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El 27 de junio se cumplen 14 años desde mi boda con Matt. Por tercer año consecutivo, lo celebramos quedándonos un fin de semana en una posada de Alojamiento y Desayuno de Isla de Salomón, en Maryland. Para quienes no conocen ese lugar, es un pueblito sencillo emplazado en poco más de tres kilómetros donde se junta un río con una bahía. Eso es lo que nos gusta de él. Es un lugar donde nos alejamos de nuestras ocupaciones y simplemente paseamos. Básicamente, lo mejor es despertar y decir: «¿Qué quieres hacer hoy?» Y ya sabemos la respuesta a esa pregunta.

Despertamos para tomar el más delicioso desayuno preparado por nuestra fabulosa y algo hippie anfitriona Amanda (que estudió en Le Cordon Bleu, de París, y en el Instituto Culinario de Nueva York). Luego, durante un rato, recorremos las calles y varias tiendas antes de nuestro paseo en bicicleta. Una vez pedaleando, nuestro objetivo es llegar al otro lado del río mientras miramos las casas. Esta vez encontramos un camino inconcluso que hizo interesante el paseo. Compramos algo de comida y luego caminamos hasta un conocido bar donde nos encontramos con motociclistas, marineros, gente de mediana edad y adultos jóvenes. Es un grupo ecléctico. Después de pasar un rato en la piscina, caminamos hasta nuestro sitio de comidas favorito. No es el restaurant del muelle que atrae a la mayoría de los turistas. Este lugar no tiene la mejor de las atmósferas, pero definitivamente tiene la mejor de las comidas. Cada vez que nos vamos, salgo convencida de que ha sido la mejor comida de mi vida. Mientras caminamos de regreso, Matt se detiene a comprar un granizado mientras yo me aferro a mi cajita de comida «para llevar» que guarda un fabuloso secreto —pastel de chocolate y cannoli—. Me doy el placer del chocolate mientras nos sentamos en el balcón a mirar los botes por la noche.

Estoy convencida de que el Señor alarga el día para nosotros. Se siente tan bien salirse de lo normal y celebrar mi matrimonio con mi esposo. Alejados de nuestras exigencias programadas, simplemente nos deleitamos en estar juntos. Resulta que en verdad me sigue gustando pasar tiempo con él. Y ahora que he vuelto a casa con el recuerdo, las analogías me inundan…

Pienso en ese día en que nuestro Gran Esposo recogerá a su esposa y nos llevará a nuestro nuevo hogar. El misterio de los cielos nuevos y la tierra nueva llena nuestra imaginación mientras servimos y disfrutamos actualmente de esta tierra sabiendo dos cosas: 1) Dios la creó y la declaró buena; y 2) ha sido horriblemente corrompida por el pecado. Mientras gemimos junto con la creación esperando nuestra glorificación en cuerpos resucitados sobre una tierra nueva y celestial, el tiempo es tanto un amigo como un enemigo. Es nuestro amigo al señalar la paciencia que Dios nos tiene —y, seamos honestos, todos tenemos momentos en que QUEREMOS que todo acabe—. Sin embargo, siempre estamos luchando contra el tiempo. Nuestros cuerpos envejecen, los plazos nos superan, y el reloj despertador (o ese hijo nacido hace poco) no perdona.

Sin embargo, ese fin de semana con mi marido me hizo pensar en el gozo que tendremos en el cielo junto a nuestro Gran Esposo. Imagina cómo será el gozo en la eternidad —un gozo al que el tiempo no pondrá fin—. Ciertamente nuestro propósito actual es glorificar a Dios y gozar de Él para siempre, pero nuestra capacidad de hacerlo se hará perfecta en la era venidera. Este gozo no será manchado por el pecado ni compartido con motociclistas, marineros o amas de casa. Jesús mencionó frecuentemente que se está preparando un gran banquete celestial para su novia. ¿Habrá pastel de chocolate y cannoli? No lo sé, pero será la mejor comida de todas. Y la siguiente también lo será…

Sin embargo, al igual que en mi viaje con Matt, la bendición no será la comida, y ni siquiera nuestro nuevo hogar celestial. La bendición será Jesucristo, y finalmente Él habrá venido, en el momento perfecto, por su novia. Imagina servir en el momento, pudiendo adorar a nuestro Creador y Redentor eternamente… ¡ETERNAMENTE!

Isla de Salomón no se parece al cielo en absoluto. O quizás un poco. Ciertamente lleva el nombre de un hombre amante. Como sea, mientras Matt y yo nos apoyábamos contra la baranda del muelle observando la ola de una lancha que se estrellaba contra las rocas, le dije: «Si alguna vez me muero, quiero que te vuelvas a casar . . . ¡pero jamás la traigas aquí!» Este lugar es nuestro.

Jesús está ahora preparando un lugar para su novia . . . y deseo muchísimo estar allí.

Este recurso fue publicado originalmente en Mortification of spin.
| Traducción: Cristian Morán
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Aimee Byrd

Aimee Byrd codirige Mortification of Spin, bloguea en housewifetheologian.com y es autor de Housewife Theologian [La teóloga ama de casa] y Theological Fitness [Teológicamente en forma].
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