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Hace poco, Zaidee, mi hija de en medio, celebró su noveno cumpleaños. Por supuesto, una quiere que, en sus cumpleaños, sus hijos se sientan especiales y amados. Zaidee empezó su mañana abriendo regalos y luego se fue a la escuela para ser la celebridad del día. Yo la bendije con mi presencia durante el almuerzo, donde pudo descubrir en su bolso el fabuloso cupcake de chocolate con chispitas. Seguramente la nota que le escribo cada día en su servilleta traía un mensaje extra-especial para ella. Después de que la bibliotecaria de la escuela nos regañara por hablar cuando no debíamos, le di un beso de despedida, hice un gesto de despedida a sus amigas y me fui para hacer milagros.

Nuestros planes originales de salir a cenar se vieron burlados por la temporada de softball. La primera práctica de Zaidee estaba programada de 5 a 7, y la de Solanna, su hermana mayor, ¡de 7 a 9! Plan B: comida para llevar. Aun cuando tenía un millón de cosas que hacer ese día, estaba resuelta a hacer que funcionara. Separando mis tareas, decidí que, mientras Zaidee estuviera en la práctica con su papá, yo haría diligencias y regresaría con la cena. Mientras que la pobre Solanna se congelara sola en su práctica, nosotros estaríamos cantando «Cumpleaños Feliz» y comiendo pastel. No era lo ideal, pero pensé que lo llevaría a cabo con éxito . . . hasta 10 minutos antes de la práctica de Zaidee, cuando me di cuenta de que una de mis diligencias era comprarle zapatos deportivos nuevos. Qué fastidio —¡mis ladrillos se empezaban a derrumbar!—… Una vez más, les di un beso a todos (aparentemente mis otros dos hijos preferirían congelarse en la cancha que hacer diligencias conmigo) y me fui con una determinación aun mayor. Pude haber olvidado que era el día de la foto del curso y que mi hija practicaría con zapatos demasiado pequeños, ¡pero estaba a punto de arreglar todo eso!

No, no lo estaba. Una vez más, me perdería el premio a la «Madre del año».

¿A quién estaba engañando? Sólo a mí misma. Todos hacemos bromas sobre el premio a la «Madre del año» porque sabemos que no existe. Lo que realmente tratamos de hacer es asegurarnos de que, cuando nuestros hijos crezcan, nos recuerden más pensando «mi mamá es fabulosa» que pensando «mi mamá es una buena para nada», ¿correcto? Y en cuanto a mis hijos, estoy segura de que eso aún no se decide.

¿Por qué comparto todo esto? Bueno, creo que muchas veces nosotras las mamás medimos nuestra valía en formas terriblemente reduccionistas. Sin embargo, lo que estoy llevando a cabo no es para nada tan importante como la forma en que Cristo me está transformando. Analicemos las dos cosas:

Llevar a cabo se enfoca en lo que yo puedo producir. Me habría encantado haber producido un lindo peinado y un estupendo traje para Zaidee (sí, nuevamente ella fue la víctima) para el día de la foto en vez de vestirla para Educación Física: llevar algo a cabo conduce a mi alabanza. ¿Quién se lleva el crédito por la adorable niña de la foto del tercer grado? Yo, cariño. Y luego, ya está. He recibido mi premio; una medalla para la «Mamá del año». Sin embargo, en estos y en nuestros mucho más grandes logros, seguimos anhelantes e insatisfechas. El círculo vicioso continúa.

Transformar, en cambio, es muy diferente. De hecho, en vez de promoverme (por mucho que lo intente), me vuelvo pobre en espíritu, e incluso me quebranto. Jesús dijo que los pobres en espíritu eran benditos, porque es entonces cuando dependemos completamente de Cristo. Miramos lo que Él ha llevado a cabo en favor nuestro. En lugar de buscar nuestra propia alabanza, nuestro humilde propósito es glorificar a Dios —hallar nuestro gozo en Él sin importar cuál sea la circunstancia—. Tanto en nuestros fracasos como en nuestros éxitos, Dios nos está transformando a la imagen de su Hijo. Confiamos en Aquel que es capaz a medida que Él construye carácter y santidad en nosotros. Servimos en la luz del evangelio por gratitud a su amor y mediante el poder su Espíritu. A medida que perseveramos, Él es nuestra recompensa, el Eterno —el que nunca nos dejará insatisfechos—.

No me malentiendan: No estoy diciendo que llevar a cabo cosas sea malo en sí mismo. De hecho, hoy tengo muchas cosas que hacer. Y tengo muchas ambiciones para mi futuro. Sin embargo, no puedo buscar mi propósito y valía en mis logros. Descanso en mi Señor y Salvador Jesucristo, quien es suficiente para todas mis necesidades.

**Escritura relacionada para seguir meditando: Mateo 5:3, 6:1-4; Filipenses 4:4; Efesios 3:13-21.

Este recurso fue publicado originalmente en Mortification of spin.
| Traducción: Cristian Morán
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Aimee Byrd

Aimee Byrd codirige Mortification of Spin, bloguea en housewifetheologian.com y es autor de Housewife Theologian [La teóloga ama de casa] y Theological Fitness [Teológicamente en forma].
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