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¡Ayuda! No puedo controlar mi lengua
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¡Ayuda! No puedo controlar mi lengua


Este artículo es parte de la serie ¡Ayuda! publicada originalmente en Crossway.

Las palabras de nuestro corazón

¿Cuántos de nuestros remordimientos provienen de las palabras que se nos escaparon de la boca: un enfado creciente que estalló en un torrente de fealdad destructiva, un frío sarcasmo que hirió profundamente sensibilidades crudas y poco valoradas, una crítica implacable que avergonzó al otro hasta las lágrimas? Solo después apreciamos verdaderamente el daño y el dolor de nuestras acciones. Y al mirar hacia atrás, nos avergonzamos de escuchar el eco de nuestra voz diciendo lo que no debió ser dicho; o más exactamente, lo que nunca debió ser pensado. Hay una relación íntima entre nuestras palabras y nuestro corazón. Cristo dijo: «Porque de la abundancia del corazón habla la boca» (Mt 12:34). Nuestro hablar simplemente pone de manifiesto lo que se produce en el corazón, ya sea bueno o malo (Lc 6:45). Si otros quieren conocer el estado de nuestro corazón, solo necesitan escucharnos hablar. Se lo estamos diciendo. De hecho, les decimos más de lo que probablemente queremos. Nuestra ansiedad, odio, temor, orgullo, egoísmo, hipocresía, lujuria y falsedad no nacen en nuestra boca; son concebidos en nuestro corazón. Nuestras palabras simplemente les conceden a estos pecados una audiencia pública, dándoles forma con significado e intensificándolas con tonos. Si nuestro corazón está aceptando la mundanalidad y la inmoralidad o está obsesionado con el temor y la inseguridad o rebosa de arrogancia y egoísmo, se manifestará en nuestro hablar. Verdaderamente, puedes percibir la religión de una persona por medio de su lengua (Stg 1:26). Las palabras reflejan el estado de tu corazón; y nuestro corazón, más que cualquier otra cosa, refleja el estado de nuestro caminar con Dios.

El corazón de nuestras palabras

La enseñanza de nuestro Señor sobre la conexión entre nuestras palabras y nuestro corazón nos ayuda a darnos cuenta de que para progresar en santidad verbal primero debemos comprender la siguiente realidad: la falta de dominio propio en nuestras palabras refleja una falta de dominio propio en nuestro corazón. En la Escritura, el dominio propio es, en realidad, un asunto de dos caras. Aunque a menudo usamos las palabras dominio propio y autodisciplina de forma intercambiable, la Biblia las diferencia. El dominio propio se refiere a moderarnos, cuando deliberadamente nos restringimos o refrenamos. La autodisciplina se refiere a direccionarnos, cuando intencionalmente producimos y declaramos. Cuando ejercemos dominio propio nos contenemos y cuando ejercemos autodisciplina escogemos nuestro camino. Por ejemplo, Proverbios elogia al sabio que verbalmente se distingue del necio. El sabio se distingue por tener dominio propio: «El necio da rienda suelta a su ira, pero el sabio la reprime» (Pr 29:11). También se distingue por tener autodisciplina: «Hay quien habla sin tino como golpes de espada, pero la lengua de los sabios sana» (Pr 12:18). El justo se conoce por lo que dice y no dice, por la ausencia de palabras inapropiadas y por lo oportuno de las apropiadas, por la inusual aparición de un discurso sarcástico y airado, y por la frecuencia de palabras que producen paz y sanidad. Qué ventaja es, entonces, poder entender que el dominio propio y la autodisciplina son asuntos fundamentalmente del corazón. Ahora ya sabemos dónde debemos trabajar. Si queremos que nuestro hablar esté sazonado con la sal de la gracia, entonces debemos hacer uso de las disciplinas cristianas clásicas de la gracia que moldean nuestro corazón. La Palabra de Dios, la oración y los sacramentos son los medios de gracia que Dios usa para alimentar corazones santos que producen palabras que agraden a nuestro Dios, que alienten a nuestros hermanos cristianos y que iluminen el camino de la vida a nuestros amigos no creyentes. Las palabras sabias fluyen de corazones arraigados en la sabiduría de Dios. El dominio propio florecerá cuando oremos en el Espíritu porque Dios nos ha dado un espíritu de dominio propio (2Ti 1:7). El bautismo nos recuerda que la sangre de Cristo nos limpia y que debemos hablar como aquellos que han sido purificados. Por medio de la Santa Cena, el Espíritu Santo nos fortalece con la gracia de Dios para que podamos perseverar no solo en acción y palabra, sino también en nuestro corazón. Quizás ahora podemos apreciar la súplica del salmista: «Sean gratas las palabras de mi boca y la meditación de mi corazón delante de Ti» (Sal 19:14). A. Craig Troxel es autor de With All Your Heart: Orienting Your Mind, Desires, and Will toward Christ [Con todo tu corazón: orientando tu mente, tus deseos y tu voluntad hacia Cristo].
Este artículo fue publicado originalmente en inglés y traducido con el permiso de Crossway. Traducción: Marcela Basualto