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Photo of Desarrollando una cultura de mujeres que discipulan a otras mujeres
Desarrollando una cultura de mujeres que discipulan a otras mujeres
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Desarrollando una cultura de mujeres que discipulan a otras mujeres

La primera vez que me senté con un pastor para una entrevista de membresía, tenía un poco de sospecha. Nadie en mi iglesia anterior me había pedido que me «uniera a la membresía» (lo que fuera que eso fuera). No obstante, la entrevista se desarrolló sin problemas. El pastor llegó a conocerme y me pidió que compartiera el Evangelio. A medida que terminaba la entrevista, me preguntó si yo tenía alguna pregunta. Solo tenía una. «Nunca he sido discipulada por una mujer mayor. ¿Hay alguien que pudiera discipularme?». Yo pregunté. Amablemente, él dijo: «bueno, no tenemos muchas mujeres mayores. Sin embargo, si te quedas y creces, tal vez algún día puedas ayudar tú misma a discipular a otras mujeres». ¿Escuché eso correctamente? ¿Le acabo de decir que quiero ser discipulada y él me está diciendo que me prepare para discipular a otras? Sin que yo lo supiera en ese momento, mi pastor estaba haciendo un truco estilo Jedi en mi mente. Y dieciséis años después, estoy muy agradecida de que lo haya hecho. Sembró una idea del tamaño de una bellota que finalmente se convirtió en un enorme roble en mi vida.

El llamado a discipular

La tentación es programar el discipulado de mujeres. O insistir en que la iglesia debe sumar más personal para que esto suceda. Los programas y el personal pueden ser útiles. No estoy interesada en hacer un problema sobre la manera en que se debe hacer. Lo que sí quiero enfatizar es lo que la Biblia enfatiza, que el llamado a hacer discípulos es importante para cada creyente, en cada iglesia, en cada lugar. «Hagan discípulos de todas las naciones», dijo Jesús (Mt 28:19). Su punto fue claro: «si estás siguiéndome a mí, ayudarás a otros a seguirme». Cuando se trata del discipulado cristiano para mujeres, la cuestión no es si, sino cuándo. Ha sido un privilegio experimentar una cultura de discipulado entre las mujeres de la iglesia, primero en Washington DC, luego en Dubai y ahora en California del Sur. Esas iglesias no se parecen entre sí y las relaciones individuales que experimenté y que observé tampoco. Sin embargo, todas tenían los mismos ingredientes: reunirse regularmente, compartir la vida, ser intencionales en hacer el bien espiritual unas a otras y crecer en Cristo. En estos días, existe la tentación de mirar para el discipulado primeramente a las mujeres que están en el mundo digital. Los «me gusta», las acciones compartidas y los corazones aparentemente validan el ministerio de uno. Aunque estos recursos me han ayudado, no fue una foto con filtro quien se sentó a mi lado cuando estuve en el hospital o quien me leyó la Escritura después de haber perdido un embarazo. No fue una publicación en un blog lo que me enseñó en tiempo real cómo buscar a Cristo en oración al enfrentar una dolorosa injusticia. No fue un sitio web lo que me entrenó para amar a los no creyentes en mi ciudad específica. Fueron otras discípulas de Jesucristo, de carne y hueso, en mi vida. Es el discipulado real, de vida a vida, lo que más claramente lleva a cabo la Gran Comisión.

La mente de Cristo

¿Cómo hacemos que el ministerio del discipulado de mujeres sea una realidad común entre las mujeres en la iglesia local, con o sin personal y programas? Primero, necesitamos mujeres que tengan la mente de Cristo. ¿Cómo se ve esta mente? Considera la explicación de Pablo: «[...] no buscando cada uno sus propios intereses, sino más bien los intereses de los demás. Haya, pues, en ustedes esta actitud que hubo también en Cristo Jesús, el cual, aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a Sí mismo tomando forma de siervo [...]» (Fil. 2:4-7b). El discipulado florece a medida que las mujeres buscan los intereses de las demás, imitando la humildad de Cristo. Esto es lo que hizo mi pastor en esa entrevista de membresía. Me estaba animando, incluso en ese momento, a comenzar a pensar en el bien que podía hacer en la vida de otras personas. Los buenos maestros preparan a los santos para el trabajo del ministerio (Ef 4:11-16). Cultivamos interés en lo que hablamos. Entonces, ten una curiosidad santificada sobre cómo les va a las mujeres de tu iglesia y si están conectadas relacionalmente. Crea estrategias con mujeres de ideas afines para conectar a aquellas que necesitan discipulado. Anima a las mujeres en tu iglesia cuando las veas interesándose y cuidándose mutuamente. Agranda su visión de avanzar el Reino de Dios a través de relaciones de discipulados uno a uno o en pequeños grupos.

Invierte profundamente

El discipulado se vuelve contagioso cuando más invertimos, no menos. Al igual que los inversores bancarios espirituales, queremos ser buenos y fieles al expandir los bienes de nuestro Amo (Mt 25:14-30). Queremos ver más personas uniéndose a la casa de Dios, entrenados en verdad y piedad (1Ti 4:6, 8), y que siguen su ejemplo al caminar en amor sacrificial (Ef 5:1-2). A medida que compartimos el Evangelio y nuestras vidas (1Ts 2:8), debemos ser vulnerables. En Tito 2, Pablo les dice a las mujeres mayores que les enseñen a las mujeres más jóvenes lo que es bueno. Él usa la palabra entrenamiento, que implica tiempo y compromiso. Significa que deben permitirse mutuamente el poder acercarse lo suficiente como para ser testigos de la fuerza divina de Dios obrando en la vida de cada una. Un ejemplo de mi propia vida: Hannah y yo venimos de trasfondos étnicos y países diferentes. Yo estaba soltera. Ella era madre de hijos pequeños. Ella me invitó a su vida, compartió todo conmigo: su tiempo, su mesa, su familia, su risa y sus lágrimas, sus debilidades y sus fortalezas. Ella siempre abrió la Palabra de Dios a lo largo del camino y yo he estado imitando su ejemplo desde entonces. En nuestro mundo de bajo compromiso y bajas expectativas, invirtamos profundamente en otros. Nunca estaremos avergonzados de las inversiones que hicimos por el bien del Reino de Dios.

Invierte sabiamente

Es más fácil comprometerse y pasar tiempo con algunas personas que con otras. No obstante, el discipulado bíblico nunca se arraigará si está motivado solo por la comodidad y la facilidad. Queremos estar en oración y ser sabias sobre con quién nos reuniremos y con cómo se verá ese tiempo juntas (1Ti 2:2). Puedes leer aquí para obtener ideas sobre cómo puede verse ese tiempo [disponible solo en inglés]. Un par de cosas para que las mujeres en las iglesias locales puedan considerar:
  • Considera todos los diferentes tipos de mujeres en tu iglesia. ¿Hay grupos que están siendo descuidados o pasados por alto? ¿Hay mujeres espiritualmente maduras en esos grupos que podrían ser futuras líderes y discipuladoras, pero que no están siendo discipuladas? ¡Invierte profundamente en ellas!
  • Considera pasar tiempo con mujeres que, a primera vista, parecen ser diferentes a ti. El mundo se une en torno a la similitud superficial, desde política a estatus socioeconómico. ¿Pero la iglesia? Ella se une en torno al Evangelio de Jesucristo. Nosotros afilamos nuestro entendimiento del Evangelio cuando lo vemos aplicado en la vida de personas con las que aparentemente tenemos menos cosas en común.
  • Piensa en pasar tiempo con no creyentes también. Cuando estaba en la iglesia en Dubai, había una mujer de Japón que asistía a los estudios bíblicos. Ella nunca había leído la Biblia, pero quería aprender de Jesús. Mis amigos y yo la invitamos a hacer un estudio de seis semanas a través del evangelio de Marcos. Habiendo hecho el estudio antes, apoyé a mis amigas Rachel y Rachel mientras lideraban. Hasta el día de hoy, es uno de mis recuerdos favoritos. Anima a las mujeres de tu iglesia a trabajar juntas de manera creativa para llevar las buenas nuevas a quienes las necesitan.

Invierte por temporadas

Podemos alentar una cultura contagiosa de discipulado al reconocer que las relaciones de discipulado tienen sus temporadas. La amistad no debe terminar, pero la temporada de profunda inversión puede tener que terminar. Cuando termine, podemos felizmente animar a aquellos en quienes hemos invertido a discipular a otros, incluso si eso significa liberar ese espacio de tiempo que tanto anhelábamos. No «perdemos» estas relaciones; las administramos a través de varias temporadas. El discipulado intencional cambió mi vida. Es por eso que he luchado para formar este tipo de relaciones contagiosas entre las mujeres en cada iglesia de la que he sido miembro. Es mi oración que las hermanas de todo el mundo oren y obren para ese fin también.
Este artículo fue publicado originalmente en 9Marks.