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Curan por encima la herida de mi pueblo, y les desean: «¡Paz, paz!», cuando en realidad no hay paz. (Jeremías 6:14)

A lo largo de la historia ha habido hombres que se han hecho famosos por buscar la paz a cualquier precio. En el siglo recién pasado, quizás el ejemplo más grande de una figura así haya sido el primer ministro británico Neville Chamberlain, quien en 1938 proclamó haber alcanzado «la paz en nuestro tiempo» con Adolf Hitler mientras éste se preparaba para llevar a cabo una guerra relámpago en Europa. La aversión que Chamberlain sentía por la hostilidad era tan grande que Hitler lo consideró un tonto.

El conflicto es algo que la mayoría de la gente, si se le da la oportunidad, trata de evitar. Se desea tanto la paz que, a menudo, se ignoran diferencias importantes entre grupos e individuos, y se busca la unidad bajo el mínimo denominador común. Cuando se busca la paz a este precio, puede ser fácil ignorar completamente la importancia de la verdad. Los herederos modernos del liberalismo cristiano del siglo XIX revelan dichas tendencias. Motivados por vivir en paz con otros creyentes profesos y aun religiones no cristianas, el liberalismo ha tendido a redefinir el cristianismo como «la paternidad universal de Dios y la hermandad universal de los hombres» o alguna otra definición de consecuencias insignificantes. Irónicamente, los liberales tienden a tolerar cualquier clase de sistema de creencias a menos que, casualmente, éste represente la fe bíblica clásica.

No podemos, sin embargo, evaluar la línea principal del protestantismo sin reconocer que estos problemas se hacen cada vez más evidentes dentro del mundo evangélico. Aun cuando la Reforma protestante dio origen a muchas denominaciones diferentes, los evangélicos (luteranos, bautistas, anglicanos, presbiterianos, etc.) han confesado tradicionalmente, por ejemplo, la ausencia de errores en la Biblia y la doctrina de que la justificación se basa exclusivamente en la fe. Hoy, desafortunadamente, el deseo de unidad ha significado que, a menudo, dichas doctrinas esenciales han sido minimizadas al punto de que protestantes, católicos romanos y ortodoxos orientales pueden llevarse bien. Los evangélicos que se reconocen tales no siguen necesariamente creyendo que la justificación basada exclusivamente en la fe sea una doctrina esencial —aun cuando sin ella no hay evangelio— (Gá 1:6-9; 2:15-16).

Si la unidad cristiana ha de significar algo, debe ser una unidad de fe basada en la verdad. Sacrificar una convicción a cambio de «paz» es no tener convicción en absoluto.

DE CARA A DIOS

A menudo los cristianos se han dividido en relación con asuntos no esenciales para la fe cristiana clásica y se han acusado mutuamente de herejes. Tales acciones han generado una aversión por la teología en las mentes de muchas personas, y actualmente, debido a toda la aspereza mostrada en los puntos menos importantes de doctrina, hay una tendencia a bajar el perfil de cualquier diferencia esencial al interior de la iglesia visible. Seamos apasionados por la verdad, pero no nos dividamos a menos que la fe cristiana clásica esté en juego.

Para continuar estudiando: Job 34:12 Jeremías 5:1-3 Romanos 14 2 Timoteo 2:8

Este artículo fue originalmente publicado por Ligonier Ministries en esta dirección. | Traducción: Cristian Morán