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Los mejores amigos nacieron para ayudar en la adversidad
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Los mejores amigos nacieron para ayudar en la adversidad

En todo tiempo ama el amigo; para ayudar en la adversidad nació el hermano (Pr 17:17, NVI).

Ahora bien, pocas de esas relaciones parecen existir en el mundo, incluso en las iglesias. A las personas les gusta juntarse y entretenerse casualmente, pero se apartan (o huyen) si una situación o una amistad se complica demasiado o es demasiado costosa. Me pregunto si muchos de nosotros hemos perdido el sentido de lo que la verdadera amistad se supone que es.

¿Cómo podría este Proverbio cobrar vida nuevamente en la vida de la iglesia?
Pero por obra suya están ustedes en Cristo Jesús, el cual se hizo para nosotros sabiduría de Dios, [como en Proverbios 17:17] y justificación, santificación y redención, para que, tal como está escrito: «Él que se gloría, que se gloríe en el Señor» (1Co 1:30–31).
Estas catorce palabras de sabiduría en Proverbios son cumplidas y personificadas en el Amigo crucificado de los pecadores. Quizás comencemos a construir este tipo de amistades si fuéramos capaces de vernos los unos a los otros y a nuestras relaciones a través de los lentes de Cristo. Antes de que podamos ser un buen amigo, debemos ser rescatados de nuestro pecado. El perfecto amigo y hermano, Jesucristo, tuvo que salvarnos antes de pudiéramos comenzar a amar a otros como él nos amó. Nos convertimos en el tipo de parientes de sangre: una familia comprada con sangre, por medio de la muerte y resurrección de este perfecto amigo y hermano. La familia de Dios es más profunda que nuestras familias físicas porque no solo estamos conectados por la sangre que corre en nuestras venas, sino que también por la sangre que Cristo derramó en la cruz.

El perfecto amor personificado

Necesitamos comenzar a definir la verdadera amistad y amor fraternal no al conformarnos con las expectativas culturales, sino al mirar el rostro de Jesús y ser transformados para mirar y amar más como él lo hace (2Co 3:18). Cuando miramos a Jesús, encontramos a un amigo que ama cuando no somos dignos de amor y a un hermano dispuesto a morir por nosotros, incluso cuando no lo merecíamos. Encontramos y experimentamos un amor totalmente diferente a lo que encontramos normalmente en nosotros mismos, en nuestros propios corazones. Podemos ser amigos tan inconstantes al distanciarnos de personas y situaciones difíciles. Si alguien parece ser demasiado inmaduro, demasiado exigente o demasiado inconveniente, huimos. Encontramos excusas (¡legítimas, por supuesto!) para distanciarnos de ese tipo de amigos. Sin embargo, Jesús, el Hijo de Dios santo y perfecto, fue y pasó tiempo entre malvados pecadores que eran extremadamente inmaduros, difíciles e incluso peligrosos (¡lo crucificaron!). Jesús no toleró su pecado, pero no huyó de ellos por él, al contrario. En lugar de ello, él siguió entrando en el desorden de los pecadores como un amigo fiel, un amigo que amaba en todo tiempo, sin importar qué le hicieran, hasta su último respiro.

Una familia inquebrantable

El cuerpo de Cristo necesita desesperadamente hermanos y hermanas que nacen para ayudar en la adversidad, y sin embargo, tristemente muchas iglesias carecen de ellos. ¿Acaso no es la iglesia el lugar que se construye en amor sin importar el costo (Ef 4:16)? El amor conveniente no se encuentra en ninguna nota al pie. ¿No debería ser la iglesia un lugar donde los hijos de Dios, comprados por la sangre de Cristo, se preocupen con gusto de las necesidades físicas, espirituales y emocionales los unos de los otros? Nuestras iglesias deben ser lugares donde los amigos se muevan hacia el dolor, el sufrimiento y las dificultades en amor, no donde se apartan en miedo egoísta. Cristo nunca se dio por vencido con nosotros, a pesar de todo nuestro pecado. Por lo tanto, no podemos darnos por vencidos con personas difíciles tan fácilmente o guardar rencores amargos. Las familias del Evangelio en nuestras iglesias deben comprometerse a andar a través de los profundos dolores y penas de la vida juntos, para estar ahí cuando las cosas son difíciles. Y quedarnos ahí cuando las cosas se ponen más difíciles. El amor de Cristo debe controlarnos, ayudándonos a permanecer aun cuando han pecado contra nosotros, estando dispuestos a dar nuestras vidas por otros, incluso por aquellos que nos hieren. El Espíritu Santo aún hace esta obra hoy, si vemos a Cristo como nuestro ejemplo de amistad fiel y confiamos en él con el riesgo de causar molestias o ser lastimados.

Sigue a Jesús hacia las amistades complicadas

Jesús dejó la gloria de su Padre para entrar a nuestro desorden. Él murió en una cruz por nuestros pecados para ganar una familia de hermanos y hermanas que estén dispuestos a vivir parar la gloria de Dios, que se amen mutuamente lo suficiente para morir el uno por el otro. Necesitamos aprender a ver cada amistad a través de los lentes de la obra de Cristo en nuestro lugar. Para ver que en la cruz hay gracia más que suficiente para cubrir una multitud de pecados cometidos contra nosotros. Para ver la cruz de Cristo como la profundidad del sufrimiento que un Hermano estuvo dispuesto a soportar. Necesitamos recordar que un verdadero hermano se acerca cuando los tiempos se ponen más difíciles y nunca deja o abandona a un amigo, incluso cuando las pruebas perduran por toda la vida. Amistades como estas nos ayudan a ser reales los unos con los otros, admitiendo nuestras debilidades y quitándonos las máscaras cristianas de que «estamos bien». No necesitamos limpiarnos a nosotros mismos o a nuestras circunstancias con el fin de pertenecer a algún lugar. Simplemente, necesitamos a Jesús para pertenecer. En lugar de huir de la iglesia cuando las cosas se ponen difíciles, podemos estar animados porque podemos apoyarnos en nuestros hermanos y hermanas que nos rodean, aquellos que están entusiasmados por llevar nuestras cargas sin importar cuán pesadas o dolorosas puedan llegar a ser. Nadie está bien por su cuenta. Todos necesitamos verdaderos amigos comprados con sangre, hermanos y hermanas que nacieron para ayudar en la adversidad.
Dave Zuleger © 2016 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso. Traducción: María José Ojeda