Hoy fue un día de cosas pequeñas.
Excepto por el incidente del pañal. Eso fue bastante épico.
Y la lucha con esa hija que necesitaba completar su hoja de ejercicios para el kinder. Mi respuesta pecaminosa convirtió innecesariamente el asunto en algo mucho más grande.
Luego, en medio de todo eso, tuve ese oscuro y venenoso pensamiento de que estaría más feliz haciendo otra cosa o siendo otra clase de persona.
Es, por así decirlo, un antiguo pensamiento de tipo «genético»; fue susurrado en los oídos de nuestros primeros padres. La astuta serpiente plantó una semilla de escepticismo en la mente de la mujer: «¿Es verdad que Dios les dijo que no comieran de ningún árbol del jardín?» (Génesis 3:1) Prestando atención a las palabras de la serpiente, Adán y Eva despreciaron la palabra y la voluntad de Dios, dando, en lugar de eso, mayor valor a sus propias voluntades.
Hoy en día nosotros hacemos lo mismo. Nos preguntamos si quizás Dios se equivocó y nuestros propios proyectos de vida son mejores. Algunas veces ese oscuro pensamiento se extiende a través de largas temporadas pero otras veces brota repentinamente como la mala hierba. He oído amigas confesar tanto en voz baja como entre amargos sollozos que también han abrigado la idea de haber sido hechas para algo «mejor».
Hoy, en el día de las cosas pequeñas, se me recordó que sólo el evangelio puede mantenerme firme y satisfecha únicamente en Cristo cuando oigo ese aterrador susurro. Ahora, al final de un día difícil, estoy aun más convencida de que los clichés usados para dar aliento son como pañales baratos. Sólo el evangelio puede hacer perseverar tu fe durante un potencial apagón espiritual.
Si los frutos de la paz y el gozo en Cristo sólo crecen en árboles cuyas raíces penetran profundamente en la felicidad de que Dios gobierna soberanamente todas las cosas, entonces necesito desesperadamente aferrarme a la palabra de Dios.
Cada día surgen contratiempos en la labor de ser padres, pero las circunstancias no tienen por qué dictar cómo debo responder a dichos percances. Todos somos pecadores necesitados del Salvador. Estoy criando pequeños soberanos de sus propias vidas que intentan gobernarse a sí mismos en forma tal que puedan alcanzar el máximo de lo que ellos entienden por felicidad. Son así porque están relacionados conmigo —otra pecadora que necesita la gracia de Dios—.
En vez de permitir que el goteo de la impaciencia me induzca a despreciar mi rol de madre o pecar contra mis hijos, debería alegrarme de que el Señor haya cargado mi iniquidad sobre Jesús (Isaías 53:6) y correr lo más rápido posible al rebosante pozo de la compasión que nuestro Gran Pastor siente por las ovejas que se descarrían (debería, también, decirles a mis hijos que es allí a donde me dirijo y cuál es la razón de ello).
He encontrado un estupendo pensamiento que es capaz de aplastar mis persistentes sensaciones de descontento:
Jesús es infinitamente más precioso que cualquier cosa que yo crea estarme perdiendo.
Jesús es el ancla y la esperanza de mi alma. Una de las ideas más emocionantes es que Jesús soportó la cruz «por el gozo que le esperaba» (Hebreos 12:2). Parte de ese gozo que Él está ansiosamente esperando es la celebración más grande de todas:
Después oí voces como el rumor de una inmensa multitud, como el estruendo de una catarata y como el retumbar de potentes truenos, que exclamaban: «¡Aleluya! Ya ha comenzado a reinar el Señor, nuestro Dios Todopoderoso. ¡Alegrémonos y regocijémonos y démosle gloria! Ya ha llegado el día de las bodas del Cordero. Su novia se ha preparado, y se le ha concedido vestirse de lino fino, limpio y resplandeciente.» (El lino fino representa las acciones justas de los santos.) El ángel me dijo: «Escribe: “¡Dichosos los que han sido convidados a la cena de las bodas del Cordero!”» Y añadió: «Estas son las palabras verdaderas de Dios.» (Apocalipsis 19:6–9)
¿No es asombroso? De verdad es así y quienes confían en Cristo han sido invitados a esta cena de bodas. Esto es tan cierto como «las palabras verdaderas de Dios»: ¡no podría ser más cierto!
Hoy fue un día especialmente tenso en mi lucha con la satisfacción. Algún día del futuro podría presentar dificultades similares.
Sin embargo, el día de las cosas pequeñas no es pequeño cuando me recuerda que cada uno de estos días culminará, finalmente y para siempre, en la adoración del Cristo Resucitado. Vamos a adorar eternamente al Cordero que fue sacrificado por nosotros y compró para Dios gente de toda raza, lengua, pueblo y nación, haciéndonos un reino y sacerdotes para Dios (Apocalipsis 5:9-10).
Hoy quiero obsesionarme con aquello que será mi obsesión durante los próximos 30 trillones de años.
Así que hoy, por la gracia de Dios y mediante su fuerza, puedo alegremente servir donde Dios me ha puesto, haciendo lo que Él quiere que yo haga en la carrera que me ha puesto por delante —un cambio de pañales y una tarea de kinder a la vez—.
Publicado originalmente en el blog Domestic Kingdom. | Traducción: Cristian Morán

