tenía que hacerlo si quería salvarlas. Se rebajó de rodillas para lavar los pies de su Novia y bajó a las profundidades a fin de levantarla para Él y para el Padre en el cielo. «[…] Habiendo amado a los Suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin» (‭‭Jn‬ ‭13‬:‭1‬).

2. Voy a la casa de mi Padre

Jesús, sabiendo que [...] de Dios había salido y a Dios volvía, [...] comenzó a lavar los pies de los discípulos [...] (Juan 13:3, 5) [énfasis del autor].
Nosotros no salimos del Padre de la misma forma que Jesús. Él es el Hijo, completamente Dios, eternamente existente «en el principio» con Dios, en el principio como Dios (Jn 1:1-2). El Padre envió al Hijo desde la eternidad pasada (Jn 7:29). El Hijo se encarnó y habitó entre nosotros (Jn 1:14); Dios entró a su propia historia. Jesús sabía esto. Enfureció a los judíos al afirmar que antes de que Abraham existiera, Él es (Jn 8:58). Esa noche, Él oró: «Y ahora, glorifícame Tú, Padre, junto a Ti, con la gloria que tenía contigo antes que el mundo existiera» (Jn 17:5) [énfasis del autor]. Jesús, en quien la plenitud de Dios se complacía en habitar, vino del Padre al mundo para salvar a su pueblo de sus pecados. Durante la cena, los pensamientos de Jesús se alimentaban de su futuro con su Padre. Un par de versículos antes, Juan resumió completamente la brutal cruz con una frase hermosísima: «[...] sabiendo Jesús que su hora había llegado para pasar de este mundo al Padre [...]» (Jn 13:1) [énfasis del autor]. Jesús vio su muerte venidera, incluso la muerte más terrorífica y más vergonzosa como el transbordador que lo llevaría a casa de su Padre. El gozo sobrepasaba la angustia: debido al gozo puesto delante de Él, soportó la cruz, despreciando la vergüenza. Para Él (y para todo su pueblo), la muerte no se sumerge en el abismo; lleva al alma hacia el Dios al que llama «Padre». Más allá del lavado de pies, más allá de la cruz y más allá incluso de su pueblo y de gloria al otro lado, Jesús reflexionó sobre Aquel a quien iba: el Abba a quien su alma amaba.

No hay servicio demasiado bajo

El acto de lavar los pies que hizo el Maestro anunció su obra purificadora en la cruz. Y con ello, nos dejó un ejemplo.
Porque les he dado ejemplo, para que como Yo les he hecho, también ustedes lo hagan. En verdad les digo, que un siervo no es mayor que su señor, ni un enviado es mayor que el que lo envió. Si saben esto, serán felices si lo practican (Juan 13:15-17).
Cristo, nuestro gran Maestro, y lavador de inmundicias, nos dejó un ejemplo (no sólo en sus acciones, sino que en sus consideraciones). En la psicología del servicio del Dios-Hombre, Él nos muestra que nosotros también debemos servir a partir de conocer nuestra plenitud y nuestro futuro en Él. Con frecuencia, no servimos porque nos consideramos insuficientes. Servir a otros, creemos, aumenta nuestros déficits. Pero considera esto en Cristo, todas las cosas son tuyas. Quitarte el manto exterior no es quitar el favor de Dios. Atarte la toalla de siervo a la cintura no significa perder tu lugar en la casa de tu Padre. Cuando tomas en tus manos los pies manchados de barro, malolientes y feos de los santos y pecadores junto a ti, sigues teniendo tu lugar junto al Hijo para reinar. ¿Qué puede separarnos del amor de Cristo? Mientras tú y yo estemos envueltos en tal bendición (la menor de las cuales es experimentada ahora), ¿los pies de quién no podemos lavar? O considera que, como Cristo, navegas en una embarcación que se dirige al Padre. Jesús lo hizo así. Él fue al calvario a fin de preparar un lugar para nosotros en la casa de su Padre (Jn 14:2-3). Pedro escribe de la cruz: «Porque también Cristo murió por los pecados una sola vez, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios [...]» (1P 3:18) [énfasis del autor]. Nacido de Dios, nuestro destino es estar con Dios, para siempre. ¿Qué servicio es demasiado bajo cuando consideras un futuro tan elevado? Eres rico en Dios ahora, y más rico a medida que te diriges a Dios, tu completa herencia. ¿A quién no podemos servir en el camino hacia semejante gloria? Los ángeles vieron al Hijo lavar pies humanos: que vean tan hermoso servicio replicado por su pueblo a lo largo de este mundo egoísta. Que vean nuestra satisfacción en Dios manifestada en nuestro servicio a los demás.
Greg Morse © 2023 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso.
Photo of ¿Por qué no a mí?
¿Por qué no a mí?
Photo of ¿Por qué no a mí?

¿Por qué no a mí?

Cuando recién comencé a trabajar en Desiring God, había un monitor colgado en la pared de la oficina. De las muchas otras funciones útiles, le mostraba al equipo cuántas personas estaban en la página web en tiempo real. Si te fijabas en las letras más pequeñas de la parte inferior, podías ver cuántos usuarios estaban en determinadas páginas. Así, en el caso de que un nuevo artículo haya sido publicado esa mañana, podías mirar y ver a un par de cientos de personas en la página. Podías ver que los números aumentaban a medida que el artículo se difundía, y ver cómo llegaba al primer lugar en unas horas más tarde para luego comenzar un lento descenso. Con el tiempo, ese monitor, como el ojo sin párpados de Sauron, vino a observarme fijamente. Vi como algunos de mis artículos eran derribados en pleno vuelo. Para la tarde, el artículo bajaba a docenas. Una cálida sensación me invadió: inseguridad. «Trabajé duro en ese artículo. Pensé que más personas lo leerían. ¿Realmente este es el llamado de Dios en mi vida?». Recuerdo identificarme con Shakespeare cuando describió al hombre como incapaz de «percibir sus dotes, sino por reflexión» (Troilo y Crésida, 3.3.95). Él quiso decir que un hombre no podía saber si era lo que él creía ser a menos que otros lo reconocieran. ¿Yo era bueno? Sólo puedo percibirlo por reflexión. La admiración cálida o los números altos en la pantalla necesitaban decírmelo. Si un escritor publica un artículo, pero no recibe ningún elogio, ¿valía la pena siquiera escribirlo? La tentación comienza a entrar sigilosamente: ¿les impresionará? ¿Será lo suficientemente bueno para que me envidien? Esa pantalla no sólo me mostró mis propios números, sino también los de otros. Estoy seguro de que puedes imaginarte la tentación: «pantallita, pantallita, ¿quién es el más bello de todo el reino?». Aunque no todos somos escritores, todos conocemos la tentación, ¿verdad? Pueden rastrear diferentes estadísticas, pero todos tenemos nuestros monitores.

Ojo enfermizo

¿Qué es la envidia? Envidia: el hijo favorito del orgullo, el oscuro apetito que convierte a los aliados en enemigos y a los ángeles en demonios.  Envidia: la luna rival incapaz de compartir el cielo con el sol, por temor a ser descubierta como una luz menor.  Envidia: el génesis del asesinato humano, un pecado del cual la sangre de Abel aún habla. Envidia: la enfermedad que supura con las bendiciones de Dios… dadas a otros Envidia: ese viento amargo que enfría el trono del rey, incluso después de la victoria, pues escucha las canciones en las calles: «Saúl ha matado a sus miles, y David a sus diez miles» (1S 18:7).  Cuando el orgullo escuchó esa canción, el texto nos dice que «de aquel día en adelante Saúl miró a David con recelo» (1S 18:9). El ojo inyectado en sangre puesto en los éxitos de los otros, la mueca interna cuando otros son notados de mejor manera, mejor elogiados o (detestas admitirlo) simplemente son mejores que tú en aquello en que eres bueno. ¿Conoces ese ojo enfermizo que mira en menos a hermanos, lanza en mano, y piensa: «¿pondré a David sobre la pared?»? Todos tenemos nuestras jabalinas. Tenemos nuestras formas de explicar por qué nuestros rivales no son tan talentosos, maravillosos, hermosos y piadosos en absoluto. Envidia: la hechicería que tienta a un hombre a asesinar a su hermano o un hombre a su Dios: «¿Quieren que les suelte al Rey de los judíos?», Pilato preguntó alguna vez, «Porque sabía que los principales sacerdotes lo habían entregado por envidia» (Mr 15:9-19) [énfasis del autor].

Sabiduría de demonios

Fue durante esa temporada de tentación que Dios me dio la gracia de hacer lo que mi carne protestaba: aparté a un hermano un día y le confesé mis tentaciones de envidiarlo por su éxito reciente. Fue una luz humillante, bochornosa y que mata al pecado. ¿Estás tentado a envidiar a alguien cercano a ti? Considera confesarles la tentación para que así juntos peleen contra esta sabiduría diabólica La palabra «diabólica» no es una hipérbole. El apóstol Santiago escribe: «Pero si tienen celos amargos y ambición personal en su corazón, no sean arrogantes y mientan así contra la verdad. Esta sabiduría no es la que viene de lo alto, sino que es terrenal, natural, diabólica» (Stg 3:14-15) [énfasis del autor]. ¿Cómo resistimos? Para responder, quisiera traer el demonio ficticio de C. S. Lewis, Escrutopo, para que nos ayude, no con el diagnóstico (en lo cual Lewis destaca), sino para que nos guíe a la cura. En la carta 14 de Cartas del diablo a su sobrino, el demonio le escribe:
El Enemigo quiere conducir al hombre a un estado de ánimo en el que podría diseñar la mejor catedral del mundo, y saber que es la mejor, y alegrarse de ello, sin estar más (o menos) o de otra manera contento de haberlo hecho él que si lo hubiese hecho otro. El Enemigo quiere, finalmente, que esté tan libre de cualquier prejuicio a su propio favor que pueda alegrarse de sus propios talentos tan franca y agradecidamente como de los talentos de su prójimo… o de un amanecer, un elefante, o una catarata. 
¿No quieres ese tipo de corazón? El tipo que dice con Moisés, cualquiera sean tus dones particulares, «¡ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta!» (ver Números 11:29). O «¡oh, ojalá todas fueran madres maduras, predicadores poderosos, hombres ingeniosos que viven para la gloria de Dios!». Ser como Pablo, tan dedicado a los asuntos de su Amo que comenta sobre los ministros celosos:
Algunos, a la verdad, predican a Cristo aun por envidia y rivalidad, pero también otros lo hacen de buena voluntad. [...] Aquellos proclaman a Cristo por ambición personal, no con sinceridad, pensando causarme angustia en mis prisiones. ¿Entonces qué? [¿Que por todos los medios sean silenciados? ¿Que Dios maldiga sus ministerios en todos los sentidos?] Que de todas maneras, ya sea fingidamente o en verdad, Cristo es proclamado; y en esto me regocijo, sí, y me regocijaré (Filipenses 1:15-18). [énfasis del autor].
Oh, Señor, danos corazones así

Doctrina de los dones dados

Escrutopo continúa para resaltar la doctrina que Dios ha usado en mi vida para derribar los monitores de los muros de mi corazón.
El Enemigo tratará también de hacer real en la mente del paciente una doctrina que todos ellos profesan, pero que les resulta difícil introducir en sus sentimientos: la doctrina de que ellos no se crearon a sí mismos, de que sus talentos les fueron dados, y de que también podrían sentirse orgullosos del color de su pelo.
«También podrían sentirse orgullosos del color de su pelo». Hermanos cristianos, tus dones —¿están listos?— son regalos. Sólo y siempre ejercerán dones de Dios y para la edificación de los demás. En cualquier momento en que comiencen a pensar que realmente eres algo después de todo, hazte la pregunta de Pablo: «¿Qué tienes que no recibiste? Y si lo recibiste, ¿por qué te jactas como si no lo hubieras recibido?» (1Co 4:7). Grabadas sobre nuestros mejores éxitos, nuestros mejores trabajos, nuestros mejores momentos habrá dos palabras: cosas recibidas; o una palabra: gracia. Esta doctrina nos libera para vivir en comunidad con otros más (o menos) talentosos que nosotros, y, me atrevo a decir, para incluso celebrar los logros de los demás.

Escobas para barrer el piso

Juan el Bautista es un tremendo ejemplo para nosotros. Sus discípulos lo tentaron a la envidia: «Rabí, mira, Aquel que estaba contigo al otro lado del Jordán, de quien diste testimonio, está bautizando y todos van a Él» (Jn 3:26). ¿Qué es lo primero que sale de su boca? «Ningún hombre puede recibir nada si no le es dado del cielo» (Jn 3:27) [énfasis del autor]. Permítanme compartirles un poema que escribí hace una década, meditando en esta escena entre Juan y sus discípulos:

Discípulos

Rabí, tengo noticias Me temo que no te agradarán Otro hermano zarpó Hacia el hombre del frente.

Dijiste que Él quitaría nuestros pecados, Pero ¿a nuestros hermanos, día y noche? Me pregunto qué dirás, ¿Se alzará Él para reinar?

Permanece al otro lado de la orilla ¿Ambos bautismos son iguales? ¿«Bautista» también es su nombre? Esperamos tu respuesta…

Juan

Nada recibe un hombre que no sea de lo alto Sus sandalias, no me atrevo a desatar,  Simplemente, te pregunto: ¿Por qué sigues aquí conmigo?

Quien viene después de mí me supera. Bautizo con nada más que agua.  No soy más que la escoba para barrer el piso Antes de que llegue el Rey.

Oh, contemplen a Aquel descendiente de David, Al Novio que a su novia vino a buscar, Al Cordero que quita tu pecado,  Y sana todas nuestras enfermedades,

Que doblega a los pecadores. A Aquel que no tiene al Espíritu en grados, Aquel en quien el Padre se complace, Y a quien toda la creación aclama,

No es que la misión fracase, Cuando el Amo sobre el esclavo prevalece ¡Todos los discípulos icen sus velas Para ir hacia Aquel que está al otro lado!

Él debe crecer; nosotros debemos menguar. Nuestros talentos nos son dados para Cristo. No somos más que escobas para barrer el piso antes de que el Rey vuelva otra vez.

Greg Morse © 2024 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso.