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Cuando no nos sentimos bellas
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Cuando no nos sentimos bellas

Cuando una amiga lucha con su apariencia, muchos de nosotros diríamos algo así: “Eres hermosa tal y como eres. Dios te creó y te ve hermosa. Yo también pienso lo mismo. Sólo tienes que creer que es verdad.” Sin lugar a dudas, este consejo encierra importantes verdades. La dignidad de cada ser humano hecho a imagen de Dios significa que todos tenemos una belleza inherente. Pero esta gloriosa verdad no siempre nos ayuda cuando nos sentimos poco atractivas o nuestra apariencia nos produce ansiedad. En cuanto a mí, puedo convencerme de que soy hermosa sólo por un momento. Basta con que mi pesa registre unos kilos de más o pase junto a una mujer más joven y bella que yo, y esa burbuja estalla rápidamente. ¿Por qué esta verdad no se queda grabada? ¿Por qué esta asombrosa información —de que somos hermosas porque fuimos hechas a imagen de Dios— no erradica de una vez por todas nuestros sentimientos de insuficiencia e inseguridad? Una de las razones es que frecuente y erradamente convertimos esta verdad sobre Dios en clichés sobre nosotros. Cuando cambiamos el foco y lo desviamos de Dios hacia nosotros, estamos distorsionando la verdad. Así, “Dios es hermoso y nos creó a su imagen” se convierte en “Tú eres hermosa porque Dios te creó”. Aquí es donde se encuentra el defecto de nuestro bien intencionado consejo: Éste comienza y termina en nosotros. Cuando nos enfocamos en nosotros mismos, sólo empeoramos el problema. Eso es porque nuestro problema es el egocentrismo. Cuando la confianza en nosotros mismos languidece, a menudo revela una preocupación por el “yo”. La lucha con las comparaciones, las expectativas ajenas y el deseo de calzar con el resto revela nuestro ensimismamiento. “La baja autoestima generalmente significa que tengo un concepto demasiado elevado de mí”, explica Ed Welch. “Me preocupo demasiado de mí mismo, y siento que me merezco más de lo que tengo. La razón por la que me siento mal conmigo mismo es que aspiro a algo más. Sólo quiero unos minutos de grandeza.” Los sentimientos de insuficiencia con respecto a nuestra apariencia frecuentemente surgen porque sentimos que merecemos más de lo que tenemos. Aspiramos a algo más. Podemos pensar que no estamos en busca de grandeza —que sólo queremos calzar con el resto de las mamás o las chicas populares de la escuela—, pero entonces, una vez más, pareciera que nunca les agradamos lo suficiente ni nos incluyen lo suficiente como para sentirnos felices. Nunca obtenemos lo que, según nosotras, merecemos. Esta es la razón por la que nuestros problemas con la belleza parecen repetirse constantemente: nuestro “yo” jamás está satisfecho. Pero hay esperanza para ti y para mí. Cuando diagnosticamos certeramente nuestras luchas con la belleza, podemos salir de este círculo destructivo y encontrar la verdad liberadora en el evangelio de Jesucristo.
Este artículo fue originalmente publicado por Girltalk. | Traducción: Sabrina Wainberg
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¿Cómo puedo encontrar una mujer mayor que me guíe?
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¿Cómo puedo encontrar una mujer mayor que me guíe?

Alguien nos escribió preguntando: ¿Qué le recomendarían a una joven que busca a una mujer mayor para que la aconseje? Mi relación con mi madre es terrible, y siento que he pasado toda mi vida anhelando encontrar una mujer mayor que esté a mi lado y sea mi mentora.  Esta mujer hace eco del clamor de incontables mujeres jóvenes a través de los años, y oro para que alcance los oídos de muchas mujeres mayores piadosas en nuestras iglesias. Si eres una de aquellas jóvenes que necesitan desesperadamente una madre espiritual, ¿qué puedes hacer? ¿Qué pasa si no conoces ninguna mujer mayor piadosa? ¿Qué pasa si ninguna parece tener el tiempo ni las ganas de ser tu mentora? Aquí hay algunas sugerencias:
1. Ora y Confía.
Pídele a Dios que cumpla este deseo de tu corazón. Después de todo, ¡fue Él quien lo puso allí! Considerando el orgullo que queda en nuestros corazones, nuestro desesperado anhelo de sabiduría, discipulado y exhortación sólo puede ser fruto del Espíritu Santo que actúa en nuestro ser. Dios, además, promete cumplir todos nuestros deseos de sabiduría y rectitud (Stg 1:5; Mt 5:6). Él proveerá generosamente.
2. Aprende un poco de muchas mujeres mayores.
Sería maravilloso tener una mentora designada, pero no siempre hay suficientes mujeres mayores piadosas a las cuales acercarse. ¡Haz, entonces, que todas las mujeres mayores que conozcas sean tus mentoras! Observa sus fortalezas y pregúntale a cada una si estaría dispuesta a aconsejarte al menos una vez en un área. Comparte un café con la guerrera de oración para que te enseñe cómo ora. A la mujer organizada pídele que venga a tu casa una tarde y te aconseje. Ve si la niñera experimentada o la madre de los escolares disciplinados puede acompañarte al parque junto a tu hijito revoltoso y aconsejarte. Pregúntale a la que tiene un matrimonio sólido si ella y su marido podrían pasar una velada contigo y tu novio. Crea tu propio curso de discipulado personalizado recurriendo al carácter y la experiencia de muchas mujeres. ¡Imagina la cantidad de sabiduría que podrías acumular en un breve tiempo!
3. No desperdicies la compañía de una mujer mayor.
En otras palabras, no desprecies ni dejes pasar la menor oportunidad de aprender de una mujer mayor piadosa. Quizás te sientes junto a ella para cenar en la casa de una amiga, o te la encuentres en el pasillo de la iglesia. Podrías aprender verdades que cambiarán tu vida estando sólo cinco minutos con una mujer piadosa, así que ven preparada. Ten una lista de preguntas, y cuando tengas la oportunidad, pídele un consejo o una palabra de aliento. También puedes mandarle un correo electrónico, o usar las redes sociales. Pregúntale, por ejemplo, qué parte de la Biblia está estudiando en sus devocionales, o cómo manejaría una situación que tú estás atravesando con tus hijos. Tal como los paparazzi persiguen a las estrellas de cine, deberíamos perseguir a las mujeres mayores de nuestras iglesias para que nos aconsejen.
4. Compra de segunda mano.
Si no puedes aprender directamente, hazlo en forma indirecta. Pregúntale a una adolescente piadosa qué es lo que valora de su madre. A tu amiga que tiene una mentora piadosa pídele que comparta lo que ha aprendido de ella sobre el andar con Dios en medio del sufrimiento. Pídele consejos de crianza a una mamá que esté siendo aconsejada por una mujer mayor. A cualquier mujer joven que tenga acceso a una mayor, pregúntale: ¿Qué has aprendido de ella? ¿Qué haría esa persona en esta situación? Tal como en el campo quedan gavillas después de la cosecha, hay mucha sabiduría que se puede adquirir de segunda mano.
5. Sé un ratón de biblioteca.
Aun si hay una escasez de mujeres mayores en tu iglesia, vivimos en una época en que existe un acceso nunca antes visto a la palabra escrita, y por medio de ella, a algunas de las más grandes «mujeres mayores» de todos los tiempos. Todas podemos aprender de Susannah Spurgeon, Sarah Edwards, Elisabeth Elliot o Nancy Wilson. Y podemos volver a los libros una y otra vez en busca de consejos sabios sobre la femineidad piadosa.
6. Ven a aprender.
Muéstrale a una mujer mayor que valoras su tiempo y su sabiduría piadosa haciéndole preguntas genuinas, bien pensadas y abiertas. Acércate a ella con ansias de aprender y ser instruida; permite que te corrija y no sólo que te valide. Será útil que planifiques tus preguntas con anticipación, y evites las que, sin ser realmente preguntas, pudiesen impedir que la mujer mayor comparta su perspectiva con comodidad. Recuerda que las mujeres mayores tienen un llamado único a mostrarnos cómo ser piadosas. Hagámosles fácil la tarea.
7. Conviértete en una mujer mayor.
Toma lo que aprendas de las mujeres mayores piadosas y aplícalo. Sé fiel en las cosas pequeñas hoy. Siéntate a los pies del Salvador y sirve a los demás en el lugar humilde en el que Dios te ha llamado a estar. Siembra ahora para que más tarde puedas cosechar. Si guardas en tu corazón los consejos y la sabiduría bíblica de mujeres que temen al Señor, y aplicas lo que te han enseñado, te convertirás en una mujer de carácter probado y estilo de vida fructífero. Y, si Dios quiere, un día no lejano habrá una joven que no necesitará buscar lejos a su mentora, porque tú serás su madre o la madre espiritual que estará justo a su lado en todo momento. Que Dios levante una generación de mujeres piadosas que enseñen «todo lo bueno» a las más jóvenes (Tito 2:3).
Este recurso fue originalmente publicado en GirlTalk.
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¿En qué ocasiones podemos esperar gracia?
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¿En qué ocasiones podemos esperar gracia?

¿Qué tienen en común nuestros temores maternales? Todos están en nuestra imaginación. Nuestras mentes fértiles generan incontables escenarios donde a nuestros niños les sucede una calamidad u otra: ¿Qué tal si mi hijo se rebela al llegar a la adolescencia? ¿Y si mi hija no quiere ser mi amiga cuando crezca? ¿Qué tal si mi hijo sufre un accidente automovilístico? ¿Y si a mi hija le diagnostican leucemia?  Tras treinta y ocho años de maternidad, he descubierto que la mayoría de las cosas malas que imaginé nunca se hicieron realidad. Sin embargo, ha habido otras aflicciones; unas que nunca preví. Es por esto que el sabio consejo de Elisabeth Elliot ha sido invaluable para mí en la lucha contra el miedo: “No hay gracia para tu imaginación”. Dios no salpica gracia sobre cualquier camino que mis miedos tomen. Él no se apresura a darme apoyo y ánimo en todos los escenarios catastróficos que yo imagino. No; en lugar de eso, Él me advierte que me aleje de esos senderos: “No te irrites, pues esto conduce al mal” (Salmo 37:8). No hay gracia para nuestra imaginación. Es por eso que nuestros pensamientos temerosos producen un mal fruto: ansiedad, falta de gozo, e inútiles intentos de control. No hay gracia para nuestra imaginación. Sin embargo, Dios promete gracia suficiente y abundante para todos los momentos reales de nuestras vidas. Es por esto que la mujer de Proverbios 31 puede “reírse del futuro en vez de preocuparse o sentir temor de él” (comentario de la Biblia de Estudio ESV en Proverbios 31:25). No hay gracia para nuestra imaginación, pero la habrá para nuestro futuro como madres —en el momento que sea—. No hay gracia para nuestra imaginación, pero sí la hay para los desafíos que nuestra maternidad enfrenta hoy. No para el problema imaginario de mañana o los que has previsto para el año próximo. Sólo para hoy. Esa es la razón por la que Jesús nos dice: “No se angustien por el mañana, el cual tendrá sus propios afanes. Cada día tiene ya sus problemas” (Mateo 6:34). Las mamás saben mejor que nadie que esto es cierto: ¡Cada día realmente tiene suficientes problemas como para añadir las preocupaciones de mañana! Pero, para los suficientes problemas de hoy, la gracia de Dios es más-que-suficiente: “Te basta con mi gracia, pues mi poder se perfecciona en tu debilidad” (2 Corintios 12:9). Deuteronomio 33:25 dice: “Que dure tu fuerza tanto como tus días”. Aún más, para la madre cristiana, la bondad y la misericordia están detrás de cada momento de los problemas de hoy. Nuestros problemas no carecen de sentido. La bondad y la misericordia de Dios nos siguen hoy y todos los días de nuestras vidas (Salmo 23:6). “Valor, querida amiga”, nos anima Charles Spurgeon, “El Señor, el siempre-misericordioso, ha fijado cada momento de dolor y punzada de sufrimiento. Si Él ordena el número diez, éste jamás podrá aumentar a once, ni tú deberías desear que disminuya a nueve” (mi énfasis). Dios está trabajando para que los problemas maternales de hoy conduzcan a nuestro bien. Así que no te preocupes por el mañana, sino que búscalo a Él hoy.
Este artículo fue originalmente publicado por Girltalk. | Traducción: Sabrina Wainberg
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Un tipo de hija diferente
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Un tipo de hija diferente

Mientras escribo esto, mi hija menor cumple treinta y siete años. Parece que los cumpleaños de mis hijas, más que el mío, tienen una forma especial de hacerme sentir mi edad: ¿cómo es posible que la menor de mis tres hijas esté ahora al fin de sus treinta? Sin embargo, estos pensamientos fugaces sobre el envejecimiento dan cabida a reflexiones sobre el pasado y sobre cuánto más simple se sentía criar hijas hace tres décadas. (Lo gracioso es que recuerdo a mi mamá diciéndome lo mismo cuando mis hijas eran pequeñas). Busqué criar a mis hijas para resistir la gigantesca ola del feminismo que amenazaba mi femineidad. Mis hijas son, hasta este día, madres capacitadas y dedicadas. No obstante, hoy el mundo parece un lugar más aterrador de lo que lo fue entonces; y la maternidad, una tarea más amedrentadora. ¿Cómo mis nietas, tan felices y despreocupadas en su niñez, resistirán las mentiras e insultos que el mundo de seguro les arrojará? Con toda la confusión cultural sobre los asuntos relacionados al género, podríamos ser tentadas a entrar en pánico y a botar el cuaderno de estrategias bíblicas. Sin embargo, no debemos estremecernos mientras seguimos el plan del Evangelio para criar a nuestras hijas. Tampoco podemos ser apáticas, asumiendo que un hogar cristiano o una buena iglesia serán las vacunas en nuestras hijas contra los tóxicos mensajes del feminismo. Necesitamos estar alerta y ser astutas, preparando a nuestras hijas para discernir y rechazar la falsa enseñanza sobre la femineidad de nuestra cultura (1P 5:8; Mt 10:16). Debemos apegarnos a la Escritura mientras caminamos en el mismo sendero de fidelidad como madres piadosas que hay ante nosotras.

Cómo entrenar a tus hijas para ser mujeres

La maternidad, como siempre, requiere una siembra fiel. Cuando plantamos un jardín, no lanzamos las semillas a la tierra al azar ni esperamos hileras ordenadas de nuestros vegetales favoritos. Al contrario, seleccionamos nuestras semillas y plantamos hileras derechas con el fin de segar una buena cosecha. De la misma manera, debemos ser intencionales en sembrar las semillas de la femineidad bíblica en la vida de nuestras hijas. Dicho de manera simple, la femineidad bíblica es el diseño precioso de Dios para las mujeres como se revela en la Biblia. De hecho, cuando Pablo le dice a Tito cómo construir una iglesia que ilumine una era oscura y malvada con el Evangelio, él le dice que se asegure de que las ancianas traspasen el corazón y los hábitos de la femineidad piadosa a las mujeres más jóvenes (Tit 2:3-5). Como madres cristianas, no debemos descuidar la inclusión de los fundamentos de la femineidad bíblica en la educación de nuestras hijas. Reflexiona en eso: ¿estoy preparando a mi hija para ser el tipo de mujer que es lo suficientemente fuerte para someterse a su esposo? ¿Lo suficientemente determinada para llevar a cabo la difícil tarea de criar hijos? ¿Lo suficientemente creativa para construir un hogar que sea un invernadero y un faro, cultivando el mensaje del Evangelio y emitiéndolo a un oscuro mundo? ¿Lo suficientemente inteligente como para ver de qué manera estudiar historia, hermenéutica y horticultura puede ser usado en su misión del Evangelio?

Un tipo de mujer diferente

«El hecho de que yo sea mujer no me hace un tipo de cristiana diferente, pero el hecho de ser cristiana sí me hace un tipo de mujer diferente», escribió Elisabeth Elliot una vez. Si queremos criar a nuestras hijas para ser un tipo diferente de mujer (inconformes en un mundo que enloquece insurgentes por causa del Evangelio), debemos asegurarnos de darles entrenamiento estratégico y especializado. Debemos enseñarles tanto la belleza como los fundamentos bíblicos de la femineidad a través de nuestro fiel ejemplo (aunque defectuoso) y nuestra enseñanza misericordiosa. Debemos también arrancar las malezas del feminismo que nuestra cultura siembra y que pueden echar raíz en el corazón de nuestras hijas. Cuando mis hijas aún estaban en los años de preadolescencia, noté que, a pesar de mis mejores esfuerzos por cultivar el corazón y los hábitos de femineidad bíblica, ciertas ideas feministas se habían escabullido en sus pensamientos. Decidí leer junto a ellas el libro de Elisabeth Elliot, Dejadme ser mujer, que ayudó a desmitificar la propaganda feminista y demostró ser una etapa definitoria para aprender a deleitarse en el diseño de Dios para la mujer.

Fiel y llena de fe

Más importante, la maternidad fiel requiere fe. Sembramos semillas en la tierra, pero al principio, no vemos cómo o incluso si están creciendo. Simplemente, las cuidamos, las regamos y repetimos. Las semillas no brotarán si no plantamos. No sobrevivirán si no arrancamos las malezas. No se desarrollarán si no las regamos. Sin embargo, finalmente, tenemos que confiar en que Dios las hará crecer (1Co 3:6). Él promete que recogerá una cosecha si no nos rendimos (Ga 6:9). ¿Cómo evitamos rendirnos? Nos recordamos a nosotras mismas que no importa cuánto empuje y cambie nuestra cultura, la verdad, la relevancia y el poder de la Escritura permanecerán. Dios aún está a cargo. Por las edades él se sienta en el trono. Él gobierna sobre las estaciones, las estrellas y las grandes olas del feminismo (Sal 29:10). Él es el Dios que diariamente nos sostiene a través de cada día malvado (Sal 68:19). Debido al amor constante de Cristo, la madre que siembra con lágrimas cosechará alegría (Sal 126:5).
Carolyn Mahaney © 2018 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso. | Traducción: María José Ojeda
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Que mi hija sea hermosa y fuerte
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Que mi hija sea hermosa y fuerte

Cada otoño sustituyo el follaje en dos jardineras de la entrada de mi casa. El primer paso que realizo es buscar detalladamente mi diseño favorito de jardinera por Internet. Cuando encuentro uno que me gusta, estudio la imagen detenidamente, notando la variedad, el tamaño, el color y la posición de las plantas, de la misma manera que el efecto completo. Luego compro mis plantas y flores e intento arreglarlas de una manera similar. El producto final rara vez se ve tan bien como la imagen (¡a veces ni siquiera se acerca!), pero los maceteros sí se ven mejor que si las hubiese diseñado sin la inspiración de una imagen.

Para guiarnos e inspirarnos en nuestra crianza, Dios nos ha dado misericordiosamente dos vibrantes imágenes de madurez juvenil en el Salmo 144:12:

Sean nuestros hijos en su juventud como plantíos florecientes, y nuestras hijas como columnas de esquinas labradas como las de un palacio.

El salmista representa la hermosa complejidad del diseño de la creación al representar a los hijos como «plantíos florecientes» y a las hijas como «columnas de esquinas labradas como las de un palacio». Juntas, estas dos imágenes distintas revelan un supuesto subyacente: hijos e hijas son diferentes. No todos los hijos son como plantíos o como columnas o lo que sea que sientan ser. Son creados por Dios para ser masculinos o femeninos. Al mirar más detenidamente a la hija de este verso, ¿cómo puede esta imagen de «columnas de esquinas» guiar e inspirar nuestra maternidad con hijas? ¿Qué significa la imagen de una columna? ¿Cómo se ven, en la cotidianidad, los aspectos prácticos de la maternidad: criar una hija femenina como la joven mujer que describe el salmista?

Una imagen de  belleza

Estas no son columnas comunes y corrientes: son columnas de palacio esculpidas de manera elaborada y son una belleza para admirar. En una palabra, hermosas. Podemos buscar replicar esta imagen al criar a nuestras hijas para ser hermosas en carácter y apariencia. Como madres cristianas no debemos oponernos a los deseos de nuestras hijas por la belleza; al contrario, debemos cultivar sus inclinaciones dadas por Dios por hermosearse más a ellas mismas y a todo lo que las rodea. Por supuesto, la verdadera belleza comienza con un espíritu tierno y sereno, con el fuerte carácter de una mujer que confía en Dios y hace el bien (1P 3:3-6; 1Ti 2:9-10). Podemos entrenar a nuestras hijas a hacer el bien. Podemos buscar maneras para que sirvan a sus familias, iglesias y comunidades. Pregúntale a las mamás con hijos pequeños si tu hija puede ser la ayudante de una mamá; pregunta en tu iglesia o en el programa de extensión de tu comunidad si tu hija puede ser voluntaria; o crear oportunidades de «buenas obras» en tu hogar. Al enseñarle a tus hijas a servir a otros también las estamos ayudando a crecer más hermosas. La verdadera belleza podría comenzar con un corazón humilde y piadoso, pero esto también se refleja en una apariencia modesta y bella (1Ti 2:9). En lugar de ajustar a nuestras hijas a un estándar arbitrario de belleza o de nuestras propias preferencias de estilo, queremos cultivar el gusto por belleza de nuestras hijas de una manera que sea consistente con la Palabra de Dios. Esto involucra enseñanza, por supuesto, pero también una ayuda práctica para vestirse de una manera piadosa. No es siempre fácil tener estilo y ser decorosas. Para tangibilizar nuestro problema, a veces mis tres hijas y yo nos íbamos de compras y pasábamos horas para encontrar solo una blusa. Sin embargo, el esfuerzo extra vale la pena para agradar al Señor y servir a otros. Finalmente, queremos animar a nuestras hijas a hermosear sus alrededores. Debemos traspasar cualquier habilidad que tengamos en las artes y en las labores del hogar; y en cualquier área en la que carecemos de talento (como yo en muchas áreas), podemos pedirles a nuestras amigas que sí son talentosas en eso que le enseñen a nuestras hijas. No importa nuestro nivel de habilidades, queremos criar a nuestras hijas para ser hermosas hacedoras de belleza.

Una imagen de apoyo

Estas columnas no son meramente atractivas. Son columnas de esquinas: son vigas de apoyo que soportan la estructura misma del palacio. Le enseñamos a nuestras hijas a ser columnas de esquinas al entrenarlas a cargar con la responsabilidad, a trabajar duro con creatividad e ingenio, a servir sin esperar reconocimiento y a resistir la presión y la persecución en un mundo hostil hacia la feminidad bíblica. Padres bienintencionados podrían intentar quitar los obstáculos y suavizar el camino para cumplir los sueños de sus hijas. Sin embargo, este enfoque a menudo crea mujeres débiles que son incapaces de lidiar con las pesadas responsabilidades de la adultez y de la vida familiar o de resistir las presiones culturales. Como madres cristianas, apuntamos a criar a nuestras hijas como fuertes sustentadoras del hogar, de la iglesia y de la sociedad (que la sostienen y que la mantienen unida). La mujer de Proverbios 31 es una imagen de este tipo de mujer, pero con una visión expandida. Para ser una «columna de esquina» se requiere una gran fuerza de carácter que viene de hábitos de disciplina y determinación, mejor desarrolladas a una temprana edad. Una manera en que podemos criar a nuestras hijas para que sean mujeres esforzadas y sostenedoras es enseñarles a cómo administrar el hogar. Tan pronto como mis hijas cumplieron la edad suficiente, comencé a enseñarles lecciones sobre varios aspectos de los quehaceres domésticos: planificar la comida, la limpieza, las compras, el lavado y el planchado y la organización. Entonces, cuando sentí que estaban listas, las puse a cada una a cargo de administrar nuestra casa por una semana completa. Todas estaban sorprendidas de cuán complicado y agotador puede ser administrar un hogar. Desde entonces, cada una de ellas ha comentado cómo esta semana de prueba las ayudó para prepararse para las frecuentes cargas pesadas de la maternidad y de los quehaceres domésticos. No importa cuáles sean las responsabilidades futuras de nuestras hijas, nuestro último fin es entrenarlas para ser columnas de apoyo (física, intelectual y emocionalmente) en casa y en la iglesia.

Una imagen de unión

Finalmente, las columnas de esquinas son unidoras. No solo hermosean y apoyan, también unen las paredes del palacio. De igual manera, queremos que nuestras hijas unan personas, acercando y manteniendo personas juntas (Ro 12:9-13; Ef 4:3). ¿Qué hace a una mujer joven una buena unidora? Un enfoque externo en sus relaciones con otros. Al contrario de centrarse y encerrarse en sí misma o, al otro extremo, de ser vanidosa y presumida, ella está orientada a amar a los de una manera que los une en Cristo. Ser cálida y amistosa, buena para hacer preguntas y atenta a las necesidades y sentimientos de otros la hace una jovencita que acerca y une a las personas. Una manera en la que podemos ayudar a nuestras hijas a crecer para ser fuertes unidoras es al organizar sus amistades. En lugar de permitirles juntarse con quienes ellas quieran, debemos animarlas a alcanzar al que está solo, a incluir a la chica nueva y a mantenerse cerca de las amigas que las llevan a la piedad. Mis hijas siempre supieron que cada vez que iban a una reunión social, yo iba a enviarlas con recordatorios de «¡servir, alcanzar a otros y hacer buenas preguntas!» y que les iba a preguntar después: «¿con quién conversaron y a quién pudieron servir?». Cuando instruimos a nuestras hijas para resistir la tentación de centrarse en ellas mismas (¡que es tan fuerte en esos primeros años!) podemos ayudarlas a convertirse en columnas de esquinas que unen a las personas y honran a Dios.

Una oración de madre

Criar hijas que se convierten en «columnas de esquinas labradas como la de un palacio» no es solamente difícil, es totalmente imposible en nuestras fuerzas. Podemos sentirnos fácilmente desmoralizadas por esta imagen y sus variadas aplicaciones, pero este versículo es tan animante como lo es desafiante; es una oración para recitar: una oración para nuestro soberano, amoroso y todopoderoso Dios que se deleita en responder las oraciones de una madre. Esta oración debe llenarnos de esperanza y confianza. Dios no solo nos está llamando a criar fielmente a nuestras hijas según su Palabra; él también nos está invitando a llevarle todas nuestras preocupaciones y anhelos de crianza a él. Oremos para que él haga solo lo que él puede hacer; que por el poder del Espíritu Santo él haga que nuestras hijas sean hermosas, mujeres que apoyen, que unan personas para la gloria de Cristo.
Carolyn Mahaney © 2018 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso. | Traducción: María José Ojeda
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Ayudemos a los hombres

La femineidad no es un regalo de bodas; es la forma en que fuimos creadas. Aunque somos iguales a los hombres en valor y dignidad, tenemos, sin embargo, diferentes roles divinamente asignados. Cuando Dios creó a Eva, le asignó, así como a todas las mujeres después de ella, la honorable tarea de ayudar (Gn 1:27; 2:18). Carolyn McCulley explica lo que esto supone para las mujeres solteras:
«La Biblia deja claro, en numerosos pasajes, que como cristianos estamos todos aquí para servir. Sin embargo, en la Escritura encontramos una aplicación específica para las esposas, que consiste en ayudar a sus esposos. Aun antes de contar con el misericordioso don de un marido, hay formas de distinguir los suaves ecos de la 'ayuda idónea' en las vidas de las mujeres solteras».
Cuando consideramos las ventajas de la soltería, ser «ayudante» es una de las que encabeza la lista. ¿Cómo puedes hacer más perceptibles estos «suaves ecos» en tu vida y, más específicamente, en tus relaciones con los hombres? Obviamente este es un tema enorme —demasiado grande como para cubrirlo todo en este pequeño artículo—, pero permíteme hacerte una pequeña sugerencia: puedes ayudar incentivando a los hombres piadosos a liderar. Puedes mostrar tu femineidad dando espacio a que estos hombres practiquen el liderazgo servicial. Ahora bien, esto no significa que debas seguir el liderazgo de todos y cada uno de los hombres. Y, desde luego, nunca debes permitir que un hombre te lleve a pecar o te aleje de las prioridades que Dios tiene para tu vida. Sin embargo, cada vez que puedas, al relacionarte con hombres piadosos en la iglesia y en tu vida, haz lo que puedas para animarlos a tomar la iniciativa. Ciertamente no siempre es sencillo, y no estoy prometiéndote que todos los hombres comenzarán automáticamente a liderar en respuesta a tu motivación. Lo importante es que cultives el hábito de dar espacio al liderazgo de los hombres en tu vida. El Señor ha puesto a ciertos hombres en tu vida —padres, jefes, amigos— y ellos necesitan saber que estarás dispuesta a seguir su liderazgo piadoso en vez de resistirlo. Por ejemplo, si tienes una gran decisión que tomar, busca el consejo de tu padre, de tu pastor o del líder de tu grupo de estudio bíblico. No asumas de manera independiente que te las puedes arreglar sin un liderazgo sabio. En lugar de eso, permite que estos hombres piadosos tengan la oportunidad de liderar. Cuando estés en tu grupo de estudio bíblico o con tus amigos, no seas siempre la que inicie las actividades o planifique los eventos. Carolyn McCulley sugiere que lances tu idea a uno de tus amigos hombres. Pídele que lidere, pero luego ofrece tu ayuda en lo que esté a tu alcance. Y cada vez que veas a un hombre piadoso tomar la iniciativa para liderar una actividad grupal, expresa gratitud y disposición a seguirlo. Aun si no desempeña su liderazgo a la perfección (¡y probablemente no lo hará!), tu aliento lo incitará a cumplir el rol que Dios le ha dado.
Este artículo fue originalmente publicado por Girltalk.
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Aquello que las mujeres quieren y lo que la obediencia obtiene
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Aquello que las mujeres quieren y lo que la obediencia obtiene

Acababa de fijar la velocidad (no muy rápida) y la inclinación (no muy empinada) de la caminadora estática en el gimnasio. Luego me puse mis auriculares para ver televisión por los próximos veinte minutos (no mucho tiempo). El primer segmento del programa de noticias que puse fue presentado de la siguiente forma: «el 69% de todos los divorcios son iniciados por mujeres; esto es así, puesto que las mujeres quieren estar a cargo». En este particular segmento, se estaba presentando al autor de un nuevo libro que aparentemente estaba llamando la atención. No recuerdo el nombre del libro (¡mi comprensión es bastante deficiente cuando trato de mantener el paso en una caminadora estática!) y sólo comprendí de forma vaga que al parecer el autor sugería la idea de que es destructivo para un matrimonio que una esposa trate de estar a cargo de su marido. Sin embargo, la mujer que conducía la entrevista parecía estar demasiado indignada por la posición del autor que apenas le permitía responder una pregunta sin interrumpirlo con sus propios argumentos. Es más, cuando la entrevista terminó, yo estaba más informada respecto a la opinión de la entrevistadora que de la del autor. Aunque nunca pude escuchar lo que el autor en realidad quería decir con «las mujeres quieren estar a cargo» y no sé si sus estadísticas sobre el divorcio eran precisas, sí sé que el hecho de que las mujeres quieran tener el control de sus maridos no es un fenómeno nuevo. De hecho, el origen de este deseo se remonta al comienzo de los tiempos. Una de las consecuencias de la caída para las mujeres, según Génesis 3:16, es que «[su] deseo será para [sus] marido[s]». La forma y el contexto de la palabra deseo en realidad tiene una connotación negativa: un impulso a manipular, a controlar o a tener dominio. Por lo tanto, cada esposa lucha con el deseo de controlar a su marido. ¡Y lo sé, sin duda lo sé! Sólo por medio de la gracia transformadora de Dios podemos batallar contra el pecaminoso deseo de nuestros corazones. Todo esto me hizo pensar sobre cuán poco entiende nuestra cultura la nobleza y la dignidad de los mandamientos de Dios para los hombres y para las mujeres en el matrimonio. Aunque es cierto que Dios llama a las esposas a someterse a sus maridos (¡no a todos los hombres!) como al Señor (Ef 5:22), él también llama a los esposos a amar a sus esposas sacrificialmente como Cristo amó a la iglesia. ¡Ambas cosas son demasiado difíciles de hacer! Fíjense que Dios nunca manda al esposo a someter a su esposa ni tampoco a la esposa a hacer que su esposo la ame sacrificialmente. Estos son mandamientos que cada uno debe obedecer, como al Señor. Lo que Dios manda, él posibilita; lo que él manda, él también bendice. La Biblia no sólo dice «sométanse a sus esposos», punto final; «respeten a sus maridos», punto final; «amen a sus esposos y a sus hijos», punto final. Sino que...
Someternos a nuestros esposos nos hace hermosas (1Pe 3:5). Someternos muestra la belleza de cómo la iglesia se somete a Cristo (Ef 5:22-24). Amar a nuestros maridos e hijos adorna al Evangelio (Ti 2:4, 10). Practicar las virtudes de Proverbios 31 nos da alabanza (Pr 31:28-31). La conducta respetuosa y pura de una esposa puede ganar a los esposos incrédulos para el Señor (1Pe 3:1-2). Dado que el matrimonio y la maternidad implica mucho servicio, nos hará grandes (Mt 20:26).
Cuando luchamos y nos esforzamos por controlar a nuestros maridos, nunca obtendremos lo que queremos. Sin embargo, la Escritura promete que por la gracia de Dios en realidad podemos lograr grandeza, obtener alabanza y ser hermosas por medio de la sumisión y el sacrificio. ¡Bendiciones, sin duda!
Este artículo fue originalmente publicado en GirlTalk | Traducción: María José Ojeda
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El deber de una abuela
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El deber de una abuela

El mes pasado, terminé de educar en casa a dos de mis nietas, quienes comenzarán a asistir a nuevas escuelas para cursar tercer grado. Como me gusta hacer al comienzo de cada cambio de etapa en mi vida, me tomo un tiempo de mucha oración para planear lo que viene. ¿Qué sigue ahora? ¿Cómo puedo servir mejor a mis hijas y a mis nietos este año? Inspirada por dos abuelas piadosas, decidí comenzar con dos de las áreas más importantes de todas: la Escritura y la oración. A veces, complicamos en exceso esto de ser abuelita. Nos preocupa demasiado lo que nuestros nietos piensen de nosotras y cómo podemos hacerlos felices. Luchamos para descubrir cómo llevar a cabo nuestro rol de una manera que no provoque tensión con nuestros hijos. Adoramos a nuestros nietos y, luego, nos preocupa que los mimemos demasiado. Sin embargo, aun cuando las expectativas culturales cambian a lo largo de los años, los ideales bíblicos para una abuela están establecidos y son claros. Además de ser un ejemplo de piedad, no podemos hacer nada mejor que orar por ellos y, a medida que tengamos la oportunidad, fomentar su amor por la Palabra de Dios.

La Escritura

La abuelita Loida, la abuela materna del hijo de Pablo en la fe, Timoteo, le enseñó la Santa Escritura a Timoteo desde que era tan solo un bebé (2Ti 1:5; 2Ti 3:14-15). Loida no le dejó toda la enseñanza y el entrenamiento bíblico a su hija, Eunice. Ella se involucró activamente en la enseñanza de la Escritura de su nieto. Quiero imitar a la abuela Loida y ser una parte activa de la enseñanza de mis doce nietos para que conozcan y amen la Palabra de Dios. Me pregunté a mí misma: ¿cuál sería una forma simple en la que puedo enseñarle la Escritura a mis nietos este verano? Se me ocurrió una idea para fomentar la memorización de la Escritura. Lo llamé «10por$10». Hice una lista de versículos para memorizar y desafíe a cada uno de mis nietos (de los 4 a los 17 años) a memorizar la mayor cantidad de versículos que pudieran. A los nietos mayores, les daría $10 por cada 10 versículos que se memorizaran. A los más pequeñitos, el objetivo es más manejable (4 versículos por $4 y 6 por $6, según la edad). Para que sea posible, el desafío «10por$10» se llevará a cabo desde el 1 de diciembre al 28 de febrero. Mi esperanza es que, para el final del verano, cada uno de mis nietos haya memorizado muchos versículos y así guardarlos en sus corazones para el resto de sus vidas. Sí, me va a costar un poco de dinero, pero no puedo pensar en una mejor inversión que animar a mis nietos a que atesoren la Palabra de Dios. Creo y oro para que a medida que ellos siguen memorizando la Escritura, Dios obre en sus corazones para atraerlos más a su Hijo.

La oración

La abuela Katie, mi abuela paterna, ¡asombrosamente, tuvo cincuenta y seis nietos! Más sorprendente aún es el hecho de que ella oraba por cada uno de nosotros nombre por nombre, todos los días hasta que se fue a casa para estar con el Señor. Ahora que yo soy abuela, trato de seguir su ejemplo. Por supuesto, es más fácil (solo tengo doce nietos, ¡no parece que fueran tantos en comparación con la abuela Katie!). Aun cuando sí oro por cada uno de ellos, nombre por nombre, últimamente, comencé a sentir como si mis oraciones se hubieran transformado en algo muy general. Así que decidí crear un cuaderno de oración en el que podía catalogar peticiones de oración específicas por mis nietos y anotar las respuestas a esas oraciones. No puedo pensar en otra mejor forma para animar a mis hijas que orar por la salvación y el crecimiento espiritual de cada uno de sus hijos. Además, no puedo pensar en otra mejor forma de animar a mis nietos que decirles que su abuelita está llevando sus cargas: al orar por sus ansiedades y sus sufrimientos, por sus pruebas y sus trabajos y por cualquier otra preocupación que sea una carga pesada en el difícil camino a la adultez. Nunca estaré a la altura de la abuela Loida o de la abuela Katie, pero sí quiero seguir sus maravillosos ejemplos. Oro para que, al menos, mis nietos puedan decir que su abuela fue una mujer que les enseñó a amar la Palabra de Dios y que oró por ellos fielmente. Es simple, quizás, pero también es difícil pensar en un mejor legado para dejarles a mis nietos. Oro a Dios para que bendiga mis débiles esfuerzos tal como lo hizo con la abuela Loida y la abuela Katie.
Este artículo fue originalmente publicado por Girltalk en esta dirección.
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Una imagen y una oración

Cada vez que intento decorar una pieza, crear un centro de mesa o poner flores en las macetas de la entrada de la casa, trato de encontrar una imagen que pueda replicar. No soy una de esas mujeres talentosas que pueden inventar un diseño sin ayuda, así que me beneficio grandemente al tener una imagen que puedo copiar. Aunque el producto final rara vez se ve tan bien como la imagen (¡a veces ni siquiera se acerca!), al menos se ve mejor de lo que yo hubiese hecho sin tener una. ¿Sabían que Dios misericordiosamente entrega a mamás (y a papás) una imagen que podemos copiar? En el Salmo 144:12 encontramos una sorprendente imagen que refleja cómo deben ser nuestros hijos a medida que entran a sus primeros años de adultez: «Sean nuestros hijos en su juventud como plantíos florecientes, y nuestras hijas como columnas de esquinas labradas como las de un palacio». Ahora, es cierto que «plantíos» y «columnas» no son las primeras imágenes que se nos vienen a la mente cuando pensamos en una jovencita con sus altibajos emocionales o en un chico que tiene su cuarto cubierto de ropa. Así que miremos detenidamente esta imagen y descubramos lo que podemos aprender. Nuestros hijos. Deben parecerse a un plantío. Éste no está lleno de vástagos ni son plantas que crecen con lentitud. Se trata de una planta que creció completamente y que tiene profundas raíces. Puesto que es una planta resistente, puede aguantar el calor, soportar el frío y tolerar condiciones climáticas difíciles. Ésta es una imagen de fortaleza y resistencia. Nuestros hijos deben crecer anticipada y rápidamente en madurez y ser capaces de enfrentar las tormentas de la vida. En otras palabras, los jóvenes no deben pasar sus años en una adolescencia perpetua, sino que deben crecer completamente en su juventud. ¡Obviamente, un hijo necesita muchísimo a su papá (u otro hombre piadoso, si es que el padre no se involucra en la vida del hijo) para este proyecto! Sin embargo, ¿cómo influye en mi maternidad esta imagen? Primero debemos resistir el deseo de proteger a nuestros hijos cuando ellos necesitan enfrentar sus miedos. Debemos rehusarnos a consentirlos cuando en realidad necesitan ser fuertes. Debemos dejar que tomen tareas difíciles, ellos solos, sin nuestra ayuda o intromisión. En síntesis, no debemos tener miedo de poner a nuestros hijos en situaciones incómodas. Esto no significa que debemos enviarlos a los leones de la cultura, sino más bien debemos entrenarlos a dar pasos de valentía, de coraje y de fuerte resistencia. Nuestras hijas. Ellas deben ser como columnas de esquinas. Una columna de esquina no sólo soporta el peso del palacio, sino que también une las murallas de éste. Lo adorna con hermosura. Ésta es una imagen de fuerza y de belleza. Por lo que en vez de cerrar nuestros ojos y de apretar los dientes hasta que los años de adolescencia se hayan acabado, debemos comenzar a enseñarle a nuestras hijas cómo ser fuertes y hermosas. En primer lugar, nuestras hijas deben tener un carácter fuerte. Deben ser capaces de cargar con responsabilidades y de sobrellevar la presión y la adversidad. No obstante, ellas no se fortalecerán al satisfacer sus deseos egoístas, así que ahora es el tiempo de enseñarles a sacrificarse y a negarse a sí mismas. Nuestras hijas también deben ser fuertes relacionalmente. Como columnas de esquinas, deben conectar personas, reuniendo y manteniendo a otros unidos. Por lo tanto, en vez de darles un reino libre para juntarse con quienes ellas quieran, debemos animarlas a acercarse a aquellos que están solos, lo que incluye a la chica nueva, y a mantenerse cerca de amigas que la animarán en piedad. Por último, necesitamos enseñarles a nuestras hijas el significado de la verdadera belleza: contemplar y reflejar la belleza de Dios. Una columna de esquina no sólo sostiene el edificio, sino que también atrae a otros. Por esta razón, queremos que nuestras hijas sean hermosas de adentro hacia afuera para que así hagan notar la belleza de Dios. Antes de que cualquier mamá se intimide por las expectativas de cumplir con tal imagen, o quizás se desanime porque sus hijos mayores no la reflejan, permítanme llevar su atención a esta maravillosa verdad: esta imagen es más que eso; es una oración. No somos responsables —tampoco capaces— de criar hijos e hijas como éstos con nuestras propias fuerzas. «Si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los que la edifican» (Sal 127:1). Es por esta razón que este versículo es ante todo una petición a Dios para que él forme a nuestros hijos conforme a esta imagen; que haga que nuestros hijos sean personas que marquen una diferencia en el mundo por el nombre del Evangelio. Así como J.C. Ryle le recuerda a los padres sobre la importancia y la efectividad de sus oraciones:
Sin la bendición del Señor, tus mejores esfuerzos no serán de ninguna bendición. Él tiene los corazones de todos los hombres en sus manos. A menos que el toque los corazones de tus hijos por medio de su Espíritu, te agotarás sin propósito. Riega, por lo tanto, con incesante oración la semilla que sembraste en sus mentes. El Señor está mucho más dispuesto a escuchar de lo que nosotros lo estamos a orar; él está mucho más dispuesto a bendecir de lo que nosotros lo estamos para pedirle que nos bendiga; sin embargo, él ama que roguemos por nuestros hijos.
Por lo tanto, mamás, hagamos de esta nuestra oración: «que nuestros hijos sean en su juventud como plantíos florecientes, y nuestras hijas como columnas de esquinas labradas como las de un palacio».
Este recurso fue publicado originalmente en GirlTalk. | Traducido por: María José Ojeda
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Seis maneras en que las mamás pueden mostrar amor a sus hijas
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Seis maneras en que las mamás pueden mostrar amor a sus hijas

El siguiente extracto ha sido traducido a partir del blog publicado originalmente en inglés por Crossway.

Nadie tiene todo resuelto

Aunque la maternidad, como institución, ha existido por milenios, aún no conozco a una madre que realmente piense que ha llegado a dominarla. Todas nos equivocamos en el camino; cometemos los mismos errores, buscando desesperadamente consejos, soluciones y principios sensatos. Hasta que llega el momento en que nuestras hijas se convierten en adolescentes y podemos perder las esperanzas de alguna vez triunfar como madres –para qué hablar de transmitir el lenguaje de la femineidad bíblica–. Sin embargo, si sólo nos valiéramos de la Santa Escritura, encontraríamos la sabiduría y la dirección que buscamos con tanta desesperación. No debemos descuidar la Palabra de Dios mientras buscamos sabiduría falsa en el consejo mundano.

Amor tierno

En Tito 2, encontramos un perla genuina de sabiduría de crianza. Nos dice que “amemos a [nuestros] hijos” (v.4) tiernamente. Pues bien, sé que aman a sus hijas; morirían por ellas y a veces sienten que ya lo han hecho muchas veces. Han sufrido el parto y el alumbramiento o los innumerables obstáculos del proceso de adopción, sólo para despertar un sinfín de veces cada noche para alimentar a sus pequeñas hijas. Cambiaron sus pañales, les enseñaron a usar la bacinica y a vestirse sola; las ayudaron con las tareas de la escuela, les prepararon tres comidas al día, lavaron, plancharon su ropa y condujeron tantas horas, llevando niños de aquí para allá, que ahora sus autos parecen más sus hogares que sus propias casas. Son mamás y las madres somos buenas para amar sacrificialmente. Es un aspecto esencial de la maternidad; sin embargo, el amor del cual nos habla Tito 2 es un amor tierno; es cálido, afectuoso, amoroso para criar. El pasaje habla de gozo y de disfrute en la relación con nuestras hijas. Una prueba simple de la eficacia del amor tierno necesita sólo un momento de introspección. ¿Acaso no respondemos todas mejor a una persona que se ve interesada en nosotras y manifiesta su cariño que a alguien que trata de forzarnos o manipularnos a cumplir sus deseos? Nuestras hijas no son distintas. La disciplina, la corrección y la formación no son efectivas e incluso son perjudiciales cuando el amor tierno no está presente. No obstante, estas mismas técnicas son mucho mejor recibidas si vienen junto a una mano amable y suave. El lema bíblico que dice que debemos tratar a otros como queremos que nos traten a nosotras definitivamente se aplica aquí. ¿No fue acaso un amor tierno el que el Salvador nos mostró cuando nos concedió su salvación? Él nos guía con “lazos de amor” (Os. 11:4), y “no nos ha pagado conforme a nuestras iniquidades” (Sal. 103:10). Por lo tanto, la razón más importante para amar tiernamente a nuestras hijas es porque así les mostramos el amor de Cristo. Existe un sinnúmero de formas de expresar nuestro amor tierno específica, constante, creativa y sinceramente a nuestras hijas. A continuación, simplemente compartiremos seis sugerencias prácticas:
1. Ore
La oración de una madre piadosa “puede lograr mucho” (Stg. 5:16), así que, ¿quién mejor que nosotras para orar por nuestras hijas? Nadie las conoce de la forma en que nosotras las conocemos. Nadie está más familiarizada con las tentaciones y las presiones únicas que ellas enfrentan cada día. Nadie puede orar mejor por ellas o con mayor compasión que nosotras. Debemos comprometernos a amar a nuestras hijas al orar fielmente por ellas. Es más, debemos contarles que lo estamos haciendo. Como Charles Spurgeon dijo una vez, “ningún hombre puede hacerme mayor bien en este mundo que orar por mí”.
2. Tome interés
Descubramos intencionalmente los pasatiempos de nuestras hijas y lo que hacen en su tiempo libre. Entablemos conversaciones con ellas al respecto y aprendamos a compartir junto a ellas con entusiasmo. Incluso podemos ir más allá y unirnos a sus actividades favoritas. Por ejemplo, a mi hija Kristin le apasiona el arte de la cocina. Así que acordé que tomáramos algunas clases de cocina gourmet que ofrecía el municipio. Esto permitió que ambas compartiéramos una experiencia significativa y fue una forma tangible de expresar mi amor tierno por Kristin. “Interesarse” no requiere gastos, pero sí un llamado a tener un corazón amoroso y lleno de entusiasmo por las cosas que sus hijas disfrutan.
3. Escuche atentamente
Oídos atentos suponen un entusiasmo por escuchar todo lo que tenga que ver con los pensamientos, los sentimientos y las vivencias de nuestras hijas. Es más que sólo mantener nuestra boca cerrada; el acto de escuchar significa que debemos tener contacto visual completo y no tener una mirada perdida. No debemos interrumpir, bostezar o responder apresuradamente. Cuando escuchamos cuidadosamente animaremos a nuestras hijas a mostrarnos sus almas y a compartir sus pensamientos más íntimos. Por lo tanto, ¡que nuestras hijas sepan que queremos saber todo lo que quieren contarnos!
4. Aliente, aliente, aliente.
Los Proverbios nos dan suficiente prueba de que las palabras de aliento reaniman el alma de nuestras hijas: “panal de miel son las palabras agradables, dulces al alma y salud para los huesos” (16:24); “la palabra buena lo alegra [o alegra a sus hijas]” (12:25); “la lengua apacible es árbol de vida…” (15:4). Preguntémonos: ¿Las palabras que nuestras hijas escuchan de nosotras, son principalmente de condenación y de corrección o positivas y edificantes? ¿Nuestras palabras les dan vida y las alegran? Aunque la corrección es necesaria en ocasiones, nuestras hijas deben ser recipientes constantes de nuestro incentivo. Este incentivo puede entregarse en muchas formas y por muchas razones. Podemos escribirles una nota, enviarles un correo electrónico, animarlas frente a alguien más o simplemente decirles que las amamos. Podemos resaltar las cualidades de su personalidad y sus talentos únicos que apreciamos. Podemos hacer notar las formas en las que han crecido en su pasión por Dios o en alguna de las virtudes de la femineidad bíblica; podemos recordarles cómo Dios la ha ayudado en momentos de dificultad. Todos éstos son ejemplos de lo que mi esposo llama “evidencias de la gracia de Dios” –maneras en las que Dios actúa en la vida de nuestras hijas–. No debemos dejar pasar un sólo día sin comunicar estos alentadores pensamientos con ellas.
5. Exprese afecto
Debemos colmar de afecto a nuestras hijas desde el momento en que se levantan hasta que se van a dormir. Podemos hacerlo verbalmente al sólo decir “te amo” muchas veces al día. Asimismo, podemos expresar afecto físico por medio de abrazos y besos. En medio de la corrección, debemos reafirmar que las amamos, recordándoles que las disciplinamos por esa razón. No queremos que nunca lleguen a dudar por un sólo momento respecto a nuestro amor por ellas.
6. Construya recuerdos
Una de mis formas favoritas de expresar amor tierno a mis hijas era organizar paseos especiales y buscar formas únicas de construir recuerdos. Hoy tenemos toda una colección de ellos que a menudo volvemos a recordar con cariño y risas. Tanto las actividades planificadas como los momentos espontáneos son potenciales recuerdos si es que ponemos un poco de creatividad. No olvidemos sorprenderla una o dos veces. ¡Todos aman las sorpresas!

Sembrando el evangelio

Estas ideas son sólo muestras de las innumerables formas en las que podemos expresar amor tierno. Por último, este amor hará que nuestra amistad y nuestro hogar sean un lugar seguro para nuestras hijas. Seamos el tipo de madres amorosas y cariñosas con las que nuestras hijas quieren pasar tiempo. El amor tierno esparce las semillas del evangelio en la vida de nuestras hijas con generosidad. Podemos confiar en Dios en que hará que esas semillas se arraiguen y crezcan en un amor maduro por él. Esta publicación es una adaptación del libro de Carolyn Mahaney y Nicole Whitacre  Girl Talk [Charla de mujeres]
Descubre más sobre el libro Girl Talk ingresando aquí. | Traducción: María José Ojeda
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Aspectos esenciales del discipulado de mujeres
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Aspectos esenciales del discipulado de mujeres

¿Cuáles son las necesidades más urgentes de las mujeres cristianas en la actualidad? Creemos que, en la actualidad, la mayor necesidad de las mujeres cristianas es ser mujeres bíblicas. Es por eso que, en un esfuerzo por aconsejarnos oportunamente, debemos comenzar instándonos a no desaprovechar la predicación de nuestros pastores. La predicación del pastor encabeza nuestra lista porque Dios ha designado hombres con dones para «predicar lo que va de acuerdo con la sana doctrina» (Tit 2:1; Hch 2:42 y He 13:7) y entregar su mensaje a su iglesia. Si los predicadores son mensajeros de Dios llamados a traernos su Palabra, más vale que prestemos mucha atención (J.I. Packer). Continuamente debemos, también, animarnos y exhortarnos mutuamente para que «nuestro más grande y primordial interés» sea estar diariamente en la Palabra de Dios (George Müller). Esto nos lleva a nuestra segunda preocupación: que «no se hable mal» de la Palabra de Dios —que no neguemos nuestra doctrina con nuestras vidas, ni abramos la puerta a que el evangelio sea ridiculizado por nuestro comportamiento, ni demos razones para que los enemigos de Cristo hablen mal de nosotros; sino que, como mujeres cristianas, mostremos la belleza y el poder del evangelio (Tito 2:5,8,10)—. ¿Cómo podemos cumplir esta abrumadora tarea? Pablo le dice a Tito:
«Las ancianas (…) deben enseñar lo bueno y aconsejar a las jóvenes a amar a sus esposos y a sus hijos, a ser sensatas y puras, cuidadosas del hogar, bondadosas y sumisas a sus esposos, para que no se hable mal de la palabra de Dios» (Tito 2:3-5).
Esta lista de lo bueno, tal como cualquier otra lista de las Escrituras, no es exhaustiva. El discipulado de las mujeres cristianas incluye más que la enseñanza de Tito 2 —nunca menos—. Lo que aquí tenemos es la pauta explícita de un currículo centrado en el hogar, que debe ser enseñado por las mujeres mayores a las más jóvenes, y que no debemos osar descuidar si queremos permanecer fieles a la Escritura. Las instrucciones de Pablo no limitan ni restringen el discipulado cristiano de mujeres, pero deberían moldear nuestras prioridades. Si nuestro discipulado individual o congregacional ignora o descuida pasajes como Tito 2 —si dejamos (intencional o involuntariamente) la aplicación de la sana doctrina a la vida y hogar de una mujer en el cuarto de las escobas junto con las sillas rotas y los viejos adornos de boda—, entonces debemos reconsiderar si las prioridades de nuestro ministerio están alineadas con las de la Palabra de Dios. ¿Significa esto que la enseñanza de las mujeres no debe salirse de Tito 2 ni de la femineidad bíblica? ¡Claro que no! El discipulado cristiano incluye una variedad de temas que surgen de la Palabra de Dios, y me gozo al ver cómo Dios levanta mujeres piadosas con dones para enseñar a otras mujeres, y en una etapa de la vida que les permite hacerlo sin dejar de ser fieles a las responsabilidades que Dios les dio en el hogar. Pero a medida que moldeamos el ministerio para mujeres y definimos el discipulado en nuestras iglesias locales, una iglesia sana —como la que Pablo describe a Tito— necesita un pastor que predique la sana doctrina y mujeres mayores que enseñen a las jóvenes cómo vivir de acuerdo a ella. El pastor no puede hacer nuestra parte más de lo que nosotras debemos hacer la suya en la conducción de la iglesia. Un pastor debe enseñar la sana doctrina, «todo el consejo de Dios» (Hch 20:27), pero hay muchas lecciones de femineidad piadosa que una mujer debe aprender del ejemplo e instrucción de otra. Por lo tanto, no debemos descartar ni despreciar nuestra tarea. ¿Y qué es lo que ésta involucra? Elisabeth Elliot explica:
Es poco probable que el apóstol Pablo estuviese pensando en clases bíblicas, seminarios o libros cuando habló de enseñar a las mujeres más jóvenes. Él se refería a cosas simples; el ejemplo diario, la disposición a dejar por un momento nuestros propios intereses para orar con la madre ansiosa, recorrer junto a ella el camino de la cruz —con sus tremendas demandas de paciencia, desinterés, y misericordia—, y mostrarle, en la rutina del lunes al sábado, cómo mantener un espíritu sereno… Por medio de un ejemplo así, una joven —soltera o casada, cristiana o no— puede vislumbrar el misterio de la caridad y la gloria de la femineidad.
Enseñar la femineidad bíblica no es superficial ni frívolo. Tito 2 no es un pasaje que te invita a compartir intereses comunes; es «el camino de la cruz». Es un llamado a que las mujeres cristianas ayuden a otras a entrever «el misterio de la caridad y la gloria de la femineidad». Tito 2 llama a las mujeres a una comprensión profunda del evangelio que se manifiesta en un amor genuino y sacrificial por la familia y el hogar; una pureza y un autocontrol contracultural que sólo puede alcanzarse con el poder del Espíritu Santo. Es un estilo de vida que proclama en voz fuerte y gozosa a nuestro mundo agonizante:
En verdad, Dios ha manifestado a toda la humanidad su gracia, la cual trae salvación y nos enseña a rechazar la impiedad y las pasiones mundanas. Así podremos vivir en este mundo con justicia, piedad y dominio propio, mientras aguardamos la bendita esperanza, es decir, la gloriosa venida de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo. Él se entregó por nosotros para rescatarnos de toda maldad y purificar para sí un pueblo elegido, dedicado a hacer el bien (Tito 2:11-14).
Antes de ser congregacional y global, la pregunta «¿qué es lo que más necesitan las mujeres cristianas?» es personal e inmediata. ¿Qué es lo que más necesitamos tú y yo? ¿Qué es lo que más necesita la joven sentada a mi lado en la iglesia? Todas necesitamos a un «Tito», un pastor que nos enseñe lo que va de acuerdo con la sana doctrina; todas necesitamos deleitarnos y meditar en la Palabra de Dios día y noche (Sal 1:2); y todas necesitamos mujeres mayores que nos ayuden a aplicar en nuestra vida diaria la enseñanza centrada en el evangelio —para la gloria de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo—.
Este recurso fue publicado originalmente en GirlTalk.
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La conversación de una madre
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La conversación de una madre

He sido madre de cuatro adolescentes —tres que ya son adultas y un hijo que todavía está en esa etapa—. He tenido cientos (o probablemente miles) de conversaciones con mis hijos. La mayoría de ellas han sido significativas y memorables. Sin embargo, como todos los padres y adolescentes pecadores, también hemos tenido conversaciones difíciles, y con los años (¡espero!) he aprendido mucho de mis errores.

La siguiente es una lista de siete «recordatorios» que me han servido en esas desafiantes conversaciones. No son reglas, sino directrices de la Escritura que me han ayudado al tratar de conducir esas conversaciones en una forma que glorifique a Dios. He incluido citas y versículos claves que han inspirado esos pensamientos. Dependiendo del Espíritu Santo en oración, quisiera animarte a:
1) Comunicarte humildemente con tu adolescente.

«Los adolescentes detectarán rápidamente la sinceridad de la mamá o el papá observando su humildad. Recordemos que somos personas débiles hablando con otras personas débiles que, casualmente, son más jóvenes que nosotros». (Rick Horne)

«Lo que más sirve recordar es que tu adolescente es más parecido que diferente a ti (…). En la vida de mi adolescente hay muy pocas luchas que no reconozco igualmente en mi propio corazón (…). Acércate [a la conversación] como alguien que también peca». (Paul David Tripp) Pues todos han pecado y están privados de la gloria de Dios. (Romanos 3:23)
2) Posterga la conversación si estás enojado(a).

Eviten toda conversación obscena. Por el contrario, que sus palabras contribuyan a la necesaria edificación y sean de bendición para quienes escuchan. (Efesios 4:29) 

Y un siervo del Señor no debe andar peleando; más bien, debe ser amable con todos, capaz de enseñar y no propenso a irritarse. Así, humildemente, debe corregir a los adversarios, con la esperanza de que Dios les conceda el arrepentimiento para conocer la verdad, de modo que se despierten y escapen de la trampa en que el diablo los tiene cautivos, sumisos a su voluntad. (2 Timoteo 2:24–26)  Mis queridos hermanos, tengan presente esto: Todos deben estar listos para escuchar, y ser lentos para hablar y para enojarse; pues la ira humana no produce la vida justa que Dios quiere. (Santiago 1:19–20)
3) Posterga la conversación si tu adolescente está enojado(a).

«Hay ocasiones en que puede ser muy dañino insistir con los preceptos religiosos. Tu hijo está enojado. La irritación pecaminosa de su mente queda en evidencia por el rubor de sus mejillas y la violencia de sus gestos. ¿Vendrá ahora la madre para hablar con él sobre la maldad de sus sentimientos y el disgusto de Dios? ¡No! Estaría fuera de lugar». (John S.C. Abbott)

Iniciar una pelea es romper una represa; vale más retirarse que comenzarla. (Proverbios 17:14)
4) No alargues la conversación.

«Evita sostener conversaciones largas y tediosas sobre temas religiosos. La mente de un chico no puede fijarse durante mucho tiempo en un solo asunto sin agotarse. Cada palabra pronunciada cuando ya es evidente que está cansado será más dañina que benéfica». (John S.C. Abbott)

«Escucha, no le des un sermón. Habitualmente, en unos 2 minutos y medio puedes decir todo lo necesario antes de comenzar a repetirte». (Kenneth Maresco) El que mucho habla, mucho yerra; el que es sabio refrena su lengua. (Proverbios 10:19)
5) Corrige sólo lo que debes; pasa por alto lo que puedas.

Muchas cosas me quedan aún por decirles, que por ahora no podrían soportar. (Juan 16:12)

El buen juicio hace al hombre paciente; su gloria es pasar por alto la ofensa. (Proverbios 19:11)
6) Reconoce tu propio pecado.

«Aun si tienes el 10% de la culpa en un conflicto dado, las palabras de Jesús en Mateo 7 [3-5] se te aplican tanto como si hubieses tenido el 90% de la culpa. Debes reconocer el 100% de tu 10%. Lo que Jesús está enseñando es que, en cualquier conflicto, lo primero y más importante que debes reconocer es la forma en que tu propia ceguera y pecado contribuyeron al problema». (Rick Horne)

¿Por qué te fijas en la astilla que tiene tu hermano en el ojo, y no le das importancia a la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: «Déjame sacarte la astilla del ojo», cuando ahí tienes una viga en el tuyo? ¡Hipócrita!, saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás con claridad para sacar la astilla del ojo de tu hermano. (Mateo 7:3–5)
7) No dejes que la conversación termine sin haber animado a tu adolescente.

Más bien, mientras dure ese «hoy», anímense unos a otros cada día, para que ninguno de ustedes se endurezca por el engaño del pecado. (Hebreos 3:13)

Panal de miel son las palabras amables: endulzan la vida y dan salud al cuerpo. (Proverbios 16:24) La angustia abate el corazón del hombre, pero una palabra amable lo alegra. (Proverbios 12:25)
Este artículo fue originalmente publicado por Girltalk. | Traducción: Cristian Morán
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“No puedo confiar en mi esposo cuando me dice lo hermosa que soy”
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“No puedo confiar en mi esposo cuando me dice lo hermosa que soy”

En cierta ocasión, después de haber compartido sobre la verdadera belleza en un grupo de mujeres, una de ellas se aproxima a mí para decirme: “Todo lo que dijiste acerca de la perspectiva de Dios sobre la belleza es muy bueno y creo que es verdad; sin embargo, la realidad es que ese no es el mensaje que mi esposo recibe de parte de nuestra cultura”. Ella estaba preocupada, pues a medida que envejece, su belleza física se desvanece. Le preocupaba que su esposo, como cualquier otro hombre de nuestra sociedad, fuera constantemente bombardeado con imágenes en las que se idealizan la juventud y la belleza física.

Además, su marido no estaba en la reunión de mujeres para escuchar sobre la belleza bíblica. Esto no quiere decir que él le haya dado una razón específica para que se preocupe; ella sólo evaluó la situación y pensó que era una razón suficiente para inquietarse. Nuestra cultura lleva injustamente a las mujeres hacia un estándar ideal de belleza física. Esto podría generar ansiedad al buscar formas de mantener el amor y la atracción de nuestros maridos por nosotras, puesto que se trata de un tipo de belleza que la mayoría de nosotras jamás podrá alcanzar —y definitivamente ninguna será capaz de mantener—. A medida que hablo con mujeres sobre la belleza, frecuentemente escucho sobre esta preocupación. Ellas se preguntan si es que aún son tan hermosas para sus esposos mientras sus cuerpos cambian después de haber dado a luz y de comenzar a envejecer.

Esto le molesta mucho a mi esposo 

Algunas mujeres siguen preocupándose incluso de si sus esposos intentan tranquilizarlas:

“Tengo problemas para aceptar que mi esposo me encuentra tan hermosa como él dice”, admite Stephanie. Este miedo, junto con negarnos a creerles a nuestros esposos cuando nos dicen que somos hermosas, puede provocar una tensión en el matrimonio. “Todo el tiempo lucho con el temor a engordar. Esto es algo que le molesta mucho a mi esposo”, escribe Briana. Jen dice lo mismo: “No entiendo por qué no puedo creerle a mi marido cuando me dice lo hermosa que soy. Cuando le respondo ‘bueno, eso es algo que se supone que debes decirme’, le molesta mucho”. Amigas, si existe algo que frustra a un hombre es una esposa que no le cree en esta área. A los hombres no les gusta sentir que lo que dicen o hacen nunca es suficiente para convencernos de que aprecian nuestra belleza. Perjudicamos nuestro matrimonio cuando juzgamos a nuestros esposos al no creer que lo que dicen es sincero y cierto. No obstante, ¿cómo lidiamos con este temor que atormenta a tantas de nosotras?

La cura para todos nuestros temores

Tenemos que confiar en Dios en esta área por nuestros esposos.

Dios une a un hombre y a una mujer en matrimonio. Él pone amor por nosotras en los corazones de nuestros esposos; él tiene un buen plan para nuestros matrimonios. Esto no quiere decir que no enfrentaremos desafíos, incluso algunos muy dolorosos. Sin embargo, no importa por qué pruebas pasemos en nuestros matrimonios, Dios obrará por medio de ellos para nuestro bien y para su gloria (Ro 8:28). Dios no toma una actitud distante de nuestros matrimonios. Él no lo comenzó para luego dejarlos a ustedes correr solos. Él es una “ayuda muy presente” en los problemas (Sal 46:1): presente para cuidarnos, fortalecernos y consolarnos, sin importar si nuestras dificultades son grandes o pequeñas. La confianza en la relación personal que Dios tiene con nosotras y en su buen cuidado nos libra del temor. Nuestra esperanza no se encuentra en nuestros esposos ni en nuestra belleza, sino que en el carácter de Dios, la fidelidad de su amor y la garantía de sus propósitos.

Cómo ser más hermosa

Aquí es donde se vuelve maravilloso: mientras más confiamos en Dios, nos hacemos más atractivas. Un espíritu calmo y apacible adorna a toda una mujer, haciéndola hermosa de dentro hacia fuera. Su falta de ansiedad, de aflicción y de necesidad; su confianza despreocupada en la bondad de Dios la hace más hermosa a medida que pasan los años.

Esta belleza es tan profunda que incluso puede traer a esposos no cristianos al evangelio; pueden “ser ganados sin palabra alguna” por la belleza del carácter piadoso de su esposa (1 Pedro 3:1-2).
Este recurso fue publicado originalmente en GirlTalk. | Traducción:María José Ojeda
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Esos momentos en los que tu vida parece una sala de espera
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Esos momentos en los que tu vida parece una sala de espera

¿Cuál es tu motivación para vivir?

“En una encuesta hecha recientemente . . . un 94% respondió que estaban esperando que algo ocurriera. Había varias cosas que la gente estaba esperando: esperaban casarse, esperaban conseguir un buen trabajo, esperaban tener un nuevo trabajo, esperaban tener hijos, esperaban que sus hijos crecieran, etc. Sin embargo, la respuesta predominante fue que las personas vivían esperando que algo más sucediera”. —William Barcley

Ese “algo más” es esa cosa, sea cual sea, en la que estamos pensando en este momento. Esperar que eso suceda parece un cautiverio: nos esforzamos lo más que podemos para escapar, damos golpecitos en la pared, esperando encontrar una grieta oculta o una puerta secreta para poder salir. Finalmente, nos sentamos, miramos al cielo y preguntamos: ¿Por qué? ¿Cuánto más? ¿Por qué pareciera que la vida que quiero nunca llega? A estas alturas, sabemos que probablemente no obtendremos las respuestas que buscamos. Sin embargo, eso no quiere decir que no recibiremos respuesta alguna. Como J.I. Packer explica:
“Si se preguntan ‘¿por qué esto o esto otro aún no sucede?’ no obtendrán ninguna respuesta, porque ‘las cosas secretas le pertenecen al Señor nuestro Dios…’ (Deuteronomio 29:29); pero si se preguntan ‘¿cómo voy a servir y glorificar a Dios aquí y ahora en el lugar en el que me encuentro?’ siempre tendrán una respuesta”. Tus oídos oirán detrás de ti estas palabras: ‘Este es el camino, anden en él’, ya sea que vayan a la derecha o la izquierda”. (Isaías 30:21)
Como alguien dijo una vez, “los cristianos pueden caminar en oscuridad, pero jamás como errantes”. El autor de Eclesiastés es la voz del Señor que va detrás de nosotros diciendo, “Sé que no hay nada mejor para [ustedes] que regocijarse y hacer el bien en su vida” (Eclesiastés 3:12). No vivan como el 94%, esperando que algo ocurra; hagan el bien ahora. “A pesar de que hay muchas cosas que no podemos saber”, admite Zach Eswine, “el autor de Eclesiastés nos dice que la forma de avanzar en esos momentos no se encuentra en practicar lo que no sabemos, sino en permanecer fieles a lo que sí sabemos”. Aunque parezca extraño e inesperado, la forma de callar las preguntas que nos hacemos, y hallar contentamiento y propósito en la espera, es “haciendo el bien”:
“El contentamiento llega al hacer el trabajo que nos tocó a cada uno . . . la pregunta que el cristiano con contentamiento hace es, ¿cuál es mi deber en mi situación actual? Llevar a cabo esa obligación es vital tanto para la fe como para el contentamiento del cristiano. Quizás no estamos donde quisiéramos y no hay nada pecaminoso en desear que la situación cambie ni en orar para que eso suceda. Sin embargo, debemos buscar cómo podemos servir a Cristo en el lugar en el que nos encontramos”. —William Barcley
Servir a Cristo “donde estamos” no es un premio de consuelo; más bien, es el secreto para el contentamiento en medio de la espera. Es la llave que abre el cerrojo de la celda de la infelicidad; es nuestra linterna en la neblina de situaciones confusas. Si hacemos el bien, aquí y ahora mismo, mientras esperamos, despertaremos un día y descubriremos que, más que seguir esperando, estamos viviendo.

Sé un hacedor de buenas obras

Hacer el bien no es muy popular en estos momentos. A decir verdad, el concepto de “hacedor de buenas obras” puede llegar a ser peyorativo en algunas culturas. Se puede entender como “una persona cuyos deseos y esfuerzos para ayudar a otros son vistos como algo incorrecto, molesto, inútil, etc.” ¡Ay! Incluso en grupos cristianos reformados, en ciertas ocasiones, hemos hablado de la gracia como la cura para la dañina presión de hacer el bien. Tristemente, para muchas mujeres en la actualidad, esta perspectiva no bíblica vacía la vida cristiana y reduce la completa y hermosa influencia de la gracia. El autor de Eclesiastés quiere cambiar todo eso. ¿Hacer el bien? “No hay nada mejor”: “Sé que no hay nada mejor para ellos que regocijarse y hacer el bien en su vida; además, sé que todo hombre que coma y beba y vea lo bueno en todo su trabajo, que eso es don de Dios”. (Eclesiastés 3:12-13) Fíjate en las alegres palabras que usa el autor de Eclesiastés. Hacer el bien es un “don de Dios”. Nosotros debemos “ve[r] lo bueno en todo [nuestro] trabajo”, pues “no hay nada mejor” que “hacer el bien en [la] vida”. ¿Se dieron cuenta? Hacer el bien es algo bueno; es un regalo de gracia. “Porque la gracia de Dios se ha manifestado, trayendo salvación a todos los hombres . . . [para] purificar para Sí un pueblo para posesión Suya, celoso de buenas obras”. (Tito 2:11, 14) La gracia que se nos entrega por medio del evangelio de Jesucristo no nos libra de hacer el bien; al contrario, nos libera y empodera para hacer el bien. El “don de Dios” para el hombre es la entereza, el deseo y la determinación para hacer buenas obras mientras vivamos —no con el fin de obtener la salvación, sino que en respuesta a la gracia de Dios—. “El evangelio genera en nosotros un amor por Dios que nos lleva a hacer buenas obras que son de servicio a otros y agradan a Dios”, explica Matt Perman. “Aceptar la verdad de que Dios nos acepta independientemente de nuestras buenas obras es exactamente lo que nos lleva a realizarlas con excelencia”.

“Darnos cuenta de que somos entera y completamente aceptados por Dios independientemente de nuestras obras y por medio de la fe en Cristo nos lleva a tener una gran y radical disposición a hacer el bien, porque eso también provoca en nosotros un gran amor y gozo en Dios. Como Jesús dijo, “…a quien poco se le perdona, poco ama”. (Lucas 7:47), mientras que a quien se le perdona más, ama más (Lucas 7:41-43).” —Matt Perman

No existe un tira y afloja entre la gracia y las buenas obras, pues la gracia nos lleva a hacer buenas obras. “Cuanto más alguien estime como pérdida su propia justicia y se aferre por fe a la justicia de Cristo, más será motivado a vivir y trabajar para él” escribe Jerry Bridges. No importa “el tiempo” o la época en la que se encuentren en la vida, hacer el bien es la respuesta a la gracia que Cristo nos entrega.

El bien que debemos hacer

El bien que debemos hacer es el que Dios nos ha enviado a hacer. “Porque somos hechura Suya, creados en Cristo Jesús para hacer buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas” (Efesios 2:10). El Creador de las galaxias y de las profundidades del océano también nos ha diseñado y nos ha creado a cada uno de nosotros individualmente, nos ha llamado por nuestro nombre, nos ha redimido de nuestros pecados, para después prepararnos personalmente para las buenas obras que él ha dispuesto para cada uno de nosotros. Las Escrituras nos dicen que debemos dedicarnos a las buenas obras (1 Timoteo  5:10), ser celosos de buenas obras (Tito 2:14), tener testimonio de buenas obras (1 Timoteo 5:10), vestirnos con buenas obras (1 Timoteo 2:9-10) y estimularnos unos a otros a las buenas obras (Hebreos 10:24). La Biblia se entusiasma con las buenas obras, ¿no creen? La vida en Cristo es como un largo y feliz día de trabajo —con Dios repartiendo nuestras obligaciones—. Él ha distribuido nuestros deberes a lo largo de las cartas del Nuevo Testamento. A continuación, se mencionan algunos: · Instruyan a los niños. · Practiquen la hospitalidad. · Contribuyan para las necesidades de los santos. · Dedíquense a la oración. · Enseñen lo bueno. · Amen a sus maridos. · Amen a sus hijos. · Sean hacendosas en el hogar. · Sean amables. · Amen con honra. · Sean afectuosos unos con otros. · Sirvan a los santos. · Ayuden a los afligidos. (Romanos 12:10-13; 1 Timoteo 5:10; Tito 2:3-5) Llevar a niños de otras personas junto con los tuyos a la escuela, invitar a una familia a almorzar después de la iglesia, llevar a un amigo al doctor, lavar las sábanas de tu cama, desmalezar el jardín, orar por miembros de la iglesia, saludar a nuestro esposo con un beso y una sonrisa. Todas estas cosas y muchas otras son las buenas obras que Dios nos ha mandado a hacer. “Sin embargo”, nos preguntamos al ver la larga lista de deberes que hay las Escrituras, “¿cómo es posible que yo pueda hacer todas estas cosas?” Antes de que alguien entre en pánico, permítanme tranquilizarlos: las buenas obras motivadas por la gracia no son abrumadoras. Dios no nos ha llamado a llevar a cabo todas las buenas obras que se mencionan. Él ha preparado individualmente algunas de ellas para que cada uno de nosotros las realice. Las buenas obras no son un decatlón (cuatro carreras, tres saltos y tres lanzamientos); al contrario, son una caminata. Es un camino de contentamiento muy simple, sin comparación y un don de Dios.

El glamour de las buenas obras

Como nuestras tareas diarias, nuestra lista de buenas obras está llena de trabajo doméstico y manual. No obstante, las realizamos en la alegre compañía de otros cristianos, gracias a Jesucristo. Lo que les da glamour a las buenas obras es el Dios por quien las hacemos. ¡Fuimos “creados en Cristo Jesús para hacer buenas obras”! Somos “hechura suya”, por lo que podemos servirlo. Por lo tanto, tazones de cereales llenos hasta la mitad, bandejas de entradas llenas de correos electrónicos y listas de quehaceres como las que hemos descrito brillan de gloria cuando las recibimos como un regalo de Dios. Si hacer el bien parece estar bajo nuestro nivel, hemos fallado en entender que es, en la práctica, mucho más de lo que merecemos. Por gracia, los pecadores rebeldes hemos sido perdonados y llamados a servir al Salvador del mundo. Jesús mismo nos entrega nuestras tareas directamente; estamos a su servicio. ¿Cómo no “regocijarnos en nuestro trabajo” sabiendo a quién servimos? “¿Nos pide Dios que hagamos algo que no podemos hacer?” se pregunta Elisabeth Elliot. “Esta pregunta nunca nos volverá a molestar si es que tomamos en cuenta que el Señor del cielo toma una toalla y lava nuestros pies”.
“Dios ha dispuesto deberes para cada uno de nosotros. Para la mayoría de los seres humanos, durante la mayor parte de la historia, han habido pocas opciones disponibles. Tendemos a olvidar esto en una época en que las opciones parecen ilimitadas y en que “lo que uno hace” suele relacionarse específicamente con su capacidad de ganar dinero. Los deberes, sin embargo, incluyen lo que sea que debamos hacer por otros —hacer la cama, llevar a alguien a la iglesia, cortar el pasto, limpiar el garaje, pintar una casa—. A menudo, es posible “evitar” hacer obras como éstas, pues nadie nos está pagando. Simplemente, éstas deben hacerse, y si no las hacemos nosotros, nadie más las hará. No obstante, la naturaleza de las obras cambia cuando vemos que es Dios quien las establece para nosotros, ya que es un servicio para él. Cuando lo veamos, tal vez algunos le preguntemos, “Señor, ¿cuándo corté TU pasto? ¿Cuándo planché TU ropa?” Él responderá,  ‘…en cuanto lo hicieron a uno de estos hermanos míos, aun a los más pequeños, a mí me lo hicieron’”. —Elisabeth Elliot
El propósito de las buenas obras es apuntar al Salvador: “Así brille la luz de ustedes delante de los hombres, para que vean sus buenas acciones y glorifiquen a su Padre que está en los cielos” (Mateo 5:16). Lo curioso es que la vida no se siente tanto como una sala de espera cuando estás haciendo lo bueno para Cristo.

Lo que hay que hacer en este preciso momento

Cuando preguntamos: “¿qué debo hacer con mi vida?” siempre habrá una respuesta. Generalmente, la tenemos frente a nosotros: haz la próxima buena obra, luego, haz la siguiente y así sucesivamente y encontrarás la respuesta a tu pregunta. “Cuando lo desconocido se mofe de tu mente en la época en la cual te encuentres”, sugiere Zach Eswine, “entrégate, allí donde estés, a lo que venga a continuación. El camino para avanzar suele más frecuentemente hallarse donde estamos”.
“Algunos de nosotros nos preguntamos cuál es la voluntad de Dios para nuestras vidas. Dentro de todas las cosas que no sabemos, debemos comenzar con las que sí sabemos . . . Cuando se trata de cuidar lo nuestro, nuestro cónyuge y familia, nuestro trabajo, nuestra comida y nuestra casa, Dios ya nos ha dicho que aprueba este uso del tiempo”. —Zack Eswine.
“Hacer el bien” es la verdadera meta de un cristiano. Sin importar dónde estemos, cuán confuso sea el panorama, cuán inseguros estemos de lo que debemos hacer a continuación o del lugar al cual debemos ir, podemos fijar nuestro norte en “hacer el bien” e ir confiadamente en esa dirección. Dios lo aprueba.

“Los estudiantes a menudo me preguntan cómo saber cuál es la voluntad de Dios. Les digo que para ellos es estudiar. Por supuesto que eso no es lo que quieren escuchar, pero ciertamente es una parte importante de la voluntad de Dios para ellos. No deben faltar a clases, plagiar en sus ensayos, copiar en los exámenes, tratar al profesor irrespetuosamente o evitar los deberes que tiene con su compañero de pieza”. —Elisabeth Elliot.


Los estudiantes deben estudiar; las madres, criar; los trabajadores, trabajar. Si eres una madre con niños pequeños en casa, tus obligaciones están frente a ti. Por supuesto, estos deberes son agotadores, pero no son complicados: ama, sirve, sacrifica, disciplina, limpia, instruye, sonríe, abraza. O si tu deber es trabajar afuera, entonces ve. Hazlo cortésmente, trabaja diligentemente y habla con gentileza. Ama a tu prójimo, da gracias en todo momento, haz el bien, y sé alegre. Es así de simple. Aquí está la cura para la inquietud, para el descontento de nuestros corazones y de nuestra época. Las buenas obras no están lejos de ti sino justo frente a tus ojos. “Cada deber es mesurado”, escribe Elisabeth Elliot. “Al aceptar la porción que se me entrega, las otras se anulan. Las decisiones se tornan más fáciles, las instrucciones se clarifican y, por lo tanto, mi corazón queda indescriptiblemente más tranquilo” —y, si puedo agregar, más feliz—. De hecho, en cierta forma, “regocijarse y hacer el bien” funciona al revés, puesto que hacer el bien es regocijante. No felices por nuestra propia bondad, sino que gozosos en servir a nuestro buen Dios. Cuando nos regocijamos, ya no estamos esperando más, estamos viviendo.

 Este recurso fue publicado originalmente en GirlTalk. | Traducción: María José Ojeda
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Cómo enfrentar la ruptura de una amistad
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Cómo enfrentar la ruptura de una amistad

(Este artículo es una respuesta a la solicitud planteada a la autora en el primer párrafo)

Te agradecería que hablaras de la forma en que debemos responder emocionalmente cuando somos heridos por otros cristianos y, en particular, cuando no ha habido una reconciliación. Pocas cosas sacan a la luz tanto dolor emocional y confusión como la ruptura de nuestras relaciones con otros cristianos. En un lenguaje poético y evocador, el salmista describe la intensa naturaleza de este dolor: «Si un enemigo me insultara, yo lo podría soportar; si un adversario me humillara, de él me podría yo esconder. Pero lo has hecho tú, un hombre como yo, mi compañero, mi mejor amigo, a quien me unía una bella amistad, con quien convivía en la casa de Dios». (Salmo 55:12-14) David escribe: No es «un enemigo» el que me causa dolor. Sé lo que debo hacer con él. Puedo hacerme cargo de sus ataques sin problema. «Me podría yo esconder». «Lo podría soportar». Para nosotros, lo más doloroso no son las palabras ni las acciones de los enemigos de la fe cristiana —esos que insultan a los creyentes en todo lugar—. «Pero lo has hecho tú», dice David. Mi compañero. Mi mejor amigo. Aquel a quien me unía una bella amistad. El que adoraba junto conmigo. Es tu traición la que más me duele. Son los amigos a quienes dimos la bienvenida en nuestros hogares y en nuestras vidas, aquellos a quienes confesamos nuestros pecados, aquellos con los cuales adoramos y a cuyo lado compartimos el evangelio. Estas relaciones rotas duelen en proporción directa a lo dulces que alguna vez fueron. En otras palabras, prefiero un enemigo despiadado (cuando sea) que un amigo falso. Muchos de ustedes conocen el dolor de una relación rota: —Has vivido la división de una iglesia y perdido la mitad de tus amigos. —Un amigo cercano te ha rechazado a ti y a la fe cristiana. —Tu antiguo amigo aún se sienta en el mismo banco de la iglesia pero se niega a hablarte. —Has tenido que dejar una iglesia debido a las calumnias o la persecución que has sufrido por parte de otros miembros de la iglesia. ¿Cómo podemos manejar los afilados bordes de las relaciones no restauradas? ¿Cómo podemos procesar el dolor, la culpa, los remordimientos, la pena, la ansiedad, la confusión, y aun la pérdida de fe? Antes de hacer cualquier otra cosa, debemos llevarle nuestro dolor a Dios. La respuesta se halla justo aquí, en el Salmo 55. El salmista grita el insoportable dolor que siente por esta relación rota, y luego se vuelve a Dios. «Pero yo clamaré a Dios, y el Señor me salvará». (v. 16) No debemos permitir que nuestra desilusión por las acciones de otro cristiano nos aparte de Dios. En lugar de eso, en nuestro dolor, debemos regresar a Cristo. Porque nunca fuimos llamados a poner nuestra fe en otros cristianos. No son otros cristianos los que nos salvan. Es Dios quien nos ha rescatado del poder del pecado y del infierno, y sólo Él puede salvarnos del dolor de estas relaciones rotas. Debemos llamar a Dios. Debemos derramarle nuestro corazón. Debemos pedirle que tenga misericordia de esta relación. Debemos orar pidiendo perdón por nuestro propio pecado y un espíritu de perdón hacia los demás. Debemos llevar ante el Dios Salvador nuestras preguntas, nuestra confusión, nuestro dolor, nuestra culpa y nuestra indecisión sobre lo que debemos hacer a continuación. ¿Quién, al fin y al cabo, conoce más íntimamente el dolor causado por los falsos amigos que nuestro Salvador Jesucristo? ¿Quién conoce el rechazo de la humanidad pecadora a la cual ha creado y bendecido? Cuando sentimos rechazo y dolor, debemos recordar que nosotros lo rechazamos primero a Él. Sin embargo, Él nos ha reconciliado consigo mismo. Él es el gran reconciliador. Y Él es, también, el gran consolador. Y no eres el primer creyente que Él ha consolado en esta situación. Deja que las siguientes palabras de Charles Spurgeon alienten tu alma: ¿Te ha tocado a ti, mi hermano, ser abandonado por amigos? … ¿Ha llegado ahora el punto en que has sido olvidado como un hombre muerto? En tus más grandes pruebas, ¿descubres a tus peores amigos? ¿Han dormido en Jesús aquellos que alguna vez te amaron y respetaron? ¿Han otros resultado ser hipócritas y falsos? ¿Qué debes hacer ahora? Debes recordar este caso del apóstol [2 Ti 4:16-17]; se encuentra aquí para tu consuelo. Él tuvo que pasar por aguas tan profundas como cualquiera de las que tú eres llamado a vadear, y sin embargo, recuérdalo diciendo: «Pero el Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas». Así que ahora, cuando el hombre te abandone, Dios será tu amigo. Este Dios es nuestro Dios por siempre jamás —no sólo en los días soleados, sino por siempre jamás—. Este Dios es nuestro Dios tanto en las noches oscuras como en los días luminosos. Ve a Él y expón tu queja delante de Él. No lo hagas en voz baja. Si Pablo tuvo que sufrir el abandono, no debes esperar un mejor trato. Que tu fe no te falle como si te hubiese sucedido algo nuevo; esto es común a los creyentes. David tuvo su Ajitofel, Cristo su Judas, y Pablo su Demas: ¿habrías de esperar que te fuera mejor que a ellos? Ten valor, y espera en el Señor, porque Él fortalecerá tu corazón. «Pon tu esperanza en el Señor». «Cuando el hombre te abandone, Dios será tu amigo». Y no hay un amigo más grande ni más verdadero que podamos pedir. Por lo tanto, en el dolor de las relaciones rotas, busca a Dios.
Este recurso fue publicado originalmente en GirlTalk.
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Cuando esas antiguas amistades nos defraudan
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Cuando esas antiguas amistades nos defraudan

Cuando una relación entre cristianos se rompe, deja tras sí toda clase de dolor y desencanto. Sin embargo, como lo hemos dicho en otra oportunidad, el carácter y la cercanía de Dios nos consuelan en el dolor de las relaciones no restauradas. Dios, también, nos guía en forma clara al atravesar las confusas emociones y duras realidades de una amistad que se ha roto. En primer lugar, la Escritura explica lo que se nos pide cuando alguien peca contra nosotros. John Piper amplía la forma en que Thomas Watson define el perdón, incluyendo:
Resistirse a cobrar venganza
«Amados, nunca os venguéis vosotros mismos, sino dad lugar a la ira de Dios, porque escrito está: 'Mía es la venganza, yo pagaré', dice el Señor». (Romanos 12:19) 
No responder a un mal con otro
«Mirad que ninguno devuelva a otro mal por mal». (1 Tesalonicenses 5:15) 
Desear el bien
«Bendecid a los que os maldicen». (Lucas 6:28) 
Lamentar sus calamidades
«No te regocijes cuando caiga tu enemigo, y no se alegre tu corazón cuando tropiece». (Proverbios 24:17) 
Orar por su bienestar
«Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen». (Mateo 5:44) 
Buscar la relación hasta donde sea posible
«Si es posible, en cuanto de vosotros dependa, estad en paz con todos los hombres». (Romanos 12:18) 
Acudir en su ayuda cuando se encuentre afligido
«Si encuentras extraviado el buey de tu enemigo o su asno, ciertamente se lo devolverás». (Éxodo 23:4)  Hazte la siguiente pregunta: ¿Representan estos versículos mi disposición y mi forma de actuar hacia quienes me han ofendido? Si es así, podrás atravesar incluso la más dolorosa y turbulenta situación con una conciencia limpia. No obstante, si somos reticentes o vacilantes en tratar como Dios nos manda a quienes nos han herido, debemos pedirle ayuda para arrepentirnos de cualquier amargura que pudiese quedar en nuestros corazones. La oración hace toda la diferencia en esto. Es muy difícil —o en realidad imposible— orar por alguien y al mismo tiempo seguir amargándose. Lo uno no deja espacio para lo otro. No es fácil amar a quienes nos han rechazado o traicionado, y especialmente cuando solíamos sentirnos cercanos a ellos y les teníamos confianza. Podemos sentirnos fuertemente tentados a acumular resentimiento, tomar represalias o alegrarnos secretamente de que sufran. La verdad puede salir a la luz en más tiempo del que esperamos, pero somos llamados a obedecer. Es así de simple. Después de todo, estamos siguiendo a nuestro Salvador, que nos convirtió a nosotros, sus enemigos, en amigos suyos. Aquel que nos llama a hacer el bien a quienes nos odian nos amó primero —aun cuando nosotros le rechazábamos—. Aquel que dice «Yo pagaré» canceló las consecuencias de nuestro pecado (y el pecado de nuestros amigos cristianos que nos traicionan). Aquel que nos dice que bendigamos a los que nos maldicen se hizo maldición por nosotros. Aquel que nos insta a «estar en paz con todos los hombres» ha hecho la paz con Dios en nuestro favor. ¿Cómo podemos mirar a nuestro Salvador a los ojos y seguir arrastrando amargura? Perdonar es ser libre. Libre de los pecados de la ira y el resentimiento que deshonran a nuestro Salvador y nos hacen miserables. Es ser libre para amar a esos amigos que siguen siendo fieles, para disfrutar de las muchas bendiciones que Dios nos ha dado y para vivir una vida de provecho para su gloria. ¿Cómo debemos, sin embargo, relacionarnos con esos ex-amigos que no se han arrepentido de lo que nos han hecho? ¿Cómo debemos responder a las disculpas superficiales? ¿Qué debemos hacer cuando alguien ha pecado contra nosotros y quiere actuar como si nada hubiese ocurrido? Ya diremos unas últimas cosas en un siguiente artículo.
Este recurso fue publicado originalmente en GirlTalk. | Traducción: Cristian Morán
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Cómo hablar de sentimientos con tu adolescente
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Cómo hablar de sentimientos con tu adolescente

Cuando tu hijo empieza a pensar y hacerse preguntas que van más allá de lo que hay para cenar o la fecha de su próximo partido de fútbol, es el momento de iniciar una conversación sobre sus emociones.

La relación es el puente sobre el cual podemos llevar la verdad del evangelio a las vidas de nuestros hijos. ¿Cómo podemos fortalecer esta relación e iniciar esta conversación? A continuación hay algunas sugerencias. 1. Pon atención. Observa a tus hijos para discernir cómo están configurados emocionalmente y qué es lo que más influye en sus emociones. Hace poco, una de mis hijas me contó que a veces su hijo anda más callado y menos alegre. Ella y su esposo comenzaron a observarlo de cerca y hacerle preguntas sobre sus estados de ánimo, lo cual llevó a conversaciones provechosas sobre sus luchas y tentaciones. Con el fin de discernir la estructura emocional de nuestro hijo, debemos estar cerca y prestar una cuidadosa atención. Pregúntate: ¿Cómo es su personalidad? ¿Qué determina sus estados de ánimo? ¿En qué momentos se siente más feliz o triste? 2. Crea oportunidades. Genera momentos regulares de conversación. Salgan y pasen un momento especial una vez a la semana. Caminen. Hagan trámites. A menudo los chicos pueden sentirse más cómodos hablando durante una tarea o actividad rutinaria que sentándose frente a ti en un café. Yo generalmente descubro que mis hijas hablan más a la hora de acostarse, así que procuro aprovechar esa oportunidad aun cuando no es mi primera opción. 3. Haz buenas preguntas. Hacer preguntas es un arte; un arte que deberás trabajar por el resto de tu vida. Trata de empezar con preguntas que te proporcionen mucha información sin provocarle a tu hijo el susto de pensar que se acerca un sermón. Una vez que lo hayas hecho hablar, te dará muchas pistas sobre la forma en que procesa sus emociones. Por lo tanto, en vez de: «¿Por qué últimamente te ves tan deprimido?», empieza, quizás, con: «¿Qué es lo que más has disfrutado de la escuela últimamente?» Las preguntas livianas e inofensivas son una entrada a su vida. Con algo de suerte, te llevarán a preguntas como: «¿En qué has estado pensando últimamente?» o «¿Cómo te has sentido esta semana?» «Como aguas profundas es el [propósito del] corazón del [adolescente], y [la mamá] de entendimiento lo sacará» (Proverbios 20:5). 4. Escucha bien. Si logras que tu hijo se abra delante de ti, ¡prepárate para escuchar! Los chicos pueden darse cuenta de si te interesa o no lo que ellos están diciendo. Procura establecerte como la persona que está siempre ansiosa de oír lo que ellos necesitan decir y forjarás un fuerte lazo con tu hijo. Empieza una conversación y construirás un sólido puente de amistad que te permitirá conectar las verdades vitales del evangelio a sus emociones.
Este recurso fue publicado originalmente en GirlTalk. | Traducción: Cristian Morán
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Preocupaciones de mamá
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Preocupaciones de mamá

Las mamás luchamos contra fuertes sentimientos de culpa. Y también nos preocupamos —mucho—.

Nuestros temores maternales nacen con nuestros hijos. Vemos dos rayitas azules, y caemos en la tentación de preocuparnos. Nos preocupamos de no comer algo malo, de no levantar cosas pesadas, o de no dormir en una mala posición.

Luego nuestro bebé nace, y nos preocupamos por su vida fuera de nuestro vientre —la forma en que come, duerme, habla, camina, y se desarrolla—.

Nuestro hijo empieza la escuela y tememos que jamás la termine. ¿Tendrá amigos, buenas calificaciones, llegará a ser alguien? Después empieza la secundaria y de inmediato comenzamos a preocuparnos por la universidad.

Nos preocupamos por la salud de nuestros hijos, su educación, sus amigos, y sobre todo, por el estado de sus almas.

Sin embargo, una vez que nuestros hijos abandonan el hogar, consiguen un empleo, y se casan, ya podemos dejar de preocuparnos, ¿verdad?

No tan rápido. En lugar de desaparecer con nuestros hijos, las preocupaciones aumentan. En mi caso, en lugar de cuatro personas, ¡ahora tengo diecinueve por las cuales preocuparme (incluyendo yernos y nietos)! Y el mundo en que mis nietos están creciendo da mucho más miedo que aquel en que crié a mis hijos.

¿Contra qué temores maternos has luchado últimamente? Sea que estés embarazada del primero o tratando de guiar a uno que ya es adolescente, la tentación del miedo (o su otro extremo, la autosuficiencia) cubre todo el paisaje de la crianza maternal. La Escritura parece dar testimonio de esto. Mientras los cristianos en general son frecuentemente instados a confiar en Dios, 1 Pedro 3:6 exhorta específicamente a las mujeres: «…no [tengan] miedo de nada que pueda aterrorizarlas».

¡Me encanta la honestidad de la Escritura! Admite desde el principio que hay cosas que dan miedo. De hecho, la Escritura predice con frecuencia que en esta vida enfrentaremos muchos problemas y dificultades, y en ninguna parte esto es más cierto que con nuestros hijos. ¿En qué otra área de la vida tenemos una responsabilidad más significativa (almas eternas), enfrentamos desafíos tan abrumadores (corazones pecaminosos, un mundo hostil) y nos sentimos tan incompetentes e ineficaces?

Pero no debemos tener miedo de nada que pueda aterrorizarnos. Debemos confiar en Dios.

Confiar en Dios no es una decisión que se tome una sola vez o algo que se pueda alcanzar al término de un mes. Tenemos que luchar para confiar. Algunos días debemos luchar cada hora o incluso minuto a minuto. Al igual que con la crianza de los hijos, adquirir una mayor confianza es un esfuerzo tan largo como la vida.

Sin embargo, no estamos solas. El Espíritu Santo está dentro de nosotras para guiarnos a toda la verdad (Juan 16:13). Nuestro Padre Soberano gobierna sabia y generosamente sobre todo. Podemos acudir a la justicia de nuestro Salvador cuando fallamos. Muchas cosas son aterradoras, pero tenemos muchas más razones para confiar en Dios que para temer.

Madres: nunca superaremos nuestra necesidad de confiar en Dios con respecto a nuestros hijos, pero tampoco superaremos el límite de la fidelidad de Dios: «…la misericordia del Señor es desde la eternidad hasta la eternidad para los que le temen, y su justicia para los hijos de los hijos» (Salmo 103:17).

Este recurso fue publicado originalmente en GirlTalk. | Traducción: Cristian Morán
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El ingrediente clave de un matrimonio feliz
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El ingrediente clave de un matrimonio feliz

Hace poco estaba viendo un programa de cocina en que una famosa chef y su marido celebraban un aniversario importante. La cocinera compartió su «receta» (¡ja!) para un matrimonio duradero y feliz: «¡Yo intento hacerlo feliz a él, él a mí, y funciona!» Hasta donde sé, esta mujer no es cristiana, pero su consejo refleja un principio bíblico del matrimonio: esposos y esposas deben amarse mutuamente. Deben poner el interés del otro por sobre el propio (Fil 2:4), el esposo debe amar a su esposa tal como Cristo ama a la iglesia (Ef 5:25) y la esposa debe amar a su esposo con un amor tierno y cariñoso (Tit 2:4). En palabras de la chef, debo intentar que él sea feliz. Pero muy a menudo, en el matrimonio, lo hacemos al revés, ¿verdad? Nos enfocamos más en todas las formas en que nuestros esposos pueden hacernos felices a nosotras, o nos fijamos en cuán infelices somos con nuestros esposos. «Si él tan sólo fuera más______________yo sería feliz». «Si él tan sólo dejara de______________yo sería feliz». «Si él tan sólo notara______________yo sería feliz». «Si él tan sólo preguntara______________yo sería feliz». «Si él tan sólo hiciera______________yo sería feliz». Nuestra cultura igualitaria nos da una comprensiva palmada en la espalda. Después de todo, la receta moderna para un matrimonio feliz exige como ingrediente principal el interés propio. Sin embargo, este no es el camino bíblico, ni tampoco da un buen resultado. Mientras más intentemos priorizar nuestra propia felicidad individual en nuestros matrimonios, más infelices seremos. Para decirlo de otra manera: Si realmente queremos nuestra propia felicidad y, a la vez, un matrimonio feliz, pondremos primero la felicidad de nuestros esposos. John Piper dice: «Esposos y esposas, reconozcan que en el matrimonio ustedes se han convertido en una sola carne. Si vives para tu placer personal a costa de tu cónyuge, estarás viviendo en contra de ti mismo y destruyendo su gozo. Pero si te dedicas de todo corazón al gozo santo de tu cónyuge, vivirás también para tu gozo y harás un matrimonio a la imagen de Cristo y su iglesia». Mi esposo es un ejemplo maravilloso de lo que significa priorizar mi felicidad. Él lo llama «estudiar a su esposa» y ha pasado todo nuestro matrimonio tratando de descubrir lo que me hace feliz. A menudo, anima a los esposos a estudiar a sus esposas y aprender qué las hace felices sin dar por sentado que a ellas les gustará lo mismo que a cualquier otra. No necesito hacer mucha memoria para recordar un ejemplo de las formas en que mi esposo intenta hacerme feliz. Estando de paseo hace un par de semanas, mi esposo vio un anuncio de un lugar para tomar el té. Ni siquiera estoy segura de que alguna vez él haya tomado una taza de té, ni mucho menos que haya asistido a «tomar el té». Sin embargo, él sí sabe que tomar el té es uno de mis gustos preferidos, una antigua tradición que tengo con mis hijas, y ahora también con mis nietas. Y por eso, porque quiere hacerme feliz, hizo una reserva. Me habría gustado que lo vieran, en una habitación llena casi exclusivamente de mujeres, tratando de escoger un té y sostener una taza. Terminamos nuestra tarde riéndonos, pero él estaba feliz porque yo también lo estaba. ¿Te sientes infeliz en tu matrimonio? ¿Estás insatisfecha o decepcionada de tu esposo? En vez de enfocarte en tu infelicidad, o tratar de ser feliz primero, trata de hacer feliz a tu esposo. Un esposo feliz hace una esposa feliz, y un matrimonio feliz glorifica a Dios. La chef, y más importante aun, la Palabra de Dios, están en lo correcto: esta receta para un matrimonio feliz sí funciona.
Este recurso fue publicado originalmente en GirlTalk.
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Diez mil errores
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Diez mil errores

Antes de que el nacimiento de Caly nos distrajera de una manera positiva, estábamos en medio de una serie a la que llamamos «Las tres principales». Nuestra meta era animar a las esposas a considerar cuáles eran las «tres principales» formas de complacer a sus esposos. Aunque éstas difieran de un hombre a otro, decidimos concentrarnos en las tres principales de nuestros propios esposos, entre las cuales probablemente una o más coincidirían con las listas de muchos otros.

Nicole consideró la importancia de la intimidad, y Kristin, el efecto enriquecedor de alentar. Quisiéramos detenernos un poco más en este tema del aliento. Y a las solteras les decimos: Queremos que sigan con nosotras, porque ya sea que se estén relacionando con otros o se estén preparando para el matrimonio, este tema es extremadamente relevante para ustedes. Si eres como yo, leer algo sobre dar aliento o ver el ejemplo de una mujer que lo hace te puede inspirar, pero cuando a diario debemos enfrentar los pecados de otros —de nuestros esposos, compañeros de trabajo, familiares o compañeros de departamento—, ese deseo de alentar a otros se evapora, dejando sólo un resentimiento, enojo, y finalmente desánimo. ¿Cómo, entonces, podemos cultivar una genuina actitud de aliento que soporte el rigor de las relaciones cotidianas? Creo que el aliento está cimentado en una conciencia creciente de nuestro propio pecado. Como escribí en Feminine Appeal: «Como una piedrita lanzada a una piscina, la conciencia de nuestra pecaminosidad genera un maravilloso efecto de onda en nuestro matrimonio. Así es como funciona: Mientras más entendemos el pecado de nuestro corazón, más apreciamos la paciencia y la misericordia de Dios, y esto, a su vez, produce una actitud de humildad y misericordia hacia nuestros esposos». El héroe histórico de mi esposo, Charles Spurgeon, dijo una vez: «El que crece en gracia recuerda que no es más que polvo, y por lo tanto, de sus hermanos cristianos no espera más que eso. Pasa por alto diez mil errores de ellos porque, en su propio caso, sabe que su Dios pasa por alto veinte mil. Él no espera perfección en la criatura, y  por eso, no se decepciona cuando no la encuentra». Cuando vemos que nuestros esposos son pecadores al igual que nosotras mismas —pecadores necesitados de la gracia y la misericordia de Dios—, comenzamos a despojarnos de cualquier actitud intolerante, crítica o exigente que nos sintamos tentadas a tener. Todos los esposos tienen áreas en las que deben cambiar y crecer, ¡pero nosotras también! Aunque ambos seamos pecadores, Dios usa nuestro matrimonio para ayudarnos a crecer en piedad. De hecho, los pecados particulares de nuestros esposos, sus debilidades propias e incluso sus idiosincracias están hechas a nuestra medida. Y a su vez, nuestros pecados y debilidades están hechos a la medida de ellos. Tanto los esposos como las esposas se parecerán más a Cristo al tener que lidiar con el pecado y las deficiencias del otro. ¿Puedes ver cómo funciona? Si somos más críticas que alentadoras con nuestro esposo, o más insatisfechas que agradecidas, es una clara señal de fariseísmo. Y el aliento no crece en este ambiente de arrogancia. Si queremos convertirnos en alentadoras, el primer paso es «recordar que no somos más que polvo». Cuando nos sintamos abrumadas de gratitud por la misericordia de Dios hacia nosotras, será fácil alentar a nuestros esposos. Finalmente, una palabra para las mujeres solteras, también de Feminine Appeal: «Si estás soltera, me gustaría animarte a estudiar estas verdades ahora. Te servirán al interactuar con hombres solteros, al alentar a tus amigos casados, y al prepararte para tu futuro (si Dios te llama a casarte). La humildad que nace de tener conciencia de nuestras tendencias pecaminosas es una cualidad esencial del carácter de un cristiano maduro. Como mujer soltera deberías cultivar esa humildad y buscarla en cualquier hombre que tenga intenciones de casarse contigo».
Este recurso fue publicado originalmente en GirlTalk.
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Seis maneras en que las mamás pueden mostrar amor a sus hijas
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Seis maneras en que las mamás pueden mostrar amor a sus hijas

Nadie tiene todo resuelto

Aunque la maternidad, como institución, ha existido por milenios, aún no conozco a una madre que realmente piense que ha llegado a dominarla. Todas tropezamos en el camino, cometiendo los mismos errores, en la búsqueda desesperada de consejos, soluciones y principios sólidos. Entonces, nuestras hijas se convierten en adolescentes y perdemos la esperanza de alguna vez triunfar como madres, para qué hablar de transmitir el lenguaje de la femineidad bíblica. Sin embargo, si solo nos valemos de la Santa Escritura, encontraremos la sabiduría y la dirección que buscamos con tanta desesperación. No debemos descuidar la Palabra de Dios mientras buscamos el oro de los necios en los consejos mundanos.

Amor tierno

En Tito 2, encontramos una perla auténtica de sabiduría para la maternidad, que nos dice: «[...] amen a sus hijos [...]» (v. 4) con ternura. Pues bien, sé que amas a tu hija, que morirías por ella, y a veces sientes que ya lo has hecho, una y otra vez. Soportaste el parto y el alumbramiento o los innumerables obstáculos del proceso de adopción, solo para despertar un sinfín de veces cada noche para alimentar a tu pequeñita. Cambiaste sus pañales, le enseñaste a ir al baño y a vestirse, la ayudaste con las tareas de la escuela, le preparaste tres comidas al día, lavaste y planchaste su ropa y condujiste tantas horas, llevando niños de aquí para allá, que tu auto parece más tu hogar que tu propia casa. Eres mamá y las madres somos buenas para amar sacrificialmente. Es un aspecto esencial de la maternidad; sin embargo, el amor del cual nos habla Tito 2 es un amor tierno. Es cálido, afectuoso y cariñoso. Habla de disfrute y de deleite en la relación con nuestras hijas. Una simple prueba de la eficacia del amor tierno requiere solo un momento de introspección. ¿Acaso no respondemos todas mejor a una persona a la que le interesamos y manifiesta afecto que a alguien que trata de forzarnos o manipularnos para cumplir sus deseos? Nuestras hijas no son diferentes. La disciplina, la corrección y la formación son ineficaces e incluso perjudiciales cuando el amor tierno no está presente. No obstante, estas mismas herramientas son mucho mejor recibidas si vienen junto a una mano amorosa y suave. El lema bíblico que dice que debemos tratar a otros como quisiéramos que nos trataran, definitivamente se aplica aquí. ¿No fue acaso un amor tierno el que el Salvador nos mostró cuando nos concedió su salvación? Él nos guía con «[...] cuerdas de ternura [...]» (Os 11:4, NVI), y «no nos ha tratado según nuestros pecados [...]» (Sal 103:10). Por lo tanto, la razón más importante para amar tiernamente a nuestras hijas es porque así les mostramos el amor de Cristo. Existe un sinnúmero de formas en que podemos expresar nuestro amor tierno específica, constante, creativa y sinceramente. Las siguientes son solo seis sugerencias prácticas:
1. Ora
Las oraciones de una madre piadosa «[...] puede[n] lograr mucho» (Stg 5:16), así que, ¿quién mejor que nosotras para orar por nuestras hijas? Nadie las conoce de la forma en que nosotras las conocemos. Nadie está más familiarizada con las tentaciones y las presiones únicas que ellas enfrentan cada día. Nadie puede orar mejor por ellas con una comprensión más fina o una compasión más grande. Debemos comprometernos a amar a nuestras hijas al orar por ellas fielmente. Es más, debemos contarles que lo estamos haciendo. Como una vez dijo Charles Spurgeon: «nadie puede hacerme un favor más grande en este mundo que orar por mí».
2. Interésate
Haz que sea tu objetivo descubrir los pasatiempos y las actividades de esparcimiento de tu hija. Conversa con ella al respecto y aprende a compartir su entusiasmo. Incluso podrías dar un paso más y participar con ella en sus actividades favoritas. Por ejemplo, a mi hija Kristin le apasiona el arte de la cocina. Así que planifiqué que tomáramos algunas clases de gastronomía que ofrecía el municipio. Esto nos entregó una experiencia significativa para que pudiéramos compartir y fue una manera tangible de expresar mi amor tierno por Kristin. Interesarse no requiere gastos, pero sí requiere tener un corazón amoroso y lleno de entusiasmo por las cosas que tu hija disfruta.
3. Escucha atentamente
Oídos atentos implican un entusiasmo por escuchar todo lo que tenga que ver con los pensamientos, los sentimientos y las vivencias de nuestras hijas. Es más que solo mantener nuestra boca cerrada. Escuchar significa hacer contacto visual completo y no tener una mirada perdida. No debemos interrumpir, bostezar o responder apresuradamente. Cuando escuchamos cuidadosamente, animamos a nuestras hijas a abrir sus corazones y a compartir sus pensamientos más íntimos. Por lo tanto, ¡que nuestras hijas sepan que queremos escuchar todo!
4. Anima, anima, anima
Los Proverbios nos dan suficiente prueba de que las palabras de aliento refrescan el alma de nuestras hijas: «Panal de miel son las palabras agradables, dulces al alma y salud para los huesos» (16:24); «[...] la buena palabra lo [o la (a tu hija)] alegra» (12:25); ); «La lengua apacible es árbol de vida [...]» (15:4). Preguntémonos: ¿las palabras que nuestras hijas escuchan de nosotras son de condenación y de corrección o positivas y edificantes? ¿Nuestras palabras les dan vida y las alegran? Si bien la corrección es necesaria en ocasiones, nuestras hijas deben ser las constantes receptoras de nuestro ánimo. Este incentivo puede entregarse de muchas maneras y por muchas razones. Podemos escribirles una nota, enviarles un correo electrónico, animarlas frente a alguien más o simplemente decirles que las amamos. Podemos resaltar las cualidades de su personalidad y sus talentos únicos que apreciamos. Podemos hacer notar las formas en las que han crecido en su pasión por Dios o en una de las virtudes de la femineidad bíblica; podemos recordarles cómo Dios las ha ayudado en momentos de dificultad. Todo esto es ejemplo de lo que mi esposo denomina evidencias de la gracia de Dios (maneras en las que Dios actúa en la vida de nuestras hijas). No debemos dejar pasar un solo día sin comunicar estos alentadores pensamientos con ellas.
5. Expresa afecto
Debemos colmar de afecto a nuestras hijas desde el momento en que se despiertan hasta que se van a dormir. Podemos hacerlo verbalmente al simplemente decir te amo muchas veces al día. Asimismo, podemos expresar afecto físico por medio de abrazos y besos. En medio de la corrección, debemos reafirmarles nuestro amor, recordándoles que las disciplinamos porque las amamos. No queremos que nunca nuestras hijas duden por un solo momento de nuestro amor.
6. Construye recuerdos
Una de mis maneras favoritas de expresar amor tierno a mis hijas era organizar paseos especiales y buscar formas únicas de crear recuerdos. Hoy tenemos toda una colección de recuerdos que a menudo volvemos a recordar con cariño y risas. Tanto las actividades planificadas como los momentos espontáneos pueden ser recuerdos potenciales si aplicamos un poco de creatividad. No olvides sorprenderla una o dos veces. ¡Todos aman las sorpresas!

Siembra el Evangelio

Estas ideas son solo una muestra de las innumerables formas en las que podemos expresar amor tierno. Por último, nuestro amor hará que nuestra amistad y nuestro hogar sean un puerto seguro para nuestras hijas. Seamos el tipo de madres amorosas y cariñosas con las que nuestras hijas quieren pasar tiempo. El amor tierno esparce abundantemente las semillas del Evangelio en las vidas de nuestras hijas. Podemos confiar en que Dios hará que esas semillas se arraiguen y crezcan en un amor maduro por Él. Esta publicación es una adaptación del libro Girl Talk: Mother-Daughter Conversations on Biblical Womanhood [Conversación de mujeres: conversaciones entre madre e hija sobre la femineidad bíblica] escrito por Carolyn Mahaney y Nicole Mahaney Whitacre.
Este artículo fue publicado originalmente en inglés y traducido con el permiso de Crossway.
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Cinco consejos para manejar tus emociones
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Cinco consejos para manejar tus emociones

«Estoy aquí tratando de lidiar con mis emociones fuera de control», me escribió una amiga por correo. «Estoy pasando por uno de esos momentos especiales cuando de la nada reaccionas exageradamente con ira ante las cosas más tontas que ayer no te perturbaban. En serio, no es broma». Esta es una mujer piadosa que es conocida por su firme confianza en Dios, pero, como todas nosotras, tiene esos momentos en los que se siente como si sus emociones se hubieran apoderado de ella y apropiado de su progreso espiritual. Entonces, ¿cómo manejamos nuestras emociones? ¿Cómo las arreglamos cuando están rotas? ¿Cómo evitamos que nuestras emociones tomen el control de nuestras vidas? Dios no nos ha dejado solas en el manejo de nuestras emociones. Él no dijo: «toma, te doy este revoltijo de confusas emociones. Espero que puedas resolverlas por ti misma». No, Dios nos ha dado todo lo que necesitamos en su Palabra para aprender a lidiar con nuestros sentimientos y glorificarlo con nuestras emociones.

1. Comienza con Dios

Cuando se trata de nuestras emociones, tendemos a comenzar con cómo nos sentimos, cómo queremos sentirnos y cómo otros esperan que nos sintamos, en vez de con Dios. Debido a que el pecado impregna nuestras emociones, somos más propensas a irnos hacia adentro con nuestras emociones, en lugar de ir hacia afuera, hacia Dios. Las emociones más fuertes que tenemos se dirigen hacia lo que nosotras queremos, lo que nosotras tememos, lo que nosotras atesoramos y lo que nosotras despreciamos. Buscamos emociones para nuestra satisfacción egoísta. Tomamos el regalo de las emociones que vienen de Dios y las torcemos hacia nosotras mismas. Y cuando comenzamos con nosotras mismas, en lugar de con Dios, nuestras emociones siempre serán confusas y difíciles de manejar. No obstante, cuando comenzamos con el dador de las emociones, nos sentiremos bien y aprenderemos cómo manejar nuestras emociones correctamente. Primero, debemos arrepentirnos de nuestras búsquedas emocionales egoístas y recibir el perdón que está sólo disponible en la cruz. Entonces, pregúntate: «¿cómo quiere Dios que yo me sienta?». Este es el lugar donde deberíamos comenzar.

2. Mantente alerta

«Estén alerta y oren para que no caigan en tentación [...]», les dijo Jesús a sus discípulos. Debemos estar alerta y ser cuidadosas para evitar o eliminar las fuentes predecibles de tentación emocional. Por ejemplo, si tu consumo diario de «noticias de última hora» te tienta a temer, quizás debas apagarlas. O si tus hábitos con las redes sociales provocan que te sientas descontenta, entonces tal vez debas dejar de revisar tu teléfono. Sin embargo, existen situaciones tentadoras que no podemos evitar, como la cena con los suegros, el estrés en el trabajo, el cuidado de los hijos todo el día (y toda la noche) o las tentaciones que no esperamos, como un comentario maleducado, un gasto imprevisto o la pérdida de un juego de llaves. Para tiempos como esos, necesitamos un plan de respuesta rápida ya preparado con pasos claros y sencillos para ayudarnos a clasificar el problema. Necesitamos desarrollar un plan que nos ayude a hacer retroceder la ola de emociones pecaminosas en el momento en que surgen. Por lo tanto, cuando el momento de tentación haya pasado, podemos tomar el tiempo de examinar nuestras emociones a la luz de la Escritura. Entonces, ¿cómo puedes planificar con anticipación para resistir la tentación emocional justo cuando comienza?

3. Ora

No sólo debemos estar alerta ante nuestras tentaciones emocionales, también debemos orar. La oración es clave para manejar nuestras emociones. Por un lado, el acto mismo de orar tiene en sí mismo un efecto inmediato en nuestras emociones. Nos saca de un espiral egocéntrico y redirige nuestra atención a Dios. Cuando oramos, nos movemos hacia Dios, que es el principal propósito de nuestras emociones. Y la oración no sólo nos mueve a Dios, mueve a Dios hacia nosotras (Stg 4:8). La oración pide la ayuda atenta de nuestro Padre celestial. Entonces, ¿por qué no clamamos a Dios en cada tentación emocional?

4. Piensa en la verdad

Muchas de nosotras nos quedamos atascadas en patrones de pensamiento pecaminoso que avivan nuestras emociones. Quizás nos quedamos pegados en el pecado que alguien cometió contra nosotros, tejemos escenarios imaginarios y aterradores o nos obsesionamos con nuestros pecados y debilidades. Para manejar nuestras emociones de una manera bíblica, necesitamos dejar de rumiar en pensamientos pecaminosos y meditar en la verdad de la Palabra de Dios. «[...] todo lo que es verdadero, [...] en esto mediten [...], y el Dios de paz estará con ustedes» (Fil 4:8-9). Encuentra una verdad para contraatacar la mentira y medita en ella. Reemplaza el escenario aterrador con una promesa de la Escritura. En lugar de rumiar en la amargura, considera cómo Dios detesta la amargura. Medita en el perdón de Cristo en lugar de en tus fallas. Cuando abandonamos nuestros pensamientos pecaminosos en pos de la verdad de la Palabra de Dios, el Espíritu Santo revitalizará nuestras emociones.

5. Actúa para sentir

Cómo un alfiler contra un globo, una sola palabra o acción puede liberar la presión de la tentación emocional. En algunos casos, debemos hacer lo opuesto a lo que sea que sintamos hacer. Si sientes que necesitas criticar, di algo elogioso; si sientes que quieres quejarte, expresa gratitud; si sientes que quieres apartarte, comienza una conversación; si sientes que quieres ponerte melancólica, canta un himno. Sal de la cama. Lava los platos. Empieza a cargar la lavadora. Saca al perro a dar un paseo. Aléjate del conflicto. En otras palabras, haz una acción para alejarte de la tentación y dirigirte hacia algo constructivo. Dicho de otra manera, obedece la Escritura, que nos dice: «Apártate del mal y haz el bien [...]» (Sal 34:14). Hacer lo opuesto a lo que sientes podría sentirse como una tarea imposible, pero tiene un efecto inmediato. Aunque nuestros corazones puedan acelerarse por la envidia o nuestras mentes puedan nublarse por la desesperación, cuando nos alejamos de la tentación emocional y nos dirigimos hacia la dirección correcta, la fuerza de nuestras emociones pecaminosas comenzará a disiparse. ¿Qué acción puedes tomar hoy para redirigir tus emociones?

Conclusión

Cuando las emociones pecaminosas «[...] fácilmente nos envuelve[n] [...]» (Heb 12:1), podemos caer en la tentación de pensar que, después de todo, tales emociones son demasiado fuertes y que, por lo tanto, el cambio real no es posible. No obstante, la verdad es que «[...] Dios es quien obra en ustedes tanto el querer como el hacer, para su buena intención» (Fil 2:13). Incluso cuando no lo vemos (incluso cuando no lo sentimos) Dios está obrando amorosamente en nuestras vidas por medio del poder del Espíritu Santo para ayudarnos a cambiar nuestras emociones.
Este artículo fue publicado originalmente en inglés y traducido con el permiso de Crossway.