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¿Por qué Dios permite que suframos?
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¿Por qué Dios permite que suframos?

En mis 23 años de cristianismo he sufrido y he visto sufrir, pero la tónica más triste de estos últimos años de convivencia cristiana ha sido ser testigo de iglesias llenas de miembros desanimados, confundidos, con ocultos episodios depresivos, lamentando sus circunstancias, en la más absurda contradicción de que si somos salvos: ¿por qué Dios permite que suframos? Siento que esto solo evidencia lo poco que conocemos a Dios, y lo rápido que olvidamos quienes somos en Cristo. Como resultado, pasa año tras año, domingo tras domingo, dudando del carácter de Dios y su voluntad: Primero, de su omnisciencia: siento que Dios no ve mi dolor, no sabe o no se da cuenta.  Segundo, de su soberanía: cómo puede haber gente tan mala, el diablo metió su cola, esto es muy desesperanzador, Dios no puede cambiar las cosas. Tercero,  de su bondad: sé que Dios es bueno, pero parece que esta vez se ensañó conmigo. Cuarto, de su existencia: la que nos produce más vergüenza como cristianos, ¿a veces pienso que Dios no existe?  Y así con todas estas interrogantes ocupamos cada domingo un asiento en medio de la congregación, con un corazón confundido y viviendo como si Dios no tuviese ningún poder para capacitarnos en el proceso del sufrimiento.

El sufrimiento es una consecuencia: ¿por qué sufrimos?

Para entender el sufrimiento siempre tenemos que ir al Evangelio y este nos evidencia la razón del por qué a nuestra mente y a nuestro corazón le cuesta tanto aceptar el sufrimiento. Génesis 1 y 2 nos enseñan que tú y yo fuimos diseñados para vivir bajo la ausencia del dolor, sostenido por la intención de un Dios que siempre quiso que viviéramos felices en su presencia: sin pecado y sin sufrimiento. Sin embargo, lo que ocurrió en Génesis 3 nos muestra que si ahora vivimos en un mundo caído, entonces vivimos en un mundo que sufre, no importa quién eres, dónde estés, con quién estés, actualmente vives sujeto al inminente sufrimiento, con el estigma popular «a cualquiera le puede pasar», sin importar tu género, edad, estatus social, nivel educacional, raza, condición, ni menos «religión» o «devoción». En algún momento tocará tu puerta, y cuando entre, será como una baliza que revela a gritos la atrocidad del pecado. Por lo tanto, es una respuesta absolutamente natural de nuestro diseño original, el anhelar vivir en la ausencia del sufrimiento, ¡fuimos diseñados originalmente para eso! Me imagino que no ha sido necesario para ti dar tantos pasos en esta vida para darte cuenta de que esto es verdad. Una y otra vez, en tu propia vida, puedes darte cuenta que nuestra hermosa y perfecta realidad fue rota el día en que abandonamos vivir bajo el gobierno ideal de Dios en el Edén. Ese día abandonamos al único que puede satisfacernos en plenitud, deleite y plena satisfacción con su vasta presencia, lo que merece ser castigado con toda la ira de Dios y el sufrimiento que esto conlleva (Ro 1:18; 2:5; 3:5; Ef 2:3). Negar esta rebelión es la que nos incapacita para comprender la causa del sufrimiento y que todo lo que conocemos por felicidad es insuficiente, no funciona, es incompleta, y que incluso en los momentos más felices estaremos insatisfechos al darnos cuenta que ese pedacito de felicidad no logrará sostener nuestras vidas porque es TEMPORAL, MOMENTÁNEA, PASAJERA y FUGAZ. A todo esto tenemos que añadir que también sufrimos por nuestro propio pecado (Sal 51), que incluye nuestra propia respuesta al mismo sufrimiento (queja, descontrol, disconformidad, insatisfacción, inseguridades, inestabilidad, amargura, etc.); por hacer sufrir a otros; por ver sufrir a otros; por hacer lo correcto en un mundo caído (Gn 38 y 39; Da 3:13-15; libros completos como Jeremías y Lamentaciones); y por los efectos de la caída sobre la tierra (Ro 8:19-21), con todos sus desastres naturales que afecta cada año a centenares de personas.

El sufrimiento tiene un buen propósito: ¿quién lo soluciona?

La Biblia nos muestra que Dios fue a quien primero le dolió ver los resultados del pecado (Gn 6:4-5) y como dueño del universo, en una acción unilateral y soberana, nos trae la solución más esperanzadora, su Evangelio, las buenas noticias de Jesús que involucrarán un nuevo diseño restaurado. El asunto es que el plan de Dios, fue realizar esta redención a través del sufrimiento. Hebreos 2:10 dice, «Por eso, Dios, por medio del sufrimiento, tenía que hacer perfecto a Jesucristo, el Salvador de ellos». Esto quiere decir que, Jesús, el perfecto Hijo de Dios, vino al mundo con el propósito de revelarnos que él es también el perfecto Hijo del Hombre o segundo Adán que enfrentó el pecado, soportó las experiencias, pruebas y tentaciones humanas que producen sufrimiento y NO Pecó (Mc 10:34), NO confió en sus cuestionamientos humanos (Mt 26:39), sino que confió en la voluntad de Dios. Él TOMÓ NUESTRO LUGAR soportando el máximo dolor, ese que tú y yo no podíamos resistir, el de la ira de Dios, debido a nuestra rebelión. Si te diste cuenta, para Dios el sufrimiento es su plan de triunfo. Esta luz maravillosa ha alumbrado, confrontado, suavizado, consolado y restaurado hasta los más duros corazones que yacían en la más insondable y dolorosa oscuridad, porque este Evangelio en sí mismo es poderoso y suficiente para rescatarnos.

El sufrimiento está en control: ¡él en nosotros!

La pregunta más cotidiana es, ¿por qué si Dios ya padeció mi pecado, tengo que sufrir? ¿Para qué nos permite pasar por lo mismo? La respuesta es: ¡No! No por lo mismo. Nunca sabremos lo que es soportar toda la ira de Dios, sufrir el peso de toda nuestra culpa. Nosotros como cristianos, somos la iglesia, edificada en un mundo caído, lo que implica ser rechazada, oprimida y en muchos lugares incluso asesinada. Sin embargo, no somos definidos por el dolor, sino en el propósito superior que hay en esto, que encontremos en el sufrimiento la oportunidad de ser entrenados (Pr 3:11-12), y en medio del entrenamiento nuestros corazones sean transformados (Dt 8:2) y capacitados para ser más dependientes de sus promesas, como lo dice en Hebreos 12:11,  «Ninguna disciplina resulta agradable a la hora de recibirla. Al contrario, ¡es dolorosa! Pero después, produce la apacible cosecha de una vida recta para los que han sido entrenados por ella». Es cierto que en este proceso, muchas veces nos podemos sentir solos, porque las emociones tiene altos y bajos, pero NO LO ESTAMOS, el Señor sabe que solos NO podemos («…fuera de mí, nada pueden hacer» [Jn 15:4-5]) que lo necesitamos cada día, así que NO, no nos deja solos («…les dejo un regalo….el Consolador» [Jn 14:26-27]), es decir, él mismo en la persona del Espíritu Santo viene para llenar nuestro corazón con su amor, fortaleciéndonos, consolándonos, revelándonos su inmenso amor expresado en la cruz de Jesús (Ro 5:5), dándonos el poder para confiar en su soberanía que puede salvarnos, incluso cuando el dolor es tan grande que deseamos morir (Sal 68:20) podemos someternos a su voluntad. Si algo es muy cierto, es que  aunque suframos, en medio del sufrimiento creceremos y daremos fruto agradable, porque es Dios quien está obrando en nosotros. Ahora nuestra identidad es definida por nuestra unión con Cristo a través de la persona del Espíritu Santo, este Dios que vive en nosotros, un día triunfará sobre los atroces efectos del pecado y el sufrimiento ya nunca más tendrá lugar. Su promesa en Apocalipsis 21:3 nos dice que él mismo con sus amorosas manos enjugará cada una de nuestras lágrimas guardadas y escritas en su libro (Sal 53:8). Por fin nuestro diseño será restaurado a plenitud, allí cantaremos día y noche de felicidad. Esta promesa es literalmente un banquete espiritual y es tan abundante y tan cierto que desde ya podemos VIVIR saciados y satisfechos en él, apuntando a la satisfacción eterna que nos promete ¡JESÚS YA VIENE DE CAMINO! Aunque implique sufrimiento NO DEJEMOS DE PROCLAMAR ESTA VERDAD, porque es la única esperanza y aliento para todos los sufrientes que vemos domingo tras domingo. Una inocente, pero real pregunta es, ¿cómo debiera verse en la vida práctica nuestro sufrimiento? Con la perspectiva y expectativa de que todo lo que viviste, vives y vivirás no es en vano, sino una oportunidad y tremendo potencial de entrenamiento para dar fruto de ganancia en tu vida (Fil 1:21) y percibir a gritos más fuertes que su presencia en ti es suficiente, para que en el más terrible y vergonzoso sufrimiento, puedas darle la gloria con un corazón convencido y satisfecho en Él. Conociendo cada día un poco más del verdadero deleite y satisfacción que él, por el solo hecho de ser Dios, nos otorga. Dios quiere que en medio de la amargura pruebes la dulzura de su amor y consuelo (2 Co 1:3-7), para que también sirvas a otros, no desconociendo sus aflicciones, sino orando y consolándose en amor (2 Co 1:7-11). Esto implicará llorar con el que llora, entender y acompañar al que está confundido, sostener al que necesita contención, soportar las cargas unos de otros (Ga 6:2). Para esto, TODOS NOS NECESITAMOS, pero como dice Paul Tripp[1], no como pilares no saludables (hacer a las personas dependientes de mí), sino como letreros que señalan a quién más necesitan: al Cristo vivo, activo y redentor. Porque, él al ser experimentado en dolor (Heb 2:18), no es indiferente a lo que estamos viviendo en las etapas más amargas de nuestra vida. Eso lo hace perfecto para poder socorrernos, consolarnos y sostenernos. No perdamos nuestros años de profunda tristeza sin darnos cuenta de que incluso el ser afligido (Sal 119:71) es una oportunidad para estar satisfechos en él. ___________________

[1] Tripp Paul David, Instrumentos en las manos del Redentor” Publicación Faro de Gracia, traducción Alain Escarra y Lois Kehlenbrink. Revisión por Víctor García. 2012. Pág 197