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Celebremos la masculinidad bíblica
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Celebremos la masculinidad bíblica

Vivo en una cultura en la que se admira al hombre que adquiere poder, que es fértil y que es capaz de dominar con mano dura su territorio. Si bien, la Escritura definitivamente exige una masculinidad conforme a Cristo que provee para su familia y la protege, la Biblia lanza una bomba de destrucción a los ideales de masculinidad basados en la cultura que se exaltan alrededor del mundo. Por la gracia de Dios, gozo de los frutos de vivir con un hombre que demuestra tener una masculinidad bíblica. Se trata del tipo de masculinidad que brota desde el Evangelio, que apunta al Evangelio y que exalta al Evangelio en mi hogar.

Una masculinidad que no se avergüenza

La masculinidad que aprecio como esposa tiene un valor mucho mayor que el poder para ganar riquezas. Es una masculinidad que no se avergüenza del Evangelio pues es el poder de Dios (Ro 1:16). En mi hogar, disfruto de la masculinidad que no se avergüenza del Evangelio, pues deja un legado más perdurable que la fertilidad abundante. Es la masculinidad que fervientemente ama a otros con un corazón que ha vuelto a nacer, no de la semilla que perece, sino de aquella que es imperecedera. La verdadera masculinidad nace de nuevo por medio de la Palabra viva y perdurable de Dios. En mi casa, me encanta seguir la masculinidad que no se averguënza del Evangelio porque es mucho más impactante que el orgullo machista. Es una masculinidad dispuesta a tomar la dolorosa artillería en la batalla con nuestro propio pecado, en vez de huir de él y esconderse en la comodidad del silencio. Es una masculinidad que voluntariamente expone su vida en amistades abiertas y honestas con otros hombres para rendirse cuentas, hombres que son como el hierro que se afila con otro hierro. La masculinidad que no se avergüenza del Evangelio protege los corazones de su hogar y erradica las palabras impulsivas e hirientes que dañan como una espada. La masculinidad que honra a Dios, que veo en mi esposo, entiende el poder de las palabras y por eso él las usa para traer sanidad a mí y nuestros hijos. En mi hogar, amo la masculinidad que no se avergüenza del Evangelio, pues fija sus ojos en Jesús y quita su mirada de todas las cosas vanas de este mundo que controlan con un potente encanto a los hombres. La masculinidad que honra a Cristo, que veo en mi esposo, huye de las promesas que son murmuradas como un susurro. En mi hogar, necesito la masculinidad que no se avergüenza del Evangelio porque se preocupa de que los demás encuentren su deleite en Dios. Nada me dice tan claramente «te amo» que cuando mi esposo está humildemente dispuesto a hacerle frente a aquellas cosas que persigo que obstruyen mi gozo eterno en Dios. Su masculinidad amorosa me tranquiliza al recordarme la expiación de Cristo hecha en mi lugar y el privilegio que tengo de acercarme valientemente al trono de la gracia. La masculinidad que no se avergüenza del Evangelio no tiene mucho que ver con cuántos caballos posea un hombre o cuán rápido él pueda correr; al contrario, ésta tiene que ver con lo que un hombre hace con el Evangelio. ¿Dónde pueden ver esta masculinidad que no se avergüenza del Evangelio? Pueden verla cuando un hombre mira la tumba vacía y encuentra una nueva motivación para dar su propia vida con el fin de llevar el Evangelio a los zocos de Casablanca, a las oficinas de Dallas, a las cafeterías de Ginebra, a las poblaciones marginales de Mumbai, a los barrios de Sao Paulo y a las universidades de Toronto.

Mi esposo no se avergüenza del Evangelio

Mi amado y piadoso marido una vez le explicó a alguien que él no podía saludar de apretón de manos debido a una enfermedad a los nervios que afecta sus brazos. Esta persona le dijo, «¡Eso es terrible! Al ver cuán fuerte es el apretón de manos, se puede decir quién es un verdadero hombre». Yo sólo sonreí. He visto que mi marido encuentra su fuerza en el gozo del Señor y se aferra fuertemente a esa gracia. Puedo dar testimonio de que él es «un verdadero hombre» por su pasión sin vergüenza por el Evangelio. Cuando él se preocupa por nuestra familia, por nuestra iglesia y por nuestra ciudad con el Evangelio, agarra las puertas del infierno y las sacude sin miedo ni vergüenza. Ese es el tipo de masculinidad que se centra en el Evangelio por el cual agradezco a Dios y es la masculinidad que quiero honrar.
Gloria Furman © 2012 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. | Traducción: María José Ojeda
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Destellos de gracia en las tareas del hogar
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Destellos de gracia en las tareas del hogar

Pese a que las amas de casa están continuamente sirviendo al Señor haciéndose cargo de sus familias, huéspedes e invitados, es tentador sentir que todo el trabajo que hacen está basado en un ciclo carente de sentido. Quitar el polvo de los zócalos, sacar la basura, hacer cuadrar el presupuesto de las compras, trapear el piso —la lista de tareas permanentes es infinita—. Doblar las mismas toallas una y otra vez se convierte en un quehacer detestable cuando no lo hago para el Señor. Como el autor de Eclesiastés, me quejo de que mis días están «plagados de sufrimiento» y de que mi trabajo es «frustrante» (Ec 2:23). A veces me desplomo en la cama por las noches y repaso la lista de quehaceres para el día siguiente, agregando lo que no pude hacer hoy, y lo que tendré que hacer de nuevo. Las preocupaciones y el cansancio amenazan con abrumarme por completo y ni siquiera en la noche mi corazón descansa. ¡Cuántas veces olvido que la existencia de tareas domésticas es una evidencia de que el Señor ha bendecido mi hogar con vida! Cuando sirvo una abundante porción del pan de la ansiedad y el trabajo duro, me es útil no olvidar la misericordia y la fidelidad de Dios. Esta clase de olvido parece inocente y pasiva. Sin embargo, la mayoría de las veces en que olvido la fidelidad de Dios es porque estoy enfocada en alguna promesa que me ha hecho el mundo. Las promesas vacías suenan sabias y esperanzadoras:
  • Está la Apatía: «Bueno, qué más da.» Declaro mi emancipación de la obligación de cuidar mi hogar. Ignoro mis responsabilidades, me deleito en estar libre de culpa y deberes, y me burlo de la idea de esforzarme.
  • Y está el Control: «¡Más y Mejor!» Me condeno a tener expectativas adicionales que me impongo para tensar las riendas que controlan el caos. Amontono estas expectativas irracionales junto a mi orgullo, autoevaluándome para ver si estoy a la altura.
Las vanas promesas del mundo parecen ser un suave rocío que riega las raíces de amargura a medida que éstas penetran cada vez más en nuestros corazones. Obviamente, hay otras promesas vanas disfrazadas de soluciones para enfrentar la rutina diaria. Ninguna de nuestras tentaciones es nueva; recuerden lo que dijo Pablo hace más de dos mil años: «Ustedes no han sufrido ninguna tentación que no sea común al género humano. Pero Dios es fiel, y no permitirá que ustedes sean tentados más allá de lo que puedan aguantar. Más bien, cuando llegue la tentación, él les dará también una salida a fin de que puedan resistir» (1 Co 10:13).  Hace unos ciento cincuenta años, la ama de casa y compositora Annie Hawks sintió que necesitaba al Señor para poder perseverar en su trabajo como encargada del hogar. Escribió:
«Un día, siendo una joven esposa y madre de 37 años, estaba ocupada con mis tareas regulares de casa. De repente, me sentí tan intensamente cerca del Maestro que, preguntándome cómo alguien podría vivir sin Él, fuese en el gozo o en la aflicción, oí en mi mente la frase 'Te necesito a cada instante' y la idea misma cautivó mis sentidos». 
Annie supo que Dios no la había dejado en la mundanal ocupación de llevar la casa sin ofrecerle esperanza o ayuda. Entendió que la reconfortante presencia de Dios era suya cada vez que la necesitara, lo cual ocurría, en verdad, a cada instante:
Te necesito a cada instante,
Señor de gracia abundante.
Cual tu tierna voz nada hay
Que la paz me pueda dar.
Un ama de casa agotada puede buscar paz y ayuda en muchos salvadores falsos. Pero Dios, el único inmortal, que vive en luz inaccesible, a quien nadie ha visto ni puede ver, y a quien pertenecen el honor y el poder eternamente (1 Ti 6:16), nos dice que busquemos su rostro:
  • «Recurran al Señor y a su fuerza; busquen siempre su rostro» (Sal 105:4).
  • «El corazón me dice: '¡Busca su rostro!' Y yo, Señor, tu rostro busco» (Sal 27:8).
El gozo de un pastel artísticamente decorado no dura mucho. En una idílica sala de estar, el polvo siempre termina acumulándose. Los elementos del hogar que nos deleitan son cosas buenas, pero son sólo cosas creadas. Son sombras, reflejos, refractores de gloria, por así decir. Observa con atención —concéntrate—; con los ojos de tu corazón. ¿Ves los destellos de la gracia de Dios? Tu trabajo es un don, lo cual significa que, por sobre todos los gozos, el más alto consiste en disfrutar del Dador. Y Él es digno de nuestra adoración en este y cada instante. En la presencia de Dios hay un gozo de una magnitud y una persistencia que nuestras mentes finitas a duras penas comprenden porque es pleno y eterno. Cuando nuestro trabajo en el hogar es para el Señor, por medio del Señor, y para el Señor, nos encontramos con que Él jamás deja de satisfacernos. Y cuando nuestros corazones luchan por sentir que esto es real, declaramos por fe: «¿A quién tengo en el cielo sino a ti? Si estoy contigo, ya nada quiero en la tierra» (Sal 73:25).
Publicado originalmente en Domestic Kingdom.
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La gloria de Dios en las rutinas
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La gloria de Dios en las rutinas

Un beso, un abrazo, su manta favorita, un libro, y orar. Así se resume la rutina que sigue mi hijo preescolar antes de acostarse. Esta simple rutina debe de ser sumamente importante para él ya que, si me salto algo o altero el orden, pone el grito en el cielo. Si quieres que te controlen una rutina disciplinada, sólo hace falta que los preescolares lo sepan. Ellos se encargarán, incansablemente, de recordarte cada detalle. El orden y lo predecible le otorgan al niño pequeño una enorme sensación de estabilidad en el mundo que lo rodea. Las rutinas tienen el mismo efecto en nosotros, los niños grandes. Piensa en cuán desconcertante sería tu mañana si la cafetera comenzara repentinamente a echar chispas y se descompusiera.

Cuando la vida parece aburrida

Aunque podamos valorar la estabilidad que ofrecen las rutinas (Gracias, Dios, por hacer que el sol saliera esta mañana), una vida «común y corriente» puede sonar, bueno . . . aburrida. Vivimos en la rutina, y los momentos dramáticos e impactantes son, por definición, extraordinarios. Sea como sea lo «normal» de tu vida, creo que todos coincidimos en que ese es el ámbito en que vivimos. Sin embargo, ansiamos un trabajo significativo, tener una vocación especial y oportunidades que salgan de lo común. Es tentador ver la vida diaria como un ciclo monótono en que haces tu cama sólo para volver a usarla. Nuestra perspectiva del quehacer diario es importante porque, cuando olvidamos la actividad de Dios en el mundo, nos volvemos funcionalmente inútiles. ¿Qué sentido tienen las cosas si «todo es vanidad»? A menudo vemos lo común y corriente sólo en términos de «tengo que»: Tengo que sacar la basura; tengo que ir a trabajar; tengo que cambiar pañales, etc. Escuchamos la instrucción de Pablo, «Hagan lo que hagan, háganlo todo para la gloria de Dios» (1 Co 10:31), y nos preguntamos cómo encaja con nuestros «tengo que» de cada día. La gracia ilumina nuestra rutina: cuando vivimos para su gloria, ella puede transformar nuestros «tengo que» en «he llegado a». Estas son tres de las formas en que la gracia de Dios gobierna las áreas de nuestras vidas que parecen corrientes y carentes de importancia:
  1. Llegamos a vivir fuera del jardín. Vivir. Llegamos a vivir. Que tu corazón se llene de gratitud al ver que Dios sigue dándonos vida aun cuando todos hemos pecado contra su santidad. Que tu mente alucine pensando en que Jesús sostiene actual e intencionalmente nuestras mismísimas vidas con el poder de su Palabra. Es abrumador que, a pesar de nuestro pecado, se nos conceda misericordiosamente el don de la vida. Indudablemente, esta misericordia es causa de incesante alabanza a nuestro Creador. Job nos enseña que, cualquiera sea la condición en que nos encontremos, Dios ha de ser alabado. Lejos esté de nosotros, destinatarios de una gracia tan asombrosa, lamentarnos de que la vida es aburrida. En vez de eso, rebosemos de alabanza al Autor de la Vida con todo nuestro aliento.
  2. Llegamos a vivir para siempre en Cristo. Estamos a sólo un suspiro de encontrarnos cara a cara con el Señor. Gracias a la muerte expiatoria de Jesús en la cruz, podremos contemplar a nuestro Dios y vivir; vivir por siempre en su presencia donde encontraremos un gozo absoluto. En el intertanto, nos consuela internamente el Espíritu Santo, quien nos permite tener comunión con Dios aun hoy. Dios utiliza medios comunes para amoldarnos a la imagen de su amado Hijo. Esta es sólo una de las formas en que el evangelio de la gracia les da un nuevo sentido a las rutinas aparentemente insignificantes.
  3. Llegamos a participar en el plan cósmico de Dios. La muerte sustitutiva de Jesucristo, su resurrección, y su posterior exaltación sobre todo nombre cambian nuestra visión de la vida común porque, en efecto, cambian todo. Para experimentar gozo en el trabajo que Dios tiene para nosotros, debemos tratar de entender el misterio de la voluntad de Dios cuyo propósito es «unir todas las cosas en Cristo» (Ef 1:9-10). Mientras nos angustiamos por organizar nuestras agendas a la perfección, Jesús está infaliblemente re-ordenando el cosmos. Esta teología panorámica del plan cósmico de Dios traspasa el viaje diario al trabajo y los platos apilados en el fregadero para examinar el horizonte de los cielos nuevos y la tierra nueva. Qué extraordinaria gracia se nos ha dado de participar en el plan con que Dios está reconciliando todas las cosas consigo mismo (1 Co 15:27-28).

Un sello de la eternidad en nuestra mirada

Una perspectiva eterna es algo que se lleva en el corazón. Con los ojos del corazón iluminados, podrás experimentar la esperanza a la cual Dios te ha llamado. Mira por este lente eterno cuando te sientas tentado a andar por vista. Observa cómo la gracia de Dios transforma tu manera de ver un nuevo viaje de negocios, otro percance de tu hijo con su bacinica, otra tarde en un embotellamiento, otra reunión, otra factura por pagar, u otra pila de ropa por lavar. El gozo duradero puede sentirse hoy mismo en los asuntos comunes de la vida porque, cada cosa que se nos ha dado, ha sido ordenada por Jesús, existe para Él, y en la eternidad testificará por siempre dando tributo a su gloriosa gracia.
Este artículo fue originalmente publicado por Ligonier Ministries en esta dirección. | Traducción: Cristian Morán
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Las bendiciones y las cargas de la esposa de un plantador de iglesia
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Las bendiciones y las cargas de la esposa de un plantador de iglesia

No hay esposa de un plantador de iglesia que sea igual a otra. Nuestros contextos, etapas, personalidades, desafíos, dones, perspectivas y preferencias únicos respecto a la iglesia podrían llenar libros.

Diferencias

Si te sentaras a tomar un té chai con Ananya en Ahmedabad y le pidieras que discutieran las bendiciones y las cargas de ser la esposa de un plantador de iglesia, ella podría decir cosas muy diferentes a Bárbara que está en Bogotá, a Miriam que se encuentra en Niddre o a Ana Clara que vive en São Paulo. Mientras escribo esto desde Dubai, ciertas bendiciones vienen directo a mi mente: el regalo extraordinario de adorar a Jesús con otros hermanos y hermanas de más de sesenta nacionalidades y la gratitud abrumadora que comparten los miembros aún en circunstancias difíciles. Algunas de las cargas podrían incluir la presión diaria de navegar en culturas en un contexto tan diverso y el radiante sol del desierto que puede liquidar tu fuerza de voluntad y la batería de tu automóvil. La soledad y el aislamiento que siente una esposa de plantador de iglesia podría parecer una prórroga de bienvenida a una esposa que se compara a sí misma con un pececito nadando en una pecera rodeada por unos gatos maliciosos. Respecto al espectro de sentimientos sobre el levantamiento de fondos, un mes puede ser como compartir una aventura y el siguiente introducir una tensión sofocante a su matrimonio. La confianza de una esposa en «el plan» de plantar una iglesia podría tambalear (incluso por hora y por los años que vendrán). La carga de profundo estrés de una mujer en un nuevo contexto o en una nueva etapa podría ser para bien a medida que ella aprende a depender del Señor para tener fuerza; para otras, el estrés agudo puede ser una señal de alerta para cambiar de rumbo. La comisión de bienvenida no oficial podría o no desenrollar una alfombra roja para la familia del pastor. Una vez escuché una historia sobre alguien que llamó a la secretaria de admisión de la escuela y se hizo pasar por la esposa del pastor para sacar los nombres de sus hijos de la lista de espera para el próximo semestre. Otra esposa de plantador de iglesia dice que tiene un armario lleno de regalos que la gente sigue dándoles. Una esposa de plantador de iglesia podría ya estar empacando las cosas de la casa apenas su esposo mira al horizonte para seguir plantando iglesias; otra, podría sentirse desilusionada. La persecución podría ser entrelazada con la victoria espiritual sobre fuerzas demoníacas; la ansiedad podría sobresalir en el trasfondo de la comodidad y la buena vida. Estos y muchos otros contextos, etapas, personalidades, desafíos, perspectivas y preferencias contribuyen a nuestra singularidad como esposas de plantadores de iglesia.

Similitudes

Sin embargo, existen algunas cosas que son iguales sin importar dónde te encuentres, en qué época vivas y adónde ha llamado Dios a tu familia para plantar una iglesia. Para una, la conclusión es la misma. Por fe, todas vemos cómo las diversas bendiciones y cargas son trenzadas por las manos de Dios mientras él solo nos da todo lo necesario para nuestro bien y para su gloria. A medida que ella examina el escenario de sus bendiciones y sus cargas, la conclusión de toda esposa de plantador de iglesia es esta: bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo que nos ha bendecido con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo Jesús. Todos los factores únicos mencionados anteriormente (cada uno de ellos) pueden cambiar y lo hacen. Sin embargo, Dios y su Palabra no cambia y la luz de esta verdad ilumina nuestra perspectiva sobre todas esas cosas cambiantes. Las esposas de plantadores de iglesia necesitan que la luz de la Palabra de Dios brille en sus diversas bendiciones y cargas. Necesitan esto como necesitamos que salga el sol. Necesitamos la luz para hacer lo que necesitamos hacer. Suceden dos cosas cuando prendemos la luz de la cocina: uno, puedes ver claramente lo que estás haciendo (y dónde está la cafetera); dos, si por casualidad hay cucarachas teniendo un pijamada, se irán. Cuando la Palabra de Dios prende las luces por nosotras, por decirlo de alguna manera, vemos la realidad y las mentiras contaminadoras desaparecerán. Las bendiciones y las cargas necesitan ser alumbradas con la luz de la Palabra.

Aplicación

A continuación, les comparto algunas luminarias de verdad inalterable que cada esposa de plantador de iglesia puede aplicar:
  1. A Jesús, el Pastor principal, se le ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra y él entrega su misión a sus discípulos con su bendición y su presencia (Mt 28:18-20). Los problemas que rodean al llamado, las prioridades y el miedo se resuelven cuando las esposas de plantadores de iglesia miran a Cristo y recuerdan la completa autoridad absoluta de Jesús para decirnos lo que debemos hacer, su fervor contagioso por esparcir la gloria de Dios a todas las naciones y su poder inalterable para proveer para nosotras y nunca dejarnos mientras hacemos su obra.
  2. Solamente por la gracia de Jesús la esposa de un plantador de iglesia puede caminar en amor con el subpastor con quien ella se casó (Ef 5). Mientras caminan juntos con Cristo, se encontrarán a sí mismos fuera del campamento donde Jesús estuvo, y solo con su ayuda podrán cargar la deshonra que Cristo soportó. Sin embargo, por mucho que amen (o no amen) su ciudad, tanto él como ella saben que su hogar no depende del lugar del trabajo al cual han sido llamados porque esperan la ciudad venidera. A la hora de la verdad, como se dice, y como Pablo, el esposo que planta iglesias sufre «la presión cotidiana de la preocupación por todas las iglesias», la esposa del plantador de iglesias toma el impulso para gloriarse en aquellas cosas que muestran sus debilidades y la fuerza de Cristo.
  3. Jesús ama a su novia, la iglesia, y ni siquiera las puertas del infierno prevalecerán contra ella (Mt 16:18; Ef 5:25-27). Los problemas de identidad, de dones y de compromiso son resueltos cuando la esposa de un plantador de iglesia mira a Cristo y ve cómo la ha hecho un ladrillo del edificio, una oveja en el rebaño, una sacerdotisa en el sacerdocio y un miembro de la familia. Todas estas metáforas encienden las chispas en su imaginación inundada de la Escritura a medida que sueña con maneras de edificar al cuerpo de Cristo con sus dones dados por el Señor Jesús que ascendió al cielo.
Las bendiciones y las cargas se mezclan mientras vivimos en este mundo que gime por el Día de la Redención (día que se encuentra muchos minutos más cerca ahora de cuando comencé a escribir este artículo). No hay forma que un corazón finito pueda aguantar todas las cosas que la esposa de un plantador de iglesia enfrentará en la vida y en el ministerio. Sin embargo, Cristo puede, lo hace y lo hará.
Este recurso fue publicado originalmente en 9Marks.
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Alimento para el alma de una mamá
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Alimento para el alma de una mamá

¿Es normal deambular en la cocina y abrir el refrigerador muchas veces mientras estás ahí? (Una pregunta que solo se hacen mis amigas, por supuesto). Es un hábito mecánico, aunque prometedor. ¿Quién sabe? Tal vez aparezca algo nuevo para comer cuando esa pequeña luz del refrigerador se vuelva a encender. De la misma manera, tiendo a tratar a la Biblia como un refrigerador. A veces, miro a las palabras y no puedo ver la luz que brilla porque he olvidado la razón por la que fui a leerlas y mi mente se distrae. A veces, sin nada en mente busco desesperadamente en diferentes lugares, no estoy muy segura qué quiero comer. En otras ocasiones, después de abrir y volver a abrir la Escritura (estudiarla, orarla y trabajar el mismo texto una y otra vez por un largo periodo de tiempo) el Espíritu de Dios ilumina algo que nunca había visto antes y es sumamente satisfactorio para mi alma. Hay otros momentos cuando una amiga se me acerca, abre la Biblia y la brillante luz de la verdad alumbra en mi corazón. Recuerdo una ocasión en el que ocurrió exactamente esto cuando había sido madre nuevamente.

Dame la verdad, por favor

Había sido la primera vez que había dado a luz en el país extranjero donde vivíamos. Cuando llevamos a la bebé Norah a casa desde el hospital, recuerdo haber mirado en el espejo retrovisor para ver a nuestras dos pequeñas niñas amarradas en sus asientos del auto. Ese fue el momento en el que me golpeó por primera vez el sentimiento de agobio. Luego, después de haber devuelto los últimos platos de todas las cenas que los miembros de nuestra iglesia nos trajeron, ese sentimiento volvió a golpearme. Por muchas razones, la nueva normalidad para nuestra familia requería energía física y emocional que yo no tenía. Y tristemente, mi vida espiritual era como el saqueo sin sentido del refrigerador, y yo estaba tambaleándome al borde de la apatía en eso. Fue ahí cuando Dios envió a mi amiga Melanie a mi sala de estar. Ella también había sido mamá nuevamente y junto con ella trajo a sus dos pequeñitos para visitarme en nuestro hogar. Su hijo y mi hija coloreaban dibujos en la mesa de centro mientras yo enumeraba, junto a mi amiga, la lista de cosas por las que debía preocuparme. Ella me escuchaba mientras yo le contaba que había sido tremendamente tentada a descuidar la Palabra de Dios debido a todas las presiones y las ansiedades que estaba experimentando. Mi deseo de tener comunión con Dios estaba decayendo. Melanie empatizó conmigo porque ella sabía exactamente de lo que yo estaba hablando. Ella no me juzgó por sentirme como una mecha a punto de encenderse ni menospreció mis preocupaciones. Melanie compartió estas palabras:
Ustedes no han sufrido ninguna tentación que no sea común al género humano. Pero Dios es fiel, y no permitirá que ustedes sean tentados más allá de lo que puedan aguantar. Más bien, cuando llegue la tentación, él les dará también una saluda a fin de que puedan resistir.
Ella había guardado 1 Corintios 10:13 en su corazón y era alimento para su alma. Mientras estábamos sentadas juntas ahí, sometidas a la Palabra suficiente y fidedigna de Dios, esa verdad fue alimento para mi alma. Mi amiga sabía que lo que yo necesitaba escuchar era lo mismo que ella necesitaba. Todos necesitamos un Rescatador fiel que nos brinde una esperanza perdurable y un  gozo duradero y que no se vea amenazado por nuestras circunstancias cambiantes. Dios es fiel. Así que hablamos sobre Jesús hasta que fue obvio que nuestros hijos necesitaban tomar una siesta.

Comparte el banquete

Melanie y yo ahora vivimos en continentes diferentes, así que ya no puede darse una vuelta por mi casa con sus hijos para conversar. Sin embargo, cada vez que pienso en ella, recuerdo la encantadora ironía de esa tarde. Todo lo que podía ver era la lista de razones que me agobiaba de tal manera que nadie podía entenderme o ayudarme. Melanie se sentó conmigo y apuntó hacia la luz de la Palabra de Dios. Ella me recordó que no hay tentación que sea extraña para nuestra vida humana, lejos de la compasión de Cristo, o fuera de la capacidad de Dios para proveer fielmente una vía de escape. Quisiera animar a las hermanas en Cristo que sienten que su «nueva normalidad» es luchar por el tiempo, la energía y el deseo de alimentarse de la Palabra de Dios. La gracia de Dios para ti en Cristo es tu «nueva normalidad» que tiene vigencia desde que él te hizo nacer de nuevo. Ni la vida ni la muerte pueden separarte del amor de Dios en Cristo Jesús. Porque él te ama. Eso significa que incluso en las circunstancias actuales que atraviesas (ya sean agotadoras o estresantes) Dios las usa para servir a tu alegría y a su gloria. Hermana, él te encontrará en tu cansancio y no te despreciará. Me pregunto si hay otras mujeres exhaustas en tu vida a las que las ayudaría una amiga que empatice con ellas en sus luchas. Podrías sorprenderte al encontrar que no estás sola. Sé que te encantará recordar que Jesús no te ha dejado ni te ha abandonado. Que su luz y su verdad te guíen a ti y a tus amigas  hacia él, nuestro gozo supremo (Sal 43).
Gloria Furman © 2014 Desiring God Foundation. Publicado originalmente en esta dirección. Sitio web: desiringGod.org — Usado con permiso. |Traducción: María José Ojeda
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¿De dónde viene nuestra ayuda?
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¿De dónde viene nuestra ayuda?

Mientras anhelaba tomar mi nuevo rol como madre, me fue dado otro rol que no anticipé: ser la cuidadora de mi esposo que estaba enfermo. Después de un par de años de habernos casado, Dave desarrolló una enfermedad que debilitaba sus nervios, la que afectó sus brazos. Mi atlético y alegre esposo quedó desanimado y con discapacidad. Cuando nuestro primer hijo pasó los 3,600 kg, su dolor y su atrofia crónicos no le permitieron sostener a su primer hijo, lo que le rompió el corazón a Dave (y a mí también). Necesitábamos ayuda y esperanza.

Levantamos nuestros ojos para buscar ayuda

Ahora, la «nueva normalidad» como una familia de tres personas parecía excesivamente complicada y yo luchaba con adaptarme fácilmente a ella. Luego de haber sido sometido a una cirugía mayor en sus brazos, Dave comenzó a recuperarse. Fue un alivio y comencé a tener esperanza. Sin embargo, después de habernos ido a vivir al extranjero para comenzar un nuevo ministerio, su salud empeoró. En los momentos más difíciles, mi marido caminaba con agonía. Mientras él luchaba, yo me mantenía despierta, si no era para preocuparme, era para orar. Los días llenos de problemas no pasaban tan rápido como quería. Tuvimos la necesidad urgente de ayuda práctica en la cotidianidad de nuestros días (manos extra para ayudarnos con la casa) y Dios nos enviaba ese tipo de ayuda en algunos momentos. En otras ocasiones, Dios nos dio la capacidad de simplificar nuestras rutinas. ¡A veces Dios nos envió tanta ayuda práctica que nos sentimos muy mimados! El salmista canta una pregunta, «Levantaré mis ojos a los montes; ¿de dónde vendrá mi ayuda?» (Sal 121:1). Sin perder un segundo, él se responde, «Mi ayuda viene del Señor, que hizo los cielos y la tierra» (Sal 121:2). Mi ayuda viene del Señor. Hoy, ocho años después de esos primeros momentos sombríos, el Salmo 121:1-2 sabe más dulce para mí que nunca antes. Al permanecer en esta verdad inamovible, sabiendo que mi vida dependía de ella, se ha transformado a la vez en la más satisfactoria, la más certera y la más importante verdad. Mi esposo aún tiene sus capacidades reducidas y yo aún soy la cuidadora principal de él y de nuestros cuatro hijos, pero el tiempo me está enseñando cuán maravilloso es buscar ayuda en Jesús.

¿Dónde buscas tú?

El Salmo 121 podría haber sido cantado cuando Israel se acercaba al «monte del Señor» para adorarlo (Sal 15:1; 24:3). No obstante, la montaña en la que Israel se encontraba con Dios no era el único objeto que captaba su atención. «Los montes» (en los que muchas naciones adoraban a sus dioses falsos) podrían haber parecido paraísos cautivantes de esperanza o causas intimidantes de preocupación. De una u otra forma, la apreciación del salmista frente a su situación refleja el lugar en el cual todos nos encontramos. Nuestra ayuda sólo viene del monte del Señor —el Señor que creó todos los montes (Sal 121:2)—. Todos los otros montes que vemos ante nosotros en la vida no pueden rescatarnos ni tampoco destruirnos. Durante muchas de esas noches sombrías, tenía la certeza de que algunos montes tenían el propósito de destruirnos. Me decía a mí misma, «bueno, la historia se acabó; éste es el fin». En otras ocasiones, cuando escuchábamos sobre nuevos tratamientos médicos, pensaba, «¡nos salvamos!». En esos momentos, estaba buscando ayuda en los montes que Dios hizo en vez de confiar en el Dios que los hizo.

Busca ayuda en el monte más alto

Cuando los montes en tu vida parecen ser la solución a tu dolor o la fuente de tu aflicción, el salmista nos enseña a mirar hacia otro lugar para buscar ayuda. Miramos con ojos espirituales al monte celestial de Sión, la morada del Señor. «Mi ayuda viene del Señor, que hizo los cielos y la tierra» (Sal 121:2). La fuente de nuestra ayuda es personal e impecablemente competente. Puesto que el Señor hizo el cielo y la tierra, no debes preocuparte por los montes ni intentar esconderte bajo sus sombras fugaces. «Como cera se derritieron los montes ante la presencia del Señor, ante la presencia del Señor de toda la tierra» (Sal 97:5). Mira al Señor que es eterno, que es todopoderoso y que te ama. Él puede darte la perseverancia que necesitas para mantenerte fiel a él a los pies de ese monte. Él puede quitarlo fácilmente de tu camino. Él puede abrir tus ojos para ver que el monte en realidad está lleno de caballos y carros de fuego que fueron enviados para ti. La fuente de tu ayuda es lo que importa: tu ayuda viene del Señor.

Nuestro fundamento de esperanza es el Monte del Calvario

Jesús nos da el tipo de paz que sobrepasa todo entendimiento incluso mientras elimina la falsa seguridad a la que nos aferramos cuando enfrentamos las circunstancias terrenales. «Este es mi consuelo en mi aflicción: que tu palabra me ha vivificado» (Sal 119:50). Él es bondadoso para enseñarnos que nuestra ayuda viene sólo de él. Nuestra desesperación por la vida en este mundo caído ciertamente sería el fin de todas nuestras historias si no fuera por la cruz erigida en ese monte en particular hace dos mil años. Jesús subió a ese monte y se enfrentó ante el obstáculo más grande que la humanidad haya enfrentado jamás: la ira justa de Dios por nuestros pecados. Cristo sufrió por ellos, «…el justo por los injustos, para llevarnos a Dios…» (1P 3:18). «Miren cuán gran amor nos ha otorgado el Padre: que seamos llamados hijos de Dios. Y eso somos…» (1Jn 3:1). En esta vida, podríamos ser derribados, pero no destruidos (2Co 4:9). A la sombra de la cruz, cada aflicción que amenaza con quitarte el gozo tiene el propósito de fortalecer tu fe. Puesto que la batalla decisiva en la guerra contra tu alma ocurrió en la cruz, no tienes que poner tu esperanza en falsos montes que se están desmoronando ni temer lo que haya escondidos en ellos. Jesús nos ofrece una vida más plena y es más disfrutable que la vida que gira alrededor de esos montes. Ya sea que parezcan un problema o un refugio, quita tu mirada de ellos y ponla en el monte del Calvario, en Cristo crucificado por ti; sólo él es tu ayuda.
Gloria Furman © 2016 Desiring God Foundation. Publicado originalmente en esta dirección. Sitio web: desiringGod.org — Usado con permiso. | Traducción: María José Ojeda
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¿Por qué la maternidad es sólo para quienes tienen corazones débiles?
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¿Por qué la maternidad es sólo para quienes tienen corazones débiles?

El siguiente extracto ha sido traducido a partir del blog publicado originalmente en inglés por Crossway.

¿Eres una madre débil?

Estoy en la única y privilegiada situación de recibir saludos oficiales para día de la Madre tres veces al año. En el lugar donde vivimos, la comunidad reconoce el día de la Madre arábico, británico y estadounidense. Cada primavera, quedo sepultada en tarjetas pintadas con dedos y flores de papel hechas por mis hijos. ¡Es glorioso! Alrededor de todo el mundo, las personas reconocen que la crianza es demandante y difícil. A menudo, escuchamos que «¡la maternidad no es para débiles!». Sin embargo, en nuestros corazones, nosotras, las mamás, sabemos que eso no es completamente cierto, pues la maternidad es sólo para débiles. «¿Cómo es posible?», podrían preguntarse, «¡las mamás somos fuertes, competentes, creativas y perseverantes!», y ustedes podrían estar en lo correcto. Sólo la gracia de Dios puede explicar esta contradictoria afirmación.

Con la ayuda del Señor

Fue la gracia de Dios que llevó a Eva a decir, «¡con la ayuda del SEÑOR, he tenido un hijo varón!» (Gn 4:1), cuando nació su primer hijo. Es la gracia de Dios que ha llevado y ha capacitado a cada madre desde entonces para criar vida de cara a la muerte en medio de nuestro mundo caído. Cuando reconocemos nuestra incapacidad de criar a nuestros hijos lejos de la provisión y la fortaleza del Señor, honramos a Dios. Les seré honesta: mi orgullo se ofende cuando tengo en cuenta la realidad sobre mi dependencia absoluta en Dios en mi maternidad. Prefiero zambullirme de cabeza en la autosuficiencia, ignorar a Dios y contraargumentar la declaración de Eva, diciendo, «me las he arreglado sola lo suficientemente bien sin la ayuda de nadie». Incluso, al enfrentar  la muerte de nuestro mundo caído, mi ego herido quiere aferrarse a trapos de autojusticia. Al llegar a ese punto, le digo a mi alma –como cuando se hablan a ustedes mismas en sus mentes– «¡ya es suficiente!». Este mundo está bastante quebrantado; somos muy frágiles; la vida es demasiado efímera; y el horror de nuestro pecado es difícil de soportar.

Reenfoquémonos en Jesús

Cada madre necesita dejar de mirarse el ombligo y mirar al Hombre que está sentado en cielo a la diestra del Padre. Cristo es nuestra esperanza y nuestra paz, él es la fuerza suficiente que necesitamos, él es nuestro Redentor. Debido a su muerte expiatoria en la cruz, Jesús está reuniendo las piezas de este mundo quebrantado y está haciendo todas las cosas nuevas en sumisión a él bajo sus pies que aplastan a la serpiente. Cuando él lleve nuestras vidas frágiles a término en esta tierra, él nos va a levantar de entre los muertos, para no volver a morir jamás. Su amor es eterno y él está preparando un lugar para nosotras, para vivir con él eternamente. Cuando él murió en nuestro lugar y resucitó, él terminó con la maldición de nuestro pecado y venció la muerte. Miremos a Jesús con nuestros ojos de fe muy abiertos, arrepentidas y esperanzadas, porque la promesa de su gracia futura es nuestra al creer.

Aceptemos la dependencia

En medio de todo –incluso a medida que la gracia futura está acercándose a toda velocidad hacia nosotras–, todas nuestras cargas amenazan con abrumarnos como un tsunami de dudas, de miedo, de ansiedad y de dolor. ¿Realmente queremos fingir hasta el final del día que estamos en control para finalmente lograrlo, levantar un trofeo de «la madre del año» y chocar los cinco con Jesús por animarnos de tan excelente manera? Por supuesto que no.

Tomen coraje, madres débiles

¿Se sienten cargadas, exhaustas y débiles? ¡No se molesten por su cansancio; más bien, tomen coraje en Cristo! En su debilidad tienen la oportunidad de exaltar a Cristo en todo porque él es exaltado sobre todo. Pueden descansar bien, teniendo fe, como la un niño, en nuestro Padre amoroso, que preparó las buenas obras que ahora luchamos por poner en práctica (Ef 2:10). Conscientemente, entréguenle sus cargas a Jesús (Mt 11:28) y vivan por el Espíritu mientras resisten la tentación de darse por vencidas (Ga 5:16; 6:9). La gracia convierte la debilidad de una madre cansada en una bendición. Es por esta razón que la maternidad es para quienes tienen un corazón débil. Cuando nuestros corazones se acobardan dentro de nosotras, entonces ahí, podemos decir y creer, «…todas las cosas proceden de él, y existen por él y para él. ¡A él sea la gloria por siempre! Amén» (Ro 11:36).
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La naturaleza de la crianza en la mujer
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La naturaleza de la crianza en la mujer

El siguiente extracto ha sido traducido a partir del blog publicado originalmente en inglés por Crossway.

¿Qué significa la crianza para la mujer?

Hace poco, estaba leyendo y chateando con unas amigas en Facebook cuando mi corazón se descolocó al darme cuenta de la diversidad de nuestras experiencias de vida. Un par de padres expectantes subieron un video de ellos mismos cortando un pastel que era de color rosado por dentro para anunciar que estaban esperando a una niñita; una madre primeriza compartió su frustración respecto al llanto de su bebé porque le estaban saliendo los dientes y pedía consejo; una mujer soltera escribió que se había juntado recién con algunas de las chicas de nuestro grupo de jóvenes; una ex-colega publicó una fotografía de su pequeño hijo con tubos de oxígeno en su nariz y suplicaba, “por favor, continúen orando. Todavía estamos esperando un transplante; aún no está fuera de peligro”; luego, apareció una foto de mi sobrino vestido con el uniforme de su equipo de fútbol americano; después, se actualizó mi página principal y vi un video de manifestantes pro-vida que eran atacados en un campus universitario. Un poco más tarde, mi hijo llegó a mi dormitorio, sus mejillas estaban enrojecidas y se estaba frotando los ojos, y me dijo, “mami, simplemente te necesito”. Lo llevé a la cocina para que tomara un poco de agua y me fijé en unas fotografías especiales que estaban en nuestro refrigerador. Había una foto de uno de nuestros profesores del seminario junto a su esposa. Aunque ya están en edad de jubilación, aún viajan a Filipinas de un lado a otro para visitar las iglesias que plantaron hace décadas. También, había una foto de Navidad de unos amigos parados junto a una silla vacía que está a la espera de recibir a su hijo adoptado que aún está en el extranjero. Mientras llevaba a mi hijo pequeño de vuelta a su habitación, mi mente divagó y me acordé de una querida amiga –como me pasa a menudo– y oré al Señor para que la consolara, pues aún llora la muerte de su hijo que falleció hace tres años, él tenía la misma edad que el mío. En la oscuridad del dormitorio de mis hijos, miré y vi a mis hijas profundamente dormidas, sus brazos y piernas se movían adorablemente en sus camas con las sábanas y sus juguetes desordenados –sentí que mi corazón explotaría–. Experimentamos tanta alegría, emoción y vida; y al mismo tiempo, tanto dolor, ansiedad y muerte. ¿Qué corazón finito podría contener todas estas cosas? ¿Cómo lo logran las madres? En medio de toda esta complejidad, ¿qué significa la crianza para la mujer?

Veamos la maternidad a través de la Biblia

El fundamento para este tema de las mujeres y la crianza es la Palabra de Dios. Tenemos que encontrar las implicaciones nosotras mismas, como creación de Dios, al mirarlo primero a él, nuestro Creador. En todas las etapas y experiencias de nuestra vida, desde las abuelas hasta las bebés en Bombay hasta Mobile, la Biblia contiene verdades eternas y aplicables respecto a aquel por quien fuimos hechas. En la Palabra de Dios, vemos su buen diseño para la masculinidad y la femineidad: el Dios trino hizo hombres y mujeres a su imagen para mostrar su gloria. No llegamos a comprender el propósito de la femineidad cuando nuestro entendimiento está amarrado a los estereotipos culturales, a la simple biología o a las habilidades de procreación. En la Palabra de Dios, vemos que la femineidad no puede describirse aparte de la imagen de Dios, del evangelio y de cómo Jesucristo nos está restaurando. El hecho de haber sido creadas como mujeres a la imagen de Dios sin duda es algo lleno de maravilla. La maternidad (con este término me refiero a la crianza de niños y a la crianza de hijos espirituales/discípulos) de ninguna manera es un ídolo al cual servimos, más bien es un don intencional que Dios diseñó estratégicamente; él nos dio este don para que pudiéramos ver su gloria y lo hiciéramos brillar a él. Estamos llamadas a aprender a regocijarnos en Jesús porque la maternidad es obra de sus manos.

La crianza a la manera de Cristo

Si la femineidad no puede estar amarrada a la simple biología, ¿puede, entonces, estar relegada a la procreación? A través del evangelio, vemos que la fertilidad y el mandato de “llenar la tierra” son cosas que se amplían al discipulado, dando fruto que permanece –un privilegio y una responsabilidad que cada mujer cristiana puede disfrutar–. Es sólo por medio de la claridad del evangelio que podemos vernos en el gran panorama de la historia de Dios. Él está buscando adoradores de las naciones y nos usa para reunirlos. A la luz y en el poder del evangelio, el objetivo de la crianza es el desarrollo del ser humano en su capacidad más gloriosa posible: que todas las naciones vean y disfruten a Jesucristo para siempre. El llamado a la crianza es uno que nos lleva a ocuparnos amorosamente de las necesidades de otros en el nombre de Jesús (2 Co 4:5).

La maternidad cruciforme

Debido a que toda maternidad existe para Jesús, ésta debe realizarse a la manera de Jesús. En nuestra obediencia a la Gran Comisión, cada mujer debe mirar al Hombre que está gobernando desde el cielo a la diestra de Dios. Cristo mismo pone personas en nuestras familias y en nuestro círculo de influencia y descansamos sabiendo bien que quien construye la casa es él. Es Dios mismo quien hace crecer el jardín, incluso aunque nosotras plantemos y reguemos diligentemente. Por la gracia de Dios, podemos servir a personas –a nuestros maridos, a nuestros hijos, a nuestros vecinos, a nuestros colegas, a quien sea– porque Jesús es soberano y él está construyendo su iglesia. Jesús es quien redime personas para hacerlas suyas. Esta verdad nos asegura que esta obra será efectiva. Somos libres de obtener reconocimiento por cualquier fruto de nuestra crianza como si fuera nuestra obra y somos libres de la maternidad trabajólica que infunde miedo que nos lleva a pensar que todo debe ser hecho por nosotras. Criamos a otros con la fuerza que Dios nos entrega (1 Pe 4:10-11). Toda esa energía –para cuidar, disciplinar, servir y hacer mil cosas al mismo tiempo– es su energía. Todo lo que no tenemos podemos encontrarlo en él. Cuando estamos exhaustas, cuando sentimos la tierra polvorienta del camino del Calvario, podemos recordar que es en ese momento en especial que la vida de Jesús se manifiesta en nosotras (2 Co 4:10). Es en ese momento que Jesús nos da más de sí mismo, probando una y otra vez que él es suficiente, que él es bueno, que hay más gozo en él que en el grano y en el vino que abundan (Sal 4:7) –o que en los niños que nunca desordenan, o que en la cena que se prepara sola, o los programas que funcionan ininterrumpidamente–. Él es mejor.

Sólo Jesús

Necesitamos fe como la de un niño para criar a los hijos del Señor –una fe que él nos da alegremente–. La vida de Cristo en nosotros es nuestra energía que nos fortalece, nos equipa y nos lanza para criar a otros. Es su fuerza la que nos da lo que necesitamos para criar vida en medio de la muerte, incluso a través de las millones de muertes al yo que morimos cada día. Necesitamos recordar que los frutos del porte de un arándano producidos por el Espíritu Santo son parte de su reino. No existe forma en que un corazón finito y dispuesto a criar pueda sostener todas estas cosas, pero Jesús puede, Jesús lo hace y Jesús lo hará.

Esta publicación es una adaptación del capítulo “The Nature of a Woman’s Nurture” [La naturaleza de la crianza en la mujer] escrito por Gloria Furman, del libro Designed for Joy: How the Gospel Impacts Men and Women, Identity and Practice [Diseñados para el gozo: cómo el evangelio impacta a hombres y mujeres, su identidad y práctica], editado por Owen Strachan y Jonathan Parnell.
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La protección de una mujer embarazada contra las artimañas del diablo
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La protección de una mujer embarazada contra las artimañas del diablo

Si estás embarazada, quizás de tu primer bebé, es probable que estés leyendo artículos sobre la «guerra de mamás» y moviendo tu cabeza de un lado a otro en señal de desaprobación. ¡Como si no tuvieras ya suficiente preocupaciones!

En el caos de las batallas sobre cosas como la lactancia artificial, el colecho y el porteo, Carolyn señala que las verdaderas «guerras de mamás» son principalmente batallas espirituales. Las verdaderas batallas no son contra otras mamás que tienen diferentes estilos de crianza, sino contra nuestro «adversario, el diablo, [quien] anda al acecho como león rugiente, buscando a quien devorar» (1P 5:8). Sin embargo, Dios protege a las mujeres embarazadas de las artimañas del diablo, pues la armadura de Dios también viene en tallas para embarazadas. En las próximas 42 semanas (o menos), tienes la oportunidad única de fortalecerte en el gran poder del Señor (Ef 6:10), aun cuando tengas que usar medias de compresión y tu centro de gravedad se haya desplazado a tu ombligo. Cuando una mujer embarazada se pone la armadura de Dios, tiene toda razón para valorar su capacidad de resistir al enemigo teniendo como base la «extraordinaria grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, conforme a la eficacia de la fuerza de su poder» (Ef 1:19). Cuando Pablo dijo en Filipenses 4:13, «todo lo puedo en Cristo que me fortalece», no estaba hablando solamente de lanzar muy fuerte una pelota o levantar pesas. Estaba hablando de aprender a tener contentamiento en la permanente bondad soberana de Dios hacia Él. El poder de Dios para nosotros «por medio del Espíritu y con el poder que procede de sus gloriosas riquezas, [nos] fortale[ce] en lo íntimo de [nuestro] ser» (Ef 3:16). Mujeres embarazadas, todo lo pueden en Cristo que las fortalece, incluso fundamentar valientemente su fe en la bondad soberana de Dios como base de su contentamiento. Sé que es muy difícil tener contentamiento cuando estás cansada y sientes que no puedes continuar; cuando tu corazón está distraído por el temor de lo que pasará con tu bebé; y cuando tus emociones se descontrolan. Sin embargo, el poder de Dios es más que adecuado para estas cosas; su inmensurable gran poder puede aplastar incluso las artimañas más poderosas que el diablo concibe para robarte el gozo que tienes en Dios.

La armadura de Dios se ajusta como faja maternal

La Escritura nos exhorta a ponernos «toda la armadura de Dios para p[odamos] estar firmes contra las insidias del diablo» (Ef 6:11). Incluso cuando los únicos pantalones y faldas que ahora te quedan bien lo hacen gracias a la ayuda de la faja, la armadura de Dios sigue quedándote bien y debes ponértela. Al usar la armadura de Dios puedes resistir firmemente las artimañas del diablo mientras este trata de desestabilizar tu fe con todo viento de enseñanza, con astucia y artificios engañosos (Ef 4:14). A continuación, les comparto algunas cosas que deben recordar sobre la armadura de Dios:

El cinturón

El cinturón de la verdad te rodea con la protección confiada de saber quién es Dios, lo que Cristo ha hecho por ti y quién eres teniendo en cuenta que estás en Cristo por medio de la fe en Él. Debes esforzarte por ponerte este cinturón de la verdad sea como sea. Practica disciplinas espirituales: medita en la Palabra de Dios en oración, memoriza la Escritura y busca activamente la comunión con otras mujeres que te recuerden la verdad de Dios a través de su Palabra.

La coraza

La coraza de justicia es de talla única, por lo que le queda bien a cualquiera que cree. La justicia de Jesucristo es atribuida por la fe a pecadores que merecen la muerte y el juicio por sus pecados. Esto lo sabemos porque «así como por la desobediencia de un hombre muchos fueron constituidos pecadores, también por la obediencia de uno los muchos serán constituidos justos» (Ro 5:19). Hermana embarazada, serás tentada por el enemigo a poner tu propia justicia primero como fortaleza cuando te sientas insegura. El diablo usará todo lo que esté a su alcance para atacarte, desde la inseguridad sobre tu embarazo hasta la atención prenatal; desde tu plan para el parto hasta tu capacidad de criar a tu hijo. Ten cuidado con la tentación de darte tranquilidad usando tu propia justicia. Recuerda y defiéndete con las advertencias de Jesús a sus discípulos sobre hacer alarde de nuestras obras de justicia frente a otros para ganar recompensas en forma de sonrisas, admiración y respeto (Mt 6:1). Si te pones la coraza de la justicia de Cristo, entonces podrás resistir las mentiras sobre incompetencia y fracaso que el diablo te dice. Toma la coraza de justicia al estilo de Martín Lutero:
Cuando el diablo te restriegue tus pecados en la cara y declare que mereces la muerte y el infierno, dile esto: «admito que merezco la muerte y el infierno, ¿y qué? Conozco a alguien que sufrió en mi lugar y cumplió con lo que yo no puedo. ¡Su nombre es Jesucristo, Hijo de Dios, y donde Él esté, yo también estaré!».

El calzado

Queridas amigas embarazadas, el calzado de la armadura de Dios no sólo te queda bien, sino que también hace que tus pies se muevan. Sabes cuán especial es esto cuando a las diez de la mañana ya estás fatigada y puedes ver que se te hinchan los pies con cada embarazo. «Calzados con la preparación para anunciar el Evangelio de la paz» (Ef 6:15, NVI). El Evangelio de la paz te prepara dándote la motivación y el poder para ir donde sea que Cristo te lleve por su nombre. De esta manera, el Evangelio te fortalece para entrar en la contienda de las «guerras de mamás» y anunciarles la victoria de la cruz: »¡Que Dios nuestro Padre y el Señor Jesucristo les concedan gracia y paz!».

El escudo

El escudo de la fe es para tu protección diaria y para las noches en las que no podrás dormir. «Sobre todo, tomen el escudo de la fe con el que podrán apagar todos los dardos encendidos del maligno» (Ef 6:16). No importa si tu fe es tan pequeña como un grano de mostaza (Mt 17:20) o como las hormonas hCG que circulan por tu sangre en este momento; lo que importa es la grandeza de Aquel en quien has puesto tu fe. A medida que te emocionas por el pronto nacimiento de tu hijo, regocíjate más en Aquel que te ha hecho nacer de nuevo para que tengas una esperanza por medio de la resurrección de Jesucristo (1P 1:3, 23). Cuando tomes el escudo de la fe y veas cómo los dardos encendidos son reducidos a pequeñas nubes de humo, da gracias a Dios: «pero a Dios gracias, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo» (1Co 15:57).

La espada

En la debilidad de tu dolor de espalda y tu vulnerabilidad al sentir náuseas, recuerda tu esperanza de salvación en Cristo mientras descansas en la Escritura, que son tu arma ofensiva contra el enemigo. «Tomen también el casco de la salvación, y la espada del Espíritu que es la palabra de Dios» (Ef 6:17). No basta solamente con no creer las mentiras del diablo, sino que debes decirte la verdad de Dios a ti misma. No basta solamente con que no te preocupes por tu apariencia hinchada y las arañitas en tus piernas, sino que debes recordarte la belleza del amor sacrificial de Cristo y cómo Él entregó su cuerpo por todos nosotros. Por lo tanto, qué deleite es dejar que tu cuerpo sirva para dar vida a otro.

La oración

Finalmente, somete tu mente, tu voluntad y tus emociones a los buenos planes de Dios de glorificarse a sí mismo en todas las cosas. «Con toda oración y súplica oren en todo tiempo en el Espíritu, y así, velen con toda perseverancia y súplica por todos los santos» (Ef 6:18). Este es el poder de Dios en una mujer embarazada quien tiene su esperanza en la victoria de Jesucristo sobre las artimañas del diablo.
Gloria Furman © 2015 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso.
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El consumismo nos alimenta y mantiene con hambre
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El consumismo nos alimenta y mantiene con hambre

Con cada visita que hacemos a los Estados Unidos, es difícil predecir totalmente con qué nos vamos a encontrar. Durante los últimos siete años, nos hemos encontrado con distintas cosas. Recuerdo que una vez me tenía muy intrigada la misteriosa nueva sección de todos los supermercados: la sección orgánica. En otros viajes, mis hijos estaban muy interesados en las conductoras de bus por ser mujeres, en las máquinas expendedoras, en la presencia de edificios de iglesias, en las personas paseando a sus perros en sus vecindarios y en la ridícula variedad de Oreos que había. Si donde vivimos (Emiratos Árabes) un camello da un paseo por las autopistas que atraviesan las dunas, apenas les llama la atención; sin embargo, si pasamos en automóvil por un campo con vacas, los más pequeños preguntan si podemos bajar los vidrios para poder verlas.

Lo trivial es relativo. Piensa, por ejemplo, en todas las invitaciones a comprar que has recibido hoy. ¿Las consideraste? En una breve visita a los Estados Unidos este año, perdí la cuenta de cuántas recibí. No eran invitaciones formales en sí mismas, pero eran invitaciones al fin y al cabo. Por ejemplo, la auxiliar de vuelo hizo anuncios sobre unos programas especiales que habían en tierra: había carteles publicitarios en la sala de equipajes; vallas publicitarias alineadas en las calles; anuncios asomados en las esquinas del vestíbulo del hotel; folletos encima del escritorio del cuarto; recibí volantes en la calle; había autoadhesivos pegados en los basureros y logos en todas partes. ¿Y qué hay del Internet? Por supuesto, todo esto es ruido blanco para los que vivimos en ambientes saturados por los medios de comunicación, pero al venir de una cultura que es más bien minimalista en cuanto al mercadeo, es algo abrumador. ¿Cómo discernimos cuál de ellas aceptar? ¿Cuál ignorar? ¿A quién le permitimos que nos diga lo que necesitamos? ¿Aún tomamos esas decisiones nosotros mismos?

El drama mortal del consumismo

Las invitaciones para participar en el drama del consumismo se han extendido a todos nosotros. El consumismo, la búsqueda idólatra del placer por medio de las cosas, puede ser adorada tanto por los que tienen mucho como por los que tienen poco. Como otros ídolos, el consumismo es sólo una fachada vacía e inútil. El consumismo está hambriento y, porque nosotros imitamos las características de lo que adoramos, sus adoradores están insatisfechos y nunca saciados. La búsqueda idólatra del placer por medio de las cosas funciona contra la forma en que Dios nos diseñó. Por lo tanto, sin duda, nos deja miserables. Dios nos diseñó para satisfacer nuestra sed en su fuente de agua viva, pero en vez de ir a ella, hemos cavado cisternas rotas que no pueden retener el agua (Jeremías 2:13). En vez de vivir de todo lo que procede de la boca del Señor (Deuteronomio 8:3), aun cuando disfrutamos las cosas de la creación, tratamos los regalos de Dios como dioses. Como dicen mis amigos Shai y Blair Linne, nosotros “elegimos comer la mentira” que Satanás instó a creer a Adán y Eva. Satanás les ha ofrecido a todos la misma mentira, desde los patriarcas de Israel hasta Jesús y sus discípulos. Satanás no es innovador; el diablo sabe que el Creador nos diseñó con necesidades, por lo que él trabaja para que nos deleitemos en otras cosas que no sean Dios. Satanás es el arquitecto del curso de este mundo, esa fuerza gravitacional diseñada para reforzar la ilusión pagana de que no hay forma en que la vida pueda llegar a ser más que comida y vestimenta; de que solo los idiotas renuncian a los tesoros terrenales por los tesoros celestiales; de que el verdadero tonto que debe dar pena es aquel que no se preocupa por el mañana; de que aquellos que buscan el reino de Dios y su justicia serán dolorosamente decepcionados. Por lo tanto, siguen llegando invitaciones para que participemos en el drama del consumismo en vez de participar de la redención. Si el consumidor está entrenado para consumir cosas temporales, continuará deseando su próxima dosis. Si el consumidor puede identificar en sí mismo aspectos que le muestren que él encarna lo que las imágenes le prometen, estará satisfecho por el momento. Imitamos al ídolo, desesperado y hambriento. La oscura ironía del consumismo es que somos nosotros los que estamos siendo consumidos. Cuando el dios de este mundo influye en nuestras necesidades y aparta nuestra esperanza de Dios mismo, indirectamente entorpece nuestra obediencia a la Gran Comisión. ¿Cuántos misioneros han sido retenidos por las cortas ataduras del consumismo? “No nos alcanza para ir”. ¿Cuántos presupuestos de iglesias se han reducido por una miopía consumista? “No nos alcanza para dar”. ¿Cuántas familias han sido limitadas por un cálculo consumista de sus gastos? No podemos tener más hijos porque no tenemos cómo sostenerlos”.  ¡Más grande, mejor, más nuevo y más rápido! La seducción del consumismo ahoga la promesa segura de Jesús: “… y, ¡recuerden! Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28:20).

Jesús terminó con el dominio del consumismo

¿Cómo rechazamos la invitación a participar de la historia del consumismo en nuestras vidas? ¿Es el minimalismo una respuesta? En nuestra lucha contra consumir más cosas, un acercamiento minimalista podría ayudar a quitar la ambición, pero necesitamos que los afectos de nuestro corazón sean redirigidos a Cristo. Incluso un estilo de vida enfocado en el “menos es más” puede convertirse en lo que nuestro corazón más anhela. Nuestro fervor por el minimalismo también puede ser consumista.

En la fuente de agua viva encontraremos la satisfacción que buscamos. Es ahí donde se nos invita a saciarnos y a mantenernos bebiendo de esa agua. Ten un banquete con el pan de vida. ¡Consume más y más de Cristo! Jesús tomó nuestro deseo pecaminoso por las cosas y lo venció en la cruz. El consumismo ya no tiene derecho a reclamar nuestros afectos. Nuestra primera defensa contra la búsqueda idólatra del placer está en despertar un hambre más apasionada por Jesús. También podemos dejar de esperar que nuestro dinero nos rinda tan insignificantes ganancias. Podríamos decir muchas cosas más sobre esto. Cenas, ropa y casas, en realidad, son ministerios estratégicos de la nueva creación dados por Dios para nosotros. En manos de los ministros de reconciliación, los sándwiches de atún pueden dar un fruto que perdura por la eternidad. El sufrimiento continuo de querer cosas no puede destruirte, porque Cristo derribó a tu ídolo del consumismo en su cruz. Tú y tus hijos no sufrirán escasez cuando confíes en él. La misión de Cristo de glorificarse a sí mismo también es tu misión. Él se deleita en liberarnos del consumismo idólatra para que podamos mostrarle al mundo que él es suficiente.
Gloria Furman © 2015 Desiring God Foundation. Usado con permiso. | Traducción: María José Ojeda
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Diez cosas que debes saber sobre la maternidad
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Diez cosas que debes saber sobre la maternidad

El siguiente extracto ha sido traducido a partir del blog publicado originalmente en inglés por Crossway.
 1. La maternidad es una evidencia de la misericordia de Dios
La Biblia nos enseña que Dios hizo a los seres humanos para ser portadores de su imagen. Les dio a Adán y Eva el deber monárquico de llenar la tierra con más portadores de la imagen del único y verdadero Rey. Cuando nuestros primeros padres desobedecieron a Dios en el jardín del Edén, todos sus descendientes cayeron en pecado junto con ellos. Debido a nuestro pecado, todos merecemos la ira justa de Dios. La vida, por tanto, es un regalo inmerecido de Dios, algo que no puede darse por sentado ni tampoco rechazarse. La maternidad es una evidencia de que Dios es paciente con nosotros y no desea que nadie perezca, sino que todos se arrepientan.
2. La maternidad es un regalo incluso cuando nuestros sentimientos no están de acuerdo
Aun cuando creemos la enseñanza bíblica de que la vida es un regalo inmerecido, a menudo tratamos la presencia de vida como el regalo que no pedimos. Los platos sucios en el fregadero o la ropa sucia en el canasto —que evidencian la provisión de Dios para bocas hambrientas y cuerpos desnudos— se convierten en una carga. Los llantos de un bebé en la noche o la voz gritona de un niño —que evidencian la gracia de Dios para sustentar la vida en este mundo enfermo de pecado— se convierten en un fastidio. Nuestros cambiantes sentimientos sobre el regalo de la maternidad deben someterse a la verdad de Dios.
3. La maternidad es una acción
Ya sea que tengamos cero hijos biológicos o doce, la cantidad de oportunidades que tenemos para criar a otros y cuidarlos maternalmente en la fe es abrumadora. Actuar como madres es una labor de las madres adoptivas, las madres tutoras, las madres biológicas y las mujeres que discipulan. La obra de crianza de la maternidad no se restringe solamente al parto biológico.
4. La maternidad es más de lo que puedes soportar
Probablemente has escuchado la frase, “Dios no te dará más de lo que puedas manejar”. Las madres saben que esto no es verdad, pues criar hijos para la gloria de Dios siempre es más de lo que puedes manejar. Enseñamos a nuestros hijos a cantar que “somos débiles, pero él es fuerte. Sí, Cristo me ama”, y vivimos esas verdades. Nuestra suficiencia viene de Cristo, por medio de su evangelio, para la alabanza de su gloriosa gracia. La confianza que una madre deposita en Cristo con oración muestra al mundo que es él quien está obrando, de modo que él se lleva la gloria y no nosotras.
5. La maternidad no es una pérdida
Si la crianza que llevas a cabo es un trabajo alegre dedicado al Señor Jesús, ¿podemos decir que es una pérdida en el sentido de que perdemos algo mucho más valioso para nosotras? Ciertamente, las madres pierden cosas: autonomía, fuerza física, sueño, dinero, tiempo. Sin embargo, ¿realmente queremos esas cosas de vuelta teniendo en cuenta que Cristo las suple por medio de su suficiencia? Con el gozo de Cristo como nuestra fortaleza, podemos regocijarnos en que las mil muertes diarias de nuestro yo están a nuestro servicio —como parteras que nos traen ganancia; un eterno peso de gloria—. Como madres pensamos que somos nosotras las que servimos, pero en realidad estamos siendo servidas a medida que Dios usa la maternidad para hacernos más semejantes a su Hijo.
6. La maternidad da gloria a Jesús y resuena por la eternidad
Día y noche, mientras conducimos al trabajo, escribimos un informe, sentimos las pataditas de un bebé en nuestro vientre, dormimos tranquilamente o quitamos el hielo de nuestra terraza, la sala del trono celestial resuena con una incesante alabanza al Cordero que fue inmolado. Nuestra obra de crianza hecha para Jesús es parte integral de la nueva creación que está llegando. Cuando una mamá tiene su agenda llena de quehaceres, un corazón lleno de preocupaciones y sus manos ocupadas, necesita recordar que su trabajo hecho para Jesús es parte integral del reino que está entrando a esta vieja era. Toda la tierra será llena de su gloria.
7. La maternidad es misional
La intención divina de que las mujeres críen vida está alineada con la Gran Comisión. La obligación del pueblo de Dios no es simplemente llenar la tierra de bebés, sino multiplicar los portadores fieles de la imagen de Dios por medio de la procreación y el discipulado: hacer discípulos de todas las naciones.  El mensaje divino de paz por medio de Cristo suena en nuestros oídos y enciende nuestros corazones. En un amor impulsado por la gracia, vivimos en una misión rogando a nuestros hijos y a quienes nos rodean que se arrepientan de sus pecados y adoren al Cordero que dio su vida por ellos.
8. La maternidad desafía al miedo
Existen muchas cosas que pueden asustarnos en este mundo; suficientes como para hacer que, en primer lugar, una mujer nunca quiera ser madre, y luego, para que una mamá se encierre con sus hijos en la casa y nunca vuelva a salir. A pesar de lo que digan los titulares de las noticias, existe una noticia que cambió todos los titulares para siempre: ¡Él ha resucitado! La maternidad no se trata de refugiar a nuestros hijos; se trata de mostrarles a Cristo, su refugio en la tormenta. Jesús murió y resucitó; nos libró de la esclavitud al pecado y garantizó nuestra resurrección. Esto significa que somos libres para seguirlo sin temor. Las mamás pueden seguir a Jesús a donde sea que él las lleve, y hacer lo que él hace: criar vida desafiando a la muerte.
9. La maternidad nos recuerda nuestra necesidad de gracia
Recuerdo que, cuando era estudiante universitaria y una nueva creyente, una mamá  primeriza me dijo que las dos relaciones más santificadoras en su vida eran las que tenía con su marido y con su hijo. La parte de su hijo me confundió; “¿cómo un hijo podía ser santificador?”. Mi confusión sobre esta idea comenzó a aclararse cuando quedé embarazada de nuestro primer hijo. Nuestros días y noches estaban repletos de oportunidades para recordar nuestra necesidad conjunta de la gracia de Dios que fluye hacia nosotros gratuitamente por medio de la cruz de Jesucristo. Cuando vemos lo débiles y pecadores que somos, se nos recuerda que necesitamos la gracia. Cuando vemos lo débiles y pecadores que son nuestros hijos, se nos recuerda que ellos necesitan la misma gracia.  Aunque parezca que nosotros (mamás e hijos) tenemos necesidades diferentes (por ejemplo, una mamá necesita más café; los niños, crecer), el evangelio nos recuerda que nuestra mayor necesidad es, en realidad, la misma: todos somos pecadores necesitados de gracia. Los días y las noches de crianza de nuestros hijos nos dan docenas de oportunidades para recordarnos a Cristo los unos a los otros.
10. La maternidad se trata de un hombre: Jesús
Sé que a veces pareciera que la maternidad es eterna (por alguna razón este sentimiento brota cuando estoy planchando). Aun cuando nos sintamos así, la Escritura nos dice que no hay dos días, ni dos viajes en automóvil compartido, ni dos visitas al doctor ni dos rutinas de irse a la cama que sean iguales. La historia se dirige hacia algún lado y hay un día designado para el fin de esta era. La maternidad no es eterna, Cristo lo es. Toda la carrera que hacemos en nuestro trabajo diario es tan solo una fracción de la urgencia que pende sobre ese día. Pronto, el Hijo del Hombre vendrá con sus ángeles en la gloria de su Padre. ¡Qué día de regocijo será para cada tribu, lengua y pueblo que espera con ansias el regreso de Cristo! ¡Y qué angustia será para aquellos que no están en él! Puesto que vamos camino a ese día, al ocuparnos en la crianza de nuestros hijos podemos dedicarnos a lo que haremos de aquí a treinta trillones de años: ver y disfrutar de Jesús.
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Mamás en casa a tiempo completo: lo que todo esposo debe saber
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Mamás en casa a tiempo completo: lo que todo esposo debe saber

Un gurú en liderazgo transmitió su podcast en internet que trataba sobre cómo aumentar la productividad en el trabajo.

Él decía que una de las claves para la productividad era saber cuándo parar de trabajar. Argumentaba que si trabajas más de 55 horas a la semana, entonces era posible que perdieras efectividad. Después de llegar al punto de trabajar pasando la efectividad máxima, tu trabajo comenzará a perder cohesión. ¡Las demandas de una larga semana de trabajo pueden terminar en caos! Ser una mamá en casa a tiempo completo es mucho más que una larga semana de trabajo; es la vida. No podemos simplemente marcar tarjeta después de 55 horas de trabajo. Todo esposo debe saber que las madres en casa a tiempo completo tienen batallas épicas contra el caos. Estas batallas pueden venir en forma de peleas entre hermanos, emergencias de manutención, dramas en la escuela, batallas con el presupuesto, saltos en el programa, tensión en las relaciones y más. No obstante, es fácil lidiar con estas cosas. Las mamás en casa a tiempo completo son capaces de resolver problemas creativa e ingeniosamente. Tenemos la capacidad de dominar incluso en medio de la pesadilla más horrorosa de todas las tareas que hay que hacer. Cuando la esperanza de estas madres está en el Dios que resucitó de la muerte, entonces pueden sonreírle al futuro. Ellas saben que su redentor vive y que están trabajando gozosamente para su gloria aun en medio del caos externo. Sin embargo, existe otro tipo de caos: el interior. Ninguna mamá en casa a tiempo completo debiese lidiar con el caos interior en sus propias fuerzas. Ella necesita estar rodeada por otras mujeres piadosas cuya esperanza esté en el Señor. ¡Y necesita la ayuda de su esposo también! El horroroso caos interior en el alma de una mamá en casa puede llevar a una mujer a hacer cosas que nunca ha querido hacer. Una mujer que se deja guiar por el caos interior hará cosas como hacerles la ley del hielo a sus hijos, manipular a sus amigas, obtener una úlcera por la preocupación del presupuesto familiar o menospreciar el duro trabajo de su marido. El caos interior de nuestra alma empeora el exterior que es manejable. El caos exterior de pronto se transforma en algo incontrolable. Las mujeres competentes y seguras de sí mismas que se ocupan de la casa pierden sus nervios de acero. Aunque sea “sólo” un salto en el programa, o un contratiempo con la disciplina de un hijo, o un pedazo quemado de pan de ajo, se transforma en algo más grande en nuestros corazones. La escurridiza “paz como un río” es más como un huracán de ansiedad, de amargura, de desánimo o de descontento de categoría cinco. Esposo, cuando puedas, por favor, entra en el caos externo y ayuda a tu esposa a apagar algunos incendios. Entonces, cuando el humo se haya ido (o incluso si aún persiste), deja que el Espíritu te guíe para entrar a su caos interior también. ¡Esposos, animen a sus esposas! Háganles preguntas a sus esposas para que puedan comprenderlas mejor. Identifíquense con ellas y empaticen. En el tiempo que el Espíritu les diga, díganles la verdad en amor. Recuérdenles que existe una herencia que es imperecedera, incorruptible e inmarcesible guardada en el cielo para ellas. Muéstrenles cómo, en Cristo, Dios reconcilia al mundo con Él mismo. En Cristo, Él no contará sus pecados en su contra. Si Dios no cuenta los pecados de ellas en su contra, pueden comenzar a gloriarse en su debilidad por causa de Cristo. La esperanza más perdurable que le puedes dar a tu esposa es que se gloríe en el mediador entre Dios y los hombres. Tu esposa necesita que la ayudes a recordar la gracia futura que está garantizada para ella por la preciosa sangre de Jesús. Gloríate en el amor que cubre una “multitud de pecados” y redime todo nuestro caos interior. Maravillarse juntos de cómo Jesús murió para hacerlos santos levantará el alma de tu esposa más alto que tus halagos por la cena que ella preparó (pero no olvides halagarla por el pan de ajo que hizo). Evangelio, pan de ajo; después, más evangelio.
Gloria Furman © 2015 Desiring God Foundation. Usado con permiso. | Traducción: María José Ojeda
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Recuerda la gracia venidera
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Recuerda la gracia venidera

Cuando estaba embarazada de mi primer hijo, parecía que todas mis preocupaciones estaban envueltas por el misterio de lo desconocido. Ahora, con nuestro cuarto bebé en camino, incluso en medio de la eufórica felicidad y del agradecimiento por esta nueva vida, las preocupaciones entran sigilosamente en mi imaginación como estatuas de piedra acechantes.

Puedo recordar el desafío físico que implicaba llevar a un bebé dentro de mí mientras cuidaba de mis hijos pequeños y servía a mi esposo que lucha contra un dolor crónico. Como asistente de parto, cuando apoyo a mujeres al dar a luz, recuerdo cómo se siente eso. Recuerdo cómo se siente estar física y emocionalmente agotada al final del día, sabiendo que una larga noche estaba por llegar. Si me llamaras por teléfono en este preciso instante para ponernos al día y conversar sobre las "novedades" de mi vida, podría recitarte de una sola vez todas las cosas que me preocupan. Los desafíos que enfrentaré en el futuro son reales, pero necesito meditar en la gracia de Dios en Cristo que es la realidad más perdurable en la que viviré.

Fundamentos firmes

Dios ha preparado un fundamento firme para mi fe en su maravillosa palabra. En lugar de repetirme las circunstancias en las que estoy, puedo recordarme a mí misma las promesas reales de Dios. Por la gracia de Dios, en el pasado, he podido experimentar la dulzura de su fidelidad, lo que alienta mi esperanza en su fidelidad en el futuro. Quiero que estas verdades sean las que se vengan a mi mente en primer lugar y que su inmensidad e importancia ocupen mi corazón de tal forma que ni un solo murmullo de mentira pueda entrar en él. A menos de que intencionemos mucho la meditación en estas verdades (que muestran el amor de Dios), éstas se alejarán de nuestros pensamientos como sueños borrosos que ya no recordamos por la mañana. Esta es la razón por la que Lutero dijo que debemos "prestar atención para recibir el amor y la bondad de Dios, y con el fin de poner en práctica día a día nuestra fe en ello, no dar cabida a ninguna cosa que nos haga dudar del amor y de la bondad de Dios". (Elyse Fitzpatrick, Because He Loves Me). Cuando la verdad del amor de Dios se aleja de mis pensamientos, la mentira que tiendo a creer pone en duda la disposición de Jesús para ayudarme. En esos momentos en especial es que necesito el bálsamo del evangelio para recordarme nuevamente cómo Dios me mostró su amor cuando aún era una gran pecadora (Ro 5:6-8).

Un “sí” que resuena por los siglos

Cuando Jesús vio que se acercaban los días para ser llevado al cielo, él se hizo el firme propósito de ir a Jerusalén (Lc 9:51). Él sabía lo que le esperaba en ese lugar: una cruz. Aun así, él dijo que “sí” enfrentando la cruz, dejando de lado la vergüenza y anticipando el gozo que tendríamos; un “sí” que resuena por los siglos; Jesús realmente está dispuesto a salvarnos. En lugar de tratar de agregar horas a mi vida cuando enfrento mi lista de ansiedades, necesito meditar en la verdad que da vida: Jesús aseguró por medio de su obra en la cruz que aquellos que creyeran en él tendrían un lugar irrevocable dentro de la familia de Dios. La gracia venidera de Dios está amarrada a la realidad presente de esa adopción. “Queridos hermanos, ahora somos hijos de Dios, pero todavía no se ha manifestado lo que habremos de ser. Sabemos, sin embargo, que cuando Cristo venga seremos semejantes a él, porque lo veremos tal como él es” (1 Jn 3:2). Ahora, nuestros temerosos corazones pueden encontrar seguridad.

Maná para mamás

Lo desconocido de nuestras futuras circunstancias terrenales puede amenazarnos con agobiarnos; sin embargo, la realidad para aquellos que están en Cristo Jesús consiste en que el futuro está creciendo junto con el reino de Dios que ha estado preparado desde la creación del mundo (Mt 25:34).
Tu futuro incluye el maná, pues es algo que vendrá. No tiene sentido pensar en supuestos ahora, porque Dios hará más de lo que esperas. Cuando entiendes que el plan de Dios es darte gracia en el futuro, tienes acceso a lo que se puede decir que es la pomada más potente que Dios nos da contra el miedo (Ed Welch, Running Scared).
¿Quién tiene más disposición a ayudar a sus hijos que nuestro Padre celestial? Su amor inalterable es mejor que la vida (Sal 63:3). Él se acerca a nosotros acorde a su gran misericordia (Sal 69:16). “El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no habrá de darnos generosamente, junto con él, todas las cosas?” (Ro 8:32). Este es el tipo de amor que no nos deja ir. La determinación indomable e inquebrantable de amarnos mantiene nuestros corazones anclados en su gracia hoy, mañana y por la eternidad.
Gloria Furman © 2015 Desiring God Foundation. Usado con permiso. | Traducción: María José Ojeda
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Jesús estará conmigo hasta eI fin del mundo (y hasta que termine el planchado de esta semana)
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Jesús estará conmigo hasta eI fin del mundo (y hasta que termine el planchado de esta semana)

Las madres reciben suficiente ayuda genuina para amortiguar el impacto que la vida real tiene en ellas. Desconocidos, amigos, blogs y libros nos ofrecen ánimo sincero y sin reservas. Recuerdo una ocasión hace unos años cuando estaba comprando una caja de ropa interior para niños pequeños. El vendedor de la tienda me sonrió y me dijo, “cuando comienzas a enseñarles a tus hijos a ir al baño, vas a sentir como si hubiese orina en todas partes; pero, no te preocupes, no estás sola”. La mujer que estaba detrás de mí en la fila dijo, “¡totalmente de acuerdo!”. No hay duda de que saber que no estamos solas nos anima de alguna manera. Los creyentes en Cristo están rodeados por “una multitud tan grande de testigos” que viven por fe; sus vidas son un testimonio de la mayor gracia y la más grande paz. La gracia y paz que estos hombres y mujeres conocen los sostienen cuando atraviesan por pruebas dolorosas e incluso por experiencias terribles que pueden afectar su salud. Dios les ha dado ojos de fe para fijar su mirada en nuestro Cristo quien por el gozo puesto delante de él soportó la cruz, despreciando la vergüenza, por lo que fue exaltado sobre todas las cosas y se ha sentado a la diestra de Dios. A Cristo se le ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra, por lo que nos ordena ir a la batalla y nos garantiza con absoluta seguridad que él está siempre con nosotros —incluso hasta el fin del mundo (Mateo 28:10)—. Por lo tanto, no estamos solas.

En lo pequeño

No suelo enfrentar muchas situaciones que pongan en peligro inminente mi cuerpo o mi alma. Es más probable que me tope con una pelea entre mis hijos o que cuando vaya recorriendo mi casa me encuentre con alguna especie de monumento en memoria de las tareas del hogar que dejé para última hora. Es tentador considerar que la presencia de Dios sólo está presente en “las cosas importantes”. Aunque sé que mi trabajo en casa es hacer discípulos para exaltar la gloria de Dios en las naciones, la actitud despectiva de mi corazón respecto al trabajo repetitivo de la vida normal revela las dudas llenas de temor que hay en mí: ¿le importa esto al Señor? ¿Está él conmigo? A menudo repito la oración que Pablo hace por los efesios como si fuera para mí y para otros que necesitan ser animados. ¡Qué alegría nos traerá la certeza que tendremos a medida que el Señor ilumine los ojos de nuestros corazones para que sepamos a qué esperanza nos ha llamado y conozcamos las riquezas de su gloriosa herencia entre los santos (Efesios 1:8)! ¡Podemos tener una paz abrumadora al saber y confiar que la presencia estable de Cristo en nuestras vidas nunca se verá socavada por nuestras dudas confusas y cambiantes! Mientras servimos a los propósitos de Cristo de hacer discípulos, Jesús no está ausente de nuestras vidas normales llenas de quehaceres domésticos. Si él está contigo hasta el fin del mundo… … entonces estará contigo hasta que embales la última caja necesaria para cambiarte de casa. … entonces estará contigo hasta el final de un noviazgo que culminará (¡al fin!) en un matrimonio que exalta a Cristo. … entonces estará contigo hasta que los trámites de adopción estén listos, cuando el juez diga, “¡felicidades!” … entonces estará contigo hasta el fin de un año escolar difícil. … entonces estará contigo hasta que termines de ordenar el tremendo desorden en tu casa que, al verlo, no sabes si reír o llorar. … entonces estará contigo hasta que se acabe ese incómodo silencio que no sabes bien cómo resolver. … entonces estará contigo hasta el final de una larga noche despierta por los cólicos de tu hijo. … entonces estará contigo hasta fin de mes, mientras tu presupuesto no te alcanza para lo que necesitas.

Un tesoro mayor

Lo que marca toda la diferencia en la forma en que vivimos nuestras vidas en la casa es el consuelo que encontramos en la presencia perdurable de Cristo. A través del evangelio de Dios, su poder para salvación, él nos da a Cristo como nuestro mayor tesoro. La sublime gracia de Dios en Cristo Jesús es la esperanza a la que nos ha llamado, y Cristo mismo es nuestra gloriosa herencia. Es gracias a Jesús que nuestras vidas son vasos llenos de bendiciones rebosantes, como John Newton dice en su famosísima composición, Promesas él me dio a mí, Seguras son en él. Mi escudo y porción es él Mientras esté aquí. (Sublime Gracia) “Mientras esté aquí” no es mucho tiempo. Después viene la vida eterna que perdura para siempre. Cristo será nuestro escudo y porción hasta el fin del mundo . . . y hasta que terminemos el planchado de esta semana.
Gloria Furman © 2015 Desiring God Foundation. Usado con permiso. | Traducción: María José Ojeda
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“¡Niños, ustedes saben que eso no se hace!”
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“¡Niños, ustedes saben que eso no se hace!”

“Ustedes saben que eso no se hace”. A veces, digo esto cuando mis hijos hacen algo realmente terrible. “¿Cómo se les ocurre pintarse la oreja con un marcador? Ustedes saben que eso no se hace”. También cuando los regaño, “no se quiten los juguetes entre ustedes. Saben que no se hace”.

Esta frase es educativa, pues quiero recordarles a mis hijos que deben mostrar la madurez que sé que han alcanzado. Lamentablemente, la mayoría de las veces, el tono que uso es altivo e irritable. Si hubiese escrito las cosas que dije en esos momentos, hubiese usado emoticones enojados. En esas ocasiones llenas de frustración, lo que realmente quiero decir con “sabes que eso no se hace” es que en ese instante no hay gracia disponible para mis hijos. En vez de maravillarnos juntos de la gracia que todos necesitamos de Dios, les transmito un poco de la culpa a sus jóvenes consciencias para que carguen con ella.

Acumular culpa y culpar a otros

Mi pecado favorito es culpar a otros cuando me equivoco y éste me lleva a acumular culpa en mí. No quiero aceptar la responsabilidad que tengo al descuidar mi labor de guiar a mis hijos cuidadosamente lejos de los problemas.

Una de esas situaciones ocurrió ayer, cuando envié a mi hija de tres años sola al baño en vez de ayudarla. La intensidad de su tambaleo me indicaba que probablemente iba a ocurrir un accidente si es que alguien no la llevaba a la bacinica inmediatamente. Segundos más tarde, cuando me avisó desde el baño que no había alcanzado a llegar, adivina qué dije. Por la gracia de Dios, no le dije, “eso no se hace”. En vez de reprender a mi hija, me dije a mí misma: “tú sabes que eso no se hace”. “Es mejor”, pensé, “echarme yo la culpa en vez de culparla a ella. ¿Qué clase de madre soy?” Sin embargo, en vez de que ese remordimiento me liberara para servir a mi hija con alegría por el resto de la tarde, mi mente seguía reviviendo ese momento. En lugar de verme obligada por el amor de Dios a criar a mis pequeños hijos que necesitan de mi confianza y dirección constantemente, yo me revolcaba en la autocompasión. Estaba desconectada emocionalmente de ellos y paralizada por la culpa: “¿Qué clase de madre es esta mujer egoísta? ¡Yo sé que esto no se hace!” No obstante, el solo hecho de que yo “sepa que esas cosas no se hacen” no significa que yo viva correctamente o ame perfectamente a mi prójimo. Por esta razón, necesito de la gracia. Si envuelvo mi alma con el parche de falso consuelo de que “sé que eso no se hace” para confirmar que realmente soy perfecta (aun cuando recién olvidé amar a mi prójimo), entonces no me estoy regocijando en el evangelio de la gracia. Estoy diciendo que no necesito de la gracia, sólo necesito que me recuerden que me comporte de la mejor forma que sé que puedo. Sin embargo, el evangelio habla de Jesús, quien es el único que verdaderamente amó a su prójimo. Al contrario, nosotros estamos totalmente corrompidos por el pecado; sin la gracia común de Dios ni siquiera “sabemos comportarnos”. Por medio de la fe en la gracia de Dios que me mostró en la cruz, puedo ver que mi pecado ha sido borrado por la preciosa sangre de Cristo. Como alguien que quiere regocijarse en la sangre de Cristo que cubre todos mis pecados, tengo un par de preguntas que hacerme a mí misma:
  • ¿Por qué trato de pelear para que Cristo me devuelva un poco de la vergüenza que él sufrió en mi lugar?
  • ¿Por qué vuelvo a tomar el peso de mi culpa que Cristo soportó en la cruz, sólo para seguir una sombra de dignidad basada en mi propia justicia?
  • ¿Por qué prefiero apenarme por mi pecado favorito de culpar a otros en vez de caminar en la nueva vida que tengo en Cristo?
  • ¿De verdad pienso que mi pecado está lejos del alcance de la gracia transformadora de Dios?
  • ¿De verdad me atrevo a sugerir que la obra de Cristo en la cruz no es suficiente para cubrir mis debilidades, mis locuras y mis fracasos como madre?
  • ¿De verdad me atrevo a devolverle a Dios su declaración de sentencia —“¡Esta pecadora es JUSTIFICADA!”— para continuar vagando un rato más en el Purgatorio de las mamás?

Segura de mi Garante

Mi seguridad no está basada en “saber cómo comportarme” ni en creer que lo haré mejor si es que se me da la oportunidad. Ni un poco de autocompasión o de buenas intenciones puede eliminar mi pecado ante un Dios santo.

No, tengo un Garante que me representa, alguien que tomó voluntariamente la completa responsabilidad legal por mi gran deuda debido a mi pecado contra Dios. Jesús es mi garante (Hebreos 7:22). Ahora él está ante el trono de Dios —Jesús se sacrificó derramando su sangre por mis pecados, y así intercede para que podamos recibir la gracia de Dios (Hebreos 12:24)—. En él tengo certeza de que hoy recibo su completo perdón y de que mañana habrá más gracia para mí.

Levántate, alma mía, levántate

Decir, “¡cómo pude ser tan tonta!” para autojustificarme es una forma pobre de gracia en nuestras vidas. No me ofrece nada para el mañana, sino que lo llena de culpa.

Pero las noticias liberadoras del evangelio dicen que Jesús nos amó perfectamente en la cruz y que redime nuestros errores . . . estas son noticias de otro tipo: son buenas noticias. Ahora con gozo lleno de fe, podemos regocijarnos en Dios cuando pensamos en “¡cómo pudimos ser tan tontas! ¡Miren la gracia que él nos ha mostrado por medio de su Hijo!” La sangre de Jesús nos perdona nuestra gigantesca deuda por el pecado, y nos libra de las cadenas de la ilusión de nuestra propia justicia. Somos libres para andar en el amor de Dios y para amar a nuestro prójimo con la fortaleza que él entrega. Podemos cantar con Charles Wesley, “¡Levántate, alma mía, levántate; líbrate de tus miedos y culpas y levántate!” Cuando nos levantemos, lo haremos con Dios, acercándonos a su trono con confianza para pedir la gracia que se nos ha garantizado en Cristo. Entonces, por la gracia de Dios podemos extender esa gracia a nuestros hijos.
Gloria Furman © 2015 Desiring God Foundation. Usado con permiso. | Traducción: María José Ojeda
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La maternidad misional
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La maternidad misional

El urgente llamado al arrepentimiento y a creer en el mensaje del evangelio resuena alrededor de todo el mundo. El evangelio se está predicando en lejanas selvas donde aviones misioneros deben aterrizar entre la vegetación; en cafeterías construidas en medio de arquitectura medieval; en lujosas boutiques de centros comerciales; y en destartalados taxis que avanzan lentamente por calles congestionadas de ciudades sobrepobladas. Cuando escuchamos historias de “héroes misioneros”, nuestros corazones se llenan de gratitud por la obra que el Espíritu de Dios está haciendo en el mundo. Oramos por aquellos que están dispuestos a ir a las naciones y alegremente los apoyamos financieramente para que sean enviados. Un día una mujer que acababa de ser mamá me dijo con un suspiro, “quiero ‘ir’, pero me temo que a lo más lejos que puedo ‘llegar’ (ida y vuelta) en estos días es a la cuna del bebé”. A veces las madres ven el ministerio con sus hijos como algo insignificante cuando lo comparan con otros ministerios. Después de todo, miles de personas se reúnen en teatros al aire libre y se alegran al escuchar las buenas noticias. Debido a que la maternidad es misional, existe algo de valor eterno que está tomando su lugar en el reino de lo invisible. Es cierto, existen momentos en que lo único animante que una mamá escucha es cuando la tapa de un envase de helado se abre de golpe en la cocina. Sin embargo, a medida que madres comparten el evangelio con más almas de las que podamos contar y crían con fe a la próxima generación, el aplauso celestial resuena en la eternidad.

Misiones, maternidad y Segunda de Corintios

En 2 Corintios 4, podemos encontrar cuatro razones específicas para animarnos en nuestra maternidad misional.
1. Recordamos que somos vasijas de barro
Ni una sola madre puede afirmar saberlo todo. Ser frágiles y simples vasijas de barro significa que somos libres de disfrutar y de apropiarnos de la gracia suficiente de Dios y mostrarle al mundo que “tan sublime poder viene de Dios y no de nosotros” (ver 2 Corintios 4:7-10). Somos libres para dejar de fingir que somos madres autosuficientes, puesto que el poder de Cristo se perfecciona en nuestra debilidad. En lugar de eso, podemos “gustosamente hacer alarde de nuestras debilidades para que el poder de Cristo permanezca en nosotras” y estimule nuestro contentamiento (2 Corintios 12:9-10).
2. Aprendemos a imprimir la eternidad en nuestros ojos
Esta frase pareciera hacer alusión a una especie de lentes de contacto muy elaborados, pero en realidad viene de una oración que se le atribuye a Jonathan Edwards. La maternidad misional es un trabajo a largo plazo que va mucho más allá de la última compra de pañales. La perspectiva que necesitamos ve más allá de todos los hitos terrenales de la vida de nuestros hijos y mira hacia la eternidad. Los ojos de nuestros corazones están fijos en lo perdurable “sabiendo que aquel que resucitó al Señor Jesús nos resucitará también a nosotros con él y nos llevará junto[s] … a su presencia” (2 Corintios 4:14). La eternidad nos recuerda que nuestros hijos no son “simples mortales”, como C.S. Lewis describe en su ensayo “El peso de la gloria”. Más bien, cada ser humano es un portador de la imagen de Dios con un alma eterna. La maternidad es misional pues ninguna mamá jamás le ha enseñado a un simple mortal que las “manos son para ayudar y no para golpear”, limpiado la cara sucia con comida de un simple mortal, orado por un simple mortal antes de ir a la escuela o escuchado a un simple mortal contar una interminable historia sobre una paloma en el balcón. La eternidad significa que la crianza es un gozo enorme lleno de asombro.
3. Pensar que la gracia de Dios alcanza a más y más personas nos pone la piel de gallina
En la maternidad misional sabemos muy bien que estamos criando vida frente a la muerte. En este mundo envuelto con olor a muerte y deteriorado con las reprochables marcas del pecado, la gracia, la gratitud y la gloria no son cosas triviales ni ideas trilladas. El objetivo de todo nuestro trabajo es que “la gracia que está alcanzando a más y más personas haga abundar la acción de gracias para la gloria de Dios” (2 Corintios 4:15). Nuestro trabajo como madres es glorificar a Dios, quien envió a su Hijo para llevar a cabo su poderosa obra en la cruz en nuestro lugar, y así pagar el castigo justo que debíamos enfrentar por nuestros pecados. Nuestra feliz misión en este mundo caído es recibir humildemente la gracia de Dios e invitar a nuestros hijos a compartir nuestra alegre gratitud por lo que Jesús ha hecho en la cruz.
4. Bromeamos diciendo que nos mantenemos jóvenes cuando cumplimos años; sin embargo, nos reímos porque tenemos algo mejor
Al mismo tiempo que nuestro “exterior” experimenta la inevitable entropía de la edad, Jesús está renovando nuestro “interior” día a día (2 Corintios 4:16). El mejor lugar para encontrar esta fuerza renovadora es en la Palabra de Dios. Por sobre todos los útiles consejos para ser madres, es mediante la Biblia que recibimos sabiduría de lo alto. Las mamás saben que necesitan estar cerca de Dios y simplemente entender cuán cerca él está de ellas. Es por medio de su Palabra que “Dios se acerca a su pueblo diariamente, no desde lejos, sino desde cerca. En ella, él se revela a sí mismo día a día … las Escrituras son la continua comunicación entre el cielo y la tierra, entre Cristo y su iglesia, entre Dios y sus hijos. No nos ata simplemente al pasado; nos liga al Dios vivo de los cielos. Su Palabra es la voz viva de Dios” (Bavinck, RD 1:385).

La banda sonora del cielo

La maternidad misional está acostumbrada a todo el estrés, la ansiedad, los problemas y el dolor que provoca criar vida enfrentando la muerte, además de morir al yo cada día. Sin embargo, vemos con fe un destello de algo brillante que afirma el alma —un “peso de gloria”— (2 Corintios 4:17). Ese peso es mucho mayor que el niño de doce kilos que insiste en subirse al mesón y sigue atascándose. En todo el mundo, es sólo por la gracia de Dios que las mamás pueden criar las almas de los más pequeños mientras la banda sonora del cielo suena en nuestros corazones: “¡La salvación viene de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero!... ¡Amén! La alabanza, la gloria, la sabiduría, la acción de gracias, la honra, el poder y la fortaleza son de nuestro Dios por los siglos de los siglos. ¡Amén!” (Apocalipsis 7:10, 12).
Gloria Furman © 2015 Desiring God Foundation. Usado con permiso. | Traducción: María José Ojeda
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La sumisión de la esposa en el plan cósmico de Cristo
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La sumisión de la esposa en el plan cósmico de Cristo

«Creo que las esposas deben someterse a sus esposos, como tú también. ¿Te das cuenta? Somos iguales».

Sin embargo, mi vecina estaba equivocada. Por otro lado, su argumento es bastante común. En este tiempo viviendo en el extranjero, a menudo escuchamos que las personas llegan a la misma conclusión cuando comparan los valores tradicionales conservadores de las religiones del mundo. «¿Te das cuenta? Somos iguales». Al comenzar nuestra vida en Dubái fui confrontada con esta pregunta: «¿cómo puedo ayudar a mi vecina a ver que la esperanza que yo tengo es diferente a la que ella tiene si mi sometimiento a mi esposo le parece ser “igual al de ella”?». En vez de estar de acuerdo con que todas nuestras virtudes y valores conservadores son señales en diferentes calles que suben a la misma montaña, veo una oportunidad para defender mi fe con delicadeza y respeto. La Biblia define el sometimiento de una esposa a su marido de tal forma que describe su motivación, su manera y su propósito para hacerlo como algo particular y únicamente cristiano. Además, me gozo y amo compartir el plan cósmico de Cristo para que Él sea exaltado como cabeza sobre todas las cosas; es maravilloso ver cómo esto moldea la forma en que yo veo la sumisión a mi esposo.

La sumisión de una esposa en la visión panorámica de la Escritura

La muerte sustitutoria de Jesucristo, su resurrección de entre los muertos y su posterior exaltación sobre todo nombre cambian la forma en que vemos los roles dentro del matrimonio porque, en realidad, lo cambia todo. Ni las esposas ni los esposos pueden entender sus respectivos llamados al sometimiento y el liderazgo que encontramos en Efesios 5:21-24 sin primero someterse al Cristo que gobierna el cosmos de Efesios 1:9-10 y 1:20-23.

Andreas J. Köstenberger lo explicó de la siguiente manera:
En la medida en que un matrimonio se vea a sí mismo como parte del movimiento escatológico global que va a «reunir todas las cosas en Cristo» (Efesios 1:10), experimentará satisfacción y compartirá la perspectiva del matrimonio que Pablo presenta en el pasaje que estamos analizando (Efesios 5:28-32).
Cuando considero la sumisión como algo inferior a una participación sincera en el plan de Jesús de ser cabeza de todas las cosas, mi visión de la sumisión está distorsionada. En esta visión distorsionada, glorificar a mi marido sobre todas las cosas se convierte en mi objetivo —y es algo que no puedo cumplir—. La motivación y el propósito de mi sumisión, cuando se aplica de esta forma equivocada, se centran en el esposo. Entonces, mi actitud reticente y mi amargado respeto hipócrita al liderazgo de mi esposo demuestran cuán rápido desvío mi mirada de los propósitos de Cristo en el mundo y en mi hogar.

La sumisión correcta

Los argumentos a favor de la sumisión basados en el pragmatismo y la tradición se quedan cortos a la hora llevarme a depender de la gracia futura y no consiguen en infundir gozo en su aplicación. He visto cómo mi corazón se llena de esperanza y asombro al meditar en la teología panorámica de los planes cósmicos de Dios e incluso se hace tangible para mí.

La forma en la que veo mi vida en casa ha cambiado al considerar la sumisión a mi esposo como parte del gran plan de Dios. Debido a que ninguna autoridad en la tierra está por sobre la autoridad de Jesús, la sumisión no significa que siempre debo seguir cada decisión que mi marido toma. Es más, la autoridad de un esposo se limita a aquellas áreas que agradan a Cristo (es decir, la esposa no está llamada a seguir a su marido cuando signifique hacer algo pecaminoso o a simplemente aguantar sus comportamientos pecaminosos). He sido bendecida con un esposo piadoso, pero aún hay instancias en las que siento que someterme a él es difícil. En esos momentos, recuerdo que mi sumisión a él debe ser como a Jesús (como la sumisión de la iglesia). El liderazgo y gobierno de Jesús sobre mí es desinteresado y con forma de cruz, por lo que puedo confiar en el Señor en esos momentos y exaltar a Jesús sometiéndome al liderazgo de mi esposo que honra a Cristo. ¡Qué hermosa gracia le ha dado Dios a las esposas de participar en su plan de reconciliar todas las cosas en Él! (1Co 15:28). Meditar en el gobierno de Jesús sobre el cosmos también le da importancia a mi testimonio sobre el máximo valor de Jesucristo tanto a nivel terrenal en mi hogar como a nivel cósmico. Por gracia y por medio de la fe, mi sumisión es un intento de exaltar a Cristo mientras nuestros hijos y vecinos observan y (si Dios quiere) notan una diferencia.

La motivación, la manera y el propósito claramente cristianos de la sumisión de una esposa

Mientras una esposa cristiana se deleita en el Señor y se somete a su marido por fe, ella puede descansar al saber que es Dios mismo quien está obrando en ella, tanto para anhelar su buena voluntad como para trabajar por ella. La buena voluntad de Dios de exaltar a Jesús sobre todo nombre inunda nuestros corazones cuando lo hacemos nuestro tesoro. Nos regocijamos en la misericordia de Dios para los esposos y las esposas pecadores, ya que «todo lo sometió bajo sus pies, y a Él lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que lo llena todo en todo» (Ef 1:22-23).

Mientras que muchas culturas alrededor del mundo basan sus creencias en la sumisión de la esposa a su marido en sus propias tradiciones sociales, desigualdad de género, pragmatismo y religión, las declaraciones del cristianismo ponen nuestra perspectiva en un punto diferente. A medida que leemos la Palabra de Dios, la motivación, la manera y el propósito de la sumisión de la esposa a su marido son claramente cristianos. La sumisión cristiana está cimentada en la premisa escatológica de la supremacía de Cristo sobre toda la creación. Cristo está reordenando el cosmos y esto incluye restaurar el diseño original que Dios le dio al matrimonio antes de la caída. La manera en que se lleva a cabo esta sumisión es exclusivamente por gracia a través de la fe a medida que una esposa cristiana es guiada y fortalecida por el Espíritu Santo. El propósito de la sumisión de una esposa a su marido siempre es exaltar a Cristo, la Cabeza, que está «muy por encima de todo principado, autoridad, poder, dominio y de todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo sino también en el venidero» (Ef 1:21). Jesús sostiene y mantiene el universo por medio de su palabra y su poder. Todo lo creado existe en Él, para Él y por medio de Él. Con Jesús como nuestra piedra angular (Ef 2:20), somos llamados a salir del mundo para ser parte de la familia de Dios en Cristo por el Espíritu. Por gracia somos injertados «en Cristo» y llamados a someter nuestras vidas a su Reino que está sobre todas las cosas. Toda la vida se convierte en un sacrificio de alabanza a Jesús y su gloriosa gracia por toda la eternidad, incluyendo la sumisión de una esposa a su propio marido.
Gloria Furman © 2015 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso.
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No desprecies el día de las cosas pequeñas

Hoy fue un día de cosas pequeñas.

Excepto por el incidente del pañal. Eso fue bastante épico. Y la lucha con esa hija que necesitaba completar su hoja de ejercicios para el kinder. Mi respuesta pecaminosa convirtió innecesariamente el asunto en algo mucho más grande. Luego, en medio de todo eso, tuve ese oscuro y venenoso pensamiento de que estaría más feliz haciendo otra cosa o siendo otra clase de persona. Es, por así decirlo, un antiguo pensamiento de tipo «genético»; fue susurrado en los oídos de nuestros primeros padres. La astuta serpiente plantó una semilla de escepticismo en la mente de la mujer: «¿Es verdad que Dios les dijo que no comieran de ningún árbol del jardín?» (Génesis 3:1) Prestando atención a las palabras de la serpiente, Adán y Eva despreciaron la palabra y la voluntad de Dios, dando, en lugar de eso, mayor valor a sus propias voluntades. Hoy en día nosotros hacemos lo mismo. Nos preguntamos si quizás Dios se equivocó y nuestros propios proyectos de vida son mejores. Algunas veces ese oscuro pensamiento se extiende a través de largas temporadas pero otras veces brota repentinamente como la mala hierba. He oído amigas confesar tanto en voz baja como entre amargos sollozos que también han abrigado la idea de haber sido hechas para algo «mejor». Hoy, en el día de las cosas pequeñas, se me recordó que sólo el evangelio puede mantenerme firme y satisfecha únicamente en Cristo cuando oigo ese aterrador susurro. Ahora, al final de un día difícil, estoy aun más convencida de que los clichés usados para dar aliento son como pañales baratos. Sólo el evangelio puede hacer perseverar tu fe durante un potencial apagón espiritual. Si los frutos de la paz y el gozo en Cristo sólo crecen en árboles cuyas raíces penetran profundamente en la felicidad de que Dios gobierna soberanamente todas las cosas, entonces necesito desesperadamente aferrarme a la palabra de Dios. Cada día surgen contratiempos en la labor de ser padres, pero las circunstancias no tienen por qué dictar cómo debo responder a dichos percances. Todos somos pecadores necesitados del Salvador. Estoy criando pequeños soberanos de sus propias vidas que intentan gobernarse a sí mismos en forma tal que puedan alcanzar el máximo de lo que ellos entienden por felicidad. Son así porque están relacionados conmigo —otra pecadora que necesita la gracia de Dios—. En vez de permitir que el goteo de la impaciencia me induzca a despreciar mi rol de madre o pecar contra mis hijos, debería alegrarme de que el Señor haya cargado mi iniquidad sobre Jesús (Isaías 53:6) y correr lo más rápido posible al rebosante pozo de la compasión que nuestro Gran Pastor siente por las ovejas que se descarrían (debería, también, decirles a mis hijos que es allí a donde me dirijo y cuál es la razón de ello). He encontrado un estupendo pensamiento que es capaz de aplastar mis persistentes sensaciones de descontento:

Jesús es infinitamente más precioso que cualquier cosa que yo crea estarme perdiendo. 

Jesús es el ancla y la esperanza de mi alma. Una de las ideas más emocionantes es que Jesús soportó la cruz «por el gozo que le esperaba» (Hebreos 12:2). Parte de ese gozo que Él está ansiosamente esperando es la celebración más grande de todas: Después oí voces como el rumor de una inmensa multitud, como el estruendo de una catarata y como el retumbar de potentes truenos, que exclamaban: «¡Aleluya! Ya ha comenzado a reinar el Señor, nuestro Dios Todopoderoso. ¡Alegrémonos y regocijémonos y démosle gloria! Ya ha llegado el día de las bodas del Cordero. Su novia se ha preparado, y se le ha concedido vestirse de lino fino, limpio y resplandeciente.» (El lino fino representa las acciones justas de los santos.) El ángel me dijo: «Escribe: "¡Dichosos los que han sido convidados a la cena de las bodas del Cordero!"» Y añadió: «Estas son las palabras verdaderas de Dios.» (Apocalipsis 19:6–9)  ¿No es asombroso? De verdad es así y quienes confían en Cristo han sido invitados a esta cena de bodas. Esto es tan cierto como «las palabras verdaderas de Dios»: ¡no podría ser más cierto! Hoy fue un día especialmente tenso en mi lucha con la satisfacción. Algún día del futuro podría presentar dificultades similares. Sin embargo, el día de las cosas pequeñas no es pequeño cuando me recuerda que cada uno de estos días culminará, finalmente y para siempre, en la adoración del Cristo Resucitado. Vamos a adorar eternamente al Cordero que fue sacrificado por nosotros y compró para Dios gente de toda raza, lengua, pueblo y nación, haciéndonos un reino y sacerdotes para Dios (Apocalipsis 5:9-10). Hoy quiero obsesionarme con aquello que será mi obsesión durante los próximos 30 trillones de años. Así que hoy, por la gracia de Dios y mediante su fuerza, puedo alegremente servir donde Dios me ha puesto, haciendo lo que Él quiere que yo haga en la carrera que me ha puesto por delante —un cambio de pañales y una tarea de kinder a la vez—.
Publicado originalmente en el blog Domestic Kingdom. | Traducción: Cristian Morán
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El gran proyecto de Dios para tu vida
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El gran proyecto de Dios para tu vida

Una vez le tomé una fotografía a mi pequeña hija junto a un león. Ella tenía una mano en su cadera y una sonrisa sin un par de dientes en su rostro. La luz de esa mañana era perfecta para tomar una fotografía. Apenas se podía ver el grueso muro de vidrio entre la melena del león y las trabas en el cabello de mi hija, pero sabíamos que el vidrio del zoológico era resistente. Ver el vidrio por lo que era nos dio el valor, aun cuando también pudimos ver reveladores rasguños en él.
Ver la realidad correctamente hace toda la diferencia. En el primer capítulo de Efesios, el apóstol Pablo describe la asombrosa realidad que cambiaría la manera en que los creyentes de Éfeso verían las cosas para siempre. Necesitamos ver esta realidad y vivir a la luz de ella también. Ya sea que actualmente estén esperando en un fila para abordar el tren a una ciudad lejana, que estén luchando para obtener una cama cómoda en un hospital sobrepoblado o estén sudando mientras venden en su carrito en un caluroso pueblo, esta realidad gobierna sus vidas. Todo (en el cielo, en la tierra, pasado, presente y futuro) se enfoca claramente en Efesios 1:9-10:
[Dios] nos hizo conocer el misterio de su voluntad conforme al buen propósito que de antemano estableció en Cristo, para llevarlo a cabo cuando se cumpliera el tiempo, esto es, reunir en él todas las cosas, tanto las del cielo como las de la tierra.
No existe nada en el cosmos que esté fuera del gran plan de Dios y que no provoque emoción por estar vivos en él donde sea que estemos en el mundo y cualquiera sea el momento en la historia en que nos encontremos.

Pónganse los zapatos

Si fueran un niño o un padre (o si pueden recordar cuando eran niños), entonces han escuchado esto antes. Los niños le preguntan a los padres «¿por qué?». Y los padres responden, «porque yo lo digo». Ahora, cuando Dios dice, «anden de esta manera», no necesitamos saber por qué. Él es nuestro Padre celestial. Sin embargo, cuando leemos que Dios ha revelado el misterio de su voluntad, nos sentamos derechos y escuchamos con alegre entusiasmo. Él es misericordioso para darnos una razón para nuestra motivación. Conocer el misterio de la voluntad de Dios y entender su propósito marca una diferencia cósmica en nuestras vidas. Por ejemplo, en cualquier sábado por la mañana, podemos reconocer la diferencia entre decir, «niños, pónganse los zapatos» y «¡niños, pónganse los zapatos porque vamos a ir a comprar dulces!». Una y otra vez a lo largo de la carta de Pablo a los Efesios, Dios está diciendo, «anden de esta manera». Nuestra vida vieja lejos de Cristo se contrasta en gran manera con nuestra nueva vida en Cristo. La segunda parte de la carta está dirigida especialmente a mostrarnos cómo ser imitadores de Dios, como sus amados hijos. Podemos ver todas esas descripciones, órdenes, códigos de hogar y ánimo por medio de la gloriosa ventana del plan de Dios para reunir todas las cosas en Cristo. «¿Por qué?», podríamos preguntar. «Porque estoy reuniendo todas las cosas en Cristo», viene como la respuesta que lo abarca todo. Esta emocionante motivación (el gran plan de Dios) afecta la forma en que vemos nuestras oportunidades, nuestras pruebas, nuestros roles, nuestras alegrías, nuestras esperanzas y nuestras preocupaciones. Hace que estemos dispuestos a soportar el sufrimiento, a que seamos pacientes cuando estemos inquietos y a que seamos valientes para buscar aventuras riesgosas por causa del Evangelio. ¡Con cuánto entusiasmo abrazamos las oportunidades para hacer discípulos cuando recordamos quién es Dios y lo que está haciendo!

Despierten y huelan la Nueva Creación

Algunas mañanas, cuando mi cuerpo no está físicamente preparado para un despertar temprano, tengo que decirle mentalmente a mis pies que se muevan hacia la baldosa y me lleven hacia la cafetera en la cocina. De manera parecida a la somnolencia, nuestros corazones pueden estar atontados cuando Dios nos llama día a día a despertar a la realidad que él ha puesto en marcha.  A lo largo de toda la Biblia, y en una densa y concentrada medida en Efesios, Dios nos da la ayuda que necesitamos para ver correctamente. Con una visión espiritual adecuada del plan de Dios, ¿cuán diferente serían nuestras perspectivas en esas reuniones de equipo, en el ejercicio que haremos en el parque, en la caminata hacia el pozo o en el tiempo que pasaremos en la mecedora con un bebé? ¡Cuán brillante y colorido sería el día si los ojos de nuestros corazones estuvieran abiertos e iluminados a la esperanza a la que Dios nos ha llamado! ¡Cuán consolados y humillados estaríamos si nos diéramos cuenta de que somos la herencia gloriosa de Dios! ¡Cuán confiados y felices estaríamos al evangelizar si nos diéramos cuenta de la grandeza inconmensurable de su poder hacia nosotros que creemos! La Palabra de Dios derrama su luz perfecta sobre lo que él está haciendo, ayudándonos a ver la imagen más grande de su plan para reunir todas las cosas en su Hijo. Cada minuto es emocionante (ahora y para siempre) para todos aquellos que están vivos y conscientes en él.
Gloria Furman © 2017 Desiring God Foundation. Publicado originalmente en esta dirección. | Traducción: María José Ojeda
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Lo que tu lista de tareas no puede lograr
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Lo que tu lista de tareas no puede lograr

La buena noticia para cada día

Jonathan Edwards solía orar y pedirle a Dios: «sella la eternidad en mis ojos». Esta oración se ha convertido en la petición de mi propio corazón también. Cuando tus ojos están fijos en el horizonte de la eternidad, tu visión de la maternidad cambia. Necesitamos tener ojos que nos den una perspectiva de Dios tan grande y gloriosa que transforme nuestra perspectiva de la maternidad. En el contexto de la eternidad, donde Cristo está haciendo su labor de reinar sobre el cosmos, necesitamos ver nuestros momentos mundanos como lo que realmente son: adoración. En el trabajo diario (y nocturno) de la maternidad, se nos dan docenas de invitaciones a adorar a Dios a medida que Él nos recuerda la esperanza que tenemos gracias a su Evangelio. Mi oración es que veas que el Evangelio es una buena noticia para las madres, no solamente en nuestro aniversario de conversión, sino cada día. El ministerio del Espíritu Santo incluye alinear nuestras inseguridades subjetivas como madres con la realidad objetiva de nuestra seguridad eterna en Cristo. Como madres, necesitamos entrenarnos para enfocarnos en las cosas que no se ven y son eternas (2Co 4:18). En medio de nuestra lucha por mantener esta perspectiva e incluso cuando fallamos en luchar, cediendo ante la tentación de la apatía, debemos ir a la Palabra de Dios y creerla, aun cuando no tengamos ganas. Necesitamos ser mujeres de la Palabra de Dios, cuya petición diaria sea: «Enséñame, oh Señor, tu camino; andaré en tu verdad; unifica mi corazón para que tema tu nombre» (Sal 86:11). Al caminar en la verdad de Dios, también percibiremos las invitaciones del Espíritu a orar. Aunque fueron escritas para pastores, las palabras de Martyn Lloyd-Jones son relevantes también para nosotras:
Siempre responde a cada impulso que tengas de orar… ¿De dónde viene? Es la obra del Espíritu Santo (Filipenses 2:12-13)... Así que nunca te resistas, nunca lo pospongas, nunca lo ignores porque estás ocupado… Tal llamado a la oración nunca debe ser considerado como una distracción; siempre responde a él de inmediato, y dale gracias a Dios si te pasa con frecuencia[1].
El trabajo de una madre es santo para el Señor. Como madres miramos a Jesús no solo como nuestro ejemplo; también vemos que Él es quien nos da el poder para amar a Dios y a nuestros hijos. Debido a que Cristo ha hecho por nosotros lo que nunca podríamos hacer por nosotras mismas, con su poder podemos pedirle perdón a nuestros hijos cuando pecamos contra ellos, porque Dios nos ha perdonado en Cristo (Mt 6:12-15; Mc 11:25; Col 3:13). Con su poder podemos humillarnos en nuestra trabajo como madres, porque nunca nadie ha manifestado más humildad que nuestro Redentor cuando renunció a su derecho de quedarse en el cielo, y murió la muerte que nosotras merecemos (FIL 2:3-8).

La obra de Dios a nuestro favor

Con su poder podemos servir a nuestra familia con amor sacrificial, porque el Hijo gozosamente se sometió a la voluntad del Padre (Jn 5:20, 23; 14:30-31). Y aun cuando no amamos como Él ama, Él es nuestra justicia. Jesús ha hecho por nosotros lo que nosotros nunca podríamos hacer por nosotras mismas. Jesús es nuestra ancla, y nos ha anclado en su amor; nada, nada, nada nos separará jamás del amor de Dios en Cristo Jesús, nuestro Señor (Ro 8:39). El Evangelio está por encima y más allá de todas las filosofías más prácticas, familiares o rentables de la maternidad. Las buenas noticias de Jesucristo son superiores a nuestras listas de tareas y a los trofeos metafóricos de la madre del año. Esto se debe a que el mayor problema de una madre no es la falta de creatividad, logros o habilidades, sino su incapacidad para amar a Dios y a los demás como Jesús la ama (Jn 13:34). Sin un mediador que hable por nosotros, nuestro pecado seguramente nos separará de nuestro santo Dios, ahora y para siempre (Ro 3:23). Si esa idea nunca te ha alarmado y llevado hasta la cruz de Jesucristo, entonces te animo a que sigas leyendo. No hay una lista de tareas para llegar a ser una buena madre. Se trata de nuestro buen Dios y de lo que Él ha hecho. La gracia irresistible de Dios une nuestro corazón errante con el suyo y nos libera para amarlo a Él y a nuestros prójimos. Hemos sido rescatados del pecado y de la muerte, y hemos recibido vida eterna por la sangre preciosa de Cristo (1P 1:18-19). Y gracias a la obra de Cristo en la cruz, podemos reflejar el amor de Dios en nuestros hogares y en el mundo, incluso cuando nuestras manos estén llenas (Gá 5:16-26; Ef 4:17-6:18).

Este artículo es una adaptación de: Atesorando a Cristo cuando tus manos están llenas: meditaciones sobre el Evangelio para madres ocupadas, por Gloria Furman.

Este artículo fue publicado originalmente en inglés y traducido con el permiso de Crossway.
[1] Martyn Lloyd-Jones, Preaching and Preachers [La predicación y los predicadores] (London: Hodder & Stoughton, 2012), 170-171. Publicado en español por Editorial Peregrino, 2010.
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Cómo orar por tu hijo que está por nacer
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Cómo orar por tu hijo que está por nacer


Este artículo es parte de la serie Cómo orar publicada originalmente en Crossway.

1. Ora para que tu hijo sepa que él o ella es un portador de la imagen de Dios

Ya seas una madre primeriza o una madre de doce, es asombroso que Dios haga crecer en tu vientre uno (¡o más!) portadores de su imagen. Aunque el niño está hecho de tu ADN y se parece a ti, él o ella es ante todo un portador de la imagen del Dios trino. Igual que tú. Detente por un minuto para notar los arcos que se arremolinan en tus dedos. Sé consciente de que tus pulmones se llenan de aire, de que tu corazón bombea sangre a través de tus vasos sanguíneos y de que tu cerebro controla las funciones de tu cuerpo (incluso mientras duermes). Tu vida no es un accidente. Alguien la mantiene unida a propósito (Col 1:17). Tanto tú como tu hijo por nacer pertenecen al Señor, son representantes de su imagen y existen para su gloria. Como representantes de la imagen de Dios, tenemos el privilegio y la responsabilidad incomparables de representarlo en todas las funciones que Él ha diseñado para nosotros ante el cosmos que nos observa.

2. Ora para que tu hijo sea un discípulo que haga más discípulos

La gran idea de Dios sobre la manera en que su gloria llenará la tierra es para que todos la disfrutemos: «hacer bebés que hagan más bebés» nos señala al discipulado. La descendencia del Siervo Sufriente, los seguidores de Jesús que nacen de nuevo a través de su Espíritu, transmiten el Evangelio a aquellos que lo transmitirán. Dios facilita nuestra fertilidad biológica y espiritual para la gloria de Dios (no la nuestra). Por el poder del Espíritu, la nueva humanidad en Cristo llenará la nueva creación de Dios para alabanza de su gloriosa gracia. Y será profundamente más que hermosa.

3. Ora para que tu hijo sepa que Dios es quien está al centro

¡Oh, cuánto necesitamos ojos que vean a Dios como el centro del universo! Con lo vertiginoso que puede ser el dolor que experimentamos al criar a los hijos, necesitamos tener los recursos para recordar cómo eso nos señala a Dios mismo. Las complicaciones en nuestra fertilidad no se tratan de nosotras. Nuestros dolores de embarazo no se tratan de nosotras. Nuestro trabajo en la construcción de nuestra familia no se trata de nosotras. En la eternidad pasada, el trino Dios ordenó que la crucifixión del Hijo de Dios fuera el centro de nuestra salvación. Antes de la creación. Antes del pecado de Adán y Eva en el jardín. Antes del pronunciamiento de la sentencia de dolor multiplicado en el parto. Antes del incidente de la roca en Meribá. Desde el principio, Dios diseñó el justo juicio por nuestro pecado para ejemplificar su abundante gracia.

4. Ora para que tu hijo sea nutrido por la Palabra de Dios y rodeado de una comunidad de hermanos y hermanas

Nuestra labor como madres es mucho más de lo que parece. Nuestra esperanza no es simplemente que nuestros hijos sean alimentados, vestidos y educados, sino que nuestro deseo es que sean nutridos por la Palabra de Dios, vestidos con la justicia de Cristo y enseñados a temer al Señor. Dios busca una descendencia piadosa porque Jesús está destinado a ser el primogénito entre muchos hermanos que amen como Él ama, piensen como Él piensa y sirvan como Él sirve. Esta es la meta de Dios para ti, querida hermana cristiana, y para todos los que ha predestinado. La iglesia es una gran, gran familia de hermanos y hermanas. Estamos vivos junto con Cristo incluso en la medida en que morimos a nosotros mismos todos los días, y un día seremos resucitados físicamente de la muerte como Jesús resucitó. Nuestro Padre celestial ha designado amorosamente la forma en que produce esta conformidad del carácter en cada una de nuestras vidas. Nuestro lugar no es criticarlo, sino someternos a Él con gratitud. ¡Y hacemos esto juntas!

5. Ora para que el alma de tu hijo sea librada de la muerte y reciba la nueva vida que Dios da

El Espíritu de Dios es como el viento: sopla libremente donde quiere para dar vida y es capaz de dar vida. Dios es quien hace que sus hijos nazcan de nuevo. El Espíritu despierta la fe, y, en Cristo, nace un bebé. En lugar de sentirte abrumada por todo lo que hay en el carrusel de bagaje cultural, ora para que el Espíritu quite esas maletas del camino y brille su luz sobre la verdad de la Palabra de Dios. Siembra la semilla del Evangelio y ora para que Dios despierte la fe en el corazón de tus hijos. Qué maravilloso es pensar que Él diseñaría el parto de tal manera que tengamos una imagen tan cruda, urgente, visceral, común e incomparable de nuestra incapacidad para salvarnos a nosotros mismos y de la libertad del Espíritu para darnos la vida que necesitamos.

Este artículo es una adaptación del libro Dar a luz con esperanza: meditaciones del Evangelio sobre el embarazo, el parto y la maternidad, escrito por Gloria Furman.

Este artículo fue publicado originalmente en inglés y traducido con el permiso de Crossway.
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Cómo las mamás pueden modelar la gracia de Dios
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Cómo las mamás pueden modelar la gracia de Dios

¿La necesitas?

Las madres tienen un papel estratégico cuando permiten que el Evangelio moldee sus hogares, al demostrarles a los suyos que siempre necesitamos la gracia de Dios. ¿Necesitas la gracia de Dios o tienes todo lo que necesitas para realizar varias tareas a la vez en tu ajetreada rutina? ¿Necesitas la gracia de Dios o ya has «pasado por esto antes» con tu esposo, y tu conflicto se resolverá solo con el tiempo? ¿Necesitas la gracia de Dios o solo necesitas Google? ¿Necesitas la gracia de Dios o ya tienes esto de la maternidad bajo control? Si queremos dar gracia a nuestros hijos, primero debemos estar dispuestas a recibirla nosotras mismas de Dios. En medio de las infinitas posibilidades para los «siempre» y «nunca» de nuestros hogares, hay una expectativa con la que sí cumplimos todos los días y con toda seguridad, ya sea que seamos conscientes o no de ello: siempre necesitamos la gracia de Dios. Tal como escribió un autor de himnos: «Lo único que Él requiere es que sientas tu necesidad de Él»[1]. La gracia es lo más importante que debemos tener en cuenta cuando se trata de moldear las expectativas de nuestro hogar. Nuestros hijos necesitan crecer sabiendo que «siempre confiamos en Dios porque Él quiere y puede ayudarnos» y «siempre alabamos a Dios porque Él es nuestro tesoro más valioso». Y debemos levantarnos cada mañana, diciéndonos a nosotras mismas: «siempre confío en Dios porque Él quiere y puede ayudarme». El Evangelio debe moldear la forma que le damos a nuestro hogar a través de nuestras tradiciones. ¿Significa esto que debemos hacer catecismos con nuestros hijos? ¿Significa esto que debemos ser más intencionales acerca de cómo celebramos las fiestas religiosas? Tal vez. Estas son cuestiones de preferencia personal. El Evangelio, sin embargo, no es un asunto de preferencia personal; es una noticia que es cuestión de vida o muerte espiritual. El Evangelio moldeará nuestros hogares a medida que nosotras como madres nos demos cuenta de que no siempre alcanzaremos los estándares de excelencia que deseamos. Si queremos mostrar gracia a nuestros hijos, debemos estar nosotras dispuestas a recibirla primero de Dios. Tendemos a revolcarnos en la vergüenza o a ser cínicas en cuanto a nuestra incapacidad de mantener nuestras manos fuera de la proverbial masa de galletas. En algún momento, fallaremos y, a veces, tendremos fuertes caídas. Entonces, debemos gloriarnos en el Evangelio, porque en él Dios misericordiosamente nos da a Cristo para que sea nuestro mayor tesoro. Cosas como la «culpa de mamá» no pueden aplastarnos porque Cristo fue aplastado en la cruz en nuestro lugar. Jesús es nuestra consistencia; cumplió las más altas expectativas de perfección de Dios, y en Él todas las promesas de Dios encuentran su sí (2Co 1:20). En Él encontramos misericordia en nuestro tiempo de necesidad, que es siempre.

Confiesa

Una manera de enseñarles a nuestros hijos sobre nuestra necesidad de la gracia de Dios en Cristo es confesándoles nuestros pecados a ellos de una manera apropiada. Pídele al Señor sabiduría sobre esto, y pide que te dé humildad para pedirles perdón a tus hijos cuando sea necesario. Esto es un desafío para mí, ya que con frecuencia elijo minimizar la ofensa de mi pecado o a justificarla culpando mis circunstancias. Me entristece pensar en las veces que he culpado el pecado de mis hijos por mi respuesta pecaminosa hacia ellos. Todos siempre necesitamos gracia. A veces mis hijos entran en lo que yo llamo una «estampida de pecado», donde uno de los niños provoca a otro y, luego, de repente, los tres se pelean frenéticamente. En esos momentos, me pregunto: «¿por qué? ¿Qué hace que mis hijos piensen que esta es la manera de proceder cuando uno de ellos arrebata al bebé unicornio de peluche de las manos de su hermano?». Dios ha tenido la gracia de darme una gran claridad sobre las razones de estas estampidas de pecado: mis hijos son pecadores porque llevan mi sangre. Todos somos pecadores que hemos heredado nuestra naturaleza pecaminosa de nuestros primeros padres, Adán y Eva. Incluso si junto a mis hijos y los ato con un lazo para que me digan quién es realmente el dueño del bebé unicornio peluche, saldrían discutiendo sobre quién es el dueño del lazo. Yo soy igual que mis hijos. Lidiar con las molestias y con el pecado de los demás es parte de la vida diaria, pero podemos elegir responder a ellos de una manera que honre a Dios. Soy propensa a los arrebatos de frustración extrema. Este es un gran problema para mí y dice algo sobre cómo veo la bondad soberana de Dios. También afecta a mis hijos. Una vez se fundió el motor de la lavadora. Esto fue un gran problema para nuestra gran familia, ya que justo esos días hospedábamos a gente en casa. Debido a que siento que el mundo gira a mi alrededor, me agitó mucho el inconveniente de un tambor de lavadora que ya no centrifugaba. Eché humo desde el cuarto de lavado, gritando: «¿estás bromeando?». Es posible que haya «tirado» con fuerza las toallas empapadas al suelo, a la vez que apretaba los dientes y gritaba exasperadamente. Mis hijos escucharon mi berrinche y vinieron corriendo. Cuando vi sus ojos agrandarse con miedo, el Espíritu Santo me hizo consciente de mi pecado. Al instante, mi corazón se afligió por mi pecado y, a la vez, se llenó de alegría por mi Salvador, y me arrepentí públicamente. Por la gracia de Dios, aproveché la oportunidad para recordarles a los niños (y a mí misma) la misericordia de Dios para salvar a las personas que piensan que el mundo gira alrededor de ellos, cuando el mundo existe para Él. ¡Qué bueno es nuestro Dios, quien usa momentos ordinarios para santificarnos! Siempre necesitamos la gracia. Ser perdonados por nuestros pecados al nacer de nuevo en Cristo Jesús, por fe y a través de la gracia, es solo el comienzo. La salvación, en definitiva, significa estar unidos a Cristo. Y aunque seguimos pecando y somos tentadas a pecar todos los días, Jesús, nuestro gran Sumo Sacerdote, está dispuesto y es capaz de venir a ayudarnos. Podemos depositar toda nuestra confianza en Jesús, ¡Él es capaz! Nuestros hijos se darán cuenta cuando atesoremos a Jesús en medio de nuestras tentaciones de pecar. Por la gracia de Dios, nuestro ejemplo de fe testificará que «Jesucristo es el mismo ayer y hoy y por los siglos» (Heb 13:8), siempre.

Este artículo es una adaptación de Atesorando a Cristo cuando tus manos están llenas: meditaciones sobre el Evangelio para madres ocupadas, por Gloria Furman.

Este artículo fue publicado originalmente en inglés y traducido con el permiso de Crossway.
[1] Joseph Hart, «Come, Ye Sinners, Poor and Needy» [«Venid, pecadores, pobres y necesitados»], 1759.
Una razón de peso para tener hijos

Una razón de peso para tener hijos

Pídeme y te daré las naciones

Una de las razones por las que nuestros hijos son dados como herencia del Señor es para que podamos conocer y amar cada vez más a nuestro Padre celestial. El nacimiento de nuestros hijos y nuestra fertilidad no se tratan de nosotras, sino de Dios. Él no es como nosotras ni es hecho a nuestra imagen, sino que nosotras somos como Él, hechas a su imagen. Nuestros sentimientos sobre la maternidad y sobre la multiplicación de hijos son influenciados por lo que creemos sobre el discipulado. La herencia de Jesús es hombres, mujeres y niños que «[...] se han vestido del nuevo hombre, el cual se va renovando hacia un verdadero conocimiento, conforme a la imagen de Aquel que lo creó» (Col 3:10). Esta multiplicación fructífera (o «fertilidad espiritual») es la obra del Espíritu Santo en y por medio de nosotras a medida que compartimos el Evangelio y discipulamos personas. Nuestros sentimientos sobre la fertilidad, el parto y la maternidad son impregnados de la esperanza del Evangelio y de una perspectiva eterna. Piensa en Pablo —un hombre soltero sin hijos biológicos— que dice que él ¡se convirtió en el padre espiritual de Onésimo (Flm 1:10)! Nuestros sentimientos caprichosos sobre la maternidad —ya sea que tendamos a gloriarnos en ella o amargamos por ella— necesitan considerar la verdad relacionada de que nuestro Padre le ha dado a su Hijo una herencia. ¿Qué heredó Jesús de su Padre? ¡Su herencia, por supuesto! La gloriosa herencia del Padre en los santos —sus hijos rescatados de la muerte— se la da a su Hijo. Nuestra familia nos señala la familia de Dios. Estos hijos por quienes Jesús sufrió y murió son el gozo que fue puesto ante Él cuando fue a la crucifixión. Son la recompensa de su sufrimiento. Debido a ellos se canta una nueva canción de alabanza a Jesús: 
Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos, porque Tú fuiste inmolado, y con tu sangre compraste para Dios a gente de toda tribu, lengua, pueblo y nación. Y los has hecho un reino y sacerdotes para nuestro Dios; y reinarán sobre la tierra (Apocalipsis 5:9-10).

Señales físicas de la promesa de Dios

El escritor de Hebreos dice que Jesús no se avergüenza de llamarnos hermanos: «[...] Aquí estoy, Yo y los hijos que Dios me ha dado» (Heb 2:13). Aquí él está citando Isaías 8:18, cuando justo antes de una sorpresiva invasión asiria, el profeta Isaías dijo: «Yo y los hijos que el Señor me ha dado estamos por señales y prodigios en Israel, de parte del Señor de los ejércitos que mora en el monte Sión». ¿Pondrás, en la víspera de la batalla, toda tu confianza en el Señor, quien manda a los ejércitos del cielo? El cumplimiento «inmediato» de esta palabra profética es que Isaías y sus hijos eran señales físicas entre el pueblo, atestiguando la veracidad de la Palabra de Dios y el único aliado confiable de cara a la invasión. El cumplimiento «futuro» de esta palabra profética es que Jesús, nuestro Profeta, el Señor de los ejércitos, está junto al remanente redimido (de cada tribu, lengua, pueblo y nación), asombroso como un ejército con estandartes. La herencia de Cristo es la descendencia piadosa dada a Él por su Padre. «Un don del Señor son los hijos, y recompensa es el fruto del vientre» (Sal 127:3). Este versículo nos apunta en última instancia a Jesús, el Señor de los ejércitos, el guerrero cuya aljaba está llena de flechas para ser lanzadas al mundo que está muriendo sin Él. Jesús no será avergonzado mientras construye su iglesia, sobre la cual las puertas del infierno no prevalecerán. Aunque fue aplastado por Dios y entristecido por nuestros pecados, Jesús resucitó a la vida eterna y verá a su descendencia. «Pídeme, y te daré las naciones como herencia tuya, y como posesión tuya los confines de la tierra» (Sal 2:8), le ofreció su Padre. El Hijo eterno de Dios pidió, y Él recibirá. ¡Jesús es digno de recibir la recompensa de su sufrimiento! Y la Palabra gloriosa de Dios es digna de nuestra confianza incluso cuando nuestros sentimientos no estén de acuerdo.

Este artículo es una adaptación de Dar a luz con esperanza: meditaciones del Evangelio sobre el embarazo, el parto y la maternidad.


Este artículo fue publicado originalmente en inglés y traducido con el permiso de Crossway.
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Una razón de peso para tener hijos

Pídeme y te daré las naciones

Una de las razones por las que nuestros hijos son dados como herencia del Señor es para que podamos conocer y amar cada vez más a nuestro Padre celestial. El nacimiento de nuestros hijos y nuestra fertilidad no se tratan de nosotras, sino de Dios. Él no es como nosotras ni es hecho a nuestra imagen, sino que nosotras somos como Él, hechas a su imagen. Nuestros sentimientos sobre la maternidad y sobre la multiplicación de hijos son influenciados por lo que creemos sobre el discipulado. La herencia de Jesús es hombres, mujeres y niños que «[...] se han vestido del nuevo hombre, el cual se va renovando hacia un verdadero conocimiento, conforme a la imagen de Aquel que lo creó» (Col 3:10). Esta multiplicación fructífera (o «fertilidad espiritual») es la obra del Espíritu Santo en y por medio de nosotras a medida que compartimos el Evangelio y discipulamos personas. Nuestros sentimientos sobre la fertilidad, el parto y la maternidad son impregnados de la esperanza del Evangelio y de una perspectiva eterna. Piensa en Pablo —un hombre soltero sin hijos biológicos— que dice que él ¡se convirtió en el padre espiritual de Onésimo (Flm 1:10)! Nuestros sentimientos caprichosos sobre la maternidad —ya sea que tendamos a gloriarnos en ella o amargamos por ella— necesitan considerar la verdad relacionada de que nuestro Padre le ha dado a su Hijo una herencia. ¿Qué heredó Jesús de su Padre? ¡Su herencia, por supuesto! La gloriosa herencia del Padre en los santos —sus hijos rescatados de la muerte— se la da a su Hijo. Nuestra familia nos señala la familia de Dios. Estos hijos por quienes Jesús sufrió y murió son el gozo que fue puesto ante Él cuando fue a la crucifixión. Son la recompensa de su sufrimiento. Debido a ellos se canta una nueva canción de alabanza a Jesús: 
Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos, porque Tú fuiste inmolado, y con tu sangre compraste para Dios a gente de toda tribu, lengua, pueblo y nación. Y los has hecho un reino y sacerdotes para nuestro Dios; y reinarán sobre la tierra (Apocalipsis 5:9-10).

Señales físicas de la promesa de Dios

El escritor de Hebreos dice que Jesús no se avergüenza de llamarnos hermanos: «[...] Aquí estoy, Yo y los hijos que Dios me ha dado» (Heb 2:13). Aquí él está citando Isaías 8:18, cuando justo antes de una sorpresiva invasión asiria, el profeta Isaías dijo: «Yo y los hijos que el Señor me ha dado estamos por señales y prodigios en Israel, de parte del Señor de los ejércitos que mora en el monte Sión». ¿Pondrás, en la víspera de la batalla, toda tu confianza en el Señor, quien manda a los ejércitos del cielo? El cumplimiento «inmediato» de esta palabra profética es que Isaías y sus hijos eran señales físicas entre el pueblo, atestiguando la veracidad de la Palabra de Dios y el único aliado confiable de cara a la invasión. El cumplimiento «futuro» de esta palabra profética es que Jesús, nuestro Profeta, el Señor de los ejércitos, está junto al remanente redimido (de cada tribu, lengua, pueblo y nación), asombroso como un ejército con estandartes. La herencia de Cristo es la descendencia piadosa dada a Él por su Padre. «Un don del Señor son los hijos, y recompensa es el fruto del vientre» (Sal 127:3). Este versículo nos apunta en última instancia a Jesús, el Señor de los ejércitos, el guerrero cuya aljaba está llena de flechas para ser lanzadas al mundo que está muriendo sin Él. Jesús no será avergonzado mientras construye su iglesia, sobre la cual las puertas del infierno no prevalecerán. Aunque fue aplastado por Dios y entristecido por nuestros pecados, Jesús resucitó a la vida eterna y verá a su descendencia. «Pídeme, y te daré las naciones como herencia tuya, y como posesión tuya los confines de la tierra» (Sal 2:8), le ofreció su Padre. El Hijo eterno de Dios pidió, y Él recibirá. ¡Jesús es digno de recibir la recompensa de su sufrimiento! Y la Palabra gloriosa de Dios es digna de nuestra confianza incluso cuando nuestros sentimientos no estén de acuerdo.

Este artículo es una adaptación del libro Dar a luz con esperanza: meditaciones del Evangelio sobre el embarazo, el parto y la maternidad escrito pot Gloria Furman.


Este artículo fue publicado originalmente en inglés y traducido con el permiso de Crossway.