volver
Photo of Las únicas acusaciones que valen
Las únicas acusaciones que valen
Photo of Las únicas acusaciones que valen

Las únicas acusaciones que valen

Ya me cuesta seguir soportando los chismes. Apenas corrijo a uno de mis hijos, éste intenta inmediatamente exponer a su hermano o hermana por haber cometido una falta similar. Me estoy cansando. ¿Por qué mis hijos quieren usarse como chivos expiatorios unos a otros en forma tan despiadada? No se dan cuenta de la horrible imagen que proyectan al seguir esa pauta egoísta. En un instante, mi simple momento de corrección me hace caer en el rol de jueza, jurado, y reveladora de los corazones —aunque me deja mayormente cansada, molesta y a punto de darme por vencida—. Pareciera que nunca llego a ninguna parte en el área de «¿podríamos simplemente llevarnos bien?». Obviamente, como madre, sé que todos son culpables. Como madre cristiana, tengo que llegar a los asuntos del corazón y aplicar el Evangelio a dichas situaciones. Así que, mientras me desahogaba conmigo misma, me di cuenta de que esto puede seguir siendo un problema durante la adultez. No obstante, como sabemos que es feo, acusamos a nuestros pares de una forma más astuta. Disimulando el rancio hedor que despide, nos volvemos semejantes al acusador por excelencia: el diablo mismo. Manipulamos apelando al deseo de aquellos que quisiéramos plegar a nuestra posición. Aun como cristianos podemos darle un barniz de rectitud a una causa con el fin de promover nuestra propia gloria. Afortunadamente, Dios ya ha abordado todo enjuiciamiento destructivo en la obra de Cristo. Apocalipsis 12 describe cómo Cristo vence al acusador por medio de su muerte y resurrección:
Entonces hubo guerra en el cielo: Miguel y sus ángeles combatieron contra el dragón. Y el dragón y sus ángeles lucharon, pero no pudieron vencer, ni se halló ya lugar para ellos en el cielo. Y fue arrojado el gran dragón, la serpiente antigua que se llama el Diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero; fue arrojado a la tierra y sus ángeles fueron arrojados con él. Y oí una gran voz en el cielo, que decía: Ahora ha venido la salvación, el poder y el reino de nuestro Dios y la autoridad de su Cristo, porque el acusador de nuestros hermanos, el que los acusa delante de nuestro Dios día y noche, ha sido arrojado. Ellos lo vencieron por medio de la sangre del Cordero y por la palabra del testimonio de ellos, y no amaron sus vidas, llegando hasta sufrir la muerte. Por lo cual regocijaos, cielos y los que moráis en ellos. ¡Ay de la tierra y del mar!, porque el diablo ha descendido a vosotros con gran furor, sabiendo que tiene poco tiempo. (7-12)
En estos versículos, me anima el hecho de que mi pecado ha sido plenamente expiado por Jesús. Se ha introducido el Reino de Dios, y el acusador no tiene de dónde agarrarse para chismear, porque, como dice el gran himno, «Mi pecado —¡oh qué dicha produce este glorioso pensamiento!—, no una parte, sino todo, ha sido clavado a la cruz y ya no lo cargo; ¡alaba al Señor, alaba al Señor, alma mía!» Aun si la serpiente antigua hubiera de volver a recibir autoridad de Dios para acusar, no tendría sentido. Nuestro rescate ha sido pagado, y no sólo eso, sino que la rectitud de Cristo se ha imputado a todos los creyentes. Él nos concede fe para ver su gracia y comienza la gran obra de transformarnos a la imagen de su Hijo. Con ese conocimiento, ¡ahora puedo vivir mi vida en alabanza y servicio a Aquel que me ha rescatado de mi pecado! Pero aquí es donde entra el fino arte del discernimiento. A medida que maduramos en nuestro viaje cristiano, sabemos que, para que la verdad sea verdad, habrá personas a las que tendremos que señalar con el dedo. Mientras esperamos ese glorioso día de nuestra consumación, seremos ofendidos e incluso nos veremos enredados en pecado nosotros mismos. En Mateo 18:15-20  aprendemos cómo actuar cuando alguien ha pecado contra nosotros. Primero, deberíamos acercarnos al ofensor listos para ofrecerle nuestro perdón mientras lo confrontamos en amor. No debemos involucrar a otros a menos que la persona sea obstinada. Cuando pensamos en la forma en que Cristo ha cubierto nuestra vergüenza, esto debería aminorar el dolor que sentimos ante las ofensas menores que pudieran llevarse a cabo contra nosotros. Y sin embargo, hay momentos en que se debe hablar contra otros. Pablo reprende públicamente a Pedro por no andar con rectitud en cuanto a la verdad del Evangelio (Gá 2:14). En el ministerio público es necesario, por amor al Evangelio, hablar públicamente contra la falsa enseñanza. En lugar de quedarnos sentados sin hacer nada cuando la verdad está en juego, deberíamos continuar aplicando discernimiento en nuestro enfoque. En todas estas situaciones, nuestra conducta debería ser digna del Evangelio. Ciertamente no es fácil, y en el texto bíblico de Apocalipsis, arriba, se nos dice que ahora el diablo está vociferando sus obras malas porque sabe que le queda poco tiempo... lo cual me lleva de vuelta al himno: «Aunque Satanás zarandee, aunque vengan pruebas, que el control provenga de esta bendita seguridad: que Cristo ha observado mi desesperado estado, y ha derramado su propia sangre por mi alma».
Este recurso fue publicado originalmente en Reformation21. | Traducción: Cristian J. Morán
Photo of Entrénate para perseverar en la fe
Entrénate para perseverar en la fe
Photo of Entrénate para perseverar en la fe

Entrénate para perseverar en la fe

El año pasado, me pidieron hacer algo que me resulta incómodo. Por primera vez como conferenciante, me pidieron iniciar una charla dando mi testimonio. Claro, yo sé en qué consiste un testimonio. Empezamos declarando nuestras buenas intenciones, introducimos un momento dramático de nuestra vida, y terminamos con la forma en que superamos la adversidad, dando, por supuesto, toda la gloria a Dios. Indudablemente podía compartir todos estos elementos. Sin embargo, no pude evitar sentir que, en parte, me estaba dando yo misma algo de importancia al pararme delante de todas estas mujeres para compartirles mi testimonio.

Me sentí tonta mientras lo preparaba. De hecho, mientras iba en el avión a Texas, aún me preguntaba qué cosas de mí compartiría esa noche durante 45 minutos. Solo quería entregar mi mensaje sobre la perseverancia basándome en la carta-sermón a los Hebreos. Quería decir que, aunque sabemos que la fe es un regalo proveniente de un Dios fiel, se trata de una gracia que lucha. El predicador de Hebreos usa incluso metáforas de maratonistas, gimnastas y luchadores olímpicos griegos para ilustrar la fe combatiente que necesitamos para perseverar hasta el fin. Luego de presentar una sólida teología de Cristo como el máximo profeta, sacerdote y rey, proclama en Hebreos 10:23 un mandato a perseverar, diciendo: «Mantengamos firme la profesión de nuestra esperanza sin vacilar, porque fiel es Aquel que prometió». Se nos exhorta a aferrarnos firmemente a las promesas de Dios que se cumplen en la persona y la obra de Cristo. Se nos llama a aferrarnos a estas promesas por fe hasta que contemplemos a Cristo por vista. Así que decidí darle a mi testimonio un ángulo que explicara cómo llegué a escribir sobre el tipo de mentalidad que encontramos en la carta-sermón a los Hebreos. Me criaron con una mentalidad de combate. Mi infancia fue algo atípica: tenía un taller de karate en mi casa. Sí, tal cual. Mi papá, que era también agente del servicio secreto, enseñaba artes marciales allí. Mi madre hizo clases de aeróbica a las vecinas en la sala de karate hasta que finalmente abrió un gimnasio en el centro. Mis dos padres valoraban el estilo de vida activo. Recuerdo que los chicos del vecindario participaban en las entretenidas carreras con obstáculos que papá nos hacía correr en el patio. Él nos cronometraba mientras corríamos, y después de cada pasada, nos decía por separado a mi hermano y a mí que habíamos vencido al otro por apenas un segundo. Solo de adulta me di cuenta de que papá había inventado eso únicamente para hacernos correr más rápido en la siguiente ocasión. Sin embargo, esto no era simplemente una búsqueda física; era una forma de pensar. Papá nos enseñó a ser buenos observadores, a hacer contacto visual, a identificar las salidas de emergencia, y siempre pensar en términos de defensa personal y ayuda a los demás. Aprendimos a hacer un reconocimiento de las herramientas que teníamos a mano en caso de necesitar escapar, o incluso a pelear si era necesario. Esta forma de pensar, y los muchos ejercicios con que papá nos entrenó para desarrollarla, nos enseñó que la perseverancia no es pasiva. Es algo para lo cual debes prepararte, algo por lo cual debes luchar, y algo que exige un entrenamiento constante. A medida que daba mi testimonio, expliqué cómo mi crianza me ayudó a hacer conexiones con la fe combativa que Hebreos nos llama a ejercer. No basta con confesar una creencia: debemos aferrarnos a ella. Y eso exige un acondicionamiento. Teológicamente hablando, necesitamos tener un buen «estado físico» para la vida cristiana de fe y obediencia. El «estado físico» teológico se relaciona con esa lucha persistente por ejercer nuestra fe involucrándonos activamente en la verdad del evangelio que revela la Palabra de Dios. Cada cristiano perseverará, pero cualquiera sea la etapa de la carrera en que nos encontremos, responderemos a nuestras pruebas, triunfos y circunstancias cotidianas de acuerdo a lo que creamos sobre Dios y su obra. Una cosa es segura: no podemos aferrarnos a una confesión que apenas conocemos. Un buen siervo de Jesucristo está entrenado en la Palabra de la fe. Esto requiere una mentalidad de combate. Aunque sienta que estoy envejeciendo, si Dios así lo quiere, aún tengo un largo camino que recorrer. Me sentí presuntuosa al pararme frente a esas mujeres y darles mi testimonio sobre la vida cristiana; sin embargo, lo que podía compartir era el testimonio que quisiera poder dar. Quiero que mi testimonio forme parte de la nube de testigos que encontramos en Hebreos 11: Todos éstos murieron en fe, sin haber recibido las promesas, pero habiéndolas visto desde lejos y aceptado con gusto, confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra. Porque los que dicen tales cosas, claramente dan a entender que buscan una patria propia. Y si en verdad hubieran estado pensando en aquella patria de donde salieron, habrían tenido oportunidad de volver. Pero en realidad, anhelan una patria mejor, es decir, la celestial. Por lo cual, Dios no se avergüenza de ser llamado Dios de ellos, pues les ha preparado una ciudad. No quiero que mi testimonio sea alguno de los libros que he escrito. Ni siquiera quiero que mi testimonio se trate de lo buena esposa o madre que soy, o de cómo superé una adversidad particular en mi vida. Quiero que mi testimonio sea: «Ella logró llegar a los cielos nuevos y a la tierra nueva, y ayudó a animar y a equipar a la gente a lo largo del camino». Tengo que mirar a Cristo y correr con la resistencia que el Espíritu me da para lograrlo (Heb 12:1-2). En este preciso momento, solo estoy en medio de la carrera, pero al final de ella, quiero escuchar: «Bien hecho, mi buena y fiel sierva».
Este artículo fue originalmente publicado por Ligonier Ministries en esta dirección.
Photo of Cuidado con los hijos buenos
Cuidado con los hijos buenos
Photo of Cuidado con los hijos buenos

Cuidado con los hijos buenos

Leer El Dios pródigo de Tim Keller me ha motivado a pensar más profundamente sobre mi propia rebelión. También me ha hecho pensar más sobre la forma en que crío a mis hijos. No queremos que nuestros hijos caigan en un estilo de vida pecaminoso, y ciertamente somos responsables de la seguridad de ellos. Sin embargo, en esta misión de la paternidad, somos muy rápidos para etiquetar ciertos tipos de conducta como rebeldes o satisfactorios. Calificamos ciertas conductas como malas sencillamente para poder dar a nuestros hijos una lista de cosas a evitar mientras empiezan a tomar decisiones por sí mismos. ¿Hay alguien aquí que haya crecido escuchando el aforismo «No bebas, no bailes, no consumas drogas ni salgas con chicos que lo hagan»? Entre quienes han sido criados bajo esta enseñanza, algunos bromean refiriéndose a ella como «el undécimo mandamiento». Sin embargo, todos tendemos a añadir nuestros propios preceptos a las reglas de la Biblia por causa de los principios a los cuales apuntan. La Palabra de Dios enseña la moderación y la pureza, y puesto que el cuerpo es un templo del Espíritu Santo, no debemos profanarlo. Sin embargo, temo que mis hijos solo perciban las conductas prohibidas como signos de rebelión sin agudizar sus capacidades de discernir. No me entiendan mal; no quiero que mis hijas «salgan con» chicos que beban, fumen y esas cosas. Pero esta es solo una manera de expresar la rebelión adolescente. Hay un segundo peligro, y tiene la reputación de ser elogiable. Su veneno es sutil pero, mientras más se prueba su sabor, más se lo anhela. Como la polilla a la llama, somos atraídos hacia la luz del fariseísmo. Estoy hablando del horror del hijo bueno. El hijo bueno es como el hermano mayor de la parábola del Hijo Pródigo. Era un seguidor de reglas, pero el corazón de este hermano mayor quedó al descubierto cuando su padre abrazó amorosamente al más joven, arrepentido y pecaminoso hermano y preparó un banquete para celebrar. Da la casualidad de que el hermano mayor también era rebelde. Sus buenas obras eran el medio a través del cual se rebelaba contra la gracia expresada por su padre. Keller explica que hay dos formas de huir de Dios: siendo malo y siendo bueno. El Evangelio puede ser aun más ofensivo para el farisaico. Como el hijo mayor, podemos tratar de aumentar nuestro currículum y engañarnos creyendo que, de alguna forma, Dios está en deuda con nosotros. En su libro, Keller explica que el Padre es el verdadero pródigo —el que ha gastado profusamente todo—. En la crianza de mis hijos, definitivamente necesito tener reglas y límites para ellos. Sin embargo, no son fines en sí mismos. Es muy fácil colmar de elogios a mis hijos cuando toman buenas decisiones. No obstante, no quiero que mi mayor objetivo en la crianza sea la buena conducta, sino que mis hijos conozcan a quien es verdaderamente bueno: Jesucristo. ¿Tengo alguna fórmula para esta clase de paternidad? No. De hecho, continuamente fallo en forma miserable, lo cual me conduce a dos consejos:
  1. Oye el mensaje del Evangelio
  2. Enseña el mensaje del Evangelio
Todos lo necesitamos. Cada día. Desafortunadamente, mi corazón también es rebelde. Aun como receptora de la gracia de Dios, necesito que se me recuerde una y otra vez su gloriosa obra. Mientras más crezco en su gracia, más me doy cuenta de que dependo totalmente de mi Salvador para todo. No quiero que mis hijos estén engañados pensando que estoy cerca de alcanzar el pináculo de mi buena vida. Quiero que sepan que Cristo es la fuente de todo lo bueno. No lo olviden: Aun el hijo bueno necesita el Evangelio —quizás incluso más—. Pensemos siempre en formas creativas de enseñarlo a nuestros hijos en cada etapa de sus vidas. Reflexión: Lucas 15:11-32
Este recurso fue publicado originalmente en Mortification of spin.
Photo of Gozo eterno junto al gran esposo
Gozo eterno junto al gran esposo
Photo of Gozo eterno junto al gran esposo

Gozo eterno junto al gran esposo

El 27 de junio se cumplen 14 años desde mi boda con Matt. Por tercer año consecutivo, lo celebramos quedándonos un fin de semana en una posada de Alojamiento y Desayuno de Isla de Salomón, en Maryland. Para quienes no conocen ese lugar, es un pueblito sencillo emplazado en poco más de tres kilómetros donde se junta un río con una bahía. Eso es lo que nos gusta de él. Es un lugar donde nos alejamos de nuestras ocupaciones y simplemente paseamos. Básicamente, lo mejor es despertar y decir: «¿Qué quieres hacer hoy?» Y ya sabemos la respuesta a esa pregunta. Despertamos para tomar el más delicioso desayuno preparado por nuestra fabulosa y algo hippie anfitriona Amanda (que estudió en Le Cordon Bleu, de París, y en el Instituto Culinario de Nueva York). Luego, durante un rato, recorremos las calles y varias tiendas antes de nuestro paseo en bicicleta. Una vez pedaleando, nuestro objetivo es llegar al otro lado del río mientras miramos las casas. Esta vez encontramos un camino inconcluso que hizo interesante el paseo. Compramos algo de comida y luego caminamos hasta un conocido bar donde nos encontramos con motociclistas, marineros, gente de mediana edad y adultos jóvenes. Es un grupo ecléctico. Después de pasar un rato en la piscina, caminamos hasta nuestro sitio de comidas favorito. No es el restaurant del muelle que atrae a la mayoría de los turistas. Este lugar no tiene la mejor de las atmósferas, pero definitivamente tiene la mejor de las comidas. Cada vez que nos vamos, salgo convencida de que ha sido la mejor comida de mi vida. Mientras caminamos de regreso, Matt se detiene a comprar un granizado mientras yo me aferro a mi cajita de comida «para llevar» que guarda un fabuloso secreto —pastel de chocolate y cannoli—. Me doy el placer del chocolate mientras nos sentamos en el balcón a mirar los botes por la noche. Estoy convencida de que el Señor alarga el día para nosotros. Se siente tan bien salirse de lo normal y celebrar mi matrimonio con mi esposo. Alejados de nuestras exigencias programadas, simplemente nos deleitamos en estar juntos. Resulta que en verdad me sigue gustando pasar tiempo con él. Y ahora que he vuelto a casa con el recuerdo, las analogías me inundan… Pienso en ese día en que nuestro Gran Esposo recogerá a su esposa y nos llevará a nuestro nuevo hogar. El misterio de los cielos nuevos y la tierra nueva llena nuestra imaginación mientras servimos y disfrutamos actualmente de esta tierra sabiendo dos cosas: 1) Dios la creó y la declaró buena; y 2) ha sido horriblemente corrompida por el pecado. Mientras gemimos junto con la creación esperando nuestra glorificación en cuerpos resucitados sobre una tierra nueva y celestial, el tiempo es tanto un amigo como un enemigo. Es nuestro amigo al señalar la paciencia que Dios nos tiene —y, seamos honestos, todos tenemos momentos en que QUEREMOS que todo acabe—. Sin embargo, siempre estamos luchando contra el tiempo. Nuestros cuerpos envejecen, los plazos nos superan, y el reloj despertador (o ese hijo nacido hace poco) no perdona. Sin embargo, ese fin de semana con mi marido me hizo pensar en el gozo que tendremos en el cielo junto a nuestro Gran Esposo. Imagina cómo será el gozo en la eternidad —un gozo al que el tiempo no pondrá fin—. Ciertamente nuestro propósito actual es glorificar a Dios y gozar de Él para siempre, pero nuestra capacidad de hacerlo se hará perfecta en la era venidera. Este gozo no será manchado por el pecado ni compartido con motociclistas, marineros o amas de casa. Jesús mencionó frecuentemente que se está preparando un gran banquete celestial para su novia. ¿Habrá pastel de chocolate y cannoli? No lo sé, pero será la mejor comida de todas. Y la siguiente también lo será… Sin embargo, al igual que en mi viaje con Matt, la bendición no será la comida, y ni siquiera nuestro nuevo hogar celestial. La bendición será Jesucristo, y finalmente Él habrá venido, en el momento perfecto, por su novia. Imagina servir en el momento, pudiendo adorar a nuestro Creador y Redentor eternamente… ¡ETERNAMENTE! Isla de Salomón no se parece al cielo en absoluto. O quizás un poco. Ciertamente lleva el nombre de un hombre amante. Como sea, mientras Matt y yo nos apoyábamos contra la baranda del muelle observando la ola de una lancha que se estrellaba contra las rocas, le dije: «Si alguna vez me muero, quiero que te vuelvas a casar . . . ¡pero jamás la traigas aquí!» Este lugar es nuestro. Jesús está ahora preparando un lugar para su novia . . . y deseo muchísimo estar allí.
Este recurso fue publicado originalmente en Mortification of spin. | Traducción: Cristian Morán
Photo of Las mamás no viven el Evangelio: necesitan de él
Las mamás no viven el Evangelio: necesitan de él
Photo of Las mamás no viven el Evangelio: necesitan de él

Las mamás no viven el Evangelio: necesitan de él

Hace poco leí un buen artículo sobre la maternidad en el blog de Desiring God. Sin embargo, me llamó la atención una frase que me perturbó: «La maternidad es una maravillosa oportunidad para vivir el evangelio». Creo que la maternidad es una maravillosa oportunidad para vivir a la luz del evangelio. Estas tres palabras hacen una gran diferencia. Permítanme explicarlo. Primero les daré un ejemplo de algo feo que hice, y luego compartiré con ustedes lo «grandiosa» que soy. En ninguno de los dos casos soy el evangelio sino que ambos demuestran cuánto necesito seguir escuchándolo.

Durante el verano, mis hijos no están yendo a la escuela, lo cual significa que tengo el privilegio de llevarlos conmigo al supermercado. La sola idea me produce un tic en el ojo. Allí estoy, entonces, caminando por el pasillo de los productos horneados y escuchando al mismo tiempo una serenata de «Mamá, necesitamos esto; mamá, se nos acabó esto otro; mamá, ¿por qué NUNCA nos compras aquello?». Mientras tanto, trato de comparar precios y leer las etiquetas de información nutricional. Al llegar a las harinas, me pregunto cuánta voy a necesitar para preparar los panqueques con chispas de chocolate que mi marido les llevará a los niños de 4º. ¿Me queda suficiente en casa? Cojo el teléfono para pedirle a mi hija mayor que revise. Entremezclado con el tono de marcación, escucho: «¡Mamá, mamá, mamá!». Con voz de apremio, firme pero no demasiado elevada, digo: «Zaidee, ¡¿te puedes CALMAR?!» Y es entonces cuando la nueva miembro de nuestra iglesia aparece en la esquina del pasillo y me lanza esa especie de mirada. Ya saben, esa mirada de «¿Cómo puedes tener tan poca paciencia con tus hijos?» Y me da más vergüenza porque ella está embarazada de su primer hijo. No le di el ejemplo más piadoso en ese momento. Después de intercambiar saludos y girar hacia el siguiente pasillo, Zaidee me reprende con una gran sonrisa: «Sólo quería decirte que había visto a alguien de nuestra iglesia». Y a continuación, lo grandiosa que soy: Tomé la decisión de no permitir que este verano se agotara viendo televisión, jugando videojuegos o con hijos que se aburren. Y con nuestras apresuradas noches de deporte, el tiempo de devoción familiar ha resultado realmente perjudicado. Esta era mi oportunidad de hacer que volviéramos a un modelo familiar saludable, así que hice un maravilloso programa de actividades matinales que incluye un tiempo devocional durante el desayuno. Estoy usando un fabuloso libro de Starr Meade sobre el Catecismo Menor: Training Hearts; Teaching Minds (Formando corazones; educando mentes). Enseguida, pasamos a media hora de aseo de cuartos y quehaceres domésticos seguidos por veinte minutos de una especie de acondicionamiento físico. Hemos hecho de todo: desde andar en bicicleta, correr, y seguir videos de ejercicios, hasta mi antiguo entrenamiento con discos deslizantes. Solanna funciona muy bien con un programa. Sencillamente le encanta la gratificación de ir marcando una lista. Zaidee es mi hija de espíritu libre. Al igual que yo, no le gusta estar tan encajonada por eventos cronometrados. Sin embargo, definitivamente se está beneficiando de la experiencia. Haydn simplemente se deja llevar. Disfruta de la seguridad que le da la rutina. Esta cosa de la mañana realmente ha estimulado grandes conversaciones y momentos juntos. Y luego, podemos ocupar el resto de nuestro día en cualquier otra cosa (aparte de los 20 minutos diarios en que los hago leer solos). ¿No soy grandiosa? En realidad, no. Y cuando lo soy, es especialmente entonces que necesito escuchar el evangelio. Esto es lo que quiero decir: El evangelio es una proclamación. Es una buena noticia, y las noticias deben ser contadas con palabras. Como cristiana, puedo conocer la verdad del evangelio, pero no puedo ser dicha verdad. Soy cristiana; no soy el evangelio. El evangelio llega a mí desde afuera y dirige mi vista a la obra que Cristo hizo en mi favor. El hecho es que soy una pecadora que ha sido justificada por la rectitud de mi salvador Jesucristo. Nadie puede ser salvo mirándome a mí. Como dice Michael Horton, «Tu vida no es el evangelio, y eso es una buena noticia para quienes se sientan a tu lado». Sí, quiero que los espectadores vean mi vida y noten los efectos del evangelio en ella. Sin embargo, no quiero que nadie piense que mi vida es el evangelio. Mientras soy santificada, yo misma necesito ser constantemente animada por esta buena noticia. Mi defecto es confiar en mi propia rectitud y querer ganar algo para mí; sin embargo, sólo soy libre de ministrar a mis hijos y mis vecinos cuando sé que no lo estoy haciendo para ganar algo. Puedo amarlos de verdad con el amor de Dios porque Jesucristo ya lo ha ganado en mi favor y su Espíritu me lo ha aplicado. La maternidad me humilla, pero a veces me edifica. Creo que la intención del artículo antes mencionado era animar a las madres diciéndonos que nuestra vocación es un lugar digno en el cual enseñar y vivir de acuerdo al evangelio. Cuando voy a la iglesia la mañana del domingo, soy desnudada por la ley y vestida por la justicia de Cristo, recibo el alimento y la fe para vivir el resto de mi semana a la luz de esa buena noticia. Concuerdo totalmente con la autora en que las madres que sirven a sus propios hijos en el hogar tienen una vocación valiosa. Sin embargo, las palabras aún son importantes en estos días, y quería hacer la aclaración.
Este recurso fue publicado originalmente en Mortification of spin.
Photo of La importancia de saber cuándo ser pasivas
La importancia de saber cuándo ser pasivas
Photo of La importancia de saber cuándo ser pasivas

La importancia de saber cuándo ser pasivas

Las mujeres somos muy buenas para hacer cosas. Escribimos listas, hacemos tareas múltiples, y logramos que las cosas se lleven a cabo. Dios creó a las mujeres para ser una ayuda y nos ha equipado con mucha fuerza para lograrlo. Sin embargo, hoy quiero proponer que quizás nuestros mejores dones son un poco más inertes. Hay muchas cosas que no podemos ni deberíamos hacer. Uf… Sé que esta idea suena extraña en esta cultura feminista que exalta el poder de las mujeres. Sin embargo, las mujeres no pueden ni deberían hacer todo lo que se les fije en la mente. A veces es mejor recibir.

Como lo afirma el Catecismo Menor de Westminster, los seres humanos fueron hechos para glorificar a Dios y gozar de Él para siempre. Puesto que Dios es grandemente glorificado por medio de su Hijo, Jesucristo, tengo que preguntarme de qué manera nosotras, como mujeres, exhibimos el evangelio y reflejamos a Cristo. Yo diría que gran parte de ello es a través de recibir. Quisiera hablar de lo que recibimos en nuestra vida natural, en nuestra vida espiritual, y de cómo nuestras ambiciosas labores entran en la ecuación

Lo que recibimos en nuestra vida natural

En nuestra vida natural, lo primero que recibimos es vida. El relato de la creación nos dice que Eva fue hecha de la costilla del hombre. Enfocándonos en lo que eso significa para una mujer, vemos que desde el comienzo hay un componente de liderazgo en el sacrificio de Adán por su esposa. Además, Adán llama a Eva Isha (mujer) porque ella viene del Ish (hombre). La terminación hebrea femenina suaviza el nombre de la mujer.

Habiendo Eva recibido su nombre de Adán, en muchos lugares ha continuado la tradición de que una mujer adopte el apellido de su esposo al casarse. Actualmente, muchas mujeres no desean que se las identifique por el apellido de sus esposos: esto sería un acto inmediato de sumisión que reconocería la prioridad gubernamental del marido en la relación. Sin embargo, la mayoría nace con el apellido de su padre, el cual también han recibido.

Lo que recibimos en nuestra vida espiritual

En las vidas espirituales tanto de hombres como de mujeres, hay mucho que se recibe. Gracias al Espíritu Santo recibimos un nuevo nacimiento por medio de la fe, la cual también se obtiene como un regalo (Ef 2:8-9). Cada domingo recibimos una dosis especial de la gracia de Dios a través de la Palabra predicada y los sacramentos. Por medio de esto, recibimos a Cristo y todos sus beneficios. En nuestra nueva identidad espiritual, recibimos una vez más un nombre: cristianos. En el mundo natural, el rol especial de una mujer como ayuda y receptora refleja a Cristo y su evangelio de muchas maneras. Jesús estaba en completa sumisión a la voluntad de su Padre. Siempre lo estará. Nuestra sumisión en el matrimonio y el liderazgo de la iglesia es un modelo de la sumisión de Cristo. También es un modelo de la sumisión de la iglesia a Cristo. Las mujeres reflejamos el evangelio cuando, como dijo Elizabeth Elliot: «…recibimos lo dado, como María, sin insistir en lo no-dado, como Eva»*. Elizabeth explica que Eva rechazó su femineidad al rehusarse a aceptar la voluntad de Dios. ¿Queremos seguir comportándonos como Eva, obrando en contra de los preciosos dones que Dios nos ha dado a nosotras?

¿Y qué de todas nuestras ambiciones?

Como dije, Dios ha equipado misericordiosamente a las mujeres con muchas fortalezas diferentes. Así, podemos ayudar tanto en la realización humana del Mandato Cultural como en nuestra responsabilidad de discípulos cristianos —cumplir la Gran Comisión—. En lo que a mí respecta, en mi cabeza se está cocinando toda clase de ideas sobre las cosas que se podrían hacer en cuanto a estos dos llamamientos. Sin embargo, que Dios me haya dado ciertos dones o una mente ambiciosa no significa que mis metas para el cumplimiento de dichas tareas sean lo mismo que su gran plan. Hay tres barreras de contención que me encauzan a lo largo del camino: el liderazgo de mi iglesia, el liderazgo de mi esposo, y la providencia de Dios. En primer lugar, tengo que hacerme la pregunta: ¿Estoy operando dentro del perímetro bíblico y correcto que me enseña mi iglesia? Los líderes de la iglesia deberían trazar claramente las funciones y los roles apropiados para los hombres y las mujeres. Segundo: ¿Impiden mis ideas que mi marido cumpla sus responsabilidades? En otras palabras: ¿Estoy funcionando dentro del rol en que Dios me ha llamado a ser ayuda? Y además: ¿Tengo el apoyo de mi marido? Si aún tenemos luz verde, podemos avanzar con nuestras ambiciones en la medida en que glorifiquen a Dios. Entre tanto, necesitamos tener conciencia de que nuestra importancia se encuentra en Cristo, quien es suficiente. Ningún objetivo propio me hará jamás realizarme ni adquirir valor. Mi valía se encuentra sólo en Cristo: no en mi esposo, ni en mi maternidad, ni en mi servicio, ni en mi carrera.

La tercera barrera de contención es un poco más complicada: Dios puede ponernos en un cierto camino; puede darnos una pasión, equiparnos bien para servir en una cierta área y darnos todas las luces verdes para procurar alcanzarla. Podemos avanzar en ello con seguridad y diligencia sólo para encontrar una puerta cerrada al final. ¿Hemos fracasado? No necesariamente. Sólo lo llamaría un fracaso si hubiésemos pecado (y, asombrosamente, nuestro misericordioso Dios puede incluso tomar nuestros fracasos y usarlos para su gloria). Te aliento a ser humildemente ambiciosa. Recibe los dones y pasiones que Dios te da, y ve tras ellos. A lo largo del camino, mantente lista para poder en cualquier momento dejar de aferrarte y así alcanzar la Satisfacción Máxima —la perla de gran precio—. Acepta las respuestas de Dios con seguridad y sin enfurruñarte. ¡En la vida no hay una «lista de tareas»! No podría escribirla. Debo decir que me siento más fuerte que nunca en cuanto al plan de Dios para mi vida, ¡pero no podría tener menos idea de cuál sea realmente ese plan! Estoy segura en su verdad, en su forma de dirigirme y en lo que sucederá con mi vida al final, pero no en muchos de los detalles que Él está trabajando para llevarme hasta allí. Mientras considero en oración todas las rutas desconocidas que se me presentan en el camino, digo con resignación: ¡Reina, Señor, como tú lo desees!   Para seguir meditando: Ef 5:22-33; Fil 2:1-11 *Recovering Biblical Manhood and Womanhood, editado por John Piper y Wayne Grudem, Crossway, 2006
Este recurso fue publicado originalmente en Reformation21. | Traducción: Cristian Morán
Photo of Una rosa me enseñó una lección
Una rosa me enseñó una lección
Photo of Una rosa me enseñó una lección

Una rosa me enseñó una lección

El viernes pasado salí a cenar con mi mamá, mi hermana, mi cuñada y mi amiga Cory. Estábamos celebrando los cumpleaños de mis hermanas y Cory. Mientras conversábamos, una dama les estaba solicitando a los comensales que compraran rosas previamente empaquetadas por ella. Mi madre la complació, y nos regaló una rosa a cada una. Yo fui la única que recibió una rosa sin estar de cumpleaños, pero daba igual: ella quería que yo también me sintiera especial. Al regresar a casa, era tan tarde que dejé negligentemente mi rosa amarilla en el automóvil (lo siento, mamá). La lluvia y la compañía nocturna del sábado me hicieron olvidar completamente la rosa. La volví a ver cuando nos fuimos a la iglesia el domingo por la mañana. Miré la rosa amarilla abandonada, bien empaquetada en su envoltorio translúcido, y me sentí culpable. Los pétalos estaban empezando a marchitarse —el amarillo es mi color favorito— y su flor cerrada estaba empezando a colgar. ¿Cómo pude ser tan descuidada con este gesto de mi mamá? Mientras nos íbamos a la iglesia, la puse en el garaje con la esperanza de que ese día llegara finalmente a un florero. Y lo hizo. Escogí el florero perfecto y corté algunos centímetros del tallo. Quizás duraría un día. No sé en qué momento ocurrió (y me gustaría haberlo visto) pero esa rosa se abrió en una gloria plena y hermosa. Inesperadamente, lució como recién cortada del jardín irradiando su dorado brillo con una fuerza distinguida. Pese a mi deplorable cuidado, ella perseveró hasta su glorificación final. Esa noche pensé en mi linda rosa amarilla mientras oraba durante mi baño de burbujas (a veces, reflexiono más así). En esta etapa de mi vida podría identificarme con la rosa empaquetada que espera servir a Dios. Se veía bonita a través de su envoltorio translúcido —lo suficiente como para ser vendida—, pero fue vendida con el potencial de abrir sus pétalos y ser hermosa. En mis recientes frustraciones, me sentí como la flor comprada y dejada en el automóvil. Al orar, tuve deseos de darle gracias a Dios por mi salvación y mi futura esperanza de glorificación. Sabía que, sin importar cómo me sintiera, al final yo también glorificaría hermosamente a mi Dios. Pero clamé: «¿Qué más puedo hacer ahora? ¡Tengo sed, también!» ¿Estoy siendo desagradecida, no queriendo quedarme en el envoltorio, o estoy cerrando mis ojos a las muchas formas en que Dios me está usando actualmente para su gloria? Siento como si, a cada intento, mis pétalos se estuvieran marchitando. Al irme cansada a la cama cada noche, pienso en todas las formas en que podría haber servido mejor a mi prójimo. ¿Estoy eligiendo las formas correctas? ¿Hay formas correctas e incorrectas? Fue entonces cuando mi metáfora me enseñó otra lección. Muchas de mis ambiciones de glorificar a Dios y servir a mi prójimo sobrepasan mis capacidades personales. A través de este proceso santificatorio tan largo como la vida, Dios me está transformando a la imagen de su Hijo. A veces quiero adelantarme a mí misma. Ese envoltorio translúcido es como un símbolo de la protección de Dios. Protegió a la rosa mientras pasaba por varias manos y esperaba en mi automóvil. Tuvo que esperar el momento correcto para alcanzar su máximo potencial, pero en todo el entretanto, glorificó a quien la hizo cumpliendo su rol. Yo estoy en la voluntad de Dios mientras cumplo los roles en que Él me ha puesto. En el proceso puedo perder algunos pétalos, mi color puede desvanecerse, y con certeza necesito ser podada, pero todas estas cosas serán parte de mi belleza, que finalmente es la gloria de Dios.
Este recurso fue publicado originalmente en Reformation21.
Photo of Lo mejor de despertar
Lo mejor de despertar
Photo of Lo mejor de despertar

Lo mejor de despertar

¿Has oído alguna vez el consejo de que, cuando hay una emergencia en el avión, la madre debe asegurarse de ponerse su máscara de oxígeno primero, o no será capaz de salvar a sus hijos? Solemos constantemente poner las necesidades de nuestros hijos por delante de las nuestras, así que entiendo por qué esta lección debe ser enseñada con antelación. A veces (o bueno, casi siempre) desearía secretamente poder aplicar este principio a mi taza de café matinal. Por alguna razón, sin importar cuán temprano me levante, mis hijos sienten mi presencia en la cocina. Uno de ellos (habitualmente el varón, aunque sus hermanas toman felizmente su lugar si él no puede cumplir con su deber) siempre se las arregla para llegar hasta la barra y empezar a pedir las cosas de su desayuno antes de que yo pueda preparar mi primera taza de café. Y luego, las otras dos aparecen mágicamente en la fila mientras yo empiezo a hacer malabares atendiendo pedidos rápidos y preparando loncheras. Y durante todo este tiempo, sueño con mi caliente y vaporosa inyección de combustible que instantáneamente levantará mi ánimo para servirles mejor. ¿Cómo es posible que no sepan que mamá es más simpática habiendo tomado café?

Lo que termina ocurriendo es que me sirvo mi propio café mientras doy bofetadas de mostaza sobre sándwiches, de queso crema sobre bagels, y asumo mi puesto como la que bebe en el camino aprobando vestimentas, obligando a tomar duchas, y ladrando órdenes. Mientras anhelo ese plácido momento en que pueda disfrutar de mi mágica infusión, el día simplemente empieza a transcurrir. Después de lo que suele parecer un evento olímpico para lograr que todos salgan al trabajo o la escuela (tareas hechas, carpetas firmadas, uñas cortadas, dientes cepillados, loncheras preparadas, discusiones zanjadas…), siento como si me mereciera un gran premio por mi valor en las multitareas. Esta mañana, mientras volvía a pensar en mi «problema del café», se me ocurrió que había algo incluso más importante que empezar mi día con un expreso doble. Lo mejor de despertar es… Bueno, ¡despertar! ¿Dónde está mi gratitud para servir antes de haber sido servida (o, mejor dicho, servirme a mí misma)? ¿Puede una taza de café, tranquilamente disfrutada, realmente llenarme de todo lo que necesito para abordar mis responsabilidades con gozo? Estoy segura de que ya sabes adónde quiero llegar con todo esto. ¿Dónde hago espacio para la oración? ¿Y por qué habría de simplemente hacerle un espacio, en lugar de empezar mi día dándole prioridad? Bueno, mi rutina habitual es sacar a todo el mundo de la casa, regresar, hacer una lista de aquello por lo cual deseo orar, y luego hablar con el Señor antes de continuar con mi día. Es evidente el beneficio de tener un momento de oración realmente tranquilo. Sin embargo, a veces suena el teléfono, o algún deber me distrae, o llega alguna visita. Tal como esa taza de cielo que bebo en movimiento, comienzo a orar abreviadamente mientras actúo. Pueden darme las 2 de la tarde antes de darme cuenta de que he dejado que todo mi día simplemente transcurra, siempre actuando reactivamente y dejando pasar las buenas oportunidades que el Señor ha provisto. Todo este tiempo he malinterpretado mi café matinal como si esa fuera mi máscara de oxígeno y no mi oración de la mañana. Hoy quiero tomar la misma resolución que David:
Oh Señor, de mañana oirás mi voz; de mañana presentaré mi oración a ti, y con ansias esperaré. (Salmo 5:3)
En el primer tomo de El tesoro de David, Charles H. Spurgeon nos ilumina más sobre lo que significa «presentar» nuestra oración:
el hebreo tiene un significado aun más pleno que este. «Presentaré mi oración». Es la palabra que se usa para poner en orden la leña y los trozos de la víctima sobre el altar, y se usa también para poner el Pan de la Presencia sobre la mesa. Significa esto: «Ordenaré mi oración delante de ti»; la dispondré sobre el altar en la mañana tal como el sacerdote dispone el sacrificio matinal.
Y después, esperaré con la expectativa de que mi Dios conteste mis oraciones. Esperaré las oportunidades que Él me provee a lo largo del día (aun mientras prepare sandwiches). Se me recordará continuamente que estoy en su presencia. Y cuando me sienta frustrada, me tranquilizará saber «que en todo Dios [será] glorificado mediante Jesucristo, a quien pertenecen la gloria y el dominio por los siglos de los siglos. Amén» (1 Pedro 4:11b).

Por lo tanto, como dice la canción, En la mañana, al levantarme, ¡quiero a Jesús!

Este recurso fue publicado originalmente en Mortification of spin. | Traducción: Cristian Morán
Photo of La diferencia entre el cibercontacto y la hospitalidad real
La diferencia entre el cibercontacto y la hospitalidad real
Photo of La diferencia entre el cibercontacto y la hospitalidad real

La diferencia entre el cibercontacto y la hospitalidad real

¿Alguna vez has recibido una imagen de una taza de café, o de un refresco, en tu página de Facebook? Ayer me enviaron una «galleta de la fortuna» virtual para que la abriera. Sé que yo he sido culpable de enviar imágenes de pasteles de cumpleaños a las personas en sus días especiales (o unos labios grandes a mi esposo mientras está en el trabajo). Supongo que es una forma bonita de mostrarle a una persona que estamos pensando en ella aun cuando no podamos estar juntas. Sin embargo, ¿es realmente porque no podemos juntarnos, o porque simplemente es más fácil tomarnos un café virtual que invitar realmente a alguien a tomar una verdadera taza de café? Una taza de café virtual no exige preparar la casa, usar recursos reales, o invertir en un auténtico tiempo de visita. En este artículo, me gustaría considerar algunos de los beneficios y obstáculos de las relaciones en el ciber-universo comparándolos con la hospitalidad cara a cara.

Supongo que dirás que en los dos mundos estamos haciendo cultura, y —esperemos— algo digno de compartir con otros. Si pensamos en Facebook y los blogs como dos de mis principales ciber-ejemplos, ambos revelan algo de nosotros mismos —en las imágenes que subimos, los amigos que tenemos, o lo que decimos—: tanto en nuestros hogares como en nuestros espacios virtuales tenemos el control de lo que expresamos, pero debemos admitir que, en la ciber-página, mantener la fachada de nuestro estado es mucho más fácil que en el hogar. Por ejemplo, puedo mostrarte las mejores fotos de mis mejores momentos. No tengo que limpiar el polvo de mi página web ni lavar una ciber-taza vacía. Verás a mis hijos sonreír y divertirse; no lloriquear, chismorrear, ni dejar sus zapatos regados por toda la casa. La hospitalidad cara a cara exige mucho más trabajo y honestidad. Aunque comunicarse cibernéticamente es un placer maravilloso cuando no podemos tener contacto físico, también puede ser fácil caer en la tentación de volvernos perezosos en nuestro verdadero deber de ser hospitalarios. El mundo cibernético no es un mal. Se pueden crear y mantener muchas más relaciones a través de sus benéficos recursos. Estoy feliz de tenerlas. Sin embargo, tenemos que tener cuidado de no sustituir las oportunidades cara a cara por oportunidades cibernéticas. Tampoco estoy sugiriendo llegar a un equilibrio entre las dos. Nuestras oportunidades concretas deberían ocupar más tiempo, ¿verdad? Para que las cosas sigan siendo reales, en verdad tienen que serlo. Si pasamos la mitad de nuestro tiempo personal en relaciones cibernéticas, podemos llegar a desencantarnos. Nuestra comunicación cibernética carece de los matices que permiten captar los gestos no verbales, la química y la intención de las palabras comunicadas. Al ocultarnos detrás de nuestras publicaciones y fotos de perfil, podemos volvernos más audaces y perdernos en la fantasía. Nuestras relaciones «materiales» son las que controlan nuestra realidad. En ellas tenemos que hacer preguntas de verdad en lugar de revisar el muro de noticias. Ante la pregunta «¿Qué estás pensando?», podemos responder más de lo que acostumbramos publicar en nuestro muro. Somos parte de un diálogo abierto en lugar de una comunicación unidireccional. Mantener a nuestros ciber-amigos a un brazo de distancia puede llegar a ser una noble manera de tener una relación sin servicio. La descripción de mi sitio web habla del evangelio interrumpiendo lo ordinario. La ciber-vida se ha convertido en lo ordinario. ¿Cómo estas conexiones ayudan y obstaculizan a los creyentes en su rol de embajadores de las Buenas Noticias? Ciertamente hemos sido bendecidos con la oportunidad de enviar información, y recibir peticiones de oración, actualizaciones, o conectarnos con diversas culturas, esfuerzos misioneros, y amigos y familiares distantes de una forma que nuestros antepasados sólo podrían haber soñado. En cuanto a eso, es una bendición, pero con la bendición, viene una responsabilidad. Puede ser sumamente fácil dar por sentada nuestra nueva facilidad para relacionarnos. Muchas veces la nueva tecnología puede reemplazar la antigua forma de hacer las cosas. Mientras tantas carreras transcurren frente a un computador, tratemos de esforzarnos conscientemente por desarrollar una hospitalidad cara a cara en nuestras vidas personales. Por lo tanto, termino esta publicación con un desafío. Una vez a la semana, sustituye una parte de tu tiempo cibernético por una conversación ante un café (o un té, un postre, un almuerzo…). Después de todo, cuando Pedro nos mandó ser hospitalarios, no creo que haya estado pensando en salas de chat. (1 Pedro 4:9)
Este recurso fue publicado originalmente en Mortification of spin. | Traducción: Cristian Morán
Photo of Dios, el agricultor infalible
Dios, el agricultor infalible
Photo of Dios, el agricultor infalible

Dios, el agricultor infalible

John, mi vecino, tiene un maravilloso huerto. Cuando recién construimos nuestra casa, sentí que su gigantezco terreno cultivado frente a mi patio trasero era una especie de monstruosidad. Consideré seriamente plantar una fila de árboles que me taparan la vista. Sin embargo, también pensé que los árboles no sólo me taparían la vista sino su sol de las mañanas. ¿Se trataba de un hombre que cuidaba su patio, o lo que me esperaba era un santuario de maleza saliéndose de control? Abril era demasiado pronto para saberlo, así que decidí dejar que la situación se hiciera manifiesta durante el verano.

Resultó que John trabajó diligentemente en su huerto prácticamente todos los días. Al comienzo de la primavera se mantuvo ocupado limpiando este especial trozo de tierra de los daños causados por el invierno. Cuidó toda esa tierra en forma extraordinaria. Yo miraba por la ventana mientras John y su hijo cultivaban la tierra, sacaban las piedras, ponían fertilizante (más tarde me enteré del particular abono que usaba para obtener mejores resultados), trazaban hileras, y añadían postes, lazos, y otras extrañas cercas con algún fin que yo desconocía. Tras un mes de duro trabajo, aún lucía simplemente como un montón de tierra. Sin embargo, era tierra organizada —John tenía un plan—. Él me reveló, más tarde, cómo en realidad había hecho un trazado de todo su jardín en un papel (que cada año iba creciendo) antes de cada nueva estación. Y era una tierra alimenticia —así es; puesta a punto con todo lo necesario para las frutas y verduras que él quería cultivar—. John no usaba aspersores para regar su jardín como el resto de los vecinos lo hacíamos. Él regaba individualmente cada planta para no fomentar la proliferación de maleza. Además, mi vecino insiste en mantener todo orgánico. Puede que tenga algunos cuestionables métodos para librar su huerto de plagas, ¡pero certifica que todo está libre de químicos! Y luego escuché que llamaban a mi puerta. Era John, ofreciéndome alegremente una bolsa llena de porotos verdes —los mejores porotos verdes que me haya llevado a la boca—. Después llegó una generosa cantidad de saludables espárragos. Y sí, adivinaste: recibí abundantes cantidades del codiciado tomate de huerto para la segunda mitad del verano. Su Edén al frente de mi patio trasero dejó en vergüenza a mi enclenque jardín circular con borde de piedras. Pero eso no es todo: ¡hubo melones, coliflores, zanahorias, cebollas, fresas, manzanas y maníes! Todo lo que ha traído a mi puerta ha estado fabulosamente delicioso. Ahora trasladémonos rápidamente a mi servicio de adoración de esta semana. Nuestra lectura del Antiguo Testamento provino de Isaías 55. Los versos 8-11 llamaron particularmente mi atención:
«Porque mis pensamientos no son los de ustedes, Ni sus caminos son los míos afirma el Señor. Mis caminos y mis pensamientos son más altos que los de ustedes; ¡Más altos que los cielos sobre la tierra! Así como la lluvia y la nieve descienden del cielo, Y no vuelven allá Sin regar antes la tierra Y hacerla fecundar y germinar Para que dé semilla al que siembra Y pan al que come, Así es también la palabra que sale de mi boca: No volverá a mí vacía, Sino que hará lo que yo deseo Y cumplirá con mis propósitos».
Mientras mi pastor leía esta Escritura, me hizo recordar el huerto de John. Todo el cuidado del huerto es una estupenda metáfora de la manera en que trabaja nuestro buen Señor. Él tiene un plan. Usa todos sus recursos, y aun abono cuando lo necesitamos, para producir crecimiento en su pueblo. Yo estoy llena de piedras y maleza, pero mi Señor cultiva cuidadosamente el pedregoso suelo de mi corazón. Para muchos, la iglesia (el huerto de Dios) puede simplemente parecer un montón de tierra. A veces yo misma me pregunto cómo el Señor ha de producir fruto cuando las cosas se ven tan muertas y deprimentes. Pero la mejor herramienta de jardinería de Dios es su palabra. Su palabra realmente crea vida, y con seguridad cumple el propósito de su voluntad. Pienso en cómo la palabra de Dios nos alimenta y cómo Él llama a las personas a regar su huerto por medio de la predicación y la enseñanza. Jesucristo es el perfecto cuidador del huerto que ha pagado todo para que nosotros entremos y el malvado no lo haga. El poderoso Señor cuida especialmente de aquellos que ama, y puede hacer algo que no puede hacer mi buen vecino John. Sin importar cuánta pasión ponga John en su huerto, aún hay cosas que pueden frustrar sus planes. Sin embargo, el plan y la obra de Dios son perfectos. No dudemos de que el buen Señor está haciendo crecer su iglesia y no perderá parte alguna de su cosecha. Para continuar meditando: Ezequiel 36:26; Juan 6:39-40; Romanos 10:14-15; Apocalipsis 12:10-11.
Este recurso fue publicado originalmente en Mortification of spin.
Photo of Un Dios que brilla en el centro
Un Dios que brilla en el centro
Photo of Un Dios que brilla en el centro

Un Dios que brilla en el centro

Recuerdo cuando mi profesora de arte de quinto grado anunció, para gran horror mío, que ya estábamos demasiado grandes como para hacer todos los dibujos con el sol en la esquina superior izquierda de la página. ¿Qué? ¡Así era como empezaba todos mis dibujos! Era la forma en que una colegiala escribía feliz sobre cualquier tema que luego apareciera en el dibujo. En mi cabeza, esa era la única forma de hacer un sol. La primera vez que dibujé el sol como un círculo, atravesé un rito de tránsito que me llevó del arte de los libros de cuentos infantiles a la interpretación de la vida real. Si no fuera por la Sra. Nehemías, quién sabe por cuánto tiempo habría seguido enjaulando mis soles en las esquinas. Sin embargo, ahora era libre gracias a la verdad. La gloria del sol se hallaba desatada y mostraría vigorosamente su esplendor en los muchos dibujos que vendrían.

Ahora son mis hijas quienes están dibujando el sol como un pedazo de pizza en las esquinas de sus dibujos. Mientras echaba un vistazo a los dibujos que hacían ayer, pensé en cuán similares son nuestros pensamientos sobre Dios. Nos gusta que esté en lo alto de nuestra página desplegando felicidad, pero a medida que maduramos, nos damos cuenta de que Él es mucho más radiante que la esquina que le hemos estado asignando. Esa esquina puede simbolizar algunas de nuestras primeras enseñanzas, pero a medida que se nos enseña más de su Palabra, nos damos cuenta de que nos hemos satisfecho demasiado fácilmente con la felicidad de los libros de cuentos. A medida que crece nuestro conocimiento de Dios, cambia toda la imagen. Estos son apenas tres ejemplos: 1. Cómo nos vemos a nosotros mismos. Repentinamente, ese pequeño pony con un arco iris que he estado dibujando para representarme a mí misma comienza a parecer inadecuado. No soy simplemente una buena persona que ha cometido un par de errores. Soy una pecadora de nacimiento que necesita desesperadamente un Salvador. Antes de mi conversión estaba muerta en mis pecados y por mi propia naturaleza era una hija de ira (Efesios 2:1-3). Todo el supuesto bien que hacía era glorificarme a mí misma; buscar mi propia alabanza. «Todos nosotros somos como el inmundo, y como trapo de inmundicia todas nuestras obras justas. Todos nos marchitamos como una hoja, y nuestras iniquidades, como el viento, nos arrastran» (Isaías 64:6). 2. Cómo vemos a Dios. Antes, me bastaba con dibujarlo como un triángulo en una esquina. Mis pensamientos sobre Dios eran torpes. Una vez que mi maestra me reveló la verdad, me di cuenta de lo que me estaba perdiendo. De la misma forma, cuando soy iluminada por el evangelio, me doy cuenta de que Dios mi creador es santo y justo, y completamente bueno. Él también abunda en una gracia tan asombrosa que «demuestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros» (Romanos 5:8). Descubro la belleza del plan y la acción redentora del Señor. 3. Cómo vemos el mundo. Ahora descubro que en la imagen hay luz y sombra. «Y este es el juicio: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, pues sus acciones eran malas. Porque todo el que hace lo malo odia la luz, y no viene a la luz para que sus acciones no sean expuestas. Pero el que practica la verdad viene a la luz, para que sus acciones sean manifestadas que han sido hechas en Dios» (Juan 3:19-21). En lugar de una falsa capa de felicidad esparcida sobre toda la página, quiero que mi dibujo sea verdadero. Quiero que el gozo de Jesucristo se cumpla en mí.
Este recurso fue publicado originalmente en Mortification of spin.
Photo of La inadvertida influencia de las madres
La inadvertida influencia de las madres
Photo of La inadvertida influencia de las madres

La inadvertida influencia de las madres

«Es broma. Tiene que ser broma». Esas fueron mis maravillosas palabras de consuelo cuando mi esposo me llamó desde el hospital para darme la noticia de que tenía apendicitis y le estaban programando una apendicectomía de urgencia. Egoístamente, pensé que tenía que haber una forma de que él se contuviera y guardara sus problemas de apéndice para el mes siguiente o algo así. El momento era ridículo. Mi única esperanza era que me estuviera gastando una broma.

Ese invierno había tenido un grave efecto sobre mi familia. Toda la diversión comenzó cuando contraje una neumonía atípica. Primero, pasé por dos semanas de negación-maternal: Las mamás no pueden enfermarse; somos necesarias. Así que pensé que un par de comprimidos de ibuprofeno acabaría con mi fiebre mientras intentaba no toser sobre las comidas que envasaba ni los platos de amor que servía. Sin embargo, cuando mi hija se enfermó, supe que era hora de ir al médico. Durante el mes siguiente, tanto yo como mis tres hijos pasamos por la desagradable experiencia de que la primera dosis de antibióticos fuese ineficaz, de tener que volver a salir de la ciudad en busca de medicina más fuerte, de tener que usar nebulizadores, de estar al borde de la sala de urgencias y de amontonar tareas escolares pendientes. Entre medio, yo trataba de aprovechar el tiempo de la mejor manera trayendo manualidades entretenidas que hacer con los niños en el tiempo de inactividad que nos sobraba. Nos quedaba un solo niño por cuidar cuando Matt empezó a quejarse de los «desagradables dolores» que sentía en su abdomen. Supuse que era tensional. Decidida a hacer nuevamente una vida familiar normal, empecé a cocer galletas con chips de chocolate, lo cual haría que las cosas mejoraran. Fue entonces cuando Matt llamó. Fue entonces cuando le di mi tan-poco-compasiva respuesta. Y fue entonces cuando tuve que sacar la artillería pesada: mi propia mamá. Su pronta llegada fue como una extraña combinación de una película sobre la mafia y un episodio de «El gato en el sombrero». Ella fue, en un sentido, «la reparadora». Llegó con todo lo que yo necesitaba para dejar a mi hijo enfermo sin sentirme culpable, tener la energía para estar al lado de mi esposo, e incluso para regresar a casa y relajarme. Mamá me conoce bien. Conoce bien a mis hijos. Y sabe cómo ser mamá. Apareció con un paquete de mi café favorito, todos los ingredientes para hacer caldo de pollo, algo para leer, cosas que hacer con mi hija y un bolso de viaje. No me explico cómo lo hizo para llegar tan rápido con todo eso. Eso fue hace dos años, y tuvo una fuerte influencia en mí. Las madres son personas influyentes. Una de las razones por las cuales pienso que su influencia es tan predominante es que ellas nos conocen como nadie más lo hace.  Desde el día en que nos enteramos de que estamos embarazadas, las madres oramos, alimentamos, aprendemos, y reparamos cosas. Reparamos rodillas rasguñadas, egos heridos, y a veces incluso circunstancias incontrolables. Consolamos y alentamos. Amamos incondicionalmente, pero no sin normas, ya que hacemos todo lo posible por moldear a nuestros hijos en sus años formativos. Los estamos preparando para la adultez; preparándolos para partir. Y las madres saben que esta clase de amor no se acaba cuando sus hijos dejan el hogar. Aunque el catálogo de estos muchos actos de amor ciertamente le da credibilidad a nuestra posición de influencia, es nuestra «confesión de esperanza» la que, escondida, nos ayuda a perseverar, haciendo que nuestros hijos miren a Jesucristo, el que verdaderamente repara. Nuestras madres saben que necesitamos descansar en la fuerza de Dios. Nuestra confesión de esperanza no se enfoca en nuestras propias capacidades para dirigir el mundo. La maternidad nos humilla para que nos identifiquemos con la debilidad. Nuestra confesión de esperanza es que Jesús es el Señor. Nuestra esperanza está en Aquel que nos repara. Y Él no es un facilitador: Jesús garantiza que habrá una cruz por llevar aun cuando Él nos ha redimido y nos está santificando. Flaqueé un poco tras la llamada telefónica que recibí de mi esposo hace dos años. Desearía poder decir que fue la única vez, pero a los cristianos se nos exhorta: «Mantengamos firme la profesión de nuestra esperanza sin vacilar, porque fiel es Aquel que prometió» (Hebreos 10:23). Las mamás deben alentar y equipar a sus hijos para que fijen sus ojos en Cristo. Eso es lo que hizo mi mamá cuando volví a casa después de una larga noche. Mientras nos esforzamos por ser fiables, las madres cristianas saben que nuestros hijos nunca encontrarán la satisfacción dependiendo de nosotras. La verdad es que yo necesitaba más que caldo de pollo y una niñera. Necesitaba que se me recordara mi confesión de esperanza. Lo que yo veía eran niños enfermos, un esposo recuperándose de una cirugía, y una creciente carga de trabajo. Lo que sentía era un gran cansancio en mis huesos y la fatiga de mis ojos. Y mi mamá… Ese día ella me bendijo dándome lo que yo no puedo ver. Me recordó mi esperanza, mi bendición final, Jesucristo. Entonces fui capaz de ser una bendición para mi familia. Ahora vemos la cruz, pero un día nuestra fe se convertirá en visión, y estaremos en la gloria con nuestro Señor, en los nuevos cielos y la nueva tierra. Jesús es el Señor; no las madres ni las circunstancias. Nuestra confesión de esperanza influye en la manera en que conducimos nuestras vidas diarias, amamos a nuestras familias, y a su vez, influenciamos a todos los que nos rodean.
Este artículo fue originalmente publicado por Ligonier Ministries en esta dirección. | Traducción: Cristian Morán
Photo of La mamá del año
La mamá del año
Photo of La mamá del año

La mamá del año

Hace poco, Zaidee, mi hija de en medio, celebró su noveno cumpleaños. Por supuesto, una quiere que, en sus cumpleaños, sus hijos se sientan especiales y amados. Zaidee empezó su mañana abriendo regalos y luego se fue a la escuela para ser la celebridad del día. Yo la bendije con mi presencia durante el almuerzo, donde pudo descubrir en su bolso el fabuloso cupcake de chocolate con chispitas. Seguramente la nota que le escribo cada día en su servilleta traía un mensaje extra-especial para ella. Después de que la bibliotecaria de la escuela nos regañara por hablar cuando no debíamos, le di un beso de despedida, hice un gesto de despedida a sus amigas y me fui para hacer milagros.

Nuestros planes originales de salir a cenar se vieron burlados por la temporada de softball. La primera práctica de Zaidee estaba programada de 5 a 7, y la de Solanna, su hermana mayor, ¡de 7 a 9! Plan B: comida para llevar. Aun cuando tenía un millón de cosas que hacer ese día, estaba resuelta a hacer que funcionara. Separando mis tareas, decidí que, mientras Zaidee estuviera en la práctica con su papá, yo haría diligencias y regresaría con la cena. Mientras que la pobre Solanna se congelara sola en su práctica, nosotros estaríamos cantando «Cumpleaños Feliz» y comiendo pastel. No era lo ideal, pero pensé que lo llevaría a cabo con éxito . . . hasta 10 minutos antes de la práctica de Zaidee, cuando me di cuenta de que una de mis diligencias era comprarle zapatos deportivos nuevos. Qué fastidio —¡mis ladrillos se empezaban a derrumbar!—… Una vez más, les di un beso a todos (aparentemente mis otros dos hijos preferirían congelarse en la cancha que hacer diligencias conmigo) y me fui con una determinación aun mayor. Pude haber olvidado que era el día de la foto del curso y que mi hija practicaría con zapatos demasiado pequeños, ¡pero estaba a punto de arreglar todo eso! No, no lo estaba. Una vez más, me perdería el premio a la «Madre del año». ¿A quién estaba engañando? Sólo a mí misma. Todos hacemos bromas sobre el premio a la «Madre del año» porque sabemos que no existe. Lo que realmente tratamos de hacer es asegurarnos de que, cuando nuestros hijos crezcan, nos recuerden más pensando «mi mamá es fabulosa» que pensando «mi mamá es una buena para nada», ¿correcto? Y en cuanto a mis hijos, estoy segura de que eso aún no se decide. ¿Por qué comparto todo esto? Bueno, creo que muchas veces nosotras las mamás medimos nuestra valía en formas terriblemente reduccionistas. Sin embargo, lo que estoy llevando a cabo no es para nada tan importante como la forma en que Cristo me está transformando. Analicemos las dos cosas: Llevar a cabo se enfoca en lo que yo puedo producir. Me habría encantado haber producido un lindo peinado y un estupendo traje para Zaidee (sí, nuevamente ella fue la víctima) para el día de la foto en vez de vestirla para Educación Física: llevar algo a cabo conduce a mi alabanza. ¿Quién se lleva el crédito por la adorable niña de la foto del tercer grado? Yo, cariño. Y luego, ya está. He recibido mi premio; una medalla para la «Mamá del año». Sin embargo, en estos y en nuestros mucho más grandes logros, seguimos anhelantes e insatisfechas. El círculo vicioso continúa. Transformar, en cambio, es muy diferente. De hecho, en vez de promoverme (por mucho que lo intente), me vuelvo pobre en espíritu, e incluso me quebranto. Jesús dijo que los pobres en espíritu eran benditos, porque es entonces cuando dependemos completamente de Cristo. Miramos lo que Él ha llevado a cabo en favor nuestro. En lugar de buscar nuestra propia alabanza, nuestro humilde propósito es glorificar a Dios —hallar nuestro gozo en Él sin importar cuál sea la circunstancia—. Tanto en nuestros fracasos como en nuestros éxitos, Dios nos está transformando a la imagen de su Hijo. Confiamos en Aquel que es capaz a medida que Él construye carácter y santidad en nosotros. Servimos en la luz del evangelio por gratitud a su amor y mediante el poder su Espíritu. A medida que perseveramos, Él es nuestra recompensa, el Eterno —el que nunca nos dejará insatisfechos—. No me malentiendan: No estoy diciendo que llevar a cabo cosas sea malo en sí mismo. De hecho, hoy tengo muchas cosas que hacer. Y tengo muchas ambiciones para mi futuro. Sin embargo, no puedo buscar mi propósito y valía en mis logros. Descanso en mi Señor y Salvador Jesucristo, quien es suficiente para todas mis necesidades. **Escritura relacionada para seguir meditando: Mateo 5:3, 6:1-4; Filipenses 4:4; Efesios 3:13-21.
Este recurso fue publicado originalmente en Mortification of spin. | Traducción: Cristian Morán