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Photo of En memoria de un hijo abortado
En memoria de un hijo abortado
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En memoria de un hijo abortado

No soy una persona valiente. Generalmente, cuando Dios tiene una tarea difícil para mí, al igual que Moisés, digo: “¡No puedo, Señor!… ¿Por qué yo?”. Hace poco, Dios me dio la oportunidad de ceder un poco… Necesité un tratamiento de conducto. No estaba muy entusiasmada, por decir lo menos, sin embargo, pedí la hora en la consulta, sabiendo que realmente no tenía otra alternativa. Unos días antes de mi cita con el dentista, la recepcionista me llamó para confirmar la hora. Cuando me dio la dirección de la consulta médica que estaba en el centro, mi corazón se estremeció: estaba dos pisos más arriba de la clínica en que mi esposo y yo —en ese tiempo no estábamos casados— abortamos a nuestro primer hijo hace ocho años. Mi primera reacción fue, “¡de ninguna manera iré!”. A pesar de que he estado en un grupo bíblico de apoyo para poder sobrellevar el trauma de mi aborto, no era suficiente para consolarme. Pensaba en el momento en que me acercaría a ese edificio llena de miedo, casi tal como me sentí en el invierno de 1992, justo en los días en que mi hijo habría cumplido ocho años. Temía que aparecieran los flashbacks, los feos recuerdos, y que se reabrieran las heridas emocionales. Después de mucha oración y de consejos piadosos de amigos, concluí que el Señor quería que hiciera lo siguiente: no sólo quería que fuera a la consulta dental, sino que también recordara a mi bebé creando un objeto conmemorativo para dejarlo afuera de la puerta de la clínica de abortos. Mi cita con el dentista era un lunes y pasé el fin de semana disuadiéndome de confeccionar el objeto. Me aterraba que me pudiesen confrontar. En mi mente aparecían escenas de personas que trabajan en el área de aborto gritándome histéricamente. Me eché atrás cientos de veces, justificándome con que a Dios no le importaría realmente. Llegó el lunes y yo aún le daba vueltas al asunto. Mi esposo y varios amigos cercanos estaban orando por mí. Unos pocos minutos antes de que llegara la niñera, respiré hondo y saqué los materiales de arte. Pegué un papel floral en un pedazo de cartón, lo decoré con rosas de cintas y escribí el siguiente mensaje: “En memoria de Adriel, mi bebé, que murió aquí el 5 de diciembre de 1992… Si tan sólo hubiese sabido”. Mi esposo me pasó a buscar y me llevó al centro. Camino a la clínica, batallé contra el miedo y contra el gran deseo de evitar mi acto conmemorativo. Estacionamos el auto, oramos y nos dirigimos al edificio. Sentí que hubiese debido estar temblando, pero por alguna razón, no lo estaba. Me recordaba constantemente que yo era más que vencedora en Cristo, que él iba conmigo y delante de mí y que él quería que hiciera esto. Con el cartel y la cámara en la mano, nos bajamos del ascensor en el noveno piso. Mi corazón estaba palpitando muy fuerte; no obstante, la gran presencia de Dios me impulsaba a través del miedo. Al voltear la esquina llegamos a la puerta de la clínica. Me paré junto a la puerta sosteniendo el cartel mientras mi esposo tomaba una foto. Luego, lo puse al lado de la puerta, y tras tomar otra foto, volvimos al ascensor. Apenas habíamos dado la vuelta a la esquina del pasillo cuando la puerta de la clínica se abrió violentamente. Estábamos muy sorprendidos, preguntándonos qué sucedería. Las voces discretas hablaban en un tono susurrante, delatando tensión y miedo. “Acaban de dejarlo… eran dos personas”. “Es sólo cartón”. “¡No lo toques!”. “¡No podemos dejarlo aquí!”. ¡La sensación de la presencia del enemigo era muy fuerte! Llegó el ascensor para llevarnos a la consulta del dentista. A medida que se cerraban las puertas, nos abrazamos de gozo y nuestros ojos se llenaron de lágrimas por la bondad de Dios. Los sentimientos de opresión y pesadez, incluso miedo, permanecían. Sin embargo, aunque eran sentimientos perturbadores, la dulzura de la victoria en Cristo prevalecía. ¡Quería bailar! ¡Recién habíamos peleado una poderosa batalla espiritual, y ganamos! Cualquiera que haya experimentado un aborto entiende esta batalla. No estaba peleando contra la industria del aborto; estaba peleando contra el miedo de mi corazón que no me dejaba hablar la verdad en amor sobre los efectos que el aborto tiene. Sin embargo, esta vez, el aborto no me venció; yo lo conquisté en la fuerza y en la gloria del Señor.  Este artículo fue publicado originalmente en Eternal Perspective Ministries. | Traducción: María José Ojeda