Albert Mohler es director del Southern Baptist Theological Seminary en Louisville, Kentucky. Puedes encontrarlo en Twitter como @albertmohler.
Por qué a veces la controversia es necesaria
Este artículo fue originalmente publicado por Ligonier Ministries en esta dirección.
El problema de postergar el matrimonio
Este artículo fue originalmente publicado por Ligonier Ministries en esta dirección. | Traducción: María José Ojeda
RESEÑA: CONTRACULTURA
En Contracultura, Platt presenta un enfoque más comprensivo y definido de la pasión por el Evangelio de lo que ha demostrado en sus previos escritos, dentro de los cuales está Radical. En su nuevo libro, él mantiene un enfoque muy claro del Evangelio, mientras levanta su preocupación por la falta de entusiasmo entre muchos cristianos jóvenes (evangélicos jóvenes, aunque no exclusivamente) respecto a una serie de problemas sociales que se abordan directamente en la Escritura y, por lo tanto, dan cuenta directamente de las afirmaciones de Cristo.
Como escribe Platt: «En asuntos populares, como la pobreza y la esclavitud, donde es probable que nos aplaudan por nuestro trabajo social, somos rápidos para ponernos de pie y hablar sin rodeos. Sin embargo, en asuntos controversiales tales como la homosexualidad y el aborto, donde es probable que como creyentes seamos criticados por involucrarnos en esos temas, nos contentamos con permanecer sentados sin hablar». En este libro, David Platt con decisión no se sienta ni se queda en silencio. Él aborda una serie de preocupaciones que van desde la pobreza hasta la esclavitud sexual, el matrimonio entre personas del mismo sexo, el racismo, la pornografía y la inmigración. En el camino, él también lidia con la persecución, los huérfanos y el aborto.
En su libro más popular hasta ahora, Radical, Platt describe y aviva un cristianismo apasionado, dirigido por el Evangelio, que se ha apoderado de su corazón y que desesperadamente quiere ver que se transmita a otros (especialmente, al gran número de evangélicos jóvenes que fueron atraídos a él y a su mensaje). Y muchos lo fueron.
Debido a esto, es muy importante que Contracultura no ande con rodeos. Presenta una examinación bíblica muy directa de cada problema. En cada caso, Platt construye su argumento directamente desde la Escritura y desde los recursos más fuertes para el argumento moral cristiano. Su causa es moral, pero su fundamento es consistentemente bíblico y teológico.
En cada página, es evidente que Platt ha tratado más estos problemas que el promedio de pastores evangélicos. En primer lugar, Platt los discute de maneras que demuestran su propia lucha personal para definir el alcance de estos problemas, dentro de los cuales se encuentra el inevitable sufrimiento una vez que alguien entiende la escala exacta de la humanidad involucrada. En segundo lugar, su enfoque tiene la característica de que no permite escape donde la Escritura no permite escape. En ese sentido, este nuevo libro en lo profundo es aún más contracultural de lo que pueda sugerir su título.
Los problemas que Platt aborda comprenden muchas preocupaciones por lo que hacer un resumen es bastante difícil. Es particularmente emotivo cuando escribe sobre el aborto y la esclavitud sexual y entiende que una preocupación común por el Evangelio debe llevar a todas las personas dispuestas al Evangelio a entender estos problemas, aunque son dolorosos, no son problemas que los cristianos pueden evitar tanto en términos personales como en el compromiso público. En este sentido, uno de los regalos más grandes de David Platt en este libro es que comparte su propio modelo de compromiso público: un modelo honesto, humilde, cautivador y profundamente conviccional.
Los lectores del libro podrían frustrarse por el hecho de que los problemas no pueden ser expuestos simplemente en una serie de consideraciones como si cada uno fuera acorde con el otro. En algunos casos, podrían estar disponibles algunos claros remedios en la cultura, al menos para mejorar los efectos del pecado. En otros casos, se torna cada vez más difícil saber lo que los cristianos fieles podrían hacer, pero Platt no permite un escape fácil. Al contrario, él llama a un estilo de vida simple, a identificarse con aquellos que están atrapados en sistemas de injusticia y a buscar usar todos los medios posibles para liberar a nuestros prójimos de la pobreza, de la opresión, de la esclavitud a la lujuria y de la avaricia. Notablemente, él también ofrece un capítulo sobre la libertad religiosa, entendiendo de que se experimenta una real amenaza a la libertad religiosa en esta generación que probablemente sea una señal de que vienen desafíos aún mayores. Para el crédito de Platt, él entiende que estos desafías no están atados a nuestra libertad de comprometernos públicamente con el problema, sino que, más importante aún, con nuestra capacidad de enseñar, de predicar y de compartir el Evangelio.
David Platt comienza el libro en el Evangelio y ahí es donde yo terminaré esta reseña. Mientras que demasiados autores que son atractivos para los jóvenes evangélicos usan la palabra Evangelio en un sentido muy vago y generalizado (un sentido en el cual un ímpetu por el evangelismo y las misiones puede ser rápidamente transformado en un mero cambio cultural) David Platt es muy específico sobre lo que es el Evangelio. Lo define, el Evangelio es «la buena noticia de el Creador del universo, justo y lleno de gracia, ha considerado la situación sin esperanza de mujeres y hombres pecadores, y que ha enviado a su Hijo, Jesucristo, Dios encarnado, para que cargue en la cruz su ira por el pecado y que muestre su poder sobre el pecado en la resurrección, para que todos los que se arrepientan de sus pecados y pongan su fe en Jesús como Salvador y Señor sean reconciliados con Dios para siempre».
Esa es una expresión agradablemente clara del Evangelio de Jesucristo, el Evangelio que a David Platt le apasiona tanto que sea compartido con todos los pueblos de la tierra. Solo podemos estar agradecidos de que en su nuevo rol como director del Consejo de Misiones Internacionales de la Convención Bautista del Sur de Estados Unidos, sus seguidores podrían ser transformados, por la gracia de Dios, en una poderosa fuerza para misiones que el mundo nunca ha visto. Eso, incluso más que la sabiduría contenida en este libro, representará la mayor amenaza contracultural que el mundo jamás haya visto.
Contracultura: una llamada compasiva a la contracultura en un mundo de pobreza, matrimonios del mismo sexo, racismo, esclavitud sexual, inmigración, persecución, aborto, huérfanos y pornografía. David Platt. Tyndale House Publishers, 320 páginas.
Esta reseña fue publicada originalmente en 9Marks.
Cultivemos la paciencia con urgencia
Este artículo fue originalmente publicado por Ligonier Ministries en esta dirección.
El enemigo de mi enemigo… ¿es mi amigo?
No estamos viviendo una época de paz. Los cristianos que reflexionan deben sin duda estar conscientes de que hay un gran conflicto moral y espiritual gestándose a nuestro alrededor, con múltiples frentes de batalla y cuestiones de gran importancia en juego. El profeta Jeremías advirtió repetidas veces sobre aquellos que falsamente declaraban paz cuando no la había. La Biblia define la vida cristiana como una batalla espiritual, y los creyentes de esta generación enfrentan el hecho de que, en nuestra lucha actual, está en juego la existencia misma de la verdad.
Estar en guerra pone sobre la mesa un conjunto singular de desafíos morales, y las grandes batallas morales y culturales de nuestros tiempos no son la excepción. Aun los antiguos pensadores lo sabían, y comúnmente todavía se citan muchas de sus máximas de guerra. Entre las más populares, hay una que muchos de los antiguos conocían: «El enemigo de mi enemigo es mi amigo».
Dicha máxima ha sobrevivido como un principio moderno de política exterior. Explica por qué los estados que han estado en guerra unos contra otros pueden, dentro de un muy corto plazo, aliarse contra un enemigo común. En la Segunda Guerra Mundial, la Unión Soviética comenzó siendo aliada de la Alemania Nazi, y sin embargo, llegó al final de la guerra como un aliado clave de Estados Unidos y Gran Bretaña. ¿Cómo pudo suceder esto? Sucedió porque se unió al esfuerzo contra Hitler y se convirtió instantáneamente en «amiga» de norteamericanos y británicos. Sin embargo, cuando la gran guerra concluyó, los soviéticos entraron en una nueva fase de abierta hostilidad contra sus últimos aliados —conocida como la Guerra Fría—.
¿Podemos los cristianos sacar provecho de esta útil máxima de la política exterior mientras pensamos en nuestras luchas actuales? No es una pregunta simple. Por un lado, es inevitable —y aun indispensable— tener algún sentido de unidad contra un opositor común, pero por otro lado, la idea de que un enemigo común produce una unidad verdadera es —como aun la historia lo revela— una premisa falsa.
No debemos subestimar aquello de lo cual estamos en contra. Las luchas que enfrentamos del lado de la vida y la dignidad humana contra la cultura de la muerte y los grandes males del aborto, el infanticidio y la eutanasia, son luchas titánicas. Estamos en una gran batalla por defender la integridad del matrimonio como la unión entre un hombre y una mujer. Enfrentamos una alianza cultural decidida a promover una revolución sexual que desatará un verdadero caos y perjudicará notablemente a individuos, familias y a la sociedad en general. Estamos luchando por defender al género como parte de la buena creación de Dios y para defender la existencia misma de un orden moral objetivo.
Más allá de todos estos desafíos, estamos involucrados en una gran batalla por defender la existencia de la verdad en sí, por defender la realidad y autoridad de la revelación de Dios en la Escritura, y por defender todo lo que la Biblia enseña. Hay un anti-sobrenaturalismo generalizado que busca negar cualquier afirmación de la existencia de Dios o de nuestra capacidad de conocerlo. La academia está dominada por las cosmovisiones naturalistas, y el nuevo ateísmo vende libros por millones. El liberalismo teológico hace su mejor esfuerzo por establecer la paz con los enemigos de la iglesia, pero los cristianos fieles no tienen forma de escapar de las batallas a las cuales está llamada esta generación de creyentes.
Por lo tanto, ¿son amigos nuestros los demás enemigos de nuestros enemigos? En cuanto a lo recién mencionado, mormones, católicos romanos, judíos ortodoxos y muchos otros comparten muchos de nuestros enemigos. Sin embargo, ¿hasta qué punto hay unidad entre nosotros?
Debemos pensar en esto con mucho cuidado y honestidad. En un sentido, podríamos juntarnos con quien sea —no importando su cosmovisión— para salvar gente de una vivienda en llamas. Ayudaríamos gustosamente a un ateo a salvar del peligro a un vecino o incluso a embellecer el vecindario. Estas acciones no exigen compartir una cosmovisión teológica.
En otro sentido, ciertamente vemos como aliados claves en la actual batalla cultural a todos aquellos que defienden la vida y la dignidad humana, el matrimonio, el género y la integridad de la familia. Nos escuchamos mutuamente, adquirimos argumentos los unos de los otros y nos sentimos agradecidos del apoyo que cada cual presta a nuestros intereses comunes. Incluso reconocemos que en nuestras cosmovisiones hay elementos comunes que explican nuestras convicciones comunes acerca de estas cuestiones. Sin embargo, nuestras cosmovisiones son en verdad completamente diferentes.
Con la Iglesia Católica Romana tenemos muchas convicciones en común, incluyendo convicciones morales sobre el matrimonio, la vida humana y la familia. Además de eso, sostenemos juntos las verdades de la Trinidad divina, la cristología ortodoxa, e igualmente otras doctrinas. Sin embargo, estamos en desacuerdo sobre aquello que reviste la máxima importancia: el evangelio de Jesucristo. Y esa diferencia suprema conduce también a otros desacuerdos vitales: la naturaleza y autoridad de la Biblia, la naturaleza del ministerio, el significado del bautismo y la Santa Cena, y toda una gama de cuestiones centrales para la fe cristiana.
Los cristianos definidos por la fe de los reformadores jamás deben olvidar que lo que obligó a los reformadores a romper con la Iglesia Católica Romana fue nada menos que la fidelidad al evangelio de Cristo. De nosotros se requiere la misma claridad y valentía.
En una época de conflicto cultural, el enemigo de nuestro enemigo puede muy bien ser nuestro amigo. Sin embargo, con la eternidad ante nuestros ojos, y estando en juego el evangelio, no debemos confundir al enemigo de nuestro enemigo con un amigo del evangelio de Jesucristo.