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Cómo ministrar al abusado y a los abusadores
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Cómo ministrar al abusado y a los abusadores

Es una pesadilla para todos los involucrados: un hombre llama llorando a su pastor y exige una reunión lo antes posible. Treinta minutos más tarde, está en la oficina del pastor, confesando que su esposa lo había descubierto tocando sexualmente a su hija de trece años. Él parece completamente afligido, hasta que el pastor lo insta a llamar al número de teléfono para abuso sexual para entregarse. Entonces, el abusador comienza a contestar con evasivas: «¿acaso eso no destruirá mi familia? ¿No me costará mi trabajo? ¿No destruiría mi reputación?». El hombre se rehúsa y sale de la oficina. Dos semanas después, su familia completa se cambia de región, sin decir dónde. ¿Qué debe hacer el pastor? Demasiado a menudo, el pastor no hace nada. Aunque muchas regiones tienen leyes de denuncia de abuso sexual que exigen que los clérigos denuncien los abusos aún cuando se haya apelado al privilegio clerical del secreto de confesión. De la misma manera, el liderazgo de la iglesia no hace nada, razonando que la familia se ha escapado a otro lugar, fuera del alcance de su antigua congregación. El resultado es que el abusador sexual sale impune de su pecado y crimen y continuará cometiendo ese pecado hasta que finalmente lo atrapen las autoridades. Piensa en la niña involucrada, ¿qué le está diciendo la iglesia en esta instancia? Piensa en la esposa y en los otros hijos; el hombre mismo y en su alma inmortal; la nueva comunidad a la que ha llevado a su familia. ¿Qué le está diciendo la iglesia a estas personas? Piensa en la iglesia y en el Evangelio, ¿qué le está diciendo la iglesia a ellos? En cada instancia que la iglesia falla en confrontar el pecado, y especialmente pecados sexuales perjudiciales, estamos diciendo algo muy sencillo: nos amamos a nosotros mismos, amamos nuestra comodidad, nuestra reputación más que a Dios, al Evangelio y a otros. Eso es lo que pasa cuando no vemos la maldad. Por supuesto, existe un sinfín de otras situaciones en las que nuestras iglesias y nuestro liderazgo no ven la maldad:
  • Cuando el que da el apoyo económico financiero prominente deja a su esposa por otra mujer y la iglesia falla en disciplinarlo, dejándolo «renunciar» a su membresía en su lugar;
  • Cuando el cardiólogo amenaza a su esposa con una pistola, y luego afirma que «era solo una broma» y no sufre consecuencias;
  • Cuando una madre de mediana edad que tiene tres hijos decide dejar a su marido, su casa y su iglesia simplemente porque no es feliz y nadie la contacta.
En cada una de estas maneras y en un sinnúmero de otras, cuando la iglesia falla en dedicarse a personas con misericordiosa y amorosa disciplina correctiva y formativa, hacemos daño espiritual y en realidad traicionamos el Evangelio. Por tanto, ¿qué hacemos respecto a esto? ¿Cómo nuestras iglesias podrían brillar como luces en medio de situaciones que reconocemos que son difíciles, complicadas y turbias? ¿Cómo pasamos de ser personas que no ven la maldad y aman su propia comodidad a ser personas que aman a Cristo y a su pueblo sin importar el costo para nosotros?

Planifica con anticipación

A menudo, las iglesias fallan en hacer lo correcto (tanto eclesiástica como civilmente) porque no han pensado bien previamente cómo proceder en situaciones específicas. No podemos esperar hasta que la pesadilla se exponga. Si lo hacemos, sin duda lidiaremos con ella de manera poco adecuada. Al contrario, necesitamos tener un proceso a seguir escrito y claro de antemano. Para las iglesias presbiterianas, existe una manera que ya ha sido determinada para nosotros. En la iglesia presbiteriana en Estados Unidos, por ejemplo, tenemos el Libro de orden de la iglesia de nuestra denominación, que explica el proceso disciplinario. Las iglesias independientes, que no tienen reglas denominacionales de disciplina, necesitan tener un proceso claro y escrito de la disciplina de la iglesia. Independiente del contexto denominacional, como líderes de la iglesia tenemos que estar determinados a seguir el proceso, sin importar quién esté involucrado (Mt 18.15-20; 1Ti 5:21). Debemos admitir, sin embargo, que podríamos necesitar otros protocolos que sean una ayuda guiada para responder a situaciones específicas. Por ejemplo, cuando existe una sospecha o una confesión de abuso de niños, los líderes de la iglesia necesitan tener y seguir directrices específicas para denunciarlo a las autoridades civiles correspondientes. Con el fin de desarrollar estos protocolos, será necesario trabajar con un abogado local para asegurar que la iglesia está acatando las leyes de denuncia relevantes de la región. Tener ese protocolo escrito evita las suposiciones en la denuncia. En muchos lugares, los requerimientos son que los líderes de la iglesia denuncien el asunto apenas es descubierto y luego le permitan a las autoridades correspondientes investigar y determinar si es que se cometió un crimen. Trabajar con el Estado en estos asuntos es apropiado y bíblico (Ro 13:1-7).

Sé firme, pero amable

El apóstol Pablo nos exhorta a restaurar a los pecadores con un espíritu de mansedumbre (Ga 6:1). Tal mansedumbre no se opone a la firmeza ni a la determinación; al contrario, es el resultado de reconocer que nosotros también somos pecadores. Tal reconocimiento debe salvarnos de bravuconadas de autojustificación o de enojo arrogante. Ciertamente, con pecados como el abuso de niños existe un enojo justo apropiado por el pecado y sus efectos a largo plazo. Sin embargo, es la bondad de Dios la que lleva al arrepentimiento (Ro 2:4). Incluso si lidiamos amable y firmemente con los responsables, debemos buscar su arrepentimiento y final restauración. No obstante, a menudo fallamos al mostrar compasión de manera similar a las víctimas. Las iglesias regularmente son noticia por fallar en lidiar compasivamente con mujeres que se divorcian de sus maridos que son descubiertos viendo pornografía infantil o por mirar a otro lado cuando se descubren patrones de abuso infantil. Otras iglesias pasan desapercibidas al no levantarse por mujeres que son abusadas físicamente por sus esposos o por niños que son abusados sexualmente por sus padres. ¿Dónde está la compasión por estas víctimas? Como iglesias, debemos estar determinados a demostrar compasión por quienes han sufrido pecado cometido contra ellos al estar decididos a tratarlos como deseamos que nos traten a nosotros (Mt 7:12).

Lidera y atrae con el Evangelio

Tanto el responsable como la víctima del pecado necesitan lo mismo: el Evangelio de Jesucristo. Quienes cometen pecado sexual (ya sea inmoralidad sexual, adulterio o incluso abuso sexual) necesitan escuchar el Evangelio. Todo el punto de la disciplina es confrontar al pecador con las afirmaciones de Cristo, llamar al arrepentimiento, pero también buscar nuevos patrones de obediencia que pueden aparecer solo si el pecador corre diariamente a Cristo. A menudo, quienes cometen pecados turbios y atroces creen que sus pecados son muy grandes para ser perdonados. Necesitan que les recuerden que «ningún pecado es tan grande que pueda condenar a los que se arrepienten verdaderamente» (La confesión de Westminster 15:4). Ese arrepentimiento genuino nace por la «aprehensión de la misericordia de Dios en Cristo para los que se arrepienten» (La confesión de Westminster 15.2). ¿Cuán grande es la misericordia en Cristo? Tan grande que envió a su único Hijo a morir por los pecadores (y esa muerte es suficiente para cubrir todos nuestros pecados, incluso los más atroces). ¡Las víctimas también necesitan el Evangelio de Jesús: que Jesús es el Salvador que no rompe la caña quebrada ni apaga la mecha que apenas arde (Mt 12:20); que se identifica con el herido, quebrantado y da libertad a quienes son oprimidos por el pecado (Lc 4:17-21); y que de igual manera preguntó «¿por qué?» cuando el dolor y el abandono de Dios eran abrumadores (Mt 27:46). ¡No obstante, las víctimas del pecado también necesitan saber que Jesús hace más que identificarse con nosotros en nuestras heridas, en realidad él ha hecho más por ellos. Por medio de su resurrección, él es capaz de dar nueva vida y nueva esperanza tanto en el presente como en el futuro. Hay poder para avanzar a través del dolor que conocen. Además, el Evangelio nos entrega la base para el perdón, sabiendo que nosotros también, hemos cometido pecados atroces contra Dios (Ef 4:32).

Prepárate para el largo recorrido

Esto es en realidad lo más difícil de todo. Como líderes de ministerio, nos gusta creer que cuando intervenimos, tratamos un proceso disciplinario y atraemos con el Evangelio, hemos «arreglado» la situación. Sin embargo, no funciona así. Especialmente en las situaciones donde existe una traición significativa (como una relación adúltera a largo plazo, un divorcio o un abuso sexual) puede tomar meses y años de aplicación del Evangelio para ver sanidad y esperanza. A menudo, estas situaciones involucran apoyo económico (si el responsable arrepentido pierde su trabajo; si hay divorcio), consejería o terapia a largo plazo (que el seguro podría cubrir o no cubrir), o reuniones de rendición de cuentas regulares y constantes. Estas cosas le cuesta tiempo, esfuerzo y energía emocional a los pastores y a los líderes de ministerio. Sin embargo, Dios por medio de su Espíritu no solo nos sostiene para amarnos en estas maneras, sino que también nos apunta al objetivo final de todo: «A él nosotros proclamamos, amonestando a todos los hombres, y enseñando a todos los hombres con toda sabiduría, a fin de poder presentar a todo hombre perfecto en Cristo» (Col 1:28). Ver pecadores recuperados, víctimas restauradas y ambos en su camino seguro al cielo, ¿qué más podría desear un pastor o una iglesia?
Este recurso fue originalmente publicado por Ligonier Ministries en esta dirección. | Traducción: María José Ojeda
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Superemos el legalismo
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Superemos el legalismo

Jorge creció en una iglesia legalista. Él profesaba su fe como niño y le enseñaron la gloriosa verdad del Evangelio: Jesucristo murió por los pecadores. Sin embargo, después de una profesión de fe inicial, toda su experiencia cristiana se enfocó en seguir reglas. Le enseñaron que los cristianos siguen las reglas, y no simplemente los mandamientos bíblicos directos, sino que también la gama de «principios» en el área de relaciones amorosas y amistades, el consumo de alcohol, la cultura popular y otras cosas parecidas. La mayor preocupación era mantener a Jorge y a los cristianos más jóvenes como él «sin mancha del mundo». El resultado fue que el Evangelio que él conoció fue truncado a un conjunto de estándares de conducta. Cuando Jorge llegó a la universidad, estaba cansado de cumplir las reglas. No solo era agotador seguirlas, sino que lo dejaba atrás de sus compañeros de habitación y de sus amigos a quienes parecía no importarles los límites establecidos por las reglas. Parecen divertirse y estaban felices. ¿Acaso no sería mejor, menos agotador, más pleno dejar las reglas de lado y simplemente disfrutar la vida? Y así sucedió, Jorge dejó de cumplir las reglas y, al hacerlo, también se alejó de la iglesia. Después de todo, si el cristianismo se trata de seguir las reglas y él ya no las estaba cumpliendo, no era cristiano. Es más, el cristianismo no funcionaba para él. Tristemente, la historia de Jorge no es inusual. De hecho, para muchos jóvenes cristianos criados en la iglesia, este es exactamente el camino que siguen. Es cierto, después de abandonar su legalismo moralista y de «vivir la vida loca», algunos de ellos llegan a ver que su comprensión del Evangelio era débil e incluso falsa. Sin embargo, la mayoría de ellos nunca regresan a la iglesia y; por lo tanto, nunca le dan la posibilidad al cristianismo bíblico. ¿Cómo respondemos a esto? ¿Existe alguna esperanza para quienes crecieron en círculos de iglesias legalistas, para quienes quizás están golpeados y heridos, conflictuados y confundidos respecto al verdadero significado del Evangelio? Sí, hay esperanza: esa esperanza se encuentra al volver al Evangelio de Jesús.

Pecadores cotidianos; Evangelio cotidiano

A medida que regresamos al Evangelio, debemos confesar que nunca vamos más allá del Evangelio. Puesto que somos pecadores cotidianos, necesitamos un Evangelio cotidiano. Mientras vivamos, estaremos luchando con los remanentes del pecado. Sí, para aquellos que han confiado en Jesús, ha sucedido algo decisivo. Hemos sido unidos a Cristo. Hemos dejado al hombre viejo y nos hemos revestido del hombre nuevo. Por fe, hemos sido bautizados en Cristo.
De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron, ahora han sido hechas nuevas. Y todo esto procede de Dios, quien nos reconcilió con Él mismo por medio de Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; es decir, que Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo con Él mismo, no tomando en cuenta a los hombres sus transgresiones, y nos ha encomendado a nosotros la palabra de la reconciliación (2Co 5:17-19).
Y sin embargo, aunque somos nueva creación en Cristo, también hemos descubierto patrones, deseos rebeldes y hábitos insensatos que permanecen en nosotros. Es más, a medida que que aprendemos más sobre el Dios santo que nos ha amado con un amor constante, vemos los laberintos de nuestros corazones, las excusas que practicamos y la naturaleza multifacética del pecado. El arma que Dios nos ha dado para batallar contra el pecado que permanece en nuestros corazones y cuerpos es el Evangelio. Sin embargo, llevamos nuestros corazones de vuelta a quien y de quien somos en Jesucristo: estamos unidos a Jesús, somos aquellos que Él ha declarado justos y santos. Además, Él nos ha dado el Espíritu Santo para entrenar nuestras mentes y corazones para decir «sí» a la justicia y «no» a la injusticia. En el poder del Espíritu, mortificamos las fechorías de la carne y vivimos para las prácticas virtuosas de la santidad. Debido a que pecamos cada día y a que somos pecadores hasta el día que muramos, necesitamos el Evangelio cada día. A medida que meditamos en lo que Cristo ha hecho por nosotros por medio de su vida, muerte, sepultura, resurrección y ascensión, y a medida que vemos más claramente cómo toda la Escritura se trata de la obra de Cristo, somos formados en un tipo diferente de personas. El Evangelio mismo nos forma cada día en una nueva mujer y un nuevo hombre.

El progreso del peregrino

Esta formación del Evangelio significa que el cristianismo realmente no se trata de seguir las reglas. Para estar seguros, un cristiano obedece la Palabra de Dios, pero la manera de obedecer no es enfocándose en cumplir las reglas, mejorar su comportamiento y rendir mejor. Al centro de lo que Jesús hace en el Sermón del Monte en Mateo 5 está el desmentimiento de la noción de que la justicia se trata de la obediencia externa de la ley. Cuando dice: «Porque les digo a ustedes que si su justicia no supera la de los escribas y fariseos, no entrarán en el reino de los cielos» (Mt 5:20), Él nos dice que el camino a la justicia no es por medio de la mera obediencia externa. Al contrario, el camino a una vida justa es la transformación que el Espíritu hace desde adentro hacia afuera a medida que progresamos en vivir el Evangelio. Mientras usamos los medios de gracia (dentro de ellas la adoración comunitaria que se centra en la Palabra, los sacramentos, la oración y la comunidad, así como la adoración privada) Dios nos encuentra, lleva el Evangelio a nuestros corazones, confronta nuestros patrones de pensamientos, palabras y obras pecaminosas y nos hace nuevos. No obstante, este tipo de transformación del Evangelio, toma tiempo. Progresamos en él a medida que somos modelados y formados por la obra del Espíritu. A medida que avanzamos más y más, vemos más pecado, confrontamos más decepciones, creemos más el Evangelio, recibimos más consuelo divino. Aprendemos por experiencia y obtenemos sabiduría y entendimiento a medida que vamos de la locura a la reverencia y al amor al Señor. Y este es el asunto: mientras vivimos sintonizamos con el Espíritu, en realidad vivimos de maneras en las que «cumplimos las reglas». Quienes tienen el fruto del Espíritu del amor serán quienes cumplan las dos tablas de los Diez Mandamientos, quienes tienen la alegría tendrán la fortaleza de decir «no» al pecado y «sí» a la justicia; quienes tienen la paz serán plenos y saludables, y no estarán intranquilos ni ansiosos; y así sucesivamente. Cumplimos las reglas, no al centrarnos en ellas como meras obras que deben llevarse a cabo, sino que al centrar nuestros corazones en Jesús, en quién Él es, en qué ha hecho y en lo que está haciendo por el Espíritu en nosotros para que podamos cumplir la ley.

Carácter y llamado

En otras palabras, el Evangelio de la gracia de Dios transforma nuestro carácter. Comenzamos a vivir en la realidad de la nueva creación que es nuestra porque estamos unidos a Jesucristo. La imagen de Dios comienza a ser restaurada en nosotros a medida que el Espíritu obra en nosotros en santidad, justicia y conocimiento genuino de Dios. Nos convertimos en las personas que Dios diseñó que seamos desde el principio. Este tipo de formación de carácter no puede suceder simplemente mientras los cristianos de manera individual estudian la Palabra de Dios u oran solos. Al contrario, ocurre por medio de la comunidad llamada «iglesia» a medida que aprendemos a amar y a vivir entre personas que son radicalmente diferente a nosotros. Las nuevas maneras de vivir que Pablo detalla en Efesios 4 al 5 y Colosenses 3 solo pueden suceder en comunidad: dejamos la falsedad y aprendemos a hablar la verdad, ¿por qué? «Porque somos miembros los unos de los otros» (Ef 4:25). No permitimos que el enojo se enraíce en nuestros corazones, ¿por qué?, para no darle «oportunidad al diablo» para dividirnos entre nosotros (v. 27). No permitimos que ninguna palabra corrupta salga de nuestras bocas, ninguna amargura, ira, enojo o malicia, ¿para qué? «Para que imparta[mos] gracia a los que escuchan» (v. 29). ¿Te diste cuenta? El nuevo y renovado carácter que el Espíritu obra en nosotros es para otros. Y solo puede ser formado y expresado en comunidad con otros. A medida que somos formados por el Evangelio, Dios nos llama a las vidas de otros y a su mundo. Se nos da dones para compartir con otros, capacidades dadas por el Espíritu que edifican a otros en el Evangelio. Son diferentes y necesarios si nosotros y otros vamos a ser el pueblo que Dios diseñó que fuéramos (Ro 12; 1Co 12). Nuevamente, esto significa que debemos ser parte de la comunidad llamada «iglesia», no para que cumplamos con la asistencia a la iglesia que tenemos en nuestra lista de reglas, sino para que podamos contribuir a la formación de otros en el Evangelio. Sin embargo, Dios también nos llama a su mundo como señales y agentes de la nueva creación. Mientras vivimos como esposos y esposas, madres y padres, padres e hijos, trabajadores en nuestras profesiones o en casa, miembros y líderes de la iglesia, y en una variedad de otros llamados, lo hacemos como señales de cómo se vería todo cuando esto sea de la manera en que tiene que ser. Somos señales de la nueva creación y sus agentes también. Esto es porque Jesús nos ha comisionado a hacer discípulos: ayudar a otros a aprender la fe del Evangelio y los caminos del Evangelio, no para obtener más cumplidores legalistas de reglas, sino que para moldear más señales y agentes del nuevo cielo y la nueva tierra. Este es un Evangelio que es mucho mejor que simplemente «cumplir reglas». Este es un Evangelio que da esperanza genuina a los legalistas en recuperación porque este es el Evangelio de Jesús, aquel que está haciendo todas las cosas nuevas.
Este artículo fue originalmente publicado por Ligonier Ministries en esta dirección.