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Que todo te dé alegría en Dios
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Que todo te dé alegría en Dios

Si eres líder y te pareces en cualquier aspecto a mí, la alegría es un residente reacio dentro del alma. Ocasionalmente, la alegría traspasa los límites de la responsabilidad preocupante y sale a actuar. El día brilla más, el corazón se ilumina y veo a Aslan en todas partes. Sin embargo, la mayoría de los días, la alegría permanece ermitaña. Las semanas se reducen a deberes por la ausencia del deleite. Para mí, esto es algo de la vida. Cuando estoy solo, las trincheras de mi mente siempre han fluido hacia un oscuro charco de pensamientos. La lucha por el gozo es ardua y muy reñida. No obstante, he visto progreso a través de la aplicación determinada de un trozo de la Escritura:
Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo digno, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo honorable, si hay alguna virtud o algo que merece elogio, en esto mediten (Fil 4:8).

La guerra contra el «todo»

Mi viaje comenzó al ver la repetición de una palabra dentro de este pasaje: «¡todo!». Pocas palabras captan nuestra cultura de contentamiento estos días como esta espinosa exclamación. A menudo la escuchamos, incluso entre líderes: un pequeño grupo de silenciosas respuestas de los líderes por la pobre asistencia de la congregación; un murmullo del plantador de una iglesia cuando le dicen que nadie se ofreció como voluntario para servir; la reacción del corazón de un pastor a la crítica dirigida a su ministerio; la respuesta irónica del director a la supervisión de su director. «Todo» se ha convertido en nuestra ola verbal de despido, la armadura de apatía que nos ponemos (a veces con solo un susurro) que escuda nuestro corazón de la molestia de las expectativas y de las agendas de otras personas. Sin embargo, en la lucha por el gozo, Dios gana la guerra al definir las palabras. Lee Filipenses 4:8 nuevamente. Aquí Dios da nueva forma a la palabra «todo» en una invitación: ¿qué es lo que realmente ves cuando contemplas nuestro mundo? Todo lo que es verdadero, digno, justo, puro, amable, honorable, todo está ahí.

Rastrea la mano de Dios

La Biblia asume que hay bendición, virtud y deleite en el mundo. Mira a tu alrededor: ¿ves alguna señal? Hay belleza. El camino centelleante de un rayo de sol, el color de una hoja de otoño, la estremecedora agua de una ensenada mientras cae como cascada entre piedras brillantes. Sigue mirando; hay mucho más. Pablo dijo: «todo lo amable». Cuando Dios ordenó la creación, lo amable estaba estampado en todo, desde las partículas de la tierra hasta los planetas en el cielo. El pasto húmedo, el heno, las rayas venenosas y la arena de la playa; los abejorros polinizando, los picaflores colgando suspendidos en medio del aire. La creación refleja su gloria. ¿Puedes ver el esplendor? Hay gracia común. El pecado es reducido, las leyes naturales sostenidas, los dones y talentos distribuidos; Dios derrama bendiciones inmerecidas sobre todo su pueblo. ¿Puedes ver la gracia brillando a través de personas fuera de tu iglesia? ¿Qué tal fuera de tu fe? Un soldado defiende su patria, una mujer rica apoya a los huérfanos, un contador valientemente se levanta en contra de las irregularidades de su compañía. Hay virtud, honor, justicia, actos loables de consciencia; la imagen de Dios siendo expresada en criaturas caídas. Existen cosas en el mundo que valen la pena percibir y adorar. «Todo lo honorable, si es que hay alguna virtud o algo que merece elogio». Líder, ¿puedes rastrear la mano de Dios?

Lo mayor que hay que considerar

La representación de todo tiene un nombre: Jesús; el Alfa y el Omega; el capitán de nuestra salvación. Maravilloso Consejero; Redentor y el Dios eterno. Él es el Cordero de Dios que se ofreció a sí mismo como sustituto por nuestros pecados. Jesús cumplió la ley de Dios. Donde Adán falló, Jesús desplegó su perfecta obediencia. Al convertirse en el segundo y último Adán, Él triunfó donde nosotros fallamos. Por su obediencia, Jesús ganó un super almacenamiento de justicia, imputada a nosotros por medio de la muerte y de la resurrección de Cristo. Esto lo hace el «todo» supremo, encarnando completamente la perfección de cada cualidad enlistada en Filipenses 4:8. Nuestro Salvador es perfectamente verdadero, impecablemente honorable, incalculablemente justo, centelleantemente puro, indescriptiblemente amoroso y eternamente excelente y loable. «Es al contemplar la gloria de Cristo por la fe», dijo John Owen, «que somos edificados espiritualmente y levantados en este mundo». Para los líderes como yo que tocan el gozo con menos frecuencia, contemplar a Jesús a menudo nos ayuda en la pelea por el gozo. Seguro, los buenos todos son más difíciles de ver, al menos al principio. Existen distracciones internas, el ruido blanco de los pensamientos arremolinados compitiendo por la supremacía. Pero mantente ahí. Escucha, toca, prueba, huele, hay esplendor, valentía, pureza, cosas admirables y dignas de elogio. ¿Puedes ver alguna de ellas? ¿Puedes darte cuenta del bien? Discernir estas bendiciones es encontrar un camino al gozo.

Medita sobre estas cosas

Un anciano que conozco tiene un ejercicio del alma personal que él denomina su «ajustador de actitud». Cuando sus todos se oscurecen, él simplemente se aparta por diez minutos para escribir las áreas en las que ve la bondad de Dios obrando. Él dice que es un acto de subversión. Al volver a los todos redimidos, aviva un fuego en su corazón que consume el mal y anima al bien. «Me ayuda», dijo una vez, «a ver las cosas desde la perspectiva de Dios». ¿Y tú? ¿Alguna vez has reducido la velocidad lo suficiente como para escudriñar tu pensamiento? Filipenses 4:8 nos lleva ahí. ¿Dónde está mi mente? ¿Sobre qué tiendo a detenerme? ¿Cuál de los todos me llama más la atención? Enfréntalo: una mente caída siempre es vulnerable a los pensamientos sin Dios. Estar despiertos es estar en constante conversación contigo mismo. Cada uno de nosotros tiene una línea de datos de nuestra boca a nuestros oídos, llevando un flujo interminable de información hacia nuestro cerebro. Me maravillo constantemente de cuán lejos puedo llegar en el camino con pensamientos incrédulos, depresivos y que niegan a Dios antes de que siquiera me dé cuenta de lo que estoy haciendo. Sin embargo, a medida que nos detenemos para examinar nuestro camino mental, descubrimos cuál todo buscamos.

Medita en estas cosas

Dios no nos ha dejar sin ayuda. En este pasaje, Él les dice a los líderes que vayan más allá de la percepción para meditar. Dios dice: «Dave, tiendes a vagar. Te alejas del pensamiento centrado en Dios y que edifica al alma. Déjame ayudarte. “¡Medita en estas cosas!”». Dios nos guía en la manera en que podemos fijar nuestra mente para que podamos ser rescatados de los ciclos cínicos y las preocupaciones depresivas. Dios dice: «toma las cosas buenas, justas y amorosas que ves y deja tu mente ahí». La belleza aquí se encuentra en su simplicidad; un paso de sabiduría tan accesible que incluso un niño podría manejar sin derramar leche o galletas. Las palabras de Pablo a los colosenses hacen eco de esto: «Pongan la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra» (Col 3:2). Mientras más dirijamos nuestras mentes hacia las cosas loables, más entraremos al gozo.

Los líderes debemos mirar

¿Ves el camino? Para mí ha marcado una gran diferencia, iluminando los pensamientos correctos y moviéndome más deliberadamente hacia Dios. Líder, si te puedes identificar con mis luchas, permíteme animarte. Cuéntate a ti mismo Filipenses 4:8. Pelea para encontrar ese camino. Luego, ¡pelea para mantenerte en él! Cuando meditamos en las cosas correctas, entonces procedemos en la dirección correcta. A lo largo del camino, descubrimos algo verdaderamente extraordinario: cuando todo es redimido, la alegría sale a actuar.
Dave Harvey © 2019 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso.
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Todo buen padre tendrá algo de qué arrepentirse
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Todo buen padre tendrá algo de qué arrepentirse

¿Qué le diría a mi yo más joven sobre la crianza? Que me hayan invitado a escribir sobre esa pregunta es similar a que te ofrezcan una atención dental gratuita. El gesto, aunque lo aprecio, involucra perforar y, a menudo, cierto dolor. Sin embargo, incluso mientras escucho que se intensifica el sonido del taladro, se me vienen muchos temas a la mente que parecen ser útiles de compartir.
1. La crianza principalmente no expondrá tus fortalezas, sino que revelará tus debilidades
Muchos padres ven la crianza de los hijos como una plataforma para mostrar su fidelidad y sabiduría, incluso como la validación de Dios por sus decisiones de crianza. Ciertamente, eso es lo que yo imaginé que estaba firmando. Descubrí que la crianza, como una empresa, estaba sufriendo una gran pérdida y le vendría bien sangre nueva (alguna determinación innovadora para la próxima generación). En mi mente, la crianza era la oportunidad de oro para mostrar mis fortalezas. O eso pensé. Guau, qué engañado estaba. La crianza expuso cada debilidad espiritual dentro de mi alma, de mi matrimonio y de mi familia; incluso creó algunas nuevas. La crianza me familiarizó con la desesperación, me molestó con miedo y despertó a un sinfín de oscuras noches de mi alma. No me había dado cuenta de que la «aparente» falta de progreso de un niño era un lugar donde los padres encontrarían verdaderamente a Dios. Oraba, «¡Dios, arréglalos!». Entonces, Dios susurra de vuelta, «sí, Dave, están en mi lista. Sin embargo, primero hablemos de ti». La crianza no puso en exhibición mis fortalezas; expuso mis limitaciones. Reveló las docenas de lugares en los que he confiado en mí mismo y en mi liderazgo en lugar de hacerlo en Dios. Finalmente, me derribó y reveló la confianza en mí mismo. No obstante, esa debilidad me llevó a Jesús donde, en mi desesperación, fui capaz de ver que Él tenía planes para mis hijos y poder para mí (2Co 12:9). Padres, consideren esto: la debilidad es tan importante para Dios que Él tomará la experiencia terrenal más alta —las cosas que nos enaltecen (2Co 12:7) como el matrimonio y la crianza— y los usará para imponer el tipo de debilidad que entrega su poder.
2. Tu mayor batalla será pelear por tu propia fe
A medida que tus hijos crecen, sus preferencias se van transformando, sus estilos cambian y sus predilecciones se invierten. Parte de crecer es decidir lo que no te gusta o en qué no crees para que puedas correr hacia lo que sí te gusta y crees. Es natural y bueno, pero a veces era desorientador para mí como papá. Cuando uno de mis hijos desarrolló una convicción, parecía un referéndum sobre mi crianza. No siempre fue fácil encontrar un suelo firme, saber dónde podía estar de pie. La incertidumbre se convirtió en una presión inesperada dentro de mí y esta presión inevitablemente le rebotó a mis hijos. Mi problema no eran mis hijos; era mi fe. La incredulidad centra a la fe en los lugares incorrectos; nos mueve de la gracia de Dios hacia nuestra actividad. Examinamos a nuestros hijos, buscando los signos más pequeños de cambios positivos. Nos preocupamos por cada decisión cuestionable en lugar de confiar en oración en las promesas de Dios. Esto nos hace personas centradas en las circunstancias en lugar de que nos centremos en Dios. Cuando nos encontramos a nosotros mismos atascados ahí, el ejemplo de Abraham nos puede ayudar. Mientras esperaba que naciera Isaac, Abraham «se fortaleció en fe, dando gloria a Dios, estando plenamente convencido de que lo que Dios había prometido, poderoso era también para cumplirlo» (Ro 4:20-21). Por años, este pasaje me ha encantado completamente. Abraham creía en Dios mucho antes de que sus circunstancias cambiaran. Su hábito cultivado era darle la gloria a Dios incluso cuando la situación de la crianza era la esterilidad. Charles Spurgeon dijo una vez: «es una fe heroica la que cree en Cristo de cara a miles de contradicciones». Me pregunto si es que estaba pensando en la crianza de hijos cuando escribió esto. La fe es esencial cuando el crecimiento de nuestros hijos es lento o quizás imperceptible. La fe sigue plantando cuando el huerto del alma parece completamente estéril. La respuesta de Abraham fue fortalecerse en fe porque él le dio «gloria a Dios». La fe de Abraham no fue provocada por las circunstancias. Él creyó las promesas de Dios. Por veinticinco años, las circunstancias de Abraham no cambiaron, pero metida en algún lugar de esa prueba, su fe sí cambió.
3. Disfrutar a tus hijos forma la percepción de ellos sobre tu crianza tanto como cualquier cosa que digas
Al principio, esto no era claro para mí. Asumí que teníamos cubiertas la mayoría de las áreas de principal responsabilidad, pero no siempre estábamos disfrutando el viaje. Nunca olvidaré la sensación en la boca de mi estómago cuando una vez uno de mis hijos manifestó sorpresa cuando le dije que realmente me gustaba pasar tiempo con él. Mi disfrute no siempre encajaba con su experiencia. No fue un buen momento para papá. Desde ese momento, cuando he tenido la oportunidad de animar a un pastor más joven a amar bien a sus hijos, a menudo le digo que estructure su tiempo, su vida y sus vacaciones para que sus hijos puedan crecer pensando: «papá siempre me disfrutó». Deléitate en tus hijos de la misma manera en que el Padre lo hizo cuando dijo: «Este es mi Hijo amado en quien me he complacido» (Mt 3:17).
4. Algunos cristianos pueden dolorosamente examinar demasiado las decisiones de los padres y de los hijos
En Juan 9, Jesús pasó por el lado de un hombre que era ciego de nacimiento. Sus discípulos le preguntaron: «Rabí, ¿quién pecó, este o sus padres, para que naciera ciego?» (Jn 9:1-2). Los seguidores de Jesús comprendían el sufrimiento del hijo ciego con la misma prueba de diagnóstico que nosotros a menudo usamos para hijos incrédulos, incontrolables y rebeldes dentro de la iglesia. Pensamos que estos niños revelan una debilidad de crianza. En el peor caso, esto se convierte en una forma de determinismo del Evangelio (una creencia con ausencia de Dios que cree que el comportamiento y el futuro espiritual de los hijos se basa exclusivamente en el liderazgo fiel de sus padres). Si un adolescente está luchando, los padres solo están cosechando lo que fue sembrado. El otro lado de esa moneda es igualmente peligrosa. Asume que si nuestros hijos se están comportando bien, se debe a nuestra impresionante crianza. Gracias a Dios por la respuesta de Cristo a la pregunta de los discípulos sobre a quién había que culpar: «Ni este pecó, ni sus padres; sino que está ciego para que las obras de Dios se manifiesten en él» (Jn 9:3). Los cristianos pueden ser vulnerables de manera única a este modo de pensar. Deseo haber sabido esto cuando era un padre joven. Me habría ayudado a tener expectativas más sensatas de la iglesia y también a servir a los padres que están cargados de culpa con más compasión, intercesión y sufrimiento. Conocer esta necesidad me habría ayudado a entender que una cultura de Evangelio está menos preocupada del quebrantamiento de reglas o del pecado encubierto, sino que se levanta en fe, espera la obra interna de Cristo por sobre las condiciones externas y más observables.

Lo que todos los padres necesitan escuchar

Una vez, un hombre me contó sobre un evento para crianza llamado «Sin arrepentimientos». Asumí que era un evento organizado por padres de recién nacidos. El padre sin arrepentimientos, después de todo, probablemente necesite pensar con un poco más de profundidad. Si no tienes de qué arrepentirte por la crianza, tan solo pregúntale a tus hijos. Sin embargo, el Evangelio va ahí: a ese lugar condenatorio y empapado de fallas. Jesús escoge como sus vasijas a aquellos que son perseguidos por los remordimientos y por medio de ellos despliega su gloria. Pedro negó a Cristo tres veces y huyó en el momento de mayor necesidad del Salvador. Es difícil imaginar, incluso después del perdón y del llamado (Jn 21:15-19), que Pedro no haya atravesado el camino del arrepentimiento como discípulo y como amigo. Si el Evangelio va a tener sentido para nosotros, debemos vernos a nosotros mismos en el fracaso de Pedro. Los padres que no cometen ningún error no necesitan las buenas noticias. Como dice Jesús: «Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los que están enfermos; no he venido a llamar a justos, sino a pecadores» (Mr 2:17). Debemos tener nuestras cosas de las cuales arrepentirnos. Sin embargo, también es necesario ver que Cristo nos ofrece algo mucho mejor que simplemente un escape de esas cosas. En la cruz, Dios nos recuerda que nuestros tropiezos nunca son lo suficientemente grandes como para interrumpir su plan en nuestras vidas. Para Pedro, y para todos nosotros, hay esperanza más allá del pesar del arrepentimiento. Porque nuestro glorioso Sustituto murió y resucitó, «Sin arrepentimientos» es borrado para escribir «Sin registros». ¿Ves cómo esto podría cambiar la manera en que pensamos de nuestras familias? Podemos vivir y liderar con esperanza hoy, no porque siempre lo haremos bien, sino porque seguimos a un Salvador que lo hizo. Desde ese punto de seguridad, podemos admitir nuestros fracasos, arrepentimientos y debilidades. Desde esa posición de humildad, podemos levantar nuestros ojos a la realidad: «Cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2Co 12:9-10).
Dave Harvey © 2019 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso.
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Día 18: regocíjate en la esposa de tu juventud
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Día 18: regocíjate en la esposa de tu juventud

Durante todo este mes, compartiremos contigo una serie de devocionales llamada Treintaiún días de pureza. Treintaiún días de reflexión sobre la pureza sexual y de oración en esta área. Cada día, compartiremos un pequeño pasaje de la Escritura, una reflexión sobre ella y una breve oración. El día dieciocho es cortesía de David Harvey:
No obstante, por razón de las inmoralidades, que cada uno tenga su propia mujer, y cada una tenga su propio marido (1 Corintios 7:2).
Lo escuchamos todo el tiempo, ¡tengan «sexo con protección»! Sin embargo, para el hombre cristiano, el sexo con protección significa algo mucho más significativo y maravilloso que métodos anticonceptivos. Disfrutar sexualmente a tu esposa (¡e invitarla a ella a que te disfrute!) es un centinela instalado por Dios para guardar tu corazón en la batalla por la pureza. Considéralo como una de tus primeras líneas de defensa. Dios dice, «por razón de las inmoralidades», te doy protección: tu cónyuge. En vez de despilfarrar tu deseo sexual con la pornografía y la lujuria, satisfácelo teniendo maravilloso sexo que honra a Dios con tu mujer. ¡Ámala sacrificialmente y disfrútala con frecuencia! Y para los hombres solteros: «pues su divino poder nos ha concedido todo cuanto concierne a la vida y a la piedad…» (2 Pedro 1:3), dentro de ello el poder para vencer la tentación de la inmoralidad sexual. ¡No fueron dejados sin municiones en la pelea! El divino poder de Dios incluye la gracia para esperar pacientemente por la llegada de aquella mujer. ¡Acaso no es algo que viene de Dios crear algo que disfrutemos y luego usemos como escudo! ¡Señor, tus caminos son magníficos! Nos diste el matrimonio para mostrar tu carácter y tu cuidado. [Para el hombre casado: me has dado una novia para que pueda ser bien amada. Me diste una esposa porque te preocupan mis debilidades. Ayúdame, oh Dios, a apreciar este regalo y a disfrutarlo a menudo, ¡incluso hoy! No solo porque el sexo me protege, sino que porque la pureza de tu pueblo te glorifica]. [Para los solteros: quizás no entiendo por qué me has dado un apetito sexual sin darme una esposa, pero confío en que tu poder me ha concedido todo lo que necesito para la vida y la piedad. Confío en que esto incluye vencer la tentación de la inmoralidad sexual. Por lo tanto, hasta el día en que pueda disfrutar del sexo con la esposa que tú proveas, te pido que pueda ser puro]. ¡Amén!
Este recurso fue originalmente publicado en Tim Challies | Traducción: María José Ojeda
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Tres mentiras que separan a un matrimonio
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Tres mentiras que separan a un matrimonio

Ocurre todos los días. Un esposo se rehúsa a perdonar a su esposa, porque ella simplemente no puede ver todos los pecados que él le atribuye. Una esposa no se reconciliará con su marido hasta que él respalde completamente su visión de la realidad. Un matrimonio está al borde de la ruina porque uno de los cónyuges ha determinado que las motivaciones del otro son irremediables. Algunos usan una ventanilla de escape del matrimonio, llamándola «irreconciliable». Es tan triste, pero tienen diferencias irreconciliables. La palabra es trivializada cuando se usa de esta manera, vacía de su carga moral. En la Escritura, el término «irreconciliable» tiene dientes espantosos. En 2 Timoteo 3:1-9, Pablo da una lista de muchas personas impías que rondarán el mundo en los últimos días. La palabra griega aspondos es usada en 2 Timoteo 3:3 para identificar a quienes «son hombres de mente depravada, reprobados en lo que respecta a la fe» (2Ti 3:8). La palabra describe a alguien que alimenta una «hostilidad que no da tregua» (Pastoral Epistles [Epístolas pastorales], pp. 174-175). Describe a una persona que guarda rencor, que no perdona y que es implacable. La persona irreconciliable protege su amargura, con sofisticación, aísla su resentimiento del alcance de los demás. Este estado es peligroso para tu fe, para nuestras familias y para nuestros matrimonios. Tal persona afirma ser cristiana, un padre y un cónyuge fiel, pero resiste la reconciliación y afirma que obedece a Dios mientras lo hace. En la iglesia, pocas personas son más vulnerables al daño espiritual que aquellas personas ofendidas que espiritualizan su amargura. Esa persona probablemente creyó una de las tres mentiras diabólicas.
1. «No te puedo perdonar hasta que confieses todo el pecado que yo veo»
En 2 Corintios 2:5-11, un hombre pecó gravemente. El pecador se arrepintió sinceramente, pero la iglesia corintia no aceptó su arrepentimiento. Por lo tanto, Pablo intervino e hizo una petición en su nombre. Él le dijo a los corintios que debían «reafirm[ar] su amor hacia» este hombre. Ellos deben perdonar a este hombre como él pidió (2Co 2:8). El arrepentimiento del hombre debe ser aceptado «para que Satanás no tome ventaja sobre [ellos], pues no ignoramos sus planes» (2Co 2:11). Este es el punto: uno de los mecanismos malvados de Satanás, uno de los muchos esquemas que él emplea, es convencer a los creyentes de que no necesitan perdonar a los pecadores arrepentidos. Cuando fallamos en perdonar, el asunto de conflicto a menudo es nuestro juicio de la confesión del ofensor. Asumimos que la otra parte no es genuina, que no ha alcanzado aún la medida completa del arrepentimiento auténtico. Somos desconfiados, pensamos que le hemos hecho una radiografía al corazón del pecador y hemos discernido su falta de sinceridad. Entonces, al igual que los corintios, bloqueamos los intentos de reconciliación del pecador.
2. «No puedo perdonarte si es costoso para mí»
En Mateo 18:21-35, Jesús cuenta la historia de un siervo cuyo amo le perdonó una enorme deuda. De inmediato, este hombre se encontró con un colega que le debía una cantidad menor. En lugar de extender el perdón que recibió, él le impuso un castigo y envió al segundo siervo a prisión. Con este increíble ejemplo, el Salvador nos enseña que el perdón absorbe al menos dos costos. Primero, un cónyuge debe decir: «no voy a castigarte». No existe persona casada entre nosotros que no haya enjuiciado mentalmente a su cónyuge y no haya anunciado el veredicto que el despiadado sirviente pronunció: ¡«Paga lo que debes»! (Mt 18:28). Para que ocurra el verdadero perdón, a veces un cónyuge debe negar el comprensible instinto de exigir venganza sobre su compañero o compañera y, en lugar de ello, liberarlos de castigo, poniendo su pecado bajo la sangre expiatoria de Jesús. Segundo, el que perdona literalmente debe escoger pagar la deuda que su amado o amada debe. Perdonar no significa evaporar mágicamente lo que se debe. Si yo te prestara $10 dólares y rehusaras pagármelos, el dinero no aparecería misteriosamente de vuelta en mi billetera al perdonarte. Piensa en eso. Para que Cristo nos perdonara, Él tuvo que absorber el dolor emocional: la vergüenza y humillación de cargar con nuestros pecados. Cuando perdonamos, debemos absorber el costo también. Debemos decir: «veo el costo de perdonarte, y lo acepto». Esto es difícil. Sin duda, queremos perdonar, pero instintivamente pensamos que no debería costarnos. Absorber la deuda no es justo, por lo que reaccionamos instintivamente: «¿qué? ¡Tú lo hiciste! ¿Ahora yo tengo que pagar la cuenta? ¿Acaso no es suficiente con perdonarte y escoger no tomar represalias? ¿Acaso no he sufrido lo suficiente?». No, no es suficiente si queremos una verdadera reconciliación. El siervo despiadado es reprendido por su amo por exigir pagar una deuda menor. Las injusticias que sufrimos, sin embargo, rara vez se sienten pequeñas. ¿Cómo podemos absorber tal dolor? La respuesta se encuentra en mirar atrás a la injusticia más grande de la historia. El Cordero sin mancha de Dios fue torturado y crucificado como sustituto por nuestros pecados. Merecíamos el castigo que fue impuesto en Jesús, pero Él absorbió el costo; Cristo perdonó nuestra incomprensible deuda. Ahora, puesto que hemos sido perdonados, somos llamados a perdonar.
3. «Puedo perdonarte sin acercarme a ti»
Marcos y Sandra fueron heridos por sus amigos. Cuando sus amigos sugirieron que se juntaran para discutir lo que ocurrió, Marcos y Sandra mantuvieron su puerta cerrada. Ellos habían aceptado formalmente la disculpa de sus amigos y les extendieron perdón, pero su perspectiva de la ofensa no les permitía discutirla. Tristemente, la narrativa alimentó su ofendido estado y permitió que la relación permaneciera sin reconciliación, aun cuando ellos dijeron haber perdonado a sus amigos. Marcos y Sandra lidiaron con su dolor construyendo muros. Es como decir: «te perdono, pero no podemos ser amigos nunca más». Tal perdón dista de la reconciliación. Es protección, no restauración de la relación. Sin duda, hay casos en los que debemos distinguir entre perdonar y confiar. Una esposa abusada podría perdonar a su esposo, pero ella no está obligada a vivir bajo el mismo techo inmediatamente. Su seguridad debe ser garantizada y la confianza reconstruida. Muy a menudo, eso toma tiempo. De manera similar, un ejecutivo de negocios puede perdonar a un miembro del equipo por malversar dinero, pero eso no protege el trabajo del malversador. Esa persona es perdonada y despedida. ¿Por qué? El perdón podría estar presente, pero la confianza no. En tales casos, la verdadera misericordia perdona y actúa sabiamente. No pone a los abusadores ni a los malversadores de vuelta en las situaciones delicadas hasta que haya clara evidencia y fruto de arrepentimiento. La verdad es que estos casos son más excepcionales. Es más común encontrar un cónyuge torciendo la Escritura para permanecer sin reconciliación, convirtiéndose en el juez y satisfaciendo su necesidad de sentirse moralmente superior. Sin embargo, cuando no nos reconciliamos, pasamos por alto las palabras de nuestro Salvador: «¡Tengan cuidado! Si tu hermano peca, repréndelo; y si se arrepiente, perdónalo. Y si peca contra ti siete veces al día, y vuelve a ti siete veces, diciendo: “Me arrepiento”, perdónalo» (Lc 17:3-4). Cuando lo piensas, confesar siete veces al día difícilmente parece arrepentimiento, a menos que estés hablando de un niño pequeño. No obstante, no es nuestro trabajo analizar el alma del otro y separar la sinceridad de sus confesiones. Nuestra responsabilidad es mantener un corazón que es rápido para responder a confesiones sinceras, uno que anticipe el buen fruto de las vidas de personas arrepentidas. Sabia es la pareja que se equivoca por perdonar en lugar de arriesgarse a la rápida decadencia espiritual de ser irreconciliables.

Inclina la balanza de tu matrimonio

Recientemente, leí un libro escrito por Andy Crouch en el que hace una observación sorprendente. Está dirigida a las instituciones sociales, pero hay aplicaciones innegables para el matrimonio también:
Es asombroso cuán consistentemente las historias de las instituciones incluso más complejas se reducen a sus administradores, aquellos que, en el mejor de los casos, cargan con el dolor y el quebranto de la institución, la perdonan y la sirven. Es maravilloso cuán consistentemente el destino de las instituciones depende de unas pocas personas y de su propio carácter personal, incluso cuánto una persona puede inclinar la balanza hacia una injusticia devastadora o hacia una abundancia redentora (Playing God [Jugando a ser Dios], pp. 219-220)
¿Estás actuando como un administrador confiable en tu matrimonio? ¿Estás cargando su dolor y quebranto mientras perdonas y sirves a tu esposo o esposa? ¿O eres un consumidor quejumbroso, que tiene un registro de todas las maneras en que el matrimonio no está satisfaciendo tus necesidades? Pablo nos instruye: «Como Cristo los perdonó, así también háganlo ustedes» (Col 3:13). Cristo nos ha perdonado libre, amorosa, sacrificial, completa, gozosa y eternamente. ¿Puedes creerlo? Jesús no se escudó del dolor de relacionarse con nosotros. Él nos buscó, nos perdonó y ahora ora constantemente por nosotros. Un cónyuge con el coraje de exhibir la extraordinaria gracia de Dios puede «inclinar la balanza… hacia una abundancia redentora» en el matrimonio. Ese cónyuge podrías ser tú. El camino a convertirte en un administrador o administradora gozoso podría comenzar al escoger la reconciliación hoy.
Dave Harvey © 2020 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso.
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Cuidemos al pastor ansioso que espera su ministerio
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Cuidemos al pastor ansioso que espera su ministerio

«¿Qué hago mientras espero?». Es una pregunta que he escuchado una docena de veces. Los hombres entrenados, listos para vibrar por el Evangelio, a veces pueden encontrar que carecen de oportunidades inmediatas para llevar a cabo su ministerio de ensueño. Para ellos, el gran juego ha comenzado, y Dios los ha enviado a la banca, incluso cuando un desfile de amigos, compañeros de clase y jugadores aparentemente menos talentosos corren hacia la cancha. Quieren estar felices por los demás, pero en lo profundo se sienten frustrados y confundidos. ¿Una mejor calificación en Teología Sistemática podría haberme hecho uno de los primeros escogidos en el reclutamiento al ministerio de Dios? La comprensión y la paciencia son extraños compañeros cuando un desanimado potencial pastor está en la banca. ¿Cómo puedes ayudarlo?

Comienza por escuchar

En serio. Es demasiado fácil tomar su frustración y precipitadamente pegarle un adhesivo de la soberanía de Dios encima. La obra amorosa de Dios de hacer buenas todas las cosas es una verdad mejor digerida una vez que las personas saben que las amamos y las entendemos (Stg 1:19). Intenta recordar la última vez que tuviste un sueño no realizado aun cuando pensaste que estaba listo para llevarse a cabo. ¿Cómo se sintió? ¿Qué fuiste tentado a pensar de Dios? Un potencial pastor se encuentra vulnerable y necesita saber que no está solo. Si él siente que tú puedes empatizar con sus pruebas, él abrirá su corazón a tu verdad. Proverbios 13:12 dice: «La esperanza que se demora enferma el corazón [...]». Cuando parece que el sueño del ministerio se aplaza, el corazón se ve vulnerable. Si vas a servir a este pastor en potencia de manera efectiva, necesitas escuchar antes de comenzar a ofrecer consejo.

Dile que no está en la banca

Dios no tiene banca. Estar en la banca es un sentimiento, no una realidad. Dios pone a todos los creyentes en el mismo juego cada día. Simplemente, el potencial pastor no se encuentra en el lugar que quería (por ahora). Sin embargo, el verdadero ministerio no comienza con un título, un salario ni un blog. El verdadero ministerio comienza en el momento en que un hombre es nacido de nuevo. Es por esto que Efesios 2:10 dice: «Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para hacer buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas». Un hombre no entra al ministerio cuando es ordenado, sino que cuando es convertido. Fijar su identidad ahí podría ser el comienzo de un ministerio largo y fructífero, a través de los muchos roles que podría cumplir.

Dile que esperar significa entrenamiento

Yo estaba abatido. Sentado en mi vehículo de seguridad, me di cuenta de que acababa de pasar otro aniversario en mi elogiado rol como guardia de seguridad. Mi sueño de predicar parecía tan alcanzable como llevar una nave espacial a Marte o descubrir la cura para la adicción a los podcast. No obstante, dentro de poco más de un año desde ese momento, a través de una serie de eventos providenciales, me mudé al área de Filadelfia y llegué a ejercer un rol de ministerio. Desde la vista detrás del volante de mi vehículo de seguridad, esos años fueron en vano. No obstante, a medida que emprendía las complejidades del trabajo pastoral, constantemente usaba lecciones que aprendí en mi trabajo contra el crimen. Para mí, el trabajo en seguridad era una autopista hacia la nada. Para Dios, la espera era parte de su preparación y una manera de expresar su bondad (Lam 3:25). Ocurre con frecuencia. Le pasó a Moisés, a Abraham, a José, a David, a Pablo. Dile eso al pastor en espera. A medida que han pasado los años, he llegado a estar convencido de algo que todo pastor ansioso que está en espera debe aprender: cuando se trata de moldear hombres para el ministerio, Dios sabe lo que está haciendo. Confía en Él. Valdrá la pena.
Dave Harvey © 2014 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso.
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Llevemos la pesada carga de la vergüenza
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Llevemos la pesada carga de la vergüenza

Hijos pródigos: la herida abierta de muchos padres cristianos. Un hijo, ya sea adolescente o adulto, encarna la peor pesadilla de sus padres al trazar un rumbo lejos de Dios. Podría ser un pródigo que quiere agradar a los demás, cuya buena apariencia oculta un corazón impío. Podría ser un pródigo quejumbroso, que le levanta despreocupadamente el dedo del medio a las expectativas y se siente víctima de cada circunstancia. Sin embargo, existe un denominador común que une a la mayoría de sus padres: como cristianos, cargan con el peso único de la vergüenza. Detente y reflexiona en la última línea. Deja que la ironía atraiga tu curiosidad. Los padres cristianos de hijos pródigos a menudo cargan con una vergüenza peculiar debido a la incredulidad de sus hijos. Suena contraintuitivo, ¿no es así? Creemos que Cristo cargó nuestra vergüenza (Heb 12:2); el Evangelio nos quita las cadenas de la desgracia pecaminosa (Ro 5:5) y «[…] todo el que cree en Él no será avergonzado» (Ro 10:11). Entonces, ¿por qué los padres cristianos llevan la carga tan pesada de la vergüenza? El problema no es Dios; es su pueblo.

¿Qué puede hacer la iglesia?

Sabemos que la iglesia está particularmente calificada para ayudar a los padres que sufren. Tan solo observa nuestros recursos: el Evangelio, la comunidad y la oración. Sin embargo, cuando un padre se desangra por su hijo o hija descarriado, la iglesia puede ser rápida para juzgar y lenta para vendar las heridas. Podemos infligir vergüenza en lugar de demolerla. Como resultado, los padres buscan ayuda en otros lados, sintiendo intuitivamente que su iglesia no es un lugar de gracia.  Para ser justos, no es fácil para los cristianos saber qué hacer. Estamos confundidos respecto a cómo cuidar, a qué decir, a quién involucrar y cuándo (o si es que deberíamos) explorar la culpabilidad de los padres. Generalmente, somos bien intencionados, pero estamos mal informados. Queremos llevar las cargas e inspirar esperanza, pero no tenemos las habilidades. Entonces, ¿cómo le hablamos a la vergüenza? ¿Qué pueden hacer las iglesias para transformarse en un lugar donde las familias puedan sanar y a dónde los hijos pródigos puedan regresar? A continuación, te comparto cuatro pensamientos.
1. Enfrentemos nuestro temor
Katy creció en un hogar cristiano, asistió a una escuela cristiana, participó en un grupo de jóvenes y grabó un álbum cristiano en su adolescencia. Cuando ella cantaba, las personas lloraban. Sin embargo, Kathy tenía otros deseos. Se fue de casa para ir a Hollywood y grabó el éxito subido de tono: «I Kissed a Girl [Besé a una chica]». Adivinaron. Estoy hablando de la superestrella Katy Perry. Mary Hudson, la mamá de Katy, dijo hace poco: «recibo mucha mala onda. Las personas me preguntan: “¿cómo pudiste tener una hija así?”». Esa pregunta merece nuestra atención por dos razones. En primer lugar, es una pregunta que afecta profundamente y que a menudo se les hace a los padres de hijos pródigos. En segundo lugar, la pregunta revela el inquietante temor arraigado en la iglesia: «¿podría yo tener una hija como esa?». Los hijos rebeldes gatillan ansiedades serias en los cristianos. Respondemos jugando al juego de la comparación: examinamos a los hijos pródigos y a sus padres para encontrar las diferencias entre nosotros y ellos; entre nuestros hijos y sus hijos. Para calmar nuestra propia preocupación, queremos encontrar algo que lo explique, algo a lo que culpar. Una vez consolados, nos sentimos superiores y hablamos como uno de los amigos de Job, de quienes él dijo: «[...] quieren darse importancia a costa mía, y valerse de mi humillación para atacarme» (Job 19:5, NVI). No obstante, la comparación crea una cultura insensible donde la sospecha triunfa sobre la compasión, la especulación reemplaza la intercesión y el juicio suplanta la paciencia. Todos los cristianos son llamados a sufrir. Para algunos, el dolor proviene de un hijo pródigo. Debemos normalizar esto si la iglesia realmente va a ser un lugar de gracia.
2. Ofrezcamos un lugar seguro
¿Amas a un alma descarriada? Si es así, oro para que disfrutes de un lugar seguro: uno con oídos atentos, con grandes corazones y conversaciones tranquilas; donde amigos cargan el dolor, refrenan el juicio, protegen la confidencialidad y enfrentan la vergüenza con la esperanza del Evangelio.  No me malinterpretes. Un lugar seguro no es para desahogarse sin responsabilidad y de manera impía ni para asumir que toda persona rebelde que sufre es una víctima. La historia de un padre farisaico con un adolescente fugitivo es atemporal. Pero la mayoría de los padres de hijos errantes van a la iglesia asumiendo que, al menos en algún nivel, tienen la culpa. Y esa culpa acechante es una tremenda distracción para encontrar verdadera esperanza.  Cuando escuches de los labios de los padres las palabras descarriado o rebelde, escucha dolor. Duélete con ellos (Ro 12:15). ¡No seas un solucionador! Confíale cualquier descubrimiento de culpabilidad a Dios y al tiempo. Esa no es la prioridad inmediata. Mientras más comprendemos la gracia, nuestra preocupación irá de identificar su pecado a compadecernos con su sufrimiento. A medida que cambiamos nuestra postura de corazones que disciernen a corazones que entregan amor, el lugar seguro se expande y los corazones se abren de par en par.
3. Etiquetemos el legalismo
Una de las cepas del legalismo menos detectadas en la iglesia contemporánea es la falsa esperanza de «la crianza determinista». Este dogma tácito pero profundamente sentido asume que la fidelidad de los padres determina la salud espiritual de sus hijos: «si yo obedezco la Biblia, disciplino consistentemente y promuevo el catecismo, entonces a mis hijos les irá bien en la tierra y estarán en el cielo». Ningún padre lo diría, pero realmente es «justificación por crianza». Tal legalismo pasa desapercibido en una confianza de que Dios recompensa a los padres fieles con hijos obedientes y convertidos, y lo hace en proporción a lo que merecemos. Podemos asumir equivocadamente: «si he trabajado duro, ¡entonces merezco mucho!».  También lo damos vuelta. Si el evangelio del determinismo es cierto, un hijo descarriado revela el fracaso de los padres. Si un hijo se descontrola, los padres solo están cosechando lo que sembraron.  No estoy sugiriendo que nuestra crianza no importe. La crianza piadosa influencia a los hijos de manera positiva y la mala crianza lo hace negativamente. No obstante, la palabra clave aquí es influencia. Demasiados cristianos confunden inconscientemente la influencia con el poder determinante. Esta suposición saca a Dios, al quebranto del mundo y a la voluntad humana de la ecuación. No somos dueños de nuestros propios destinos ni del de nuestros hijos.  Dios es el Padre perfecto y Él aún tiene hijos pródigos (Ro 3:23; Lc 15:11-32). ¿Qué nos hace pensar que esto nunca podría ser parte de nuestra historia? 
4. Celebremos a quien carga con la vergüenza
Cuando los padres de hijos pródigos aparecen en un evento de la iglesia, la vergüenza acompaña. Este invisible compañero les susurra en su interior lo deficientes que son como padres en comparación al otro grupo dorado que se reunió. Las familias felices pueden provocar remordimientos de culpa que los convencen de que nadie se puede identificar con su circo en casa. Este compañero los incita a enfocarse en su interior, en sus fallas, o en su exterior, en sus circunstancias.  La vergüenza crece a través de esta distracción. Se alimenta de cómo nos sentimos cuando miramos hacia la dirección equivocada. Una de mis hijas solía correr con su cabeza hacia abajo, nunca miraba hacia dónde iba. Después de un par de chichones y moretones, aprendió la valiosa lección: la mejor forma de avanzar es levantar la mirada.  Para sofocar a la vergüenza, debemos ayudar a los padres dolidos a levantar la mirada hacia Jesús, «[…] quien por el gozo puesto delante de Él soportó la cruz, despreciando la vergüenza […]» (Heb 12:2). Las palabras soportó la cruz nos llevan de vuelta a las horas más deshonrosas de la historia humana. Jesús tuvo amigos, pero ninguno permaneció con Él. Uno lo traicionó; otro lo negó. ¿Sus seguidores? Una semana cantaban: «¡Hosanna!» y la próxima gritaban: «¡crucifíquenlo!». Él era completamente inocente; sin embargo, fue despreciado como el peor de los pecadores.   Jesús conocía la vergüenza profunda, pero el sorpresivo vuelco viene en su respuesta: Él la despreció. Cristo despreció la culpa porque Él vio más allá de ella. La vergüenza es dolorosa, pero no tenía poder para definir a Cristo. La vergüenza no podía cambiar la identidad de Dios ni controlar su futuro. La vergüenza no tenía voz para influenciar a Jesús, no tenía capacidad de adjudicarle indignidad y deshonra. Porque Jesús vio gozo más allá de la vergüenza. Si amas a un hijo pródigo, debes aprender a odiar la vergüenza. Cristo clavó nuestra vergüenza en la cruz. En su lugar, Él nos imputa sus antecedentes de perfecta justicia. Cuando Dios nos ve a nosotros, Él no ve nuestras fallas en la crianza. Él no navega en los canales sin filtro de feas acusaciones y lamentos que hay en las redes sociales. Dios ve a su Hijo en lugar de vernos a nosotros. Nosotros debemos mirar a Cristo también. Porque quien ama a un alma descarriada, un cambio de mirada es el único enlace para presentar sanidad y esperanza futura. 

¿Cómo puede ser la iglesia?

La iglesia tiene una oportunidad. Los padres de hijos pródigos vienen a nosotros con heridas sensibles. ¿Qué pasaría si recibieran una cariñosa invitación a un grupo liderado por una pareja que ha andado por el mismo camino? ¿Qué pasaría si escucharan sermones con aplicaciones para almas descarriadas? ¿Qué sucedería si la iglesia se identificara con su vergüenza y se fueran diciendo: «no soy un caso atípico. Me entienden. Jesús puede ayudar»? ¿Qué pasaría si, para ellos, la iglesia se convierte en un lugar de gracia?
Dave Harvey © 2017 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso. Traducción: Marcela Basualto.
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¿Cuánto debe contarle un pastor a su esposa?
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¿Cuánto debe contarle un pastor a su esposa?

Todo líder de iglesia ha pasado por esto. Llegamos a casa después de una terrible reunión con alguien cuya vida, debido al pecado o al sufrimiento, de pronto, llegó a ser dolorosamente compleja. Tu esposa no es boba. Un escaneo rutinario de tu rostro y postura le dice que llevas una carga invisible. Una vez que los niños se han acostado, ella espera el momento correcto para preguntar: «ya, ¿qué está pasando?». La pregunta muestra su amor por ti, pero también revela una realidad importante. Una vez que tu esposa ha percibido tu carga, ella la toma. Excepto que no está informada, lo que puede agregar kilos de ansiedad a la carga que lleva. Como anciano o líder de la iglesia, ¿de qué manera debes entender el «nivel de margen» de tu esposa? ¿Existe una curiosidad de base que la misericordia debe satisfacer? ¿El estado del matrimonio de ser una sola carne concede acceso total a los detalles de la consejería? ¿Acceso parcial? ¿O debería haber un cortafuegos impenetrable entre nuestro trabajo en la iglesia y nuestra esposa en casa?

Seis reglas básicas

¿Qué reglas básicas importan más para saber qué compartir? Estas son seis que he identificado en las pocas décadas de prueba y (mayormente) de error.
1. Los roles importan
Cuando una iglesia contrata a un pastor o unge a un anciano, la iglesia prácticamente obtiene un dos por uno: el líder y la consultora no remunerada con quien está casado. La pregunta no es si conversarán; la pregunta es si su conversación estará regida por la sabiduría, la discreción y la confidencialidad apropiada. Al comienzo del ministerio, Kimm y yo conversábamos, ¡vaya que conversábamos! Los problemas de la iglesia eran el plato principal que compartíamos en el desayuno, el almuerzo y la cena. Otros pastores de nuestro equipo tenían la misma práctica, por lo que comenzamos a discutir algunas preguntas. ¿Cuál es nuestra comprensión del rol de la esposa del pastor o del anciano en nuestra iglesia: una compañera con acceso completo al ministerio o una esposa/madre que florece más con menos? ¿Qué pasajes hablan específicamente sobre lo que podríamos decirle a nuestra esposa respecto a las luchas de la congregación? ¿Nuestra comprensión de esta regla básica ha sido adecuadamente transmitida a la iglesia? Estas reflexiones crearon un camino más claro para que una pareja ande en él cuando discuten asuntos delicados de la iglesia.
2. Mi corazón importa
La manera en que hablamos sobre nuestras presiones revela nuestro corazón. Para algunos líderes, su matrimonio es una cámara de ventilación donde cada temor, ofensa y problema resuena en su esposa. Recientemente, un pastor me dijo: «durante mis primeros años de ministerio, compartir en exceso era mi única manera de comunicación». Cuando le pregunté por qué, me dijo: «los problemas exponían la basura de mi propio corazón y sentía como si necesitara descargarlos en otro lugar». Sin embargo, algo malo ocurrió. Notó que el gusto de su esposa por el ministerio estaba llegando a ser amargo. Cuando buscó consejo y oró, el pastor reconoció que en realidad él había estado envenenando a su esposa. Al ventilar su incredulidad y ansiar su lástima, su esposa se transformó en un chupete, no en una consejera. Pocas cosas dicen más sobre la salud de nuestro corazón que la manera en que informamos las cosas cuando estamos frustrados. ¿Podemos transmitir la información necesaria sin gotas de nuestro comentario cínico? ¿Protegemos los motivos de aquellos que están involucrados cuando informamos a otros en las reuniones? ¿Estamos buscando ayuda para examinar nuestro corazón? Como mi amigo pastor descubrió, cuando se trata de discernir lo que compartes con tu esposa, el corazón importa.
3. La ley importa
¿Sabías que la ley rige cómo debemos manejar la información que escuchamos como líderes? Hay un par de preguntas necesarias que podrían ayudar a clarificar cómo lidiamos con los datos: ¿obtuve información que podría compartir con mi esposa indirectamente o la obtuve en mi rol de consejero? Si es la última, ¿la información queda protegida por mí (por privilegio confesional) de una manera que no lo estaría por mi esposa? ¿Hay condiciones que me obliguen a informar a las autoridades y determinen el camino de mi denuncia? Ningún pastor quiere complicar su matrimonio al poner ingenuamente cargas legales sobre él. Los líderes necesitan conocer las leyes del privilegio confesional clerical y de la denuncia obligatoria para asegurar que ninguna esté siendo violada sin intención al comunicarlas a sus esposas. Si quieres saber en qué áreas la ley determina la discusión, conversa con pastores mayores y expertos en leyes de la iglesia. Luego recuerda Proverbios 21:23: «El que guarda su boca y su lengua, guarda su alma de angustias».
4. La política de la iglesia importa
Los grupos de ancianos sabios consideran la complejidad y las responsabilidades de la confidencialidad y buscan armar a sus líderes con reglas para conversar con otros. Las leyes son una ayuda, pero los pastores rara vez pueden encontrar sus apuntes de la única clase de iglesia y leyes que tuvieron en el seminario (y si estás tan alejado de tu tiempo del seminario como yo, sabrás que las leyes probablemente cambiaron). De nuevo, las preguntas son el primer paso: ¿cuál es la política general para los ancianos con relación a la confidencialidad? ¿Cómo la política de confidencialidad se aplica a las esposas de los ancianos? ¿Qué información sería aceptable de compartir, cuál se consideraría fuera de límites y cómo se determina eso? ¿Los líderes pueden pedir permiso para que sus esposas sean incluidas en los detalles de casos de consejería o de reuniones de ancianos? La discreción es una hermosa palabra, pero es bastante subjetiva. Llevar leyes hacia políticas específicas y convertir suposiciones culturales en directrices escritas ayuda a definir cómo la discreción se particulariza en cada iglesia local.
5. La madurez importa
La madurez personal y espiritual mide si es que una esposa tiene la salud espiritual y la claridad del Evangelio para encontrar la obra de Dios en la complejidad o cuando la cortina del quebranto se abre en la iglesia. Una esposa madura no se intranquilizará fácilmente ni se ofenderá rápidamente cuando descubra que, como pescado de un día, el pecado apesta (particularmente en la casa de Dios). Ella puede llevar la carga de la confidencialidad sin filtraciones indiscretas o tardes perdidas en un bosque de ansiedad. Ama a tu esposa conociéndola y sabiendo con qué puede lidiar. Si quieres calcular la madurez, mide lo que ocurre cuando el carácter de una esposa se encuentra con las exigencias de la confidencialidad. Es una esfera crítica en el salpicadero de la revelación.
6. La tentación importa
Distinta de la madurez es la tentación: puntos vulnerables del alma de mi esposa. ¿Ella compartimenta bien o es susceptible al temor? ¿Ella tiende a la autojusticia instintiva y verbal cuando la lucha y el pecado salen a la luz? ¿Mi esposa es tentada a chismear o a repetir asuntos (Pr 17:9)? Las palabras sabias pueden reducir las tentaciones. Zack Eswine recomienda la práctica del «desahogo general». Comienza con un líder diciéndole a su esposa que algo ocupa su mente: «si me veo estresado, ¡no eres tú!». Entonces, ofrece una categoría general para la situación: «una crítica ocupa mi mente y duele» o «hay una pareja que está con problemas y yo estoy preocupado». Finalmente, invítala a la intimidad: «los detalles no serán útiles, pero ¿podríamos orar juntos?». Este acercamiento permite mantener la confidencialidad sin que la esposa se sienta excluida.

Ningún asunto es fácil

Como puedes deducir, encontrar la intersección donde la carga saludable se encuentra con la discreción prudente no es un viaje fácil. Las reglas básicas ayudan, pero para las parejas que intentan encontrar su camino, nada reemplaza la sabiduría. Por lo tanto, terminemos recordando esta potente promesa: «Y si a alguno de ustedes le falta sabiduría, que se la pida a Dios, quien da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada» (Stg 1:5).
Este artículo fue publicado originalmente en The Gospel Coalition y en el blog Rev Dave Harvey.
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La debilidad: el sorprendente ingrediente de un matrimonio duradero
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La debilidad: el sorprendente ingrediente de un matrimonio duradero

Cuando les preguntamos a los matrimonios por qué siguen casados, las respuestas no nos sorprendieron: compañerismo, compromiso, satisfacción sexual, poder adquisitivo, exención tributaria y la crianza de los hijos. Al igual que una waflera de primera o un refrigerador de última generación, cuando un matrimonio marcha bien, las personas, al menos algunas de ellas, disfrutan del producto.  Sin embargo, puede que te sorprenda un ingrediente que Dios ha dispuesto en los matrimonios, que ha sido diseñado para proteger su perdurabilidad y darnos poder. Se trata de la debilidad. Me refiero a esas áreas donde encontramos la humanidad del otro: las imperfecciones de él y las limitaciones de ella. La debilidad surge cuando dos personas se unen en matrimonio; sin embargo, me tomó años comprender la importancia para ayudarnos a cumplir con el compromiso que hicimos el uno con el otro. 

La debilidad en el menú

Por lo general, cuando Kimm y yo nos sentamos en un restaurante, yo ya sé qué voy a pedir. Esa decisión en particular la hice esa misma mañana quince minutos después de decidir que íbamos a salir. Pero Kimm funciona de manera diferente. Para ella, pedir un plato es una expresión artística. El restaurante es su estudio, el menú su paleta de colores y el mozo el medio por el cual ella crea su arte. Cuando mi esposa está lista para seleccionar lo que quiere, es mejor que la pobre persona que está tomando su pedido conozca bien las alternativas porque, para Kimm, el menú es la plataforma de despegue de una gran aventura culinaria. Para mí, el menú simplemente me dice el precio del plato que ya había elegido incluso antes de entrar al restaurante. En conclusión, el estilo de Kimm tiende hacia la indecisión, mientras que el mío hacia exceso de rapidez.  ¿Qué crees que sucede cuando dos visiones diametralmente opuestas se encuentran para compartir una comida? ¿Qué pasa cuando la estrella de la comida funcional se alinea con la estrella de la comida experimental en un matrimonio?  ¡Acertaste! Den paso a la supernova. Las tendencias se vuelven cargas cuando la roca de mi rapidez se encuentra con la dificultad de su indecisión. En lugar de unirnos como matrimonio, las comidas se vuelven divisivas.  Todavía me resulta un poco vergonzoso decirlo, pero en esos primeros años, supuse que mi modo era mejor, en el sentido específico de ser moralmente superior. Supuse que mi modo de tomar una decisión ante un menú era una fortaleza que me elevaba por sobre el estilo más creativo de Kimm. Constantemente me quedaba perplejo ante el hecho de que pedir una comida resultara tan difícil. Cuando salíamos a comer, nuestra comida a menudo comenzaba de forma tensa. ¡Te gustaría estar casada con ese tipo! Sé que parece algo pequeño, incluso quizás trivial, pero ese es el punto: el matrimonio está hecho de momentos triviales donde dos personas radicalmente diferentes se unen para compartir sus baños y sus cuentas bancarias. Los amantes de la música clásica se casan con los fanáticos del jazz, los ingenieros con los músicos y los pensadores con los hacedores. Cuando eso pasa, las debilidades —esas áreas en las cuales las parejas deben trabajar duro para unirse, comprenderse y ser pacientes— se precipitan hacia la superficie. 

Cómo la cruz vence lo que nosotros vemos como fortaleza

Parecía que estas aparentes debilidades eran un estorbo para nosotros, pero Dios las usó para fortalecernos. Ha sido humillante para mí darme cuenta de eso, pero Dios obra a la perfección cuando reconocemos que su poder mora en los lugares donde admitimos nuestras limitaciones, nuestras incapacidades y nuestra verdadera necesidad de Él. Dios tiene una estrategia que a la larga vence al fuerte y exalta al humilde: «Dios ha escogido lo necio del mundo para avergonzar a los sabios; y Dios ha escogido lo débil del mundo para avergonzar a lo que es fuerte» (1Co‬ 1:27‬). ‬ En 1 Corintios 1, Pablo enfrenta a la clase más educada de la sociedad, y les dice que sus mejores esfuerzos no solo son necios, sino también inútiles e incompetentes (vv. 20-21). Eso es tremendo. La cultura corintia estaba repleta de eruditos: fariseos, filósofos, abogados y personas cultas. Pablo dice que en el Reino de Dios ellos no cuentan. Eso no quiere decir que Dios no usa las fortalezas para su gloria, pero cuando se trata de ganar su aprobación, el terreno es parejo. Todos somos iguales y la habilidad humana no otorga ningún mérito adicional. El pastor John Piper dice: 

La cruz representa la impiedad y la incapacidad del hombre (Romanos 5:6), representa la gracia de Dios (Romanos 3:24) y representa su irreprochable justicia (Romanos 3:25-26). Dicho en otras palabras: la cruz de Cristo ofende al hombre porque humilla su condición y exalta la gracia de Dios. Hace que el ser humano aparezca como dependiente, infantil e impotente y hace que Dios se vea como el ser todo suficiente, todo proveedor y libre que da salvación al pecador. 

El punto es este: la cruz es ofensiva y desconcertante porque hace que la habilidad humana con respecto a la salvación sea absurda e ineficaz. Hace que la debilidad (esencialmente la incapacidad humana) sea el punto de conexión con la gracia. Es debido a la cruz que encontramos gracia en nuestra debilidad, y ¡la cruz transforma nuestra debilidad en fortaleza (2Co 12:9)!

El poder de Dios en nuestras debilidades ocultas

¿Qué tiene que ver todo esto con nuestras tensiones al ordenar la comida en el restaurante? Verás, el matrimonio es donde se revelan nuestras fallas y debilidades. Mi preferencia ante un menú revela mis fortalezas y debilidades. A veces incluso mi pecado. La verdad es que yo supuse que mi modo era el mejor, irreprochable y eficaz. ¡Al menos yo podía tomar una decisión rápida! Pero, en realidad, era yo quien estaba fallando; era mi más absoluto orgullo el que hablaba.  Sin embargo, al ver mi debilidad y confesar mi pecado, encontré el lugar donde el poder de Dios satisface nuestra necesidad (2Co 12:19). Comenzamos a examinar las fortalezas y las debilidades de nuestros estilos de ordenar comida. Aprendimos a tener más paciencia, lo que aumentó nuestro gozo de salir juntos. A medida que comenzamos a disfrutar de nuestras diferencias, las comidas se han hecho más placenteras.  Quizás tú sigues en tu matrimonio por las fortalezas, pero la verdad es que Dios tiene propósitos en las debilidades. Debes entender que Cristo murió por esas fortalezas que generan una confianza arrogante en nuestra superioridad. Confiesa las maneras en que has dependido de ellas en lugar de depender de Dios. Luego confía en la promesa de Cristo: el Espíritu Santo te ayudará en tu debilidad (Ro 8:26).
Este artículo fue publicado originalmente en el blog Rev Dave Harvey. Traducción: Marcela Basualto
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Creando una cultura de sacrificio en nuestra iglesia
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Creando una cultura de sacrificio en nuestra iglesia

Si alguna vez te han hecho un chequeo médico, sabrás que hay ciertos parámetros para determinar la salud. Te examinan todo: presión arterial, ritmo cardíaco, peso, recuento de glóbulos blancos, reflejos. Te pinchan, te toman la presión arterial, te pellizcan y te hacen preguntas para evaluar tu salud. Un buen médico debe estar capacitado para discernir las señales de salud. Si falla en verlas, fallará en ayudar a sus pacientes. Si eres llamado a pastorear una iglesia, tú también debes estar capacitado para encontrar las señales de salud. Un pastor que no sabe cómo debe ser una iglesia sana, encontrará aire puro en cada viento de doctrina. Comenzará a buscar todo lo que está de moda, y eso a menudo funciona, pero rara vez construye fundamentos. Pablo describe este tipo de cristianos como «[…] niños, sacudidos por las olas y llevados de aquí para allá por todo viento de doctrina, por la astucia de los hombres, por las artimañas engañosas del error» (Ef 4:14). Es irónico, pero para gozar verdaderamente de salud, una iglesia debe existir para algo más allá de sí misma. Dicho de otra manera, una iglesia sana está comprometida a algo mayor y más grandioso que ella misma, y está dispuesta a sacrificarse para obtenerlo. Un buen pastor es un hombre que puede liderar una iglesia para hacer los sacrificios necesarios a fin de llegar ahí. Por lo tanto, para tener un ministerio pastoral fructífero es clave ayudar a la iglesia a cultivar un corazón dispuesto al sacrificio. 

Perder mucho para ganar mucho

Es natural pensar que la mejor manera de proteger una iglesia es resguardando sus recursos y cuidando al pueblo de Dios de todo riesgo. Es hacer que Pablo permanezca en Antioquía o que los once discípulos se queden juntos en Jerusalén. Es prepararse para el ataque, fortalecer las defensas y mantener todo en orden. Nos encanta que todo esté en orden. Alimenta nuestro deseo de ordenar y de proteger lo que se nos ha dado. Sin embargo, debemos recordar que el Evangelio no emigró de iglesias bien establecidas, bien provistas y protegidas en el Nuevo Testamento. El telón de fondo fue la persecución y hubo un alto costo para la misión. El sacrificio se transformó en el medio por el cual la misión avanzó. Plantar iglesias es como tener hijos: siempre hay buenas razones para esperar. Después de todo, es costoso. Podemos caer en la tentación de pensar: «daña a la iglesia madre. Ya tenemos suficientes iglesias. No estamos listos para empezar otra. Plantar iglesias afectará nuestra koinonia». Aunque estas afirmaciones tengan algo de verdad, la realidad es que para que una iglesia local tenga vida debe de existir para algo más allá de sí misma. Si piensas que estás siendo llamado al ministerio, vuelve a leer eso. Es muy importante recordarlo. En su libro Resistencia y sumisión: cartas y apuntes desde el cautiverio, Dietrich Bonhoeffer escribió: «La iglesia solo es iglesia cuando existe para los demás». La gran comisión es un llamado a sacrificarnos con el fin de llevar vida a otros. En una iglesia que yo lideré, experimentamos una época difícil. La gente estaba molesta, algunos habían decidido irse y se produjo una clara falta de ímpetu. De hecho, todo se veía tan mal que pensamos que solo una buena dosis de misión podría resolver el problema. ¡Así que plantamos una iglesia! Los ancianos decidieron que necesitábamos apartar la mirada de nosotros mismos y fijarla en el campo misionero. Nuestra iglesia repuntó, y la plantación de una iglesia tuvo éxito. La iglesia existe para reproducirse, y eso solo sucede cuando abre su corazón hacia los demás. La cosecha de la que habla Jesús en Mateo 9:37, requiere de nuestra propia encarnación, de despojarnos de nosotros mismos y de autosacrificio. El testimonio del libro de los Hechos es que el Evangelio se propagó por el poder de Dios por medio de los sacrificios de su pueblo. La gente vendió sus propiedades y dio el dinero a la misión de la iglesia (Hch 4:34). Esteban fue apedreado hasta la muerte por proclamar el Evangelio con valor (Hch 7:58). Felipe fue a los de Samaria (Hch 8:5), un pueblo que los judíos calificaban como impuro. Pedro bautizó a la familia de Cornelio, un gentil (Hch 10:47). Pablo tuvo que soportar ser arrestado, golpeado, apedreado y perseguido una y otra vez por predicar el Evangelio. El tema es que la iglesia se reproduce por medio del sacrificio.

El sacrificio de formar líderes

Curiosamente, uno de mis libros favoritos de la Biblia es Filemón. Me encanta porque nos brinda una imagen aislada del liderazgo de Pablo en una situación en particular. Onésimo era un esclavo que pertenecía a Filemón. Había escapado de Filemón, pero gracias a las maravillosas obras de la providencia, había terminado en compañía de Pablo. Por medio de su ministerio, Onésimo se convirtió a Cristo y llegó a ser un valioso compañero de ministerio para él. Pablo dijo de Onésimo: «En otro tiempo te era inútil, pero ahora nos es útil a ti y a mí» (Flm 11). Sin embargo, Pablo lo mandó de vuelta a Filemón. Ahora, consideremos las circunstancias que rodeaban a Pablo. Él era un anciano, confinado en prisión. Onésimo se convirtió bajo su ministerio. Pablo lo trató como un padre, al punto que se transformó en un pastor eficaz. «En otro tiempo te era inútil» como no creyente (v. 11), pero para Pablo, Onésimo se había vuelto crucial al punto de llamarlo «[...] mi propio corazón» (v. 12). Onésimo era la mano derecha de Pablo, un miembro clave del equipo. No obstante, todos estos increíbles beneficios no impidieron que Pablo evaluara si había alguien que tuviera un derecho previo sobre Onésimo o si sería más útil para otra persona. Pablo estaba tan comprometido con el Evangelio que estaba dispuesto a sacrificar incluso su recurso humano más valioso para la misión del Evangelio. Una de las realidades más difíciles, aunque gozosas del liderazgo, es que la capacitación de líderes es inherentemente sacrificial. Eso significa que Dios nos llama a derramar nuestro corazón en algunos hombres para que a su vez ellos ayuden a las personas de otra iglesia, en otra ciudad, en otra comunidad, en otra parte del mundo. A que invirtamos nuestro tiempo y energía por algo más allá de nosotros mismos. John Piper una vez dijo: «Ninguna iglesia local debería renunciar al aliento y al sustento que viene de enviar a sus mejores personas a otros». Es solo otra manera de decir que una iglesia sana existe para algo más allá de sí misma. ¡Onésimo representó un sacrificio! Al enviarlo de vuelta a Filemón, Pablo renunció a su derecho sobre Onésimo. Dejó ir a uno de sus más valiosos recursos de evangelización. En aras de la reconciliación y de la propagación del Evangelio, Pablo prescindió de uno de sus compañeros de evangelización más preciados. La gran comisión nos invita a preguntarnos: «¿qué es lo mejor para la iglesia y la propagación del Evangelio?» y no «¿qué es lo que más me conviene?». Pablo estuvo dispuesto a sacrificar su propia estabilidad financiera con tal de ver a Onésimo usado de la manera más estratégica posible: «Y si te ha perjudicado en alguna forma, o te debe algo, cárgalo a mi cuenta» (v. 18). Enviar lo mejor que tenemos significa un costo para nosotros. Hay que agregarlo a nuestros estados de cuenta. Sin embargo, Dios tiene formas de convertir nuestros sacrificios en salud. Como pastor, ¿estás dispuesto a hacer sacrificios para el avance de la gran comisión? ¿Estás dispuesto a renunciar a tus creyentes más valiosos y maduros para que el Evangelio llegue a lugares difíciles? La forma en que nos identificamos con estos sacrificios revela mucho sobre lo lejos que estamos dispuestos a ir para mirar hacia adelante y cuán grande es Dios para nosotros. Un giro fascinante de la historia es que Onésimo pudo haberse convertido, con el tiempo, en el obispo de Éfeso. Imagínate. ¿Qué hubiera pasado si Pablo no hubiese dejado que Onésimo volviera a Filemón? ¿Qué hubiera pasado si hubiese pensado primero en su ministerio, sus necesidades, en lo suyo? Pero no lo hizo. Pablo entendió que Dios sería glorificado en lo que él estaba dispuesto a sacrificar. Para que una iglesia sea sana, debe existir para algo más allá de sí misma. ¿Tu visión del ministerio incluye el tipo de sacrificio necesario para que la iglesia avance?
Este artículo fue publicado originalmente en el blog Rev Dave Harvey. Traducción: Marcela Basualto
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No puedes entrar al ministerio tratando de entrar al ministerio
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No puedes entrar al ministerio tratando de entrar al ministerio

La mayoría de las carreras profesionales siguen un camino tradicional hasta la cima. Para ser abogado, primero hay que obtener una licenciatura en leyes. Luego viene el Bar Exam [Examen jurídico estatal], y si logras aprobarlo, podrías obtener un puesto como principiante en una firma de abogados. Si estás dispuesto a padecer todas las horas necesarias facturables de sangre y sudor, bien podrías llegar a ser socio de la firma. A lo que me refiero es que comienzas trabajando desde abajo y trabajas hasta llegar a la cima. La mayoría de las carreras funcionan así. Primero obtienes la capacitación necesaria haciendo el trabajo pesado y tedioso desde abajo y, luego, lentamente te vas abriendo camino hacia la cima, tal vez desprestigiando a un par de ejecutivos del mando medio a medida que avanzas. El ministerio pastoral no es igual a la mayoría de las carreras. El llamado al ministerio no se revela necesariamente por el grado académico que tengas o por las muchas habilidades que poseas, aunque estas cosas indudablemente ayudan. Irónicamente, el llamado al ministerio surge a medida que te dedicas a hacer con diligencia lo que todo cristiano también está llamado a hacer: servir en la iglesia local.

El llamado al ministerio revelado en el servicio

Hoy en día hay una tendencia entre los jóvenes de querer conocer sus dones para usarlos en el ministerio, ¡y hacerlo todo rápidamente! Y aunque, sin duda alguna, el deseo de ser pastor es noble (1Ti 3:1), el paso más importante en la capacitación no es primero descubrir la función para la cual eres más apto. ¿Soy un plantador de iglesias? ¿O seré un evangelista? Quizás soy un pastor líder. Necesito saberlo, y ¡necesito saberlo ahora mismo! En Marcos 10:42-43, Jesús identifica una de las cosas más importantes para cualquier hombre que desee dedicarse al ministerio pastoral:
Llamándolos junto a Él, Jesús les dijo: «Ustedes saben que los que son reconocidos como gobernantes de los gentiles se enseñorean de ellos, y que sus grandes ejercen autoridad sobre ellos. Pero entre ustedes no es así, sino que cualquiera de ustedes que desee llegar a ser grande será su servidor» [...].
Tu sentido de llamado no es básicamente una invitación de Dios para encontrar tu función y lugar dentro del ministerio. Es ante todo un llamado a servir. La realidad es que el servicio es lo que en verdad te inicia en el ministerio. Como joven cristiano, yo anhelaba enseñar la Biblia. Pero Dios anhelaba que yo fuera un acomodador en mi iglesia y aprendiera a servir. Su prioridad para mí no era lo que yo estaba haciendo, sino en quién me estaba transformando. Servir en el anonimato por un tiempo puede moldearte mejor para tu futuro ministerio que una docena de años tratando de descubrir tu función ministerial perfecta. En ciencia ficción, existe algo llamado un portal. Atraviesas un portal en un supuesto lugar y eres transportado a otro completamente diferente. El servicio es el portal hacia el ministerio. Abalanzarte directamente al ministerio no va a hacer que entres a él. Para llegar allí debes pasar por otro portal. El servicio es lo que te transporta a un rol particular y a un lugar en el ministerio. Si sientes el deseo de dedicarte al ministerio, corre a servir en tu iglesia local. Conversa con tus pastores y pregúntales: «¿dónde necesita más ayuda nuestra iglesia?». Entonces, haz lo que te pidan.

Debes estar preparado para esperar

A medida que avanzas por el camino del servicio, debes ser paciente. ¿Estás comprometido para esperar que sea Dios quien te integre al ministerio en lugar de librarte del servicio y tratar de encontrar tus propias oportunidades? Es curioso, pero rara vez encuentro a un hombre en el ministerio que no tenga algún tipo de testimonio de cómo desarrolló su carácter esperando en Dios. Parece que a Él le agrada usar la espera para preparar al hombre. De hecho, Dios parece obrar de formas únicas cuando un hombre espera; maneras que finalmente moldearán su vida y ministerio. John Newton, el famoso capitán de esclavos convertido al cristianismo, tuvo la convicción de que había sido llamado a predicar cuando tenía alrededor de 33 años. En aquel entonces, el camino tradicional para entrar al ministerio era a través de la Iglesia Anglicana, aunque también estaban surgiendo varias iglesias independientes en ese momento. Solo había un problema: Newton no podía desempeñar la función que deseaba. Él quería ser un pastor anglicano, pero los anglicanos no lo querían por su falta de educación y su pasado pecaminoso. Las iglesias independientes sí lo querían, pero él no quería pastorear en ellas. Así fue como pasaron siete años durante los cuales Newton fue rechazado —¡fíjate!— seis veces por las iglesias anglicanas. Finalmente, un obispo tuvo compasión de él y le dio un púlpito. Pero su experiencia había tenido el efecto deseado por Dios. Años después, cuando se le pidió que reflexionara sobre esa etapa, Newton concluyó: «Ahora puedo ver claramente que en esa época cuando yo hubiera querido empezar, aunque creo que mi intención era buena en general, yo me sobrevaloraba, y carecía del juicio y de la experiencia espirituales que son requisitos para un servicio tan grande». Newton comprendió que el rechazo que experimentó era en realidad Dios que estaba preparándolo para una gran obra de servicio. ¡Deja que esta historia te anime mientras esperas! Ni el tiempo ni las oportunidades pasarán de largo. No te preocupes por tu edad ni tu falta de oportunidades ni los otros hombres que ves ya capacitados. Si Dios quiere que seas un pastor, ni todos los demonios del infierno podrán oponerse en tu camino. En su libro clásico The Christian Ministry [El ministerio cristiano], Charles Bridges afirma: «La preparación más grande y difícil se produce en nuestro interior»[1]. Es una verdad dolorosa. Pero no desprecies el trabajo preparatorio que Dios está haciendo dentro de ti. Si John Newton la necesitó, quizás tú también.
Este artículo fue publicado originalmente en el blog Rev Dave Harvey. Traducción: Marcela Basualto

[1] N. del T.: traducción propia.

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Lo que ahora sé y que desearía haber sabido al comienzo de mi ministerio
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Lo que ahora sé y que desearía haber sabido al comienzo de mi ministerio

C.S. Lewis dijo una vez: «Es curioso ver cómo día tras día nada cambia, pero cuando miras atrás todo es diferente». Creo que Lewis quiso decir que una forma de tener una perspectiva del presente es deteniéndonos a mirar el pasado. En otras palabras, cuando soltamos los lazos del presente para reflexionar en el pasado, la confusión interpretativa se aclara un poco. Surge perspectiva sobre nuestros años, lágrimas y temores. Eso es particularmente cierto en el liderazgo y en el ministerio pastoral. He estado en el ministerio por casi 29 años ahora. Cuando observo el camino que he recorrido, veo algunas cosas que quisiera haber sabido como principiante. Veo minas terrestres que podría haber esquivado, curvas cerradas que me tomaron por sorpresa, batallas innecesarias en las que luché y señalizaciones que no vi, y pecados, muchos pecados. ¡Estoy tan agradecido por el Evangelio! Me recuerda que mis pecados nunca son lo suficientemente grandes como para cambiar el corazón de Dios hacia mí o su plan para mí. Pero si me sentara con mi yo más joven a tomar mi bebida gaseosa favorita de niño, creo que me diría lo siguiente:

Las personas primero desean y luego piensan

Fui criado en una familia presbiteriana, asistí a un seminario presbiteriano —creo que esa es una descripción justa del Seminario Teológico de Westminster en Filadelfia— y pasé más de 25 años en una familia de iglesias que valoraba la sana doctrina. Independientemente de si lo hice bien o no, pensar de manera profunda estaba en mis genes de iglesia. Creía que pensar correctamente era el punto de partida de todo cambio. Hasta el gran puritano, John Owen, dijo: «La mente es la principal facultad del alma. Cuando la mente se enfoca en un objetivo o procedimiento, la voluntad y los afectos [del corazón] hacen lo mismo. Son incapaces de cualquier otra consideración [...]»[1]. Lo que quiero decir es que yo estaba en buena compañía. No estoy tratando de argumentar en favor de doctrinas o ministerios que no hayan sido examinados; sin embargo, descubrí en el camino que existen fuertes impulsos que corren por debajo de los poderes cognitivos. Me refiero a los deseos. El corazón humano es un motor que produce y estimula una infinidad de deseos. Hemos sido creados para adorar, y deseamos ya sea al Creador o a lo creado (Ro 1:18-32). Cuando el deseo fluye hacia este último, nace la idolatría y comienza el adulterio espiritual (Ez 16; Os 1-14). Para ponerlo en las palabras de Jesús, donde está nuestro corazón allí está nuestro tesoro (Mt 6:21). Dicho de otra manera, lo que deseamos por encima de todo. Al igual que una locomotora, nuestros deseos siempre nos llevan por la vía de nuestra visión de una vida feliz. Estas presuposiciones estimulan nuestras creencias sobre qué nos ayudará a prosperar. Eso significa que, para ayudar a las personas a cambiar, primero debemos ayudarlas a abrir el capó del pensamiento para ver el motor del deseo que hay debajo. Significa que los afectos, más que la cognición, determinan la dirección. Esa es la razón por la cual los pastores a menudo se reúnen cara a cara con personas bien instruidas que básicamente saben lo que dice la Biblia, pero que no necesariamente están cambiando. Tengo el mismo problema en mi propia vida. Lo que falta es el deseo, no la información. Una visión corrupta de cómo ser feliz, está lidiando por la supremacía en nuestros corazones. Debemos orar para que Dios nos devuelva una visión donde «pro[bemos] y vea[mos] que el Señor es bueno» y «en Él [nos] refugi[emos]» (Sal 34:8). A veces los pastores pueden caer en una mentalidad descartiana («pienso, luego existo») en lugar de reconocer nuestro impulso eduardiano, ¿o lo llamaremos «piperiano» («deseo, luego existo»)? Creemos que habitamos en el mundo como pensadores, solo para descubrir que lo hacemos como personas que aman. Creo que pasé demasiado tiempo predicando, aconsejando y tratando de que la gente cambiara su modo de pensar en lugar de su imaginación. Desearía haber entendido esto mejor cuando era joven.

El amor es mejor que el discernimiento

Bien, me enfoqué en pensar y resulta que ahora estoy cuestionando el discernimiento. Quizás te estés preguntando si en verdad he leído mi Biblia estos últimos días. Para asegurarme de que no me malinterpreten, déjenme aclarar lo que no estoy diciendo para luego concentrarme en lo que sí estoy planteando. Obviamente, el discernimiento es importante para los cristianos. La doctrina define la dirección, y discernir la doctrina sólida nos guía por mejores sendas. Después de todo, si la Escritura nos ha sido dada «para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en justicia» (2Ti 3:16); entonces, discernir cómo y dónde aplicarla, hace una diferencia enorme. La habilidad para discernir cómo y dónde aplicar la Escritura es la línea divisoria entre un hombre inmaduro y «el hombre de Dios […] equipado para toda buena obra» (2Ti 3:17). Estoy de acuerdo con Phillip Way, quien dijo: «Es responsabilidad de cada cristiano aprender, ser discipulado en la Palabra, para que podamos saber cómo discernir. No discernir es caminar en la oscuridad»[2]. Así que no nos equivoquemos, el discernimiento es bueno. Sin embargo, para algunos pastores, el discernimiento es lo principal. Lo sé porque yo fui uno de ellos. Durante años mi versículo predilecto fue 1 Timoteo 4:16: «Ten cuidado de ti mismo y de la enseñanza. Persevera en estas cosas, porque haciéndolo asegurarás la salvación tanto para ti mismo como para los que te escuchan». Para mí, los dos ingredientes del éxito en el ministerio eran 1) discierne tu corazón y 2) discierne tu doctrina. Puede que leas eso y pienses: «¿qué hay de malo en eso?».  El peligro excesivamente común de elevar lo bueno al lugar de lo mejor. Discernir nuestro corazón y doctrina es algo bueno, pero es un ejercicio inútil cuando lo hacemos a expensas de lo mejor. Al igual que la magia profunda en la historia de Aslan, Dios nos ofrece una magia aún más insondable y poderosa bajo el discernimiento. Es el poder del amor contraintuitivo, inconmensurable, originado en el Evangelio (Mt 22:37-40; 1Co 13:13). Y los líderes saturados de discernimiento y conocimiento pueden fácilmente pasarlo por alto. Cuando las vestiduras de un pastor están empapadas de discernimiento, la iniciativa en el liderazgo se reduce a tres objetivos carentes de amor: protectorados, estar en lo correcto y encontrar el pecado.

Estar en lo correcto

El híperdiscernimiento hace que el ministerio se trate de «hacer las cosas correctas». Ya sea en la doctrina, el modelo ministerial o el corazón, el discernidor sin amor no se fija en la compasión, la paciencia y la bondad, sino en detectar y corregir errores. Puede que ese pastor nunca lo vea, pero tiene más confianza en la capacidad del enemigo para contaminar, que en la capacidad de Dios para proteger. Por tanto, aborda los problemas del ministerio como si fueran situaciones que necesitan «corregirse» y «ser correctas». Cuando un pastor se obsesiona con el discernimiento, tiende a verse a sí mismo, hasta cierto punto, como un profeta del Antiguo Testamento, responsable de declarar el juicio de Dios en una variedad de temas. En lugar de proclamar constantemente la gracia de Dios a los pecadores cansados, el pastor híperdiscernidor aplasta a las personas al señalarles siempre sus pecados. Cuando examino mis recuerdos de mis primeros años en el ministerio, me avergüenzo de pensar en todas esas ocasiones cuando abordé una situación queriendo demostrar que yo estaba en lo correcto en lugar de mostrar el amor de Dios. Lo que yo valoraba era la habilidad de discernir motivos y eso significó que hubo mucha especulación sobre lo que en verdad motivaba a las personas. Y puesto que solo «conocemos en parte» (1Co 13:9), incluso en nuestros mejores días, yo compensaba lo desconocido con mi propio discernimiento, lo que resultaba ser una forma un poco más moralista de expresar un juicio pecaminoso. Cuando lidias con el discernimiento, sin el verdadero norte del amor, menoscabas los instintos y la importancia del amor. Haces que el amor parezca infantil, ingenuo y poco inteligente —un grado por el cual el discernidor ya ha pasado—. Pero nunca nos graduamos en brindar amor. Solo avanzamos más profundamente en nuestra comprensión y aplicación de él.

Encontrar el pecado

Cuando el discernimiento se mueve hacia una posición central, «encontrar el pecado» se vuelve un resultado importante para el compromiso ministerial. Esto hace que los pastores se transformen en minuciosos detectives, que sondean los corazones y la doctrina de los demás, buscando el más mínimo pecado para golpearlo con sus vigas discernidoras (Mt 7:1-5). Yo me veo en ese retrato de pies a cabeza, y no es como quiero que se me recuerde. A mí me parece que los pastores deberían ser expertos mundiales en el amor. Lo experimentamos en el Evangelio, lo estudiamos en la Biblia, lo predicamos en la iglesia, hemos saboreado su fruto en matrimonios, en reconciliaciones y en los santos que fueron sacrificados. Pincha a un pastor y debería sangrar amor. Así es como Arnold Dallimore describió a George Whitefield. Dallimore relata que cuando Charles Wesley estaba descontento con la teología de su hermano John, se acercó a Whitefield para formar una alianza. Dadas las arraigadas diferencias teológicas y ministeriales entre John Wesley y Whitefield, así como algunas formas encubiertas en las cuales John lidió con Whitfield, esa alianza ofrecía un momento potencialmente delicioso. Desde un punto de vista carnal, significaba un triunfo para el discernimiento, la doctrina y la determinación del ministerio de Whitefield. Piénsalo: si Whitefield hubiera querido, podría haber recibido a Charles Wesley como un regalo inesperado de Dios y podría haber gozado de la vindicación que su llegada le ofrecía. Teniendo en cuenta lo que John Wesley sentía por Whitefield, seguramente lo habría hecho si hubiera estado en su lugar. ¿Qué hubieras hecho tú? Sin pensarlo dos veces, Whitefield llevó a Charles de vuelta a John y ayudó a que ambos hermanos se reconciliaran. Señaló: «Por nada del mundo haría o diría nada que separara a estos queridos amigos»[3]. La enemistad de los hermanos Wesley no era una oportunidad de conquistar y regocijarse, sino de amar. Cuando la reconciliación es más importante para ti que tu propia vindicación, puedes reconocer si estás en las manos del amor.

Conclusión 

Hasta que viajar en el tiempo sea una realidad, nunca podré cambiar mi pasado. Pero puedo aprender de él y ayudar a que otros no cometan mis errores. También puedo regocijarme en la bondad del Evangelio, que cubre mis muchos pecados, errores y fracasos.
Este artículo fue publicado originalmente en el blog Rev Dave Harvey. Traducción: Marcela Basualto

[1] N. del T.: traducción propia

[2] N. del T.: traducción propia

[3] N. del T.: traducción propia

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Cómo planificar una serie de sermones
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Cómo planificar una serie de sermones

El otro día, apareció en mi bandeja de entrada un correo electrónico con una pregunta que estallaba de relevancia: «estoy recién entrando al juego semanal de predicar y me encantaría escuchar cómo planificas tus calendarios de sermones para el año y el desglose de cada libro que predicas…». Él era un plantador de iglesias, que ahora estaba llegando a ser un pastor concienzudo. Esto es un poco de lo que le respondí. Recuerda, el objetivo de cada servicio no es meramente predicar, sino que entregar una «predicación pastoral». Esto quiere decir que la Palabra de Dios no sólo se expone, sino que se entrega a una congregación específica en un momento específico. Algunas formas de descubrir la pertinencia de una serie particular incluye:
  • Oración: ¡esto no es un paso obligatorio que debemos ofrecer y dar para que podamos llegar a lo importante del liderazgo y la logística! La selección de la serie es primero que todo una tarea santa donde nos conectamos con el Salvador para que nos ayude a discernir qué servirá mejor a su pueblo. Las impresiones subjetivas nunca son determinantes ni malvadas. Estás pidiendo ayuda porque necesitas respuestas. Ora por dirección específica y pon atención a cómo te sientes guiado después de la petición.
  • Puesto que los ancianos son responsables de ejercer la supervisión de la iglesia (1P 5:2), entrevístalos para escuchar su sensación de qué es lo que las ovejas necesitan ahora.
  • Considera las sesiones recientes de consejería y las conversaciones privadas con los miembros de la iglesia, ya que estas pueden revelar las áreas en las que la iglesia necesita atención.
  • Considera el ritmo del Antiguo y Nuevo Testamento para asegurarte de que estás predicando «todo el propósito de Dios» (Hch 20:27).
  • Considera la «densidad» teológica de los libros que vas a predicar. Predicar el libro completo de Romanos y luego explorar cada capítulo de Ezequiel podría no servir a tu congregación de manera más efectiva. Puede ser útil rotar entre libros que son más teológicos y libros que son más narrativos o «prácticos».
  • Considera cómo Dios te ha estado hablando a ti personalmente por medio de tu propia comunión con Él. Como pastor, parte de tu trabajo es entregarle a la congregación, por medio de la predicación, lo que Dios ha estado vertiendo en ti.
  • Considera el nivel de madurez de la congregación. ¿Están acostumbrados a la predicación expositiva? Si no lo están, hacer una serie expositiva sobre un libro largo, como Lucas, podría no ser sabio para que la iglesia comience a familiarizarse con ello. Liderar a las personas para que comiencen a tener hambre por la predicación expositiva a veces comienza con pequeños bocados.
  • Cuando prediques series particulares, explícale a la congregación el propósito que existe detrás de la serie. Estás predicando Romanos porque quieres crecer en la comprensión del Evangelio. Estás predicando los Salmos porque quieres aprender a tener comunión con Dios a través de los altibajos de la vida. Tus explicaciones probablemente serán más robustas, pero mi punto es que conocer el corazón detrás de la serie puede ayudar a la congregación a ser parte de la serie.
A la hora de determinar la extensión de una serie de enseñanzas, te animaría a preguntar:
  • Después de varias lecturas de un libro de la Biblia, ¿cómo me parece que se agrupa naturalmente?
  • ¿Cómo dividieron los traductores de tu Biblia cada sección del libro que quieres exponer? 
  • ¿Cómo otros predicadores que respetas (tanto vivos como muertos) dividen el libro cuando lo predican?
  • ¿Cómo los mejores y más teológicamente enraizados comentarios seccionan las divisiones del libro?
Debido a que preguntaste por sabiduría respecto a pasar más tiempo e ir más profundo en secciones más cortas, permíteme animarte a considerar:
  • El género del libro: generalmente, las narrativas pueden hacerse en secciones más grandes que las epístolas.
  • Tu congregación: tu amigo podría estar impresionado por tu capacidad de tomarte tres años para estudiar Filemón, pero el objetivo es servir, no presumir. ¿Qué ritmo sirve a tu congregación ahora? Recuerda, estás buscando servir a la congregación en tu iglesia. Ten cuidado de no quedar atascado en los detalles minuciosos de un pasaje (tiempos verbales en griego, trasfondo histórico, etc.), hasta el punto de perder el punto general principal del texto.
  • Tu nivel de dones: si eres como Piper en tus predicaciones (y a todo esto, eso no puede venir de una autoevaluación, ¡otros deben decirlo!), date la libertad de tomar dos años para estudiar Romanos. El resto de los mortales necesitamos considerar nuestras capacidades y apuntar a objetivos más razonables.
  • Ah, y si eres un predicador más nuevo, busca identificar una propuesta o un punto principal general, para cada sermón. Ayudará a orientar tu mente hacia la identificación del centro de un pasaje y a cristalizarlo en una frase. Entrena la mente para pensar con más claridad.
También te animaría a buscar retroalimentación regular de los mensajes que predicas. Si es posible, pídele a dos o tres pastores experimentados y maduros que escuchen tus sermones y te den una retroalimentación honesta y sin tapujos. También pídeles a los líderes de tu iglesia que te den una retroalimentación honesta. ¿Eres claro? ¿Estás predicando demasiado tiempo (eres un predicador de 30 minutos que está intentando rellenar una ranura de 50 minutos)? ¿Estás aplicando efectivamente el pasaje de la Escritura a las luchas de la vida real? Preguntas como estas pueden ayudarte a convertirte en un predicador más efectivo. La verdad es que no crecerás en la predicación sin la retroalimentación honesta de otros. En una reflexión como esta, cabe señalar que se trata de un área en el que tenemos libertad y flexibilidad. La Biblia no menciona un plan paso a paso sobre cómo planificar nuestra serie de sermones. Para algunos pastores, la idea de planificar una larga serie de predicaciones podría presentar una tentación significativa de temor. «¿Qué pasa si me equivoco? ¿Qué pasa si predicó la serie incorrecta? ¿Qué pasaría si tuviera que cambiar la serie?». Tranquilo. La Biblia asume que tú estarás predicando la Palabra a tiempo y fuera de tiempo. No dice más que eso. Puedes confiar en que Dios usará tus esfuerzos, no importa cuán débiles sean. No obstante, en todo esto por favor recuerda, tu objetivo principal es alimentar a tu congregación. No necesitas hacer lo que Spurgeon, Piper o Chandler hicieron. Ellos estaban predicando para una congregación específica. Tú necesitas predicar de tal forma que alimente aquellos que Dios puso bajo tu cuidado. Dios estará complacido, la iglesia será edificada y tu alma estará profundamente satisfecha.
Este recurso fue originalmente publicado en el blog de Dave Harvey.
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¿Cuánto tiempo debería tomarme preparar un sermón?
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¿Cuánto tiempo debería tomarme preparar un sermón?

Es más fácil plantear esta pregunta que responderla. Es tentador responder con el estándar consagrado de las «15 horas» y seguir alegremente nuestro camino. No obstante, la preparación de un sermón, expositivo o de otro tipo, desafía los cálculos simples. Mezcla ambos: ciencia y arte, y es encendido por la combustión vigorizantemente impredecible de la presencia activa de Dios. Es como el muchacho que le pregunta al experto pescador: «¿cuánto tiempo toma pescar un pez cada semana?». El pescador experimentado hace una pausa, sabiendo que la respuesta desafía cualquier respuesta fácil porque cada lanzamiento contiene elementos que están completamente fuera de su control. Pescar podría ser su rutina semanal, pero no existe ninguna rutina para atrapar peces. La preparación de un sermón no es diferente. El tiempo asignado para desarrollar sermones se convierte en una mezcla de habilidad y providencia, de trabajo y asombro; debemos vivir en la tensión entre nuestros ritmos bien ordenados y las variables que no son completamente controlables.

¿Cuánto cuantificamos?

Sin embargo, no digo que sea imposible cuantificar. Si eres de los que evalúan, estas son algunas cosas que necesitas saber para comenzar a hacer tus estimaciones. El tiempo de preparación del sermón está determinado por la experiencia, los dones, los estudios, los apuntes y el alma del predicador.

1. Tu experiencia

Hay un mundo de diferencia entre el año veinte y el año dos de predicación. A medida que vives en los ritmos semanales de la preparación de un sermón, crecerás en tu comprensión y en tu habilidad con las herramientas del oficio: familiaridad con el argumento de la Biblia, hábitos de estudio racionalizados, un ojo experimentado para la organización expositiva y un oído afinado para la ilustración y la aplicación, sólo por nombrar algunas. Sin tener el fin de forzar la mirada hacia el «planeta obvio», la experiencia puede reducir el tiempo de preparación.

2. Tus dones

Admitámoslo: como los focos de luz, algunos dones arden a un mayor voltaje. Digo esto porque he conocido y admirado a algunos predicadores de alta potencia en mi vida. Si eres un tipo que trabaja con más potencia de fuego mental (capacidad intelectual, claridad mental, habilidades de memoria, actitud creativa), la organización de un sermón se hace más fácil. Esto también significa que tienes un producto final más rápido. Si ese eres tú, entonces agradece a Dios ahora mismo. Y ora por el resto de nosotros.

3. Tu estudio

Una serie expositiva requiere un estudio considerablemente obvio. Un beneficio de este estudio es que, teóricamente, puedes retener algo de lo estudiado y presentarlo la semana siguiente. Y realmente ayuda. En una serie expositiva, cada semana no es una excavación nueva en un nuevo terreno contextual o del autor. Llegas a familiarizarte con la situación de vida detrás del libro, el autor humano, las grandes ideas y el flujo expositivo. Los tipos que sólo predican temas tienen un campo mucho más difícil que arar cada semana, particularmente si están buscando entender y desglosar empeñosamente el texto. Si no lo están haciendo así, puede que quieran considerar otra vocación.

4. Tus apuntes

Convertir lo que has estudiado en apuntes de predicación es una parte esencial de la preparación. Estimar la cantidad de tiempo que se debe apartar depende de lo que lleves al púlpito. Más apuntes podrían significar más tiempo. Alguien que usa manuscritos generalmente dedica más tiempo a moldear frases, un predicador que usa puntos principales y sólo subpuntos podría pasar menos tiempo en esa fase. Si tomas el paso adicional de convertir tus manuscritos en memorias, aparta más tiempo. Y si eres el doctor que sólo estudia y entrega el mensaje sin notas, averigua si es que alguien además de tu esposa y tú está de acuerdo con que está siendo una exposición clara y útil. Luego, ven y únete a nosotros en el mundo de los apuntes. Estoy bromeando. Más o menos.

5. Tu alma

Predicar involucra orar, o al menos debería. A veces la preparación del sermón toma más tiempo porque el predicador siente de forma única su necesidad por Dios. La desesperación se convierte en parte de la preparación. La predicación también debe incluir tiempo de meditación y reflexión (adobarse en el texto). Esta disciplina a menudo se pierde por la falta de tiempo o por pasar por alto la necesidad de examinar cuidadosamente tu propia alma a través del texto. Al hacerlo, el predicador podría concluir que su vida es un pobre reflejo del mensaje. Adicionalmente a la preparación, entonces, se encuentra el matiz de cómo hablar con integridad y liderar en debilidad. Lo siento, más tiempo. ¿Cuál es el mínimo accesible para el trabajo del alma? La predicación no es un servicio que se presta, es un compromiso con la Palabra de Dios que comienza con uno mismo y luego resuena hacia afuera a través de toda la iglesia.

Pero ¿cuánto?

Si has leído hasta aquí y sigues desesperado por tener algún tipo de número, te diré que la preparación de mis sermones durante una serie expositiva típicamente me toma de 10 a 15 horas. Tristemente, estas cifras son mayores que aquellas en mis viajes inaugurales desde el puerto de la predicación, principalmente porque zarpé en un bote temático en lugar de en un acorazado expositivo. Si eres como yo, descubriste temprano que la ignorancia sin duda reduce el tiempo de preparación. Irónicamente, también alarga los sermones. Si preparar un sermón te parece mucho trabajo, entonces logré un objetivo importante para esta parte. Es trabajo: un trabajo glorioso, resplandeciente e inspirador de asombro tanto para los perdidos como para los encontrados. No obstante, la intensidad del trabajo no es debilitante cuando Aquel que te llama también te empodera e incita a deleitarte en Él. «El privilegio más elevado», dijo el fallecido, pero siempre perspicaz Alec Motyer, «es el de disfrutar de una conexión semejante con la Palabra de Dios, tener que escudriñar con ahínco las preciosas Escrituras». Sí, en efecto, pero también es exigente, con frecuencia gravoso, rara vez fácil, y siempre, a la larga, interminablemente deleitable.
Este recurso fue originalmente publicado en el blog de Dave Harvey.
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¿Qué hago cuando mi iglesia deja de crecer?
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¿Qué hago cuando mi iglesia deja de crecer?

Es la kriptonita del pastor. El crecimiento se estanca, la visión se inactiva y la iglesia se paraliza. Para los líderes de la iglesia se siente como si el jurado del cielo hubiera regresado con un veredicto. «Bajo la acusación de ser perezoso en el liderazgo y patético en la predicación, ¡encontramos al acusado culpable de todos los cargos!». Cuando el crecimiento se detiene, los pastores se condenan a sí mismos. Sin duda, es un momento de vulnerabilidad. Reconozcámoslo de frente. «¿Qué deben hacer los líderes cuando la iglesia deja de crecer?».

1. Escuchar

Lo entiendo. Estás leyendo este artículo para saber qué hacer y mi primer punto —escuchar— no es algo muy fácil de hacer. No al menos de la manera que esperas. Cuando el crecimiento se detiene, a menudo los pastores van rápidamente a la acción, creyendo equivocadamente que donde hay un aumento de actividad, hay progreso. Más reuniones, más programas, más correos, más visión. Nada de esto es inherentemente incorrecto, tan sólo no debiera ser instintivamente lo primero No obstante, nuestra conmoción traiciona a un ingenio más profundo. Escondido en algún lugar enclave de nuestra mente se encuentra la inquebrantable creencia de que el tamaño de la iglesia es una evaluación definitiva de la efectividad de nuestro liderazgo o predicación. Bajo esa carga esclavizante, el deseo de ver crecer a la iglesia tiene menos que ver con administrar la gracia de Dios y más con asegurar una identidad. Romper la siguiente barrera de crecimiento significa que nuestra iglesia sigue siendo importante y nosotros también. El crecimiento nos recuerda que nuestros dones aún tienen valor. No obstante, según el último recuento, existen más o menos diez mil millones de razones por las que Dios podría dejar igual, o incluso reducir, el tamaño de una iglesia local por un tiempo. Stanley lo entendió con el tiempo. Su mentalidad de «el ministerio es maravilloso» sufrió un duro golpe el mes que su iglesia dejó de crecer. Como un mes se convirtió en nueve meses y luego se duplicó otra vez, la incapacidad de Stanley para poner en marcha cualquier impulso lo detuvo el suficiente tiempo como para escuchar. Las preguntas que comenzó a formular se convirtieron en rayos X de su alma. «¿Qué significa cuando mi entusiasmo por el ministerio parece estar ligado al crecimiento de nuestra iglesia? ¿Qué dice esto sobre mi definición funcional de éxito?». «Si mi iglesia nunca vuelve a crecer, ¿puedo encontrar gozo al gastar lo mío y gastarme a mi mismo por estas almas?». A través de una bendecida ruptura de una temporada estancada, Stanley llegó a conocer la verdad probada por el tiempo de que Dios es quien controla todo crecimiento. «Hay comprensiones preciosas y eternas que sólo se pueden adquirir a través de la exasperación de una iglesia estancada». Por esta razón es que escuchar es tan importante. Si el tamaño de tu iglesia está estacionado en este momento, interprétalo como una invitación a salir del cacharro de la ansiedad y a encontrarte con Dios. Como nuestro misericordioso Padre celestial, Dios quiere que nos acerquemos y experimentemos el tipo de crecimiento que más importa: una intimidad con Dios por medio del aire fresco de su Palabra. No lo pospongas, comienza ahora ya. Ora, lee, escucha, repite. Mientras escuchas, hazte un par de preguntas: ¿hay formas en las que el crecimiento pasado te alejó de la intimidad con Aquel que da el crecimiento? ¿Existen áreas donde el ministerio ha suplantado la identidad? Ve este tiempo de no crecimiento como un claro y fuerte llamado a crecer en Dios. No lo transformes en un descubrimiento de ideas estratégicas que descorcharán la poción del crecimiento, escucha la voz de Dios; aprende a mirar y a esperar: «Confía callado en el Señor y espera en Él con paciencia [...]» (Sal 37:7). Y a medida que crezcamos más en intimidad con Dios, ocurrirá algo más importante que el crecimiento de la iglesia. Sus palabras se transformarán en consuelo para nuestras almas, en una lámpara en nuestra oscuridad y en una luz para nuestros pies (Sal 119:105). Aprenderemos el secreto del contentamiento para que así nuestras almas puedan florecer, ya sea que nuestra iglesia esté en abundancia o en pobreza (Fil 4:11-13). La paz de Dios (que sobrepasa espectacularmente la comprensión humana) saturará nuestra alma y llenará de alegría nuestro corazón.

2. Aprender

Sigamos adelante, porque, sin duda, existen cosas que se deben hacer cuando tu iglesia deja de crecer. Esto lo sé por experiencia, por los momentos en los que la iglesia u organización que yo estaba liderando parecía estar cómoda por demasiado tiempo en el Planeta Estancamiento. Aunque cada parte de mí odiaba llegar a esa órbita, mirar hacia atrás me recuerda que ciertamente esa temporada proveyó una oportunidad importante para humillarme a mí mismo e involucrar a otros en una temporada de aprendizaje. Mi aprendizaje. El «por qué» detrás del estancamiento no siempre es evidente, pero puedo pensar en al menos una razón de fábrica debido a la experiencia: el estancamiento es una invitación hecha por Dios para aprender humildemente cómo otros experimentan tu liderazgo y tu iglesia. Esto no supone que estés haciendo algo equivocado. Recuerdo un tiempo cuando comenzamos a enseñar cierta doctrina que, a los ojos de los ancianos, era esencial para la ortodoxia y el futuro de nuestra iglesia. La enseñamos y algunos salieron por las puertas de escape. Desde afuera, la iglesia fue más allá del estancamiento y llegó a un decrecimiento a gran escala. No obstante, nuestros ancianos entendieron que, a veces, una falta de crecimiento en realidad podría significar un impulso hacia la salud y la misión. Es por eso que nunca es bueno reaccionar impulsivamente a una corta baja en la asistencia o sobreexagerar un pequeño estancamiento.  Pero cuando tu iglesia deja de crecer en el tiempo, considera esta acción: aprende. Existen muchas preguntas —buenas preguntas— que no nos hacemos cuando las métricas indican que las cosas están yendo bien. Un estancamiento antiguo se convierte en una gran sala de clases para llevar estudio fresco sobre temas que normalmente se han oscurecido por el crecimiento. Esta es una corta lista para activar tu pensamiento. Comienza con tu liderazgo y predicación, mira los roles de los ancianos: ¿todos están en el asiento correcto del bus? ¿Están los valores de la iglesia alineados con la cultura de la iglesia? ¿Se delega de manera saludable? ¿Qué experimentan las personas cuando visitan la iglesia? ¿La visión de éxito de la iglesia incluye una misión con parámetros definidos? ¿Cuál es la reputación de la iglesia en la comunidad? Piensa en términos de círculos concéntricos de contactos, personas que podrían tener una perspectiva sobre la iglesia y una influencia dentro de ella. Selecciona tus mejores herramientas para extraer sus opiniones. Aquí los ancianos pueden ayudar. Pídeles ayuda para armar preguntas clave y categorías esenciales para explorar. Acércate humilde y tiernamente a tu esposa para solicitarle que te comparta sus pensamientos, luego anda a los líderes de la iglesia. Almuerza con los interesados en discernir, así como con los miembros más antiguos. Ve si puedes llamar o enviar preguntas a los líderes de la comunidad, a personas que se han ido de la iglesia, a quienes visitaron, pero que no regresaron, en realidad, a cualquiera que pueda ayudarte a formar tu visión de la iglesia desde la perspectiva de alguien que está afuera. Invita a los ancianos a unirse a ti en este proceso. No desperdicies tu temporada de estancamiento. Honestamente, podría no resultar en una asistencia inflada, pero existen cosas más importantes para Dios que el hecho de que se hable de ti en Internet o en tu ciudad. Humíllate y aprende, consciente de que mientras Dios se opone a los líderes orgullosos que presumen su eficacia, Él derrama una magnífica gracia sobre los humildes que confían en que siempre hay mucho que aprender (Stg 4:6).

3. Liderar

Cuando la iglesia deja de crecer, el liderazgo adquiere mayor importancia. Lejos están los halagos y la deferencia incuestionable conferida sin esfuerzo durante el crecimiento. Las cosas se ponen difíciles. Las personas asumen que hay un problema que resolver. A veces asumen que tú eres el problema que hay que resolver. Podrían molestarte, fastidiarte e incomodarte con sus preocupaciones y teorías. El pastor sabio entiende que si a las personas no les importara no preguntarían. Liderar significa redefinir la experiencia para que la iglesia catalogue sus métricas de éxito a las cosas que pueden controlar. Plantar y regar sigue siendo nuestra responsabilidad. El crecimiento depende de Dios (1Co 3:6). Liderar cuando una iglesia está estancada pone al pastor en una delicada tensión. Debemos evaluar humildemente e incluso promover cambios. No obstante, (y esto es tan importante) se debe hacer sin poner a Dios bajo ninguna obligación de responder a nuestros esfuerzos. Si el estancamiento fuera un arreglo simple, cientos de miles de iglesias alrededor del mundo simplemente podrían aplicar el arreglo y zarpar confiadamente hacia las nuevas costas de la tierra de la megaiglesia. No, el liderazgo significa perspectiva, valentía, determinación y una guerra contra el cinismo.  El estancamiento del crecimiento también es una invitación a reavivar a la iglesia en su misión. ¿Puedes señalar diversas maneras en que tu iglesia está buscando plantar y regar con el Evangelio? ¿Existen maneras en que tu congregación se mueve más allá de sus mundos para darle la bienvenida a otros a través de la acogida, la hospitalidad, las visitas, los equipos de misión, el servicio comunitario (la lista sigue)? Liderar a tu iglesia hacia estos esfuerzos bendecidos no es garantía de crecimiento. Sin embargo, liderarlos en misión más allá de sí mismos es garantía de estancamiento. Ancianos, si sus iglesias están estancadas, inviten a las personas a sus propios viajes con el enigma. Permitan que sepan que esta es una carga que llevan. Describan cómo este tiempo los ha tentado y dónde han encontrado esperanza. Compartan sobre cómo han contado con Dios y otros, incluso expresando algunas prácticas o pasajes que han resultado ser particularmente significativos. Declaren su fe de que Dios entregará algunas estrategias que podrían fomentar el crecimiento. Sus interacciones honestas e involucramiento piadoso no sólo son una muestra humilde de su necesidad por Dios, sino que también es el tipo de liderazgo que incita la confianza en otros. Liderar iglesias estancadas revelará casi toda la debilidad espiritual de tu vida. No es para el débil de corazón. Pero encuentra un pastor que esté contento con el tamaño de su iglesia y que aún llama a la iglesia a la misión, y encontrarás a un hombre digno de seguir.

Mirar al futuro

Seguro, sentimos nuestra vulnerabilidad cuando nuestra iglesia no crece. Sin embargo, esas temporadas no tienen por qué ser nuestra kriptonita. A medida que el pastor se vuelve hacia Dios y lidera honestamente por medio de su debilidad, descubriremos no sólo el éxito, sino también la suficiencia extraordinaria de la sublime gracia. Y en los momentos comunes y corrientes, donde su confianza en Dios se encuentra con la monotonía del estancamiento, el pastor descubrirá que el «poder [de Dios] se perfecciona en [su] debilidad» (2Co 12:9).
Este recurso fue publicado originalmente en el blog de Dave Harvey.
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Incluso los pastores dudan
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Incluso los pastores dudan

¿Qué le dirías a un líder de la iglesia que está experimentando una grave crisis de fe? «No tiene que ver principalmente con creer en Dios», Joel me explicó. «Sé que Él aún existe de cierta manera abstracta. Aún oro y leo mi Biblia, pero la relación vertical se siente menos real que antes. Lo que se siente real es el caos horizontal. Cómo las personas de la iglesia se tratan las unas a las otras; ¡cómo nos han tratado a nosotros! Nunca pensé que el ministerio podría verse tan feo. Me ha hecho cuestionar cosas que nunca pensé que cuestionaría. Estoy enfrentando dudas que nunca pensé enfrentar». Quizás conoces a un líder de iglesia como Joel. Tal vez tú seas ese líder de la iglesia. Te sientes falso; avergonzado. Fingir se siente demasiado difícil. Se supone que tú eres quien tiene las respuestas. No obstante, tienes preguntas (grandes preguntas) y también dudas (dudas cada vez mayores). Dudas que generan más dudas. Sabes que Santiago 1:6-8 llama al que duda de «doble ánimo» e «inestable». Por tanto, te miras al espejo y dices: «¿qué se supone que debo hacer?». Un laberinto mental sin salida formado entre tus orejas. Renunciar es concederle terreno a tus dudas, así como confundir y herir a personas que amas (quizás incluso provocando que tropiecen en su fe), pero continuar como pastor parece inútil y miserable (tal vez incluso imposible con tu conciencia gritándote: «¡hipócrita!»). ¿Qué le dirías a Joel? ¿Qué harías si tú fueras un Joel? Esto es lo que yo diría: cuando dudes, recuerda.

Eres amado

Cuando las dudas te visiten o incluso ocupen tu mente para permanecer ahí por mucho tiempo, recuerda: en Cristo, eres amado por Dios. Es tentador pasar por alto este punto. Lo entiendo. Hablar del amor de Dios puede sentirse demasiado genérico. No te distraigas. Hay más que decir y mucho más que necesitas escuchar. No obstante, necesitas más que mis palabras. Necesitas las palabras de Dios: 
Clemente y compasivo es el Señor, Lento para la ira y grande en misericordia (Salmo 145:8).
¿Puedo sugerir que lo leas nuevamente? Pero esta vez más lento. No como una doxología conocida, sino como si estuviera escrito para ti; para este mismo momento. ¿Te preguntas qué siente Dios por ti ahora? Podría no ser lo que tú piensas. Cuando Dios te ve en Cristo, Él actúa con gracia y misericordia. Él no pone los ojos blancos porque estás confundido. Su amor por ti es firme y abundante. Sí, tú: el pastor que está luchando. Dios tiene un afecto inextinguible, implacable e imperturbable por ti.  ¿Recuerdas cuando Tomás expresó sus dudas respecto a la resurrección de Cristo (Jn 20:24-29)? Él esperó ocho días, pero luego Jesús no lo ignoró para vengarse. No, Jesús se le apareció a Tomás y se acercó a él. Se comprometió con él, le habló a sus dudas y lo hizo avanzar y crecer. Jesús fue compasivo y misericordioso, abundante en amor. Cristo ya ha satisfecho la ira de Dios por las maneras en que nuestra fe queda corta. Él se acerca a nosotros y nos encuentra. Dios está tan determinado a que conocemos su corazón, Él repite la esencia del Salmo 145:8 una y otra vez a lo largo del Antiguo Testamento.  ¿Por qué esto es importante? Podrías dudar de Dios, pero su corazón hacia ti en Cristo nunca es inconstante. Su amor es firme. Esto quiere decir que incluso cuando nuestro amor pierde fuerza, su amor permanece firme y, a su vez, reanima nuestro afecto por Él. Lo amamos porque Él nos amó primero.

No estás solo

Sólo una persona anduvo en la tierra con una fe perfecta en las promesas de Dios. Fue el Dios-Hombre, Jesús. El resto de nosotros vive en casas donde las dudas golpean la puerta. A veces fuerte y con frecuencia. Lo entiendo. He albergado dudas sobre si a Dios realmente le importa o si mis oraciones son realmente relevantes. Más que un par de veces, he necesitado clamar con palabras del padre desesperado que le dijo a Jesús: «Creo; ayúdame en mi incredulidad» (Mr 9:24). Este es un camino que los líderes a veces recorren como si navegaran por el ministerio en un mundo de fe sin vista. No intento suavizar tus dudas ni convencerte de que son triviales. Sólo señalo que algunos líderes cristianos han tenido estadías sombrías en el castillo de la duda. Pero muchos de esos mismos pastores testificarán que, aun cuando tropezaban solos y aturdidos por esos pasillos oscuros, Dios fue fiel. En Cristo, el castillo de la duda no es tu residencia permanente.

Satanás es real

¿Recuerdas a Satanás? Bueno, él es real. Y tú estás sirviendo en una iglesia situada en su territorio. ¿Crees que es ambivalente respecto a lo que estás haciendo? ¡Ni por un segundo! La Escritura lo llama el «adversario» que «anda al acecho como león rugiente, buscando a quien devorar» (1P 5:8). Su alimento de preferencia son los líderes de la iglesia; su plato favorito es tu fe. Satanás ama devorar nuestra conciencia de la existencia de Dios y nuestra expectativa de que «Él recompensa a los que lo buscan» (Heb 11:6). Al atacar la fe, Satanás incuba duda dentro del alma. Es por una buena razón que Pablo nos llama a «[revestirnos] con toda la armadura de Dios para que [podamos] estar firmes contra las insidias del diablo» (Ef 6:11). Puesto que en esa armadura encontramos una defensa esencial: «el escudo de la fe con el que podrán apagar todos los dardos encendidos del maligno» (Ef 6:16). Satanás tiene una aljaba llena de dardos, con cada punta astutamente diseñada. Él consistentemente lanza dos dardos de duda directamente al alma del pastor: «Dios es falso» y «tú también lo eres».

«Dios es falso»

La primera aparición de Satanás revela mucho de sus tácticas continuas. Sus primeras palabras registradas son: «¿Conque Dios les ha dicho [...]?» (Gn 3:1). En resumen, los planes de Satanás son subestimar la verdad de la Palabra de Dios y la bondad de las intenciones de Dios. Cuando Satanás arroja este dardo de duda hacia ti, la defensa que Dios provee es el escudo de la fe.  El mejor antídoto para las dudas sobre Dios es acercarse a Dios. Esto incluye volver a familiarizarse con las realidades de cómo Dios se retrata a sí mismo en la Escritura. «[...] Es necesario que el que se acerca a Dios crea que Él existe, y que recompensa a los que lo buscan» (Heb 11:6). ¿Tienes hambre de acercarte a Dios? Él te invita a hacerlo al recordar no sólo que Él es real, sino que también que Él es quien recompensa a aquellos que lo buscan. Si temes a las alturas, no te subes a una escalera mirando hacia abajo o mirando hacia adentro. Miras hacia arriba. Cuando tu foco está arriba, dejas las dudas de abajo atrás. Ganas confianza y avanzas. Así que, levanta el escudo de la fe. Mira hacia arriba.

«Tú eres falso»

Satanás quiere minar tu confianza de tu lugar frente a Dios. Él sabe que tu condenación significa tu silencio. El Evangelio no resuena en líderes que se preguntan si ellos mismos lo creen. No permitas que Satanás te mienta. Al contrario, escucha la sabiduría del abuelo de Spurgeon:

Una vez, cuando el tentador me había atacado gravemente, fui a ver a mi querido viejo abuelo. Le conté sobre mi terrible experiencia y luego continué diciendo: «abuelo, estoy seguro de que no puedo ser un hijo de Dios o de otra manera nunca tendría pensamientos tan malvados como estos».

«Tonterías, Charles», respondió el buen viejo hombre. «Es sólo porque eres cristiano que eres tentado. Estas blasfemias no son hijos tuyos; son mocosos del diablo, quien se deleita en dejarlos en la puerta de un cristiano. No los hagas tuyos; no les des ni una habitación en tu casa ni una en tu corazón» (Autobiography of Charles H. Spurgeon [Autobiografía de Charles H. Spurgeon], 1:160).

¡Qué maravilloso abuelo! Aunque está muerto, aún habla al recordarnos que la condenación es el hijo del diablo. No te apropies de sus blasfemias sobre ti. No le des cabida ni en tu casa ni en tu corazón. La cruz ha hablado; eres perdonado. Corre a la promesa que dice: «Por tanto, ahora no hay condenación para los que están en Cristo Jesús» (Ro 8:1).

La misión sigue avanzando

Cierra tus ojos e imagina la escena. Jesús resucitó; los días están eléctricos. Antes de su ida, Cristo reúne a los once discípulos que quedaban. Quiere dejarlos con una comisión: una Gran Comisión. Mateo agrega: «Cuando lo vieron, lo adoraron; pero algunos dudaron» (Mt 28:17) [énfasis del autor]. ¿Puedes visualizarlo? Allí está el Salvador resucitado: marcas de clavos aún visibles en su cuerpo resucitado, renovado y glorioso. ¿Y cuál es la temperatura de fe del grupo? Algunos dudan. ¿Qué hace Jesús? ¿Golpea sus cabezas por su incapacidad torpe para conectar los puntos? No, ni cerca de eso. Él continúa para entregarles la Gran Comisión de todas formas. Una de las razones por las que amo este pasaje es porque me es muy fácil imaginarme en esta escena. Nací preocupado. En mis primerísimos recuerdos, mi mamá solía advertirme sobre la preocupación. Por lo que puedo verme a mí mismo ahí entre los discípulos, angustiándome por el futuro, preocupándome por la logística y la provisión. Pero Jesús simplemente continúa. Es como que dijera: «tienen dudas y preocupaciones. Déjenme mostrarles el camino que deben seguir: vayan, hagan la obra del Evangelio que les doy para hacer».  Esta confianza debe estar conectada con las palabras finales de Jesús: «y ¡recuerden! Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt 28:20). Jesús les está diciendo: «sé que no tienen todos los detalles. Estoy consciente de sus dudas y recelos. Puedo identificarme con su debilidad y tentaciones (Heb 4:15). Pero Yo estaré con ustedes. Ahora sigamos adelante. Sus dudas serán resueltas a su debido tiempo a medida que me sigan y obedezcan mis mandamientos».

Cuando dudamos

¿Eres tentado con dudas sobre si es que Dios cumple o cumplirá las promesas que te hizo? ¿O si es que vale la pena servir a la iglesia? ¿O si es que si le estás fallando a Jesús en tu ministerio? Recuerda: Cristo aún está contigo y lo estará hasta que cruces la línea de meta. ¿Dudas a menudo si es que Dios puede usar a un discípulo agobiado por las dudas? Recuerda Hebreos 4:15; Juan 20:24-29, y Mateo 28:17: Cristo sabe y empatiza con lo que estás experimentando; no eres un bien dañado para Él, tampoco pausa el programa de misión hasta que tengas todo completamente resuelto. Es inevitable que tu alma se lastime con los filosos bordes de personas quebradas en un mundo roto. No obstante, la Gran Comisión incluye una gran promesa: el Salvador conoce nuestras tentaciones y está con nosotros en nuestro caminar.  La próxima vez que sientas incertidumbre, escepticismo o cinismo, cuando sientas que las dudas comienzan a apagar tu fe, recuerda: eres amado por Dios; no estás solo; Satanás es real, y la misión continúa. Asimismo, recuerda que los discípulos que una vez dudaron cambiaron el mundo.
Dave Harvey © 2023 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso.