volver
Photo of Darwinismo social
Darwinismo social
Photo of Darwinismo social

Darwinismo social

La teoría de la evolución de Darwin nunca se trató solamente de biología ni tuvo consecuencias exclusivamente sobre la religión. Más bien, los orígenes y efectos del darwinismo fueron en gran medida culturales y morales. El Origen de las Especies, escrito por Darwin, fue publicado en 1859 en la cima de la Revolución Industrial y la Revolución Capitalista. La dinámica economía de libre mercado, caracterizada por una intensa competencia en la que las compañías débiles quebraron y las fuertes prosperaron, había traído un progreso económico y tecnológico sin precedentes. Especular que las especies animales compiten y progresan de un modo similar fue un paso pequeño. Lo que Darwin hizo fue aplicar a la biología los principios del capitalismo de libre mercado. Inmediatamente después de la publicación de las teorías de Darwin, la gente relacionó inversamente sus teorías biológicas con la economía y, en un sentido más importante, con la ética. Herbert Spencer, el gran popularizador del darwinismo, acuñó la frase «supervivencia del más apto» aplicándola no sólo a los animales sino a la sociedad humana. En las propias obras en que explicó las teorías científicas de Darwin al mundo, Spencer formuló lo que se llamaría «darwinismo social». Para alcanzar el progreso social, según Spencer, el más apto debe sobrevivir y el no apto debe desaparecer. Los esfuerzos por ayudar al «no apto» —caridad para los pobres, hospitales mentales, programas de gobierno para los menos favorecidos— en realidad interfieren con la evolución social y deberían interrumpirse. Mientras tanto, una competencia económica y social sin trabas favorecerá al «más apto», lo que dará paso a la siguiente etapa de la evolución humana. Al mismo tiempo, el propio primo de Darwin, Francis Galton, argüía que la selección natural tenía que ver con quién era capaz de reproducirse. Al «no apto», decía, no se le debería permitir procrear. Sólo al «más apto» debería permitírsele tener hijos. Además, debería ser posible reproducir a estos seres humanos aptos buscando rasgos deseables tal como lo hacemos con los animales domésticos. Esterilizando al no apto y reproduciendo selectivamente al más apto, podemos dar paso a la siguiente etapa de la evolución humana. El primo de Darwin fue el fundador del movimiento eugenésico. Friedrich Nietzsche llevó las ideas morales del darwinismo aun más lejos. Mientras que Marx creía que el cristianismo era una forma de que el fuerte mantuviera al débil bajo control (el «opio de las masas»), Nietzsche creía lo contrario —que el cristianismo, con sus enseñanzas de amor y compasión, capacitaba al débil para controlar al fuerte—. El cristianismo hacía que los fuertes se sintieran culpables y los manipulaba para sostener a aquellos que, de otro modo, desaparecerían. Como Nietzsche escribe en El Ocaso de los Ídolos, el cristianismo apoyaba a «los pobres y viles» representando «la rebelión general de todos los oprimidos, los miserables, los fracasados, los menos favorecidos». Ahora que «Dios está muerto», dijo Nietzsche, la humanidad puede evolucionar hacia el «Superhombre». Su virtud no será la compasión sino la crueldad. «No basta con que tenga la capacidad de ser cruel únicamente en presencia de mucho sufrimiento, perecimiento, y destrucción: dicho hombre debe ser capaz de causar personalmente dolor y sufrimiento experimentando placer al hacerlo; debe ser cruel de hecho (y no meramente con los ojos del espíritu)». Mientras que el darwinismo social de Spencer, Galton y Nietzsche se aplicaba principalmente a individuos, otros pensadores, notando que Darwin estaba hablando de especies y no sólo animales individuales, aplicaron la selección natural a diversas clases de grupos humanos. Los marxistas creyeron que la evolución social surgiría del conflicto entre las clases económicas. Un nuevo movimiento de estudiosos nacionalistas se enfocaron en el conflicto entre las naciones. Los nuevos «científicos de la raza», afirmando ser más darwinianos al concentrarse en la biología, se enfocaron en el conflicto entre las razas. En nuestra propia época, Margaret Sanger combinó la eugenesia con el racismo. Buscando el control de la natalidad y la esterilización de las «razas inferiores», se convirtió en la fundadora de Planned Parenthood [Paternidad Planificada]. La gurú libertaria Ayn Rand, con su «virtud del egoísmo», abrazó el programa socioeconómico de Spencer junto con la crítica hecha por Nietzsche a la compasión cristiana. Pero el darwinista social más convencido de todos fue Adolf Hitler, cuyo partido nazi llevó la teoría racial, el nacionalismo, la eugenesia y Nietzsche a su conclusión lógica y práctica. Como lo documento en mi libro Modern Fascism [Fascismo Moderno], el régimen nazi practicó tanto la «eugenesia positiva» (cultivando características positivas) como la «eugenesia negativa» (eliminando del patrimonio genético a los indeseables). En la primera, las parejas con características raciales «arias» positivas fueron apareadas fuera del matrimonio. En la segunda, se esterilizó un tercio de millón de los «no aptos». Y luego comenzó el programa de eutanasia. En el así llamado programa T4, se practicó la eutanasia en niños discapacitados, enfermos mentales, enfermos incurables, y residentes de hogares de ancianos. Se diseñaron cámaras de gas portátiles para el proyecto y, en los campos de concentración, se instalaron modelos más grandes. Al principio, sólo entraron a las cámaras de gas los prisioneros «no aptos» para trabajar. Pero luego, las cámaras de gas fueron usadas a una escala mayor para eliminar a toda una raza «inferior». Todo esto se hizo con el propósito darwinista de dar paso a la siguiente etapa de la evolución humana.
Este artículo fue originalmente publicado por Ligonier Ministries en esta dirección.
Photo of La ética laboral protestante
La ética laboral protestante
Photo of La ética laboral protestante

La ética laboral protestante

La ética laboral protestante promueve la excelencia. Pero ¿cuál es la conexión entre el protestantismo, el trabajo y la excelencia? El pionero de la sociología, Max Weber, fue el primero en dirigir la atención a la ética laboral protestante. En su libro La ética protestante y el espíritu del capitalismo, publicado en 1904, Weber estudió el fenomenal crecimiento económico, la movilidad social y el cambio cultural que acompañaron a la Reforma. Él llegó incluso a atribuir el auge del capitalismo a la Reforma. Habitualmente, dijo, la religión es como de otro mundo. Sin embargo, en la Reforma, la doctrina de la vocación enseñó que la religión ha de ser vivida en este mundo. Weber no entendió completamente la doctrina de la vocación. Él tenía la idea de que los primeros protestantes trabajaban así de duro porque querían labrarse una evidencia de que eran salvos. Sin embargo, los primeros protestantes sabían mejor que nadie que su salvación no tenía nada que ver con sus obras ni con su trabajo. Confiaban en la gracia de Dios únicamente a través de Cristo. Weber también asumió que los primeros protestantes eran ascetas. Mientras su trabajo duro les reportaba inevitablemente mucho dinero, decía, sus escrúpulos morales les impedían gastarlo, al menos en placeres mundanos. Por lo tanto, en vez de eso, ahorraban su dinero, lo ponían en los bancos, y lo invertían. Es decir, transformaban su dinero en capital, creando así el capitalismo. Puede haber algo de cierto en esto, pero la investigación moderna ha mostrado que los primeros reformadores —pese al estereotipo «puritano»— no eran particularmente ascéticos, sino que esta era una cualidad más propia de los católicos medievales contra los cuales estaban reaccionando. No obstante, Weber está en lo correcto al notar el poder transformador de la doctrina de la vocación. El catolicismo medieval enseñaba que la perfección espiritual se encontraba en el celibato, la pobreza, y en retirarse monásticamente del mundo hacia donde se hallaba la vida espiritual más elevada. Sin embargo, los reformadores enfatizaron la dimensión espiritual de la vida familiar, la labor productiva, y la participación en la cultura. «Vocación» es simplemente la palabra latina que equivale a «ocupación». Según Lutero, Dios nos llama a cada uno de nosotros a diversas tareas y relaciones. Tenemos vocaciones en la familia (matrimonio, paternidad), en el lugar de trabajo (como amos, siervos, ejerciendo nuestros diferentes talentos en la forma en que nos ganamos la vida), y en la cultura (como gobernantes, súbditos, y ciudadanos). También tenemos una vocación en la iglesia (pastores, ancianos, músicos, miembros de la congregación), pero la vida espiritual no ha de ser vivida principalmente en la iglesia y en las actividades de ésta. Más bien, cuando vamos a la iglesia, se nos predica el perdón de los pecados que hemos cometido en nuestras vocaciones, y luego, a través de la Palabra y el sacramento, nuestra fe se fortalece. Esa fe, entonces, da fruto cuando se nos envía de regreso a nuestras vocaciones en nuestras familias, nuestro trabajo, y nuestra cultura. Lutero recalcó que la vocación no se trata primeramente de lo que hacemos nosotros. Más bien, se trata de lo que Dios hace por medio de nosotros. Dios nos da hoy nuestro pan de cada día mediante la vocación de los granjeros, los molineros, los panaderos, y —podríamos añadir— los obreros de las fábricas, los conductores de camiones, los empleados de las tiendas de abarrotes, y las manos que preparan nuestra comida. Dios crea y cuida de la nueva vida mediante las vocaciones de madres y padres, esposos y esposas. Nos protege mediante policías, jueces, militares, y otras vocaciones de Romanos 13 correspondientes a quienes «llevan la espada». Dios no cura principalmente a través de milagros sino usando las vocaciones de doctores, enfermeras, farmacéuticos, y otras vocaciones médicas. Dios enseña por medio de maestros, comunica su Palabra por medio de predicadores, concede las bendiciones de la tecnología por medio de ingenieros, y crea belleza por medio de artistas. Dios trabaja por medio de todas las personas que hacen cosas para nosotros día tras día, y también trabaja por medio de nosotros, cualesquiera sean las tareas, los oficios y las relaciones que nos haya llamado a tener. La doctrina de la vocación dota de importancia espiritual nuestras vidas diarias y nuestras actividades rutinarias, y es, en verdad, un poderoso motivador para llevarlas a cabo con excelencia. Sin embargo, la vocación tiene una dimensión adicional que a menudo es pasada por alto. Sí, llevamos a cabo nuestras ocupaciones para la gloria de Dios. Pero ¿cómo, exactamente, lo glorificamos? Es decir, ¿cómo manda Dios que lo glorifiquemos? Los católicos medievales también hablaban mucho de glorificar a Dios. El lema de los jesuitas era: «A la mayor gloria de Dios», y la Inquisición quemó protestantes en la hoguera para la gloria de Él. Lutero enfatizó que nuestras vocaciones no son obras que llevamos a cabo «para» Dios. Los monásticos hablaban así, como si el Señor del universo necesitara o fuera impresionado por nuestras acciones. «Dios no necesita nuestras buenas obras», decía Lutero, «pero nuestro prójimo sí». Los monjes insistían en que eran salvos por sus buenas obras, pero Lutero negaba que sus ejercicios místicos, escogidos por ellos mismos y llevados a cabo aislándose de otras personas, pudieran ser siquiera llamados buenas obras. «¿A quién ayudáis?», preguntaba. Las buenas obras son aquellas que ayudan a nuestro prójimo. Son llevadas a cabo principalmente a través de nuestras ocupaciones. Nuestra relación con Dios se basa completamente en sus obras, no las nuestras; en su gracia; y en nuestra redención mediante la vida, la muerte y la resurrección de Jesucristo. Él, a su vez, nos llama a amar y servir a nuestro prójimo, y sin embargo, aprendemos de Cristo que «en cuanto lo hicisteis aun al más pequeño de estos mis hermanos, a mí lo hicisteis» (Mt 25:40). Así resulta que, cuando amamos y servimos a nuestro prójimo, después de todo estamos sirviendo a Cristo.
Este artículo fue originalmente publicado por Ligonier Ministries en esta dirección.