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La sangre del Cordero
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La sangre del Cordero

«Sin derramamiento de sangre no hay perdón» dice la Epístola a los Hebreos (9:22). En gran parte de esta epístola se muestra cómo Cristo cumplió las esperanzas y las aspiraciones del Antiguo Testamento, especialmente en relación al sistema de sacrificios del antiguo Israel. Sin embargo, para los lectores modernos que jamás han visto un sacrificio y no piensan en las categorías del Antiguo Testamento, esto es como si les hablaran en chino: ¿qué tiene que ver el sacrificio de los animales con el perdón de pecados? En el libro de Levítico se explica detalladamente. Comienza con una larga sección donde sólo se especifica cómo ofrecer diferentes tipos de sacrificio y lo que se logra con cada uno de ellos (capítulos del 1 al 7). No obstante, necesitamos ir mucho más atrás para entender Levítico y las bases del sacrificio. En Génesis 18, se relata el momento en que tres hombres visitaron a Abraham. Él no tenía idea de quiénes eran ellos, pero como Abraham era un hombre hospitalario, ofreció un espléndido festín para ellos. Su esposa, Sara, hizo un montón de pan fresco, mientras él ofrecía un tierno ternero, que sus sirvientes habían matado y preparado para los visitantes. No se nos dice que les haya dado vino a estos importantes invitados, pero, indudablemente, si es que estaba disponible, también les hubiese servido. Posteriormente, Abraham descubrió quiénes eran sus visitantes: ¡el Señor y dos ángeles! Aunque este episodio no es considerado un sacrificio como tal, nos permite comprender la dinámica básica de éste. En un sacrificio, Dios es el invitado más importante: su presencia es honrada al ofrecerle estas cosas (carne, pan y vino), las que sólo eran servidas en ocasiones muy especiales. Comer carne era un extraño lujo en tiempos del Antiguo Testamento y sin duda el vino estaba reservado para grandes ocasiones también. Los vecinos antiguos de Israel consideraban a los sacrificios como comida para los dioses, pero el Antiguo Testamento rechaza esta idea con indignación. Es Dios quien provee comida para el hombre (Gn 1:29), no al revés. El Salmo 50:10, 12 lo expresa claramente:

Porque mío es todo animal del bosque, Y el ganado sobre mil colinas… Si yo tuviera hambre, no te lo diría a ti; Porque mío es el mundo y todo lo que en él hay.

Así que, ¿cuál era el sentido de realizar estos grandes festines frente al tabernáculo y luego en los recintos del templo? Los primeros sacrificios registrados en la Biblia son los que ofrecieron Caín y Abel. Se mencionan justo después de que Adán y Eva fueron expulsados del jardín del Edén, donde habían disfrutado caminar junto a Dios en la frescura del día. Al ser expulsados del jardín, se les privó de este privilegio de intimidad con Dios. Así que esta historia sugiere que una razón para realizar un sacrificio es que éste le permite al hombre renovar su comunión con Dios. Sin embargo, debe ser ofrecido con un espíritu correcto. Caín ofreció sólo un poco de la fruta de la tierra, mientras que Abel «trajo de los primogénitos de sus ovejas y de la grasa de los mismos» (Gn 4:4); esto es, lo mejor de sus animales más preciados. Dios aceptó este último sacrificio; no el primero. Aquí nos damos cuenta de una de las características más importantes del sacrificio: los animales deben ser jóvenes y sanos, no decrépitos ni viejos. El cordero Pascual no debía tener defecto y debía tener un año. Repetidamente, las leyes de sacrificio en Levítico insisten que los animales para el sacrificio deben ser «sin defecto». La historia de Caín y Abel muestra lo que pasaría si esto es ignorado: «no les serán aceptados» (Lv 22:25; ver también 19:7; 22:20). Después de la caída, una avalancha de pecado envolvió al mundo, especialmente el asesinato y la violencia. Dios se lamenta debido a que el pecado se incrustó en el hombre: «…toda intención de los pensamientos de su corazón era sólo hacer siempre el mal» (Gn 6:5). «…La tierra se había corrompido delante de Dios, y estaba llena de violencia» (6:11). Por lo que Dios envió el diluvio para erradicar a la humanidad pecadora y comenzar nuevamente con Noé, el único que «…era un hombre justo, perfecto entre sus contemporáneos…» (6:9). Cuando Noé finalmente sale del arca, su primera acción fue construir un altar y ofrecer un sacrificio. Alguien podría suponer que sólo fue un acto de agradecimiento por haber sido salvado de la destrucción, pero el texto indica que logró mucho más. «El SEÑOR percibió el aroma agradable, y dijo el SEÑOR para sí: “Nunca más volveré a maldecir la tierra por causa del hombre, porque la intención del corazón del hombre es mala desde su juventud. Nunca más volveré a destruir todo ser viviente como lo he hecho”» (8:21). En otras palabras, aunque el carácter de maldad del hombre no ha cambiado (ver 6:9), la actitud de Dios hacia el pecado humano sí lo ha hecho: él nunca más castigará al mundo con un diluvio. ¿Por qué? Debido al aroma agradable de los sacrificios que Noé ofreció (8:21). Por consiguiente, de acuerdo a Génesis 8, el sacrificio calma la ira de Dios contra el pecado humano. En Levítico del 1 al 7 es frecuente leer, casi como un refrán, que los sacrificios de los animales producen un aroma agradable a Dios. No obstante, ¿por qué el sacrificio de animales es tan efectivo para calmar la ira de Dios? El registro sobre la ofrenda que Abraham haría de Isaac nos explica más esto. Génesis 22 nos cuenta cómo Dios probó a Abraham al pedirle que sacrificara su posesión más preciada, concretamente, a su único hijo, Isaac. Abraham no sabía que era una prueba, para él era una fianza mortal. Así que en el último minuto, justo cuando Abraham estaba a punto de cortar el cuello de Isaac, el ángel del Señor le dijo que se detuviera: «…ahora sé que temes a Dios…» (22:12). Así que Abraham levantó la vista, vio a un carnero y lo ofreció en vez de a Isaac. Esta historia muestra que si alguien está listo para obedecer a Dios completamente, Dios aceptará a un animal en vez del adorador. Isaac era el futuro de Abraham y él estaba dispuesto a dárselo a Dios; sin embargo, Dios se satisfizo con un carnero. En esta ocasión, se nos ilustra la doctrina de la expiación sustitutiva, que es aun más evidente en las leyes de Levítico, donde una característica esencial de cada sacrificio es poner la mano del adorador en la cabeza del animal. Esta acción declara que el animal está tomando el lugar del adorador. El adorador se está entregando completamente a sí mismo a Dios al identificarse con el animal; el animal muere en lugar del adorador. En Levítico del 1 al 7, se tratan cuatro tipos de sacrificio de animales. El énfasis en estos capítulos está en cómo llevar a cabo los diferentes sacrificios. Ahora debemos enfocarnos en las características que distinguen a un sacrificio de otro. La ofrenda encendida (Lv 1) era única, en el sentido de que era el único sacrificio en el que se quemaba el animal completo en el altar. En esto, se representaba la consagración total del adorador al servicio de Dios. Al mismo tiempo, era aceptada como expiación (Lv 1:4) para el adorador. Para ser más precisos, «ser aceptada como expiación» quiere decir «pagar un rescate», una frase que se usa en otro momento en la Ley: un infractor que en otra situación podría enfrentar el pena de la muerte, podía ser liberado si pagaba los daños (por ejemplo, ver Éx 21:30). La ofrenda de paz (Lv 3) probablemente era el sacrificio más popular del Antiguo Testamento, puesto que era el único en el que el adorador que donaba el animal tenía derecho a una porción de la carne (usualmente, sólo los sacerdotes comían la carne de los sacrificios). La ofrenda de paz podía ser ofrecida espontáneamente como un acto de agradecimiento a Dios, pero también podía ofrecerse cuando el adorador hacía un juramento para pedirle a Dios que hiciera algo por él o cuando esa oración era respondida. Las ofrendas por el pecado (Lv 4) eran peculiares en el sentido de que la sangre de alguno de los animales podía untarse en el altar o rociarse dentro del tabernáculo o templo. La sangre limpiaba al tabernáculo de la contaminación del pecado. El pecado no sólo hace culpable a alguien frente a Dios o no sólo lo enoja, también impurifica a lugares y a personas, por lo que es inadecuado que Dios more ahí. Al untar sangre en el altar o al rociar el templo con ella, estos objetos eran limpiados de la contaminación. Al mismo tiempo, el pecador que ha provocado la contaminación por sus delitos recibía el perdón de sus pecados y el lavamiento de su contaminación. Esta limpieza hacía posible para Dios entrar nuevamente al templo y morar en el creyente. Por último, estaba la ofrenda por la culpa (Lv 5:14-6:7), la que expresaba la idea de que algunas obras nos ponían en deuda con Dios. Estos pecados sólo podían ser expiados por el sacrificio de un carnero caro. Aunque en Levítico es un tema que se trata relativamente poco, el sacrificio es de gran importancia en Isaías 53, donde el siervo sufriente es llamado la ofrenda por la culpa (v.10; ver la NBLH, «ofrenda de la expiación»), que sufre por nuestras transgresiones (vv. 5-6). Como este capítulo describe completamente el rol expiatorio de Cristo, la ofrenda por la culpa es central para la comprensión de la muerte de Cristo en el Nuevo Testamento. El simbolismo del sacrificio en general se extiende a la interpretación de la cruz del Nuevo Testamento. Cuando Juan el Bautista dijo «ahí está el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (Jn 1:29), lo más probable era que él estaba viendo a Cristo como el perfecto Cordero Pascual, una imagen que Pablo también usa cuando habla de «Cristo, nuestra Pascua» (1Co 5:7). También es visto como la suprema ofrenda encendida, un sacrificio superior a Isaac, una idea a la que se hace alusión en los famosos pasajes de Juan 3:16 y Romanos 8:32: «el que no negó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros». En Marcos 10:45 se describe al Hijo del Hombre como un sirviente supremo, que dio «su vida en rescate por muchos». En 1 Juan 1:7, se ocupa el simbolismo de la ofrenda por el pecado cuando Juan dice que «la sangre de Jesús su Hijo nos limpia de todo pecado». En la epístola a los Hebreos, Jesús se considera el supremo Sumo Sacerdote, que por medio de su muerte alcanza todos los objetivos a los que apunta el sistema de sacrificios del Antiguo Testamento (ver Heb 9:1-14). Finalmente, debemos notar que la muerte de Cristo no termina la importancia del sistema de sacrificios para el cristiano. También se espera que nosotros andemos en los pasos de Cristo y compartamos su sufrimiento (1P 2:21-24). Así que nosotros también somos animados a presentar nuestros «cuerpos como sacrificio vivo» (Ro 12:1). Pablo, al anticipar su propia muerte, lo comparó con ser «derramado como libación», esto es, como el vino que es derramado sobre el altar con cada animal sacrificado (ver también Fil 2:17; 2Ti 4:6). De esta manera, las antiguas formas de adoración aún deben inspirar nuestra consagración hoy.
Este artículo fue originalmente publicado por Ligonier Ministries en esta dirección.  | Traducción: María José Ojeda