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Cuando usar recursos digitales es pecado
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Cuando usar recursos digitales es pecado

¿Es pecado tomar gratuitamente de Internet recursos que tienen derechos de autor para hacer uso de ellos como si fuesen de mi propiedad? Hablo acá de música, programas computacionales, imágenes, videos, textos (libros incluidos), ya sea que se cite o no a sus autores. Antes de contestar a esta pregunta, me gustaría hacer algunas reflexiones necesarias. Puede ser difícil, para muchas personas bien intencionadas, distinguir entre lo que está «en apariencia» disponible libremente en Internet de aquello que permanece protegido por los derechos de autor. Quizás, esto se deba al acceso cada vez más fácil a dichos recursos. Por lo mismo, podría parecer justificado el error cometido y admitir benevolencia sobre aquellos que caen en él dada su limitada experiencia o reducido conocimiento del complejo mundo del Internet. Sin embargo, es difícil justificar cuando los usuarios expertos y bien informados (que son la gran mayoría de las generaciones que nacieron en la era digital) ni siquiera se lo cuestionen. Muchos de ellos, si es que llegan a pensarlo, no le dedicarán más que un fugaz momento en su mente que terminará diluyéndose ante la gratificante satisfacción de haber obtenido el recurso que buscaban, ¡gratis! Recuerdo una mañana en la universidad donde enseñaba, cuando un colega me comentó que estaba muy cansado y con sueño debido a que estuvo toda la noche descargando artículos de una revista científica extranjera (normalmente muy cara), gracias a una clave que alguien le consiguió. Esta clave le permitía omitir el correspondiente pago para obtener el acceso a los artículos que buscaba. Toda la noche, ¡robando!, artículo tras artículo. Luego, ese mismo profesor, días más tarde, retiraría indignado la hoja del examen de un alumno al que sorprendería «copiando». Yo me preguntaba, ¿cuál era la diferencia? Por cierto, en el contexto cristiano algunos cuidarán sus expresiones suavizando los términos al hablar de este tema, porque no quieren ser demasiado duros calificando a sus amados hermanos de «antinomianistas». No quieren herir sus sentimientos ni mucho menos, recibir de vuelta el epíteto (bien ganado a juicio de sus adversarios en la controversia) de «legalistas» o «moralistas». ¡Cuántas inexactitudes se llegan a afirmar en nombre del Evangelio y de la gracia! Es cierto que la salvación no está en juego; efectivamente, no hay nada que puedas hacer para que Dios te ame más ni nada que puedas hacer para que Él te ame menos. Sin embargo, el apóstol Pablo insiste en que vivamos, en esta vida, de tal manera que seamos gratos a Cristo. Así le dice a su hijo espiritual Timoteo: «El soldado en servicio activo no se enreda en los negocios de la vida diaria, a fin de poder agradar al que lo reclutó como soldado» (2Ti 2:4). Y a la iglesia de Roma, después de su larga, abundante y profunda exposición sobre la salvación por gracia, por medio de la fe,  les dice: «Por tanto, hermanos, les ruego por las misericordias de Dios que presenten sus cuerpos como sacrificio vivo y santo, aceptable a Dios, que es el culto racional de ustedes» (Ro 12:1). Y a los creyentes de Éfeso les enseña que, siendo auténticos creyentes en Cristo, vivan de tal manera que no entristezcan al Espíritu Santo de Dios (Ef 4:20-30). Ahora, volvamos a nuestra pregunta inicial: ¿es pecado descargar recursos de Internet que tienen derechos de autor? «Eso depende», dicen algunos, y darán aparentes buenas razones para justificar el uso de tales recursos. Es sorprendente que muchas de las justificaciones que se oyen entre los creyentes para usar gratuitamente estos recursos, son las mismas que usan los no creyentes: «todos lo hacen»; «si yo no lo hago, otro lo hará de todos modos». Estas son variantes del pluralismo, como si un pecado perdiera su seriedad a costa de volverse algo común. Otros señalan: «de todos modos, la editorial cobra en exceso, y el autor no es el más perjudicado». Es decir, el viejo amigo «Robin Hood» también entre los profetas. Y otros más dirán: «esto tiene que ver con la esfera privada, no tiene nada que ver con mi vida de iglesia». Excusa que revela la común (y falsa) división que muchos creyentes hacen entre lo secular y lo espiritual, como si ambas esferas fueran separadas e independientes. Tristemente, el relativismo moral ha sido el verdadero problema en la vida de muchos cristianos en nuestro tiempo. Cualquier hecho que parece reñido con la ética cristiana, se justifica y las faltas se aminoran hasta que desaparece la más mínima pizca de incorrección. No obstante, no se debe relativizar el valor de lo verdadero, justo y bueno, confundiéndolo con circunstancias muy precisas en que un valor de orden superior permite una transgresión de otro valor menor. Un ejemplo bíblico de esto, lo encontramos en el conocido pasaje de la Escritura cuando las parteras mintieron al faraón de Egipto para salvar la vida de los niños varones nacidos de las mujeres hebreas. Asombroso resulta, con mayor razón, que ¡Dios aprueba su actitud! (Ex 1:18-20). Todos entendemos que, aun siendo cristianos, podríamos mentir para proteger la vida de una persona perseguida injustamente, tal como lo hicieron hermanos nuestros escondiendo a judíos en la Europa dominada por el nazismo; hecho que nos recuerda a Rahab, la ramera de Jericó que salvó de esa manera —mintiendo— a los espías hebreos (Jos 2, 6:25). A lo largo de la historia del cristianismo, han existido dilemas éticos sobre los cuales la iglesia ha tenido que reflexionar, debatir y consensuar para dar orientación a los creyentes. Temas como la participación en la guerra, la pena de muerte, el aborto (más recientemente), son materias complejas, difíciles de resolver unificando criterios, y en cuyo tratamiento algunos encuentran respaldo en una u otra dirección a la luz de lo que interpreten en la Escritura. Sin embargo, ese no parece ser el asunto que nos ocupa ahora. El uso de recursos protegidos por derecho de autor, por ende, con un costo a pagar, cuando es obtenido de manera gratuita y sin el permiso del autor, es ilegal en la mayor parte del mundo y está penado por la ley. Esta práctica ilegal recibe el nombre coloquial de «piratería». Este es un eufemismo casi simpático para el hurto. ¡Es impresionante cómo el uso de eufemismos tiene el efecto de minimizar la falta en el común de las personas! El Instituto Nacional de Protección Industrial de Chile (INAPI) señala: «La piratería es objeto de sanción especialmente cuando se realiza a escala comercial o con propósitos comerciales, pues afecta la justa retribución que por el uso legítimo de las obras y producciones intelectuales pueden obtener los titulares de derechos sobre ellas»[1]. Además, enumera algunos de los recursos a los que hace referencia: literatura, música, audiovisuales, programas computacionales, videojuegos y otros. Tal vez alguno diga: «bueno, yo no estoy copiando para comercializar», pero cuando se compra o se usa un producto «pirata», se está alimentando el círculo delictivo al final de esa cadena. Posiblemente, una vez esclarecida la naturaleza del acto de tomar un recurso protegido por las leyes de derecho de autor, debamos convenir en que todo el asunto se reduce al cumplimiento del 6º mandamiento. Solo dos palabras: «No hurtarás». Entonces, ¿qué hacemos? En primer lugar, esto debe ser abordado en la iglesia. No es posible seguir eludiendo un hecho que, por más común que sea, se haya normalizado en la práctica de muchos creyentes que, a la vez, desean sinceramente crecer en integridad. Y los líderes, en especial, deben ser ejemplos de los creyentes en estos asuntos (1Ti 4:12; 1P 5:3). Debiésemos también ser instruidos, no solo en cuanto a la naturaleza pecaminosa del uso de recursos protegidos, sino también respecto a cómo hacer un buen uso de Internet a la hora de descargar cualquier recurso que se necesite. Una especie de «guía para buenas prácticas», con direcciones de sitios con buenos recursos free, datos para identificar aquello que está protegido, etc. Debemos, también, orar pidiendo al Señor que la integridad, la sabia administración de las finanzas (mayordomía) y el gozo por agradar al Señor en todo, hagan parte de mis mejores y más gratificantes adquisiciones y prácticas en mi vida como creyente en Jesucristo. Finalmente, si de una u otra forma has caído en esta falta, recuerda: «El que encubre sus pecados no prosperará, pero el que los confiesa y los abandona hallará misericordia» (Pr 28:13). Siempre que huimos del pecado dejando atrás viejas prácticas, encontraremos los brazos abiertos de Jesús para acogernos y rodearnos con su maravillosa gracia.

[1] Tomado de: https://www.inapi.cl/protege-tu-idea/pirateria-y-falsificacion