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Cuando la maternidad desordena todo
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Cuando la maternidad desordena todo

Justo al comienzo de mi embarazo, había leído que la llegada de un bebé sería como un tsunami, uno que traería desorden y sacaría todo de su lugar, pero que a la vez, sería un caos hermoso y que con el paso del tiempo se iría para traer todo de vuelta a su lugar.

Así que después de 39 semanas y 1 día, allí estaba yo, finalmente viviendo y disfrutando la belleza de la maternidad y de ese hermoso caos del que ya me habían hablado. Leí muchos textos sobre el tema. Leí blogs y recibí consejos, todo con el fin de ser una buena mamá y de intentar prepararme para el desafío. No obstante, todo se resumía básicamente a lo mismo: «soporta», «todo va a pasar», «en los momentos más difíciles, recuerda, estás haciendo lo mejor que puedes», «mira todo el esfuerzo que estás haciendo y siéntete orgullosa, ¡eres una mamá increíble!». Además, recibí mensajes de otras madres que me aconsejaban: «no te preocupes por ordenar la casa», «intenta dormir cuando el bebé duerme», «tómate un tiempo solo para ti», «yo puedo cuidar a tu bebé para que salgas a pasear o para que puedas tener un tiempo con tu esposo». Todo esto es válido, son buenos consejos, pero esto estaba moldeando mi maternidad. Aunque a menudo me sentía sola y a veces perdida, pensaba: «es parte del desastre que trajo el tsunami y no soy la única que está pasando por esto». Eso me traía un poco de consuelo y fuerza para continuar. Bueno, en realidad, no pasaba mucho tiempo antes de que volviera a sentir que algo andaba mal. Entonces, sentía la necesidad de repetirme siempre, casi como una oración: «la maternidad es muy difícil, pero es un caos hermoso, es solo una etapa y todo pasará». Y así esperaba que la angustia se fuera. Al conversar con otras mamás, percibí que todas estaban viviendo una fase de aceptación. Al fin y al cabo, así es como se debe sentir, así es el principio de la maternidad. Pero, ¿será todo esto verdad? Comencé, entonces, a pensar que tal vez habíamos romantizado demasiado este desorden y empecé a percibir el problema. El problema no es el desorden en sí, el problema es que nadie te advierte que después de un tiempo tendrás que organizarlo todo y que te sentirás tan perdida, no por el desorden en sí, sino porque no sabes por dónde comenzar. Nos dijimos tanto que disfrutáramos del desorden, que se nos olvidó decir que no puedes vivir el resto de tu vida así. El gran punto es, ¿por dónde comenzamos a ordenar todo ese desorden que el tsunami dejó? Seguí pensando en la maternidad como un tsunami que viene y desordena todo, pero algo me molestaba de esta analogía. Me molestaba porque me recordaba otra analogía, una que Jesús contó y que está registrada en Lucas 6:47-49. Si creciste en la iglesia como yo, probablemente también tengas esa imagen bien clara en tu mente: una tormenta, olas fuertes y dos casas. La casa construida sobre la arena, derrumbada, y la casa construida sobre la roca, permaneciendo allí, intacta y firme. Una verdad tan clara y sencilla que sabía desde mi niñez, de repente se perdió en medio de tanta información. El contenido que consumí sobre la maternidad no consideró una vida firme sobre la roca. Y eso me hizo creer y moldear mi maternidad en una mentira, más bien en una verdad a medias. Sí, la llegada de un hijo desordena muchas cosas, pero hay una manera de no perder el lugar de nuestra paz y fortaleza: afirmar nuestros corazones en la Palabra de Dios. Si eres una madre como yo y te sientes perdida o culpable por no vivir tu mejor momento espiritual, te digo que no eres la única, es parte de la experiencia de este gran cambio. Pero no te voy a decir que está bien sentirse así y que debes aceptarlo; no te voy a decir que es parte de la experiencia de ser madre; tampoco te voy a decir que no seas tan exigente contigo misma ni que se trata de una fase que pasará con el tiempo, lo que te voy a decir es: ¡prioriza tu vida espiritual! Deja los platos sucios, el baño sin limpiar, pero asegúrate de pasar tiempo con Dios. Ora mientras amamantas, lee o escucha la Biblia mientras tu bebé duerme, medita en la Palabra de Dios mientras cambias pañales. Si tu bebé juega de manera independiente, aunque sea solo por 5 minutos, tómate ese tiempo, escribe o dibuja o haz lo que te guste hacer. Pídele a tu esposo o a alguien que cuide a tu bebé, específicamente para que tengas tiempo de calidad con el Señor. Luego, si tienes tiempo, haz todo lo demás. Pero asegúrate de priorizar lo que debe ser nuestra prioridad. No dejes que nadie te diga que una vida devocional desordenada es parte del inicio de la maternidad, porque no debería serlo en ningún momento de nuestras vidas. Yo no quiero ponerte un peso más en tus quehaceres o hacerte sentir mal con el poco tiempo que yo sé que tienes, sino todo lo contrario. Te quiero recordar las palabras de Jesús quien nos enseña a no solo oír sus palabras, sino que a ponerlas en práctica. Él también te invita a ir hacia Él, cansada, cargada, desordenada, así cómo estás, porque es en Él y solamente en Él que podemos encontrar verdadero descanso. Y por último, a la luz de las palabras de Mateo 11:28-29:
Quita todo el peso, las presiones, la culpa, La búsqueda por perfección y por control. Respira. Míralo a Él. Aprende de Él. Contempla su corazón manso y humilde. Contempla y percibe quién es Él. Y, entonces, vas a entender que no hay otro lugar. No hay otra manera. En Él está el descanso para tu alma.
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Vida devocional e hijos pequeños, ¿es posible?
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Vida devocional e hijos pequeños, ¿es posible?

Fue uno de esos días terribles. Estaba a punto de llorar de tanto cansancio, ya no era capaz de soportar una noche más con mi hija despertándose a cada hora. Estaba exhausta. Hice una oración pidiendo a Dios que nos permitiera descansar un poco. Cerré los ojos, me quedé dormida, desperté, miré el reloj y ¡eran las 6:30! No podía creer que había dormido durante toda la noche. Estaba renovada, feliz y emocionada. Comencé a dar gracias a Dios, pues para mí estaba claro: Él había respondido mi oración. Tenía toda la energía y motivación para orar, para leer algunos versículos y para tener una rutina impecable. Pero todo salió mal. Todo lo que tenía que hacer se volvió un caos y un desorden. Terminé el día agotada e irritada una vez más. Me sentí frustrada y culpable por no lograr ordenar bien mis tiempos y también me sentí avergonzada porque le había pedido a Dios una buena noche de descanso para priorizar al día siguiente un buen tiempo con Él. Sin embargo, lo único que hice fue elevar una tímida oración: «perdóname, Dios, ¡ayúdame!». Sé que esto también puede estarle pasando a cualquier otra mamá con niños pequeños. Muchas mamás podrían resumir su relación con Dios como simplemente «peticiones de ayuda». He podido conversar con algunas madres sobre cómo se ve una vida devocional después de que los hijos nacen y casi siempre aparecen las mismas cosas: agotamiento, falta de tiempo, culpa por una mala organización del tiempo, oraciones rápidas y, a veces, un poco de lectura de algún versículo sin mayor profundidad. Una vez, una mamá, con vergüenza, me confesó: «las últimas oraciones que he estado haciendo son para enseñarle a mi hijo cómo orar, entonces, siempre comienzo con “Papá Dios…”. ¡Y ahora, ya no sé de qué manera orar como una mujer adulta!». Si te has identificado con algo de lo que leíste hasta ahora, este texto es para ti. Hoy quiero compartir contigo cuatro cosas que he aprendido del Señor y también algunos pasos prácticos que nos ayudarán a tener, en este tiempo exigente de crianza, una mejor y más consistente vida devocional.
1. No más excusas
El tiempo devocional que tanto buscaba, se había vuelto un ídolo en mi corazón. Intenté convencerme de que se trataba de Dios, pero en realidad se trataba de mí. Quería un tiempo tranquilo, un tiempo que me hiciera sentir bien y restaurada. Claro que los tiempos a solas con Dios provocan todo esto, pero no es el propósito final y absoluto. El propósito de un tiempo devocional es conocer más a Dios y no hacernos sentir bien necesariamente. Más que cualquier otra cosa, yo estaba buscando una experiencia, y no a Dios.  Deja de buscar el ambiente y el tiempo perfecto para estar con Dios; tu vida ha cambiado, tienes nuevas responsabilidades y menos tiempo libre. Realmente, no necesitamos un ambiente tranquilo, es nuestra alma la que se debe aquietar y, con humildad, reconocer que necesitamos a Dios, no para que tengamos una noche de descanso, sino porque somos completamente dependientes de Él. Él es el alimento para nuestra alma, así que solo empieza a buscarlo como puedas.
2. Aprovecha bien el tiempo
La mayoría de las mamás con las que he hablado confiesan estar muy pendientes del celular y no es solamente porque quieran sacar fotos en el momento preciso a sus hijos, sino porque principalmente quieren estar en las redes sociales. Hay una sensación de desconexión y placer al mirar las fotos y videos divertidos de otras personas. No obstante, esto funciona como una trampa: comienza con unos pocos minutos (con la excusa de encontrar un pequeño relajo), pero se transforma rápidamente en horas y horas de tiempo perdido. Aunque al principio, las redes sociales nos traen una sensación de placer, estas pueden generar estrés y ansiedad (y muchas otras consecuencias en nuestros corazones).  Ahora, no todo está perdido, el celular también puede ser una herramienta poderosa para acercarnos a Dios. Puedes usar tu celular con sabiduría, por ejemplo, revisa las cuentas que sigues, prioriza solo las que te edifican. Si aún no la tienes, descarga la aplicación de la Biblia y busca un buen plan de lectura bíblica. Escucha prédicas o pódcast. Haz una playlist con tus alabanzas favoritas. Todo eso lo puedes hacer mientras amamantas, cambias el pañal o juegas con tu bebé. Léele la Biblia a tu hijo pequeño, además de edificarte, también lo estimularás.
3. Pide ayuda
No deberíamos estar solas, deberíamos poder contar con nuestra comunidad de la fe. Necesitamos amigas que nos recuerden el Evangelio, que nos escuchen y que oren junto a nosotras y por nosotras. Necesitamos amigas que nos visiten o que hagan una videollamada solo para hacer una oración o para compartir un devocional con nosotras. Así que, escríbele a una amiga y pídele que te ayude específicamente con esto. Si hay otras mamás con hijos pequeños en tu iglesia, ¿qué tal empezar una red de apoyo entre ustedes? Pueden compartir sus luchas, orar juntas y leer la Biblia, aunque sea tan solo un versículo. Pidan el apoyo de sus esposos para esto. Y, por último, pero no menos importante:
4.Recuerda el Evangelio en toda situación
Es muy importante tener un tiempo a solas con el Señor todos los días. Pero no se trata solo de eso, se trata de estar con el Señor todo el tiempo, aun durante la rutina más caótica que podamos tener. Se trata de aplicar el Evangelio a todas las situaciones de la vida, como cuando despiertas a tu hijo con alegría porque sabes que las misericordias del Señor se renovaron y le dices: «hijo, Dios nos regaló un día más de vida, aprovechémoslo»; o como cuando das gracias a Dios por lo que tienes en la mesa, pero no en modo automático como quien tiene afán para comer o para usar ese tiempo con el fin de enfriar la comida de tu bebé, sino para expresar gratitud y confianza en el Señor por el alimento provisto; o como cuando pides ayuda al Señor para recordar que, cuando tu hijo no te da espacio de tranquilidad, puedes ser paciente tal como Él te trata con paciencia aun en medio de las mismas equivocaciones; o como cuando, luego de que tu hijo te despertó de madrugada, lo atiendes con amor porque sabes que el Señor te amó primero; o como cuando, después de un día difícil en el trabajo y sabes que lo único que quieres es desconectarte, relajarte y hacer nada, dejas todas tus cosas, tus problemas y juegas con tu hijo, porque sabes que eso es lo que Jesús hizo por ti al despojarse de toda su gloria para servirte. Descansa en la gracia. Estás experimentando un amor distinto e intenso por un bebé que recién nació y que no ha hecho nada para merecer tu amor. Lo estás amando no porque es obediente o porque hizo algo en especial, lo amas porque es tu hijo y tú eres su mamá. Así es el amor de Dios por sus hijos: desinteresado e incondicional.  Dios no te va a amar más porque leíste la Biblia ni te va bendecir más o menos por si tuviste, o no, un tiempo de oración. Aprende a descansar en el amor del Padre, quien te adoptó y te aceptó como hija, no porque hiciste algo especial, sino por su gracia. Cuando entendemos que podemos disfrutar de la presencia de Dios en cualquier momento de nuestra vida, somos fortalecidas y podemos experimentar verdadero descanso, aun cuando estemos haciendo muchas cosas. Recordar el Evangelio en todas las situaciones de nuestra rutina nos llena de fuerza, porque recordamos que Él es quien nos fortalece. Repitamos, entonces, las palabras del apóstol Pablo:
Por tanto, no nos desanimamos. Al contrario, aunque por fuera nos vamos desgastando, por dentro nos vamos renovando día tras día. Pues los sufrimientos ligeros y efímeros que ahora padecemos producen una gloria eterna que vale muchísimo más que todo sufrimiento. (2 Corintios 4:16-17, NVI)
Por favor, no desperdicies esta etapa de tu vida y aprovecha cada circunstancia como una oportunidad para profundizar tu relación con Cristo. En medio de llantos, pañales sucios, una casa desordenada, un cuerpo cansado, busca que tu corazón esté solamente atento a Él y no pierdas de vista que todo lo que haces hoy por tus hijos tendrá resultados eternos. El mismo Dios que te dio la misión de ser mamá, de cuidar a un hijo, es el mismo Dios que te va a proveer los medios para hacerlo.
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Querida mamá, no camines sola

Si antes de ser mamá alguien me hubiera preguntado qué imaginaba que podría ser lo más difícil de la maternidad, seguramente, la soledad no habría sido mi respuesta. Cuando recién te conviertes en mamá, muchas personas, de una u otra forma, quieren participar del proceso que estás viviendo. Sin embargo, en medio de tantas opiniones y consejos, es difícil no sentirse perdida y la verdad es que pocos están dispuestos, sabia y verdaderamente, a tomarnos de la mano cuando realmente lo necesitamos. Lo cierto es que esa sensación de soledad es transversal en medio de todos los desafíos de la maternidad: los cambios físicos del cuerpo, las expectativas y la lluvia de emociones por la alegría de tener un bebé en los brazos, junto con el miedo de ser responsable de otra pequeña y frágil persona. Lo triste es que, en medio de todo esto, preferimos quedarnos inmersas en nuestras dudas, pensamientos y emociones. El mismo agotamiento no nos ayuda mucho a compartir con otros cómo realmente estamos. Sabemos que sería bueno tener un poco de ayuda; sin embargo, ni siquiera  nosotras mismas sabemos qué tipo de ayuda necesitamos. Por otro lado, están nuestros esposos, familiares y amigos. Muchos de ellos no están sintiendo lo mismo y lo que estamos experimentando es algo tan único y particular que es fácil llegar a la conclusión de que, incluso cuando pudiéramos explicarlo, sería difícil de entender. Entonces, cada vez nos sentimos más solas. Si te sientes exactamente así, tengo una buena noticia para ti: no estás tan sola como piensas. Dios te ha provisto de otras madres que comparten mucho de lo que tú estás viviendo hoy. Mi consejo es que busques en tu iglesia a otras mujeres y mamás. Escucha sus experiencias y aprendizajes, y caminen juntas para encontrar ánimo en medio de la etapa que ellas y tú están experimentando. Sé que esto suena ideal, pero no es tan sencillo como parece. Quizás sientes que no tienes tiempo o que te cuesta exponer tus luchas con otras mujeres por vergüenza o porque simplemente no tienes ganas de hacerlo. Me gustaría compartir contigo dos razones por las cuales es tan difícil pedir ayuda a otras personas. Te pido que, a medida que las leas, puedas reflexionar y pedirle al Señor que sondee tu corazón.
1. La comparación
Puede ser que no te identifiques tanto con las mamás de tu iglesia local. Allí está la mamá que volvió al trabajo y que parece lograr un buen equilibrio entre ser madre y profesional y está la mamá que decidió quedarse en casa para criar a sus hijos; está la mamá que solo ofrece comida orgánica, hecha en casa, sin azúcar y que solo compra pañales ecológicos y está la mamá que envía papas fritas y bebidas azucaradas de colación cuando sus hijos van a la escuela; está la mamá que no tiene problema con que su bebé pase tiempo frente a una pantalla y está la mamá que tiene una rutina estricta para su bebé; está la mamá con el bebé que duerme toda la noche en su cuna y está la mamá que sigue durmiendo en su cama junto a su bebé; está la mamá que no tuvo ningún problema para amamantar, que se siente feliz y realizada por seguir lactando hasta el día de hoy y está la mamá que decidió dar fórmula a su bebé. Existen tantas decisiones distintas que cada madre de tu iglesia local toma en la crianza de sus hijos, pero que cuando las comparamos con las nuestras, automáticamente nos sentimos malas madres o consideramos que frente a nosotras otras sí lo son. La vergüenza, la envidia y el orgullo salen a relucir. Entonces, es fácil llegar a la conclusión de que la mejor decisión es cerrarnos y no compartir, pues no queremos estar todo el tiempo dando explicaciones sobre lo que estamos haciendo o no como mamás. Sin embargo, cuando decidimos no compartir con otras mamás, por lo que sentimos frente a ellas y a su estilo de crianza, algo necesita ser tratado en nuestro corazón. La comparación siempre te dejará estancada, insatisfecha y con falta de gozo, porque al poner tu enfoque en los demás, dejas de ver lo que Dios está haciendo en tu propia vida. Ahora, la solución no es dejar de mirar a las demás para enfocarte en ti misma, porque vas a seguir haciendo lo mismo: dejarás de ver a Dios y no buscarás conocerlo más. Fija, en cambio, tus ojos en Jesús, en lo que Él está haciendo y busca de todo corazón conocerlo más. Solo en la obra de Cristo serás libre para seguirlo junto a otras mujeres mientras buscas ser la mamá que Dios te ha llamado a ser.
2. El orgullo
El orgullo es otra cosa que nos impide compartir con otras mamás. Queremos ocultar la imperfección y proyectar la imagen de que somos madres perfectas que no necesitan ayuda. No queremos mostrar nuestras inseguridades, nuestras dudas, nuestro cansancio físico y emocional, porque tenemos temor de ser juzgadas como una mala madre. Incluso, nos cuestionamos si ya no es hora de que lo sepamos todo, ¿acaso la mujer no fue creada por Dios para ser madre y, por ende, las cosas que hace no deberían salir de manera natural o instintiva? Pero Dios aborrece el orgullo (Pr 8:13). Eso ya es razón suficiente para examinar nuestros corazones y para arrepentirnos. Si no nos arrepentimos, el orgullo nos mantendrá lejos de Dios y de los demás. Reconozcamos que no sabemos todas las cosas, que no tenemos que hacer todo solas y que está bien celebrar a otras madres que saben más que nosotras y que nos pueden dar los consejos que necesitamos para amar más al Señor. En medio de todo eso, recuerda a Jesús, quien:
[...] aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y hallándose en forma de hombre, se humilló Él mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz (Filipenses 2:6-8).
No lo olvides, no existen madres perfectas, solo Jesús fue perfecto en todo y Él nos invita a descansar en su perfección. Confesemos nuestro orgullo, arrepintámonos y aprendamos a disfrutar de una vida que solo busque la gloria de Dios.

Nunca estuviste sola en realidad

Finalmente, quiero animarte con esto: nunca estás sola y nunca estuviste sola en realidad. Jesús estuvo dispuesto a experimentar la más profunda soledad cuando estuvo en la cruz. Él tomó nuestro lugar y sintió el abandono de sus amigos y de su Padre que nosotros por nuestro pecado deberíamos haber experimentado. Su muerte fue para que, precisamente, nunca más estuviéramos solas por la eternidad. Hoy puedes disfrutar de la presencia de Dios, incluso en las madrugadas más difíciles. La próxima vez que te sientas sola, recuerda que el Señor está contigo, trabajando en tu carácter y en tu corazón, no a pesar de la maternidad, sino a través de la maternidad. Y recuerda también que, en esos momentos de soledad que experimentarás, hay otras mamás sintiéndose igual que tú y que necesitan que les recuerden el mismo Evangelio que tú necesitas. Ora por ellas y escríbeles un mensaje. El propósito de este artículo no es solo motivarte a que dejes de caminar sola al buscar simplemente un grupo de apoyo con otras mamás. Quiero animarte a que busques caminar con otras madres cristianas y mujeres de fe (aunque no sean madres), porque antes de ser mamá eres una cristiana en proceso de santificación y ese proceso se vive en comunidad. No serás capaz de hacer todo sola, porque no fuiste hecha para vivir sola. No busques un grupo de madres para compartir solamente tips y consejos, busca un grupo de mujeres de fe donde se animen unas a otras por medio de la Palabra de Dios para ser más como Jesús. Quisiera terminar con esta cotidiana escena. Cuando mi hija era recién nacida y lloraba mucho, no lograba entender lo que ella necesitaba en ese momento. Debía descubrir si lloraba por hambre, por sueño o por algún dolor. Como madres, tenemos la responsabilidad de entender las necesidades de nuestros bebés porque ellos no son capaces de comunicarlas. Pero en Cristo, nosotras sí podemos comunicar lo que necesitamos. Así que, no dejes que pase este día sin que llames a una amiga y hermana en la fe para pedir su compañía y para decirle cómo te sientes. Reconoce frente a ella que Dios te ha llamado a no caminar sola, que no sabes todo y que quieres aprender de sus experiencias. Pídele que camine contigo en este tiempo. Oren y estudien juntas la Biblia. Te sorprenderás al ver que tienes necesidades más profundas en tu alma que ni siquiera sabías que existían y que yendo juntas a Cristo encontrarán su plena satisfacción en Él.
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Vive la maternidad en la iglesia local
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Vive la maternidad en la iglesia local

Sabemos que la maternidad trae consigo miles de desafíos y a las madres que también son cristianas se les añade un desafío más: llevar a su bebé a la iglesia cada semana. Yo te entiendo, madre con hijos pequeños, salir de la casa conlleva mucho trabajo. Tenemos que estar preparadas para una variedad de posibilidades y necesidades: lluvia, frío, calor, ropa sucia, cambio de pañales, juguetes, comida, agua, etc. Súmale a todo eso la necesidad de salir a un cierto horario que, en la mayoría de las ocasiones, no resulta. Y para rematar, debemos enfrentarnos al constante ajuste de horarios y rutinas entre el momento que comienza el servicio y la siesta de nuestro bebé o su colación. ¿Realmente vale la pena tanto trabajo? Muchas madres durante el servicio de su iglesia se sienten incómodas porque tienen la sensación de que sus bebés están estorbando a los demás. Asisten con la preocupación de que en cualquier momento sus pequeños hijos comiencen a llorar y de que, por más esfuerzo que pongan en calmarlos, griten con aun más fuerza. Ellas saben que tendrán que lidiar con varios hermanos que mirarán en su dirección. Se sentirán juzgadas y comenzarán a imaginar en sus mentes lo que ellos podrían estar pensando: «pobre mamá, no es capaz de calmar a su propio bebé», «¡qué bebé más ruidoso! ¿Por qué no salen afuera del salón?». Probablemente, recibirán de una amable hermana la sugerencia de salir un rato del lugar, debido a que su bebé está distrayendo a los demás.  Quizás tú ya optaste por quedarte cada domingo en una sala aparte, lejos de tus hermanos, donde intentarás cada semana escuchar la predicación. O quizás ya, luego de tanto estrés, decidiste quedarte en casa para ver la transmisión del servicio en vivo. Sí, es mucho más cómodo estar en la casa, la pandemia nos mostró eso. Basta solo con conectarse unos segundos antes de que comience el servicio y ya estás lista. No hay que preparar nada, no hay miradas de otros hermanos y no hay estrés. Pensar que lo mejor es ir cuando tu hijo ya esté un poco mayor y pueda entender mejor las cosas, puede ser bastante tentador. Hoy quiero recordarte la importancia de que te reúnas con tu iglesia local. Pero quiero que sepas que, mientras no entiendas cuál es el verdadero propósito de reunirse con otros hermanos, no tendrás esto como prioridad y, como consecuencia, tus hijos no aprenderán o al menos algún día no se podrán adaptar.

¿Por qué nos reunimos como iglesia?

La Biblia tiene varios pasajes que nos muestran cómo debe ser nuestra relación con nuestros hermanos de la fe. Mira que interesante son las palabras del apóstol Pablo:
Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero, todos los miembros del cuerpo, aunque son muchos, constituyen un solo cuerpo, así también es Cristo. Porque el cuerpo no es un solo miembro, sino muchos. Por el contrario, la verdad es que los miembros del cuerpo que parecen ser los más débiles, son los más necesarios [...]. Si un miembro sufre, todos los miembros sufren con él; y si un miembro es honrado, todos los miembros se regocijan con él. Ahora bien, ustedes son el cuerpo de Cristo, y cada uno individualmente un miembro de él (1 Corintios 12:12, 14, 22, 26-27).
Estas palabras están dirigidas a todos los que han sido llamados por Dios para ser su pueblo santo. Así que debes saber que si estás en Cristo eres parte y miembro esencial de su cuerpo, lo cual es cierto también para tu bebé. Tu hijo es parte de la comunidad y debe ser tratado como tal, hasta que él, algún día, diga personalmente lo contrario. Mientras tanto la familia de la fe debe saber que no puede funcionar correctamente sin ustedes.

La vida cristiana se vive en comunidad

No fuiste alcanzada por el Señor para vivir de manera aislada y privada. Cuando el Señor nos alcanza, Él nos introduce en una comunidad que es su propio cuerpo y del cual Él es el fundamento. Dejar de reunirte con tu iglesia te hará vivir un cristianismo deficiente, porque la vida en comunidad refleja la naturaleza de nuestro Dios trinitario, quien tiene una comunión perfecta y eterna entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Además, también hay una serie de mandamientos llamados recíprocos, conocidos por la fórmula «los unos a los otros». Todos estos mandamientos solo pueden ser obedecidos cuando estamos juntos, cuando vivimos los unos con los otros. Si no hay comunidad, no podemos honrarnos (Ro 12:10), aceptarnos (Ro 15:73), soportarnos (Ef 4:2; Col 3:13), perdonarnos (Ef 4:32; Col 3:13), orar unos por otros y confesar nuestros pecados mutuamente (Stg 5:16), animarnos y exhortarnos (Heb 3:13), y tampoco amonestarnos y confrontarnos (Ro 15:14; Col 3:16; Gá 6:1-6). Las personas con las que participas cada domingo son tus hermanos en Cristo. Tú le perteneces a ellos y ellos a ti. Son miembros los unos de los otros, los necesitas tanto como ellos te necesitan a ti y a tu bebé. Cuando dejas de reunirte con tu iglesia, no solo evitas encontrarte con tus hermanos, sino que también dejas de ser bendecida por ellos y los privas a ellos de que sean bendecidos por ti y tus hijos. Ahora que ya sabes cuán importante es reunirte con tu iglesia, te animo a prepararte cada semana de manera intencional para disfrutar de ella, el cuerpo de Cristo.

Prepárate con tu familia

Ora antes de salir de casa, aunque sea una corta oración. Pide al Señor que les permita tener una buena experiencia como familia. Explica a tus hijos lo que sucede en cada momento del servicio; permíteles que miren lo que está sucediendo alrededor: cómo gesticula el pastor, cómo están funcionando los instrumentos musicales, etc. Asegúrate de que todos lleven sus Biblias y que participen activamente de cada momento litúrgico. Ya sea que tu iglesia continúe su servicio en línea o todavía te sientas insegura de participar de manera presencial, te animo a que lo hagas como si estuvieras allí. Elige un lugar apropiado para sentarte con tu bebé y busca participar de cada momento del servicio, no solo asistir. Cierra los ojos en los momentos de oración, canta los himnos y escucha con atención la predicación. Busca que tu pequeño hijo perciba lo importante que es este tiempo. Y, por favor, busca que tu participación en línea sea solo algo momentáneo, como ya vimos, es muy importante que participes y disfrutes del cuerpo de Cristo y que otros disfruten de ti presencialmente.

Sé un ejemplo

Si tu hijo aún es muy pequeño, no asumas que es muy temprano para hacer todo esto. Los bebés aprenden por imitación, empieza con él desde ya. Que tu hijo se acostumbre con el sonido de las canciones, con la voz del pastor, que vaya aprendiendo que la iglesia es un lugar familiar. En uno de los primeros servicios presenciales donde asistí con mi hija de un año, ya cansada de estar corriendo detrás de ella tratando de que no molestara a los demás, finalmente, la dejé caminar durante la alabanza. A dos sillas frente a ella, estaba una hermana alabando con mucha emoción, con sus ojos cerrados y brazos en alto. Mi hija se quedó el resto de la música allí, mirándola atentamente. Al final del culto, cantamos un himno y mi hija, que estaba en mis brazos, apenas comenzó la melodía, cerró sus ojitos con fuerza, levantó una de sus manos al cielo y empezó a balbucear: «aaah… maaa...». Ella estaba imitando a aquella hermana, obviamente, sin entender el significado de lo que estaba sucediendo. Sin embargo, si te das cuenta, solo algunos minutos de observación fueron suficientes para que ella aprendiera que cuando hay música en la iglesia es tiempo de cantar, no de jugar o de salir a caminar. Yo estaba tan preocupada de mantenerla en silencio que no disfruté y no participé de los tiempos de la liturgia y tampoco de buscar ser un ejemplo para mi hija. Pero, gracias a Dios, ella pudo aprender de esa otra hermana. Ahora, durante los momentos de música en mi iglesia, la sostengo en mis brazos (para que no se escape), canto con todo mi corazón y ella me acompaña con sus palabritas tratando de seguir la melodía.

Persevera

Claro que es imposible que un bebé o un niño pequeño pueda estar atento y en silencio durante toda una predicación. No hay problema en que lleves algo para que se distraiga, como un juguete, por ejemplo. Pero no permitas que ese juguete lo distraiga de todos los momentos del servicio, utilízalo en momentos específicos cuando percibas que tu hijo ya está cansado o irritado. No te preocupes si tienes que salir en algún momento, hazlo, pero vuelve pronto. Y no lo hagas creyendo que los hermanos estarán mejor allá adentro sin tu bebé. Recuerda que la iglesia no es un lugar exclusivo para adultos, es para todos, incluso para ti, querida madre cansada con tu bebé llorón.  Al principio, como cualquier actividad nueva, requerirá perseverancia para hacerlo una costumbre. Puede que algunos domingos sean más difíciles que otros, pero te animo a que no dejes de perseverar. Lucha cuando venga el desánimo y recuerda los beneficios que vendrán cuando finalmente tus hijos sean mayores y puedan repetir como David en el Salmo 122: «Yo me alegré cuando me dijeron: “Vamos a la casa del Señor”».

Un llamado a todos los cristianos

Queridos hermanos, valoren a los niños y miren con amor a las mamás de su iglesia. Cuando escuchen a un niño llorar o gritar durante el servicio, alégrense de que son parte de una iglesia que está viva y que está creciendo. Si se sienten molestos por el ruido, recuerden que este bebé es parte del pueblo de Dios, es parte de tu familia espiritual. Así como los padres, ellos también tienen derecho de estar allí con ustedes. Sonrían a los padres para que se sientan acogidos y sepan que están en familia, acérquense a preguntar si pueden ayudar con algo y si tienen un poco más de confianza ofrezcan cargar el bebé en brazos un rato. Sean amables con cada niño para que desde pequeños se sientan bienvenidos en la familia de Dios, de ese modo ellos aprenderán a amar la comunión con sus hermanos. Uno de los relatos de los evangelios nos muestra que algunos padres llevaron a sus hijos hasta Jesús; sin embargo, los discípulos consideraron que era una mala idea, así que los reprendieron. No obstante, cuando Jesús se dio cuenta de lo que estaba pasando, se indignó con sus discípulos y les dijo que dejaran a los niños ir hacia Él. Acto seguido los bendijo e hizo reflexionar a todos los que estaban presentes diciendo que deberían ser más parecidos a aquellos niños.  Queridos hermanos, dejen que los niños estén presentes y que ellos sean un recordatorio vivo de cómo debemos ser para recibir el Reino de Dios (Mr 10:15).
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¿Qué es lo mejor que puedes buscar en un nuevo año?
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¿Qué es lo mejor que puedes buscar en un nuevo año?

Querida mamá, ¿cómo fue el año que recién pasó para ti? ¿Tienes metas y propósitos para este nuevo año? El inicio de un nuevo año nos hace reflexionar, soñar y definir propósitos, metas y objetivos. También nos lleva a evaluar el año que pasó. Miramos lo que planeamos, lo que hicimos y lo que no. En muchas ocasiones, podemos llegar a pensar que el Año Nuevo trae una nueva vida —como si pasar de diciembre a enero significara realmente comenzar desde cero—. Nos sentimos motivadas junto con una gran expectativa de que el nuevo año será mejor que el anterior. Por ejemplo, yo comencé el año pasado con un plan para leer la Biblia completa en 365 días. Al comienzo, estaba muy motivada, pero terminé el año con un tercio del plan de lectura completado y alguna que otra página rasgada de mi Biblia. Tratar de leer la Biblia al mismo tiempo que cuidas a un hijo pequeño, puede ser bastante desafiante y caótico. Probablemente, si miras en retrospectiva el año que pasó, podrás confirmar que algunos (o muchos) planes no se cumplieron. Sin embargo, también te inundará una sensación de alivio debido a que el año terminó y llegó uno nuevo con nuevas oportunidades. Puede que este nuevo año signifique para ti volver al trabajo y estar lejos de tus hijos; puede ser otro mismo nuevo año en el que tendrás que postergar tus sueños profesionales para seguir cuidando a tu familia; puede que, después de tantas resoluciones frustradas, comiences un nuevo ciclo sin mucha o ninguna expectativa. Evaluar el año que pasó nos puede llenar de culpa y frustración si es que no tuvimos un buen desempeño, o quizás de orgullo y prepotencia si es que fue exitoso. ¿Y de qué sirve todo eso? Solo nos hace comenzar un nuevo año con miedo y sintiéndonos abrumadas por lo que nos espera o con arrogancia y orgullo, al creer que tenemos toda la capacidad para lograr lo que nos proponemos. Por esta razón, hoy te quiero invitar a mirar hacia atrás, no para ver lo que hiciste o no hiciste, sino para recordar todo lo que el Señor hizo a lo largo del año que pasó. Aunque haya sido uno difícil, quiero recordarte algunas cosas:
  1. Las misericordias del Señor se renovaron cada mañana (Lm 3:22-23).
  2. Día tras día, Dios no hizo nada malo, todo lo contrario, fue completamente justo e hizo todo lo que se propuso (Sof 3:5).
  3. El Señor sobrellevó tus cargas en todo momento (Sal 68:19).
  4. Jesús estuvo contigo, cada día (Mt 28:20).
¿Puedes mirar hacia atrás y ver la realidad de estas verdades bíblicas en tu vida durante el año que pasó? Lo más increíble es que tales cosas sucedieron independiente de tus esfuerzos. Es más, estas verdades sucedieron, están sucediendo y seguirán sucediendo todos los días de tu vida. Podemos dar gracias a Dios por estar con nosotras, incluso en aquellos momentos más difíciles del año. No quiero que pienses que estoy en contra de tener nuevas resoluciones. Está bien planear, proyectar y trabajar con diligencia para llevar a cabo todo lo que nos proponemos. Si todavía no lo haces, es bueno que te organices, planifiques y trabajes con diligencia para cosechar frutos que den gloria a Dios. Yo espero que lo hagas, pero hazlo sin olvidar dos cosas sumamente importantes. Primero, debes recordar que tú no te perteneces a ti misma. Tu vida no depende de tus esfuerzos ni tampoco de tus deseos y buenas intenciones. Al contrario, somos llamadas a confiar en la soberanía de Dios en nuestras vidas. Recuerda que Dios hace que las cosas cooperen para el bien de los que le aman (Ro 8:28). Y segundo, recuerda que no tienes que probar nada. Tu valor y tu identidad no están en lo que haces, sino en lo que Cristo hizo por ti en la cruz. No tienes que demostrar ser alguien, validar o justificar tu vida con proezas y resoluciones de Año Nuevo. Eres amada y aceptada, tu valor está en Cristo. Y Él ya ha conquistado por ti todo lo que realmente necesitas. Por lo tanto, descansa en la gracia de Dios, por medio de la cual se te ha dado todo lo que necesitas para vivir una vida en abundancia. Finalmente, te quiero recordar que no es un nuevo año lo que va a transformar tu vida, tampoco lo harán las resoluciones específicas que hagas o la disciplina requerida para cumplir algún tipo de meta. Lo único que te transformará será tener tu mente cautiva a la Palabra de Dios. El apóstol Pablo dijo en Romanos 12:2 (NVI): «[...] sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cuál es la voluntad de Dios [...]». Si tienes alguna resolución para este nuevo año, por favor, que sea la de recordar una y otra vez el Evangelio. Que sea conocer más a Dios a partir de su Palabra y estar bajo su señorío, al llevar todo pensamiento cautivo a la obediencia de Cristo. Será solamente una mente cautiva a la Palabra la que te permitirá experimentar la buena, agradable y perfecta voluntad del Señor para tu vida en este nuevo año.
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¿Cómo predicar el Evangelio a otras mamás en medio de la maternidad?
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¿Cómo predicar el Evangelio a otras mamás en medio de la maternidad?

Recuerdo muy bien la primera vez que salí sola después de que mi hija nació. Fui a encontrarme con una amiga para tomar un café. Me sentía tan rara, culpable y confundida. Había pasado tanto tiempo desde que mi atención comenzó a estar totalmente enfocada en mi bebé, al punto de no recordar lo que era salir sin preocupaciones y sin tantos bolsos, o cómo ser una amiga o una mujer. Había asumido por completo mi nueva identidad como mamá, junto con todos los desafíos que eso conlleva. El problema no fue asumir mi nueva identidad de madre, sino creer que esta sería mi única y nueva identidad. Todo se sentía como si lo demás estuviera en pausa y yo sin tiempo para nada más que mi hija: «¿cómo podría sentarme a escuchar y aconsejar a una amiga con problemas si tengo una bebé que me necesita?», «¿cómo pasar el poco tiempo que tengo predicándoles a otros y haciendo discípulos si estoy llena de preocupaciones?». Asumí, entonces, que mientras tuviera una hija pequeña, me debía dedicar solamente a ella. La labor de salir y predicar a otros el Evangelio estaba en manos de misioneros y pastores o en personas sin hijos, porque la cruda realidad era que no tenía tiempo ni energía para una responsabilidad más. Sin embargo, ¿qué debía hacer con el mandato de Jesús en Mateo 28? Me encantaría que estuviera escrito así: «Por tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, exceptuando las mamás, porque ya están demasiado ocupadas». Pero no es así. Aunque mi tentación es creer que ahora solo debo dedicarme a que mi hija conozca a Dios, necesito aprender a confrontar mis creencias con la verdad bíblica. De hecho, existen varias mentiras que creemos cuando nos volvemos madres, como la de que no tenemos tiempo para nada más que nuestros hijos, que nuestra única identidad es ser mamá o que nuestra vida entra en pausa cuando llega un bebé. Si somos cristianas, posiblemente estas mentiras, entre otras, confundirán nuestra mente y corazón, pues sabemos que somos llamadas a servir en nuestra iglesia local, que tenemos dones y talentos, y que Jesús nos llama a predicar el Evangelio y a hacer discípulos (y no solo a nuestros hijos, aun cuando esto sea nuestra responsabilidad como padres).  Quizás sientas que todo esto es una carga demasiado pesada en medio de nuestra rutina como madres. Pero querida amiga, hoy te quiero recordar que el Evangelio no es una carga, todo lo contrario, el Evangelio nos hace libres, aligera tu vida y te llena de paz. El Evangelio nos recuerda que somos pecadoras, que no somos perfectas y que vamos a fallar; sin embargo, también nos recuerda que cada pecado que hayamos cometido fue pagado y perdonado mediante el sacrificio de Jesús. Ya no hay culpa, no hay peso, no tenemos que probar nada a nadie, ya que hemos sido aceptadas en Cristo ante el Padre. Así que, no necesitas lucir como una mamá perfecta, porque solo hay uno que es perfecto: Jesucristo. El Evangelio también nos recuerda que ser mamá no es nuestra principal identidad, sino ser una hija amada, justificada y perdonada. Fuimos creadas por Dios y para Dios, y todo lo que hacemos en nuestra rutina diaria es para Él y su gloria. Por lo tanto, nuestros hijos no son el combustible que necesitamos para nuestra alegría y realización, Cristo lo es. Del mismo modo, nuestro valor no está en aquello que podemos realizar como madres, sino en lo que Cristo ya realizó por nosotras en la cruz. Entonces, como ya te habrás dado cuenta, nuestros hijos no son el propósito final de nuestra vida, sino que glorificar a Dios lo es; y nuestra esperanza no está en el éxito que nuestros hijos tendrán en la vida —aunque esto sea un deseo legítimo—, sino en lo que Cristo hizo para que ellos tengan una vida de plena comunión con Él por toda la eternidad. Así que, ¿qué hacemos frente al llamado de Mateo 28? Aunque no lo creas, predicar el Evangelio y hacer discípulos cuando somos mamás puede ser más sencillo de lo que pensamos. En lugar de enfocar nuestra mirada solamente en los desafíos y dolores que enfrentamos como madres, recuerda que a tu lado, en el parque, puede haber una mamá  que necesita escuchar las buenas nuevas del Evangelio. En tu iglesia, puede estar sentada una mamá que necesita recordar que sus fallas no definen su identidad y que hay esperanza más allá de las noches sin dormir. En la sala de espera del pediatra, puede  estar esperando contigo una mamá que teme por el futuro de sus hijos, asustada con todo lo que está pasando en el mundo y necesitada de saber que hay un Dios soberano sobre todas las cosas. El desafío es saber aplicar los principios del Evangelio en todas las situaciones de nuestra rutina y compartirlo genuinamente con otras. Por ejemplo, en esos momentos en que estás compartiendo con una amiga y ya estás sin paciencia porque tu hijo no te deja tranquila, puedes respirar hondo y decir: «Señor ayúdame a recordar la manera en que Tú me tratas con paciencia cuando yo me equivoco una y otra vez». O cuando tuviste un mal día y lo único que quieres hacer es desconectarte, descansar y hacer nada, viene tu hijo y te llama para jugar; entonces, por amor, dejas todas tus cosas, tu comodidad, bajas hasta su altura para jugar, porque fue eso lo que Jesús hizo por ti, se despojó de toda su gloria y vino a vivir entre nosotros para servirnos. Cuando vivimos confiadas en el Evangelio, mantenemos nuestros ojos fijos en Cristo y llenamos nuestra mente y corazón de la Palabra de Dios, somos un testimonio vivo para otras por la forma en que encaramos los desafíos de la maternidad. Seremos imágenes vivas del Evangelio para nuestros hijos, para otras madres y para cualquier otra persona que esté cerca de nosotras. Enseñaremos sobre Cristo y su verdad con nuestro ejemplo. Querida mamá, tu vida no está en pausa mientras tienes un hijo pequeño, Dios está trabajando en ti en cada momento para que seas cada vez más parecida a Jesús y lo glorifiques a Él al predicar a otros el Evangelio cuando vives tu maternidad en tus victorias y fracasos a la luz de su verdad. Que el Señor te ayude a vivir y aplicar las verdades del Evangelio en tu rutina como madre. No tengas miedo de compartir la razón de tu esperanza, el Señor promete estar contigo en esa misión, no estarás sola.
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¿Cómo enseñarles a nuestros hijos a orar?
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¿Cómo enseñarles a nuestros hijos a orar?

Cuando mi hija nació, me vi obligada a organizar algunas cosas de la rutina en las cuales antes no ponía tanta atención: el horario de comer, el tiempo de la siesta, las salidas al parque, etc. Tener una rutina me ayudó a organizar mejor las prioridades y generó un ambiente de confianza para mi bebé. Luego, con mi esposo percibimos que faltaban algunas cosas en la rutina de nuestra hija. Queríamos que ella aprendiera a orar tempranamente; queríamos que percibiera la importancia de un tiempo para leer la Biblia y cantar alabanzas a Dios. Sin embargo, comenzaron a surgir algunas dudas: «¿será que ella va a aprender?», «todavía no entiende muchas cosas», «¿cuándo será el mejor momento para empezar a enseñarle a orar y de qué manera?». Teníamos muchas preguntas, así que comenzamos a leer sobre el tema y también a intentar algunas cosas. Algunas funcionaron bien; otras, no tanto, pero al final de todo, nos proporcionaron un tiempo muy importante de reflexión para evaluar nuestra propia vida de oración y lo que realmente deseábamos que nuestra hija aprendiera. Hoy les quiero compartir algunas de esas cosas que hemos aprendido. Espero que sea de bendición para todos los padres que buscan enseñar de una mejor manera a sus hijos sobre la oración.

¿Entiendes lo que es la oración?

Antes que todo, es importante recordar qué significa la oración y por qué es tan importante enseñarles a nuestros hijos a orar. Para la vida cristiana, la oración es la manera en la cual nos comunicamos con Dios. En pocas palabras, orar es conversar con Dios. No debemos olvidar que es una herramienta dada por nuestro propio Dios para que tengamos comunión con Él; es decir, la oración no es una llamada telefónica que hacemos a Dios para hacer un pedido o para sencillamente ser atendido, tampoco es simplemente decir todo lo que se nos viene a la mente. La oración es el momento que apartamos para tener comunión con Dios, para estar con Él, para exponer nuestro corazón en su presencia. Con eso en mente, yo no podría hablar de oración sin hablar de la Escritura. Para entablar una conversación es necesario hablar y escuchar. Hablamos por medio de la oración y escuchamos a Dios por medio de su Palabra, la Biblia. Muchos creen que podemos escuchar a Dios por medio de sensaciones, pensamientos o ideas que vienen a nuestra mente, pero si no están conforme a la Palabra, son solo ideas vacías y engañosas. Cuando conocemos más a Dios por medio de la Escritura, más somos estimulados a querer responder en oración ante lo que aprendimos de Él. Mientras más sepamos de Dios, de su carácter, de sus promesas, de su fidelidad, de sus obras reveladas en la Biblia, más vamos a querer orar; experimentar al Dios que se nos revela en la Escritura. Quizás estés pensando que esto es demasiado complejo para un artículo que solo se propone enseñarles a los niños a orar, pero quiero llevar tu atención a esto primeramente. Si tenemos un entendimiento pobre de lo que es la oración, vamos a enseñar a nuestros hijos de manera equivocada, por ejemplo, como si la oración fuera apenas un rito o una obligación que debe ser cumplida. Enseñar a orar a los niños no es solo enseñarles que cierren sus ojos y digan algunas palabras, debemos formar en nuestros hijos conocimiento teológico sobre este asunto. Puede ser que les enseñes que Dios es como un genio de la lámpara al que le hacemos nuestros pedidos o que solo hablamos con Él para dar gracias por la comida. O podemos enseñarles, desde muy pequeños, que somos dependientes de un Dios poderoso y que al mismo tiempo es un Dios cercano que quiere tener una relación íntima con nosotros. Que oramos a un Dios que nos escucha y que le importan nuestros problemas, que nos ama y que podemos confiar y descansar en su voluntad soberana al momento de pedir lo que necesitamos. Que siempre va a responder, no necesariamente de la manera que nos gustaría, pero sí de la manera en que Él sabe lo que es mejor para nosotros (Jn 15:7; Mt 7:7-8). Y que por medio del sacrificio de Jesús en la cruz, hoy ellos son libres para orar y para acercarse a Dios con confianza, en cualquier momento y en cualquier lugar (Heb 4:14-16). Entonces, ¿cómo podemos enseñarles a nuestros hijos a orar de manera práctica y sencilla? En primer lugar, ajusten las expectativas según la edad de su hijo. Por ejemplo, los niños más pequeños tienen poca concentración. Las oraciones deben ser cortas y en un lenguaje sencillo. No esperen demasiado de ellos ni demasiado poco. Observen a sus hijos con atención para ajustar lo necesario y según su capacidad.

Niños de 0 a 3 años

Si tienen dudas de cuándo empezar, les digo que nunca será demasiado temprano, incluso ya pueden organizar ese tiempo de oración en familia durante el embarazo. Los niños pequeños tienen una forma maravillosa de descubrir el mundo a través de sus sentidos. Entonces, elijan una expresión corporal para orar juntos, por ejemplo: ponerse de rodillas o juntar las manos. Además, repitan siempre la misma frase para invitarlos a orar: «¡vamos a orar!» o «¿vamos a hablar con Dios?». Obviamente, los niños más pequeños no van a entender el propósito de lo que están haciendo, pero tengan claro que el objetivo es enseñar que la oración es parte de la rutina. Y con el tiempo, van a aprender principios sencillos, como por ejemplo, que aunque tengan hambre, hay algo más importante para hacer antes de comer: hablar con Dios dando gracias por el alimento. Dios está en primer lugar. No olviden que hay que tener mucha paciencia. Estamos creando un nuevo hábito, no será algo que aprendan de un día para otro. Al principio, con mi hija, solo orábamos a la hora del almuerzo, la poníamos en su silla de comer y automáticamente juntaba las manos para orar, era una gran alegría. Pero cuando tratamos de enseñarle a orar antes de dormir, fue un caos. Ella quedaba súper confundida porque no estaba en la mesa y no había comida. Hay que perseverar con paciencia. Hoy nos llena el corazón de alegría verla tomar su Biblia para leer y arrodillarse solita antes de dormir.

Niños de 4 a 6 años

Los niños de esta edad son curiosos, todo es nuevo, quieren saber el porqué, el cómo y el para qué. Preséntales a Jesús como el mejor amigo. A esta edad, ya pueden entender que Dios es real, que los escucha cuando hablan (1Jn 5:14), que Él es quien provee los momentos de alegría y quien los puede cuidar en los momentos de miedo. Ellos también ya pueden orar con sus propias palabras. Ayúdenlos a ampliar sus oraciones citando alguna característica de Dios, nombrando algunos sentimientos, motivos de gratitud y peticiones específicas. Puede serles de mucha ayuda que ustedes puedan guiar los puntos de oración, pero dejen que sean espontáneos, la sencillez que ellos tienen puede enseñarnos mucho sobre la gratitud y sobre cómo apreciar las cosas más simples.

Niños de 7 a 10 años

Razonar y pensar por sí solos son aspectos característicos de los niños de esta edad. Ellos tienen una imaginación activa y una buena memoria. Así que pueden memorizar versículos para usarlos durante sus oraciones. Enseña que Dios responde las oraciones y que debemos orar siempre confiando en su voluntad. No podemos perder de vista que la oración obtiene respuestas; es una promesa del Señor. Él escucha las oraciones y las responde, pero no necesariamente en el tiempo y de la manera en que nosotros deseamos. Lo hará conforme a su voluntad, para su gloria y para nuestro bien. Ayúdenlos a entender también que Dios no responde nuestras oraciones por causa del fervor con el cual oramos; más bien, oramos para sumarnos a lo que Dios está realizando en su soberana voluntad. Los niños también a esta edad oran con mucha fe y pueden ser excelentes intercesores. No dejen de compartir con ellos nombres de personas enfermas o peticiones de su iglesia local.

¿Y cómo está tu vida de oración?

Les comparto estos consejos, pero lo más importante de todo es que como padres cuidemos nuestra propia vida de oración primero. Te pregunto, ¿cómo ha sido tu vida de oración? Esto es como cuando andamos en avión, sabemos que en un momento de emergencia las mascarillas de oxígeno van a caer sobre nuestras cabezas y que hay una regla muy clara: debes ser tú el primero en ponerte la mascarilla antes de poder ayudar a alguien, aunque sea a un niño, tú te la debes poner primero. Si no respiras bien, no podrás ayudar a nadie. Muchas veces estamos sin oxígeno, tratando de dar a nuestros hijos lo que no tenemos. Si yo quiero enseñar a mis hijos a andar en el camino en el que deben andar para que cuando sean adultos no se aparten del Señor, yo tengo que estar en ese camino primeramente. No puedo enseñar lo que yo misma no he internalizado ni he  vivido. Así que aprendan antes a disfrutar los momentos de oración, para que estos momentos no sean en modo automático. Por ejemplo, en el momento de la comida podemos dar gracias a Dios por lo que tenemos en la mesa, no como quien tiene afán de comer o de que no se enfríe la comida, ya que eso les puede enseñar a tus niños que la oración es solo para cumplir y no una expresión de gratitud y confianza en el Señor por el alimento provisto. Cuiden sus tiempos de devoción. Si sus hijos los ven todos los días perseverando en leer la Biblia y cerrando los ojos para orar, ellos van a aprender. Muchas veces queremos orar lejos de ellos para que podamos tener un tiempo tranquilo, pero la verdad es que tenemos una buena oportunidad de enseñarles con el ejemplo. Que la oración sea para ti un recurso, no solo en los momentos difíciles, sino en los alegres también. Transmitan eso a sus hijos. Imagínense verlos recibir un regalo muy deseado en Navidad y, en ese momento, donde sienten tanta alegría en el corazón, dan gracias espontáneamente a Dios en oración porque entendieron que las cosas buenas provienen de Él. Finalmente, no se olviden que hay un tiempo para todo. Recuerden que queremos crear en ellos un hábito para toda la vida y eso no es algo que ocurrirá de un día para otro. Confíen también en lo que el Señor está trabajando en sus corazones. Nosotros debemos hacer nuestra parte, pero debemos orar y confiar en la acción del Espíritu Santo, pues solo el propio Dios puede convencerlos y hacerlos entender la verdad. Aunque en su casa tengan la capacidad y la disciplina para establecer una rutina impecable de la práctica devocional, no olviden que somos dependientes de la gracia de Dios para realizar todas las cosas. No confíen únicamente en su capacidad de organización, no dependan solamente de su esfuerzo para enseñar a sus hijos los caminos de Dios. Enseñen con amor y con dedicación, pero entreguen a Él el resultado final y confíen en su dirección.
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La tentación de escapar a las redes sociales en medio de la maternidad
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La tentación de escapar a las redes sociales en medio de la maternidad

Los primeros meses cuidando a un bebé pueden ser muy intensos y agotadores. Nos toma gran parte de nuestro tiempo y atención. Estás tan absorta con tu bebé que llegas hasta el punto de creer que la única manera de tener contacto con el mundo exterior es por medio de tu teléfono inteligente, específicamente, por medio de las redes sociales. Sí, es la manera más fácil de saber lo que está pasando en el mundo y de seleccionar lo que te interesa ver. Pero no se trata, necesariamente, de estar enterada de las últimas noticias relacionadas con la economía y con la política, sino de ver a otras personas que tienen vidas distintas a la tuya. Ver las fotos del viaje de una celebridad o de la boda que no pudiste asistir; las vidas de otras mamás frente al desafío de la maternidad; los videos de recetas prácticas y saludables que, apenas puedas, seguramente vas a preparar, y también las notificaciones de los comentarios amables y de los «me gusta» que surgen cada vez que publicas una foto de tu bebé. Durante el tiempo que disfruté mi licencia maternal, pude dedicarme a cuidar a mi hija e interactuar solamente con el mundo por medio de un teléfono inteligente. De modo que mi vida se resumía a esto: cuidar a mi hija y mirar la pantalla de mi teléfono —como si no hubiera tenido otra opción—. No pasó mucho tiempo para que mi mente y mi corazón comenzaran a dar señales de que esto me estaba haciendo mal. Me sentía triste por no poder hacer las cosas normales que hacen las personas sin hijos. Comencé a compararme con otras mamás y a sentirme incapaz, improductiva y perezosa. De hecho, estaba siendo improductiva y floja. Mi vida espiritual ya no era una prioridad. Me sentía agotada y desanimada, pero obviamente, le atribuía toda la culpa a la maternidad. No tenía tiempo para leer la Biblia, para mantener la casa en orden o para hacer las cosas que me gustaban, como leer o ver una película. Sin embargo, al final del día, me daba cuenta de que pasaba horas en las redes sociales o viendo cualquier cosa en Internet. ¿Qué estaba pasando conmigo? ¡Y no solo conmigo! Al hablar de esto con algunas amigas, me di cuenta de que estaban luchando con el mismo problema: «¿por qué recurrimos a las redes sociales y cada vez con más frecuencia?». ¿Alguna vez te has preguntado por qué es tan difícil comenzar un nuevo hábito? ¿Por qué es tan difícil comenzar a hacer ejercicio o comer de manera saludable frente a lo sencillo y simple que es ver constantemente las redes sociales? Probablemente, ni siquiera recuerdas el momento exacto en que, revisar tu celular, se volvió un hábito en tu vida, ¿verdad? Pero debo decirte que eso no sucedió de la nada. Hay miles de personas trabajando ahora mismo y diligentemente para que te mantengas conectada el mayor tiempo posible a las redes sociales. Imagina que todo el mundo quisiera ayudarte para que puedas levantarte temprano o para que puedas hacer ejercicio. Imagina que cientos de personas quieren ser tus entrenadores personales unidos bajo el propósito de hacer tu vida más saludable. ¿Crees que sería más fácil vencer la pereza? Algo así pasa con el Internet. Hay una gran cantidad de especialistas diseñando herramientas e invirtiendo grandes cantidades de dinero para que pases todo el tiempo que sea posible mirando tu teléfono y revisando una y otra vez tus redes sociales. No sé si a ti te pasa, pero revisar las redes sociales produce una especie de satisfacción. Y aunque no es una sensación de total plenitud, sí nos recuerda un poco lo que sentimos cuando nos suceden cosas buenas. Esto va más allá de nuestra conciencia; sin embargo, hay estudios que explican lo que sucede químicamente en nuestro cerebro cada vez que usamos nuestro teléfono. Por ejemplo, cuando subimos una foto y recibimos un comentario o un «me gusta», se activa la región cerebral del placer, que está mediada principalmente por una hormona llamada dopamina. Nuestro teléfono inteligente nos regala pequeñas dosis de placer que cada vez nos dejan con la sensación de querer más y nuestro cerebro guarda ese placer como una recompensa. Entonces, insistirá para que repitamos aquella acción que generó ese placer de manera instantánea. Pues, así como rápido viene, rápido también se va. Otra cosa que nos hace querer estar cada vez más conectadas es el conocido FOMO (por sus siglas en inglés, Fear Of Missing Out, cuya traducción al español sería «miedo a perderse algo»). Este se refiere a la necesidad de no perdernos nada, de estar siempre atentas a todo lo que está pasando. La sensación de que, si no estamos pendientes, podemos no enterarnos de alguna novedad interesante o noticia importante. Queremos estar al tanto porque queremos seguir perteneciendo al grupo. Grupos que nosotras mismas hemos creado con amigos, familiares, artistas famosos, influencers o personas que ni siquiera conocemos, pero que, de alguna u otra manera, los sentimos como parte de nuestra vida. Lo triste es que olvidamos que todos muestran solo una parte pequeña y, por lo general, bonita de sus vidas, lo que nos produce sentimientos de soledad, baja autoestima, tristeza, angustia, ansiedad y hasta depresión. Brett McCracken, autor del libro La pirámide de la sabiduría, ofrece en esta obra una visión interesante sobre el uso de las redes sociales. Usando el modelo de la pirámide nutricional, este autor nos enseña cuáles son los principales alimentos que deberíamos estar consumiendo y cuáles deberían ser considerados como comida chatarra y sin nutrientes. Brett nos invita a consumir una nueva dieta de información con el firme propósito de encontrar sabiduría y más conocimiento de Dios. El desafío que plantea apunta a aumentar el consumo de fuentes verdaderas y confiables como la Biblia, y a disminuir el consumo de fuentes menos confiables como el Internet y las redes sociales. Utilizando un lenguaje relacionado con la alimentación, él trabaja tres aspectos para explicar la razón por la cual el consumo exagerado de información es tan perjudicial para nuestra salud mental y espiritual cuando son demasiadas cosas, demasiado rápido y demasiado centradas en mí misma. De la misma manera que no será bueno para nuestros estómagos comer solo lo que nos gusta, en grandes cantidades y con rapidez, consumir solo redes sociales, en grandes cantidades y con rapidez tampoco traerá beneficios para nuestra vida espiritual. Debemos cuidar la manera en que consumimos las redes sociales. Me gusta el pensamiento de Brett, él no es radical hasta el punto de decirnos que debemos abandonar completamente el Internet, sino que nos invita a entender cuál es su lugar y cómo ponerlo allí.

Un problema del corazón

Las personas que trabajan en este medio entendieron una verdad muy sencilla y bíblica: nosotros, los seres humanos, necesitamos estar conectados para sentirnos amados y aceptados. El problema, en última instancia, no es el teléfono, las redes sociales o el Internet, sino el corazón. ¿Qué es lo que buscas? ¿Descanso, distracción, alegría, aceptación, placer? ¿En qué momentos eres más propensa a consumir redes sociales? ¿Cuando estás cansada, aburrida, estresada o triste? Es importante sondear nuestros corazones para entender qué es lo que estamos buscando cada vez que tomamos nuestros teléfonos y para recordar la verdad de que solo en Dios podemos encontrar lo que nuestros corazones anhelan. Si en los momentos en que te sientes más agotada tomas tu teléfono para encontrar algo que alivie tus cargas, probablemente descubrirás que hay entretención disponible por algunos minutos y que puedes olvidar un poco la realidad apremiante de la maternidad. Pero a pesar de que esto funcione por un pequeño tiempo, luego, querrás sentirte así otra vez; entonces, volverás por más la siguiente vez para encontrar un poco más de estas recompensas superficiales. No obstante, ¿qué está pasando realmente? ¿Con qué estás llenando tu mente? ¿Estás encontrando verdadero descanso? Quizás, un baño te dejaría más dispuesta para seguir sirviendo a tu familia o cinco minutos de quietud en oración podrían ser suficientes para renovar tu ánimo y para acercarte más a Dios, de modo que puedas seguir tu labor de madre con más sabiduría. La verdad es que somos adictas a la gratificación instantánea y superficial. Sin embargo, el problema de esta adicción es que cada vez toleramos menos la frustración, la irritación, la tristeza o el tedio, todos propios de la vida y más durante la maternidad. Ya no queremos esperar, no queremos estar en silencio. No queremos ningún tipo de espera o sensación de vacío. Pero la verdad es que estamos sujetas a frustraciones todo el tiempo, y si no aprendemos que todo lo que necesitamos se encuentra en Cristo, las frustraciones van a destrozar nuestro corazón. Sin embargo, si entendemos que nuestras vidas están en las manos de nuestro buen Dios y que en Él tenemos todo lo que necesitamos, el cansancio, la tristeza, la soledad, los momentos de irritación, los retrasos e imprevistos de la maternidad, no serán vistos como desgracias y desventuras, sino como la providencia de Dios para tratar nuestros corazones, para hacernos más parecidas a su Hijo, para hacernos crecer y para dar a conocer su Evangelio. Aprendamos a sentir, a digerir nuestras emociones y sentimientos, y a llevar todo esto en oración delante del Único que puede satisfacer el alma. No podemos seguir consumiendo las redes de manera ingenua y sin reflexión. Debemos poner en práctica las palabras del apóstol Pablo en Efesios: «Por tanto, tengan cuidado cómo andan; no como insensatos sino como sabios, aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos. Así pues, no sean necios, sino entiendan cuál es la voluntad del Señor» (Ef 5:15-17).

¿Cómo podemos cambiar?

Si queremos cambiar el hábito de usar en exceso las redes sociales, debemos entender otra verdad sobre nuestro corazón. El teólogo Juan Calvino dijo que nuestro corazón es una fábrica constante de ídolos; por lo tanto, debemos saber que será insuficiente solo destruir nuestros ídolos, ya que automáticamente vendrán otros a tomar su lugar. Así que, debemos no solamente destruirlos, sino reemplazarlos por algo mejor. En primer lugar, debemos entender que nuestro corazón siempre deseará encontrar satisfacción, pero solo la encontraremos en nuestro Creador. Nada ni nadie puede traernos plena y duradera satisfacción, sino una relación íntima y verdadera con Dios. En Él encontraremos aceptación, amor y propósito. Todo lo demás solamente es una sombra de lo que podemos tener en Dios. Con esto en mente, quiero darte algunas sugerencias prácticas que podrían ayudarte. Piensa en otras actividades que podrías hacer en lugar de usar tu teléfono, por ejemplo: toma ese libro que dejaste abandonado hace un tiempo y que deseabas leer. Elige un libro de la Biblia y sumérgete en él. La idea es que, cada vez que sientas ganas de utilizar tu dispositivo móvil, abras tu Biblia o un libro y comiences a leerlos. Puedes también leerle a tu hijo pequeño, te edificará y a él lo estimulará. Canta una canción o varias. Haz aquella tarea que hace días estás postergando. Piensa en las personas que amas y ora por ellas. Escribe un diario, ¿por qué no? Escribe cómo te sientes, puede ser un pensamiento, un sueño, un desahogo o una oración. Piensa en Dios y en todo lo que Él te ha dado, recuerda sus bendiciones y enumérelas, y deja que tu corazón se llene de gratitud. Experimenta también la bendición de hacer nada. Escucha el silencio o el ruido que hace tu hijo mientras juega. Mira por la ventana, respira hondo, elige estar presente y conectada con el momento que estás viviendo. Deja que el teléfono inteligente sea una herramienta que te ayude en el propósito de acercarte más a Dios y de glorificarlo. Aprende a usarlo con sabiduría. Revisa las cuentas que sigues y decide cuál será el tipo de contenido y personas que deseas que te influencien. Si aún no la tienes, descarga la aplicación de la Biblia y busca un buen plan de lectura bíblica. Haz una lista de tus alabanzas favoritas y predicaciones bíblicas. Lo mejor de todo es que puedes hacer estas cosas mientras amamantas, cambias un pañal o juegas con tu bebé. Desactiva las notificaciones, guarda tu teléfono por lo menos una hora antes de dormir y úsalo una hora después de despertarte. Antes de publicar algo en redes sociales, pregúntate: ¿por qué quiero que otras personas vean esto? ¿Deseo impresionar a alguien? ¿Esto muestra una verdad o una mentira de mi vida? ¿Glorificará a Dios? ¿Será de bendición para los que la vean? Creemos y decimos que Dios nos hizo libres de la esclavitud al pecado gracias a Jesús, ¿amén? ¿De verdad lo crees? ¿Estás disfrutando tu libertad o estás atrapada en tu teléfono cada día? Querida hermana, eres libre para cambiar tus hábitos y para que, en medio de tu rutina como mamá, te acerques más a Dios a fin de conocerlo y amarlo. Y aunque la industria del Internet tenga a miles de funcionarios trabajando para que estés conectada a las redes sociales, tenemos a nuestro favor al Dios del universo y al Espíritu Santo, quien está trabajando en todo momento para formar en ti el carácter de Cristo.
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Cuando amar a nuestros hijos significa decir «no»
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Cuando amar a nuestros hijos significa decir «no»

Recientemente, en una escena emocionante de una de mis series favoritas, escuché algo que me dejó pensativa: una nuera le decía a su suegra moribunda que ser madre es finalmente fingir, pues no tenemos la más mínima idea de lo que hacemos y, mientras fingimos, imitamos lo que creemos que es ser una buena madre. Ella le daba las gracias porque muchas veces en su labor como madre la imitaba. ¿Esto debe ser así? ¿Tenemos que improvisar e imitar aquello que consideramos es un buen ejemplo? Por otro lado, ¿cuáles son los criterios que debo observar para considerar a una madre como buena y digna de imitación? La crianza de los hijos no debería ser una improvisación decidida a medida que los años avanzan. Todo lo contrario, deberíamos planificarla, no solo porque esto sea algo bueno y práctico, sino porque, como cristianos, no hemos sido llamados a vivir de manera intuitiva o improvisada. Dios ha dejado su Palabra para guiar nuestros pasos. Él nos ha enseñado cómo debemos vivir y cómo tomar decisiones, y eso incluye la manera en que debemos criar a nuestros hijos. Si no somos intencionales en la crianza de nuestros hijos a la luz de la Palabra de Dios, otra cosa la guiará: la psicología moderna, la cultura, los comentarios de los abuelos o los consejos de los blogs sobre educación. Hay muchas opiniones y consejos; cosas buenas, cosas que realmente funcionan, pero ¿qué es lo que realmente debemos buscar en la crianza de nuestros hijos? ¿Que sean niños felices, obedientes y tranquilos? ¿Que se vuelvan adultos exitosos en la vida profesional? ¿O priorizamos que sean personas buenas, respetuosas y generosas? Todo eso es válido y son buenos deseos que deberíamos considerar; sin embargo, nuestro mayor compromiso en la crianza es que nuestros hijos sean discípulos de Jesús. En la Escritura, podemos observar cómo Dios establece la familia como la primera comunidad de aprendizaje. Esta no es una idea de la psicología o de la sociología, sino del propio Creador de la familia, como vemos en Deuteronomio 6:
Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas. Estas palabras que hoy te mando cumplir estarán en tu corazón, y se las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas cuando estés en tu casa, y cuando vayas por el camino, y cuando te acuestes y cuando te levantes (Deuteronomio 6:5-7, RVC).
Tus hijos no existen para tu realización personal, tus hijos han sido delegados por Dios para estar bajo tu cuidado, para que los guíes en su camino. La razón por la que deberías disciplinar e instruir a tus hijos es para que ellos sean expuestos al Evangelio a fin de que sean más parecidos a Cristo.

Educar demanda tiempo

Un domingo, apenas llegamos a la iglesia, mi hija vio mi teléfono inteligente y comenzó a pedirlo. En nuestra casa, tratamos de evitar el uso de pantallas todo lo que podamos —no quiero entrar en ese tema ahora—; sin embargo, sabemos que termina siendo un recurso muy útil para mantenerla en silencio y distraída, por esa razón lo utilizamos solo en casos muy específicos. No obstante, durante ese domingo en particular, traté de distraerla con otras cosas. Funcionó por un par de minutos hasta que se acordó nuevamente del teléfono y lo volvió a solicitar. El servicio dominical ya había iniciado cuando mi hija comenzó a llorar y a gritar. Yo le decía que no e intentaba distraerla, pero nada funcionaba. La gente empezó a mirar y me angustié por no lograr controlarla como quería. Finalmente, me cansé y cedí a su deseo de ver videos para niños. No pude sostener aquel no y me sentí avergonzada, culpable y una pésima madre. Pero me hizo percibir algo, aunque tuviera toda la intención de enseñar a mi hija a participar de la reunión del domingo desde pequeña, yo necesitaba prepararme mejor para ese momento. Estaba improvisando y, obviamente, fallé en cumplir lo que quería. Enseñar a nuestros hijos va a demandar tiempo, paciencia y herramientas específicas para su edad. Educar, además, no es solo disciplinar e instruir a nuestros hijos en los momentos en que desobedecen, sino en todo tiempo: cuando estás en casa o cuando vayas por el camino, cuando te acuestes o cuando te levantes. Debes ser intencional en buscar que tus hijos sean verdaderos discípulos de Jesús que aman a Dios sobre todas las cosas. Sin embargo, la realidad es que fallamos por no querer dedicar el tiempo necesario que eso demanda. Estamos más ocupados con nuestra comodidad y conveniencia, y perdemos de vista lo importante. Si queremos que nuestros hijos sean expuestos al Evangelio y que sus caminos florezcan en obediencia a Dios, necesitamos parar, separar un tiempo, conversar, explicar las medidas que serán tomadas, enseñar la Palabra de Dios y ejecutar las medidas. Lo que nos debe mover no es recuperar lo que nuestros hijos nos quitan cuando hacen cosas que no nos gustan, sino que crezcan en piedad y temor del Señor. Recuerda, puedes disfrutar de hijos que te honren y valoren, que sean motivo de orgullo, que alivien tus necesidades; no obstante, en última instancia, ellos no existen para eso, ellos existen para Dios. Decidí, entonces, comenzar a prepararme bien antes de cada domingo, a organizar con anticipación el culto en el hogar, por ejemplo: practiqué con mi hija cómo sentarnos en la iglesia, oramos, cantamos y dibujamos. Puse en la semana las alabanzas que cantamos en nuestra iglesia para que poco a poco las aprendiera. Intenté reproducir la dinámica de un servicio dominical en nuestra casa a fin de que no fuera algo desconocido para ella y entendiera lo que puede o no puede hacer en aquel momento. Obviamente, utilicé objetos y recursos para una niña de dos años y bajo la premisa de que es imposible que una niña de esa edad se quede todo el tiempo sentada y en silencio. ¿Ha funcionado? Confieso que todavía no he podido ver los frutos que espero, no por ella, sino por mi propia falta de organización y constancia. Hay domingos mejores que otros, es difícil, pero pido al Señor, junto con mi esposo, que nos permita perseverar y tener sabiduría para seguir criándola en sus caminos.

No tengan miedo a decir «no»

Como padres, deseamos hacer las cosas bien; sin embargo, es muy probable que nos encontremos con algunas dificultades al sustentar alguna decisión. Cuando a un niño, por ejemplo, le dices no, este puede reaccionar con pataletas, gritos y llanto, y en el ánimo de querer tranquilizarlos, terminamos cediendo a su voluntad para que podamos estar tranquilos y para no experimentar vergüenza frente a los demás que nos observan. La verdad es que a nadie le gusta escuchar un fuerte ¡no! sin que haya una explicación razonable para ello. Hoy en día existen muchas técnicas que nos enseñan cómo decir no de manera positiva. Básicamente, se trata de negar alguna cosa sin decir no, por ejemplo, no reforzando lo que no se debe hacer, sino más bien sugiriendo otra opción. Lo considero un buen consejo, podemos usarlo con el propósito de guardar el «no» para cosas más importantes, pero tenemos que estar atentos al miedo que sentimos cuando decimos la palabra «no», sobre todo cuando lo consideramos como algo ofensivo o grosero. Entiendo que en algunas culturas las personas dicen no con más facilidad, ya que los demás no se sienten ofendidos. Sin embargo, es importante que entendamos y enseñemos a nuestros hijos, cuanto nos sea posible, que el «no» es parte de la vida y que no es necesariamente algo negativo, sino que también es una manera de amarlos. Sé que hay algunas situaciones que son más obvias que otras, que es más fácil entender cuándo un no está sirviendo para amar y conocer más a Dios, pero hay otras situaciones en las que no lo es, y para esas situaciones quiero dejarte tres consejos que puedes tener en mente al momento de decir «no» a tus hijos:
1. Ten claro el propósito para el que estás criando a tus hijos
Piensa en los «no» que tienes que decir como si fueran señales de tránsito que están para guiarte y dirigirte hacia tu destino final. A veces nos concentramos tanto en ellos, que olvidamos para dónde estamos yendo. Cuando tienes claridad sobre el propósito para el cual estás criando a tus hijos, encontrarás paz en los momentos que debas decir no. Recuerda que no estás criando a tus hijos únicamente para que sean felices o tengan éxito, sino principalmente para que sean discípulos de Cristo.
2. Eres autoridad porque Dios te puso como autoridad
Tedd Tripp, en su libro Cómo pastorear el corazón de tu hijo —el cual te recomiendo fehacientemente—, dice: «Dios le llama a ejercer autoridad, no haciendo que los niños hagan lo que usted quiera, sino siendo verdaderos siervos, autoridades que ofrecen sus vidas. El propósito de su autoridad en la vida de sus niños no es mantenerlos bajo su poder, sino fortalecerlos para que tengan dominio propio viviendo libremente bajo la autoridad de Dios». No tengas miedo de asumir esa responsabilidad y de ejercer esa autoridad, recuerda que te fue otorgada por Dios mismo. Tus hijos no existen para tu realización personal, tus hijos han sido delegados por Dios para estar bajo tu cuidado, para que lo guíes en su camino.
3. Necesitas exigir madurez espiritual para entender los ídolos del corazón
Entender el propósito para el cual estás criando a tus hijos debe llevarte a evaluar qué cosas realmente necesitan disciplina y qué otras son las que a ti te molestan, debido a que afectan tu comodidad, tu orgullo o sentido de realización. Cuando estés en una situación en que crees que debas decir no, reflexiona en tu corazón: ¿por qué estoy tomando esta decisión? ¿Es por mi comodidad? ¿Mi orgullo? ¿Por rabia o venganza? ¿Eso podría ser evitado de alguna otra manera? ¿Estoy de verdad educando a mis hijos en el temor del Señor, dedicando el tiempo necesario que eso exige o estoy haciendo lo mínimo por mi comodidad inmediata o por lo que me es más conveniente? Ruega al Señor que examine tu corazón, arrepiéntete, pídele perdón y su gracia para seguir pastoreando a tus hijos con sabiduría. Finalmente, quiero terminar animándote a vivir en una constante búsqueda de Dios y de su Palabra. Solo podemos instruir a nuestros hijos para que vivan de acuerdo a la Palabra de Dios a medida que nosotros la conocemos más, hasta que nuestra mente esté cautivada por ella. Solo podremos ser los padres que Dios nos ha llamado a ser a medida que entendamos nuestras limitaciones y que seamos dependientes de Él. Solamente Dios, por medio de su Espíritu, puede capacitarnos para ser buenos padres. Si no somos llenos del Espíritu Santo, esto será imposible. Y te recuerdo que la llenura del Espíritu es posible gracias a la venida de Jesús. Él vino, nos sirvió, se entregó y escuchó un no de su Padre, que seguramente fue el no más doloroso de todos cuando en el Getsemaní oró pidiendo que, si fuera posible, le permitiera no beber la copa. El Padre le dijo que no. Hoy sabemos que todo era parte de un plan mayor. Más allá de lo que Jesús estaba sintiendo en aquel momento, el resultado de su obediencia le proveyó a su iglesia el Espíritu de Dios, quien nos guía y capacita por gracia. Entonces, busca ser lleno del Espíritu Santo, busca su guía para que puedas ser la madre o el padre que Dios te ha llamado a ser y puedas decir no a tus hijos con amor y con la autoridad que Él te ha dado.
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Reseña: Dar a luz con esperanza
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Reseña: Dar a luz con esperanza

Un blog sin mayores pretensiones y escrito por una madre de cinco, sumado a una tesis de maestría con la misma temática, dieron a la luz este hermoso libro de meditaciones sobre el trabajo de parto y la maternidad. Cuando quedé embarazada, tuve la intención de aprender y de estar lo más informada posible. Comencé a consumir toda la información que encontraba sobre el parto, la maternidad y la crianza de hijos. Descubrí un nuevo universo de consejos, sitios web, libros y sus distintas teorías.  Si pudiera hacer un rápido análisis de todo lo que leí, podría destacar dos maneras típicas de representar la maternidad hoy en día. Por un lado, la maternidad se muestra como algo romántico, hermoso e instintivo, y llevada a cabo por mujeres perfectas, plenamente realizadas y satisfechas. Por otro lado, también se muestra como una carga demasiada difícil de llevar, donde las madres están siempre agotadas, pero que, en última instancia, son enaltecidas como guerreras (una especie de mártir que se sacrifica por sus hijos). Ambas visiones hacen parte de la cultura del empoderamiento del cuerpo y de una maternidad centrada en la mujer. A la luz de esto, si todo lo que consumimos desconsidera la verdad de Dios, será muy fácil ser influenciada por alguna de estas dos visiones y construir nuestra experiencia como madres de una manera distorsionada. Cuando comencé la lectura de Dar a la luz con esperanza, pensé que sería un libro que relacionaría las experiencias de la maternidad con algunos textos bíblicos y que pondría a la madre en el centro; sin embargo, no fue así. Este libro me ayudó a percibir la distorsión que creía sobre la maternidad. Dirigió mi mirada hacia Dios, me impulsó a alabarlo, me puso en el lugar correcto y me recordó que todo se trata de Él. El libro está formado por 25 devocionales que están cuidadosamente ordenados a partir de la narrativa bíblica y en los cuales se abordan los pasajes bíblicos que utilizan la metáfora del dolor del parto. Este uso metafórico, presente en la Escritura, nos permite relacionar la verdad bíblica con nuestras experiencias, no al revés. Las autoras comienzan en Génesis 1, donde podemos leer y meditar sobre el mandato de la creación, continúan con la caída, señalando el dolor que esto trajo a la creación, y avanzan mostrando cómo los dolores del parto son una imagen del juicio de Dios contra el pecado, del dolor que experimenta la creación mientras espera su renovación definitiva y de los sufrimientos del creyente en la espera de la gloria final. Una visión muy interesante de lo que podríamos llamar una teología bíblica del dolor de parto.  Es tan destacable como Gloria Furman siempre nos lleva en cada devocional a mirar a Cristo y a recordar que Dios diseñó la concepción, el embarazo y el parto como señales que dirigen nuestros corazones hacia la adoración de su nombre. Además, nos ayuda a poner el dolor en su lugar, al recordar cuál es nuestra esperanza (algo que no es tan fácil de percibir en medio de las labores de la maternidad). En resumen, nos lleva a la verdad de que todo se trata de Dios: el embarazo, el parto, el dolor, nuestros hijos e incluso las pérdidas.  En medio del abundante material que existe sobre la maternidad, este libro surge como un soplo de aire puro. No es un libro para ser leído de una sentada, es un devocional para leer y meditar. Necesitarás digerir cada texto, cada concepto y dejar que las palabras profundicen de la mente al corazón. Es un bellísimo libro teológico que trae de manera muy práctica una nueva mirada acerca de todo el proceso del nacimiento de un bebé. Te invitará a confiar en Dios y no en tu propio cuerpo, con el fin de glorificarlo a Él en todo lo que hagas como mamá.

Dar a luz con esperanza: meditaciones del Evangelio sobre el embarazo, el parto y la maternidad. Gloria Furman y Jesse Scheumann. Editorial Monte Alto, 128 páginas.