Para el cristiano, los años de universidad a menudo están marcados por grandes deseos de cambiar el mundo en el nombre de Jesús y de sueños del impacto que pueden tener durante su tiempo en la tierra. Es un tiempo lleno de oportunidades de servicio y, por tanto, marcado por el ajetreo de muchos jóvenes que no quieren desperdiciar ninguna de esas oportunidades en su camino.
Sin embargo, hacer cosas para Jesús no puede ni debe ser tu meta principal. Si lo es, has dejado de lado la única obra que verdaderamente importa: conocer a Dios por medio de Jesús, su Hijo.
Practicantes de la iniquidad
La descripción que Jesús hace de las buenas personas en Mateo 7 es inquietante:
No todo el que me dice: «Señor, Señor», entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: «Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?». Entonces les declararé: «Jamás los conocí; apártense de mí, los que practican la iniquidad» (Mateo 7:21-23).
Es una sección aterradora del Sermón del Monte donde Jesús expone la mentira de que solo el buen comportamiento y la correcta teología pueden salvarte. Esta es una lista de características del grupo de personas descrito en el pasaje:
- Llaman a Jesús «Señor».
- Profetizan en su nombre.
- Echan fuera demonios en su nombre.
- Hacen milagros en su nombre.
- Jesús no los conoce.
- Practican la iniquidad.
- Se les niega el acceso a Jesús.
Es difícil creer que todos estos atributos puedan pertenecer al mismo grupo de personas. ¿Cómo puede alguien que cree correctamente que Jesús es Señor ser un practicante de la iniquidad? ¿Cómo se le puede negar a alguien que hace milagros por Jesús el acceso a Él? Por una simple y profunda razón: ellos no conocían a Jesús.
¿La conclusión? Conocer a Jesús es mucho más importante que hacer cosas para Jesús.
Preferimos hacer en lugar de conocer
El problema es que hacer cosas para Dios a menudo es mucho más divertido que conocer a Dios. Nos permite vernos en acción, sentirnos importantes y valiosos. Aunque nuestros deseos de cambiar el mundo en el nombre de Jesús probablemente son bien intencionados, a menudo apestan a arrogancia.
No obstante, esta es la verdad:
- Hacer cosas para Dios acentúa nuestras capacidades; conocer a Dios resalta las de Él.
- Hacer cosas para Dios nos hace sentir productivos; conocer a Dios consume nuestro tiempo.
- Hacer cosas para Dios es visto por otros; conocer a Dios rara vez lo es.
- Hacer cosas para Dios es cuantificable; conocer a Dios no lo es.
- Hacer cosas para Dios consigue adulación de muchos; conocer a Dios nos otorga la afirmación de solo Uno.
No es de extrañarnos que luchemos por encontrar tiempo para sentarnos a solas con el Todopoderoso, pero rápidamente decimos «sí» a las oportunidades de ministerio. Uno amplifica la carne; la otra la mata. ¿Y quién disfruta morir?
Las buenas obras no son el problema
Claramente, Dios no está en contra de hacer buenas obras, puesto que Él nos dice que Él ha preparado buenas obras para que nosotros andemos en ellas (Ef 2:10). Sin embargo, en la enseñanza de Jesús, aprendemos que hacer buenas obras sin un conocimiento personal de Cristo nos hace practicantes de la iniquidad. Si nuestras buenas obras para Cristo no son nacidas de un conocimiento personal de quien es Él, la obra es en vano. El descanso de María a los pies de Jesús siempre supera el servicio distraído de Marta a los santos.
No, Dios no está en contra de las buenas obras, pero Él también sabe que hacer cosas buenas a menudo es lo que nos aleja de la quietud que se requiere para conocerlo.
El arduo trabajo de la inactividad
La única manera de evitar las obras de iniquidad y el ministerio egocéntrico es hacer del conocimiento de Dios nuestra principal prioridad. Debemos escoger diariamente la inactividad de la quietud y «la pérdida de tiempo» en la Palabra y en la oración, incluso a costa de otras oportunidades de ministerio y objetivos con visión de Reino.
Pero no te dejes engañar: buscar a Dios no se lleva a cabo sin esfuerzo. Conocer a Dios no es poner tus pies sobre un banquillo y tomar un descanso. Es trabajo duro de otra especie. Es la persistencia de esperar en Él en oración, la resistencia regular a la distracción al leer la Palabra, la muerte intencionada a la productividad y a las listas de quehaceres, la persistencia en el capítulo y en el versículo en lugar de apresurarse a las preocupaciones de la vida y a la mentalidad maratón de fe hora a hora. Buscar y conocer a Dios es hacer el único trabajo arduo que Jesús nos pide: creer en Él y disfrutarlo como nuestro Pan de Vida, nuestra satisfacción diaria (Jn 6:19, 35-36).
Mi preocupación es que la mayoría de nosotros rápidamente vamos a toda prisa a la obra del ministerio antes de hacer la obra que más importa: conocerlo. Y como Jesús ha dejado en claro, el servicio sin Él es receta para las obras sin sentido y de iniquidad. Hacer cosas antes de conocer es una obra verdaderamente improductiva; hace girar nuestras ruedas mientras estamos convencidos de que estamos haciendo un gran progreso. No caigas en esa trampa. Nunca te permitas hacer cosas por Dios para usurpar la principal obra de conocer a Dios. Esa es la obra que importa verdaderamente.
Cómo cambiar el mundo
Solo una cosa puede cambiar verdaderamente al mundo: el alma enamorada de Jesús. Solo una cosa puede posibilitar un impacto de por vida para el Reino de Dios: una búsqueda diaria de intimidad con Él. Y una de las amenazas más grandes para llevar a cabo esta tarea infinitamente importante es la tentación de hacer cosas para Dios antes de sentarnos con Él.
Por tanto, te ruego, estudiante universitario ocupado, si tienes que escoger, escoge tiempo en la Palabra y en la oración, no esa oportunidad de ministerio. Cultiva el hábito diario de sentarte en quietud ante Él, incluso a costa de tu vida social. Haz que sumergirte profundamente en el carácter de Dios, buscar todas sus facetas que puedas encontrar en su Palabra y esperar diligente y fielmente en Él en oración sea tu objetivo de por vida. Nada vale más tu tiempo; nada cambiará más al mundo.
Este recurso fue publicado originalmente en el blog de Kelly Needham y en ReviveOurHearts.com.

