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Padres cansados: dos oraciones que puedes hacer con sus hijos antes de dormir
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Padres cansados: dos oraciones que puedes hacer con sus hijos antes de dormir

Dios ha llamado a los padres a realizar una tarea difícil. Somos llamados a evitar que el montón de ropa sucia de los niños rebase la casa, a preparar comidas para los mañosos y a limpiar desastres interminables. No obstante, más importante aún es el trascendental deber eterno que se nos ha dado de “criar a nuestros hijos en la disciplina e instrucción del Señor” (Efesios 6:4). Comprometerse puede ser agobiante. Algunas veces te sumerges abruptamente en otro desafiante día de crianza, orando a Dios para que te ayude a llegar vivo a la hora de dormir. Después de bañarlos, de lavarles los dientes, de traerles un vaso de agua, de buscar el peluche perdido y del montón de excusas que dan para intentar que apagues la luz más tarde, tienes la tentación de saltarte el tiempo de oración, darles las buenas noches rápidamente, cerrar la puerta y caer rendido en el sofá más cercano. Quiero sugerir dos humildes oraciones para ayudarnos a calmarnos durante esos momentos en los que acuestas a los niños. Esta no es una lista de principios teóricos ni una de quince cosas por las que orar por tus hijos. Los padres que están agotados necesitan oraciones simples y fáciles de recordar. Cuando tu mente aún está dando vueltas por el trabajo que tuviste en el día, que estas oraciones cortas te permitan tomar un par de minutos extra para detenerte un momento con tus hijos en la tranquilidad del momento de acostarse.

“Padre, perdóname”

La mejor forma de evitar acostar a tus niños con una actitud de frustración o de enojo es recordarte a ti mismo y a tus hijos que tú, también, eres un pecador en necesidad de perdón. Confiesa tus fracasos en la crianza a Dios frente a tus hijos. Suplícale que proteja a tus hijos de tu enojo, de tu falta de paciencia y de tu fracaso al exponer el evangelio en toda su gloria. Pídele perdón al Padre frente a tus hijos. Al hacerlo, estableces un ejemplo para ellos, pues observan cómo se ve un hijo de Dios. Nuestro Padre no quiere que le escondamos nuestros pecados a él, ni entre nosotros. Él quiere que los confesemos para que él pueda “limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9). En los momentos de calma antes de que se queden dormidos, ellos podrán escuchar cómo experimentas reconciliación con el Padre nuevamente. Ellos tienen la posibilidad de observar cómo la gracia del evangelio inunda tu espíritu, reviviendo tu alma cansada.

“Padre, perdónalos”

Con frecuencia confronto a mis pequeños hijos después de que le pegaron a su otro hermano o después de que, en desobediencia, me gritaron con enojo. Les hago la siguiente pregunta: “¿por qué hicieron esto?” La respuesta más común que recibo es, “no lo sé”. En esos tristes momentos, viene a mi mente la oración de Cristo mientras estaba en la cruz: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Ese es el estado del corazón de nuestros hijos. Cuando pecan, no siempre comprenden totalmente lo que hicieron o por qué lo hicieron. Como padres, debemos imitar a Jesús al rogar por la misericordia y el perdón de Dios para nuestros hijos con esta simple oración: “Padre, perdónalos”. Cada noche, Dios comenzará a cultivar en nosotros el corazón misericordioso de Jesús. Él ve a nuestros hijos “angustiados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor” (Mateo 9:36). A medida que oramos, los enojos del día desaparecerán entre ruegos sencillos y amables en nombre de nuestros hijos que no entienden la ira que aguarda a las almas pecadoras y quejumbrosas que no se arrepienten. Cuando se trata de este tipo de intercesión, Pablo nos dice, “Porque esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al pleno conocimiento de la verdad” (1 Timoteo 2:3–4). Finalmente, ésta es una oración de confianza. Le dice a Dios, “te confío la vida de este niño; confío en el evangelio; confío en que tú quieres salvar pecadores, como a mi pequeño niño, mi pequeña niña”. Dios ha puesto a ese niño en tu familia y bajo tu cuidado amoroso con un propósito. Ruega junto con él que los perdone por medio de la sangre de Jesús y ora para que en el tiempo correcto traiga salvación.

Un Padre para ti y para tus hijos

Ambas oraciones comienzan con una de las palabras más clementes en el vocabulario de los padres cristianos: Padre. En medio de los fracasos y de las luchas de la crianza, nos es fácil olvidar que tenemos un Padre celestial que nos cuida en amor. Nadie puede decirlo mejor que el apóstol: “Miren cuán grande amor nos ha otorgado el Padre: que seamos llamados hijos de Dios. Y eso somos…” (1 Juan 3:1). Al final de un día agotador, mientras te arrodillas a la cabecera de la cama con tus hijos, encuentra consuelo en el Padre quien también está dando descanso a tu corazón agotado. Los últimos minutos antes de que tus hijos se queden dormidos pueden convertirse en los momentos más preciados que tienen juntos. Que estas oraciones ayuden a tu familia a crecer en la gracia de Dios nuestro Salvador.
Chad Ashby © 2015 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso. | Traducción: María José Ojeda
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«Papá, ¿cuán grande es Dios?»
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«Papá, ¿cuán grande es Dios?»

El otro día, salimos con nuestra familia a dar un paseo en la tarde por nuestro usual recorrido. Caminamos por la acera desde nuestra casa, pasamos un par de tiendas, cruzamos la calle y pasamos la universidad de la ciudad. Cuando regresábamos, pasamos por un gran cementerio que está cerca de nuestro vecindario, donde un par de hombres estaban preparando una tumba. Mientras pasábamos por ahí, mi hijo de cinco años hizo una de esas preguntas a las que los padres muchas veces le tienen pavor: «papá, ¿qué están haciendo?». ¿Qué debo hacer? ¿Es demasiado pequeño para escuchar la verdad? Podría haber ignorado la pregunta (quizás al redirigir su atención al atardecer o a un automóvil que pasaba por ahí). Sin embargo, decidí que mi curioso pequeñito merecía una respuesta.

El Evangelio en el cementerio

Me detuve y me senté junto a la muralla del cementerio, puse a mi hijo frente a mí y comencé mi mejor intento de explicación: «amiguito, al final de la vida de cada persona, hay muerte. Cuando alguien muere, ponen el cuerpo de la persona en una caja, cavan un hoyo en la tierra y ponen la caja dentro del hoyo». Él respondió: «¿tienen ropa puesta cuando los ponen dentro de la caja?». Le dije: «bueno, le ponen ropa al cuerpo de la persona cuando los ponen dentro de la caja…. ¿sabías que Jesús murió? Pusieron su cuerpo en la tierra, pero tres días después salió de la tierra porque Dios lo trajo de vuelta la vida. Si creemos en Jesús, vamos a estar con Jesús cuando muramos. Y un día, cuando Jesús vuelva, nuestros cuerpos saldrán completamente nuevos de esos hoyos,  viviremos con Jesús para siempre y nunca más moriremos». «Espero poder llevar mi ropa puesta. Y voy a mantener mis ojos abiertos dentro de esa caja». «Bueno, campeón».

Patrones de honestidad

Obviamente, mi hijo estaba bastante perdido en todo el asunto de morir y ser enterrado. Pero yo estaba intentando establecer un precedente importante con él. Cuando él se acerque a mí con sus preguntas honestas, voy a darle respuestas honestas. Él podría no entender completamente la respuesta y podría llegar a responder de manera extraña, pero una cosa es segura: no voy a ignorar preguntas sinceras. Mi esperanza es que los patrones de comunicación que mi esposa y yo estamos estableciendo desde el principio con nuestros hijos continúen para equiparnos como padres. Con la ayuda de Dios, cada pregunta que escojamos no arriesgar nos da más sabiduría para lidiar con la siguiente. Si alimento a mis hijos con pequeñas mentiras ahora, pensando que «son demasiado pequeños para escuchar la verdad», no solo estoy entorpeciendo el crecimiento en sabiduría y estatura de ellos, sino que también la mía. Quizás sí son demasiado pequeños para ciertos detalles, pero existe una manera de responder amorosamente a sus preguntas específicas sinceramente. Si no puedo darle la verdad a mi hijo de cinco años, ¿qué me hace pensar que estaré listo para hacerlo cuando tenga quince? Esos años (cuando los hijos son pequeños y las preguntas son de poca importancia) son práctica para más adelante. En este preciso instante, estamos aprendiendo a sortear preguntas básicas como: «¿es real Papá Noel? o «¿cuán grande es Dios?». Pero un día las preguntas podrían transformarse en: «mi mejor amigo acaba de contarme que es gay, ¿qué debo hacer?» o «¿por qué un Dios bueno permite que mueran así?». A medida que asumimos el desafío ahora, mientras son pequeños, confiamos en que Dios nos enseñará cómo lidiar con las preguntas que serán más difíciles de responder después. Los niños satisfarán su curiosidad de una manera u otra. Si no les damos la verdad, la encontrarán en otro lado. Esperemos que al establecer un patrón temprano de comunicación abierta nos ayude a evitar un dolor en el futuro. Ningún padre quiere descubrir demasiado tarde que sus hijos han estado acudiendo a Internet, a sus pares o incluso a lugares peores con preguntas que no confían que nosotros respondamos para su satisfacción. Por sobre todo esto, es importante que tratemos a nuestros hijos según la dignidad que Dios les dio. Son personitas hechas a la imagen de Dios. Merecen la verdad.

Toda conversación cautiva

La pregunta de mi hijo, que me tomó por sorpresa al principio, terminó siendo una gran puerta para el Evangelio. Esa tarde frente al cementerio, podría haber sacado de ahí a mi familia, haber evitado el tema y haber dado una vaga respuesta como: «solo están cavando un hoyo». Sin embargo, cuando tu hijo te pregunta directamente sobre un cementerio, ¿realmente es beneficioso para él evitar todo el asunto de la muerte? Sin duda Dios previó estas conversaciones exactas cuando nos ordenó: «Las enseñarás [estas palabras] diligentemente a tus hijos, y hablarás de ellas cuando te sientes en tu casa y cuando andes por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes» (Dt 6:7). En la mesa al desayuno, en una caminata de verano y cuando los acostamos, nuestros hijos investigan la verdad en nosotros bajo su propia curiosidad sobre el mundo que los rodea. Estos son momentos perfectos para enseñarles a nuestros hijos sobre Dios y su Evangelio. Mantente atento. Muchas de las preguntas más difíciles o más vergonzosas de nuestros hijos pueden convertirse en perfectas oportunidades para conversar sobre las buenas noticias de Jesús. Llevemos esas conversaciones cautivas. Siéntate y habla intencional y honestamente con tus hijos. ¿Vamos a tropezar con nuestras respuestas, tendremos transiciones extrañas y no tendremos ningún sentido a veces? Por supuesto. Pero mis hijos son pequeños, ¡no conocen una mejor forma! Quizás tus hijos son mayores. Seguro que aún aprecian tu franqueza y Dios te ayudará a crecer en el tiempo. Nunca es demasiado tarde para comenzar a decir la verdad.

La verdad que nuestros hijos necesitan

Si has tenido el hábito de evitar las preguntas difíciles de tus hijos, podría ser necesario que les pidas perdón. Los hijos se exasperan cuando mamá y papá fallan en ser los primeros en decirles la verdad en sus vidas. Pablo nos cuenta que la solución es criarlos «según la disciplina e instrucción del Señor» (Ef 6:4). A medida que crecemos en fidelidad para instruir a nuestros hijos en la verdad, confiamos que el Espíritu nos otorga más sabiduría para apuntarlos a Jesucristo, que es el camino, la verdad y la vida (Jn 14:6).
Chad Ashby © 2018 Desiring God  Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso. | Traducción: María José Ojeda
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Devolvamos el «servicio» al servicio de adoración
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Devolvamos el «servicio» al servicio de adoración

Semana tras semana, muchos de nosotros asistimos a la adoración servida, no al servicio de adoración. ¿No entiendes lo que quiero decir? Quizás esto ayude. ¿Cuántos de sus domingos se ven como este? Llegas y los acomodadores del estacionamiento te saludan. Maestros fieles te instruyen. Ujieres buscan un asiento para ti. Una banda de alabanza que ensayó bien lidera las canciones para ti. Tu pastor predica un sermón fiel y que glorifica a Dios para ti. Los servidores del cuidado de niños cuidan a tus hijos. Y después de todo eso, vas a buscarlos y simplemente regresas a casa. Me pregunto: «¿nos hemos desviado de la manera en que la iglesia primitiva enfocaba sus reuniones?». Los corintios estaban tan entusiasmados por servir lo que habían preparado toda la semana que estaba provocando caos, lo que obligó a Pablo a decir: «¡uno a la vez, amigos!» (1Co 14:24-40). Dudo que muchos de nosotros tengamos que quitarle el pie al acelerador de camino a la iglesia por estar tan ansiosos de ofrecer algo al Señor y a nuestra familia de la iglesia.  No obstante, ¿no sería genial si lo hiciéramos? Considera estas cuatro maneras básicas en las que podemos usar nuestros domingos para servir a otros, en lugar de sólo ser servidos. 

Llega temprano a la iglesia

La iglesia no es un auditorio, sino que son los miembros reunidos de un cuerpo. «Así nosotros, que somos muchos, somos un cuerpo en Cristo e individualmente miembros los unos de los otros. Pero teniendo diferentes dones, según la gracia que nos ha sido dada, usémoslos [...]» (Ro 12:5-6). Como miembros, tenemos la responsabilidad de usar los dones particulares que Cristo nos ha dado para servir a su cuerpo. A riesgo de sonar simplista, esta es otra forma de aplicarlo: llega temprano a la iglesia. Esto requiere planificación intencional, una reorganización de las actividades del sábado. Una vez que te comprometes a ello, comenzarás rápidamente a maravillarte de todo lo que ocurre antes de que otros (como tú) lleguen a la iglesia. Verás oportunidades para servir en demasía. Dos jovencitas de nuestra iglesia llegan una hora antes simplemente para preguntar: «¿cómo podemos ayudar?». Han descubierto que siempre hay una respuesta para esa pregunta. De hecho, esta es una de las maneras más fáciles de experimentar lo que Pablo nos habla en Efesios: «[...] conforme al funcionamiento adecuado de cada miembro, [Cristo] produce el crecimiento del cuerpo para su propia edificación en amor» (Ef 4:16). ¿Quieres crecer como cristiano? Entonces, llega temprano a la iglesia.

Canta

Para muchos cristianos, cantar es una experiencia profundamente personal. No obstante, la Escritura nos enseña que cantar es una actividad comunitaria. Considera el Salmo 95: «Vengan, cantemos con gozo al Señor, aclamemos con júbilo a la roca de nuestra salvación» (Sal 95:1). El apóstol Pablo les recuerda a dos iglesias locales que continúen «habl[ando] entre ustedes con salmos, himnos y cantos espirituales, cantando y alabando con su corazón al Señor» (Ef 5:19; Col 3:16). Cantar es un mandamiento de «los unos a los otros»: un servicio a los demás cuando estamos juntos. Podemos ofrecer canciones en adoración al Señor toda la semana, pero las reuniones comunitarias son el único momento en que podemos exaltar su nombre juntos (Sal 34:3). Cuando unimos nuestras voces en canciones de exaltación, lamento, confesión y acción de gracias, Cristo mismo ministra a los hermanos y hermanas entre nosotros que necesitan un Sumo Sacerdote que empatice con sus debilidades (Heb 4:15). Cantar es una manera tangible de servir a otros, llorando con quienes lloran y alegrándose con quienes se alegran (Ro 12:15). Hace unos domingos, tuve laringitis. Aunque no podía cantar, mi alma fue edificada por los miembros de la iglesia que cantaron por mí. Y entonces me di cuenta: esta es la experiencia de cada semana para muchos miembros mayores en nuestras iglesias. Ellos permanecen sentados, dando lo mejor de sí para seguir a la congregación, pero sus dolencias se los impide. ¡Hermanos y hermanas, podemos servir a aquellos que no pueden cantar al cantar con, para y por ellos!

Da

Como los sabios del oriente o la reina de Saba, nos acercamos al trono de Cristo cada domingo y rendimos tributo a sus pies. Magnificamos su nombre a los ojos del mundo a medida que expresamos no sólo con nuestras bocas, sino que también con nuestro dinero que Él es nuestro verdadero Rey. Pablo animó a los corintios a apartar una ofrenda el primer día de cada semana (1Co 16:2) y a pensar profundamente sobre la manera de dan: «Que cada uno dé como propuso en su corazón, no de mala gana ni por obligación, porque Dios ama al que da con alegría» (2Co 9:7). No obstante, el dinero es sólo parte de lo que damos los domingos. Servimos a nuestra iglesia cuando testificamos sobre la fidelidad de Dios al responder nuestras peticiones de oración. Servimos cuando damos nuestras risas y lágrimas mientras otros comparten sus vidas. Básicamente, domingo tras domingo, servimos al darnos a nosotros mismos a los demás por medio de nuestra presencia física y espiritual. 

Escucha

Toda nuestra obediencia comienza con escuchar a nuestro Dios: «[...] Si escuchas atentamente la voz del Señor tu Dios, y haces lo que es recto ante sus ojos, y escuchas sus mandamientos, y guardas todos sus estatutos [...]» (Éx 15:26). No podemos complacer a Dios si primero no escuchamos su Palabra.  Es por esto que una gran porción de la adoración comunitaria está destinada a sentarse en silencio y escuchar la proclamación de la Palabra de Dios. No es tiempo de pensar sobre el almuerzo, el trabajo o la escuela. No es momento de revisar nuestras redes sociales. Servimos al Señor al orar que el Espíritu provoque en nosotros escuchar con la desesperación de Pedro: «[...] Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6:68). Así que, busca maneras en las que puedes servir durante el sermón. Quizá haya una mamá cuyo bullicioso hijo le hace difícil concentrarse. Ofrécele sentarte con ella y ayudarla. Haz contacto visual con el predicador, da vuelta la página de tu Biblia y no tengas miedo de dar un «amén» o una afirmación verbal. Estos hábitos servirán al predicador a medida que trabaja fielmente para servirte la Palabra.

Reúnete para servir

Cristo murió para darnos acceso al trono del cielo. Por lo tanto, acerquémonos con actos de servicio de adoración. Que nuestras iglesias se llenen domingo tras domingo de sacerdotes activos en servicio: «Y viniendo a Él, como a una piedra viva, desechada por los hombres, pero escogida y preciosa delante de Dios, también ustedes, como piedras vivas, sean edificados como casa espiritual para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo» (1P 2:4-5).
Este recurso fue publicado originalmente en 9Marks.